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El coraje de enseñar: Explorando el paisaje interior de la vida de un maestro
El coraje de enseñar: Explorando el paisaje interior de la vida de un maestro
El coraje de enseñar: Explorando el paisaje interior de la vida de un maestro
Libro electrónico382 páginas7 horas

El coraje de enseñar: Explorando el paisaje interior de la vida de un maestro

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Si eres un maestro que nunca tienes días malos, o que los tienes pero no te preocupa, este libro no es para ti. Este libro es para maestros que tienen días buenos y días malos, y a quienes los días malos les provocan sufrimiento porque aman profundamente lo que hacen y se niegan a endurecer sus corazones.

En nuestras prisas por reformar la educación, hemos olvidado una verdad muy sencilla: nunca se logrará una verdadera reforma si seguimos menospreciando y desanimando al recurso humano llamado maestro y del que tanto dependemos. Por mucho que renovemos los programas, reestructuremos escuelas y revisemos los textos.

"¿Quién es el yo que enseña?" constituye la cuestión central de este libro. La pregunta del "quién" abre un sendero apenas recorrido en la investigación de la reforma educativa. Y el autor, docente vocacional y sensible, aborda la búsqueda de la respuesta desde su propia experiencia y desde una triple perspectiva: intelectual, emocional y espiritual.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 abr 2018
ISBN9788417399221
El coraje de enseñar: Explorando el paisaje interior de la vida de un maestro
Autor

Parker J. Palmer

Parker J. Palmer, a popular speaker and educator, is also the author of The Active Life. He received the 1993 award for "Outstanding Service to Higher Education" from the Council of Independent Colleges.

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    El coraje de enseñar - Parker J. Palmer

    191.

    CAPÍTULO I

    EL CORAZÓN DE UN MAESTRO

    Identidad e integridad en la enseñanza

    Finalmente soy yo misma.

    Ha llevado tiempo, muchos años y lugares;

    fui disuelta, fui zarandeada,

    viví con el rostro de otra.

    MAY SARTON,

    Finalmente soy yo misma1

    ENSEÑAR MÁS ALLÁ DE LAS TÉCNICAS

    No mucho antes de comenzar este libro, cuando el verano se deslizaba lentamente hacia el otoño, me estrené en el aula de una universidad y arrancó la tercera década de mi labor en la enseñanza.

    Ese día entré en clase agradecido por esa nueva oportunidad de enseñar. Enseñar compromete mi alma tanto como lo haría cualquier otro trabajo. Pero esa tarde volví a casa convencido una vez más de que nunca dominaría esta desconcertante vocación. Enojado con algunos de mis alumnos y avergonzado por mis propias meteduras de pata, comencé a darle vueltas a una pregunta recurrente. ¿No podría, a mi edad, encontrar una nueva actividad profesional, incluso algún trabajo manual que se me diera bien?

    Los alumnos de mi primer curso eran silenciosos como monjes. A pesar de mis intentos, no conseguía extraer ni una respuesta de ellos, y pronto sentí que me hundía en uno de mis peores temores: «Debo de ser muy aburrido para anestesiar tan rápidamente a estos jóvenes que solo unos momentos antes habían estado hablando animadamente en el pasillo».

    Los del segundo curso sí que hablaban, pero el diálogo se convirtió en conflicto cuando un alumno insistió en que las preocupaciones de otro eran «insignificantes» y no merecían atención. Disimulé mi irritación y los invité a escuchar abiertamente las diversas opiniones, pero el aire estaba ya viciado y el diálogo murió. Eso me sumió en otra antigua creencia que me producía ansiedad: «¡Qué torpe soy a la hora de tratar los conflictos cuando los alumnos deciden comenzar a hablar!».

    He enseñado a miles de estudiantes, asistido a muchos seminarios sobre educación, observado cómo otros enseñaban, leído sobre la enseñanza y, desde luego, reflexionado sobre mi propia experiencia. Mis reservas de métodos son abundantes. Pero cuando entro en una nueva clase es como si empezara desde cero. Mis problemas son perennes, conocidos por todos los maestros. Aun así, me toman por sorpresa, y mis respuestas a ellos –aunque aparentemente más suaves cada año– siento que son casi tan torpes como cuando era un principiante.

    Después de tres décadas de intentar aprender mi oficio, cada clase se reduce a esto: mis alumnos y yo, cara a cara, comprometidos en un intercambio, tan antiguo como exigente, llamado educación. Las técnicas que he dominado siguen ahí, pero no bastan. Cara a cara con mis alumnos, solo hay un recurso disponible de manera inmediata: mi identidad personal, mi sentido de este «yo» que enseña –sin el cual no tengo sentido del «tú» que

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