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La radio en el Perú
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Libro electrónico1249 páginas15 horas

La radio en el Perú

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Relata el surgimiento de la radio, en los años veinte, su posterior cambio de un medio de elite en uno de masas, su Edad de Oro, a mediados del siglo XX, el fracaso del experimento realizado por el Gobierno de la Fuerza Armada; y concluye con el estudio de las dos últimas décadas de caótica expansión, la conformación de nuevas cadenas y corporaciones, así como el desarrollo de la radio popular.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 oct 2017
ISBN9789972453205
La radio en el Perú

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    La radio en el Perú - Emilio Bustamante

    La radio en el Perú

    Emilio Bustamante

    Colección Investigaciones

    La radio en el Perú

    Primera edición digital, marzo 2016

    ©Universidad de Lima

    Fondo Editorial

    Av. Manuel Olguín 125, Urb. Los Granados, Lima 33

    Apartado postal 852, Lima 100, Perú

    Teléfono: 437-6767, anexo 30131. Fax: 435-3396

    fondoeditorial@ulima.edu.pe

    www.ulima.edu.pe

    Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

    Foto de carátula: Luis Peirano

    Versión ebook 2016

    Digitalizado y distribuido por Saxo.com Peru S.A.C.

    www.saxo.com/es

    yopublico.saxo.com

    Teléfono: 51-1-221-9998

    Dirección: calle Dos de Mayo 534, Of. 304, Miraflores

    Lima - Perú

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.

    ISBN versión electrónica: 978-9972-45-320-5

    Universo del hombre

    Tú —el único sentido máximo engendras el siglo del Radio —de la broadcasting— i de la vida

    Serafín Delmar

    Radiogramas del Pacífico (1927)

    Maravilla moderna, fantástica, ilusoria;

    sonora maravilla que ha conmovido al mundo.

    Donde tú estás hay fiesta, hay ensueños de gloria

    y la vida palpita con un ritmo profundo.

    Maravilla celeste que irradias por doquiera

    en mil compases brujos, tu magnético encanto,

    que aprisiona a las almas en redes de quimera

    y es bálsamo y antídoto para todo quebranto.

    Amparo Baluarte, Radiolandia

    Alta Voz, 22 de setiembre de 1939

    Índice

    Prólogo. Historia de los medios de comunicación en el Perú

    Prefacio. Nosotros, los hijos de la radio

    Presentación

    Introducción

    Capítulo 1. De OAX a Radio Nacional del Perú (1925-1937)

    1. Un nuevo medio para la Patria Nueva

    1.1 El gobierno de Leguía

    1.2 El monopolio de la Marconi

    1.3 La patente de Luis G. Tirado

    1.4 La Peruvian Broadcasting Company

    1.5 Las propuestas de La Crónica

    1.6 El directorio de la Peruvian Broadcasting Co.

    1.7 OAX.: La primera estación

    1.8 El fracaso de la Peruvian Broadcasting Co.

    1.9 La programación de OAX (1925-1926)

    1.10 OAX bajo la administración de la Marconi

    1.11 La programación de OAX de 1926 a 1930

    1.12 Los primeros radioaficionados

    2. Los años de la tempestad

    2.1 Radio y política después del derrocamiento de Leguía

    2.2 El conflicto con Colombia: La guerra a través de altoparlantes

    2.3 La Marconi y el Estado peruano después de la muerte de Sánchez Cerro

    2.4 El homenaje a la fundación española del Cusco

    2.5 La programación de OAX de 1930 a 1933

    2.6 Avatares de los radioaficionados

    3. Un medio masivo

    3.1 Radio y política en el gobierno de Benavides

    3.2 Nuevas emisoras en Lima y provincias

    3.3 Anunciantes: Las emisoras y la publicidad

    3.4 Programación de las radios limeñas (1934-1936)

    3.5 La primera encuesta radial sobre preferencias del público

    3.6 Las primeras estrellas

    3.7 La primera revista especializada, el Día de la Radio y la primera reina

    3.8 Los radioaficionados y el panamericanismo

    3.9 Una propuesta: Radio en los autos de la policía

    3.10 El consumo de la radio entre 1934 y 1936

    3.11 Hacia la creación de Radio Nacional del Perú

    Capítulo 2. La Edad de Oro (1937-1956)

    1. Una radio nacionalista

    1.1 Radio y política (1937-1939)

    1.2 Las emisoras comerciales limeñas

    1.3 Oferta y consumo

    1.4 Anunciantes y publicidad

    1.5 Primeros intentos de agremiación de los trabajadores

    1.6 La relación entre la radio y el cine

    1.7 Programación de las emisoras limeñas (1937-1939)

    2. Tiempos de guerra

    2.1 El censo de 1940

    2.2 La educación y la radio

    2.3 La guerra con Ecuador

    2.4 La Segunda Guerra Mundial

    2.5 La radio clandestina aprista

    2.6 Las emisoras privadas

    2.7 Los trabajadores de la radio

    2.8 La asociación de broadcasters

    2.9 Popularidad de animadores y locutores

    2.10 Las reinas de la radio

    2.11 Publicidad

    2.12 Consumo

    2.13 Programación en las radios limeñas (1939-1944)

    3. Radio y crisis (1945-1949)

    3.1 La radio como arma política: El gobierno de Bustamante y el golpe de Odría

    3.2 La crisis económica y la radio privada

    3.3 Emisoras y cadenas

    3.4 La agremiación de broadcasters

    3.5 Pulseadas entre la Anrap y Odría

    3.6 Agremiaciones de trabajadores

    3.7 Auditorios y estudios

    3.8 Programación en las radios limeñas (1945-1949)

    4. Alegría y lágrimas (1950-1956)

    4.1 Radio y política bajo la dictadura de Odría

    4.2 La radio privada

    4.3 La publicidad

    4.4 Agremiaciones de trabajadores

    4.5 Las reinas de la radio

    4.6 Programación y consumo en Lima (1950-1956)

    Capítulo 3. Nuevas olas (1956-1980)

    1. Convivencia y transición

    1.1 Radio y política de 1956 a 1962

    1.2 Nuevas reglas y actores

    1.3 Radio estatal y radio privada durante la Convivencia

    1.4 La publicidad

    1.5 Agremiaciones de trabajadores

    1.6 Las reinas de la radio

    1.7 Programación en las radios limeñas (1957-1961)

    2. El replanteamiento del modelo radial

    2.1 Radio y política (1962-1963)

    2.2 Radio y política durante el primer gobierno de Fernando Belaunde (1963-1968)

    2.3 Nuevas emisoras y propuestas

    2.4 Los gremios empresariales

    2.5 La radio frente a la televisión

    2.6 Agremiaciones de trabajadores

    2.7 La publicidad

    2.8 Programación en las radios limeñas (1962-1968)

    3. La radio bajo el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada

    3.1 Radio y política (1968-1980)

    3.2 Los trabajadores de la radio durante el Gobierno Revolucionario

    3.3 Radios estatizadas y privadas

    3.4 La publicidad

    3.5 Programación en las radios limeñas (1968-1980)

    Capítulo 4. El desborde (1980-2000)

    1. Bajo fuego (1980-1990)

    1.1 El Estado y la radio

    1.2 La radio y el conflicto armado interno

    1.3 Radio y religión

    1.4 El movimiento de radio popular

    1.5 La radio comercial

    1.6 Gremios empresariales

    1.7 Trabajadores

    1.8 El estrellato de los disc-jockeys

    1.9 Programación en las radios limeñas (1980-1990)

    2. La década de Fujimori

    2.1 Radio y política (1990-2000)

    2.2 La radio popular

    2.3 La radio comercial

    2.4 La inversión publicitaria

    2.5 Programación y segmentación de la audiencia

    2.6 Consumo

    2.7 Géneros y programas

    Bibliografía

    Prólogo

    Historia de los medios de comunicación en el Perú: Siglo XX

    Ahora mismo, millones de peruanos están vinculados a un medio de comunicación mientras miran la televisión, escuchan radio, asisten a una sala de cine o leen un medio impreso. La información, el entretenimiento, la reflexión y la experiencia artística modelada al contacto con otras miradas, opiniones y formas de ver la vida y la cultura provienen de un trato colectivo con los medios de comunicación, que fue afianzándose hasta adquirir una importancia central en el curso del siglo XX.

