Los efectos de los medios de comunicación de masas
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Los efectos de los medios de comunicación de masas - Víctor Hernández-Santaolalla
Los efectos de la comunicación de masas: definición y clasificación
El efecto de los medios de comunicación ha sido entendido tradicionalmente como el último término del proceso de comunicación, al menos desde que en 1948 Harold D. Lasswell (1986) dejara patente que el acto comunicativo (él no hablaba aún de proceso) debía responder a las preguntas ¿quién dice qué?, ¿en qué canal?, ¿a quién? y ¿con qué efecto? El efecto quedaba entendido como la conclusión de un desarrollo previo, el último e inevitable escalón del proceso comunicativo y cuya naturaleza debía ser consecuencia del diferente uso de los elementos anteriores. De hecho, la presunción de que la acción mediática tiene unos efectos significativos ha sido uno de los supuestos más arraigados del estudio de los medios de comunicación de masas (Perse; Lambe, 2017, págs. 5-6); un principio que se convierte en la verdadera razón de ser de la comunicación persuasiva (propaganda, publicidad, relaciones públicas). Los manuales sobre teoría de la comunicación también se han hecho eco de esta importancia (Igartua; Humanes, 2010, pág. 182), ya sea dedicando un apartado al estudio de los efectos mediáticos o bien centrándose exclusivamente en los mismos. Sin embargo, aunque es uno de los fenómenos más estudiados de la comunicación, no todos los investigadores se ponen de acuerdo en lo que se refiere a su definición y clasificación (2010, pág. 184). Por este motivo, este capítulo se dedicará a aclarar qué se entiende por efecto de los medios de comunicación y cuáles son los tipos que se pueden encontrar.
1. Definición del concepto de efecto de comunicación
Ante la pregunta ¿qué es un efecto?, quizá la respuesta inmediata sea la de consecuencia o respuesta ante un hecho previo, que será identificado como causa. En este sentido, el efecto de la comunicación quedaría explicado por una relación de causalidad entre dos sucesos diferentes: el suceso A provoca el suceso B, o a la inversa, el suceso B está ocasionado por el suceso A. No obstante, esta definición encuentra problemas cuando no se puede encontrar la fuente que desencadena el resto de los acontecimientos o cuando la relación entre diferentes sucesos no puede dibujarse bajo una estructura de unidireccionalidad, y al igual que el suceso A origina el suceso B, no es descartable que el suceso B origine, a su vez, el suceso A (por ejemplo, un individuo puede consumir una marca de refrescos determinada porque tenga una actitud favorable hacia la misma, pero al mismo tiempo, puede ser que su actitud positiva esté influida por un consumo satisfactorio previo).
En otras ocasiones, pero aún dentro del marco de causalidad anterior, se define el efecto como cambio, como transformación de un estado o conducta previos. En este sentido, Schramm dirá que el efecto tiene lugar cuando «alguien hace algo diferente a lo que había estado haciendo previamente, en apariencia como resultado de recibir una comunicación» (1982, pág. 220), dejando claro, no obstante, la dificultad que en ocasiones existe para atribuir un determinado cambio de comportamiento a un impulso comunicacional específico; algo que también recalcan James Watson y Annie Hill (1997), para quienes los efectos de los medios de masas, si bien en ocasiones pueden estar más inclinados al refuerzo, pueden definirse como la transformación de las actitudes o de las conductas tanto a nivel individual como colectivo, reconociendo asimismo que su medición resulta muy complicada, ya que el terreno donde esta se realiza está en constante cambio (1997, pág. 72).
En la misma línea, Böckelmann establece que, «ciertamente, existe un acuerdo según el cual el efecto (effect, impact, reaction, response, success) alude siempre a una variación objetiva o a una modificación de la situación» (1983, pág. 105). Sin embargo, estas posiciones también quedarían invalidadas, pues ¿qué ocurre cuando no hay cambio manifiesto? Es decir, si el efecto conlleva necesariamente una variación de una situación previa a otra posterior, ¿cómo podría explicarse que, tras un esfuerzo comunicativo determinado, los sujetos y su contexto permanezcan inalterables?
