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La vergüenza es que te cachen
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Libro electrónico242 páginas3 horas

La vergüenza es que te cachen

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Una dócil mujer y un cínico galán ven sus vidas teñidas de sangre cuando él es descubierto por su propia víctima.
Un escritor que se sienta horas frente a la pantalla de su computadora sin animarse a escribir un párrafo completo, un italiano tramposo, un guionista de cine español y un pedazo de la alcurnia letrada y excéntrica de un mágico pueblo m
IdiomaEspañol
EditorialEditorial Ink
Fecha de lanzamiento14 feb 2019
La vergüenza es que te cachen
Autor

Jean-Pierre Lacor

Jean-Pierre Lacor nació en Francia (Burdeos) y llegó a México por primera vez a los doce años. Se naturalizó mexicano en 1978. Su actividad profesional de negociante de minerales y metales lo llevó a trabajar por más de veinticinco años en el extranjero: España, Italia, Inglaterra y Estados Unidos. Desde 2006 vive en Valle de Bravo, Estado de México, donde se dedica a la escritura. Es autor de numerosos cuentos y una novela titulada Ni que Le Mond fuera juez.

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    La vergüenza es que te cachen - Jean-Pierre Lacor

    1

    El mosconeo irritante de la aspiradora al otro extremo de la casa fue un nuevo pretexto de distracción. Paul Lignac levantó la vista de su escritorio pegado a la ventana y empezó a contar los mismos seis planos de siempre, hoy particularmente bien delineados bajo el sol refulgente de octubre.

    Aparecía primero un pedazo de la terraza con sus jardineras repletas de flores. Al no ser experto en botánica, sólo supo ponerle nombre a la buganvilia de tono magenta, pero muchas otras plantas, de las que desconocía la identidad, hacían gala de colores más vivos: amarillo, blanco, anaranjado.

    A unos metros más, la sombrilla beige de la alberca procuraba frescura a una mesa redonda y cuatro sillones con cojines verdes.

    Luego, un poco a la izquierda, tapando la vista a La Peña, había dos árboles tupidos, también verdes aunque de tono más brillante.

    Un fragmento del pueblo constituía el cuarto plano, aglomerado de viviendas construidas sin recursos ni armonía en los últimos treinta años, cuando los presidentes municipales no imaginaban que algún día Valle de Bravo pretendiera obtener la codiciada calificación de Pueblo mágico.

    Los tejados terminaban a orillas del lago, en su parte más angosta, donde empezaban a navegar a paso de tortuga los diminutos veleros de aquellos niños que no tuvieron la paciencia de esperar el viento cálido y vigoroso de la una de la tarde.

    Para cerrar el panorama descollaban al fondo, contra el cielo pálido, las montañas oscuras del Santuario, mutiladas con el tiempo por tajos claros de casas nuevas que propietarios ricos continuaban construyendo abajo de la mansión descomunal edificada por un gobernador de triste memoria cuando, veinte años antes, emprendía seducir a su futura mujer, esa periodista francesa quien, además de ser guapa, se reveló a la larga astuta e inflexible.

    La aspiradora calló y Paul se sintió forzado a bajar la mirada hacia la pantalla blanca de su computadora. Llevaba allí un par de horas, anclado al sillón, y no había escrito una sola línea. Su mente revoloteaba de un pensamiento a otro sin lograr concentrarse en la tarea.

    Tenía la sólida intención de volver a escribir, pero no sabía bien cómo ni sobre qué, y la propia incertidumbre le bloqueaba el cerebro.

    Habían transcurrido diecisiete años exactamente desde que terminó su último cuento, No estés encima de mí. En este lapso, ni un solo día experimentó el deseo de abrir un archivo nuevo para teclear otra historia, ni sufrió el hostigamiento de un editor exigente que le demandara más producción. ¿Cuál editor? si nunca le habían publicado nada, salvo un cuento de dos cuartillas que salió un sábado, a principios de los noventa, en el suplemento cultural de un reconocido periódico gracias a la persistente recomendación de Beba Luna, su maestra de taller y una reconocida escritora de cuentos.