    En consideración a esa realidad, el equipo de investigadores responsable de este proyecto editorial, profesores de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima, se propuso elaborar, en el seno del Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima (IDIC), una Historia de los medios de comunicación en el Perú: Siglo XX. Es decir, examinar el desarrollo del periodismo, la radio y los medios audiovisuales (cine y televisión) peruanos, así como del marco regulatorio expresado en la legisl ación dictada sobre la materia, a lo largo de la centuria anterior.

    Uno de los impulsos para emprender el proyecto fue constatar la carencia de bibliografía sobre el tema. No se ha publicado ninguna historia general de los medios de comunicación en el Perú. Solo existen trabajos parciales sobre cada medio, algunos muy logrados. Ellos trazan horizontes del desarrollo de la radio, el cine y la televisión, describiendo etapas específicas u ofreciendo opiniones críticas y de enjuiciamiento a los productos mediáticos, sean películas o programas televisivos.

    Creímos necesario, por eso, realizar una investigación basada en el acopio minucioso de datos ciertos y testimonios plurales, con el fin de aportar bases documentales que ayuden a ordenar la información dispersa y parcial sobre el tema tratado, sistematizando lo que se mantiene fragmentario y facilitando las investigaciones que, más adelante, amplíen y profundicen los estudios sobre los medios de comunicación en el país.

    Sabemos que no existe una Gran Historia, única, total y abarcadora que examine hechos, motivos y consecuencias a partir de una clave interpretativa capaz de descifrar el sentido de todos los fenómenos y ocurrencias. Hay, en cambio, muchas historias y relatos que abordan los temas relevantes de una investigación desde horizontes y propósitos diversos. Este trabajo es una de esas historias, la primera que busca acercarse, en forma general, al asunto del desarrollo de los medios de comunicación en el Perú durante el siglo XX. En el futuro, otros estudiosos hallarán nuevas informaciones e intentarán otros abordajes, planteándose nuevas preguntas, las que dicte cada época, ofreciendo conclusiones a partir de las evidencias que no se hallaron aquí y ahora.

    La investigación que ofrecemos es un acercamiento realizado por profesionales de la comunicación, no por historiadores profesionales. Nuestra intención y objetivo ha sido comprender el pasado de nuestros campos respectivos de trabajo para tener bases más firmes en el desarrollo de nuestra labor cotidiana como investigadores y profesores universitarios.

    Una periodista, María Mendoza Michilot, trabaja el tema del periodismo diario durante el siglo pasado; Emilio Bustamante, comunicador interesado en el fenómeno de la radio popular y en la creación de ficciones para los medios de comunicación, aborda el pasado de la radio; el abogado José Perla Anaya ofrece su visión del marco legal y normativo que sirvió para propiciar la creación y canalizar el desarrollo y regulación de los medios; un abogado y crítico de cine, Ricardo Bedoya, se encarga de los medios audiovisuales. Cada autor eligió los datos relevantes de acuerdo con su propio derrotero de investigación. En casi todos los casos, este trabajo amplía, modifica o ratifica las investigaciones realizadas por cada uno de los autores en los campos de sus especialidades respectivas, publicadas en obras previas.

    Abordamos esta investigación como un trabajo interdisciplinario. Cada uno de los tomos que la conforman tiene su propio diseño y entidad, y corresponde a la visión personal y la interpretación del autor que la suscribe, aun cuando el conjunto se gestó como una investigación propiciada por el IDIC.

    Centrar la investigación en el siglo XX no ha impedido el análisis de datos relevantes de fechas anteriores. Es el caso del periodismo, cuyos antecedentes son básicos para entender el desarrollo que obtuvo en el periodo tratado. Lo mismo ocurre con el cine, aparecido en los años finales del siglo XIX, a los que se remonta la investigación. Solo la radio y la televisión nacieron y se asentaron en el siglo que estudiamos.

    Sin imponer una rígida división o establecer una periodización fija y cerrada, los investigadores convinimos en la necesidad de organizar los periodos estudiados en cada capítulo teniendo en cuenta algunos hitos reconocibles en el desarrollo político del país. Así, la primera parte de los trabajos sobre la prensa, el cine y la legislación de los medios de comunicación remiten a la situación de fines del siglo XIX y se proyectan hasta el advenimiento del llamado Oncenio, o Patria Nueva, el periodo del segundo mandato de Augusto B. Leguía que, a su vez, constituye un segundo periodo de estudio. Es entonces que empieza la investigación sobre la radio, instalada en el Perú a mediados de las décadas de los años veinte. Una tercera etapa abarca desde los inicios de los años treinta, acabado el periodo de la Patria Nueva, hasta llegar a la interrupción del periodo democrático del presidente José Luis Bustamante y Rivero, lo que marcó el comienzo del gobierno de Manuel A. Odría. Una cuarta etapa comprende lo ocurrido en los años cincuenta —cuando empieza la televisión, en 1958— y sesenta hasta la irrupción del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, presidido por el general Juan Velasco Alvarado, en su primera fase, entre 1968 y 1975, y por el general Francisco Morales Bermúdez, en su segunda fase, hasta 1980. Las dos últimas décadas del siglo conforman la quinta etapa de la investigación.

    En algún caso, como el del cine, esta periodización se altera de algún modo debido a características propias del medio, que divide su existencia en dos épocas netas, el periodo silente y el sonoro. En lo relativo a la producción fílmica peruana, la periodización encuentra una demarcación adicional: la ley de promoción de la industria cinematográfica, dictada en 1972, hito que hay que considerar en la fijación de los periodos de la historia del cine en el Perú.

    Estudiar el desarrollo de los medios de comunicación supone examinar las características y singularidad de sus productos, en cualquier género o formato, en soporte escrito o fílmico, de proyección mecánica o transmisión electrónica. Pero también requiere entender el marco general en que se produjeron: desde el encuadre legal y sus circunstancias políticas y económicas hasta el estado del equipamiento técnico empleado para su hechura, pasando por la identidad de las empresas que financiaron o elaboraron los diarios, películas, telenovelas, series televisivas y programas radiales en general, sin olvidar la identificación de los profesionales, creativos o técnicos, que los imaginaron y diseñaron.

    Aunque la investigación de cada medio señala sus propias formas de acceso y metodología, en aras de conseguir un trabajo de coherencia orgánica los investigadores participantes decidimos establecer algunas directivas de organización para emprender y desarrollar la labor de acopio de información y las tareas posteriores de explicación y análisis. Las mencionamos a continuación.

    En primer lugar, para uso del equipo de los investigadores y no como objeto de investigación, establecimos un marco temporal, cronología o línea del tiempo, con indicación de hechos del contexto histórico, político, social, económico, cultural y tecnológico, nacional e internacional, a modo de referente para situar los procesos de comunicación en nuestro medio.

    En segundo lugar, prestamos atención al estudio de las formas y modos de propiedad, organización y producción de los medios, examinando las actividades de las empresas de comunicación, de productoras de películas y de emisoras radiales y televisivas, identificando sus productos, sean diarios, películas, programas de radio y televisión. La tónica del acercamiento se moldeó a las características de cada medio: en el cine, la obra acabada, la película estrenada o exhibida es el elemento distintivo y el objeto de estudio; en la televisión y la radio importan más los flujos, las corrientes de programación, la lógica que se encuentra en la determinación de las grillas y en los horarios en los que se ubica un programa u otro.

