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La Visión de la cruz a través de las Escrituras
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La Visión de la cruz a través de las Escrituras
Libro electrónico341 páginas6 horas

La Visión de la cruz a través de las Escrituras

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Sin Jesús, la Biblia carece de sentido. Sin su muerte expiatoria en la cruz, la Biblia no marca la diferencia. El renombrado comentarista bíblico John Phillips recorre toda la Biblia y demuestra cómo la muerte de Jesús en el monte Calvario es el hilo central en sus diversas secciones, libros y temas.
Without Jesus, the Bible makes no sense. And without his atoning death on the cross, the Bible makes no difference. Renowned Bible commentator John Phillips surveys the entire Bible and shows how its many sections, books, and subjects all revolve around the death of Jesus on Mt. Calvary.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 abr 2015
ISBN9780825483219
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    La Visión de la cruz a través de las Escrituras - John Phillips

    Título del original: The View from Mount Calvary: 24 Portraits of the Cross Throughout Scripture © 2006 por John Phillips y publicado por Kregel Publications, una división de Kregel, Inc., P.O. Box 2607, Grand Rapids, MI 49501. Traducido con permiso.

    Edición en castellano: La visión de la cruz a través de las Escrituras, © 2009 por Editorial Portavoz, filial de Kregel Publications, Grand Rapids, Michigan 49501. Todos los derechos reservados.

    Ninguna parte de esta publicación podrá reproducirse de cualquier forma sin permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves en revistas o reseñas.

    A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-Valera 1960, © Sociedades Bíblicas Unidas. Todos los derechos reservados.

    EDITORIAL PORTAVOZ

    P.O. Box 2607

    Grand Rapids, Michigan 49501 USA

    Visítenos en: www.portavoz.com

    ISBN 978-0-8254-1593-7 (rústica)

    ISBN 978-0-8254-0474-0 Kindle)

    ISBN 978-0-8254-8321-9 (epub)

    Realización ePub: produccioneditorial.com

    Contenido

    Cubierta

    Portada

    Créditos

    Prólogo

    Prefacio

    Parte 1: Visión prehistórica

    1. Antes de la fundación del mundo

    Parte 2: Visión pictórica

    2. El Monte Moriah

    3. Las ofrendas por el pecado

    4. Las ofrendas de olor grato

    5. La pascua

    6. El día de la expiación

    Parte 3: Visión poética

    7. La oscuridad del Calvario

    8. ¿No os conmueve?

    Parte 4: Visión profética

    9. El siervo perfecto

    10. Varón de dolores

    11. Herido por mí

    12. Llevado al Calvario

    13. Solamente una tumba prestada

    14. El lado victorioso del Calvario

    15. La aflicción de su alma

    16. El Rey con las manos horadadas

    Parte 5: Visión personal

    17. Los milagros del Calvario

    18. Rescate por muchos

    19. Le crucificaron allí

    20. Gritos desde la cruz

    Parte 6: Visión práctica

    21. El viejo hombre crucificado

    22. La gloria de la cruz

    23. Predicamos a Cristo crucificado

    Parte 7: Visión perpetua

    24. Digno es el Cordero que fue inmolado

    Apéndice: Las cosas que sucedieron después de la fundación del mundo

    Notas

    PRÓLOGO

    LA PERSONA MÁS IMPORTANTE DE las Escrituras es Jesucristo, nuestro Salvador y Señor, y el tema más importante acerca de Jesús es su muerte en la cruz por los pecados del mundo. Sin Jesús, la Biblia carece de sentido. Sin su muerte expiatoria en la cruz, la Biblia no marca la diferencia. El evangelio no existe.

    Es por eso que todos hemos de caminar con los dos discípulos que, en el camino de Emaús, escucharon al Señor enseñar de las Escrituras lo concerniente a sus sufrimientos y su gloria. Comenzando con Moisés y con todos los profetas, el Señor expuso la Palabra e hizo arder sus corazones. ¡Las palabras de nuestro Señor durante esa caminata tuvieron que ser la mejor reseña de la Biblia jamás enseñada en la Tierra!

