LA VIOLENCIA DE PUERTAS PARA ADENTRO
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Maria Victoria Zambrano Ibarra
María Victoria Zambrano Ibarra (Pasto, Nariño) es abogada de la Universidad de los Andes, especialista en Servicios Públicos de la Universidad Externado de Colombia y Magister en Derecho Administrativo de la Universidad Militar Nueva Granada. Se desempeña como líder de Control de Procesos y Gestión Integral de la Gerencia de Abastecimiento de la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá S.A. (ETB). Se desempeñó como docente asesora de la Clínica de Violencia Intrafamiliar y de Género de la Universidad del Rosario. Representa a las víctimas ante el Consejo Distrital para la atención integral de personas que han sufrido de violencia y explotación sexual o violencia intrafamiliar. También es representante de víctimas de la Asociación Afecto en contra del maltrato infantil. Es conferencista nacional e internacional sobre temas relacionados con violencia intrafamiliar, de género y maltrato infantil. Y dirige el colectivo Trato Teatro, expresión artística contra todo tipo de violencia.
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LA VIOLENCIA DE PUERTAS PARA ADENTRO - Maria Victoria Zambrano Ibarra
aprender.
Prólogo
Cuando recibí de María Victoria la confianza para escribir el prólogo de este libro, no sabía qué pensar. Yo, un joven médico en formación e inexperto, responsable de introducir un libro que tendrá gran impacto. ¿Qué puedo decir? Después de meditarlo, entendí que este regalo no era para mí sino para mi mamá, una mujer poderosa pero también la personificación del resultado fatídico que puede tener la violencia intrafamiliar y de género que día a día azota a nuestro país.
Se percatarán que en cada una de las palabras escritas aquí hay alguien que habla, pero ese alguien no soy yo. Quiero que cada palabra sea una parte de la voz perdida de mi mamá. Quiero que en cada expresión su esencia esté presente y así, de una forma fugaz, cada vez que alguien la lea, ella vuelva a la vida para entregarnos a todos su luz. Que su vida vuelva a ser inspiración y su nombre viva para siempre.
Debo confesar que he repasado cientos de veces el título de este libro y cada vez que lo hago encuentro algo nuevo, pero al final del día todos mis pensamientos se resumen en uno: su nombre no es más que el anhelo de miles de que su voz sea escuchada. La violencia de puertas para adentro no es más que la metamorfosis conceptual que nuestro contexto actual necesita. Es hora de que nos convirtamos en agentes del cambio y que desde nuestra realidad edifiquemos otra en la cual la violencia deje de ser el eje sobre el cual nos relacionamos con los demás.
Ya les había dicho que no iba a usar estas líneas para mí sino que se las iba a ceder a mi madre, pero no les he dicho quién era ella y por qué las merece. Mi mamá era de esas personas que después de conocerlas te transforman. Ella colmó de luz y tranquilidad la vida de todos los que la rodeaban. Ayudó con su trabajo a muchas personas y fue una inspiración para sus pacientes, a quienes apoyó de manera incondicional hasta que salieron de sus problemas, en fin, fue una mujer de alto impacto.
Pero mi mamá vivía con una camisa de fuerza porque su realidad estaba limitada por un hombre, el que ella escogió para que la acompañara durante su vida. Ese hombre llenó su vida de miedos e inseguridades, cargó su mundo de violencia. Ese hombre, que ella algún día eligió, terminó por arrebatarle la vida.
Creo que ahora entienden cuál es mi propósito con estas líneas, creo que comprenden por qué estas líneas pertenecen a este libro. El nombre de mi mamá es uno de los tantos que debería hacer parte de estas páginas porque pertenece a la interminable lista de aquellos que se han perdido en la historia de violencia en la cual hemos crecido como sociedad.
La violencia en todas sus expresiones ha sido para mí un punto de quiebre en mi vida, porque dibujó para mí y mi familia un camino que jamás hubiera pensado recorrer. Hay muchas formas de ejercer violencia, en pocas ocasiones significó para mí golpes y malas palabras. El tipo de maltrato que enfrentamos mi mamá, mi hermano y yo es uno de los más desgastantes, pues se ejerce todos los días. Cuando pienso en ello, el dolor inunda mi corazón porque recuerdo a mi mamá con miedo por las amenazas de papá: él decía que se iba a hacer daño y que nos lo iba a hacer a nosotros; escuchar esas palabras a diario y no saber en qué momento se iban a volver realidad es una situación que no quisiera que nadie más viviera.
Era una forma de violencia pasiva, pero que se ejercía con tanta vehemencia que nos tenía derrumbados; así que cuando todo ese odio se materializó en la muerte de mi madre y en la posterior muerte de mi padre, para mi hermano y para mí solo fue el final de algo más grande que se había iniciado hacía dos años. Lo que quiero que comprendan al contarles esto, es que no existe un tipo de violencia insignificante sino que cualquiera de sus formas merece nuestra atención.
Deseo aprovechar estas líneas para hacer un llamado a todos como sociedad. Siento que parte del problema es que nos hemos acostumbrado a las dinámicas de la violencia, se han convertido en algo normal en nuestra cotidianidad y son formas de relacionarnos aceptadas por la sociedad. Es común que en diferentes contextos sea incluso fuente de burlas. Aunque parezca descabellado, me he visto envuelto en múltiples conversaciones en las que, por ejemplo, agredir físicamente a una mujer se ve como una forma de amor y en otras en las que se glorifica la masculinidad según cuántas mujeres se tienen al tiempo. Lo curioso de estas situaciones es que no son exclusivas de los hombres, en muchas ocasiones hay mujeres que son agentes pasivos ante tales bromas y muestran su aprobación por medio de risas.