    Atendimos a los avances tecnológicos de cada medio, sobre todo en el horizonte de un siglo que ha visto la sustitución de las técnicas de registro y difusión basadas en la reproducción analógica de imágenes y sonidos a las sustentadas en su codificación binaria o digital. La relación entre técnicas, lenguajes y mensajes en los medios de comunicación reviste un grado de significación fundamental.

    En tercer lugar, tuvimos presente las relaciones de los medios con el Estado, examinando las políticas gubernativas en cada época, la legislación, la censura, las formas de promoción y, en general, los modos de intervención, directa o indirecta, del Estado en los medios. Ello sin perder de vista la influencia relevante de otras instituciones sociales, los grupos de poder económico y las decisiones de los individuos, protagonistas de circunstancias económicas y de negocios que llevaron a tal o cual orientación empresarial.

    En cuarto lugar, nos interesamos en estudiar los géneros y formatos documentales y de ficción trabajados y difundidos a través de los años, con sus particularidades expresivas, estilísticas y semánticas, sobre todo los de producción peruana, pero con referencias puntuales a productos extranjeros con influencia en los medios audiovisuales.

    En quinto lugar, prestamos atención al examen de la formación, ampliación e integración de los públicos al circuito de la comunicación, rastreando esa participación en testimonios aparecidos en espacios periodísticos y en las informaciones sobre recaudaciones de películas, índices de asistencia a las salas de espectáculos o mediciones de las audiencias radiales y televisivas. Algunos productos de los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales, son mercancías que se distribuyen en un mercado, anunciándose como espectáculos masivos, pero también elementos distintivos de la historia social y cultural: testimonian identidades y formas de pensar, representan mentalidades, documentan la realidad, a la vez que promueven la circulación de valores, estereotipos, pautas de comportamiento, modas. De allí la importancia de tener en cuenta las características de su consumo público.

    Esos fueron los cinco vectores metodológicos que articularon la investigación, con las singularidades propias del estudio de cada medio y el acento particular aportado por los investigadores. No es posible acercarse con un bagaje metodológico invariable a medios de naturaleza distinta que cumplen funciones diversas, generando una pluralidad de mensajes que trascienden —como lo postula la semiótica— la identificación con el mero contenido.

    Nuestra propuesta de investigación tuvo desde el inicio la voluntad de poner por delante el establecimiento de datos e informaciones ciertas, como una forma de describir el estado de las cosas, preguntándonos cuándo y dónde pasó tal hecho y ubicando su ocurrencia en el panorama general de la historia internacional de los medios. El trabajo de campo se desarrolló a par tir de búsquedas en archivos, hemerotecas, filmotecas, videotecas y museos, aprovechando también los testimonios personales, las fuentes estadísticas, las visitas a lugares y la observación in situ, entre otros.

    En este punto, es preciso hablar de los problemas y limitaciones que tuvimos en el desarrollo de la investigación que se prolongó durante un lustro. Por ejemplo, de las dificultades para obtener informaciones indispensables para explicar una situación, corroborar una hipótesis, confirmar un dato o sustentar una afirmación.

    Investigar la existencia, forma, acabado, identidad o influencia de películas o programas televisivos o radiales es hacer una pesquisa sobre productos mercantiles que no se consideraron en su momento como obras culturales, dignas de comentario, preservación o memoria. En su época, muchos de esos productos audiovisuales fueron vistos como pasatiempos transitorios, fiascos insalvables o productos de la fungible y pasajera vida del espectáculo y la farándula. Por eso, su existencia apenas si se consigna en un pie de página o un comentario marginal. Las fuentes para conocerlos no son los estudios académicos, ni los propios productos audiovisuales, que se han deteriorado o perdido y no existen más, sino periódicos, revistas especializadas de espectáculos o documentos de existencia azarosa.

    Si estudiar los productos de la industria audiovisual es muy difícil en países de Europa o en Estados Unidos, lo es mucho más en el Perú, donde nunca existió conciencia de la necesidad de preservar las obras audiovisuales y cuyos archivos documentales son mantenidos en precarios estados de conservación. No abundaremos en anécdotas como la del hallazgo en una biblioteca municipal de dos buscados tomos del diario La Crónica, del año 1930 (en el periodo crucial que siguió al derrocamiento de Leguía), envueltos por telarañas y transitados por insectos, pero es preciso lamentar la incuria con que se manejan en nuestro país las tareas de mantenimiento del acervo documental —del que forman parte las grabaciones de programas radiales y los archivos audiovisuales—, por no mencionar la inexistencia de políticas de restauración y preservación del patrimonio audiovisual.

    Por último, anotamos que el ámbito geográfico de la investigación se concentró en la ciudad de Lima, capital del Perú, lo que no cancela la inclusión de referencias puntuales a hechos o sucesos ocurridos en otras regiones del país.

    Destinatarios de este trabajo son los estudiantes y los profesionales de la comunicación, pero también los interesados en la historia social y cultural del Perú.

    Ricardo Bedoya

    Coordinador de la investigación

    Prefacio

    Nosotros, los hijos de la radio

    De mi infancia en el puerto de Mollendo atesoro recuerdos como si los estuviera viendo, o mejor dicho... oyendo. Porque todos los atardeceres de aquellos iniciales años cuarenta, cuando el rojísimo y enorme sol se hundía en el horizonte, mi padre se inclinaba sobre su poderoso Telefunken de madera y movía el dial buscando las nuevas de la gran guerra europea…

    Brotaban las noticias, mi madre mandaba callar el alboroto familiar con un gesto y entonces solo se oían voces extrañas que mis padres escuchaban con dramática atención en un ritual que se repetía todos los días. En la noche, después de comer, nos asomábamos al balcón que daba al mar para escudriñar en la negrura porque mi hermano mayor decía que en cualquier momento se verían las luces de un submarino alemán…

    No había mejor medio que la radio para seguir de cerca las incidencias de la guerra, sus efectos en Lima, en la política, en un tiempo de confusiones en que muchos creían que la catástrofe total estaba a la vuelta de la esquina.

    ¿Qué emisoras sintonizaban? Solo conservo en la memoria ese suave crepitar que surge cuando se salta de una banda a otra y se mueve el botón para buscar la radio justa. Quizá era la célebre BBC de Londres con sus notas beethovenianas iniciales o La Voz de América desde Washington, o la más lejana Radio Moscú.

    Aquel receptor era una especie de hermano mayor, pues cuando lo encendían debíamos callar para escucharlo, y en especial a mediodía, cuando irrumpía la presentación del famoso Repórter Esso, el noticiero que preparaba la agencia de noticias United Press para la petrolera Standard Oil de la familia Rockefeller. Pero esto lo sabríamos muchos años después, cuando comenzamos a comprobar que las emisoras iban a la guerra junto con sus ejércitos y que la radio había sido el más utilizado y potente medio de propaganda de la Segunda Guerra Mundial.

    En este texto que prologamos, el investigador Emilio Bustamante nos cuenta todo esto y mucho más poniendo fechas a evocaciones que eran difusas, arrinconadas en la memoria a la vez que nos provee del contexto para su comprensión, pues de otra manera no se puede explicar un hecho histórico tan trascendente como una emisión de radio.

    Para los tiempos en que tuve la fortuna de asomarme a la llamada edad de oro de la radio ya esta era un medio masivo de comunicación en toda la regla, que hacía temer y hasta retroceder a la prensa periódica que hasta entonces había reinado en el mundo de las noticias.

