Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La violencia política en la selva central del Perú 1980-2000
La violencia política en la selva central del Perú 1980-2000
La violencia política en la selva central del Perú 1980-2000
Libro electrónico1623 páginas25 horas

La violencia política en la selva central del Perú 1980-2000

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Tomando una experiencia de violencia política, abuso, sufrimiento y resistencia que la CVR expone en sus aspectos centrales, Mariella Villasante ha conducido en este libro una exhaustiva investigación, con un abordaje múltiple, que documenta la violencia sufrida por los habitantes de la zona (nativos y colonos) y, al mismo tiempo, sitúa esa violencia en su necesario contexto social e histórico. (…) Este libro no es exclusivamente una indagación académica, sino también un encomiable esfuerzo por hacer más conocida una historia que la opinión pública en el Perú insiste en ignorar. Es, pues, también un gesto de solidaridad y una invitación a la memoria que merece toda nuestra atención." Salomón Lerner Febres, ex presidente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación del Perú.

IdiomaEspañol
EditorialCreaLibros
Fecha de lanzamiento16 ago 2020
ISBN9786124826511
La violencia política en la selva central del Perú 1980-2000

Relacionado con La violencia política en la selva central del Perú 1980-2000

Libros electrónicos relacionados

Antropología para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La violencia política en la selva central del Perú 1980-2000

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La violencia política en la selva central del Perú 1980-2000 - Mariella Villasante Cervello

    portadilla

    Comisión de Derechos Humanos, COMISEDH

    Villasante Cervello Mariella, 1958-

    La violencia política en la selva central del Perú, 1980-2000. Los campos totalitarios senderistas y las secuelas de la guerra interna entre los Ashaninka y los Nomatsiguenga. Estudio de antropología de la violencia / Mariella Villasante. Nota del editor Pablo Rojas; Prefacio Salomón Lerner Febres. Lima: COMISEDH, 2019.

    I, 790 pp.; 25 mapas, 23 cuadros, 76 relatos, 91 fotografías.

    ANTROPOLOGÍA DE LA VIOLENCIA / ASHANINKA / NOMATSIGUENGA / NATIVOS DEL PERÚ / HISTORIA DE LA AMAZONÍA CENTRAL / VIOLENCIA EN LA SELVA CENTRAL / SENDERO LUMINOSO / GUERRA INTERNA Y GUERRA CIVIL / RESISTENCIAS CIVILES / MASACRES / NIÑOS SOLDADOS, NIÑAS ESCLAVAS SEXUALES / CAMPOS TOTALITARIOS SENDERISTAS / SECUELAS DE LA GUERRA CIVIL / AMAZONÍA / PERÚ

    LA VIOLENCIA POLÍTICA EN LA SELVA CENTRAL DEL PERÚ, 1980-2000. LOS CAMPOS TOTALITARIOS SENDERISTAS Y LAS SECUELAS DE LA GUERRA INTERNA ENTRE LOS ASHANINKA Y LOS NOMATSIGUENGA. ESTUDIO DE ANTROPOLOGÍA DE LA VIOLENCIA

    Mariella Villasante Cervello

    Fotografía de la carátula: Grupo de ronderos de la comunidad de Cutivireni, río Ene (1991) ©Alejandro Balaguer

    Fotografías interiores: Alejandro Balaguer, Luzmila Chiricente, Ernesto Jiménez, Mónica Newton,  Mariella Villasante, Biblioteca Nacional del Perú

    Diseño de la carátula y Mapas: Daniel de Beauvais

    Revisión general: Christophe de Beauvais

    Corrección: Daniel Salas

    Diseño y diagramación: Mariella Villasante

    © Comisión de Derechos Humanos, COMISEDH

    Av. Horacio Urteaga 811, Jesús María, Lima

    Teléfonos 3305255 / 4233876

    Correo electrónico oficina.lima@comisedh.org.pe

    http://www.comisedh.org.pe

    ISBN (impreso) N° 978-612-48134-0-5

    Impresión: Tarea Asociación Gráfica Educativa

    Pasaje María Auxiliadora 156, Breña – Lima

    Publicado en Octubre de 2019

    Tiraje: 1000 ejemplares

    Impreso en el Perú

    Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2019-14754

    Edición digital: Agosto de 2020

    ISBN (eBook): 978-612-48265-1-1

    In memoriam

    Ángel Chimanca

    San Ramón de Pangoa, 16 de junio de 2017

    Guillermo Nelson

    Lima, 11 de junio de 2019

    A las víctimas de la guerra civil en la selva central,

    a sus familiares, y a todos los defensores de la paz, de los derechos humanos y de los derechos ciudadanos de los Ashaninka, de los Nomatsiguenga y de todos

    los nativos de la Amazonía peruana.

    Palabras de algunas víctimas de la guerra

    Los senderistas ofrecían tiendas, carros, decían que íbamos a ser millonarios. Y como a la gente de aquí nadie le orientó sobre las verdaderas intenciones de los subversivos, creímos en ellos. En Otica hemos estado embarrados [involucrados] con los de Sendero, todas las personas, pero gracias a Dios nos hemos arrepentido de todo. (…)sentimos de que gente viene a quitarnos nuestra tierra (…) y nadie va a venir a invadir aquí. Nuestros hijos son la reserva de la selva. (…) Pedimos que el gobierno nos apoye y que no se olvide de nosotros los nativos."

    (Guillermo Rodríguez María, ashaninka, nacido en 1952 en la comunidad de Mazamari. Datos de la CVR, Testimonio n° 332.082, Anexo 2).

    "Parece un chancho le hacen, parece que está matando un gallo, una gallina, yo no me quedé bien, tenía miedo", y quería escaparse pero temía que lo maten también. (…) Niño que no quiere obedecer a su mamá lo mataban con soga, lo ahorcaban y lo fileteaban con un cuchillo para que en su corazón mismo llegue; ahí muere, lo entierra.. (…) Cuando mataban a las personas ellos decían: ¡Viva! Alzaban las manos. Las madres lloraban y los subversivos las amenazaban con matarlas. (…) Debemos aprender que entre peruanos mismos nos hemos hecho daño."

    (Javier Gamboa Quispe, ashaninka de Unión Puerto Ashaninka, fue reclutado por el PCP-SL cuando tenía 8 años, logró escapar en 1994, pasó 7 años en el Hospital y quedó inválido. Datos de la CVR, Testimonio n° 332.054).

    Los senderistas declararon Selva de Oro comité popular abierto y comité regional del Ene, parte del Nuevo Estado. Pusieron como frontera el río Mantaro, donde estaba el pelotón 90. Habían entre 200 a 400 senderistas; "desde el Ene abastecían con combatientes a todos los sitios, inclusive Lima. (…) Los niños estaban organizados en pioneros y recibían educación de ideología y política senderista. "Ya no había criterio individual, todo era colectivo. Había revolución cultural. Después de cincuenta años vendría el comunismo. Era muy terrible. Clasificaban en ideología proletaria e ideología burguesa, entonces mucha gente campesina no podía captar, se estrellaban. Por eso habían ejecuciones terribles. Por eso decían que Sendero mataba por matar."

    (Marcos Flores Anaya, andino, nacido en 1965 en Ayacucho, fue reclutado por los senderistas en Selva de Oro (Alto Ene), entre 1987 y 1993, luego fue reclutado por el Ejército entre 1993 y 1994. Datos de la CVR, Testimonio n° 201.319).

    Yo he aceptado todo lo que me ha pasado como parte de mi vida, eso me hace más fuerte y más humano. El mundo, los hombres lo hacemos así, cuando hablo de esto me siento más fuerte ahora. Lo interpreto como algo horrible, como atrocidades que pueden cometer los hombres.

