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Babel o barbarie
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Libro electrónico570 páginas8 horas

Babel o barbarie

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En la era de la comunicación y de la información, verdaderas líneas de fuerza de la aldea global que habitamos, la cohesión social en clave netamente democrática se ha convertido en el verdadero núcleo motor de las políticas públicas de futuro. En esa perspectiva, la política lingüística (todas ellas, incluso las que abogan por la abolición de toda política lingüística) juega un papel determinante: las sociedades modernas —es decir, los individuos y grupos que las integran— avanzan claramente en la línea del multilingüismo como eje vertebrador de identidades culturales y lingüísticas destinadas no a la confrontación, sino a la convivencia y al mutuo enriquecimiento.
IdiomaEspañol
EditorialAlberdania
Fecha de lanzamiento2 ene 2010
ISBN9788498681840
Babel o barbarie

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    Babel o barbarie - Patxi Baztarrika

    Babel o barbarie

    BABEL O BARBARIE

    © 2010, Patxi Xabier Baztarrika Galparsoro

    © Prólogos 2010, David Crystal / 2010, Pedro Miguel Etxenike

    © De la traducción 2010, Jorge Giménez Bech

    © De la presente edición: 2010, ALBERDANIA, SL

    Plaza Istillaga, 2, bajo C. 20304 IRUN

    Tel.: 943 63 28 14

    Fax: 943 63 80 55

    alberdania@alberdania.net

    Portada y diseño: 2010, Antton Olariaga

    Digitalizado por Comunicación Interactiva Adimedia, S.L.

    www.adimedia.net

    ISBN edición impresa: 978-84-9868-095-9

    ISBN edición digital: 978-84-9868-184-0

    Depósito legal: SS. 468/2010

    PATXI BAZTARRIKA

    BABEL O BARBARIE

    Una política lingüística legítima y eficaz para la convivencia

    E N S A Y O

    Prólogos

    de David Crystal

    y Pedro Miguel Etxenike

    Traucción

    Jorge Giménez Bech

    A L B E R D A N I A

    Prólogos

    David Crystal

    y

    Pedro Miguel Etxenike

    BREVES REFLEXIONES EN EL UMBRAL

    David Crystal

    Las ideas que teníamos acerca de la lengua fueron profundamente transformadas por tres evoluciones que, en la década de 1990, supusieron una revolución. La idea de una lengua global se hizo, finalmente, realidad: los datos relativos al uso ratificaron la sospecha que muchos habíamos albergado durante decenas de años, es decir, que el inglés se convertiría en la primera lingua franca global de todo el planeta. Ciertas encuestas ratificaron también otra realidad: eran muchísimas las lenguas que corrían peligro, un grave peligro, y nos advirtieron de que, si no hacemos nada, quizá la mitad de las lenguas del mundo mueran en el transcurso de este siglo XXI. Y llegó también Internet, primero, en 1991, como red que abarcaba todo el mundo (world wide web), y después a través de otros modos electrónicos, como el correo electrónico, el chat, el bloging, y ese proceso se ha prolongado en los años 2000 con los mensajes de texto y las redes sociales. Para todos nosotros, la perspectiva de la lengua ha cambiado para siempre, nunca volverá a ser como antes.

    Por otra parte, para los profesionales de la gestión lingüística, estas evoluciones han supuesto un desafío enorme y jamás conocido. Nos vemos en la necesidad de dar nuevas respuestas a las antiguas preguntas de la sociolingüística. ¿Cómo elaborar, en esta nueva situación, una política lingüística que ampare las diferentes identidades y promueva la cohesión social? Patxi Baztarrika ha acertado a buscar la respuesta en el lugar adecuado: en la Unión Europea, que se ha convertido, en las décadas pasadas, en líder mundial de la gestión lingüística; en la propia España, donde las lenguas minorizadas han irrumpido con fuerza en las instituciones; en el País Vasco, donde el euskera demuestra fehacientemente cómo una isla lingüística puede pervivir rodeada de idiomas indoeuropeos absolutamente diferentes.

    Comprendemos bien en la teoría los principios de la política de pluralidad cultural, pero son de difícil aplicación cuando se están registrando cambios tan rápidos en la inmigración, en las transformaciones de futuro de la economía y en las tecnologías de la información. El objetivo consiste en tratar con voluntad de igualdad todas las lenguas que intervienen en un ámbito determinado, sin jerarquía, sin enfrentarlas entre sí. Para que así sea, cada lengua necesita, como explica el autor, su entorno, su espacio vital. Especial interés reviste comprobar cómo las nuevas tecnologías agregan una nueva dimensión a ese espacio. Las lenguas siempre han hallado un lugar en escuelas e instituciones, tanto en el sector público como en el privado; ahora vemos que se han incorporado también con fuerza a los recursos electrónicos donde ofrecen nuevas y amplias oportunidades, especialmente en los diversos tipos de dominios de Internet. La comunicación digital adquiere una especial relevancia, puesto que es ella la que provoca el interés y compromiso de las generaciones jóvenes de un país –las mismas que serán, a su vez, progenitoras de las siguientes generaciones de niños–, y sabemos además que no hay lengua capaz de sobrevivir sin el apoyo y entusiasmo de la juventud. A fin de cuentas, la política de diversidad lingüística se juega su éxito precisamente en la forma en que la misma sea gestionada en el seno del mundo digital.

    Todo esto requiere una profunda y amplia reflexión, a fin de perfilar un modelo práctico que, combinando práctica y teoría, muestre las realidades de la vida cotidiana. Y eso es, precisamente, lo que ha hecho el autor de Babel o barbarie.