    Hasta que la radio no comenzó a transmitir noticieros los grandes públicos debían esperar al día siguiente de los grandes eventos para conocer resultados. Pero ahora solo había que sintonizar el noticiero para saber quién había ganado el partido del deporte favorito o mejor todavía, seguir la competencia directamente confiando en la versión del narrador para imaginar lo que pasaba en aquel campo deportivo.

    Al iniciarse la década de 1930 los resquemores de la prensa habían casi desaparecido porque se comprendió que eran roles y lenguajes distintos, los que podían convivir sin problemas en cualquier hogar: había un horario para leer las noticias y otro para encender el receptor y escuchar noticias; pero sobre todo entretenimiento y música, mucha música gratis.

    Y esta fue otra resistencia que debió vencer la radio, pues inicialmente los fabricantes de discos se negaron a que las emisoras transmitieran sus productos hasta que entendieron que el nuevo medio era el mejor publicista para sus ventas.

    Quienes primero advirtieron la enorme importancia del nuevo medio fueron los comerciantes, quienes comprobaron que comprar espacios para publicitar sus productos podía ser hasta más rentable que la ya vieja prensa. Pero probablemente quienes mejor aquilataron su importancia fueron los políticos, los cuales creyeron que los mensajes radiales eran infalibles para la propaganda, el reclamo de adhesión a sus ideas.

    Todos los inventos son precedidos por otros y así, enriqueciendo, añadiendo, surgieron novedades tecnológicas tan importantes como la imprenta, por ejemplo, pero que debió esperar quinientos años antes de ser renovada. La radio en cambio fue consecuencia de una rápida sucesión: la telegrafía con hilos, el teléfono, la telegrafía sin hilos y finalmente la transmisión de sonidos, música y palabras. Fue tan novedosa que hubo que inventarle el nombre y así se adoptó el vocablo broadcasting (acción de diseminar semillas) porque no había otra manera de llamarla.

    Los historiadores norteamericanos cuentan del radio boom de los años veinte, sin detenerse mayormente a considerar si este nuevo medio de comunicación masiva debía ser controlado dada su importancia política. Pero en América el prodigio se adaptó muy pronto al sistema comercial y, tal como la prensa, vendió espacios para avisos publicitarios. La radio entonces debía ser atractiva, convocar audiencias para que los avisos comerciales llamaran la atención y cumplieran con su rol de incentivar al consumo. Y todo esto debía estar, como en la prensa, en manos privadas empresariales. Los contenidos de la radio de los Estados Unidos —sistema que incidiría de manera decisiva en la enorme zona de influjo norteamericana— estarían a partir de entonces absolutamente ligados a lo comercial; y, en lo político, a lo que consideraban sistema ideal y natural de gobierno, es decir, a la democracia representativa.

    Pero los ingleses y muchos europeos no pensaban así, y plantearon y lanzaron el sistema de servicio público liderado por la BBC que no dejó pasar la publicidad como método de financiamiento, y adoptaron un sistema de pagos que el usuario debía hacer para disfrutar de una programación de entretenimiento cuidadosamente estudiada y noticieros muy balanceados y alejados de la pasión partidaria.

    Poca atención se prestó por entonces a que en el otro lado de Europa nacía la Unión Soviética que lideraba el desconocido Lenin, fundador del primer partido comunista que llegaba al poder desmantelando nada menos que al antiguo y poderoso imperio ruso. Era el año 1917, en plena Primera Guerra Mundial, cuando tomaron el control del país imponiendo su doctrina política, el marxismo-leninismo, esto es, la teoría de Karl Marx y la acción político-partidaria de Lenin. Quizá algunos se habían detenido a examinar el proyecto que señalaba claramente que los medios de comunicación, la prensa y la naciente radiodifusión debían ser utilizados para la educación de las masas, la politización, la organización, y en consecuencia pasarían a ser controlados por el partido y el Estado. Y así la nueva prensa y la radio comunistas nunca conocieron la publicidad porque su rol sería propagandístico y cultural.

    Tres modelos o puntos de vista sobre el uso y regulación de la radiodifusión. Y esto lo debió considerar el presidente Augusto B. Leguía cuando decidió que la radiodifusión debería formar parte de su modelo modernizador que había echado a rodar en esos años veinte, de gran influencia norteamericana.

    Y así comienza esta historia que nos relata en detalle Emilio Bustamante. Leguía no tenía otro camino que el liberal democrático norteamericano porque él mismo era Presidente gracias a elecciones. Pero era un dictador civil, es decir, había construido un férreo aparato político burocrático de control de las instituciones, incluido el Parlamento, que no toleraba la libertad de crítica.

    Entonces ideó un extraño modelo a la peruana. Otorgó el monopolio de la nueva radiodifusión a una empresa particular cuyos accionistas eran sus amigos y partidarios. Así salió al aire la pionera y legendaria OAX que más tarde sería adjudicada a la empresa inglesa Marconi, adoptándose el modelo inglés de pago por derecho de antena, un sistema exótico para un país latinoamericano.

    Lo interesante, cuenta Bustamante, fue la confianza de Leguía en el poder propagandístico de la radio pues, en su primer discurso luego de elogiar las bondades de la modernidad representadas en el nuevo medio pasó a asegurar que pronto se resolvería el agudo problema de las llamadas provincias cautivas —Arica, Tacna y Tarapacá—, en manos chilenas desde el fin de la Guerra del Pacífico.

    Fueron años de rutina y baja calidad de programación que cambiarían de manera drástica luego de la caída del régimen leguiista. En la década de 1930 la radio peruana solo conoció el crecimiento; y las cifras, ejemplos y relatos de Bustamante lo demuestran.

    La extraordinaria capacidad de convocatoria y credibilidad de la radio fueron confirmadas en el Perú en 1936 con las emocionantes noticias que llegaban desde Berlín, adonde partiera una importante delegación peruana para participar en las Olimpiadas. Es probable que aquella haya sido la fecha clave para el gran lanzamiento de la nueva radio, que abandonaba su tono provinciano para buscar igualar a sus pares latinoamericanos, y en especial en el ancho mundo de los deportes donde reinaban el fútbol y el boxeo. El punto máximo de atención y tensión puede haber sido la confrontación militar con Ecuador, en 1941, donde se confirmó la capacidad propagandística del medio.

    Fue también el tiempo del grito de ¡Coche a la vista! de los locutores que anunciaban la llegada de un automóvil a la meta o de los corresponsales que aguardaban en los puestos de control el paso de los famosos pilotos peruanos Arnaldo Alvarado, el Rey de las Curvas; Henry Bradley y su Avispón Verde, o Luis Astengo, Flecha de Oro. Pero sobre todo del ídolo máximo, el Cholo Julio Huasaquiche, mecánico y piloto, que con un Ford casi destartalado partía entre los últimos y llegaba en el límite, cuando el público ya se había marchado y estaban a punto de cerrar el registro. La emoción era intensa cuando el locutor gritaba ¡Atención... se ven luces… viene un auto muy despacio... es... es... ¡Huasasquiche!.

    Las carreras de autos estaban absolutamente ligadas a la radio. Hubo, recordarán todavía algunos, por lo menos tres competencias importantes: en 1940 Buenos Aires-Lima-Buenos Aires; luego, en 1948, la formidable Buenos Aires-Caracas, y ese mismo año la Lima-Buenos Aires. En todas destacaba el esfuerzo organizador de Juan Sedó y sus corresponsales. Fue uno de ellos quien transmitió la primicia de que Arnaldo Alvarado, crédito nacional, atropelló a un burro en Paramonga y quedó fuera de la carrera cuando le pisaba los talones a Juan Manuel Fangio y los hermanos Gálvez en la sétima etapa, Lima-Tumbes, de la Lima-Caracas.