    (Hermías Delgado Inga, nomatsiguenga sobreviviente de la masacre de Tahuantinsuyo, 18 de agosto de 1993. Satipo, 3 de agosto de 2012).

    cover.jpgcover.jpg

    PRESENTACIÓN DEL LIBRO

    Entre 1980 y 2000, la selva central, en particular la provincia de Satipo, ha sido el teatro de un ciclo de extrema violencia desatado por el Partido Comunista del Perú (Pcp-sl), y en menor medida el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (mrta), a la cual respondieron las Fuerzas Armadas con medidas contrainsurgentes brutales, acompañadas de liberaciones de miles de cautivos de los campos senderistas. La pacificación de esta región del país ha costado la vida a cerca de 7,000 Ashaninka y Nomatsiguenga, y a cientos de colonos andinos. En el periodo actual de posguerra, persiste una ‘guerra de baja intensidad’ en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (vraem).

    En este libro se exponen y se analizan los hechos de violencia de todos los actores armados de una guerra que en esta región fue una guerra civil. En la selva central se opusieron: ronderos nativos (Ashaninka y Nomatsiguenga) y colonos andinos a los senderistas andinos y nativos (Ashaninka y Nomatsiguenga). Las fuerzas del orden participaron en la guerra al lado de los ronderos. Al igual que en Ayacucho, en la provincia de Satipo se sufrió una guerra entre prójimos en la cual las prácticas de violencia concernieron: el reclutamiento forzado en las filas subversivas de adultos y de niños soldados, las torturas, las mutilaciones, los asesinatos, las ejecuciones, las masacres y la instalación de campos totalitarios senderistas. La realidad de estos campos creados por los dirigentes del nefasto Pcp-sl es un suceso inédito en el Perú y en América Latina.

    Desde la perspectiva de la antropología de la violencia, cuyo factor común es la negación de la humanidad del Otro que se extermina, este libro trata de dar cuenta de los horrores de la guerra entre los Ashaninka y los Nomatsiguenga, teniendo como horizonte de estudio la reconstrucción histórica de los hechos y la búsqueda constante de la verdad. Las fuentes prioritarias son los testimonios recogidos por la autora entre 2008 y 2015, y los testimonios recabados por la cvr entre 2002 y 2003.

    LA AUTORA

    Mariella Villasante Cervello, antropóloga peruana, nacida en Lima en 1958, realizó sus primeros trabajos de campo en la provincia de Satipo, en la selva central, entre 1979-1983, en el marco de la preparación de su licencia en antropología en la Pontificia Universidad Católica del Perú (1983). No pudiendo continuar sus investigaciones en el Perú durante el conflicto armado interno, obtuvo una beca para proseguir sus estudios en la Universidad de Ginebra (1983-1985), luego realizó trabajos de campo en Mauritania (1986-1988, y luego estadías anuales), en el marco de la elaboración de su doctorado en antropología social en Francia (1995, École des Hautes Études en sciences sociales, Paris). Instalada en Francia con su familia, ha retomado sus estudios en la provincia de Satipo desde 2008 hasta 2017. Desde entonces, es investigadora asociada al Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Actualmente realiza consultorías en Mauritania, publica artículos sobre los dos países, y prepara una publicación sobre la violencia política en el Perú y en Mauritania. Paralelamente, inicia una nueva investigación sobre las creencias, los cuentos y los cantos tradicionales, el chamanismo y la brujería entre los Ashaninka y los Nomatsiguenga.

    Ha publicado un libro personal y ha dirigido cuatro libros colectivos sobre Mauritania. Sobre el Perú, publicó la traducción francesa del Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe Final de la cvr (2004), en 2015. Seguidamente publicó dos libros en Francia sobre la guerra interna en el Perú (2016, Violence politique au Pérou, 1980-2000; 2018, Chronique de la guerre interne au Pérou, 1980-2000).

    Nota del editor

    El presente libro es un invalorable aporte al esclarecimiento y la toma de conciencia de lo ocurrido en la selva central. Esperamos que también contribuya a sentar las bases de medidas específicas del Estado para atender y resarcir a los pueblos originarios de esta región, ciudadanos peruanos que fueron gravemente afectados por el conflicto armado interno.

    Pablo Rojas, Presidente de la Comisedh

    Comentarios del Dr. Salomón Lerner Febres

    Este libro de Mariella Villasante constituye un magnífico ejemplo de eso que decimos: tomando una experiencia de violencia política, abuso, sufrimiento y resistencia que la Cvr expone en sus aspectos centrales, la autora ha conducido una exhaustiva investigación, con un abordaje múltiple, que documenta la violencia sufrida por los habitantes de la zona (nativos y colonos) y, al mismo tiempo, sitúa esa violencia en su necesario contexto social e histórico. (…) Este libro no es exclusivamente una indagación académica, sino también un encomiable esfuerzo por hacer más conocida una historia que la opinión pública en el Perú insiste en ignorar. Es, pues, también un gesto de solidaridad y una invitación a la memoria que merece toda nuestra atención.

    Salomón Lerner Febres, ex presidente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación del Perú (Prefacio)

    NOTA DEL EDITOR

    Tomamos conocimiento tardíamente del trabajo de investigación de la Dra. Mariella Villasante sobre la violencia en la selva central. Conscientes de la escasa información existente sobre este tema y de la importancia del esclarecimiento de uno de los capítulos más trágicos y cruentos del conflicto armado interno 1980-2000 que vivió nuestro país, nos comunicamos con ella para conocer el estado de su investigación y para alentarla a concluir y publicar su trabajo. Así, establecimos una relación estrecha que tiene como resultado el presente libro que da cuenta de los horrores de la guerra en la selva central y que hace, en su búsqueda de la verdad, una reconstrucción histórica de los hechos de violencia de todos los actores armados en esta región revelando graves violaciones de derechos humanos y la existencia de campos totalitarios senderistas donde sucumbieron miles de nativos ashaninka y nomatsiguenga así como cientos de colonos andinos.

    Las fuentes fundamentales de esta investigación son los testimonios de actores relevantes recabados por la autora entre el 2008 y 2015 a los que se suman los testimonios que recibió la Comisión de la Verdad y Reconciliación en la provincia de Satipo entre el 2002 y 2003. Su hipótesis central es que el Perú sufrió una guerra que, en zonas epicentro de la misma, como la selva central, fue una guerra civil. Los datos han sido analizados desde la perspectiva de la antropología de la violencia. 

    A pesar de que no existen cifras precisas de los muertos se calcula que al menos unos 7,000 Ashaninka y Nomatsiguenga murieron como consecuencia de la violencia. Este capítulo aciago de nuestra historia reciente ni siquiera es conocido por los peruanos a pesar de su magnitud y gravedad. Este hecho constituye en palabras de la autora una gran vergüenza nacional. La deuda que el Estado y la sociedad peruana tiene con estos pueblos originarios y colonos andinos es enorme. Desde el esclarecimiento de la verdad de lo allí ocurrido, hasta las diversas expresiones de reparación y medidas de no repetición que deben establecerse, así como las de memoria. Y, por supuesto, ayudarlos a salir del estado de abandono en que se encuentran.

    El presente libro es un invalorable aporte al esclarecimiento y la toma de conciencia de lo ocurrido en la selva central. Esperamos que también contribuya a sentar las bases de medidas específicas del Estado para atender y resarcir a los pueblos originarios de esta región, ciudadanos peruanos que fueron gravemente afectados por el conflicto armado interno.

    Finalmente, queremos expresar nuestro especial agradecimiento a la Unión Europea en Perú y a Pan para el Mundo (Brot Für Die Welt), por el apoyo brindado para hacer posible la presente edición, a través de los proyectos que la Comisión de Derechos Humanos, COMISEDH, viene implementando en el país.

