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Teología para Millennials
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Libro electrónico348 páginas4 horas

Teología para Millennials

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Somos muy diferentes y al mismo tiempo parecidos. Somos generaciones distintas, el mundo y la historia corren cada vez más rápido, pero el fondo permanece intacto, idéntico: hay un anhelo de verdad, una búsqueda de sentido, un hambre de dejar huella y, más o menos conscientemente, la idea difusa o contundente, de que necesitamos ser salvados, un deseo de salvación, personal y colectiva, que apunta, sepámoslo o no, a Jesús

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 dic 2018
ISBN9780463983225
Teología para Millennials
Autor

Mario Arroyo Martinez Fabre

Mario Arroyo Martínez Fabre es licenciado en Filosofía por la Universidad Panamericana, bachiller en Teología por la Pontificia Universidad de la Santa Cruz y doctor en Filosofía por la misma universidad. Ordenado sacerdote en Torreciudad, España, en el 2002, ha desempeñado su ministerio sacerdotal en España, México, Perú y Ecuador. Actualmente, es capellán de la Universidad de Piura (Campus Lima). Colabora habitualmente con periódicos mexicanos como Expreso o Mural. Antes hizo lo mismo con otros diarios del mismo país y algunos de Estados Unidos, como El Imparcial, Diario Binacional, Diario Latino, entre otros. También escribe habitualmente en el portal Vox Fides de México, y anteriormente en Church Forum y El Rayo de Sonora. Participó regularmente en un programa de Radio Vital, de Guadalajara, México, sobre diálogo interreligioso. En el Perú, sus artículos han sido publicados a través de los portales Lucidez, Crónica Viva, La abeja, DePolitika y Perú Católico. Publicó el libro Poder, dinero y santidad. Una aproximación desde la Doctrina Social de la Iglesia (Lima, 2012) y es coautor del libro Dios busca al hombre (Lima, 2013). Ha publicado también Ciencia y fe: ¿un equilibrio posible? (Lima: Fondo Editorial UCSS, 2015), Ciencia y Fe. Situación actual (Lima, 2016) y La Iglesia y los homosexuales. Un falso conflicto (Lima, 2017).

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    Teología para Millennials - Mario Arroyo Martinez Fabre

    El domingo 28 de octubre de 2018 concluyó el Sínodo de Obispos dedicado a reflexionar sobre la vocación de los jóvenes. Esta actividad eclesial se ha desenvuelto jaloneada por esperanzas y polémicas a un tiempo. Esperanzas porque existe una crisis real -los números no mienten- de vocaciones dentro de la Iglesia. La tendencia a la baja en la vocaciones religiosas y sacerdotales es un hecho, paralelo al crecimiento del número de fieles, lo cual torna más aguda la crisis. Polémicas porque, frente a dicha situación compleja, no existe una receta mágica y, lógicamente, cada quien propone la suya propia, no siendo sencillo conseguir un consenso sobre qué está pasando y, más importante aún, cómo debemos afrontar esta situación.

    Sin embargo, en medio de esta realidad, que entre polémicas y esperanzas a marcado a un Sínodo que por primera vez se dirige a los jóvenes, existen muchas iniciativas paralelas y concomitantes con sus trabajos. Felizmente la Iglesia no funciona solo, ni principalmente, de arriba hacia abajo, sino que el Espíritu suscita a su vez iniciativas de abajo hacia arriba, concretas, locales, eficaces y fecundas. En este sentido, el trabajo de los padres sinodales ha sido importante, también toda la oración de la Iglesia, particularmente la dirigida a Dios a través de la intercesión de la Virgen con el rezo del rosario y la invocación a san Miguel Arcángel, como ha pedido el Papa. Gracias a la oración todos hemos estado en primera fila en los trabajos sinodales: somos protagonistas. Pero sínodo significa también camino, y el Espíritu suscita y abre multitud de caminos, muchas veces insospechados, a lo largo de la historia y el tiempo, con lo cual siempre tenemos motivos para mantener la esperanza y confiar.