    Diecisiete años de los cuales doce transcurrieron en Nueva York y Connecticut, donde volvió a ejercer su actividad original de trader que consistía en vender o comprar las llamadas hard commodities: cobre, aluminio, níquel…, operar en las bolsas de metales y viajar alrededor del mundo tratando de llegar antes de sus tres o cuatro competidores serios a cerrar en exclusiva la producción anual de alguna refinería independiente de las grandes multinacionales o intercambiar un embarque de concentrados de cobre en Antofagasta por una entrega de cátodos del mismo metal en Shanghai.

    ¿Cómo iba a inventar historias nuevas y redactarlas en español cuando vivía sumergido en un ambiente de trabajo agobiante donde el único idioma utilizado era el inglés? Su objetivo prioritario de esta época era atesorar suficiente dinero para jubilarse a los cincuenta años. Y lo alcanzó con sólo doce meses de error en su contra.

    ¿Quién pretende que uno se va a aburrir al dejar su trabajo? Ahora, de regreso a Valle de Bravo, Estado de México, no recordaba haber experimentado jamás comparable serenidad mental, ni tal sentido de liberación.

    Si no hubiera sido por este apetito frustrado de volver a escribir…

    -¿Estás jugando, mi amor?

    No había oído a Lea regresar de su consultorio.

    Paul no se cansaba de admirar los ojos de aguamarina que iluminaban la finura de sus rasgos, ni la elegancia del cabello completamente cano desde que cumplió los cuarenta años.

    -No te diste cuenta -dijo- pero llevo casi una semana sin jugar. ¿Cómo te fue de pacientes?

    -¡Clientes! -corrigió Lea despeinándolo con la mano antes de plantarle un beso rápido en los labios. Le habían enseñado en Columbia University, donde obtuvo su maestría mientras vivían allá, que los trabajadores sociales psicoterapeutas no tienen pacientes sino clientes. - Oye ¿sacaste vinos para la comida?

    -Se me pasó por completo, estaba concentrado en mi no escritura ¿Son muy conocedores tus amigos?

    -No son mis amigos, amor. Beba y Emiliano son más amigos tuyos, Mariana es clienta, por lo cual no puede ser a la vez amiga, en cuanto a Roberto ni lo conozco.

    Paul sonrió. Lea no sabía contestar directamente una pregunta.

    -Bueno, dime por lo menos cuál es el menú para escoger los vinos.

    -Iba a dar un gazpacho de primer plato, pero no hace suficiente calor ¿no crees?

    Paul siguió sonriendo y no contestó hasta que Lea continuara.

    -Así que lo cambié por un soufflé de queso de cabra y luego un pollo al limón.

    -¿Y de postre?

    -Tarta de manzana comprada en Jean-Luc.

    -Beba es casi abstemia -dijo Paul-, Emiliano, con la diabetes, ya no toma nada, ¿qué quieres que les sirva a Mariana y a su amante?

    -¿Quién dice que son amantes?

    -Claro que no es usted, señora, tumba del secreto profesional… Ahora permítame que le explique: si dos adultos de sexo opuesto viven juntos y no están casados, uno puede pensar, sin ser demasiado inteligente ni metiche, que se trata de una pareja. Pero conteste mi pregunta por favor, doña, ¿saco los muy buenos vinos, los segundos o los regulares?

    -No tienes vinos regulares.

    Paul se dio por vencido y salió de la cocina.

    Al abrir la puerta de la cava artificial integrada a la planta baja de la casa, las luces se prendieron automáticamente y el frío lo hizo estremecerse. El termómetro indicaba 57 grados Fahrenheit. No son ni 13 ni 14 grados Celsius, se rió solo, tienen que ser 57 Fahrenheit. Que me tachen de insoportable, quiero conservar a mis bebés como se debe.

    Escogió un Sancerre blanco para acompañar el soufflé de queso de cabra y un tinto ligero para el pollo. Con dos botellas de Maucaillou 1996 en la mano y la de Sancerre debajo del brazo, regresó a la cocina donde Lea metía el último toque a la preparación de la comida.