    Pablo Rojas

    Presidente de la COMISEDH

    Lima, octubre de 2019

    PREFACIO

    Salomón Lerner Febres

    Rector emérito de la Pontifica Universidad Católica del Perú

    Presidente emérito del Instituto de Democracia y Derechos humanos (IDEHPUCP)

    Ex presidente de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación

    El conflicto armado interno que se vivió en el Perú desde el año 1980 duró aproximadamente doce o trece años en su fase más cruenta, aunque se prolongó hasta el año 2000 en diversos territorios. Esa prolongación, tras la derrota de Sendero Luminoso, se explica por los remanentes de las organizaciones subversivas en algunas localidades, así como por el uso de la amenaza terrorista por parte del gobierno de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, como un instrumento para justificar sus usos autoritarios.

    Durante ese periodo, los escenarios de violencia se multiplicaron hasta cubrir una significativa porción del territorio nacional. En la memoria del conflicto se encuentran presentes, principalmente, dos escenarios: el de los Andes centrales y del sur, y el de los grandes centros urbanos. Ha quedado, en cambio, muy borroso, o acaso ausente, en esa memoria uno de los procesos más terribles de esas dos décadas de violencia y terror. Me refiero a la experiencia vivida por las poblaciones nativas de la selva central, más específicamente a los ciudadanos de las etnias ashaninka y nomatsiguenga.

    Aunque la presencia de las organizaciones subversivas, Sendero Luminoso y el MRTA, se hizo sentir en la zona desde inicios de la década de 1980, es a finales de esa década e inicios de la siguiente cuando se configura una situación de profunda atrocidad para las habitantes de esa región. Esto sucede cuando Sendero Luminoso se asienta en diversas áreas en la zona de la selva central y somete a cautiverio a comunidades ashaninka y nomatsiguenga, contra las cuales ejerce una férrea estrategia de control con métodos que configuran graves violaciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad.

    Esos años de extrema violencia fueron investigados y expuestos públicamente por la Comisión de la Verdad y Reconciliación [CVR] en su Informe Final, presentado en el año 2003. En ese documento se desveló, en efecto, la amplia nómina de delitos cometidos por esa organización subversiva y terrorista, así como la resistencia y la dignidad del pueblo ashaninka. Pero no se trató exclusivamente de documentar los crímenes, sino que era preciso explicar el proceso histórico y social por el cual fue posible este horror. Al seguir esta lógica, el Informe de la CVR se mantenía consistente con su aproximación integral al periodo de violencia. Si, de un lado, es imprescindible y prioritario señalar, describir, documentar y denunciar los hechos de violencia específicos, en cuanto violaciones de derechos y del derecho internacional humanitario, de otro lado es necesario esclarecer los factores históricos y sociales que hicieron posibles esos crímenes. Solamente en esa conjunción permanente entre los hechos y las responsabilidades y sus raíces colectivas o estructurales podría surgir un aprendizaje político y moral para todo el país.

    Lamentablemente, hay que decir que muchas de las verdades que expuso el Informe Final han sido escasamente reconocidas por el Estado y el mundo de la política, y débilmente acogidas por la sociedad en conjunto. Y de entre esas verdades que han sido objeto de la negligencia, de la indiferencia y hasta del silenciamiento interesado, una de las más olvidadas ha sido, precisamente, la de la experiencia de la población nativa de la selva central. Con esto, casi es innecesario decirlo, no solamente se reafirma la indolencia frente a nuestros deberes de memoria sobre la violencia, sino que también se reconfirma el olvido y la marginación permanente de la población amazónica, incluidos los colonos andinos, un olvido que hunde sus raíces en el origen mismo de nuestra historia republicana y que se extiende al periodo colonial.

    Lo señalado hasta aquí no hace sino evidenciar el enorme valor que tiene la investigación realizada por Mariella Villasante Cervello, doctora en antropología de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París e investigadora asociada del Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la PUCP. Poseedora de una amplia trayectoria como investigadora de campo, dentro de la cual destacan sus estudios y publicaciones sobre Mauritania. En los últimos años Mariella Villasante ha enfocado sus esfuerzos en esclarecer el proceso de violencia en el Perú desde la perspectiva de la antropología política, así como en profundizar, desde su especialidad, en la historia de la violencia en la selva central.

    Quienes participamos en el trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación siempre hemos señalado que su Informe Final no es un documento definitivo, en el sentido de que no haya nada más que averiguar y que exponer sobre la violencia. Ese Informe, en todo caso, expone un conjunto de verdades fundamentales, respaldadas en abundante evidencia empírica, que son, en rigor, una invitación a ampliar y profundizar las investigaciones sobre los diversos temas que ahí se tocan. Este libro de Mariella Villasante —La violencia política en la selva central del Perú, 1980-2000— constituye un magnífico ejemplo de eso que decimos: tomando una experiencia de violencia política, abuso, sufrimiento y resistencia que la CVR expone en sus aspectos centrales, la autora ha conducido una exhaustiva investigación, con un abordaje múltiple, que documenta la violencia sufrida por los habitantes de la zona (nativos y colonos) y, al mismo tiempo, sitúa esa violencia en su necesario contexto social e histórico. Es decir, que al mismo tiempo que provee más información sobre un caso que debería ser mucho mejor conocido en el Perú, también hace comprensibles los hechos sin que eso signifique, evidentemente, restarles su gravedad en cuanto crímenes.

    En sus dos primeros capítulos se nos presenta, así, una introducción general al tema, en la cual se despliega un conocimiento profundo sobre la historia y la realidad del territorio amazónico bajo investigación, así como sobre los pueblos ashaninka y nomatsiguenga. Destaca en este apartado no solamente un completo dominio de la bibliografía existente, sino el conocimiento de primera mano, fruto de una rica trayectoria de investigación de campo, que posee la autora.

    Estos dos capítulos constituyen en conjunto la primera parte del libro. Concluida la exposición del contexto, se da paso a la Segunda Parte, que aborda directamente el tema de la violencia política.

    Así, el capítulo 3 se ocupa del inicio del conflicto armado interno en la región, y lo hace desde una perspectiva particular, y sumamente ilustrativa, como es la presentación de relatos diversos. La comprensión de la violencia, en efecto, nos reclama atención a lo particular, a hechos y vidas concretos, aunque no como simples menciones episódicas, sino como ventanas a través de las cuales se puede observar la historia mayor, el proceso social, político y cultural del cual estamos hablando. La investigadora realiza de manera muy sagaz la operación de mostrarnos el cuadro general a partir de la singularidad y de dar vida a nuestra comprensión general por medio de una atención a lo singular y concreto de las experiencias individuales y colectivas.

    Al relatar y analizar la experiencia de una colectividad sometida a la violencia, siempre existe el riesgo de reducir dicha experiencia a la sola vivencia del abuso, a la condición de víctima. Es decir, el peligro de presentar a la colectividad agredida como un sujeto pasivo y sin voluntad ni acción. El capítulo 4 de esta publicación evita ese peligro al ofrecer, también, un retrato de las acciones de resistencia de los pueblos agredidos. Estos no son simplemente víctimas pasivas. Poseen los recursos para organizarse y para contestar a la violencia. Son, así, actores y creadores de sus propias vidas. Dentro de eso, desde luego, también hay que tomar la medida de los crímenes cometidos por los propios ronderos. Este es un tema poco abordado —quizá, incluso, evitado— por quienes investigan este campo, pero que es importante conocer y documentar si se trata de tener una comprensión integral del proceso.

