Hiperpaternidad
Por Eva Millet
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Con rigor y un punto de humor, este libro analiza el fenómeno de los hiperpadres y da claves para la práctica del underparenting o la "sana desatención": relajarse, confiar en los hijos y dejarlos más a su aire.
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Comentarios para Hiperpaternidad
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Me encantó cómo el autor confronta la forma en la que se están criando nuestras generaciones. No solamente critica sino que también da fuentes comparativas sobre cómo se cría en otras culturas con autonomía y responsabilidad
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Hiperpaternidad - Eva Millet
ello.
Primera parte
1.
¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
Siempre ha habido padres avasalladores, prepotentes y sobreprotectores, además de padres obsesionados con los resultados, la brillantez y las inacabables virtudes de sus hijos. Sin embargo, hasta no hace mucho, este tipo de padres eran una rara avis: especies poco comunes que recibían miradas de estupor por parte de su entorno.
En mi curso escolar, por ejemplo, solo había una madre hiperprotectora. Se trataba de M., una señora encantadora cuya misión en la vida parecía ser que su hija E. no pisara las calles de la Barcelona de la década de 1970, ciudad que a ella, originaria de Zaragoza, se le antojaba una inmensa tela de araña plagada de todo tipo de trampas y peligros. En consecuencia, y pese a que residían en una plácida zona residencial donde el máximo peligro podía ser que el jardinero del edificio mojara por error a E. con la manguera, la madre acompañaba a la hija a todas partes.
Y cuando digo a todas partes, digo a todas partes: de casa a la escuela y de la escuela a casa. Del colegio a la clase de piano y de la clase de piano a casa. De la escuela a casa de su amiga y de casa de su amiga a casa. Sana y salva. Tracen una ruta y ahí estaban E. y su madre, subidas en el inmenso coche de importación del que tan orgullosa se sentía M. Así durante años y años. Las dos: la madre al volante y la hija en el asiento delantero (sin cinturón de seguridad, por cierto). Conversando o en silencio, merendando o estudiando en el coche y, a medida que la hija se hacía más mayor, discutiendo. E. quería más libertad, que su madre la dejara ir sola de vez en cuando. En especial, a aquellas salidas que se empezaban a organizar, cuando teníamos doce o trece años, para ir al cine en grupo o al parque de atracciones.
El de E. y M. fue sin duda el ejemplo más extremo de sobreprotección que viví durante mi infancia y adolescencia. Fui testigo de algún otro, como el de la madre de otra amiga mía, C., que tampoco la dejaba ir prácticamente a ningún sitio –un verano, por temor a que su hija se golpeara con una roca, le prohibió ir a la playa–. También conocí a un padre-mánager, empeñado en hacer de su hijo un campeón del tenis, y escuché unos padres tan orgullosos de la belleza de su hija que la adulaban constantemente, llamándola Sissí emperatriz. Estaban más o menos convencidos de que la niña estaba destinada a convertirse en una estrella de Hollywood o a casarse con un millonario (logró lo segundo, por