    -Pongo el blanco a enfriar otro poquito, pero sólo destapo una de tinto -dijo Paul-, ¿no va a ser tarde de borrachera verdad?

    -No debería sí, para cambiar, no incitas a tus invitados a tomar más de lo que quieren…

    La realidad resultó distinta. Hubo necesidad de abrir con prisa la segunda botella de tinto por culpa del desconocido Roberto. Bebía a tal ritmo que a media comida Paul se levantó a buscar dos repuestos más en la cava. Desde allí se oía todavía con nitidez en la terraza la voz estentórea del nuevo invitado quien acaparaba la conversación, hablando a toda prisa como máquina, sin escuchar a los demás.

    Llegó la tarta de manzana y seguía interfiriendo, discutiendo, refiriendo sus propias experiencias, presumiendo de sus logros, de la gente que conocía….

    Con el café, como si de repente la máquina necesitara combustible, su elocución se hizo más lenta y cuando Paul le sirvió un segundo coñac enmudeció. No abrió más la boca, cabizbajo, los ojos fijos en el fondo de la copa, con su pelo negro que le escondía el resto de la cara, hasta que momentos más tarde Mariana diera la señal de despedida.

    -Qué deliciosa comida, Lea -dijo levantándose de la mesa-, no entiendo cómo, encima de tu trabajo, todavía encuentras tiempo y energía para cocinar con tanto éxito. Hemos pasado una maravillosa tarde, gracias por invitarnos -añadió con una pobre sonrisa que disimulaba con dificultad la pena provocada por los arrebatos de Roberto-.

    Cuando se oyó el ruido de la camioneta de Mariana en la distancia, Emiliano se volvió hacia Lea:

    -¿De dónde nos trajiste a este par tan… singular? -le preguntó-. Si entendí bien, ella es paciente tuya cuando, en realidad, quien necesitaría tratamiento es él. Vimos a un hombre trastornado, irreflexivo, maniático. ¿Se fijaron en su verborrea, sus gritos a veces? Y lo que se tomó, bueno...

    -Que aviente la primera piedra quien nunca bebió más de la cuenta -interrumpió Paul-, acuérdate de nuestras borracheras de antaño, mi querido Emiliano.

    Los ojos de Emiliano relucieron. Sonrió mirando al cielo.

    -¡Tienes toda la razón! Tú y yo… sin olvidar a la amiga Lea aquí presente, agarramos unas cuantas, tanto en tu antigua casa de La Peña como en Nueva York. Hasta que Dios me castigara con la endemoniada diabetes mellitus… Pero en nuestras peores borracheras nunca nos aventamos a soltar tantos disparates durante tanto tiempo como este tipo lo hizo hoy. Me cayó muy mal… y espero que yo también a él, para no volverlo a ver.

    -Es muy guapo -dijo Beba-, y no me pareció tonto, sino más bien perturbado por el alcohol que Paul le sirvió con su acostumbrada generosidad. Tú que lo conoces mejor que nosotros ¿qué opinas, Lea?

    -No lo conozco mejor que ustedes, es la primera vez que lo veo. Sí, tomó mucho, pero no más de lo que tomábamos nosotros cuando teníamos su edad, hace diez años. Y se ve fuerte… Como tú dices Beba, debe atraer a las mujeres, tiene un físico agradable. Alto, delgado, pálido con pelo largo y ojos negros, se parece a Al Pacino, con 30 años menos y 30 centímetros más alto, o a algún actor italiano.

    A pesar de unas cuantas copas de más que ella misma acababa de beber, Lea no les revelaría los disturbios mentales de Roberto divulgados por Mariana en las sesiones de terapia, pero no le cabía duda que la exaltación del hombre tenía más que ver con un desorden psicológico que con el alcohol.