    Pero, en su gracia, el Señor ha enviado su Espíritu a enseñar a sus siervos la Palabra y facultarlos para enseñar a otros. Uno de sus siervos preferidos es mi amigo, el Dr. John Phillips. He leído sus libros y hemos predicado juntos en conferencias. He descubierto que él es un hombre que ama al Salvador y le magnifica al predicar y enseñar la Palabra.

    Nada diferente a los Sres. Campbell Morgan y Sidlow Baxter de generaciones anteriores, el Dr. Phillips tiene la extraordinaria habilidad de unir distintos pasajes de las Escrituras de modo que podamos vislumbrar preciosas relaciones en las Escrituras y, como resultado, entender mejor el panorama general. Sin avergonzarse del evangelio y de la fe evangélica, proclama con denuedo a Jesucristo y le magnifica como el único Salvador del mundo. Pero continúa explicando lo que la cruz significa para los creyentes en su diario caminar con el Señor. Como Pablo, no solo busca dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios, sino además anunciar todo el consejo de Dios.

    Al leer estas páginas, me maravillé de la profundidad de la perspicacia y del entendimiento que nuestro Señor le ha dado a su siervo. Además, doy gracias porque el Dr. Phillips aplica las Escrituras de forma práctica y nos alienta a identificarnos con la cruz de Cristo y a gloriarnos en ella. Este libro nos ayuda a crecer en sabiduría al conocer a Cristo mejor y al crecer en gracia mientras le amamos cada vez más y le obedecemos.

    Recomiendo encarecidamente este libro a todos los que quieren acercarse a la cruz y ser transformados por el Espíritu Santo al recibir la Palabra de Dios y obedecerla.

    —WARREN W. WIERSBE

    PREFACIO

    TODAS LAS EDADES PASADAS MIRARON adelante a la cruz, porque Jesús fue el Cordero que fue inmolado desde la fundación del mundo (Ap. 13:8). Y en las edades por venir, los que aún no habían nacido mirarán atrás a la cruz. Y en los cielos de los cielos cantarán: El Cordero que fue inmolado es digno (Ap. 5:12).

    No importa dónde nos encontremos en la lectura bíblica, nunca estaremos muy lejos de la cruz. Asoma ante nosotros de forma prehistórica como la respuesta de Dios al pecado humano, mucho antes que el misterio de la iniquidad levantara su cabeza en el universo por primera vez. Se encuentra de forma pictórica en los tipos y las ilustraciones del Antiguo Testamento. Se nos presenta ante nosotros de forma poética en el libro de los Salmos y en las Lamentaciones de Jeremías. Se nos anuncia de forma profética e impresionantemente detallado por muchos antiguos videntes hebreos. El Monte Calvario ensombrece completamente a los Evangelios. Los Evangelios nos muestran lo que la cruz significó para Jesús personalmente. Las epístolas aplican la verdad del Calvario de forma práctica. El libro del Apocalipsis revela lo que la cruz significa potencialmente para este mundo, donde por ahora reina el pecado.

    Este es esencialmente un libro devocional. Esperamos que nos ayude a la adoración al darnos una mejor comprensión de la cruz desde la eternidad hasta la eternidad. Los cristianos de a pie encontrarán aquí pensamientos que profundizarán su apreciación de la obra terminada de Cristo. Los pastores y los predicadores encontrarán aquí verdades adecuadas para la Santa Cena, para cultos de Semana Santa, así como estudios devocionales conmovedores.

    Venga, entonces, únase conmigo al levantar nuestros ojos para ver algo de La visión de la cruz a través de las Escrituras.

    Este libro está concebido para llevarnos al Calvario. Joseph Hoskins (1741-1788) lo expresa así en su himno He aquí el Cordero de Dios:

    Por fe le vemos levantado en la cruz,

    Por nosotros Él bebe la copa amarga, en la cruz;

    Las rocas se rasgan, los montes tiemblan,

    Mientras Jesús hace expiación,

    Mientras Jesús sufre por nuestra causa en la cruz.

    PARTE 1

    VISIÓN PREHISTÓRICA

    Roca de la eternidad,

    Fuiste abierta para mí,

    Sé mi escondedero fiel,

    Paz encuentro solo en ti,

    Rico, limpio manantial,

    En el cual lavado fui.

    Mientras haya de vivir,

    Y al instante de expirar,

    Cuando vaya a responder.