    Pero, de otro lado, esta no deja de ser la historia de una violencia ejercida fundamentalmente en una dirección, desde Sendero Luminoso, y es imperativo, por lo tanto, poner la mirada sobre los crímenes atroces cometidos. Dos capítulos se ocupan de esto con detalle. En el capítulo 5 se describe y analiza las masacres cometidas y la experiencia de los niños soldados, así como también el sometimiento de niñas a la esclavitud sexual.

    Por su parte, el capítulo 6 aporta abundante información probatoria de la existencia de lo que la autora denomina campos de concentración instaurados en la zona por Sendero Luminoso. Esto constituye —apenas si es necesario decirlo— uno de los aspectos más atroces de la violencia armada sufrida en casi todo el país.

    Finalmente, en el capítulo 7 se presenta una muy ilustrativa síntesis sobre el periodo de posguerra y la situación en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro. Mediante este examen se echa luz sobre una verdad que tiende a ser olvidada en el Perú de nuestro tiempo como es la conexión entre la violencia política y la criminalidad de hoy y el conflicto que asoló a diversas regiones en las décadas de 1980 y 1990.

    Estamos, pues, ante un panorama abarcador y una cala profunda en un momento particularmente traumático de la violencia en la selva central del país. Destaca en esta presentación la abundancia de información de primera mano acopiada con métodos de investigación etnográfica. Se trata, así, de una reconstrucción de esta trágica historia realizada desde dentro, con un conocimiento directo, con gran seriedad académica y al mismo tiempo con un evidente sentimiento de empatía.

    Y esto último, la empatía, tiene una especial importancia. No hay duda de que Mariella Villasante realiza un trabajo científico sobresaliente, tanto en este libro como en sus publicaciones anteriores. Pero ese trabajo científico, sin que ello mitigue en nada su solvencia y su actitud crítica, se encuentra atravesado por una intensa sensibilidad cívica y ética. Este libro no es exclusivamente una indagación académica, sino también un encomiable esfuerzo por hacer más conocida una historia que la opinión pública en el Perú insiste en ignorar. Es, pues, también un gesto de solidaridad y una invitación a la memoria que merece toda nuestra atención.

    §§§

    PREÁMBULO

    Esta publicación, y la investigación que la precede, tiene una historia particular que vale la pena relatar brevemente.

    Mi primer viaje a Satipo fue realizado en 1976, cuando el padre Carlos Candela, de la Misión franciscana de San Ramón de Pangoa, pidió el apoyo a jóvenes del colegio de Lima donde había estudiado para trabajar tres meses en la Posta médica de la misión. Ese fue mi primer contacto con los Nomatsiguenga, y con los Ashaninka de otras comunidades, que nos acogieron con gran hospitalidad y sencillez. De regreso a Lima, encontré el libro La Sal de los Cerros, del antropólogo Stefano Varese. Su lectura me hizo descubrir el mundo de los pueblos originarios de la selva central, y me condujo al estudio de la antropología en la Pontificia Universidad Católica del Perú.

    Entre 1979 y 1983, en el marco de la preparación de mi licencia en antropología, realicé varios viajes a las comunidades de los ríos Perené y Tambo. Mi tesis de licencia se centró sobre el impacto de las migraciones de trabajo en la madera en la vida familiar de la comunidad de Betania, en el río Tambo. En ese período conocí a los dirigentes de la Central Ashaninka del Río Tambo (CART) que recién se estaba organizando.

    En la comunidad de Cushiviani (Río Negro), conocí a Luzmila Chiricente, que apoyaba el trabajo comunitario en el Club de madres. Nos hicimos muy amigas y compartimos muchos momentos agradables con ella y con su familia.

    El inicio de la guerra interna cambió el curso de la vida de muchos peruanos. En julio de 1983 obtuve una beca para continuar mis estudios en la Universidad de Ginebra (Suiza). Nadie sabía que el conflicto armado iba a durar veinte años. En 1986 obtuve una beca de investigación para trabajar en Mauritania, en el norte de África, donde me quedé dos años, entre 1986 y 1988. El pueblo mauritano es muy hospitalario y afectuoso, por lo cual, sin haberlo planificado, he seguido haciendo trabajos de campo en ese país hasta la actualidad. En 1995, presenté mi tesis de doctorado en la École des hautes études en sciences sociales (Paris), sobre la evolución política de una confederación de lengua árabe muy importante demográficamente, los Ajel Sidi Majmud de la Assaba. Pero siempre pensé que un día retomaría mis estudios en la selva central.

    En 2008, pude regresar a Satipo aprovechado de una estadía familiar y laboral en Santiago de Chile. Reencontré a mi amiga Luzmila Chiricente, y empezamos a conversar sobre los años de la guerra. Se hizo evidente que debía centrar mi investigación en este tema que era además muy poco estudiado.

    En Lima, recibí el apoyo del Doctor Salomón Lerner, quien me acogió con mucha amabilidad como investigadora asociada en el Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la Pontificia Universidad Católica del Perú (IDEHPUCP), que él había contribuido a fundar después de haber presidido la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR).

    El estudio comenzó en 2008, y el trabajo de campo en la provincia de Satipo y en Lima se ha realizado entre 2009 y 2017. Mis viajes al Perú han sido financiados con ahorros personales, a partir de varios países (Santiago de Chile, São Paulo, Rabat y Francia, país donde resido).

    Para comprender la violencia en la selva central era preciso comprender la guerra interna en el país. En ese marco, he publicado tres libros en francés. El primero fue la traducción del Hatun Willakuy (Paris, 2015). El segundo texto fue mi libro Violence politique au Pérou, 1980-2000 (Paris, 2016). Y el tercer libro fue la Chronique de la guerre interne au Pérou, 1980-2000 (Paris, 2018). Esas publicaciones y la presente son parte de un estudio comparativo sobre la violencia política en el Perú y en Mauritania, que tienen muchas similitudes.

    Agradecimientos

    Este libro está dedicado a la memoria de dos personas que han partido demasiado pronto; mi entrañable amigo y colega Guillermo Nelson, ha escuchado siempre con gran interés mis observaciones de regreso del campo amazónico y mauritano. Ángel Chimanca, dirigente nomatsiguenga de Pangoa, me ha comunicado sus análisis y sus recuerdos con mucha franqueza. He compartido con ambos bellos momentos de amistad que no olvidaré nunca.

    Dedico asimismo este texto a las víctimas de la guerra interna en la selva central, y a sus familiares, algunos de los cuales han colaborado en este estudio aportándome sus relatos y sus recuerdos dolorosos.

    El apoyo constante de mi familia y de otras personas cercanas, me ha dado la fuerza moral y el coraje de terminar este proyecto que comenzó hace 11 años, y que implicó un retorno a la selva central luego de 25 años de ausencia.

    El tema de la violencia política es muy difícil de abordar pues nuestra percepción de la vida social valoriza la paz y repugna la violencia, el dolor y la guerra, con su cohorte de sufrimiento moral y físico. Puedo atestiguar que ha sido muy difícil escuchar y leer los testimonios de las víctimas o de los testigos de hechos terribles. También ha sido difícil para los declarantes evocar hechos dolorosos, muchas entrevistas se han terminado con lágrimas. Sin embargo, intuía también que el hecho de hablar, de exteriorizar el dolor guardado y recordado siempre, aunque pasen decenas de años, ha sido una fuente de alivio y de consuelo para las personas que me han aportado sus testimonios. Por ello, en primer lugar, quisiera agradecer a todas las personas que me han dado su confianza y que me han contado sus vivencias dolorosas, en particular: Luzmila, José, Ángel, Isabel, Julia, Salomón, Armando, Zacarías, Pedro, José, Ernestina, Elmer, Lucila, Elisa, Luisa, Hermías, María, Martha, Beatriz, Elena, Gladis, Yolanda, Marcos, Silvio, Alfredo, Estela y Santiago.