    Una de esas iniciativas, sencilla, concreta, local, ha sido Teología para Millennials: Ha nacido de los jóvenes, no de la jerarquía, de los fieles laicos, no de los consagrados, ha surgido espontáneamente, no ha sido algo planeado. Como manantial, simplemente brotó, y poco a poco ha recorrido su camino, empapando a su paso los senderos que suelen ser pisados por la juventud. Así, discreta, pero constantemente, se ha abierto paso en las redes sociales: Facebook, Instagram, ágoras contemporáneas donde se encuentran los jóvenes. A través de imágenes, sencillos videos, textos cortos, memes y anécdotas, va despertando el lado espiritual de muchos de ellos, sirviéndose de su lap o Smartphone.

    La idea fue de una chica, Alexandra Granda, estudiante de derecho, que llevó tres cursos de Teología en su universidad y, para mi sorpresa –era su profesor- ¡quería más! No es frecuente que los alumnos quieran más clases de un curso una vez que lo han concluido, menos aun cuando no es de su carrera y más si te habla de Dios. Pero así era. Y era una chica normal, quiero decir, no el estereotipo que alguno pudiera suponer: era inteligente, buen estudiante, guapa, muy social, que tiene ya un empleo y está en la universidad. Sencillamente planteó sus dudas, hizo el esfuerzo para que tomaran forma como preguntas, me tocó a mí el trabajo de responder y a ella determinar si la respuesta era comprensible para un público joven.

    De ahí nació un blog, alimentado originalmente con la batería de preguntas de Alexandra, pero al que poco a poco se sumaron los cuestionamientos de otros alumnos, incluso de amigos y amigas de alumnos. Cabe decir que a estas alturas ya tuve necesidad de apoyo técnico. Una comunicóloga, Majo Salazar, acogió entusista la labor de darle forma atractiva y juvenil al contenido teológico. Al blog siguió entonces una página de Facebook, una cuenta de Instagram, una serie de reuniones semanales (dos veces por semana), con chicos universitarios llamadas "Almuerzos Teológicos para Millennials", en los que había lluvia de preguntas y, entre más impertinentes, directas, polémicas, agresivas, sinceras y auténticas, mejor.

    El resultado: lo de siempre. Somos muy diferentes y al mismo tiempo parecidos. Somos generaciones distintas, el mundo y la historia corren cada vez más rápido, pero el fondo permanece intacto, idéntico: hay un anhelo de verdad, una búsqueda de sentido, un hambre de dejar huella y, más o menos conscientemente, la idea difusa o contundente, de que necesitamos ser salvados, un deseo de salvación, personal y colectiva, que apunta, sepámoslo o no, a Jesús.

    Así, partiendo de mundo en que viven los jóvenes, de las dudas e inquietudes que anidan en su corazón, podemos ir recorriendo paciente, pero decididamente, el camino que lleva a Jesús. Sólo hay que despertar sus deseos de verdad, de cosas grandes, alimentar su inconformismo, su sentido crítico, para que no se dejen manipular dócilmente por medios de información sometidos a capitales económicos, dispuestos a manipular. Ser joven y ser cristiano tienen en común el ser rebeldes, ir contracorriente. En Teología para Millennials sabemos eso y lo queremos explotar. La seducción de la rebelión, pero con fundamento y causa. Las aventuras pueden ser locas, pero los aventureros deben ser cuerdos. Esperemos que el final del Sínodo fomente una floración de locuras como Teología para Millennials, mejor aún, que se hagan virales, para alcanzar nuevamente, uno a uno, el corazón de los jóvenes con el mensaje de Jesucristo.

    ¿Todo lo que creímos es mentira?

    Pregunta Alexandra Granda, estudiante de Derecho

    Buena pregunta. En realidad, se trata de ver si creíamos en lo que teníamos que creer o, por el contrario, considerábamos como artículos de fe realidades que en realidad no lo eran, es decir, no forman parte del contenido de la fe o depósito de la revelación.

    Una nota preliminar. La fe puede ser objetiva o subjetiva. No sólo creemos algo, sino que le creemos a Alguien, en este caso, a Jesucristo. La fe subjetiva es la confianza que tengo en Jesucristo unida a la convicción de que tengo contacto con Él a través de la Iglesia. La fe objetiva es el contenido de las enseñanzas predicadas por Jesucristo y transmitidas por la Iglesia como tales, es decir, como verdades de fe.