    En tu augusto tribunal,

    Sé mi escondedero fiel,

    Roca de la eternidad.[1]

    —Augustus Toplady (1740–1778)

    Trad. T. M. Westrop

    CAPÍTULO 1

    ANTES DE LA FUNDACIÓN DEL MUNDO

    El esplendor de la persona del Señor (Jn. 17:24)

    La selección del pueblo del Señor (Ef. 1:3–5)

    El alcance de la pasión del Señor (1 P. 1:18–20)

    LA FRASE INAUGURAL de la Biblia llama nuestra atención a la importancia de nuestro planeta en el esquema divino: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Gn. 1:1, cursivas añadidas). Desde su mismo comienzo, nuestro planeta ha sido singular.

    La relevancia de la tierra se enfatiza por el Espíritu Santo a través de la constante repetición de la palabra "y" en Génesis 1. Esta figura retórica (conocida como polisíndeton) se usa para enfatizar cada uno de los elementos mencionados. El polisíndeton es un recurso literario designado para que aminoremos la marcha en nuestra lectura y llevemos nuestros pensamientos más cuidadosamente a lo que se está diciendo. La palabra "y" aparece alrededor de cien veces en el primer capítulo de Génesis. Por tanto, se nos llama la atención a los diversos pasos tomados por el Creador al preparar el planeta tierra para la morada humana.

    No se nos dan detalles en Génesis 1 acerca del establecimiento de los fundamentos de la tierra, pero sí lo menciona numerosas veces en otras partes (ver Mt. 13:35; 25:34; Lc. 11:50; Jn. 17:24; Ef. 1:4; He. 1:10; 4:3; 9:26; 1 P. 1:20; Ap. 13:8; 17:8). En algún momento no especificado en el pasado, el Creador manifestó su poder y se formaron los fundamentos de la tierra.

    El uso del polisíndeton continúa: "Y la tierra estaba (se convirtió en) desordenada y vacía y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo (Gn. 1:2). La palabra desordenada" se traduce del hebreo tohū vā bohū. El profeta Isaías hace una referencia directa a esta expresión hebrea y nos dice que la tierra no se había creado originalmente en ese estado (Is. 45:18). Llegó a esa condición en una fecha posterior. Muchos creen que las palabras desordenada y vacía hacen referencia directa a esta expresión hebrea y nos describen que es el resultado de una colosal catástrofe que alcanzó al planeta en tiempos prehistóricos.

    Aunque la Biblia hace referencia a varias cosas relacionadas con la fundación real del mundo, también se preocupa de tres cosas en la mente de Dios desde antes de la fundación del mundo. Son éstas las que consideraremos aquí.[2] Tienen que ver con los propósitos eternos de Dios en la redención, en contraste con sus propósitos eternos en la creación.

    1. El esplendor de la persona del Señor

    Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo (Jn. 17:24).

    Este versículo nos transporta a un punto antes del tiempo, el espacio y la materia, a un punto en los vastos silencios de la eternidad cuando los miembros eternos, no creados y autoexistentes del Dios Trino gozaban de comunión en una atmósfera reluciente de gloria, bañada en amor y resplandeciente en sabiduría y en poder. La oración registrada aquí trasladó a los discípulos del Señor a escenas anteriores a la fundación del mundo, a un punto más allá de la capacidad de su imaginación, a escenas que el mismo Señor recordaba bien.

    El escenario terrenal era lo suficientemente común, una docena de hombres sentados alrededor de restos de una fiesta en un aposento alto en Jerusalén. Los hombres estaban conmocionados. El Señor les acababa de decir que los iba a dejar pronto, que regresaría a su hogar en el cielo. Aun más, Él conocía algo que ellos no sabían, aunque se lo había dicho antes con frecuencia. El camino a su hogar pasaría por el camino de una cruz romana en el monte del Calvario un poco más adelante.

    Aun sin ese conocimiento, estos hombres apenas se podían concentrar en una palabra de lo que Él decía. Cristo estaba orando. Era una oración muy significativa, una oración comparativamente larga. La llamamos la oración sacerdotal, aunque se ha dicho que en el evangelio de Juan las oraciones del Señor no son tanto peticiones, sino conversaciones entre iguales.

