Juego lectura y hospitalidad: Actividades para fomentar en los alumnos el aprecio por la literatura
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Juego lectura y hospitalidad - Luz María Chapela
Prólogo
LUZ MARÍA CHAPELA Y LOS ASOMBROS DE LA LECTURA.
LEER Y ESCRIBIR: EL RIGOR DE LA IMAGINACIÓN EN EL JUEGO DE LA PALABRA
La escritura ha transfigurado la historia y el proceso de civilización. Al sustraer la palabra de su anclaje en el cuerpo y dotar a los signos de una materia y de una duración más allá del instante de su pronunciación, de las mutaciones interminables del diálogo, ha multiplicado y diversificado las potencias de la palabra y ha puesto a la luz sus poderes de evocación y designación. Ha ahondado su relación con la memoria. Ha transfigurado sus capacidades de juego y desencadenado las formas de su imaginación. La palabra, vuelta ya un objeto forjado y plasmado en el papel o en el lienzo, en la superficie que le da sustento, se convierte por sí misma en una forma de la rememoración y de identidad, en un modo de reconocimiento: en testimonio y registro; también en persistencia sin bordes de los relatos y la experiencia ancestral. Cada palabra es, por sí misma, vestigio heredado de lo dicho, pero cargado de resonancias que se proyectan sobre el futuro. Se convierte en anticipación o presagio. En ella obran, además, la fuerza de la promesa o de la firmeza afirmativa del testimonio. La palabra escrita permite dotar a la palabra de un tiempo singular: anacrónico y ubicuo a la vez, mas arraigado en el presente —que es el de la lectura— y referido al pasado, bosquejando la historia en su movimiento. La palabra escrita conlleva, de manera inherente, la lectura. Ambas quedan enlazadas en esa forma cifrada del tiempo, de la mirada, de la voz que es la palabra modelada como trazo, como monumento y preservada de su evanescencia en la escritura. La palabra escrita lleva nuestra huella pero la transfigura, la dota de una vida propia, incluso de una capacidad de crear mundos por su propia fuerza, extraña a nosotros mismos. De ahí su vínculo con la ficción. Confiere al pensamiento una serenidad inhabitual: permite que volvamos sobre ella, que la hagamos objeto de análisis o de obsesión, que se explore o medite reiteradamente; sin embargo, también da forma y relieve a los propios fantasmas, vuelve tangibles las fantasías y hace surgir de la penumbra las formas deseadas y desconcertantes de la prefiguración social del destino. Un halo de misterio la acompaña. Quizá por eso, tanto su creación como su desciframiento, han engendrado pugnas de poder, formas de dominar: surgieron como prueba de la alianza con las divinidades, dieron lugar a rituales iniciáticos. La escritura vivió durante siglos restringida al uso de magos, sacerdotes de múltiples cultos, prácticas secretas, recursos recónditos de restricción al acceso de sus sentidos y los saberes que hacía posible. No obstante, al cosificarse, por naturaleza, se troca en un signo público, abierto a la mirada. Al separarse de los cuerpos y asumir su propia autonomía, queda a disposición de todos. Controlar su diseminación, restringir sus sentidos se vuelve imposible. Es recurso de poder. La imaginación en la escritura hace posible disipar su violencia excluyente, diseminar en todas las miradas la invención de mundos.
El mundo contemporáneo se erige sobre la letra impresa. La invención de la imprenta dio realidad a la forma pública de la escritura. Canceló las condiciones de su confinamiento, de su uso excluyente y restrictivo. Liberó a la escritura y, con ello, descubrió las formas potenciales de una libertad y un poder —de exclusión e inclusión— insospechados, amparados por su circulación casi irrestricta, por las rutas abiertas, inabarcables, de la lectura. Modernidad y escritura se vinculan estrechamente. No obstante, en el mundo contemporáneo el destino de la segunda ha sido inquietante, pues como condición material de los regímenes de saber ha amparado las estrategias de control —el uso estratégico, burocrático de la palabra, fraguada en registros, archivos, catálogos, censos, modas, discursos, producción industrial de datos, troqueles de opinión, esclerosis del sentido común— y ha apuntalado y edificado las condiciones de poder y gobierno propias de la modernidad. Empero, la letra impresa también ha anulado las estrategias de sometimiento: ha otorgado a la relación entre lectura y escritura la clave de una invención imaginativa sin precedentes que desborda todo intento de control.
La lectura es, inequívocamente, un acto disciplinado. Sin embargo, es lo contrario de un confinamiento, de una restricción de las capacidades, de una inhibición de los poderes. Esta disciplina, que se corresponde con el uso expresivo de la escritura, es materia propia de la invención territorial de la imaginación. Es la compenetración perseverante, lúcida, de las alternativas abiertas por la alianza entre el conocimiento —entendido como la síntesis de la experiencia histórica de las colectividades— y la exploración de las facetas afectivas de la creación íntima de expectativas, promesas y futuros. A pesar de ello, la escritura y la lectura afrontan un peligro: un empobrecimiento radical derivado de su uso instrumental. Transformar la lectura en adiestramiento o adoctrinamiento, en reiteración mecánica de patrones de comunicación; en instrumento eficiente, destinado a un uso mecánico, monótono, en una cadena de montaje. Palabras inexpresivas, sin afecto, privadas de aliento y de fuerza evocativa e invocativa. Este uso priva a la lectura de su riesgo, de sus facetas de exploración, de sus invenciones, de su placer, de su juego. Al privarla de su lazo íntimo con este último, se extingue su capacidad de conjugar la liberación del pensamiento y la expresión estética.
Hay, así, un desafío radical para la enseñanza de la lectura: abandonar la tentación de someterla a los patrones y las normas instituidas. No se puede recobrar su potencia abierta sin asumir los placeres y las derrotas de la escritura. Se deben recuperar la lectura y la escritura para el placer del juego, la exploración del acontecer, de nuestro entorno, de los hábitos, las certezas y los conocimientos de la colectividad, de nuestra intimidad y los recursos expresivos que esta experiencia hace posible; hay que resistir a la exigencia sofocante de confinarla en las pautas mecánicas de un mero desciframiento.
El libro de Luz María Chapela es una extraordinaria respuesta a este desafío. Toma una vía crucial que reconoce y alienta las facetas más fértiles no solamente en la adquisición de esta exigente disciplina, sino para asimilarse con todas sus potencias de creación: la escritura y la lectura, en su alianza intrínseca como facetas del juego, como recurso sistemático de exploración, como vía para la experiencia de sí, de las propias fantasías no solo a través de la creación expresiva, sino como invención y reconocimiento del vínculo con los otros. La escritura y la lectura surgen de conjugar las experiencias compartidas, de la vida y el intercambio con los demás. Esto se plasma en la forma expresiva de lo escrito. Las figuras ficcionales emergen al combinar la lectura y la escritura, apariencias del vínculo secreto, indeterminado, abierto, entre quien enuncia su expresión y quien la recrea para sí en la lectura.