    Luzmila Chiricente ha facilitado los contactos y las entrevistas, y me ha comunicado su fuerza moral, su ahínco y su voluntad inquebrantable de reconstruir la historia reciente de violencia a partir de la verdad. Luzmila ha sido testigo de la violencia de todos los actores de la guerra interna, y ha aceptado el rol de dirigente local, regional (Federación Regional de Mujeres Ashaninka, Nomatsiguenga y Kakinte) y nacional (miembro del Consejo de Reparaciones), con valentía y coraje. Ella es una gran mujer que merece nuestro reconocimiento y nuestro respeto. Le estoy muy agradecida por su colaboración en los trabajos de campo que hemos realizado conjuntamente.

    El Doctor Salomón Lerner, presidente emérito del IDEHPUCP, me ha apoyado a lo largo de todos estos años, con generosidad y afecto constantes. Gracias a nuestras conversaciones he comprendido mejor la ardua tarea que representó el trabajo realizado por la CVR que él presidió. He seguido además sus sabios consejos, por todo lo cual le estoy profundamente agradecida.

    Expreso también mi gratitud profunda a Pablo Rojas, director de la Comisión de Derechos Humanos (COMISEDH), que me contactó a inicios de 2019, aportándome amablemente su apoyo moral e institucional, y que obtuvo los fondos necesarios para la publicación de este libro de la Unión Europea en el Perú y de la ONG alemana Pan para el Mundo.

    En Lima, he conversado en varias ocasiones con el antropólogo Oscar Espinoza, que ha participado en los estudios de la CVR en Satipo, y le agradezco que me haya comunicado los borradores de sus textos. En La Merced y en Huancayo, Beatriz Fabián, investigadora que ha recorrido el río Tambo en los años 1990, me ha confiado amablemente sus reflexiones y sus vivencias. Debo agradecer igualmente el interés que Soren Hvalkof, antropólogo danés que ha trabajado con los Asheninka del Gran Pajonal (1975-2004), ha demostrado por mi trabajo de investigación.

    Agradezco asimismo el apoyo recibido de Karina Fernández, documentalista del Centro de Información para la Memoria Colectiva de la Defensoría del Pueblo, de Ruth Borja, ex directora de este centro, y de Cecilia Ruiz, directora actual. Debo añadir mi reconocimiento a Eduardo Vega, ex Defensor del Pueblo, que se ha mostrado muy interesado en la situación de la selva central.

    En la Biblioteca Nacional del Perú, Jason Mori, Responsable de los Archivos fotográficos, y Jorge Paredes, historiador de la sección Patrimonio documental bibliográfico, me brindaron su amable atención cuando visité la BNP buscando fotos antiguas de la selva central en noviembre de 2017.

    Los fotógrafos Alejandro Balaguer, Mónica Newton y Ernesto Jiménez, colaboran nuevamente conmigo en esta publicación, como ya lo habían hecho en el Hatun Willakuy en francés, por lo cual les estoy muy gradecida.

    Orieta Pérez, secretaria ejecutiva del IDEHPUCP, y Ana Maria Manrique, secretaria del Dr. Lerner en la PUCP, me han apoyado en muchas ocasiones respondiendo a mis preguntas, dándome informaciones urgentes, y manteniendo el diálogo con el Dr. Lerner cuando ambos estábamos viajando por el mundo.

    Daniel Salas, profesor del CENTRUM de la PUCP, ha realizado la revisión final del manuscrito del libro en forma benévola, con gran celeridad y eficiencia, por lo cual le estoy muy agradecida.

    Finalmente, quiero expresar todo mi reconocimiento a mi familia y a mi amiga Tangie. Mi esposo Christophe me ha aportado, como siempre, sus sabias reflexiones sobre los conceptos y sobre los hechos analizados, ha revisado el manuscrito y me ha ayudado a elaborar los cuadros del libro. Nuestro hijo Daniel, estudiante de arquitectura, ha elaborado la carátula del libro y los mapas principales. Mi esposo, Daniel y su hermana Elizabeth, han comprendido la importancia de mis trabajos de campo en el Perú, que me alejaban de nuestro hogar, y luego han tenido mucha paciencia durante el prolongado periodo de redacción de este estudio de antropología de la violencia.

    INTRODUCCIÓN

    El tema de la violencia política en la selva central es muy poco conocido en el Perú a pesar de la existencia de testimonios y de datos detallados recogidos en el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) entre 2001 y 2003.

    La selva central, en particular la provincia de Satipo, ha sufrido un ciclo de extrema violencia desatado por el Partido Comunista del Perú (PCP-SL), y en menor medida el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), a la cual respondieron las Fuerzas Armadas con medidas contrainsurgentes brutales, acompañadas de liberaciones de miles de cautivos de los campos senderistas. La pacificación de esta región del país ha costado la vida a cerca de 7,000 Ashaninka y Nomatsiguenga, y a algunos cientos de colonos andinos. No existen cifras precisas de los muertos.

    En este libro se exponen y se analizan los hechos de violencia de todos los actores armados de una guerra interna que en esta región fue también una guerra civil. En efecto, en ella se opusieron: ronderos nativos (Ashaninka y Nomatsiguenga) y colonos andinos a los senderistas andinos y nativos. Las fuerzas del orden lucharon contra los subversivos y contra los civiles. Al igual que en Ayacucho, en la provincia de Satipo se sufrió una guerra entre prójimos en la cual las prácticas de violencia concernieron: el reclutamiento forzado en las filas subversivas de adultos y de niños soldados, las torturas, las mutilaciones, los asesinatos, las ejecuciones, las masacres y la instalación de campos totalitarios senderistas.

    Desde la perspectiva de la antropología de la violencia, este texto trata de dar cuenta de los horrores de la guerra que sufrieron los Ashaninka y los Nomatsiguenga, teniendo como horizonte de estudio la reconstrucción histórica de los hechos y la búsqueda constante de la verdad. Las fuentes prioritarias son los testimonios que he recogido entre 2009 y 2015, y los testimonios recabados por la CVR en la provincia de Satipo entre 2002 y 2003.

    La perspectiva conceptual para el análisis de los datos se funda en la antropología de la violencia en las sociedades humanas, teniendo en cuenta los trabajos de Hannah Arendt, de Tzvetan Todorov, de Françoise Héritier, de Jacques Sémelin, de Pierre Bourdieu, de Daniel Goldhagen, de Yuval Noah Harari, de Lawrence Keeley y de Sigmund Freud.

    La hipótesis central considera que el Perú ha sufrido una guerra interna que en las zonas que estuvieron en el epicentro, Ayacucho, Huancavelica, Apurímac, Huallaga y la selva central (provincias de Satipo y de Oxapampa), fue una guerra civil. Esta propuesta no es nueva, ya ha sido evocada por Alberto Flores Galindo (2008: 362), por Cecilia Méndez (2000) y por Mario Fumerton (2002). Pero adquiere un sentido de realidad evidente a la lectura de los testimonios de los testigos del conflicto, que los especialistas no conocen hasta ahora, casi veinte años después del final de la guerra. Aceptar que tuvimos una guerra civil ayudaría a tomar conciencia de la importancia de la violencia sufrida por miles de compatriotas ashaninka y nomatsiguenga, así como yánesha, asheninka y colonos, que siguen estando abandonados por el Estado y por la sociedad peruana, aun cuando una guerra de baja intensidad persiste en la zona del Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (VRAEM). La guerra interna engloba la guerra civil, por ello conservo la expresión en el título de este libro.