    Las radios locales de aquellos años dorados enviaban locutores y equipos a todos los eventos, de cualquier clase. Ellos ponían la narración y nosotros imaginábamos. Por ejemplo, un anunciante tuvo la idea de publicar un dibujo de la cancha cuadriculada en sectores numerados para que se pudiera seguir el partido de fútbol y entonces el argentino Boris Sojit pedía tener a la vista el diagrama y anunciaba Pasan el balón al sector C… de ahí con un pase largo al sector D….

    Más imaginación todavía había que poner en las transmisiones dominicales de las corridas de toros, de la procesión del Señor de los Milagros, del fútbol de Lolo Fernández, del boxeo de Antonio Frontado y la célebre transmisión internacional Cabalgata Deportiva Gillete, con el locutor que insistía: No se vayan… que esto se pone bueno…, desde el lejano Madison Square Garden de Nueva York.

    Llegó entonces la época de los auditorios, que los colegiales sabíamos aprovechar bien. A la vuelta del colegio San Agustín, en el jirón Camaná, estaba Radio Colonial, donde a las cinco de la tarde se iniciaba un programa infantil al que asistían también alumnas de un colegio cercano. Apenas salíamos de las aulas nos atropellábamos en las estrechas escaleras que conducían a una pequeña sala donde nos apretujábamos más para ver a las chicas que para participar en el programa.

    Pronto los miembros de la pandilla quinceañera de Monserrate nos convertimos en expertos en programaciones, horarios y carteleras; porque todos los artistas de renombre hacían sus presentaciones en teatros, quizá cabarés (boites) y generalmente pasaban a la radio, donde el ingreso era libre. Solo era cuestión de ir temprano y acomodarse. Las radios Central, Mundial, Nacional (la de más antigua y mejor sala), Atalaya, La Crónica (quizá la última moderna), y otras, eran las favoritas.

    Era también el tiempo de los radioteatros, el antecesor de las radionovelas. La diferencia, según la define el cubano Reynaldo Gonzales, está en que los primeros recogen adaptaciones de los folletines nacidos en Francia para la prensa popular. Más tarde vendrían los autores especializados y nacería el género radionovelesco, con técnica y lenguaje propios.

    Los melodramas preferían el mediodía y la tarde mientras que la noche era para el misterio y la aventura y también la política, porque alguna emisora recibía los discos que enviaba el servicio informativo de los Estados Unidos con su serie anticomunista Ojo de águila.

    El derecho de nacer, del cubano Félix B. Caignet, fue la máxima expresión de la radionovela, pues alcanzó niveles de sintonía que no han sido igualados, un fenómeno que llegó al Perú y aquí se hizo una versión a la peruana. Bustamante nos recuerda bien el incidente de la presunta agresión al actor Ego Aguirre que hacía el papel del odioso Rafael del Junco, el canalla de la historia.

    Nosotros también nos pasamos a la televisión cuando en 1957 ingresó a la casa un televisor Philco, que pronto cautivó a la familia e hizo arrinconar el radiorreceptor, que sin embargo no fue olvidado, porque siempre conservó su espacio para las noticias, el deporte y la música de moda, aunque el cambio fue inevitable. La banda de AM perdió terreno ante la novísima FM y sus emisoras de formato puramente musical, y en algún día que no podemos precisar se transmitió la última radionovela.

    Pero la vieja Onda Corta, aquella de las bandas de 19, 25 y, la favorita, de 31 metros, eran todavía el escenario preferido de la confrontación conocida como la Guerra Fría, en que La Voz de América lanzaba su artillería anticomunista hacia el otro lado de la Cortina de Hierro y desde allá contestaban y rebatían con igual potencia Radio Moscú y Radio Progreso.

    En el medio, para estar mejor informado, estaba la venerable BBC de Londres marcando una línea de esfuerzo de imparcialidad que seguían muchas otras emisoras, entre las que recordamos a Radio Nederland, Radio Suecia Internacional, la Deutsche Welle de Alemania Occidental, Radio Francia Internacional y muchas otras más (escribí una vez a Radio Pekín dando cuenta de haber escuchado sus programas y meses después me enviaron un recuerdo: varios paisajes recortados a tijera).

    Al terminar los años cincuenta trabajé por un par de años en La Oroya, editando una revista para empleados de la otrora formidable Cerro de Pasco Copper Co. Todos los que han transitado alguna vez por aquella ciudad (si se le puede llamar así) de paso a Jauja o Huancayo, concordarán en que es uno de los lugares más inhóspitos de los Andes centrales. Noches solitarias, frías e interminables, de lluvia y nieve, en que mi viejo receptor Philips de tubos, tropicalizado, que todavía conservo, se convertía en el amigo necesario para sobrellevarlas.

    Recuerdo, entre otras, las voces de Aquí Radio Rebelde, transmitiendo desde territorio libre en América de los guerrilleros castristas desde la Sierra Maestra cubana. Luego del triunfo revolucionario cederían el espacio internacional a Radio La Habana, que se lanzaría con fuerza a refutar la propaganda anticastrista de Miami. Confirmaría por entonces la enorme importancia de Radio Nacional y sus noticieros y de la BBC británica.

    Una decena de años más tarde viajé a Moscú contratado por una editorial para hacer corrección de estilo y tomé mis precauciones para estar informado porque me habían asegurado que allá, en la cuna del comunismo, era imposible conseguir un receptor y que todas las casas poseían uno pero de estación única que solo transmitía propaganda. Era una verdad a medias. El departamento asignado tenía efectivamente un receptor pero con dos estaciones, una de noticias y otra de música, ambas de manera permanente. Llevé mi potente y envidiado Zenith TransOceanic cuya enorme antena y ocho pilas me permitían asomarme a Radio Nacional de España, Radio Suecia Internacional y otras que me rescataban del aislamiento impuesto por el idioma.

    Tampoco era cierto que no se podía comprar receptores, pues había de todos los precios y bandas, y no era verdad que el régimen interfería las potentes señales de las emisoras norteamericanas —Free Europe era una de ellas— que bombardeaban todo el sector de países por entonces socialistas.

    En los ochenta ya mi receptor era un pequeño Sony digital, compacto, que carecía de dial y evitaba la búsqueda porque se requería solamente conocer la banda y la frecuencia.

    Hoy, la zona de la short wave está casi solitaria. La recorremos buscando las antiguas emisoras grandes y reconocemos algunas voces que es mejor escuchar por la maravilla moderna de internet, portador imbatible de miles de señales en todos los idiomas de todas las latitudes.

    La melancolía es ineludible al rememorar aquellos viejos buenos tiempos en que nos disputábamos el receptor, la radionovela llorosa versus el invencible Tamakún.

    Al paso de los años la radio sigue siendo el medio masivo de comunicación más importante de todos porque supo adaptarse a los tiempos, a los contextos cambiantes y configurar lo que podríamos llamar el Planeta Radio. Aquí cohabitan la radio comercial, la educativa, la pública, la comunitaria, la estatal, la partidaria, todos abriendo espacios a la imaginación.

    Debemos agradecer a Emilio Bustamante la paciente investigación que ha tenido como fruto este magnífico texto. Aquí leeremos no solo los arañazos de historia que les he propuesto en estas nostálgicas líneas, sino que comprenderemos mejor por qué es así la radio en el Perú.

    Como todos los buenos historiadores el autor nos propone un derrotero personal para su relato, dividiendo la gran historia de la radio en el Perú en fases bien definidas. Primero los años iniciales, De OAX a Radio Nacional del Perú 1925-1937, que recoge los episodios inaugurales y conoce los sucesos dramáticos de transición del leguiismo al nuevo escenario político en que surgieron nuevos partidos y la radio avanzaba hacia la masividad y al uso propagandístico y publicitario pleno.