    CERCA DE TREINTA AÑOS

    DE LEY DEL EUSKERA

    Pedro Miguel Etxenike Landiribar

    Pronto se cumplirán treinta años desde que pusimos en marcha el autogobierno de Euskadi. Desde el principio, desde aquellos momentos en que comenzábamos a reforzar los cimientos de nuestra comunidad quiero decir, concedimos especial importancia a la normalización lingüística: quisimos abrir las puertas para que aquella lengua y sabiduría, en ocasiones arrinconada, llegara a ser apta para cualquier ámbito. Como Lizardi, también nosotros queríamos que el euskera se abriera a todos los ámbitos. El País Vasco es, si algo es, el país del euskera, y la sociedad quiso aunar ambos conceptos plantando en el lugar adecuado los pilares de una verdadera sociedad bilingüe.

    En consecuencia, quienes reconstituimos el Gobierno Vasco en 1980 quisimos dar a nuestra lengua el oportuno acomodo legal, y ése fue, precisamente, uno de los objetivos de nuestro recién formado Gobierno: nos propusimos dar oficialidad, y oportunidad de igualdad, al idioma que había sido relegado durante años. Ésa fue la guía de nuestro recorrido durante aquellos inicios. Acometimos la tarea con ganas y energía.

    Así surgió, en 1982, la Ley de Normalización del Uso del Euskera, tras su debate y acuerdo por parte de los partidos representados en el Parlamento Vasco. Han pasado cerca de treinta años desde entonces, y hemos podido comprobar cómo aquella humillada lengua en pleno retroceso levantaba, primero, la cabeza, para reclamar después la atención de cada vez más gente, y, finalmente, comenzar a extenderse a lugares que ni en nuestros más febriles sueños hubiéramos imaginado. Esa ley básica ha situado, en gran medida, uno de los ejes principales de la construcción social de Euskadi. Y también eso ha aupado nuestra lengua. Difícilmente se puede negar tal hecho.

    Acordamos, como digo, la ley: la ley del euskera recibió el voto favorable de la mayoría de los parlamentarios, y así se ofreció a la totalidad de la ciudadanía un entorno adecuado, al menos desde el punto de vista legal –en cualquier caso, ello no es poco–, para comenzar a usar el euskera de manera progresivamente creciente. Parece sencillo, sí, pero es bastante más fácil decirlo que llevarlo a la práctica. La nueva ley, no obstante, partía de un punto idóneo: aquel amplio acuerdo. Por eso nos propusimos impulsar una política lingüística integradora, que no discriminara a nadie y que no fuera tomada como bandera por parte de nadie. Grande fue nuestro esfuerzo en pos de un euskera que queríamos patrimonio de todos. Queríamos una lengua que saliera a la plaza pública, como soñara aquel navarro de Saint-Jean-Pied-de-Port, y nos propusimos dar inicio a la oportunidad que el euskera necesitaba. Así, el acuerdo que alcanzamos en aquel momento se sustentó sobre los cuatro pilares que a continuación describiré.

    El primero: normalización y fomento. El objetivo primordial de la Ley del Euskera era la normalización del uso, es decir, encauzar el derecho de la ciudadanía a conocer y usar ambas lenguas oficiales en la vida cotidiana. Ello, obviamente, requería la adopción de medidas positivas en favor de aquella de ambas lenguas caracterizada como más débil.

    El segundo: nada es posible contra la voluntad. Debemos tener claro que nuestra política debe establecer el adecuado vínculo entre dos extremos: los derechos corresponden a los ciudadanos, mientras que las obligaciones, por el contrario, a la administración. En consecuencia, el ciudadano puede usar el euskera o el castellano, es él quien debe optar en cada ocasión. Ciertamente, no se obligará a nadie a hablar un idioma que no desee hablar, pero la administración no puede actuar de igual manera, puesto que viene obligada a responder en la lengua elegida por el ciudadano.

    El tercero: fortalecer la sociedad bilingüe. La práctica totalidad de la sociedad de aquella época era castellanohablante; el euskera, por el contrario, sólo era de unos pocos, y éstos no podían (no pueden) usar el euskera con la libertad que desean, por lo que se ven imposibilitados, en la práctica, para ejercer el derecho que la ley les reconoce. ¡Cómo hacerlo, cuando el vecino desconoce esa lengua! Para que tal derecho sea verdaderamente garantizado, la sociedad debe ser bilingüe. Por tanto, y teniendo en cuenta las características de la sociedad, la firmeza debe ir de la mano de la flexibilidad, y eso era lo que entonces teníamos en mente: la flexibilidad que se puede pedir en las aplicaciones va necesariamente unida a la firmeza que se debe requerir al principio general. Porque no cabe el verdadero bilingüismo si la propia sociedad no es bilingüe. En el momento en que aprobamos la ley estimé que serían necesarios alrededor de sesenta años para llegar a una sociedad vasca bilingüe. Estamos más cerca del objetivo que entonces, pero no es poco lo que aún falta. En cualquier caso, se puede afirmar que las generaciones más jóvenes son ya bilingües. Ello, no me cabe duda, influirá en gran medida en las siguientes generaciones. Esto nos enseña hasta qué punto es necesario que firmeza y flexibilidad vayan juntas. Pero se debe dejar que el tiempo haga su camino: con calma, si se quiere, pero sin pausa.

    El cuarto: cohesión social. La política lingüística ha de ser integradora, debe promover la cohesión social. Puesto que nos proponemos construir una sociedad democrática, es preciso que cimentemos la política lingüística sobre el acuerdo social. Los vascófilos debemos ser capaces de alimentar y reforzar continuamente la adhesión de la ciudadanía al euskera.

    A mi entender, la política realizada a lo largo de estos 30 años teniendo en cuenta la vía sustentada por esos pilares fundamentales ha dado unos frutos espectaculares: nuestra sociedad es más bilingüe que entonces; los jóvenes son más bilingües; el euskera cuenta con más hablantes que nunca; ha ganado nuevos ámbitos, y hoy tiene acceso a lugares que nuestros antepasados no hubieran podido imaginar. Por último, y también hay que hacer mención de ello, el euskera es, como lengua, más versátil y rico que hace 30 años. El euskera ha avanzado.