    La deuda histórica que tenemos los ciudadanos peruanos con los pueblos originarios de la selva central y con los colonos andinos es inmensa. Tengo la esperanza de que este libro sea útil para que el Estado y la sociedad tomen conocimiento de los hechos del pasado reciente, en el marco del pasado lejano que empezó con la destrucción de los pueblos originarios a partir de 1492. En las páginas siguientes presento: los conceptos y la perspectiva de investigación; la guerra interna peruana en el contexto de América Latina, la guerra interna y civil en la selva central y la metodología del estudio. Seguidamente, expondré los 7 capítulos del libro dividido en dos partes.

    Conceptos y perspectiva de investigación: violencia, historia, memoria y creencias

    De manera general, los estudios sobre la guerra interna peruana han dado relevancia al examen sociológico de los documentos y discursos senderistas, en particular aquellos del nefasto Abimael Guzmán; a la memoria de las víctimas; y al estudio de las actividades de los ronderos, destacando su rol épico contra la subversión. Esos temas son interesantes; no obstante, se han dejado de lado los hechos de violencia (reclutamientos forzados, violaciones, ejecuciones, masacres).

    En este libro, los hechos de violencia están en el centro del análisis y mi perspectiva antropológica se sitúa en la esfera de la transformación constante de las sociedades humanas (Harari 2015), de la violencia humana como constante invariable (Héritier 1996c, 1999b; Arendt 1969), de la dominación masculina (Bourdieu 1998), de la violencia política en sus aspectos totalitarios y comunistas (Arendt 1969, Todorov 2010); de la guerra como expresión de las pulsiones de muerte (Freud 2007), desde la prehistoria (Keeley 1996), en particular en el marco de las masacres (Goldhagen 2009) y de la violencia de masa (Sémelin 2005).

    Violencia colectiva, estado de guerra y violencia inútil

    • De acuerdo con Françoise Héritier, (1996c: 17), la violencia es toda coacción física o psicológica susceptible de producir terror, aflicción, sufrimiento o muerte de un ser viviente. Más allá de la gran diversidad de situaciones históricas y geográficas de la violencia en las sociedades humanas, Héritier plantea que el factor común de la violencia colectiva es la "negación de la humanidad del Otro que se extermina". La negación de la humanidad del Otro es en efecto la particularidad del pasaje del estado de paz al estado de guerra. El estado de paz implica la cooperación constante entre grupos sociales, pero cuando por razones diversas (agresiones, invasiones, ataques), ese equilibrio social se rompe, los grupos que se sentían próximos se vuelven Enemigos y desencadenan actos terribles de violencia colectiva contra los Otros. Para decirlo simplemente, de la civilización, se pasa a la barbarie; del orden social de paz al desorden brutal de la guerra.

    • Hannah Arendt (1972 [1969]: 179) demostró que si el estado de furor (asociado a la violencia humana) tiene un carácter irracional o patológico, en realidad la violencia colectiva es racional a corto plazo. Es decir, para obtener un resultado fijado de antemano, como sucede en los casos de masacres o de ejecuciones destinadas a crear terror en la población. No obstante, a largo plazo la violencia es incapaz de sostener causas, de promover la revolución (…) la violencia es más bien el arma de las reformas y no el arma de la revolución. Dicho esto, Arendt (1972: 163) reconoce que el furor y la violencia son emociones humanas naturales, a menudo asociadas al sentimiento de ser víctimas de una injusticia, y su erradicación llevaría a la deshumanización de las personas. Erradicar la violencia sería pues imposible.

    • Las reflexiones de Sigmund Freud sobre la violencia y la guerra destacan también que son elementos propios de la humanidad. En primer lugar, Freud (2007: 27) ha demostrado que cuando el estado de guerra se hace explícito, se abandonan las prohibiciones sobre la cual reposa la civilización: el asesinato, el incesto y el canibalismo; y se da libre curso al odio y a la crueldad. La guerra perturba la actitud humana frente a la muerte, pues en el contexto de la guerra los Otros se vuelven Extranjeros, Enemigos. La guerra nos hace volver al estado de Homo Sapiens arcaicos de manera relativamente rápida porque ese estado no ha desaparecido por completo en el marco de la civilización, de la convivencia pacífica. Según Freud (2007: 249-250) ninguna sociedad es capaz de eliminar la guerra y la violencia, que no pueden ser abolidas simplemente porque los seres humanos tienen pulsiones de vida y de benevolencia, y también pulsiones de muerte, destructivas y antisociales.

    • En su libro Purificar y destruir, Jacques Sémelin (2005: 175-178) aporta reflexiones similares a las de Freud: de la noche a la mañana, la guerra transforma el destino de los individuos, haciendo que algunos sean combatientes y otros víctimas. (…) Lo propio de la guerra es empujar al extremo la movilización del grupo, es decir la cohesión del Nosotros contra Ellos. (…) La guerra es una palanca formidable de las inhibiciones y de las prohibiciones. En la guerra, los Otros no son nuestros semejantes, sino nuestros Enemigos, Bárbaros que tenemos que eliminar. En ese contexto, Sémelin (2005: 178 y sqq.) nota que la propaganda y/o la ideología precede y acompaña siempre la guerra. Las violencias de masa y las guerras se registran desde la prehistoria (Keeley 1996), en particular en el marco de las masacres, un método de eliminación que puede ser más cruel y sanguinario que la guerra (Goldhagen 2009).

    • La antropóloga Françoise Héritier (1996c) ha observado asimismo que la violencia de masa procede de una operación del espíritu, de una manera de ver el Otro, de rebajarlo, de degradarlo, de deshumanizarlo antes de eliminarlo realmente. La animalización de los Enemigos es un índice del inicio de la violencia de masa. Por ello, el preludio de las masacres son las violaciones, las torturas y las mutilaciones de los Enemigos que se pretende reducir al estado animal, o simplemente de seres inanimados, no humanos.

    • Pero además de la violencia ordinaria, Primo Levi (1986), sobreviviente del campo de exterminación nazi de Auschwitz, ha descrito lo que él llama la violencia inútil, aquella que está destinada a matar causando el mayor dolor y sufrimiento posible. Los nazis la utilizaron contra los cautivos de los campos de concentración y de los campos de exterminio. Para Levi, el único sentido de esta violencia era animalizar a las víctimas para facilitar la tarea (el trabajo decían los nazis) de los verdugos.

    La violencia inútil es una de las características centrales de los campos de concentración que representan el emblema del totalitarismo, tanto soviético como nazi (Todorov 2004: 136, Arendt 2002). Aunque el hecho sea casi desconocido, el PCP-SL logró instalar campos totalitarios, una variante de los campos de concentración, en las alturas de Ayacucho y luego en los ríos Ene y Tambo, donde al menos 6,000 Ashaninka y Nomatsiguenga (Informe Final de la CVR), así como cientos de colonos andinos, fallecieron de hambre, de enfermedad o fueron asesinados luego de ser torturados y mutilados. Este es el hecho de violencia más extremo que se ha registrado en el Perú durante la guerra interna (Hatun Willakuy 2004: 328), o conflicto armado interno (términos del derecho internacional). Teniendo en cuenta los datos de la CVR, he determinado que en la selva central hubieron 48 hechos de extrema violencia, entre los cuales acaecieron 25 masacres de más de 5 personas; los principales responsables fueron los miembros del PCP-SL (21 casos). Además, según este corpus de datos, hubieron 876 muertos y desaparecidos en las provincias de Satipo (746), de Oxapampa (69) y en otras provincias (61). No obstante, muchos casos no han sido identificados, por lo cual es posible estimar que al menos 1,000 personas (nativos y colonos andinos) murieron en contextos de extrema violencia. La estimación global es de 7,000 muertos.