    -Además -continuó dirigiéndose a Emiliano-, si en este pueblo dejaras de ver a las personas que te cayeron mal al primer encuentro, te quedarías muy pronto sin compañía. Haz el cálculo, Emiliano: de los sesenta mil habitantes que tendrá Valle, ¿cuántos son niños y adolescentes? ¿Veinticinco mil? Analfabetos, ¿te gusta cinco mil? Parejas de obreros, agricultores, empleados, mini-comerciantes, taxistas, mazahuas y demás a quienes jamás invitarás a tu casa, ¿treinta mil? Ya llegamos a los sesenta mil. Según esto, no te queda nadie con quien codearte, mi querido Emiliano, hombre culto, letrado, iba a decir elitista, pero te lo perdono... Así que no descartes a un milagroso candidato que entra dentro de tus parámetros sociales sólo por una mala primera impresión.

    Emiliano se quedó callado. Detestaba que le llevaran la contraria y reprimió fuertes ganas de mandar a Lea a la chingada, como lo había hecho ya una vez en su casa de Avándaro por un motivo similar. Como si no la hubiera oído, se volvió hacia Paul:

    -Podrías escribir un cuento sobre el personaje para sumarlo a tu repertorio de protagonistas medio chiflados…

    -Por cierto, Paulito -interrumpió Beba cambiando el tema oportunamente- ¿cuándo te vas a decidir? Llevas demasiado tiempo malgastando tu inteligencia en torneos de bridge.

    -Gracias por el cumplido, de hecho, como lo mencionaba en la mañana a mi adorable esposa, hace más de una semana que no juego, me estoy desintoxicando.

    -¡Qué bueno! ¿Cuántas horas al día le dedicabas a las cartas?

    -Seis… siete. Es la única forma de mantener tu rango. Con mi acostumbrada modestia, les diré que llegué a alcanzar el decimonoveno lugar de mi sitio web en el que juegan más de veinticinco mil personas. Además, entre los dieciocho que me precedían, seis o siete jugadores son bastante peores que yo, sólo que le dedican más tiempo. Algunos obsesionados pasan más de doce horas diarias tratando de acumular puntos. No tiene sentido. Así que decidí no buscar más el placer narcisista de la clasificación. Conozco bastante bien dónde se sitúa mi juego y no quiero saber más.

    -En este caso -dijo Emiliano con una sonrisa traviesa debajo de su bigote- si realmente logras salir del vicio de las barajas, podrás reanudar el de la literatura. Todos necesitamos alguna adicción y te lo voy repitiendo desde hace años: escribes bien. Nunca serás un Flaubert ni un Carpentier pero tienes potencial… Tuviste la suerte de retirarte de los negocios a muy temprana edad, aprovecha para gozar de nuevo los deleites de la creación artística.

    -Ya pasé la edad, cumplo cincuenta y tres en diciembre -contestó Paul- y más que todo, a pesar del orgullo que me provocan tus elogios, maestro Emiliano, egregio crítico de los críticos, juez incorruptible de la literatura latinoamericana, te debo confesar que en cuanto me acomodo frente a la computadora se me pone la mente en blanco. Lo comprobé varias veces en estos últimos días…

    -¿Quién te lo va a creer? -intervino Beba-, ya te dije que entre todos mis alumnos de una carrera demasiado larga, tú fuiste uno de los pocos buenos. La creatividad te sobra. Recuerda cómo nos dejabas pasmadas en el taller, nos preguntábamos de dónde ibas a sacar ciertas situaciones…

    -Gracias, gracias, Beba. Ahora toma en cuenta que te estás refiriendo a tu alumno de hace tres lustros. En este lapso, estuve doce años hablando inglés todo el día… Lea y yo, hablamos francés en casa… mi español se ha oxidado…

    -Escribe en francés -sugirió Emiliano.

    Paul se quedó pensando. Su dominio del francés era infinitamente más amplio, sin embargo le parecía ocioso escribir en su idioma materno.

    -¿Quién corregirá mis textos si escribo en francés? -preguntó, sonriéndole a Beba.

    -Limítate al español, te corregiré yo -dijo Beba-. Y si se me escapa alguno de tus galicismos te compararán con Juan Goytisolo -dijo soltando su risita de campanilla.

    -Hay muchos ejemplos de autores que no escriben en su lengua materna -añadió Emiliano-. Sin ir más lejos, mira al joven Froilán Carmona, quien ahora vive aquí en Valle: es más italiano que la polenta y acaba de publicar su opera prima en español.

