Las ocho columnas de la prosperidad
Por James Allen
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El techo de la prosperidad es sostenido por unas columnas determinadas, cuyo fundamento es la consistencia moral. Estas son: energía, economía, integridad, método, simpatía, sinceridad, imparcialidad, autoconfianza.
Un negocio basado en la práctica disciplinada de todos estos principios es tan firme y duradero que llega a adquirir características de indestructible: nada lo daña, nada frena su prosperidad, nada interrumpe su éxito ni lo derrumba hasta llevarlo a la derrota total porque su éxito está garantizado, siempre y cuando esté sostenido por las ocho columnas de la prosperidad.
En Las ocho columnas de la prosperidad, Allen extrae la esencia de mensajes de sabiduría, éxito y prosperidad heredados desde la Antigüedad de generación a generación. El autor examina los principios esenciales que pueden formar o derrumbar a una persona o negocio, sin importar las circunstancias.
Esta obra nos reta a poner en práctica estos principios en conjunto, y a ser pioneros de ellos en toda época: "Es cierto que pocos hombres de éxito practican en su totalidad y perfección todos estos ocho principios, pero sí hay quienes lo hacen y son líderes, maestros y guías, los soportes de la sociedad y los férreos pioneros a la vanguardia de la evolución humana". —James Allen.
James Allen
James Allen (1864-1912) was an English author, magazine editor and one of the founders of what would come to be known as the self-help genre. Including the works assembled by his wife after his death, Allen wrote 21 books, the most famous being As a Man Thinketh.
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Las ocho columnas de la prosperidad - James Allen
LAS OCHO COLUMNAS DE LA PROSPERIDAD
JAMES ALLEN
TALLER DEL ÉXITO
Las ocho columnas de la prosperidad
Copyright © 2014 - James Allen y Taller del Éxito
Derechos reservados de la presente versión traducida y editada
Título original: Eight Pillars of Prosperity
Traducción al español: Copyright © 2014 Taller del Éxito
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Publicado por:
Taller del Éxito, Inc.
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www.tallerdelexito.com
Editorial dedicada a la difusión de libros y audiolibros de desarrollo personal, crecimiento personal, liderazgo y motivación.
Diseño de portada y diagramación: María Alexandra Rodríguez
Redacción y corrección de estilo: Nancy Camargo Cáceres
ISBN 10: 1-607383-53-5
ISBN 13: 978-1-607383-53-6
02-201505-20
A lo largo de la historia de la humanidad ha existido la idea recurrente de que la prosperidad de las civilizaciones, las naciones, e incluso la del ser humano como tal, ha provenido de aciertos políticos y sociales. Y así debería ser, siempre y cuando los líderes, los gobernantes, y la sociedad en general, pusieran en práctica las virtudes morales que deben constituir las columnas de toda comunidad. Con mejores leyes y condiciones sociales es factible que exista un mayor entendimiento y práctica de la moral, sin embargo, ninguna promulgación legal garantiza prosperidad ni tiene potestad para prevenir la ruina de un individuo ni de una nación que se permitan volverse decadentes en la búsqueda y el ejercicio de la virtud.
Las virtudes morales son la base y sustento firmes de la prosperidad porque ellas reflejan la grandeza del alma y son imperecederas. Por eso todas las obras del ser humano que perduran están construidas sobre ellas, sin las cuales no hay fuerza, estabilidad ni realidades tangibles sino sueños efímeros. Quien comprende y practica los principios morales puede decir con certeza que ha encontrado prosperidad, grandeza y verdad, y por lo tanto es fuerte, valiente, alegre y libre.
La auténtica prosperidad debe estar basada únicamente en fundamentos morales. Y a pesar de esta verdad de a puño hay quienes opinan que es posible ser prósperos aun echando mano de artilugios, es decir, de artimañas, rodeos y engaños. Y lo que es más: muchas personas, siendo incluso figuras que gozan de reconocimiento público, afirman con total convicción que nadie logra tener éxito en los negocios sin mentir
.
De tal pensamiento maquiavélico se deriva el hecho de que hay quienes consideran que es válido utilizar procedimientos inmorales con tal de obtener beneficios comerciales que produzcan prosperidad
. Pero tal declaración es superficial, insensata, y solo deja al descubierto la falta total del conocimiento del principio de causalidad (origen, principio) moral, así como una comprensión bastante limitada de la esencia de la vida de quienes así opinan y actúan. Es como si alguien creyera que al sembrar un naranjo cosechará peras; que se puede construir una casa de ladrillo en mitad de un pantano —resultados obviamente imposibles en el orden natural de la causalidad, y que no valen la pena ni siquiera intentar.
El orden moral o espiritual de la causalidad jamás varía en su esencia. Rige, no solo lo intangible —como las ideas y los conceptos— sino también lo tangible —es decir todo lo que observamos a nuestro alrededor. A esto se debe que, en términos generales, el ser humano observe la naturaleza y actúe conforme a ella, pero como no puede ver la realidad espiritual, supone que esta no cuenta y por lo tanto no le concede ningún valor a la hora de actuar.