    ¿Por qué ha ocurrido todo esto? En mi opinión, a pesar de que sea verdad que la política lingüística de los poderes públicos ha sido eficaz, y he tratado de resaltar la importancia de ello, hay otra razón aún más decisiva: la voluntad de la sociedad. Ha sido la propia sociedad quien ha decidido impulsar el euskera. Si consideramos la experiencia de estos años, existen razones para valorar positivamente lo sucedido, al margen de las zonas de sombra que todos podemos detectar. Porque es cierto que quien desea vivir en euskera aún encuentra dificultades para ejercer sin trabas su opción lingüística.

    Patxi Baztarrika afirma, en las páginas que siguen, que al euskera aún le quedan por desarrollar ámbitos normalizados y atractivos. Coincido en ello con él. La cuestión lingüística no se asemeja a la religiosa: la opción religiosa es limitativa (no es posible profesar simultáneamente más de una religión), pero la lengua rompe los límites: cuantos más idiomas se dominan, tantas más oportunidades se abrirán ante el hablante, se le amplía el mundo. La ciudadanía debe disfrutar del euskera, y ha de sentir que así se enriquece, y no como si pidiera continuamente permiso. Debemos hacer esta nuestra lengua (puesto que el euskera es únicamente nuestro) apta para cualquier ámbito: en el arte, en la literatura, en los medios de comunicación, en la cultura… debemos verla en todos ellos, vinculada a la ternura, a los sentimientos, a los espacios lúdicos, a la dulzura y a todas nuestras vivencias íntimas. Así haremos el euskera más nuestro. Así será polivalente. Ése es nuestro reto.

    Aunque no sólo ése. Polivalente sí, pero no de cualquier manera. Euskera y calidad deben caminar del brazo. Cuanta mayor calidad apreciemos en nuestro idioma, cuanto mejores servicios nos rinda, tanto más necesario lo sentiremos. Y, puesto que me he adentrado en este terreno, quisiera decir en alta voz que constituye una insensatez, cuando no mera ignorancia, contraponer euskera y calidad, enfrentarlos, como algunos hacen con cierta frecuencia. Ofrecer un servicio en ambas lenguas quiere decir eso, y sólo eso: que se ofrece en ambas lenguas, nada más. Y en ambas se puede ofrecer bien, o mal, puesto que la mera oferta no guarda relación alguna con la calidad. Si se ofrece bien en ambas lenguas, eso que hemos ganado. Enfrentar euskera y calidad significa reincidir en una vieja e insustancial discusión, como este mismo libro demuestra.

    Como repetía una y otra vez en mis tiempos de consejero en el Gobierno Vasco, si nuestra construcción social tiene futuro, ésta deberá basarse en la calidad de su cultura, en la ciencia, en la tecnología y en el euskera.

    Nuestra lengua se ve cada vez más introducida en el mundo de la tecnología. Es una señal de vitalidad y un motivo de alegría, un excelente signo. Ahí queremos ver nuestra lengua, para que pueda avanzar. Como dije en Leire al recibir el Premio Príncipe de Viana, "me preocupa nuestra lengua, el euskera, lingua navarrorum. Digo nuestra, porque es sólo nuestra, pero no porque sea todo lo que tengamos; por tanto, si nosotros la perdemos, todos la pierden, para siempre".

    Es preciso apartar la cuestión lingüística de la contienda política cotidiana. Así, debemos reclamar responsabilidad a todos nuestros representantes políticos, tanto a los de más elevado rango como a todos los demás. Actuar con responsabilidad significa encauzar políticas positivas en pro del euskera, conducirse con audacia a la hora de adoptar medidas que garanticen verdaderamente la igualdad de oportunidades, que todos hagan suyo el euskera, esforzarse por conocer y tomar en consideración la realidad del otro. El euskera merece toda nuestra solidaridad y adhesión. Porque todos merecemos el euskera.

    Es decir, debemos cimentar sólidamente nuestra voluntad de ser vascohablantes, al margen de dificultades, superando los obstáculos y actuando con tanta prudencia como inteligencia.

    Por todo ello, considero fundamental un esfuerzo permanente de renovación y fortalecimiento del consenso social en torno al euskera. Coincido, como otros muchos, con diversas ideas recogidas en el documento titulado Euskara 21: Bases para la política lingüística de principios del siglo XXI. Hacia un pacto renovado, aprobado en 2009 por el Consejo Asesor del Euskera tras ser debatido a lo largo de 2008 por un buen número de vascófilos con experiencia en política lingüística, puesto que dichas ideas participan de los principios integradores que establecimos en 1982, y han sido formuladas de manera muy adecuada de cara al futuro. Contamos, por tanto, con un excelente punto de partida, sin duda, para el camino que debe recorrer la sociedad vasca en este siglo XXI.

    BABEL O BARBARIE

    Una política lingüística legítima y eficaz

    para la convivencia

    Nosotros (los vascos) constituimos entre otras muchas clases de plantas y flores de que se compone un jardín, un género de flor o de planta diferente, y tiene el derecho a la vida como las demás; (…) nosotros no pedimos que se corte ninguna flor, sino que dejen viva la nuestra. ¿Será pedir demasiado en una civilización en que hasta las especies de animales y de vegetales tienen un valor defendido y cultivado como un bien colectivo? Pues es lo que pedimos. Nada más, ni nada menos. Esto no es, desde luego, lo que llaman política. Nadie que sea inteligente ni civilizado y por lo tanto tolerante puede estar contra la vida de nuestra cultura, sobre todo cuando no perjudicamos a ninguna otra. Además de derechos tenemos, claro es, la obligación de continuar viviendo civilizada, tolerante y fraternalmente con los demás. Tenemos los vascos esta responsabilidad sobre nuestras espaldas para con las generaciones futuras.

