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Zweig y el candelabro: Destino y Judaísmo
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Libro electrónico106 páginas1 hora

Zweig y el candelabro: Destino y Judaísmo

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Stefan Zweig es uno de los escritores más relevantes y prolíficos del siglo XX. Partiendo de textos, hasta hoy inéditos en nuestro país (correspondencia, artículos, manifiestos, etc.), y de fragmentos concretos de su conocida autobiografía El mundo de ayer y otros de sus libros, ahondamos en uno de los aspectos más decisivos y, a la vez, menos conocidos de su pensamiento y de su vida. En esta obra, Zweig pone de manifiesto, de manera clara y contundente, su posición como judío y su peculiar forma de entender el judaísmo. Su pasión es el ser humano, por lo tanto, ser judío no es otra cosa que una forma de humanismo y un modo de ser universal. Alejado de cualquier postulado reductor, la reivindicación es absolutamente espiritual y cultural. Con sus opiniones acerca de la palestina judía, de la diáspora y de la Europa en los albores del nazismo alemán, descubrimos a un hombre lúcido, crítico, y una conciencia lírica. Un testimonio literario y moral.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 abr 2016
ISBN9788415098867
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    Zweig y el candelabro - Jean-Jacques Lafaye

    EN EL CORAZÓN DE EUROPA

    Stefan Zweig

    El milenario y cristianizado imperio austrohúngaro fue la cuna de una nueva vida para aquellos judíos que pudieron liberarse de los antiguos guetos, además de sus ancestros, para convertirse, al alba del siglo XX, y a través de su capital Viena, en el centro de la vida artística y creativa. Stefan Zweig nos recuerda que «en la catedral de San Esteban, los príncipes aliados de la cristiandad se habían arrodillado en acción de gracias por haberse salvado de los turcos».1 A partir de aquí, cada uno parece encontrar su lugar y la sociedad emerge expandiéndose según sus conveniencias, ya que «en ningún otro lugar era más fácil ser europeo y sé que, en parte, debo a esta ciudad, que ya en tiempos de Marco Aurelio defendía el espíritu romano, universal, el haber aprendido temprano a amar la idea de la colectividad como la más sublime de mi corazón».2

    En estas memorias, El mundo de ayer, añade que «la adaptación al medio del pueblo o del país en cuyo seno viven, no es para los judíos solo una medida de protección externa, sino también una profunda necesidad interior. Su anhelo de patria, de tranquilidad, de reposo y de seguridad, sus ansias de no sentirse extraños, los empujan a adherirse con pasión a la cultura de su entorno. Y, seguramente, en ninguna otra parte —salvo en la España del siglo XV— esta unión se realizó tan fructífera y felizmente como en Austria».3

    A menudo, el sentimiento patriótico de los austríacos quiere remarcar su independencia y peculiar carácter para desmarcarse de la influencia que tiene la burguesía en el arte y en la vida. Pero es en vano: «Cuando, en una ocasión, durante la época antisemita, se intentó fundar un llamado teatro nacional, no comparecieron autores ni actores ni público; después de unos meses, el teatro nacional fracasó estrepitosamente, y este ejemplo puso de manifiesto, por primera vez, que las nueve décimas partes de lo que el mundo celebraba como cultura vienesa del siglo XIX era una cultura promovida, alimentada e incluso creada por la comunidad judía de Viena».4

    En ese contexto, el antisemitismo secular adopta formas moderadas inscritas dentro de un debate público que no destapa ningún ataque personal ni hace uso de argumentos racistas, ya que el emperador Francisco José ¡vela por el respeto de todos sus conciudadanos!, «incluso cuando Lueger, el líder del Partido Antisemita, llegó a alcalde de la ciudad, no cambió un ápice su trato en la vida privada, y debo confesar que yo, personalmente, como judío —ni en la escuela ni en la universidad ni en la literatura— nunca tropecé con el más mínimo obstáculo o menosprecio».5

    Eran tiempos para creer en una civilización que moldeaba las esperanzas de nuestra época: «La libertad de acción era considerada —algo casi inimaginable hoy— como algo natural y obvio; la tolerancia no era vista, como hoy, con malos ojos, como una debilidad y una flaqueza, sino que era ponderada como una virtud ética».6

    Zweig, por parte materna, era de origen patricio; los Brettauer, banqueros procedentes de Ancona en Italia. Poseían sucursales en distintos países de Europa e incluso en Estados Unidos, donde la tradición en el seno de la comunidad judía ya mostraba una clara voluntad por realizar acciones caritativas. Representan el futuro de Europa, preparan la «patria universal». En su casa, se es políglota de nacimiento y consciente de que hay que tener un compromiso con el mundo, y convertirse, a menudo, en protectores de la aristocracia tradicional.

    Ida Brettauer se casa con Moritz Zweig, un empresario industrial del textil que opera a lo largo y ancho del imperio austrohúngaro, y que está convencido de que construye un futuro esplendoroso para sus hijos y nietos...Y eso que el apellido Zweig apenas cuenta con un siglo de historia, ya que fue a partir de 1787 cuando su antepasado Moisés Petrovitz tuvo que adoptar el patronímico alemán: el emperador austríaco sabía lo que esto significaba. Es así como el alemán se convirtió en la verdadera cuna de Stefan

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