    La siguiente etapa es la favorita de los historiadores de la radio y hace bien Bustamante en llamarla La Edad de Oro, que corre desde 1937 hasta 1956, esto es, al año anterior a la llegada formal de la televisión. Son los difíciles años de la Segunda Guerra Mundial, del conflicto con Ecuador, pero sobre todo los tiempos de la imbatible radionovela, de los grandes artistas que era posible ver sin pagar en los pequeños auditorios. La popularidad de la radiodifusión aumenta cada día, los receptores están ya en cada casa y se convierten para siempre en la manera de conocer las noticias por las mañanas. Nunca más perderán ese privilegio.

    Nuevas olas 1956-1980 describe la etapa más dura de la historia de la radio, pues debió adaptarse a las nuevas condiciones para sobrevivir. Pero sobre todo fue obligada a inventar modelos distintos porque las radionovelas fueron derrotadas por la imagen de las telenovelas. Ya la posesión de una radio solitaria era un mal negocio porque los empresarios y comerciantes prefirieron invertir su publicidad en la televisión, lo que fomentó la creación de cadenas radiales, de empresas acaparadoras que incluso hoy llegan a superar el centenar de emisoras a nivel nacional.

    La última etapa que reconoce nuestro historiador la describe como El desborde 1980-2000, que él mismo sigue de cerca indicando como fecha de inicio el año en que empezaron las acciones de la violencia terrorista en los Andes centrales. En un conflicto tan severo la radio llegó a tener un rol informativo y político importante y no fueron pocos los periodistas perseguidos y abatidos por ambos bandos.

    Esta descripción del contenido del texto de Emilio Bustamante debería servir, pese a ser breve e incompleta, como incentivo para acompañar al autor en el extenso recorrido histórico que propone con metodología exacta y fuentes precisas en un envidiable trabajo que será muy difícil de superar.

    La historia de la radio tiene tantas aristas o, mejor, escenarios, que es muy difícil resumirla. Los temas de tecnología, propietarios, programas, música, noticias, locutores, radionovelas, educación a distancia, la intención comunitaria, emisoras pirata o sin licencia, publicidad radial, etcétera, merecen cada uno tratamientos históricos especiales y es por ello que la síntesis de Bustamante resulta tan importante como información cabal así como de incentivo a nuevas investigaciones que verán ahora rutas abiertas que ahondar.

    Juan Gargurevich

    Presentación

    El presente libro tiene como objetivo ofrecer un panorama de la evolución de la radiodifusión en nuestro país desde 1925 hasta el 2000. Forma parte del proyecto Historia de los medios de comunicación en el Perú: Siglo XX, impulsado por el Instituto de Investigación Científica de la Universidad de Lima.

    Cuando en 1925 Augusto B. Leguía inauguró la primera estación radiodifusora, OAX, eran muy pocos quienes podían comprar en el Perú un receptor, aunque algunas personas armaban ingeniosamente sus propios aparatos de galena. Diez años después la radio estaba ya en camino de convertirse en un medio de masas. A finales de la década de 1930 brillaban las primeras estrellas y la música criolla empezaba su reinado en el dial. Durante las décadas de 1940 y 1950, la radio capturó la imaginación y los sentimientos de miles de oyentes a través de los radioteatros. A fines de la década de 1950 los transistores y las pilas o baterías eléctricas permitieron que un nuevo público accediera al medio, y algunos programas facilitaron que se tejieran redes entre los migrantes y se mantuviera el vínculo de ellos con la provincia. Si bien la llegada de la televisión restó dinero de la publicidad a las emisoras privadas, no acabó con la popularidad de la radio; por el contrario, las estaciones se reprodujeron en las décadas de 1960 y 1970. A comienzos de la década de 1980, no solo existía una radio comercial capaz de concentrar a jóvenes citadinos en espectáculos musicales multitudinarios, sino también una radio educativa y popular a través de la cual se hacían escuchar sectores antes desoídos. Por otro lado, la exclusiva frecuencia modulada era invadida por ritmos populares y voces irreverentes. La radio se mantuvo al lado de la población en la violenta década de 1980, sufriendo atentados como ella, tranquilizándola durante los apagones, entreteniéndola en las noches de toque de queda. Y en la década de 1990, a la hora de informarse, la gente le otorgó mayor confianza que a la televisión y la prensa escrita.

    Desde sus inicios la radio pareció buscar a las multitudes; su confinamiento nunca duró mucho. Y, sin embargo, la popularidad de la radio parece estar relacionada, también desde su inicio (recordemos a los radioaficionados), con cierta intimidad y con la participación de un oyente que demanda convertirse en emisor. Medio cálido en un sentido distinto al que le otorgaba McLuhan, la radio tiene en nuestro país una historia a veces incandescente. Este libro trata de dar cuenta de ella, dentro de las posibilidades del autor y las condiciones de la investigación.

    Los límites que hemos encontrado en la realización del proyecto en general han sido ya descritos por Ricardo Bedoya, el coordinador de la investigación, en el prólogo de la serie. Como allí se señala, el ámbito geográfico prácticamente se tuvo que reducir a Lima, y es de lamentar la precariedad de archivos documentales que ha dificultado el acceso a fuentes directas. En el caso de la radio, la casi total ausencia de archivos de sonido ha hecho que conozcamos de voces y programas de décadas pasadas, en su mayoría, solo por lo que dicen los diarios y revistas de ellos. Respecto de las décadas recientes, los problemas han sido distintos: el crecimiento impresionante de la radio en el país ha hecho que sea sumamente difícil recopilar y ordenar una información estimable que excede en mucho a la que se refiere al ámbito de las emisoras comerciales limeñas. Aún así, espero que el libro sea de utilidad e interés para estudiantes y especialistas, y que motive nuevas investigaciones, más profundas y reflexivas.

    En algún momento pensé que este trabajo sobre la historia de la radio en el Perú debía ser realizado por un equipo de investigación, y no por un solo individuo; pero no lo hubiera terminado sin el apoyo de muchas personas que, de algún modo, formaron a través del tiempo ese equipo que silenciosamente reclamaba. Son, entonces, varios los agradecimientos. A Teresa Quiroz y Fermín Cebrecos por su respaldo, comprensión y paciencia. Al poeta y acucioso investigador Guillermo Gutiérrez Lyhma, quien me proporcionó valiosa información y fue un interlocutor infatigable y crítico durante más de un lustro. A Irela Núñez del Pozo y Mario Lucioni, directores del Archivo Peruano de Imagen y Sonido (Archi), quienes pusieron a mi disposición su importante colección de revistas peruanas de espectáculos de las décadas de 1930, 1940 y 1950, donde encontré material gráfico y datos que no hubiera podido hallar si no fuera por su amistad y confianza. A Juan Gargurevich, que generosamente me entregó los libros de radio de su biblioteca y los recortes periodísticos que sobre el tema había recopilado a lo largo de varios años, con la única condición de que no se los devolviera. A Julio Heredia, quien me abrió las puertas de Radio Nacional durante el breve tiempo que estuvo allí, y a Fabiola Sancho Dávila, por permitirme escuchar cintas antiguas del archivo de esa emisora; archivo que existe gracias a su iniciativa y cuidado. A Augusto Tamayo San Román, por confiarme los guiones radiofónicos de su padre, Augusto Tamayo Vargas. A Carlos Rivadeneyra, quien me proporcionó bibliografía y accedió a conversar conmigo más de una vez sobre la radio popular. A Fernando Ruiz Vallejos, que me brindó material inédito con declaraciones recogidas por él de célebres personajes de la radio. A Abelardo Sánchez León, Luis Peirano y Dan Lerner, que me facilitaron importante material fotográfico. A Maya Dolorier, quien transcribió fichas y grabaciones. A Ernesto Jiménez, por seguir aportando sus habilidades con entusiasmo y capacidad a la investigación, cuando ya no tenía obligación de hacerlo. A quienes contribuyeron a que algunas entrevistas pudieran llevarse a cabo: Sergio Salas Dueñas, Miriam Larco, Estefanía Mas Amorós, Miguel Mejía Salas, Gina Yáñez de la Borda. A quienes accedieron a ser entrevistados y brindaron su testimonio y conocimiento: Miguel Humberto Aguirre, Óscar Avilés, Héctor Béjar, Teresa Bolívar, Jorge Cuadros Pastor, Caroline Cruz, Juan Francisco Escobar, Fernando Farrés, Carlos Galdós, Sergio Galliani, Román Gámez, Gina Gogin, Paul Gogin, Alberto Ku King, Cecilia Laca, Jaime Lértora, Adrián Menéndez, Juan Felipe Montoya, Emilio Muro, Luzmila Palma, Graciela Polo, Gerardo Manuel Rojas Rodó, Gerardo Rojas, José María Salcedo, Pedro Salinas, Álex Samaniego Pleitikosic, Fernando Samillán, Zenaida Solís, Víctor Tejada, Maruja Venegas, Enrique Victoria y Armando Villanueva del Campo. A mi esposa, Gabriela Dolorier, por darme fortaleza para terminar este trabajo.