    José Miguel de Barandiaran

    (Martin Ugalde, Hablando con los vascos)

    RECONOCIMIENTO Y AGRADECIMIENTO

    Es éste un libro que ha bebido de múltiples fuentes. No ha surgido de la nada, sino que nace deudor. Por eso quiero, desde el principio, saldar las deudas, o al menos reconocerlas.

    Por una parte, se trata de reflexiones provocadas por ideas surgidas en debates con muy diversas personas y por la lectura de textos de muy diversos autores. De muchas de esas obras se da noticia a lo largo del libro, y quedan recogidas en la bibliografía. Vaya desde aquí, por tanto, mi reconocimiento y agradecimiento a tales autores.

    Por otra parte, las reflexiones recogidas en el presente ensayo se sustentan en la experiencia de largos años de trabajo en la esfera del euskera, pero especialmente en la adquirida en los cuatro años de responsabilidad en la gestión de la política lingüística en el Gobierno Vasco.

    Por eso, mi agradecimiento a Miren Azkarate, por brindarme la oportunidad de ocuparme de la Viceconsejería de Política Lingüística del Gobierno Vasco, y, además, porque fue para mí siempre un estímulo, jamás un freno, en nuestra estrecha colaboración.

    Muchas gracias a quienes colaboraron conmigo, tanto directamente como desde fuera pero siempre en la cercanía, en la Viceconsejería de Política Lingüística del Gobierno Vasco, muy especialmente a mis colaboradores del Comité de Dirección, siempre presentes y activos en el debate, fuera día de labor o festivo.

    Muchas gracias a los amigos Lorea Bilbao, Erramun Osa y Joseba Erkizia, atentos lectores del manuscrito, que me han hecho llegar sus valiosas observaciones y sugerencias.

    Aun a sabiendas de que puede resultar sospechoso dar las gracias a los editores, no me resisto a cumplir este hondo deseo: muchas gracias, cómo no, a Inazio Mujika Iraola y Jorge Giménez Bech, de Alberdania. Han leído palabra a palabra y de manera exhaustiva lo que he escrito, y, además de sus correcciones, me han hecho llegar un buen número de observaciones de gran utilidad para la mejora del original, siempre para aligerar el texto y en favor del lector.

    Muchas gracias también, de corazón, a los prologuistas, el lingüista británico David Crystal y el científico vascófilo Pedro Miguel Etxenike. Etxenike fue quien, en nombre del primer Gobierno Vasco posterior a la dictadura, y en su calidad de consejero de Educación y Cultura, llevó al Parlamento Vasco el proyecto de la Ley del Euskera, y quien ejerció como cocinero mayor de los cocineros, de muy diverso cuño y manera, que trabajaron para que el Parlamento la aprobara, en 1982, con un amplio apoyo. Así pues, fue, junto a otros, un pionero en la labor por frenar el retroceso del euskera y por encaminarlo hacia el avance. David Crystal, por su parte, es un lingüista internacionalmente reconocido, autor de una amplia y rica bibliografía en el terreno de la lingüística. Entre sus aportaciones más recientes figuran, especialmente, estudios relativos al posible efecto de Internet y las nuevas tecnologías de la comunicación en el uso de las lenguas del mundo y el equilibrio interlingüístico. Junto a ellos, es preciso resaltar sus trabajos acerca de la evolución del inglés y del cambio que dicha lengua está registrando debido a su carácter de lengua de la globalización o acerca de la diversidad lingüística en el mundo y de la crisis de las lenguas.

    Diré ahora algo obvio en sí, pero imprescindible en estas circunstancias: he contado con la ayuda, que agradezco de corazón, de todos los mencionados, pero la responsabilidad de las reflexiones y opiniones aquí vertidas es exclusivamente mía.

    Muchas gracias a Soco, entre otras razones porque a ella le debo haber podido conocer de cerca la magnitud del esfuerzo que requiere llegar a ser nueva vascohablante en la edad adulta, sin haber recibido noción alguna de euskera por transmisión familiar y sin haber dispuesto de la menor opción de usar el euskera en la enseñanza o en su originario círculo de amistades, y de llegar a serlo, además, en un país en el que aún es posible vivir sin saber euskera. Todos, pero especialmente los vascohablantes por transmisión familiar, estamos en deuda con los nuevos vascohablantes, quienes han realizado un esfuerzo titánico para hacer posible la convivencia lingüística.

    Muchas gracias a Martin y Marikruz, por muchas razones, pero en esta ocasión por la siguiente: por haberme enseñado a amar, preocuparme, gozar, enfadarme, entristecerme, alegrarme, hablar y discutir…, en definitiva, a vivir en euskera, por haberme entregado uncidos en el mismo yugo las bases de mi yo y el euskera.

    A todos ellos, y a todos cuantos, a pesar de no haber sido aquí nombrados, han provocado las reflexiones aquí recogidas, para absolutamente todos ellos, mi agradecimiento y reconocimiento.