Sin embargo, lo intangible es tan evidente y cierto como lo tangible, y también tiene sus manifestaciones. Por ejemplo, todas las parábolas, así como muchas enseñanzas de los grandes maestros, están diseñadas para ilustrar este hecho. El mundo real casi siempre es el resultado de ideas. Lo visible es el reflejo de lo invisible. La parte superior de un círculo de ninguna manera es diferente a su parte inferior. De esa misma forma, lo material y lo mental no son dos arcos separados en el universo sino dos mitades de un círculo completo. Lo natural y lo espiritual no están en enemistad eterna sino que, en el verdadero orden del universo, son una totalidad, un entero. El problema surge cuando se rompe dicha unidad —cuando comienza a haber abuso de la aptitud y la inteligencia—, cuando surgen desbalances que hacen que el ser humano sea arrancado poco a poco, a punta de repetidos sufrimientos, de ese círculo perfecto de equilibrio.
Cada cambio en la materia es sin lugar a dudas el producto de un proceso de la mente. Toda ley natural tiene su equivalente ley espiritual. Si nos detenemos a analizarlo, nos daremos cuenta de que todo resultado físico es producto de un proceso que se inició en la mente. Considere, por ejemplo, el proceso de germinación de una semilla y su crecimiento hasta convertirse en una planta con todo y su flor. Así es también un proceso mental. Los pensamientos son semillas que, al caer al suelo de la mente, germinan y se desarrollan hasta que alcanzan su etapa completa y florecen en acciones buenas o malas, brillantes o tontas, de acuerdo con la naturaleza del terreno en que hayan sido plantadas, para luego terminar como semillas de pensamientos que son de nuevo sembradas en otras mentes.
Un maestro es un sembrador de semillas, un agricultor espiritual, mientras que aquel que se enseña a sí mismo es un cultivador sabio de su propio terreno mental. El crecimiento de un pensamiento es como el de una planta. La semilla debe sembrarse de forma oportuna y se necesita tiempo para su pleno desarrollo hasta que se convierta en una planta cuyo fruto final sea la sabiduría.
Mientras escribo esto hago una pausa y volteo a ver por la ventana de mi estudio, y ahí, a cien yardas, hay un árbol alto en el cual algún pajarillo emprendedor de una colonia ha construido por primera vez su nido. Un fuerte viento nordeste está soplando y la punta del árbol se balancea violentamente de un lado a otro debido a la ventisca; todavía no hay peligro para aquel delicado hogar construido con pequeñas ramas, y la ave madre, sentándose sobre sus huevos, no teme a la tormenta. ¿Por que es esto? Porque el ave ha construido instintivamente su nido en armonía con principios que le garanticen firmeza y seguridad. Primero, eligió una horqueta que le sirva como la base de su nido, y no un espacio entre dos ramas separadas, así, aunque el balanceo de la punta del árbol sea muy fuerte, la posición del nido no se altera ni su estructura se corrompe. Segundo, lo construyó en forma circular, como para darle mayor resistencia a cualquier presión externa y de esta manera obtener un hermetismo perfecto por dentro, de acuerdo con su propósito, y así, aunque ruja la tempestad, la madre y sus huevos descansan cómodos y seguros.
Este nido es un objeto muy sencillo y familiar cuya estructura obedece de manera estricta a leyes físicas y por tanto se convierte para el sabio observador en una parábola ilustrativa que enseña que el simple hecho de ordenar las acciones de acuerdo con principios inamovibles es suficiente garantía para obtener una paz perfecta en medio de la incertidumbre de los hechos y las tempestades turbulentas de la vida.
Un templo o una casa construidos por el hombre son estructuras mucho más complejas que un nido de pájaro, aunque todas se rigen de acuerdo con los principios físicos que se hacen evidentes por todos lados y en la naturaleza. Es innegable que, en el plano de lo material, el ser humano obedece a principios universales. Nunca intentaría levantar un edificio haciendo caso omiso de las proporciones geométricas porque sabe que el resultado no sería seguro, y que a la primera tormenta, con toda probabilidad, esa edificación se caería al suelo, si es que no se viene abajo en el proceso de construcción.
Al construir, el hombre obedece a pie juntillas los principios establecidos del círculo, del cuadrado y del ángulo, y ayudado por regla, plomo y compases, levanta una estructura que resista las tormentas más violentas y le proporcione un refugio seguro y autoprotección. Todo esto es muy elemental y obvio, podría decir el lector, y sí, es simple porque es verdadero y perfecto; es tan cierto que no puede admitir el menor error, y tan perfecto que ningún hombre puede mejorarlo.
El ser humano, a través de largas experiencias, ha aprendido todos estos principios físicos de la materia y sabe que necesita sabiduría para entenderlos y obedecerlos. Por esto me he referido a ellos para ahora considerar aquellos principios establecidos en el mundo mental o espiritual, que son tan simples, imperecederos y verdaderos, pero que sin embargo parecen ser tan poco entendibles para la humanidad, la cual a diario los transgrede ignorante de su existencia ya sea de manera consciente o inconsciente y ocasionándose daño, dolores y tristezas a sí misma cada vez que los quebranta.
Tanto en lo mental como en lo material, en pensamientos como en cosas concretas, en acciones como en procesos mentales, existen unas leyes que, de ser ignoradas, producen derrota y frustración. En verdad, la violación inconsciente de una ley es causa de dolor y pesar en el mundo. En el plano de lo material, estaríamos hablando de la transgresión de una ley física; en el de lo mental, de una ley moral. Pero lo físico y lo moral no están separados ni son opuestos sino que son dos aspectos de un todo. Los principios establecidos de