    Ahora bien, podría responder a tu pregunta con otra pregunta: ¿qué es lo que tenemos que creer?, es decir, ¿cuál es el contenido de esa fe objetiva, de esas verdades que Jesucristo quiso transmitirnos? Unida a esa pregunta, necesariamente, va otra: ¿dónde se encuentra ese contenido?, ¿están compiladas en algún lugar esas verdades de fe?

    La respuesta es sencilla. El contenido de nuestra fe está resumido en el Credo que rezamos todos los domingos al ir a Misa. Cabría otra pregunta más personal, ¿vas a Misa los domingos? Es una manera de vivir y alimentar la fe, con la Palabra de Dios y con la Eucaristía: Pan y Palabra que son Cristo, el contenido, la fuente y la plenitud de nuestra fe, Aquel a quien le creemos y aquello en lo que creemos.

    Pero el Credo es muy resumido, y en realidad forma solo una parte de nuestra fe. El contenido de lo que un católico debe creer se encuentra en el Catecismo de la Iglesia Católica. Un buen católico debe creer en ello, presentarle el asentimiento de su razón, pues ahí está compendiada con más detalle esa fe objetiva, aquello en lo que debemos creer, si aceptamos a Jesucristo y a su Iglesia, como mediadora necesaria e intérprete de su enseñanza auténtica. Una consecuencia necesaria también, es que realidades que no se encuentran en el Catecismo, no necesariamente deben ser creídas por un católico. Es decir, alguien puede ser buen católico y no creer en algo que no aparece en el Catecismo, porque en él se contiene lo que la Iglesia considera como verdad de fe.

    En este sentido, puede haber cosas en las que creemos, o en las que creíamos, y que no estén contenidas en el Catecismo. Estas pueden ser verdaderas o falsas, pero no forman parte del depósito que la Iglesia considera como verdad de fe. Sucede con frecuencia que personas consideran como algo esencial de la fe lo que no lo es, como realidades y creencias que son más bien de su entorno cultural e histórico, pero que no forman parte de la revelación de la que es depositaria la Iglesia Universal. Incluso puede haber personas que crean equivocadamente cosas supersticiosas o consideren como verdad de fe lo que no lo es en absoluto. No son raros los casos de superstición y sincretismo en las prácticas religiosas de algunos.

    Cabe también la posibilidad de que creamos del modo equivocado; es decir, que el objeto de nuestra creencia sea correcto, pero no el modo como pensamos que fue. Podemos tener una visión ingenua, simplista, o no completamente informada de cómo son las cosas, de qué es exactamente en lo que creemos. Eso sucede con mucha frecuencia, por ejemplo, en referencia a la doctrina sobre la Creación. No debemos pensar que fue en seis días de 24 horas; la visión literalista (exceso en la interpretación literal de la Biblia, o interpretar literalmente pasajes que no tienen ese sentido ni finalidad) no forma parte del contenido que nos propone creer la Iglesia al respecto. Tampoco pensar que crear significa aparecer las cosas ya terminadas, como un mago saca al conejo del sombrero. Cabe un proceso y un desarrollo en la creación. Incluso no forma parte de la fe de la Iglesia el pensar en la creación exclusivamente como un evento del pasado, pues en realidad Dios sostiene en el ser –mantiene existiendo- toda la realidad continuamente.

    Por ello, más que decir todo lo que creímos es mentira, podemos decir que quizá creímos en cosas que no formaban parte del contenido de la fe, o quizá creímos en cosas que sí formaban parte, pero no del modo adecuado. Ahora bien, lo que es parte del contenido de la fe revelada por Jesucristo y transmitida por la Iglesia, es verdad y lo será siempre.

    Pero incluso en esto último cabe una precisión. Creemos en el contenido de lo que se revela, no en las fórmulas que expresan ese contenido. En ese sentido, las fórmulas o expresiones con las que se transmite la fe pueden ser mejores o peores, pueden ser malinterpretadas o evolucionar. Es lo que se conoce como el desarrollo homogéneo del dogma. La fe es la misma, pero la comprensión de su contenido va cambiando a lo largo de la historia, no en el sentido de que se crean verdades diferentes, o lo que antes era verdad ahora sea mentira, sino en el de que se va profundizando progresivamente en el contenido de la fe, y se puede ir mejorando el modo de expresar verbalmente ese contendido. Cabe también el peligro de que alguien malinterprete el contenido de una expresión correcta de la fe. Para salir al paso de tal dificultad está el magisterio de la Iglesia, y muy particularmente la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuyo encargo es velar por transmitir de forma veraz e íntegra el contenido de la fe revelada por Jesucristo y transmitida a la Iglesia.