    I

    DIVERSIDAD LINGÜÍSTICA Y

    POLÍTICA LINGÜÍSTICA EN EL

    CONTEXTO DE LA GLOBALIZACIÓN

    1. La paradoja de la globalización

    Entre los múltiples y muy diversos fenómenos que caracterizan el mundo actual, hay uno de todo punto innegable, sea cual fuere la valoración que el mismo nos merezca: la globalización. Globalización en la esfera económica y financiera, globalización en el terreno de la cultura y las lenguas, globalización en tantos y tantos ámbitos consustanciales a la vida social: he ahí uno de los rasgos más notables y definitorios de nuestro mundo, inmerso en una dinámica cada vez más acelerada de transformación. No en vano, a causa de la globalización, ese mismo mundo que en épocas aún próximas se nos antojaba inmenso parece haber menguado. En efecto, como consecuencia de la tan traída y llevada globalización, hoy vemos puentes donde antaño sólo apreciábamos barreras físicas entre países, las distancias que antes medíamos en miles de kilómetros se han visto reducidas en el tiempo, el tránsito entre los diversos países ha crecido notablemente y la información llega a todos los rincones al mismo tiempo, lo cual conlleva que sepamos más unos de otros que nunca. Me atrevería a afirmar incluso que, tanto los ciudadanos como las culturas o sociedades, si bien seguimos diferentes, sí que nos asemejamos cada vez más. Nos enfrentamos a un proceso de uniformización que tiene poco que ver con la saludable igualdad de oportunidades.

    A semejanza de otros muchos hechos sociales, el de la globalización constituye también un hecho paradójico. En efecto, parece ser un fenómeno que enfrenta dos aspectos que se niegan recíprocamente: universalidad y uniformidad, las dos caras de la globalización. Mientras una de ellas, la universalidad, representa un valor positivo, su cara opuesta, la uniformidad, es justamente lo contrario. Las amenazas para la universalidad no provienen de la particularidad, sino de la uniformidad. No existe oposición alguna entre universalidad y particularidad, como dijera Miguel Torga: lo universal es lo local sin paredes. Es justamente la uniformidad, y no la particularidad, la negación de la universalidad. La voz única, el pensamiento único, el único color, la rigidez de la unanimidad: ésos son algunos de los rostros de la uniformidad. Resulta evidente que la uniformidad únicamente aporta empobrecimiento al género humano, y, en consecuencia, deberá ser firmemente rechazada por todo aquel que mantenga vivo el sueño de la libertad, así como por toda sociedad edificada sobre los principios de la tolerancia y que garantice la igualdad de oportunidades para los diferentes.

    Pero, si nos proponemos rechazar algo con firmeza, es preciso identificar certeramente la procedencia y fuentes de energía de aquello que se desea erradicar. La uniformidad, que trata de hacerse un hueco al amparo de la globalización, emana de la ideología dominadora y extrae su aliento vital de la hegemonía del dominador. Desde ese punto de vista, por tanto, hemos de ocuparnos ineludiblemente del porvenir de la diversidad lingüística, de manera que no nos veamos deglutidos por la uniformidad de unas pocas lenguas hegemónicas.

    En la línea de lo propuesto por un buen número de expertos que han llevado a cabo investigaciones y reflexiones de absoluta solvencia en torno a estas cuestiones, comparto la idea de que la globalización conlleva infinidad de amenazas para la diversidad lingüística. Pero, con todo, lo cierto es que la única realidad existente es la de la globalización; no hay otra, y es en ese contexto donde deberemos dirimir, querámoslo o no, la pugna en pro de la pluralidad lingüística. Junto con ello, además, estoy convencido de que, paralelamente a tales amenazas y peligros, este mundo globalizado nos brinda infinidad de oportunidades para proteger y fortalecer la diversidad lingüística, incluidas algunas de las que jamás antes habíamos dispuesto.

    No existe un porvenir prefijado; antes bien, el futuro de la pluralidad lingüística vendrá determinado por lo que se haga y lo que se deje de hacer, y, sin duda alguna, existen medios y oportunidades para trabajar para que ese futuro sea halagüeño. Por eso considero saludables las actitudes positivas, y absolutamente dañinos, por el contrario, los mensajes apocalípticos preñados de angustia y resignación.

    2. La diversidad lingüística ante el peligro de extinción

    Es un hecho innegable que la diversidad lingüística corre grave peligro de extinción en muchos lugares del mundo. Antes de proseguir, no obstante, convengamos en que el peligro de desaparición no es idéntico ni similar para todos los idiomas no hegemónicos; existen diferencias entre unos y otros, por mucho que haya plañideros que acostumbren a presentarnos la práctica totalidad de las lenguas no hegemónicas como inmersas en la más negra de las noches, negando a cualquiera de ellas, no ya una noche estrellada, sino incluso la posibilidad del alba. Sea como fuere, debemos afirmar con rotundidad que la evolución de la humanidad es la historia de una merma constante de la diversidad lingüística.

    No se ha determinado aún el número exacto de los idiomas del mundo. Al decir de Tusón (Tusón, 2003), las lenguas del mundo se pueden estimar en alrededor de cuatro mil; según la Unesco, sin embargo, rondan la cifra de seis mil setecientas. Debido, por una parte, a que aún es mucho lo que queda por estudiar en el terreno de la descripción de las lenguas, y, por otra parte, a que en muchos casos no resulta sencillo determinar si la lengua en cuestión se trata de un idioma o de un dialecto, lo cierto es que el número de idiomas existentes sigue siendo materia de investigación. Sea como fuere, y al margen de cifras y cantidades, lo cierto es que la Unesco, organización pionera en este tipo de investigaciones y en la actuación en pro de la diversidad lingüística en el mundo, nos viene advirtiendo una y otra vez de que la diversidad lingüística corre serio peligro en muchos lugares del planeta.

    De los 6.700 idiomas aludidos, únicamente el 3% se ubican en Europa. Más de la mitad de ellos, excluidos de la administración, enseñanza y medios de comunicación, se hallan en grave riesgo de desaparición. A tenor del número de hablantes, los diez primeros idiomas son los siguientes: chino, español, inglés, árabe, bengalí, hindi, portugués, ruso, japonés y alemán. Detrás de éstos vienen idiomas como el francés o el italiano, así como algunos otros de notabilísimo vigor. Los hablantes de esos diez idiomas se aproximan al 50% de la población total del mundo. Es decir, los hablantes de unos pocos idiomas suponen la mayoría de la población. Pero a pesar de que el inglés es el principal idioma del mundo (aunque no cuente con el mayor número de hablantes, es la lengua preeminente en la esfera internacional), el número de quienes son capaces de hablarlo no llega a suponer un tercio de la población mundial. En consecuencia, si contempláramos la cuestión de las lenguas desde una perspectiva mundial, comprenderíamos que también los grandes son pequeños y que, en lugar de las tan extendidas tendencias glotofágicas, deberían primar las actitudes de respeto e integración respecto a todas las lenguas y comunidades de hablantes.

