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Poder y sociedad en el Perú contemporáneo
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Poder y sociedad en el Perú contemporáneo

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La actualidad de este libro procede de la forma en que aborda la política y lo político en el Perú de los años 50 y 60. El libro de Bourricaud está dotado de una eficiencia metodológica y una narrativa a tambor batiente que revela el ritmo frenético de una vida social y política que opera desde la profundidad de la historia y del realismo literario. Bourricaud nos habla de un tiempo presente, de los problemas del Perú de hoy, de su sorprendente actualidad: un régimen político frágil, con sus juegos entre actores, de sus convivencias y connivencias; con un paisaje marcado por derroteros similares entorno a la dificultad de gobernar, los roles de la oposición "obstruccionista", la incipiente sociedad civil, la politización de las clases medias y la emergencia de la cholificación.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 feb 2018
ISBN9789972516757
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    Poder y sociedad en el Perú contemporáneo - Francois Bourricaud

    PARTE I

    Movilización de una sociedad dualista

    1

    Caracteres originales de la oligarquía peruana

    La localización de una clase dirigente, en una sociedad muy compleja y diferenciada, resulta bastante difícil. No es unánime el acuerdo sobre la lista de grupos que componen la clase dirigente de una sociedad industrial, pero se convendrá, sin esfuerzo, en que los capitalistas forman parte de ella. En cuanto al poder respectivo de los accionistas, de los técnicos, de los empresarios, de los ejecutivos, las opiniones difieren. ¿Pertenecen los jefes sindicalistas a la élite de nuestras sociedades? ¿Y los políticos? Dichas interrogantes no recibirán una respuesta satisfactoria mientras no se renuncie a imponer a priori una lista de grupos que, según cada cual, componen la élite, y se acepte preguntar a la gente de la calle cómo ven la estratificación de su propia sociedad. Luego, después de haber esbozado una imagen del prestigio y de su distribución en nuestras sociedades, es menester que nuestro sociólogo elabore una noción práctica, operante, acerca de qué es el poder de esa minoría. Siguiendo una feliz expresión de Parsons (1969: 107), no basta con decir quién tiene el poder sino que también debemos entender qué es el poder. Si en lugar de atenerse a la camarilla que, según él, acaparara todas las palancas de comando, Wright Mills (1956) hubiera confeccionado una lista de las cuestiones a propósito de las cuales los intereses en conflicto se enfrentaban, si se hubiera dedicado a elaborar el registro de quienes ganaban y perdían en una serie de partidas características; habría escrito un libro quizá menos brillante pero más juicioso. El poder de un individuo o de un grupo dentro de una colectividad equivale a su aptitud para lograr que dicha colectividad admita una solución conforme a sus preferencias. Si se me demuestra que en la mayor parte de los casos en que se adoptaron decisiones importantes, estas decisiones han sido preparadas, defendidas ante la opinión y luego impuestas por el mismo grupo, o la misma coalición, reconoceré que dicha coalición es eficaz, que tiene poder. Lo que le falta al libro de Mills es intentar establecer que, en lo relativo a los grandes debates en el dominio fiscal, aduanero, en materia de crédito, los corporate rich como grupo hacen la ley o impiden que la ley se haga en contra de ellos. Por lo demás, se comprende sin mucho esfuerzo la discreción de Mills; quizá no haya escrito la historia de esas decisiones, en las que el observador habría podido probar, por así decirlo, el poder atribuido tan generosamente a la élite, simplemente porque el análisis hubiera hecho demasiado patentes la confusión de los intereses y la incertidumbre de los resultados, hubiera sacado a luz el carácter estadístico de las decisiones sociales cuando el autor intentaba presentarlas como los fíat de algunas voluntades soberanas.

    En lugar de sociedades caracterizadas por actividades infinitamente variadas, afectadas por cambios si no muy profundos al menos continuos, que ponen sin cesar en tela de juicio la jerarquía del prestigio y del poder, imaginemos una sociedad de progresos muy lentos, de muy baja productividad. Figurémonos enseguida que por derecho de conquista, o por derecho de nacimiento, la población se divide en dos clases: los amos y los esclavos. Imaginemos que los esclavos son los únicos productivos al paso y que los amos se contentan con consumir los frutos del trabajo servil. Supongamos, por fin, que dicha situación esté legitimada por ambos grupos. Tal caso es el contemplado por Parsons cuando caracteriza a las sociedades subdesarrolladas por la polarización…. Para terminar el esquema, basta imaginar que en el origen de la omnipotencia de los dominadores está el hecho de la conquista colonial, la cual ha producido el sometimiento perdurable de los vencidos. La clase dirigente actual, heredera de los conquistadores, aparece como una oligarquía, en el sentido más estricto de la palabra.

    Esta es, grosso modo, la imagen más común de la oligarquía peruana. Tal imagen recoge, condensa y dramatiza situaciones muy concretas. Pero lo que yo querría demostrar en este capítulo es que ella deja escapar los aspectos más originales y desconoce las condiciones actuales y las direcciones previsibles de la evolución.