    -¿Éste quién es? -cuestionó Paul- ¿te lo acabas de sacar de la manga?

    -No, no -cortó Lea-, ha de ser el nuevo vecino de Mariana. Me mencionó un italiano muy simpático que acaba de rentar la casa justo antes de ella subiendo al Santuario.

    Emiliano hizo como si no la hubiera oído y se lanzó en una disertación propia de su oficio.

    -Es un muchacho agradable. La editorial me pidió que presentara su libro en México hace un par de meses. Él me cayó muy bien y escribió una novela atractiva, aunque el título, Precaución: Camino Resbaloso, suene demasiado a cliché. Es la historia de un jovenitaliano, hijo de juez romano ligado a la mafia, que intenta llevar a bien una carrera en los servicios policíacos especiales de su país sin caer en la corrupción, como le sucedió a su padre. Carmona parece estar muy al tanto de los embrollos financieros utilizados por la mafia del sur de Italia… Compren el libro, se lee en un par de horas. La trama es compleja, ingeniosa… el estilo muy rápido, sin verbosidad, en algo se parece a un guión de película. Pronto lo presentará aquí, en la galería de Giovanna, aprovechando la exposición de un pintor también ítalo… Me contó que escribió su libro cuando vivía en España unos años antes de venir a México y se nota por lo gachupín del estilo… Incluso se me hace raro que, en vez de publicarse en nuestro país, no haya encontrado editor allá donde, en teoría, existen mejores oportunidades para un escritor nuevo. A lo mejor no tenía prisa… Parece que no le faltan los recursos económicos…

    Ya era de noche, soplaba la brisa fresca del lago que ahora parecía una mancha negra salpicada de puntos luminosos en sus orillas. Las lámparas de la terraza se habían prendido solas, sin que los invitados lo notaran. Beba abandonó su silla frotando sus brazos desnudos.

    -Es hora de despedirnos, mi querido -dijo interrumpiendo el discurso de Emiliano-, todavía tenemos que parar en el pueblo a comprar unas cosas si no quieres quedarte sin desayuno mañana.

    Paul los acompañó a su coche y esperó a que las luces traseras desaparecieran en lo alto de la rampa antes de regresar pensativo a la casa. Si Lea no guardara tan secretas las confidencias de sus pacientes, la pareja Mariana-Roberto podría convertirse en protagonista de un nuevo cuento.

    2

    Salían ya del pueblo y ninguno de los dos había pronunciado una palabra desde que él insistió en tomar el volante a pesar de la cantidad de alcohol ingerida durante la comida. A la velocidad que manejaba Roberto, no tardarían diez minutos más en llegar al Santuario donde el papá de Mariana le había construido una casa de sueño para sacarla de la melancolía de su divorcio. El señor sólo tenía dos hijas y no sabía cómo gastar el dinero acumulado en los últimos años con el boom de la construcción en la Riviera Maya.

    -Me cayó mal el dizque maestro de la crítica literaria -dijo Roberto, rompiendo de repente el silencio-. Es un sabelotodo… No nos dejó hablar…

    Mariana se limitó a girar la cabeza para contemplar el perfil elegante de su compañero. Sentía que preparaba una disculpa; era demasiado honesto para desconocer que su comportamiento durante la comida había sido detestable.

    -Venía yo de muy buen humor -continuó Roberto- y el hombre se convirtió en aguafiestas. Me contradijo desde un principio, ¿te acuerdas? Hablábamos de Céline y cuando opiné que lo debían haber fusilado…

    -Sólo defendió al escritor, no a la perso…

    -Yo me refería a la persona, no leí ningún libro de Céline, y cuando ése me llevó la contraria me puse a discutir de mala fe. También metí la pata al acusar a todos los franceses de antisemitismo cuando apenas conozco a Paul y Lea que pueden ser la excepción. Pero después, el tipo objetaba cada vez que yo abría la boca. Por eso me puse un poco pesado.

    -¡Cuidado, cuidado! -gritó Mariana-.

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