Al respecto, siguiendo a McLeod y Reeves (1980), McLeod, Kosicki y McLeod (1996) afirman que, si bien el término efecto se asocia con el cambio, también puede «incluir procesos mantenedores de estabilidad» (1996, pág. 177). No obstante, ya que es posible que este efecto de mantenimiento pueda confundirse con el otro de refuerzo, aquí se manejará el concepto de efecto nulo, entendiendo por este la posibilidad de que una determinada comunicación no modifique el estado de la situación, conceptos estos que se desarrollarán en el epígrafe siguiente.
Saperas, por su parte, es mucho más aséptico en su definición, e intenta evitar posibles confusiones a la hora de relacionar el efecto (de la comunicación de masas, en esta ocasión) con algún tipo de respuesta concreta, delimitándolo como el
«conjunto de las consecuencias resultantes de la actividad de las instituciones emisoras en las que desarrollan su labor un conjunto de profesionales especializados en la narración de los acontecimientos que se suceden en el entorno. En cuanto consecuencia de la actividad comunicativa, los efectos presuponen la finalización del proceso de comunicación» (1987, pág. 19).
Sin embargo, la aportación de Saperas parece limitarse exclusivamente al área periodística, una parcela demasiado estrecha si se tiene en cuenta la oferta mediática actual, donde los mensajes «informativos» se entremezclan con el entretenimiento y la persuasión, complicando asimismo el trabajo de definición de conceptos, ya que no paran de aparecer nuevos términos (infoentretenimiento o infotainment, advertainment, etc.) que ponen de manifiesto el continuo clima de cambio, desarrollo e hibridación en el que vive la comunicación.
De hecho, la dificultad a la hora de delimitar exactamente qué se entiende por efecto se ha visto muchas veces influenciada por la necesidad, sobre todo desde el sector empresarial e institucional, de demostrar que los mensajes difundidos (y pagados) por los diferentes individuos y organizaciones tendrán una repercusión en un segmento de población determinado. Es decir, el problema surge cuando se abandonan los parámetros de la investigación científica y se analiza el tema de los efectos como instrumento de justificación de la importante inversión económica realizada. Esto ha dado lugar, por ejemplo, a que se confunda el efecto con la función de la comunicación, es decir, con el cometido de la misma, o incluso con su objetivo (el para qué). En este sentido, hay que tener en cuenta que, independientemente del objetivo planteado, los efectos de los mensajes pueden ir «más allá de la intencionalidad de su autor» (León, 1996, pág. 30); por ejemplo, que un periódico publique la nota de prensa que envió una empresa con el objetivo de informar a los lectores de la apertura de una nueva sede (efecto intencionado), pero que esa nota, lejos de agradar a los habitantes de la zona, no haga sino desencadenar duras críticas por aquellos vecinos cercanos al área de construcción, promoviendo una mala imagen de dicha empresa en el resto de la población (efectos no intencionados).
Lo que debe quedar claro, por tanto, es que una cosa es la eficacia, o lo que es lo mismo, la consecución de los objetivos de la comunicación, y otra muy distinta (aunque a veces puedan coincidir), los efectos de la misma. Así, un esfuerzo comunicativo siempre tendrá unos resultados, premeditados o no, mientras que solo en un porcentaje de ocasiones será eficaz.
Por lo tanto, ante la inexactitud de las aportaciones de los diferentes autores, aquí se aportará una definición propia de qué es un efecto de comunicación, configurada según cuatro ideas clave:
1) Causalidad: debe entenderse como la consecuencia específica de un esfuerzo comunicativo determinado, susceptible de desencadenar, a su vez, y en determinadas ocasiones, otro tipo de efectos. Esto significa que a la hora de analizar dicha consecuencia hay que controlar el posible influjo de otras variables externas al propio proceso de comunicación; control, no en el sentido de dominio, pues sería prácticamente imposible someter a antojo todos los factores influyentes (contexto, acción de otros actores, etc.), sino en el sentido de vigilancia, prestando atención a todos estos elementos para no otorgar la autoría del efecto a un agente
