Antiboy
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Antiboy, un ensayo autobiográfico poético y refinado sobre la adopción de una identidad nueva y más verdadera, es conmovedor sin ser nunca sentimental. Valentijn encuentra una nueva profundidad emocional y complejidad en sus relaciones personales, brindando a los lectores una experiencia de lectura rica y empática. Antiboy va más allá del propio viaje del autor y se convierte en una exploración matizada de las conexiones humanas en medio de la transformación.
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Vista previa del libro
Antiboy - Valentijn Hoogenkamp
Valentijn Hoogenkamp
ANTIBOY
Traducción de
Catalina Ginard Féron
El papel utilizado para la impresión de este libro ha sido
fabricado a partir de madera procedente de bosques y
plantaciones gestionadas con los más altos estándares ambientales, garantizando una explotación de los
recursos sostenible con el medio ambiente y
beneficiosa para las personas.
Título original: Antiboy
Antiboy, © 2022 Valentijn Hoogenkamp
Originalmente publicado con De Bezige Bij, Ámsterdam
© De la edición en castellano: Bunker Books, 2025
© De la traducción: Catalina Ginard Féron, 2025
Ilustración de cubierta: © Riki Blanco
Fotografía de solapa: © Sanja Marusic
Diseño de cubierta: © Bunker Books
Bunker Books S.L.
Cardenal Cisneros, 39, 2º - 15007 A Coruña
www.bunkerbooks.es
Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.
ISBN: 978-84-128919-6-6
Depósito legal: CO 240-2025
Este libro fue publicado con el apoyo de la
Fundación Neerlandesa de las Letras.
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Provengo de una larga estirpe de embusteros. Mi bisabuela mintió al declarar que no era judía cuando en 1939 se mudó desde Paramaribo a Zaandam. Mi abuela engañó al hombre con el que se había casado en Aruba cuando se fue diciéndole que volvería, pero huyó a Holanda con su bebé, dejando atrás a su otro retoño, una niña de cuatro años que más tarde se convertiría en mi madre. Mi padre me mintió la vez que le pregunté si mamá y él se amaban contestándome que no, que ellos dos eran más bien camaradas; sin embargo, sé que no era cierto, pues no puedo evitar ver su vida como un gran esfuerzo por conquistar a mi madre. O mi hermana Toni, que aseguraba que, a diferencia de mí, ella no era capaz de sentir emociones.
Todos ellos están cerca cuando me despierto después de la operación. Sin embargo, los que veo junto a mi cama son Pier y Charlotte, con mamá. No, ella no está aquí, si algún día la vuelvo a ver la mataré a golpes con una piedra preciosa. La primera vez que desperté había una mujer al otro lado de la cortina que gritaba que le habían arrancado a su bebé de sus entrañas y yo me notaba el pecho entumecido. Tenía la boca abierta y la saliva se me acumulaba en el interior de la mejilla. A izquierda y derecha, unas sondas salían de mis axilas hacia dos frascos de plástico llenos de un líquido rojo. Con sumo cuidado aleteé con los brazos, pero apenas conseguí despegarme del colchón.
—Me he despertado —balbucí.
Tenía la garganta dolorida, me habían introducido un tubo por la boca y había respirado con ayuda de una máquina. ¿Cuándo fue eso? Esta mañana.
—Me han robado a mi bebé —lloraba la mujer.
—Tranquila —la calmó una voz profesional.
Me he despertado (he vuelto a nacer). Me han prometido un polo, pero se me han quitado las ganas con los gritos de la mujer. Su pánico se filtra a través de la cortina y mi sangre no debería acabar en un frasco, sino permanecer en mi cuerpo. Lo que más deseo ahora es irme de aquí. El buenazo de Pier está repantingado en una silla, cuando abro los ojos me dedica una de sus sonrisas. Es increíble lo bien que sonríe. Mientras dormía, Charlotte me ha pintado una tarjeta con un set de acuarelas portátil. Me cuenta que estuvo a punto de acabar siendo enfermera en lugar de artista y me ayuda a beber de un vaso de plástico. Quiero darles las gracias, pero solo consigo sacar pompas de saliva.
En cuanto me ponen otra inyección de morfina me vengo arriba.
—Si estalla la revolución creo que deberíamos poder recurrir a la violencia —digo—. Pier es un pacifista, pero eso no puede ser, porque entonces otros tendrían que hacerle el trabajo sucio.
—La violencia solo engendra más violencia, es ridículo matar a seres humanos —replica Pier.
Charlotte sacude la cabeza. Le parece increíble que estemos manteniendo esta conversación.
Cuando Pier se levanta y se dispone a salir al pasillo para hacer una llamada, entra un médico para realizar el primer chequeo.
Alguien me pregunta si me parece bien ver las heridas por primera vez. Son las suaves manos de Charlotte las que siento en la espalda cuando me incorporo, son sus dedos los que abren la cremallera del chaleco de compresión con ayuda del médico. La cremallera ha dejado una profunda marca en mi piel, flanqueada por dos tiras de gasa reseca allí donde estaban mis pechos.
¡Qué extraño lugar para que te rajen!
Una vez que se ha ido el médico, pido que me acerquen la hortensia morada que está en un jarrón sobre la cómoda. Una amiga me la ha dejado y quiero apretarla con ambas manos contra mi pecho plano. Sobre olas de morfina, me precipito aguas abajo en una canoa, mi cuerpo amortajado, camino de una tumba acuática.
Cuando los dos se marchan, me entran ganas de llorar. Pier debe actuar en un programa de entrevistas y Charlotte se va a una boda en Almere. Y yo me quedo sudando bajo la manta de borreguillo con la certeza de que los he perdido para siempre.
Mi hermana me dijo que debía quedarme el mayor tiempo posible en el hospital, porque aquí tienen los mejores medicamentos y solo me darán el alta cuando pueda orinar de forma autónoma. Llamo para que me ayuden a desplazarme hasta el baño. Aunque Judith, la enfermera, está a mi lado mientras me incorporo, no alcanza a sostenerme cuando balanceo las piernas por encima del borde de la cama con demasiado ímpetu, por lo que me caigo golpeándome contra una silla. Los frascos de drenaje de