    Introducción

    Este libro contiene cuatro capítulos que se refieren a cada uno de los períodos en los que he dividido la historia de la radio en el país. El primer período (1925-1937) comprende el surgimiento y la transformación de la radio de un medio de elite a uno de masas. El segundo período (1937-1956) se inicia con la creación de Radio Nacional del Perú y la promulgación de un reglamento que consagra un modelo de radio comercial orientada al entretenimiento, con presencia, sin embargo, de una poderosa emisora estatal; abarca lo que se ha denominado la edad de oro, en él se consolidan algunas empresas y cadenas, así como determinados géneros, programas, locutores, animadores y artistas. El tercer período (1956-1980) se inicia con los primeros intentos de dar una nueva reglamentación al medio ante la inminencia del ingreso de la televisión al país, y las presiones de nuevos actores sociales y políticos que reclaman la modificación del modelo con una orientación de la radio hacia el servicio público; culmina con el fracaso del experimento realizado por el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada. El cuarto período (1980-2000) comienza con la devolución de las empresas mediáticas a sus propietarios, y comprende dos décadas de caótica expansión, la conformación de nuevas cadenas y corporaciones, y el desarrollo de una radio popular, todo ello bajo condiciones políticas difíciles creadas por el conflicto armado interno en la década de 1980 y el gobierno autoritario en la década de 1990.

    En cada período se ha considerado las relaciones entre radio y política; la evolución empresarial del medio, su recepción y consumo; y la programación de la radio comercial limeña.

    La relación entre radio y política ha sido intensa y ha adquirido características particulares en cada período. En la inauguración de la primera emisora (OAX) en 1925, el presidente Leguía aprovechó el discurso de apertura de la estación para defender su postura en torno al plebiscito sobre la devolución de Tacna y Arica al Perú, que se hallaba en plena discusión por esos años. Durante el régimen de Sánchez Cerro, la Radiodifusora Nacional OAX4A fue empleada para llevar a la ciudadanía los discursos del mandatario, haciéndose uso entonces de parlantes ubicados en lugares públicos con el fin de aumentar la audiencia del medio, que por el alto costo de los receptores y el pago del derecho de antena se hallaba entonces solo al alcance de personas pudientes. En las elecciones de 1936, los candidatos no desdeñaron el uso de la radio al haberse ya percatado de que un solo aparato receptor estratégicamente ubicado podía servir para que llegaran mensajes a decenas de personas.

    El general Benavides recurrió al medio repetidas veces, y bajo su jefatura se emitió el reglamento de 1937 que clasificó a las emisoras y buscó ordenar el otorgamiento de frecuencias. Durante el régimen de Benavides, además, el Apra empleó la estación clandestina Indoamérica para hacer oposición al gobierno. En las campañas electorales de 1939 y 1945 nuevamente los postulantes a la Presidencia y al Parlamento se valieron de la radio. Durante el gobierno de Bustamante y Rivero (1945-1948), el Presidente se dirigió al país constantemente por Radio Nacional (que además irradiaba el programa La Voz del Perú con mensajes del Ejecutivo en respuesta a la oposición), y las emisoras privadas dieron cabida a programas políticos (en ocasiones diarios) del Apra y la derechista Alianza Nacional. Al iniciarse la dictadura de Odría hubo una evidente tensión entre el Ejecutivo y las emisoras privadas al ser clausuradas algunas (Radio Victoria, temporalmente) y multadas otras (Radio América), pero también relaciones de cercanía política (con Radio Lima en especial, que contribuyó al golpe de Estado de 1948).

    Durante el Ochenio, se impuso la transmisión del Informativo Nacional en cadena a través de todas las emisoras, pero las agremiaciones de empresarios radiales lograron tener participación en la elaboración del nuevo Reglamento de Telecomunicaciones, que establecería las normas sobre adjudicación de frecuencias, finalmente promulgado en el segundo gobierno de Prado.

    En breve lapso de la Junta Militar (1962-1963), que derrocó a Prado, surgieron desavenencias entre los gobernantes y los empresarios radiales aparentemente por deudas de los últimos al Estado, pero que en el fondo expresaban concepciones opuestas respecto del medio, entendido como un servicio público por los militares y un negocio privado por los dueños de las emisoras. Durante el primer gobierno de Belaunde (1963-1968), la beligerancia política sería muy clara en algunas emisoras (Radio Expreso haría defensa cerrada del Ejecutivo y Radio Continente, alineada con la alianza Apra-UNO, se mantendría en constante oposición). Después, el Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (1968-1980) intervino en la radiodifusión como nunca antes lo hizo régimen alguno sobre la base de la Ley General de Telecomunicaciones que promulgó en 1971, y mediante la expropiación de un gran número de emisoras. La intención, según sus mentores, era cambiar el modelo para poner la radio al servicio de las mayorías nacionales, pero las medidas fracasaron y solo sirvieron para el control de la información por parte de la dictadura.

    Tras la devolución de los medios a sus antiguos propietarios al inicio del segundo gobierno de Belaunde (1980-1985), la radio enfrentó problemas políticos a la par que económicos. Durante ese régimen y el primer gobierno de Alan García (1985-1990), los movimientos subversivos del Partido Comunista del Perú-Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) realizaron tomas de emisoras con la intención de propagar sus mensajes, pero también se observó la defensa de los derechos humanos por parte de estaciones y programas radiales que, en represalia, sufrieron ataques tanto de los subversivos como de fuerzas paramilitares.

    En la década de 1990, las relaciones con el gobierno de Alberto Fujimori fueron, a menudo, conflictivas. Durante el golpe de Estado de 1992, efectivos policiales y de las Fuerzas Armadas ocuparon los locales de las emisoras y detuvieron a varios periodistas. El gobierno, además, empleó la publicidad del Estado como forma de control sobre las radios, restringiéndola o negándola a las emisoras que le resultaban incómodas. Asimismo, usó el Poder Judicial y la Superintendencia Nacional de Administración Tributaria (Sunat) para acallar o amedrentar a la prensa radiofónica. Algunos periodistas sufrieron seguimientos por parte de supuestos agentes del orden y amenazas anónimas. Los casos más graves se dieron en el interior del país, donde más de uno perdió la vida a causa de sus denuncias contra irregularidades cometidas por autoridades locales. El movimiento de radio popular, que había adquirido mucho vigor desde fines de la década de 1970, también recibió duros golpes. Vinculado a sectores progresistas de la Iglesia católica y a la izquierda, se vio afectado por la crisis mundial y nacional de las posturas socialistas. A ello se sumó un gobierno represivo que no solo pretendió dejarlo sin reservas económicas prohibiendo la publicidad en las radios educativas, sino que, mediante agentes de los servicios de inteligencia, sembró amenazas y llevó a cabo atentados físicos en contra de emisoras, directivos y conductores de programas. No obstante, al final del período, el movimiento de radio popular salió fortalecido, incrementando sus redes, que fueron de singular importancia para mantener informado al país durante la crisis política del año 2000.