Este apartado tiene como objetivo decirles que es necesario dejar de normalizar la violencia, de que hombres y mujeres nos paremos en una posición de total repudio a estas dinámicas que lo único que hacen es destruir nuestra sociedad.
No quiero que estas palabras suenen vacías, así que quiero exponerles un poco de la realidad que vive Colombia en cuanto a la violencia de género, en especial respecto a los feminicidios. Según cifras publicadas por Medicina Legal, en el 2014 se presentaron 810 casos de feminicidio. La cifra descendió paulatinamente en el 2015 con un total de 670, pero repicó de nuevo en el 2016, año en el que murió mi mamá, con un total de 731 casos. El panorama en el 2017 no mejoró, cerró con una cifra récord de 940 feminicidios. Según Medicina Legal, en promedio mueren en el país 2,2 mujeres al día y en el 2017 la cifra ascendió a 2,57 muertes diarias. Según el mismo estudio, el grupo de edad en el cual se presentan más casos es el de mujeres jóvenes entre los 20 y los 35 años. En el 2014, 358 mujeres entre estas edades perdieron la vida a manos de un hombre, en el 2015 la cifra ascendió a 305 y en el 2016 bajó a 291.
Por último, quiero compartirles una estadística que hace parte de la realidad que vivió mi familia. El Instituto de Medicina Legal realizó una distinción, según la relación del agresor con la víctima, y encontró que en los tres años estudiados la mayoría de las mujeres murió a manos de su pareja o expareja: en el 2014 fallecieron 90, 81 en el 2015 y en el 2016, año en el que perdí a mi mamá a manos de mi papá, 101. Con estas cifras solo quiero mostrarles que el problema es real, que todos los días pasa y que los avances que se han realizado aún son insuficientes para mitigar este tipo de conductas.
Quiero continuar en la misma línea con una crítica que nace desde mi experiencia. El país se ha visto conmocionado en los últimos años con los casos de maltrato en contra de la mujer. A raíz de ello, se han generado cambios que son un avance gigante en el marco penal que busca proteger a las mujeres que son víctimas de maltrato o, como en el caso de mi mamá, de feminicidio. En el 2015 se aprobó en el Congreso de la República la Ley Rosa Elvira Cely, que tipifica al feminicidio como un delito independiente en Colombia. Esta ley es un avance notable en cuanto al aumento de penas y la pérdida de beneficios para los agresores de mujeres, pero no es suficiente. Siento que como sociedad hemos perdido el rumbo, dejamos de lado lo que de verdad importa.
Como nación debemos apostarle a la protección de las mujeres, no al castigo de los agresores, porque para las víctimas nunca habrá justicia, nunca vamos a dejar de sentir esa ausencia; para nosotros, los que lo perdimos todo, la sensación de que se pudo hacer más para evitar estas situaciones nunca va a desaparecer.
Quiero terminar estas líneas con esperanza porque siento que como sociedad la hemos perdido y si de algo estoy seguro, es que no hay fuerza más poderosa que el sentir que todavía se puede hacer algo. Quiero que todos seamos agentes del cambio, que entendamos que, desde nuestra posición, podemos hacer algo para que estas dinámicas violentas no se repliquen.
Estas líneas son un llamado para que no aceptemos ningún tipo de violencia y, sobre todo, para que no seamos parte de los contextos en los cuales esta se da. Lo último que quiero decirles es que las páginas de nuestra historia se han escrito con la sangre de mujeres excepcionales como lo fue Rosa Elvira Cely o como mi mamá; es hora de que las páginas que nos restan se escriban con una tinta especial que hace mucho no usamos: la del amor, el perdón y la esperanza.
Miguel Ángel Murcia Claro
Estudiante de Medicina
Universidad de los Andes
1. El propósito de mi escrito
"La experiencia no es lo que te sucede,
sino lo que haces con lo que te sucede".
Aldoux Huxley
(filósofo y escritor inglés).
Hoy, mientras me miro al espejo, observo a una mujer muy diferente a la niña que fui, no solo por los cambios físicos que marcan con los años las líneas de expresión sino porque al mirarme a los ojos percibo una paz interior que jamás imaginé alcanzar. Me veo sonriente, con la mirada plena de seguridad y de esperanza, esforzándome por lograr las metas trazadas, en mi beneficio y en el de las personas que amo, y por el bienestar de aquellas con las que comparto día a día mi existencia.
Esto no quiere decir que no existan otras heridas o que no regrese al pasado, sin embargo, ahora solo lo hago por momentos como aprendizaje y no para permanecer o aferrarme a él.
Es probable que mi imagen no refleje mi renacer interior, resultado de innumerables experiencias que me han hecho entender, aprender, cambiar y crecer. He asumido y transformado, con el transcurso del tiempo, las consecuencias de las conductas violentas de otros y asimilado con entereza las enseñanzas que en ocasiones se aprenden con dolor. Veo en el espejo a un ser humano sensible, fuerte, precavido, valeroso, con sueños y temores, más seguro