    Llegado este momento, los pensamientos del Señor estaban tanto allá en el cielo como aquí en la tierra. Estaba hablando a su Padre acerca de su amor inalterable, amor que le había llevado a dar a su Hijo la gloria que una vez había sido suya antes de la fundación del mundo.

    Los hombres apenas comprendían lo que estaba diciendo. Miraban los restos de la comida, que aún quedaban desordenados en la mesa. Le miraban mientras, con su cara levantada hacia el cielo, hablaba con su Padre acerca de ellos. Estaban acostumbrados a esa clase de cosas. Se miraban el uno al otro, un grupo heterogéneo de hombres muy comunes. La incredulidad estaba grabada en cada semblante. ¿Ir a casa? ¿Y qué de ellos? ¿Por qué ellos no podían ir con Él? ¿No habían abandonado sus hogares por Él? Apenas podían prestarle atención mientras Él derramaba su alma en vehemente conversación con su Padre. Menos mal que Juan, sentado al lado de su Señor, estaba escuchando. Luego lo escribiría todo.

    El Señor nos dice dónde Él quiere que estemos …conmigo dice, donde yo estoy. Pero, había estado con ellos. Algunos de ellos le habían conocido por años. Algunos, como Jacobo y Juan, eran familia. Habían visto sus milagros, oído sus palabras. Tres de ellos le habían visto en el monte de la transfiguración. Pero nunca habían visto la gloria plena que había sido suya en la eternidad pasada, ni habían visto de dónde había venido. Lo había dejado todo atrás cuando salió de la eternidad y entró en el tiempo.

    Había nacido en un establo y había crecido en un despreciado pueblo provinciano. Había visitado los hogares de publicanos y pecadores. La clase dirigente judía se burlaba de sus compañeros más cercanos (ningún príncipe, ningún orador talentoso, ningún hombre con títulos, ningún militar reconocido) y los desdeñaban como que eran hombres sin letras y del vulgo (Hch. 4:13). Esta misma clase gobernante desechó la enseñanza incomparable de Cristo porque no era producto de sus escuelas. Le llamaban el Galileo y se referían a él como el hijo del carpintero. Aun los discípulos más cercanos, contemplando el aposento alto, estarían en apuros para encontrar algún indicio de gloria a su alrededor. Había un aura de santidad, quizá, pero nada de la pompa y esplendor, ni siquiera de un príncipe terrenal.

    Además, la oposición del Sanedrín había crecido. De hecho, era un riesgo para los discípulos aparecer en público. Los discípulos, sin duda, consideraban que Judas era un hombre valiente. Estaba afuera, en alguna parte en una misión filantrópica para el maestro, aparentemente sin miedo de los espías del Sanedrín y de la guardia del templo. ¡Qué poco sabían!

    Pero Judas, considerado por ellos como valiente, estaba bien seguro. En su bolsillo tintineaban las monedas de plata que el Sanedrín le dio, el precio de su alma. Estaba fuera haciendo recados de Caifás, no de Cristo, reclutando su cuota de hombres, policías, soldados y una creciente multitud de la chusma judía. Pronto le llevarían al Getsemaní. Al mismo tiempo, los gobernantes judíos estaban reuniendo la gentuza y una cola de falsos testigos para acelerar una condena una vez dado comienzo el juicio de Jesús. En alguna parte del camino los soldados estaban preparando las cruces. El éxodo de Cristo de este planeta sería doloroso e increíblemente vergonzoso. Pronto los romanos, los rabíes, los ladrones y la chusma estarían apilando ignominias sobre Él.

    No es de extrañar que Jesús haya dicho: Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado. Ahí es donde Él quiere que nosotros estemos. Y seguro, uno de estos días, ahí estaremos. Lo dispuso con su Padre hace mucho tiempo.

    Juan nos dice lo que Él quiere que veamos: …para que vean mi gloria. Tres de los hombres en el aposento alto ya habían tenido una visión de su gloria en el monte de la transfiguración. G. Campbell Morgan era de la opinión que la transfiguración de Cristo fue la consumación de su vida humana, el desenlace natural de todo lo que había precedido.[3] Escribió: La vida de Jesús estaba destinada a alcanzar este punto de la transfiguración. No era posible otro destino. Este autor comparó la vida de Jesús con una semilla que, por todas las apariencias externas, estaba vacía de belleza pero que, dentro, guardaba todos los colores del arco iris, esperando el día cuando pudiera florecer en su gloria imponente. Y continuó: la transfiguración se efectuó no por la gloria que caía sobre Él, sino por la gloria inherente que emanaba desde dentro.