    La mitad de esas casi siete mil lenguas cuentan con menos de diez mil hablantes, y mil quinientas de ellas, con menos de mil. En África, son más de doscientas las lenguas que cuentan con menos de quinientos hablantes. La cantidad de hablantes no garantiza por sí sola, ni mucho menos, la pervivencia de un idioma. Podríamos ilustrar con multitud de ejemplos que existen idiomas que, aunque cuentan con apenas unos miles de hablantes, en su territorio disponen de un desarrollo funcional pleno y, en consecuencia, perviven más saludablemente que otros idiomas que cuentan con un contingente de hablantes mucho mayor. No obstante, se debe tomar en consideración que, según multitud de expertos, difícilmente se puede garantizar la pervivencia de una lengua por debajo de los cien mil hablantes, y más difícilmente aún en esta era de la globalización.

    Es asimismo preocupante la previsión del eminente lingüista Josué A. Fishman (Fishman, 1998-1999; traducción, 2001):

    Las lenguas más minoritarias de la escena mundial quedarán oprimidas entre sus vecinos regionales inmediatos por un lado y el inglés por el otro. Las lenguas locales más puras (aquellas con menos de un millón de hablantes) se verán amenazadas con la extinción durante el próximo siglo. Como resultado, muchas comunidades minoritarias no sólo intentarán fomentar sus propias lenguas, sino también limitar las invasiones de las lenguas vecinas más poderosas.

    Marie Smith Jones falleció en 2008, y con ella exhaló su postrer aliento el idioma eyak, puesto que Marie era la última hablante de esa lengua que aún permanecía viva entre la multitud de idiomas de Alaska. Para que no le ocurriera otro tanto, y según supimos en el verano de 2008, un agricultor del estado mexicano de Tabasco, el indígena Manuel Segovia Jiménez, se dedicó a enseñar el idioma zoque ayapaneco, a fin de que perviviera esa lengua mesoamericana que únicamente el propio Manuel y un amigo suyo son capaces de hablar. Manuel Segovia e Isidro Velázquez (de 72 y 66 años respectivamente) eran los únicos hablantes de zoque ayapaneco. Y digo eran porque ya no lo utilizan, puesto que han dejado de ser amigos y, en consecuencia, de hablarse. Según reconoció Segovia (El Universal – México, 10-07-2008) al dar cuenta públicamente de su iniciativa, en las comunidades indígenas hay egoísmos, nos no quieren enseñarlo y otros no quieren aprender. No lo hablan porque les parece una vergüenza.

    El riesgo de desaparición es, en efecto, evidente. Ése ha sido, además, el camino que ha recorrido la humanidad a lo largo de la historia. En este mundo, que cuenta hoy con alrededor de 6.700 idiomas y más de seis mil millones de habitantes, parece ser que se hablaban veinte mil lenguas cuando la población era inferior a la de hoy en varios miles de millones de habitantes. A la luz de tal evolución, existen, por tanto, motivos suficientes para contemplar con preocupación la cuestión de la diversidad lingüística. Este mundo, que tanta sensibilidad muestra en lo tocante a la exhaustiva protección de las especies animales y vegetales o a la conservación del patrimonio arquitectónico, debería sustentar con idéntica sensibilidad la diversidad lingüística.

    Sea como fuere, reiteraré que, al referirnos al peligro de extinción de la diversidad lingüística, no debemos meter en el mismo saco todos los idiomas no hegemónicos. Y no sostengo esto porque considere más importantes unas lenguas que otras: la pérdida de cualquier idioma es un hecho grave, pues todos son iguales en cuanto a su dignidad y al respeto que les debemos, tal como el lingüista Moreno Cabrera viene manifestando en repetidas ocasiones (retomaré este tema más adelante). Es decir, incluso la desaparición de la lengua que cuente con el más exiguo número de hablantes constituye una grave pérdida para toda la humanidad. Y afirmo esto porque, al igual que en cualquier otra iniciativa humana, en las estrategias tendentes a la protección de la diversidad lingüística es imprescindible partir de un diagnóstico correcto, al menos si se pretende verlas coronadas por el éxito. Las situaciones del euskera, gallego, catalán o gaélico son distintas también entre sí, y se enfrentan a problemas y retos específicos (me referiré en detalle a los del euskera más adelante); pero la situación de dichas lenguas no tiene nada que ver con el estado de salud de otros cuantos miles de idiomas que carecen de amparo legal, de presencia en los medios de comunicación o en la enseñanza, de prestigio social, de tradición escrita, de ortografía. Ése es el caso de la mayoría de las lenguas africanas.

    3. ¿Por qué preservar la diversidad lingüística?