    ¿Qué es verdad y qué no en la historia de Adán y Eva?

    Al discutir sobre Adán y Eva tenemos que partir del hecho de que tenemos dos puntos ciegos, dos X, dos puntos oscuros, uno por el lado religioso y otro por el lado científico.

    Comencemos por el científico. En este ámbito las hipótesis son bastante efímeras, en el sentido de que es una rama del saber en continua evolución -valga la redundancia-, continuamente hay nuevos datos que nos conducen a reformular o revisar las hipótesis anteriores. El estudio de la evolución se encuentra en una continua construcción o revisión. En líneas generales puede afirmarse que científicamente cabrían tres escenarios diferentes:

    a. Que descendamos de una pareja.

    b. Que descendamos de un grupo poblacional que, aislándose del resto, evolucionó en un sentido hasta llegar al hombre como lo conocemos actualmente.

    c. La hipótesis del candelabro: que en diferentes lugares de la tierra hayan surgido hombres, con rasgos distintos, pero fecundos entre ellos, conformando así una especie propia.

    No se puede decir con absoluta certeza actualmente, y presumiblemente tampoco en un futuro cercano, cuál de esas tres es la correcta, si es que alguna lo es. Para complicar el panorama, ha habido muchos homínidos, algunos de los cuales tienen visos de racionalidad (como el Neanderthal) de los cuales no descendemos. ¿Qué significa un hombre racional del que no descendemos?, ¿cómo puede compaginarse con la idea de que todos los hombres descendemos de Adán y Eva?

    De esta forma, hay también distintas hipótesis sobre cuál fue el primer hombre racional. Está claro que el sapiens-sapiens es racional, pero el sapiens a secas puede remontarse hasta hace 190 mil años, ¿Adán y Eva serán de por allí? Otros consideran que habría que colocarlo en el Homo Erectus, porque tuvo que hacer una larga emigración fuera de África y se modificó la forma de realizar el parto, lo que supone o requiere habitualmente una ayuda humana para que tenga éxito y poder dar a luz. Ambas cosas suponen un cierto nivel de comunicación, un lenguaje y así se resolvería el enigma de la racionalidad del Neanderthal, pues es posterior al Erectus. Otros, en fin, remontan al primer hombre racional al Homo Habilis, pues ya hacía herramientas, lo que implica alguna forma de conocimiento universal, es decir, un saber que va más allá del práctico sensible concreto, propio de los animales. En efecto, una herramienta me sirve una vez y siempre.

    En resumen, desde un plano científico, no podemos responder a la pregunta de forma definitiva, sobre si venimos de una pareja, un grupo poblacional o varios. Otra cosa sería hacer un acto de fe en determinada hipótesis científica, lo que no es correcto desde la ciencia misma, técnicamente se diría que es epistemológicamente equivocado.

    Pasemos al segundo punto oscuro: el dato bíblico. Para explicarlo, primero debemos decir que la doctrina de la Iglesia es que la Biblia nos enseña verdades para nuestra salvación; es decir, no cualquier tipo de verdades. No necesariamente nos enseña verdades científicas, biológicas, geológicas, e incluso históricas. Depende del contexto; su finalidad en cualquier caso, es proporcionarnos verdades salvíficas, esa es su misión, su fin y su intencionalidad. Pedirle otra cosa es pedirle peras al olmo.

    Hay algunos textos que quiero consignar para que se entienda y contextualice el alcance de lo que afirmo. El primero es de Galileo: La Biblia no nos dice cómo es el cielo, sino cómo llegar al cielo. Expresa en forma sintética y adelantándose más de 3 siglos, a lo que enseñará solemnemente el Concilio Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum: "Hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación (n. 11). Y en otro lugar extiende esta idea más allá de la Biblia a toda la Revelación: Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres" (n. 6).

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