    Hay una gloria, sin embargo, más allá de lo visto por Pedro, Jacobo y Juan, la gloria que Dios Hijo tenía con el Padre antes de la fundación del mundo. La oración de Cristo era que sus discípulos y todos los suyos, a través de todas las épocas, pudieran ver esa gloria. Es una gloria que eclipsa el relámpago, un brillo más allá del resplandor del sol del mediodía, una gloria que deslumbra los ojos de los mismos brillantes serafines. Pensó en la gloria que había compartido con su Padre antes de que se fundaran los mundos. Era una gloria más allá del brillo del sol del mediodía, una gloria ante la que los fuegos atómicos del sol palidecieron como el parpadeo vacilante de una vela. Era la gloria ante la cual los serafines cubrieron sus caras al dar voces de su santidad. Él quería que estos hombres vieran eso. Él quiere que nosotros veamos eso. Esa es la gloria que un día veremos.

    2. La selección del pueblo de Dios

    Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad (Ef. 1:3-5).

    Pedro nos recuerda en su primera epístola que la elección y la predestinación se basan en la presciencia de Dios (1 P. 1:2). El propósito primario de la predestinación es asegurar el glorioso destino futuro que Dios tiene en mente para los suyos, un destino asegurado para ellos antes del comienzo del tiempo. Pablo básicamente dice lo mismo (Ro. 8:29-30).

    La doctrina de la elección está plagada de problemas. Expuesta sencillamente, la principal cuestión es esta: ¿Le elegí yo a Él porque Él me eligió a mí? o ¿me eligió Él a mí porque le elegí yo? Estas son las preguntas que pueden estar más allá de nuestro entendimiento por ahora.

    Una opinión es que, en un tiempo pasado y sin fecha, Dios eligió a algunos de los de la raza de Adán para recibir su gracia. Con cada nuevo siglo que pasa y en su debido momento, los que han sido escogidos inevitablemente le eligen a Él. En cuanto a los otros, los no elegidos, no tienen opción ni oportunidad, una proposición muy poco satisfactoria. Bien podríamos preguntarnos: ¿Por qué Dios no eligió a todos? ¿Qué clase de persona sería aquella que si su casa estuviera en llamas y tuviera la posibilidad de salvar a todos los que se encontraran dentro, escogería salvar solamente a algunos?"

    Por otro lado, existe la opinión que la elección de Dios está condicionada por nuestra elección. Una persona oye el evangelio y, en cierto lugar y en cierto momento como acto consciente de su voluntad, elige aceptar a Jesús como su Salvador y Señor. En virtud de la presciencia de Dios, basada en nuestra elección de Cristo, Dios nos elige a nosotros y, ciertamente, sí lo hizo antes de la fundación del mundo. En ese caso, la elección de Dios está determinada por nuestra elección, una proposición que nos daría a nosotros el control, no a Dios.

    Algunos son de la opinión de que cuando Dios creó a otros seres con voluntad propia, limitó su soberanía de algún modo, algo que tomó en consideración cuando decidió actuar en la creación. ¡No es que tal limitación voluntaria disminuyera en modo alguno su omnisciente sabiduría, su amor incomparable y su poder omnipotente! Dios es siempre Dios, muy superior a lo creado, sea humano o angelical, como son más altos los cielos que la tierra (Is. 55:8-13).

    Aún es verdad, sin embargo, que antes de la misma fundación del mundo, antes de que Dios se encorvara para darle forma al barro de Adán, antes de que las galaxias estallaran de la nada, antes de que el susurro del ala de un ángel perturbara el silencio de la eternidad ¡Dios nos escogió!

    Y Él nos escogió en Cristo. Y nos escogió para que fuéramos santos y sin culpa. Nos escogió para que por siempre y para siempre, más allá de los confines del espacio y del tiempo, estuviéramos delante de Él en amor. Y ahí, ciertamente, hay un misterio más allá de los misterios.