    La nuestra es una sociedad compleja, y, por ello, sólo nos resultan útiles los paradigmas propios de la complejidad, también en las cuestiones relacionadas con la lengua. Algunos –o más exactamente, quienes se sienten fuertes a la sombra de la lengua hegemónica– confunden la complejidad inherente e íntimamente vinculada a la sociedad con engorros y complicaciones (a su juicio) baldíos. Así, venimos oyéndoles o leyéndoles una y otra vez una pregunta retórica, formulada sin el menor exceso de humildad: Protegerla o tolerarla, pase, pero ¿para qué habríamos de impulsar o nutrir la diversidad lingüística?. Tirando del hilo de esa pregunta se llega a sostener lo que sigue: eso de que ‘cuantas más lenguas más riqueza’, no es así. En política la verdadera riqueza es tener una lengua común (Savater, Fernando: ABC, 29-06-2008). A este respecto, me veo obligado a reformular una idea ya expuesta aquí: resulta llamativo que a muchos de quienes defienden con el mayor énfasis la conservación del patrimonio arquitectónico, etnográfico y arqueológico o de la biodiversidad de la flora o la fauna se les antoje un lujo engorroso y baldío la conservación de la diversidad lingüística, sin que les importe prescindir de ella. Resulta asimismo llamativo que muchos de quienes, frente a la homogeneidad que a su entender promueven los nacionalismos, ondean la bandera de la pluralidad social pero desprecian y rechazan, cuando se trata de las lenguas, esa misma pluralidad que tanto dicen apreciar.

    Acostumbran a manifestarse en público las más dispares opiniones respecto al valor de la diversidad lingüística y cultural. Tengo para mí que las ideas –tanto da que sean formuladas con tacto o torpemente– de quienes imaginan el mundo como si de un ente monocolor (del color de cada cual) se tratara en lo que respecta a las cuestiones lingüísticas e identitarias encierran concepciones ya claramente rancias. Y digo rancias precisamente porque es ya muy vieja –además de desintegradora– la representación de las relaciones entre las lenguas y culturas del mundo como si de una oposición en opresoras y oprimidas se tratara.

    En la historia de la humanidad, en los siglos anteriores al nacimiento del liberalismo y de la democracia, se consideraba que la mayor fuente de conflicto entre los Pueblos y Estados del mundo provenía de la diversidad, y que, en consecuencia, únicamente los sistemas cimentados sobre la uniformidad y la negación de la diversidad podía garantizar el progreso. Se trata de un punto de vista que la modernidad ha superado y arrumbado al trastero de la historia, pero es evidente que aún aparece con fuerza ese punto de vista que a menudo tan enconadamente dificulta la convivencia. Porque lo monocolor es más fácil de aprehender –especialmente si el color es el propio– que la multiplicidad; porque es más sencillo jugar un partido a vida o muerte y soñar con vencer al opresor que organizar una convivencia equilibrada y capaz de preservar la diversidad; porque resulta más grato aferrarse a la hegemonía que compartir el poder. Así es todo ello, ciertamente, más fácil, más sencillo, más grato; pero también más pobre y conflictivo, además de absolutamente rechazable desde el punto de vista ético, pues nada de todo ello es legítimo ni tampoco eficaz en orden a la consecución de una convivencia armoniosa.

    Aportaré a renglón seguido algunas referencias ilustrativas de ese punto de vista. El ex presidente español José María Aznar acostumbra a traer a colación este tema en las conferencias que imparte en diversos países, presentando la diversidad y la integración como enemigos irreconciliables, según la pauta de los ideólogos anteriores a la democracia liberal. Por ejemplo, y según las referencias recogidas por la prensa en su momento, en la conferencia que pronunció el ex presidente español en la Universidad John Hopkins de Washington en 2002, se esforzó por exponer la tesis según la cual multiculturalidad e integración se contraponen, y en una mesa redonda celebrada en la Universidad Georgetown (El Mundo, 27-10-2006), en la que también estaba presente el escritor peruano Mario Vargas Llosa, afirmó lo siguiente:

    El multiculturalismo ha sido un fracaso en Europa. (…) El multiculturalismo divide y debilita a las sociedades, no favorece la tolerancia ni la integración y es probablemente el problema más complicado de Europa en la actualidad.

    Es digno de mención el hecho de que tales afirmaciones contradicen radicalmente los principios recogidos en la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias, ratificada en 2001 (nueve años después de haberla suscrito) por el Gobierno de España presidido por José María Aznar. En efecto, la carta europea de las lenguas proclama que la protección e impulso de dichas lenguas representa una valiosa aportación a la construcción de una Europa cimentada sobre la democracia y la pluralidad cultural.

    El punto de vista que da pie a las palabras de Aznar es compartido, entre otros, por el escritor Arcadi Espada y el filósofo Fernando Savater. En palabras de Espada (El Mundo, 06-02-2009),

    La proliferación de lenguas me parece una desgracia. Babel es una desgracia, una maldición, (…) un obstáculo al libre crecimiento de la inteligencia. Las lenguas son puros elementos funcionales del hombre. Sólo hay que ver el desarrollo de la humanidad moderna, que ha sido tendente a la eliminación de lenguas y a la instauración de una lengua que hoy es la lengua franca de los negocios. No me importa que ese progreso acabe con mi lengua materna.

    Siguen ahora unas palabras ilustrativas de la visión de Savater (El País, 26-05-2009) sobre este particular:

    Las ventajas de una lengua única para la comunicación humana me parecen indudables. (…) Los partidarios de Babel, empeñados en convencernos de que multiplicar las lenguas multiplica la riqueza cultural, deberían llegar hasta el final y admitir que lo mejor sería que cada uno tuviésemos nuestro propio lenguaje: el idiolecto, es decir, la lengua monocomprensible del perfecto idiota (en el sentido etimológico del término). Tampoco resultan convincentes quienes tratan de asemejar la desaparición de una lengua a la extinción de una especie biológica, porque ningún dinosaurio quiere ser abolido, pero en cambio sí hay hablantes que prefieren cambiar de idioma cuando el que tienen no les ofrece más que desventajas [la cursiva es nuestra].