    Patrones y gamonales

    No es indiferente que las clases dirigentes se designen, generalmente, en el Perú con el vocablo de oligarquías. Aquí se enlazan dos nociones, la de un poder absoluto y la de que tal poder está ejercido por un número reducidísimo de personas. Tal vez sea necesario añadir que a esos pocos todopoderosos se los considera pertenecientes a clanes o tribus. Desde la fundación de su partido, los apristas han denunciado a los civilistas, es decir, a las grandes familias limeñas que, según ellos, tratan al país como conquistado. Y hasta un espíritu ponderado como el expresidente José Luis Bustamante, para describir los grupos más conservadores de la clase dirigente a los que debió oponerse durante su desdichada administración, ha encontrado espontáneamente la palabra clan para calificarlos: un conjunto de hombres ensimismados y a pesar de sus pretensiones que no están siempre en condiciones de exhibir títulos muy antiguos y ni siquiera un origen auténticamente peruano (Bustamante y Rivero 1949: 75). Lo que surge de este texto —y esta opinión es muy aceptada— es que la clase dirigente constituye un círculo de familia, un clan, una casta. Las dificultades comienzan cuando se trata de precisar las relaciones externas e internas de este pequeño núcleo. La clase dirigente peruana estaría constituida por grandes propietarios ausentistas: tal es la imagen más difundida. Los novelistas indigenistas —y entre ellos Ciro Alegría— nos ofrecen una pintura del hacendado, del gamonal, que permite al sociólogo ver, de modo preciso y detallado, a este personaje. A la vez, intentaremos enriquecer y depurar ese modelo.

    El mundo es ancho y ajeno [publicada en 1941], de Ciro Alegría, relata una acción que tiene lugar en el norte del Perú, en la región de Cajamarca. Pero las condiciones descritas por el autor no son todas propias de esta comarca. Ciro Alegría quiso que su relato fuera ejemplar. El viejo Rosendo Maqui encarna todas las virtudes y sabiduría indígenas. Del mismo modo, circulan a través de las páginas de la novela algunos hacendados típicos. Contentémonos con citar al buen patrón, protector de Vásquez, el bandido de gran corazón (el fiero Vásquez), a quien el autor da su propio patronímico, don Teodoro Alegría, y al malo, el acaparador dedicado a despojar a la comunidad de Rumi (de la que el viejo sabio Rosendo Maqui es jefe), al cruel, al avaro don Alvaro Amenábar y Roldán, señor de Umay, dueño de vidas y haciendas en veinte leguas a la redonda […] (1952, cap. VII: 162). Del retrato de don Alvaro retengamos el contraste entre los estallidos de violencia espontánea y la preocupación por recuperar compostura. He aquí en algunas líneas la historia de la familia Amenábar: Don Alvaro era hijo de don Gonzalo, hombre resuelto que ganó Umay nadie sabía cómo, en un extraño juicio con un convento. Llegó cuando la hacienda consistía en la llanura vista y los cerros que la rodeaban […] (1952, cap. VII: 163). Un casamiento oportuno con Paquita Roldán acrecentó los bienes de ambos. A continuación un retrato más amplio de don Alvaro: Era trabajador, inescrupuloso y hábil. Y este segundo contraste, que retoma y precisa la antítesis anteriormente vista entre el dominio de sí mismo y la espontaneidad violenta: A veces sabía soltar la mano llena de monedas y a veces ajustarla sobre la carabina (1952, cap. VII: 144). ¿Cómo se verificó el crecimiento del dominio de Umay? Don Gonzalo se embarcó en procesos juicios de linderos y dio un primer zarpazo. Pero tropieza con un obstáculo cuando su imperio, agrandado con numerosos despojos (haciendas, caseríos y comunidades", precisa Ciro Alegría) hace contacto con el de los Córdova:

    Cuando don Gonzalo fue acompañado de su gente, el juez, el subprefecto y algunos gendarmes a tomar posesión, lo recibieron a tiros. La lucha duró, con intermitencias, dos años. El subprefecto, impotente para intervenir y ni siquiera reconvenir a los hacendados, pedía fuerzas y órdenes a la prefectura del departamento. El prefecto, que no se atrevía a desafiar por sí solo a los poderosos señores, pedía instrucciones a Lima. De Lima, donde los contendores contaban con muchas influencias ante ministros, senadores y diputados, nada respondían. Y en las cordilleras limítrofes de Umay y Morasbamba continuaban los asaltos y las muertes. Los Córdova importaron de España un tirador excelente, oriundo de los Pirineos, y construyeron un fortín pétreo de acechantes troneras donde apostaron a su gente acaudillada por él. Don Gonzalo, hombre empecinado, pero también práctico, cedió momentáneamente […]. (1952: 164)