    En este punto una ilustración podría ayudar. Supongamos que un principiante tuviera que jugar una partida de ajedrez con Bobby Fischer, el experto en ajedrez. El campeón tiene a su disposición innumerables formas de abrir y de cerrar una partida y todas las estrategias de por medio. El novato apenas sabe cómo poner las piezas en el tablero y solo últimamente apenas ha aprendido el tipo de movimientos que cada pieza puede realizar. Las piezas se ponen en el tablero y la partida comienza.

    Cada jugador tiene una medida de soberanía sobre el tablero y cada uno tiene el poder de elección. Cada uno hace cualquier movimiento que se le antoje, siempre que los movimientos estén dentro de las reglas del juego.

    Le lleva al experto en ajedrez unos escasos minutos declarar que el juego terminó. El novato dice: El juego no puede acabarse. Hay muchos movimientos que aún puedo hacer. El campeón dice: Siga adelante y hágalos. El juego se acabó. Y seguramente, en dos o tres movimientos le da jaque mate al novato.

    Ahora bien, ni una sola vez interfirió el campeón con el poder de elección del oponente ni con su derecho de hacer los movimientos que hizo. El experto en ajedrez, sin embargo, al tener tanta destreza, tenía una mayor soberanía en el tablero. No interfirió en los movimientos de su adversario; simplemente los dominó.

    Es así en la gran partida de ajedrez de la vida. Se nos ha dotado de una voluntad humana, con una medida de soberanía sobre los movimientos que hacemos. Tenemos la libertad de escoger y ejercitar nuestra voluntad. Así que, hacemos nuestras elecciones y Dios hace las suyas. Él nos puede hacer jaque mate a voluntad porque su soberanía es mucho mayor que la nuestra. Lo maravilloso es que, sin embargo, Dios realmente quiere que nosotros ganemos. Él tiene interés en mostrarnos, día a día, los pasos para una vida santa y feliz, que va en dirección al cielo.

    ¡Escogidos! ¡Escogidos en Él antes de la fundación del mundo! Escogidos y predestinados para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo (Ef. 1:4-5). De eso trata la elección y la predestinación. La elección no se trata tanto de la salvación de los pecadores, si algo tiene. Se trata más bien del llamamiento de lo alto, del magnífico destino y del enriquecimiento del pueblo de Dios. Y todo comenzó hace mucho tiempo en la eternidad pasada. Dios ha elegido y predestinado a los santos de la era de la Iglesia para que se sienten con Cristo en los lugares celestiales, sobre todos los principados y poderes, tronos y dominios no solo en este mundo, sino en el venidero. ¡Alabado sea su nombre!

    Todo esto ya se ha establecido en el cielo. Los tiempos no restringen a Dios. Él es el gran YO SOY (Éx. 3:11-14) y vive en el tiempo presente. Jesús, al responderles a sus críticos declaró: Antes de que Abraham fuese, yo soy (Jn. 8:58). No dijo Antes de que Abraham fuese, yo era (aunque hubiera sido perfectamente cierto). Él dijo Antes de que Abraham fuese, yo soy. Ya que Dios habita en el presente eterno, es obvio que el momento que nos escogió y el momento que nosotros le escogimos fue el mismo momento en el eterno tiempo presente de Dios. Fue ahora mismo. Pero desde nuestro punto de vista ese momento fue antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4).

    3. El alcance de la pasión del Señor

    …rescatados… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros (1 P. 1:18-20).

    Cuando Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo se sentaron juntos en la cámara de deliberaciones de la eternidad para decidir actuar en la creación, un hecho fue obvio para ellos. Si alguna vez actuaran en la creación, llegaría el día cuando tendrían que actuar en la redención. Y eso significaría la cruz. Un miembro del Dios Trino tendría que venir al planeta tierra, convertirse en humano y morir por la humanidad perdida. Observamos cuando el plan de la redención se concibió, …antes de la fundación del mundo. El Calvario no fue idea tardía de Dios. Todo se concibió en su totalidad antes de que el pecado surgiera en el universo.

    Observamos, también, lo que el plan de la redención iba a costar, somos rescatados con la sangre preciosa de Cristo. La vida que Jesús derramó en la cruz del Calvario por nuestros pecados fue una vida infinita y la sangre que Él vertió fue de valor infinito. El mismo Espíritu Santo la llama "la

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