    Para que un diálogo, sean cuales fueren la materia y el interlocutor, sea fructífero, es imprescindible que cada uno trate de comprender las razones del otro. Por mucho que me empeño, me resultan incompresibles las últimas palabras del fragmento de Savater: ¿acaso existe en el mundo alguna lengua que no ofrezca más que desventajas? Es evidente que hay idiomas que, en relación a muchos otros, resultan ventajosos en ciertos contextos, lugares y actividades, pero de ahí no se puede deducir que aquellos idiomas que no presenten ventajas respecto a otros presenten por ello desventajas. Aceptemos que ciertas lenguas resultan ventajosas en determinado contexto y otras no, pero nada más, porque no es cierto, contra lo que Savater sostiene, que existan lenguas con aspectos perjudiciales y negativas. Tal posición se sustenta sobre una visión que constriñe al mundo a una bandería de blanco o negro y a sus pobladores a clasificarse con arreglo a la dicotomía amigo o enemigo. Los únicos idiomas que no ofrecen más que desventajas a los ciudadanos son aquellos que han sido proscritos y acosados por el poder, puesto que sus hablantes serán castigados por usarlos, lo cual, en ese caso sí, supone no sólo una carencia de ventaja, sino una clara desventaja. Pero es evidente que Savater no se refiere a eso, entre otras cosas porque tal cosa sería ejemplo de una opresión lingüística explícita y de la liquidación forzada de una comunidad lingüística. Dicho de otra manera, constituiría una negación demasiado notoria de la libertad, y Savater, por supuesto, no alude a tal cosa ni es eso lo que proclama.

    La posición que las palabras de estos tres líderes de opinión, lejos de ocultar, revelan bien a las claras nos conduce, indefectiblemente, a la agonía de la diversidad lingüística. En efecto, de la misma forma en que los seres vivos precisamos del aire para respirar, las lenguas necesitan el oxígeno del uso, y para que una lengua se utilice no basta que no sea proscrita y acosada, no basta que sea tolerada y aceptada, sino que, además, ha de ser valorada y estimada por los ciudadanos/hablantes. Para hacer desaparecer esa valoración y estima, hoy no es preciso el concurso de la fuerza del poder, existen otros medios, mucho más eficaces, además, que el recurso a la fuerza, que siempre provoca reacciones de oposición y resistencia: por ejemplo, difundir a los cuatro vientos prejuicios y tópicos despectivos contra los hablantes de las lenguas no hegemónicas. Ésa es la táctica que detectamos claramente en las declaraciones aludidas, y que quienes consideramos la pluralidad como un valor favorable –y no perjudicial– para la convivencia debemos combatir ineludiblemente.

    A tenor de esos destructivos prejuicios contrarios a la diversidad lingüística, unas lenguas serán, pongamos por caso, fáciles y otras difíciles, unas resultan agradables al oído y otras toscas, unas cuentan con muchos y otras con pocos hablantes, unas son aptas para la literatura y la cultura mientras que otras sólo sirven, en el mejor de los casos, para andar por casa, unas son ricos instrumentos de comunicación y otras deficientes, unas evolucionadas y otras atrasadas, unas modernas y otras antiguallas, unas ventajosas y otras desventajosas… ¡Cuánto prejuicio y desprecio!

    El lingüista madrileño Juan Carlos Moreno Cabrera ha analizado con rigor y profundidad la cuestión de los prejuicios y tópicos relativos a las lenguas, reivindicando idénticos respeto y dignidad para todos los idiomas y defendiendo su igualdad consustancial y primordial. En efecto, y como dejara escrito Axular en el siglo XVII (Jakin, 1977),

    Si se hubieran publicado algunos libros en euskera, como se ha hecho en latín, francés o en otros idiomas y lenguas, el euskera sería a su vez tan rico y cumplido como aquéllos, y si así no ha sido, correspóndeles la falta a los vascos y no al euskera [la cursiva es nuestra].

    Dicho con otras palabras, lo que delimita el grado de desarrollo y aptitud comunicativos de una lengua es la dimensión del uso y funcionalidad que sus hablantes han dado a lo largo de los años a la lengua en cuestión, nunca la propia lengua. Sirviéndonos de la imagen de la lengua polivalente que Lizardi proclamara para el euskera, podríamos afirmar que, cuanto más polivalente consiga ser un idioma, tantos y más ricos recursos incorporará tal idioma, sea éste cual fuere. Originariamente, por tanto, todos los idiomas cuentan con idéntica potencialidad.

    Entre los prejuicios contrarios a la diversidad lingüística, hay otro muy extendido que rinde inestimables servicios a las lenguas hegemónicas: me refiero exactamente al prejuicio del darwinismo lingüístico. Este prejuicio pretende justificar desde un punto de vista no sólo práctico, sino también ético, los procesos que han conducido a unos idiomas a la hegemonía y a otros al sometimiento. El darwinismo lingüístico consistiría en transportar al mundo de las lenguas la teoría biológica que Darwin construyó para explicar la evolución de todas las especies vivientes, de manera que, mediante el principio de selección natural, se impondría el idioma de mayor valía y que mejor se adapte, mientras que el de menor valía y que peor se adapte se vería abocado a desaparecer. El proceso de sustitución entre lenguas, por tanto, nunca sucedería porque nadie –ningún poder en ningún lugar– lo haya impuesto: las sustituciones lingüísticas serían fruto de la selección natural y del libre albedrío de la ciudadanía.

    El Rey de España (Instituto Cervantes, 23 -04 -2001) ofreció un ejemplo de ese punto de vista cuando, en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes de 2000 al escritor Francisco Umbral, afirmó:

    Nunca fue la nuestra lengua de imposición, sino de encuentro; a nadie se le obligó nunca a hablar en castellano: fueron los pueblos más diversos quienes hicieron suyo por voluntad libérrima el idioma de Cervantes.

    Los vascos cometeríamos un error si imputáramos al franquismo toda o la mayor parte de la responsabilidad del retroceso del euskera en el siglo XX, puesto que han concurrido otros factores de todo punto decisivos –y, afirmaría yo, más efectivos– en ese retroceso

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