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No hay necesidad de que te cargues con los errores ajenos.
La gente se equivoca, a veces te ofenden, en ocasiones te perjudican.
Pero no tienes porqué cargar en tu conciencia un error que no es tuyo.
¿Quieres tener en tu mente todo el día algo la ofensa que alguien te hizo en un minuto?
A veces exageramos las situaciones. En sangre caliente todo parece más grave.
Debes destilar tu mente para tener solo pensamientos productivos. Solo aquellos que beneficien tu bienestar.
Manchas tu alma al albergar en tu corazón algo que alguien te “hizo”.
Porque en realidad, nadie es capaz de dañarte. Epicteto mostró la capacidad de la indiferencia al dolor físico cuando su amo le rompió la pierna.
¿Y nosotros no podemos tener por indiferente una simple palabra, un simple comportamiento de gente imperfecta?
¿Qué de raro tiene que se equivoque alguien que no es perfecto?
¿Con qué culpa le cargas?
Seguro que tú nunca te has equivocado. Seguro.
Si no eres capaz de perdonar a la gente por sus errores tampoco serás capaz de perdonarte a ti por tus imperfecciones. Y eso no es sano.
Haz ligera la carga; lleva únicamente contigo lo que sean tus asuntos.
El mal cometido por este hombre, déjalo allí donde la falta ha sido cometida.
Esas son palabras de Marco Aurelio.
E incluso más. Tus faltas déjalas allí donde fueron cometidas.
Una vez aprendida la lección, ¿qué sentido tiene la culpa?
Perdónate por tu pasado y agradécelo porque sin este no estarías en el camino en el que estás. Consérvate bueno.
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