    El otorgamiento y uso de frecuencias, la propiedad y gestión de las emisoras, el financiamiento de estas, la adquisición de nuevas tecnologías y la formación de entidades gremiales de propietarios y trabajadores han sido también temas de análisis en cada período. En 1925, el gobierno de Leguía aparentemente optó por un modelo de monopolio privado al auspiciar la aparición de la Peruvian Broadcasting Co., empresa privada a la que adjudicó la frecuencia de OAX, la primera estación peruana. Sin embargo, al quebrar la entidad poco tiempo después, el Estado entregó la emisora a la empresa británica Marconi, que controlaba la Administración General de Correos y Telégrafos. Con la caída de Leguía en 1930, el Estado asumió la administración de la emisora por un breve intervalo antes de otorgársela a otra empresa privada: la Compañía Nacional de Radiodifusión S. A., que la dejó en 1937, cuando, sobre la base de OAX, se inauguró Radio Nacional del Perú como emisora estatal. Entonces ya se había roto el monopolio al hallarse en funcionamiento varias emisoras comerciales privadas, a las que el Estado había otorgado frecuencias desde 1934.

    El Reglamento de Radiodifusión de 1937 consagró un modelo donde se daba amplia cabida a la radio comercial privada, pero reservándose para el Estado una poderosa emisora de alcance nacional. No se trató de un modelo enteramente liberal el que rigió desde entonces, pues además de la presencia de Radio Nacional, los gobiernos de Benavides y Odría impusieron censura a las radios privadas supervisando su programación mediante un funcionario de la Dirección de Radio (dependiente del Ministerio de Gobierno), cuando no las clausuraron o allanaron en los momentos que juzgaron conveniente hacerlo. Desde la década de 1940, sin embargo, se fueron creando cadenas de emisoras y agremiaciones de empresarios. En la década de 1950 había ya dos cadenas poderosas, con filiales que operaban varias frecuencias en diferentes ciudades del país: la encabezada por Radio América (Umbert-González) y la liderada por Radio Victoria (Cavero); y otras dos en crecimiento: la de Radio Central (Delgado-Gjurinovic) y la de Excelsior (Belmont). Asimismo, adquirió importante presencia la Asociación Nacional de Radioemisoras del Perú (Anrap), que agrupaba a los dueños de las emisoras y que demostró gran capacidad de negociación con el gobierno de Odría, logrando el retiro de normas dadas por el Ejecutivo que los propietarios de las radios consideraban perjudiciales para ellos.

    Aunque la Anrap se partió en 1955 al separarse la cadena de Cavero, quien creó su propia organización gremial (Federación Peruana de Radiodifusión [Federadio]), los empresarios de ambas entidades (Anrap y Fede-radio) lograron integrar la comisión que elaboró el nuevo Reglamento General de Telecomunicaciones de 1957, promulgado por el segundo gobierno de Prado. No obstante, la Junta Militar de Gobierno de 1962 convocó a una nueva comisión a fin de elaborar un reglamento que supliera el de 1957, pero sin la participación de los empresarios radiales. En el primer gobierno de Belaunde se discutió la nueva normativa, que al final devolvió el estado de cosas al de 1957, debido a la presión que sobre el Parlamento ejercieron los gremios de empresarios. Durante el régimen de Belaunde, sin embargo, hubo cambios en el campo empresarial de la radiodifusión: algunas de las cadenas se fortalecieron (en especial la conformada por los hermanos Delgado Parker) mientras otras empezaron a afrontar dificultades económicas (las de Cavero y Belmont). La llegada de la televisión afectó la captación de publicidad, la principal fuente de financiamiento de las emisoras; lo que no significó que disminuyera el número de estas (al contrario, aumentó) sino que incumplieran compromisos de pago, abarataran sus costos de producción y se orientaran a una programación básicamente musical. La Ley de Telecomunicaciones de 1971, que dispuso la expropiación del veinticinco por ciento de las acciones de las empresas de radio, y la posterior expropiación mediante decretos del cien por ciento de las acciones de varias emisoras por parte del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, alteró no solo el estatus logrado por las empresas privadas sino el modelo mismo vigente desde 1937, reforzándose mucho el papel del Estado.

    A los pocos años de ser devueltos los medios a sus antiguos propietarios por el segundo gobierno de Belaunde, el panorama ya no era el mismo de antes de la expropiación. En un escenario de desborde popular del Estado descrito por el antropólogo José Matos Mar (1984), desaparecieron antiguas cadenas y surgieron otras, se produjo un proceso de popularización de la radio comercial en la frecuencia modulada, se replantearon los modelos de producción de las emisoras privadas (lo que supuso una búsqueda a veces desesperada y a ciegas de un público objetivo), se ensayaron nuevas formas de financiamiento de la radio comercial que implicaron el alquiler de espacios a emergentes actores culturales así como la organización de espectáculos masivos, se afirmó una radio popular impulsada por la Iglesia católica y organizaciones no gubernamentales, y aumentó el número de radios piratas. Durante la década de 1990 se consolidaron grandes corporaciones y, bajo su dirección, se organizaron las modernas cadenas nacionales que vincularon a muchas emisoras en todo el país por medio del satélite y llevaron su señal a miles de oyentes a través de la frecuencia modulada. Las emisoras provincianas, en su gran mayoría, fueron desplazadas en el favor del público por estas cadenas. Las corporaciones lograron concentrar la inversión en publicidad radial, la que no sufrió mayor menoscabo durante la década, aún en la segunda mitad de esta, cuando la inversión en otros medios (sobre todo en la televisión) disminuyó dramáticamente a causa de la recesión.

    En cuanto al consumo, la radio era escuchada por la elite durante la década de 1920. Sin embargo, como ya se ha señalado, el gobierno de Sánchez Cerro —a comienzos de 1a década de 1930— empleó parlantes ubicados en las plazas públicas para hacer llegar los mensajes del Jefe de Estado a numerosos oyentes. El consumo del medio fue haciéndose masivo en Lima hacia finales de esa década, cuando se superó la crisis económica y se abarataron los precios de los receptores, que fueron ofrecidos a plazos. Además, continuaron las prácticas de recepción múltiple: la radio era escuchada no solo por los miembros de una familia sino a través de aparatos que se hallaban en establecimientos públicos o en domicilios particulares que eran visitados por los vecinos. Al ampliarse la cantidad de oyentes, hubo mayor inversión en publicidad, lo que permitió el desarrollo de la radio comercial desde fines de la década de 1930. En provincias se establecieron estaciones comerciales importantes (especialmente en Arequipa, Ica, Chiclayo y Cusco) y, en algunos casos, donde no había emisora local fueron adquiridos receptores por municipios para que los residentes escucharan programas de onda corta a través de parlantes. Se llegó a vender en zonas rurales y asentamientos mineros aparatos receptores de onda corta que funcionaban con batería, pero su precio era elevado. Asimismo, aparecieron los primeros receptores para ser incorporados en los automóviles.

    En el segundo período, al auge de los programas musicales de fines de la década de 1930 y comienzos de la de 1940 (en particular de música

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