    • Podemos sintetizar las reflexiones de los autores citados del modo siguiente: la violencia es parte de la historia humana, y expresa la pulsión de destrucción y de muerte que acompaña la pulsión de vida que caracteriza nuestra especie Homo Sapiens. Cuando la violencia concierne una colectividad entera, o varios grupos sociales, étnicos y/o nacionales, se desencadenan guerras, es decir situaciones de beligerancia armada entre dos o más grupos divididos entre un Nosotros/Aliados y Ellos/Enemigos. Este tipo de violencia es política pues lo que está en juego es el poder y la dominación de un grupo sobre los otros. Asimismo, las guerras polarizan las identidades sociales y desencadenan métodos de destrucción extremos (violaciones, ejecuciones, asesinatos, masacres, devastación de pueblos), entre los grupos beligerantes. Los grupos sociales, otrora vecinos pacíficos, se convierten en Enemigos que niegan la humanidad de los Otros, que intentan animalizarlos, y que los exterminan con odio, con maldad y con gran crueldad; sean niños, mujeres, ancianos u hombres. En ese marco, aunque la dominación masculina (Bourdieu 1998), o la valencia diferencial de sexos (Héritier 1996a) se haya actualizado durante la guerra, las mujeres senderistas cometieron también actos brutales para demostrar su paridad con los hombres. La brutalidad es eminentemente masculina, son los hombres que se afrontan en las guerras, pero las mujeres pueden tratar de igualarse con ellos y volverse dominantes.

    • En nuestro país hemos vivido una guerra interna que ha dividido a miles de peruanos en dos bandos enemigos: los adherentes a la subversión (PCP-SL y MRTA) y los adherentes al orden republicano defendido por las Fuerzas Armadas. No obstante, en los epicentros del conflicto, se ha vivido una guerra civil pues la población local ha tenido que elegir entre un bando subversivo y un bando opuesto a la subversión, senderista o del MRTA. Como ocurre en otras guerras civiles, muchos senderistas cambiaron también de bando, se volvieron arrepentidos y tomaron las armas en tanto ronderos. Los dos bandos han perpetrado crímenes atroces contra los Enemigos, y las secuelas de la barbarie son visibles hasta el presente. Todos esos temas serán expuestos en modo detallado en la Segunda Parte de este volumen.

    Historia, memoria, creencias y mitos

    • La reconstrucción histórica de los hechos de violencia se ha realizado teniendo en cuenta que, en la cultura occidental, la Historia, como escribe Paul Veyne (1971: 14), es un relato de hechos verdaderos que se funda sobre documentos escritos o sobre testimonios. Los historiadores estudian esos documentos, esas trazas del pasado, critican la validez de las fuentes y el nivel de confianza que puede otorgarse a los autores, y luego proponen síntesis. Esas síntesis son fruto del conocimiento de los documentos escritos, pero también de la capacidad personal de los historiadores de proponer un relato coherente. En mi investigación, abordo la historia desde la antropología; es decir que tomo en cuenta la exigencia de veracidad de los hechos y del rigor de la crítica externa, que es la única manera que tenemos de demostrar la pertinencia de nuestros planteamientos. Pero, en tanto antropóloga, el centro de mi interés es la recopilación de testimonios escritos y orales y su análisis en tanto discursos.

    De acuerdo con Pierre Bourdieu (1982) el discurso es el producto de un reencuentro entre un habitus lingüístico, es decir una competencia técnica y social de hablar de un cierto modo, y el mercado lingüístico, es decir el sistema de intercambios que orientan la producción lingüística.

    Durante mi estudio de la violencia entre los Ashaninka y los Nomatsiguenga, he tomado en cuenta el estatus de género, de edad, de posición social y política de mis locutores; así como su capacidad de sintetizar los hechos verdaderos y sus ideas sobre el mundo invisible. Este enfoque es muy diferente del que adoptan de ordinario los historiadores que se restringen al estudio de documentos. Luego, teniendo en cuenta los datos verídicos del Informe Final de la CVR, y las propuestas conceptuales de ciertos especialistas de la violencia y de la guerra, he construido una síntesis personal que me parece pertinente, y que está expuesta a la crítica académica.

    Cabe precisar que, de acuerdo con Salomón Lerner (2008: 221), el trabajo de la CVR se fundó sobre la reconstrucción de la verdad histórica teniendo como eje central los derechos de las víctimas de graves violaciones de derechos humanos a la verdad, la justicia, las reparaciones y las garantías de no repetición. Ese proceso tuvo como columna vertebral el acopio de casi 17 mil testimonios; lo cual permitió proponer conclusiones fácticas y de orden interpretativo (Lerner 2008: 225). Esos temas han inspirado también mis análisis sobre la violencia política en la selva central.

    • La Historia no debe ser confundida con la memoria, las creencias o los mitos. En primer lugar, la historia de la memoria es una corriente histórica nacida en los años 1980 en Francia, sobre todo a partir de los trabajos de Pierre Nora (1984-1993), que propuso el concepto de lugar de memoria, en el marco global de la historia de las representaciones sociales o de la historia de las mentalidades. De acuerdo con Pierre Nora, la memoria es una reconstrucción más o menos artificial, inventada o subjetiva de los hechos que sirve para reforzar una identidad colectiva. La reconstrucción del pasado de un grupo social es siempre influenciada por la situación presente. Por ello, la memoria de los actores sociales recuerda lo que quiere conservar y no menciona aquello que desea desechar, olvidar y callar.

    El deber de memoria es diferente, se trata de una obligación moral que consiste en el reconocimiento de la realidad del estado de víctimas (de fuerzas estatales o de otro tipo) por razones éticas y morales, y también para responder a las necesidades psicológicas de las víctimas. La psicología ha demostrado que este reconocimiento es esencial para la resiliencia y para la reconstrucción de los damnificados después de las crisis políticas o de las guerras. En una palabra, el deber de memoria designa la obligación moral de recordar un hecho histórico trágico y sus víctimas, con la esperanza que no se repita nunca más. Precisemos que esta noción ha aparecido en los años 1990, asociada a la Destrucción o a la Catástrofe [Shoah en hebreo] de Judíos de Europa y a otras tragedias similares. Algunos Estados han promulgado leyes memoriales sobre la Shoah y sobre el genocidio armenio en Turquía. El deber de memoria es en efecto un nuevo imperativo moral para los Estados modernos que deben reconocer las responsabilidades de los gobiernos políticos en los crímenes perpetrados contra personas o contra poblaciones en el pasado.

    En el Perú, el deber de memoria de las víctimas de la guerra interna es promovido principalmente por las asociaciones de defensa de los derechos humanos. El Estado peruano no ha reconocido hasta ahora su propia responsabilidad y la de las Fuerzas Armadas en los crímenes cometidos contra miles de personas acusadas de terrorismo. La multitud de personas que ha sufrido la violencia extrema de los grupos subversivos y de las fuerzas del orden, en particular los Ashaninka y los Nomatsiguenga de la selva central, tampoco ha sido reconocida como lo que son: víctimas de la guerra interna que necesitan un reconocimiento oficial para que se reconstruyan con el apoyo moral de toda la nación peruana.

    • Por otro lado, existen confusiones con los términos creencias y mitos que es necesario aclarar. El estudio de los mitos ha sido renovado por el antropólogo francés Claude Lévi-Strauss (1964, 1966, 1968, 1971), quien ha propuesto una forma novedosa de analizarlos a partir de la lingüística estructural, en tanto cuentos o especulaciones sobre el mundo y sobre la sociedad que se transmiten de generación en generación. Lévi-Strauss propone el análisis estructural de mitos en tanto método comparado de lo que él llama mitemas es decir motivos recurrentes que son parte del sistema social.

    Dado que mi estudio está centrado en la recopilación y la selección de discursos, tomo en cuenta los mitos de los pueblos originarios solamente como creencias que pueden presentar motivos recurrentes o variaciones. En ese marco, las creencias [del verbo creer] son corpus de referentes conceptuales y simbólicos sobre la vida en sociedad, sobre la persona, y sobre sus relaciones con el mundo visible y con el mundo invisible.