    Bloqueado el avance sobre su frontera con los Córdova, Gonzalo comenzó a expandirse hacia el norte. La muerte se lo llevó, pero su ambición, los planes de dominio y su rivalidad con los Córdova, heredólos íntegramente don Alvaro […] Hasta que frente a uno de los sectores de su hacienda, quedó Rumi, como una presa ingenua y desarmada (1952: 165). He citado este texto a pesar de su extensión porque nos permite esbozar la silueta de un personaje, el gamonal, al que la tradición identifica con la oligarquía. El gamonal es ante todo un individuo que reúne tierras. Si hubiera que tomar al pie de la letra las indicaciones de Ciro Alegría, sentiríamos la tentación de inferir que los grandes dominios son de origen reciente. Lo esencial de la acción relatada en El mundo es ancho y ajeno se desarrolla en los dos primeros decenios de este siglo. El gamonal es, en segundo lugar, un acaparador que se vale, a la vez, de la astucia y de la violencia. El origen de la fortuna de don Gonzalo es un oscuro proceso con una orden religiosa. Pues don Gonzalo se embarca en una serie de procesos y asfixia al país bajo un alud de papel sellado (sugiere la imagen el propio Ciro Alegría: una nevada asfixiante). Pero cuando los procedimientos judiciales fracasan, el gamonal no retrocede ante el recurso a la fuerza. Más bien, se asegura todos los apoyos posibles y percibimos entonces el tercer rasgo que lo define: un patrón que moviliza a la fuerza pública para su voluntad, su provecho. El gamonal está por encima de las leyes; estas dejan de existir apenas comienzan a estorbarle. Frente al gamonal, es poco el peso que tienen los subprefectos y los magistrados, y la menor prudencia aconseja a los representantes del poder central a no interponerse en su camino. El único poder susceptible de detenerlo no es el de las leyes, sino el de los otros gamonales. Don Gonzalo retrocede ante los Córdova porque estos son más fuertes, o, al menos, porque si los enfrenta teme comprometerse en una empresa larga, costosa y arriesgada. Así —y este último rasgo es en general firmemente subrayado—, adquiere y engrandece su imperio a expensas de las comunidades indígenas. La fuente de su poder es la expoliación de los indios.

    Por ello, El mundo es ancho y ajeno es, ante todo, la epopeya de la gente de Rumi, primero engañada y caída en la trampa del procedimiento judicial por un tabelión cauteloso, y luego arrojada de sus tierras a tiros. Para poner de relieve el proceso de conquista, en cuya virtud el gamonal reúne las tierras que ha arrebatado a los indios, citaré un texto de otro novelista indigenista, menos famoso que Alegría, menos dueño también de sus medios de narrador, pero de un patetismo más seguro y desgarrador. En Yawar fiesta, José María Arguedas [publicada en 1941] describe el despojo de que fueron víctimas los indios de Puquio. En otros tiempos —comienza el narrador— todos los cerros y todas las pampas de la punta fueron de los comuneros. Y precisa enseguida: "Entonces no había mucho ganado en Lucanas; los mistis¹ no ambicionaban tanto los echaderos. La punta grande era para todos (1958a: 21). Pero ¿a qué periodo se refiere con la expresión en otros tiempos? Un poco antes Arguedas, que se pone en el papel de un narrador indígena, había apuntado: Puquio es pueblo nuevo para los mistis. Quizá hace trescientos años, quizá más, quizá menos, llegaron a Puquio los mistis de otros pueblos donde negociaban en minas […] Pero las minas se acabaron […]" (1958a: 14). De mineros, los mistis se hicieron agricultores; "cayeron sobre Puquio, porque era pueblo grande, con muchos indios para la servidumbre […] Y comenzó el despojo a los ayllus" (1958a: 15); a las comunidades, a los ayllus, se les retiran sus campos de maíz, de avena y de trigo. Los indios despojados se ven en la necesidad de establecerse en las partes más altas de la montaña, la puna. Entonces, dos o tres siglos más tarde, en una época muy próxima a la que comienza el relato, se verifica una segunda expropiación: "Casi de repente solicitaron ganado en cantidad de la costa, especialmente de Lima; entonces los mistis empezaron a quitar a los indios sus chacras de trigo para sembrar alfalfa" (1958a: 21). Una economía de subsistencia poco más o menos autárquica, estrictamente regional, queda bruscamente dislocada por la creciente demanda de ganado procedente de un centro urbano en expansión: Lima. Codiciando la puna, donde se propone aclimatar la alfalfa, alimento del ganado que cuenta vender a precio de oro en los mercados de Lima, el misti empleará todos los recursos para arrojar al indio y quitarle su tierra. "Año tras año, los principales fueron sacando papeles, documentos de toda clase, diciendo que eran dueños de este manantial, de ese echadero, de las pampas más buenas de pasto y más próximas al pueblo […] Con los mistis venía el Juez de Primera Instancia, el Subprefecto, el Capitán Jefe Provincial y algunos gendarmes (1958a: 23-24). El juez se dirige en quechua a los indios y afirma que el señor X es el propietario de esos pastizales. Solo faltaba el señor cura. Helo aquí: El cura se ponía en los brazos una faja ancha de seda […] miraba lejos, en todas direcciones, y después, rezaba un rato. Y la breve homilía que dirige a los indios por no ser menos que el juez concluye así: Con la ley ha probado don Santos que estos echaderos son de su pertenencia. Ahora don Santos va a ser respetado, va a ser patrón de indios que viven en estas tierras. Dios del ciclo también respeta ley; leyes para todos, igual. Comuneros ¡a ver! besen la mano de don Santos" (1958a:

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