    Las creencias son uno de los elementos de las representaciones sociales, junto con las opiniones, los valores y las ideologías. Emile Durkheim fue el primero en proponer la distinción entre representaciones individuales y colectivas; más tarde, Serge Moscovici (1961, 2000), ha profundizado el concepto y plantea que la representación social es una forma de conocimiento, socialmente elaborado y compartido, que participa en la construcción de una realidad común por un grupo social reducido o por una sociedad extensa. La representación social permite asimismo comprender mejor a los individuos y a los grupos analizando la manera con la que se representan a ellos mismos, a los otros y al mundo en general. Las representaciones son indispensables en las relaciones humanas pues permiten comunicar, desarrollar acciones comunes y comprender al Otro.

    En mi estudio, planteo que las creencias y las representaciones sociales varían según sean enunciadas por los ancianos y ancianas, por las mujeres y por los hombres adultos, y finalmente por los jóvenes. En fin, las creencias no son inmutables, se transforman constantemente, y a veces en profundidad siguiendo los cambios históricos locales y globales. Por lo cual evocar la manera de pensar de tal o cual grupo étnico o pueblo originario parece traicionar una visión indianista, esencialista y anacrónica de la vida en sociedad.

    Veamos ahora los elementos principales de la guerra interna peruana en el contexto de América Latina, que he expuesto en dos publicaciones anteriores (Villasante 2016c{1}, 2018c{2}).

    La guerra interna peruana en el contexto de América Latina

    y en la selva central

    La violencia política y el poder autoritario son constantes en la historia de América Latina. El segundo elemento constante es la reproducción de jerarquías sociales fundadas sobre la genealogía y sobre el control de las riquezas por las élites nacionales. Después del triunfo de la revolución cubana, en 1958, muchos partidos o agrupaciones de izquierda han creído que una revolución comunista podría transformar la situación de pobreza, de retraso tecnológico y de desigualdad de los pueblos latinoamericanos. Los partidos y grupos de izquierda tenían una representación colectiva según la cual la transformación social era posible rápidamente, y que este cambio tenía que realizarse por medio de la violencia revolucionaria.

    Desde entonces, en el contexto de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, la violencia política latinoamericana se concentró en dos frentes: el frente revolucionario y la represión contrainsurgente de los ejércitos de los Estados latinoamericanos. La lucha estatal contra el comunismo fue organizada bajo la dirección de los Estados Unidos, en particular en la Escuela de las Américas de Panamá, donde miles de militares eran formados para luchar contra el enemigo comunista.

    Violencias políticas en América Latina

    (Fuente: Villasante 2016c: 257-259 y 2018: 23).

    Entre los años 1960 y 1980-1990, las dictaduras militares se difundieron en América Latina, y las violencias militares fueron mucho más importantes que aquellas perpetradas por los grupos subversivos comunistas. En efecto, gobiernos dictatoriales de extrema derecha se instalaron en Paraguay (1954-1989), en Brasil (1964-1979), en Bolivia (1971-1982), en Uruguay (1972), en Chile (1973-1990), y en Argentina (1976-1983). En América Central, los enfrentamientos armados entre las guerrillas y las fuerzas del orden han sido directamente influenciadas por la Guerra Fría y por el conflicto entre Estados Unidos y Cuba. Esos dos países han participado además en las guerras civiles en Guatemala (1962-1996), en Salvador (1980-1992), y en Nicaragua (1979-1990).

    De manera esquemática, podemos distinguir cuatro situaciones de violencia política en América Latina:

    1— Las dictaduras militares en América del Sur

    2— Las guerras civiles en América Central

    3— Una forma de guerra interna asociada al tráfico de droga: Perú y Colombia

    4— La revolución anti-oligárquica en Nicaragua (1979), y la guerra interna fomentada por los Estados Unidos entre 1981 y 1990.

    En ese contexto regional, el Perú y Colombia ocupan un lugar particular. En 1968, una facción militar reformista tomó el poder en el Perú hasta 1980. Entre 1970 y 1980, emergió una pequeña facción maoísta, el Partido Comunista del Perú, Sendero Luminoso (PCP-SL), que logró movilizar a miles de campesinos que creyeron con fe ciega que la revolución peruana era posible por la vía armada, del campo a la ciudad, aunque ello implicara ríos de sangre. En Colombia, se sufrió de una larga guerra civil entre 1946 y 1966, y de otra ola de violencia política entre 1980 y 2016; en este último periodo, varios grupos armados, sobre todo las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), se enfrentaron a las Fuerzas Armadas, y se estima que hubieron 200,000 muertos. A partir de los años 1980, los grupos subversivos del Perú (sobre todo el PCP-SL) y de Colombia se asociaron con los narcotraficantes de cocaína, creando una situación explosiva de inseguridad en vastas zonas rurales de los dos países.

    Algunas características generales de la guerra peruana

    • El Partido Comunista del Perú, Sendero Luminoso (PCP-SL), dirigido por el nefasto Abimael Guzmán, comenzó la guerra en mayo de 1980 con el fin de crear una República Popular del Perú, fundada en los dogmas del maoísmo y del marxismo-leninismo comunista. Los militantes eran jóvenes provincianos de Ayacucho y de la sierra sur (Huancavelica, Apurímac), entre los cuales habían muchos estudiantes y profesores universitarios, que creyeron posible la transformación total del país en unos cuantos años.

    • Luego de dos años de ataques, de atentados y de asesinatos en Ayacucho, el presidente Alberto Belaunde renunció a su rol de depositario del orden democrático y atribuyó la dirección de la lucha contrainsurgente a las Fuerzas Armadas en diciembre de 1982. Desde entonces, y hasta noviembre de 2000, casi tres cuartas partes del territorio nacional estuvo dirigido por el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Esto implica que la democracia desapareció de la mayor parte del Perú para concentrarse en algunas ciudades, y sobre todo en Lima. Pasaron diez años antes que los limeños percibieran la violencia de la guerra al interior del Perú profundo, que era tan lejano en la representación colectiva limeña como puede serlo, en la realidad, Australia.

    • El PCP-SL desarrolló estrategias sanguinarias para aterrorizar a la población rural de la sierra del sur, que los militantes pretendían transformar en masas leales y sumisas totalmente al partido. Por primera vez en la historia del país, miles de campesinos eran cooptados por revolucionarios para apoyar su alzamiento contra los millonarios y los burgueses. Y cuando se rehusaban a aceptar esas órdenes eran asesinados con extrema crueldad. Pueblos enteros fueron masacrados durante la primera fase de la guerra en los Andes, entre 1980 y 1984, y durante el segundo pico de violencia, entre 1989-1990. La represión militar fue igualmente sanguinaria y brutal. El hecho que los senderistas fueran, en su mayoría, campesinos armados, provocó la violencia indiscriminada contra pueblos enteros que fueron arrasados. Esos ataques masivos de los subversivos y de los militares eran similares a aquellos que se producían en América Central, y en otros lugares del mundo en la misma época de los años 1990 (Argelia, ex Yugoslavia y Ruanda).

    • La Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR) recibió el mandato del Parlamento de esclarecer los hechos de la guerra interna peruana desde mayo de 1980 hasta noviembre de 2000. En el Informe Final de la CVR, se ha estimado que hubieron 69,280 peruanos muertos. El PCP-SL fue responsable de 54% de las víctimas del conflicto, las fuerzas del orden de 30% (6% la Policía), las milicias civiles y los grupos paramilitares de 15%, y finalmente el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) de 1% de muertos (Hatun Willakuy 2004: 18-19, Informe Final, Anexo 3).

    • La CVR

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1