El pescador ambicioso y el pez encantado: En busca de la justa medida
Por Leonardo Boff
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«Boff presenta una metáfora de la crisis de la cultura mundial contemporánea. Aborda, sobre todo, la falta de la justa medida en las diversas dimensiones de la vida: las relaciones personales, la sociedad, la economía y la relación del hombre con la naturaleza». Jornal Estado de Minas
Leonardo Boff
Leonardo Boff (Concórdia, 1938) es teólogo, filósofo, escritor y profesor brasileño. Es uno de los iniciadores de la Teología de la Liberación e impulsor de los movimientos populares. A partir de los años 80 comenzó a profundizar en el tema ecológico como una extensión de la Teología de la Liberación. Debido a este compromiso asistió y colaboró a la realización de la Carta de la Tierra. Ha escrito decenas de libros y artículos especializados. Su amplio trabajo pastoral y su lucha a favor de los derechos humanos y la defensa de la vida lo han hecho merecedor de varios premios internacionales. En SAN PABLO ha publicado «Liberar la Tierra. Una ecoteología para un mañana posible» (2019).
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El pescador ambicioso y el pez encantado - Leonardo Boff
El pescador ambicioso y el pez encantado.
En busca de la justa medida
Leonardo Boff
Traducciones de Óscar Madrigal y Eloísa Braceras
Editorial TrottCOLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS
Serie Religión
Título original: O pescador ambicioso e o peixe encantado.
A busca pela justa medida
© Editorial Trotta, S.A., 2024
http://www.trotta.es
© Leonardo Boff, 2024
© Óscar Madrigal y Eloísa Braceras, traducción, 2024
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ISBN: 978-84-1364-313-7(edición digital e-pub)
ÍNDICE
Prólogo
Parte I. HISTORIAS DE LA PÉRDIDA DE LA JUSTA MEDIDA
El pescador ambicioso y el pez encantado
Las representaciones diversas del deseo
La condición humana subyacente a la crisis de nuestro mundo
La justa medida
¿Qué es lo que realmente necesitamos?
Toda virtud tiene su opuesto: el exceso
Parte II. EL DRAMA Y LA TRAGEDIA DE LA AUSENCIA DE LA JUSTA MEDIDA
Tal como está, el mundo no puede seguir
Al ataque del sistema capitalista y el neoliberalismo
La falta de la justa medida promueve una guerra contra la Tierra
Etapas de la guerra contra Gaia: de la interacción a la destrucción
Dos presupuestos: la interdependencia y la corresponsabilidad
Parte III. CÓMO VIVIR LA JUSTA MEDIDA EN LAS DISTINTAS DIMENSIONES DE LA EXISTENCIA
Nos lo quitaron todo, pero olvidaron llevarse las semillas
Valores y principios: el marco de nuestro camino
Rescatar los derechos del corazón
Vivir la justa medida
Dos supuestos previos a la justa medida
Aplicar la justa medida en todos los niveles de la vida
La justa medida en las relaciones sociales
La justa medida entre religiosidad y espiritualidad
La justa medida en la naturaleza relacional con todo lo que existe
Parte IV. REALIZAR LA JUSTA MEDIDA
Posibles realizaciones de la justa medida: personal y regional
Realización viable de la justa medida en la política
De la cultura de la dominación a la cultura de la justa medida
Pasar de la cultura del exceso a la cultura de la justa medida
Parte V. EL CAMINO A SEGUIR: SUEÑOS, UTOPÍAS, CANTOS Y ESPERANZA
El sueño de una fraternidad universal: el hijo de la comuna, Francisco de Asís
El camino de alguien que «viene del fin del mundo»: Francisco de Roma
Conclusión: Una ética y una espiritualidad de la justa medida
PRÓLOGO
Dondequiera que miramos, percibimos excesos de toda índole. En el ámbito individual persiste todavía el exceso de poder del hombre sobre la mujer, el exceso de violencia, y hasta el exceso de odio entre las personas y entre las naciones. En el entorno de las sociedades vivimos un exceso de conflictos derivados de la grave injusticia social, de los prejuicios raciales, las orientaciones sexuales y del fundamentalismo de algunas religiones e Iglesias que excluyen a todos aquellos que no comparten sus puntos de vista ni actúan de acuerdo con sus doctrinas. En el mundo económico vemos la excesiva y perversa acumulación de la riqueza en poquísimas manos, y la inhumana pobreza y la miseria de gran parte de la humanidad. Por lo que concierne a la ecología, perduran la desmesurada explotación de los bienes y servicios naturales, y la falta de respeto general a la Madre Tierra, los cuales derivan en acontecimientos extremos: por un lado, grandes olas de calor y, por el otro, temperaturas gélidas; la erosión de la biodiversidad y la aparición de virus —algunos letales—, como el que cubrió el planeta en 2019: el coronavirus.
Estos excesos ilustran la pérdida de la justa medida y la moderación, condiciones fundamentales para que la vida de la naturaleza y las relaciones humanas personales y sociales tengan el equilibrio mínimo que garantiza la sustentabilidad y el buen vivir.
Tenemos la sensación de que el nivel de degradación del planeta Tierra y la forma en que se relacionan los seres humanos entre sí y unos países con otros, no puede continuar. Desde sus primeras líneas, la Carta de la Tierra, importante documento adoptado en 2003 por la Unesco y que nos habla de los valores y principios necesarios para salvaguardar la Casa Común y la existencia, formula esta grave advertencia:
Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro [...] La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida.
En sus dos encíclicas ecológicas, Laudato Si’. Sobre el cuidado de la Casa Común (2015) y Fratelli tutti. Sobre la fraternidad y la amistad social (2020), el papa Francisco es aún más radical al afirmar: «Estamos todos en la misma barca [...] Nadie se salva solo... únicamente es posible salvarse juntos» (Fratelli tutti, nn. 30.32).
Finalmente, es oportuno recordar las palabras de uno de los últimos grandes naturalistas, el francés Jacques Monod: «Somos capaces de una conducta insensata y demente. A partir de ahora es plausible esperarlo todo, incluso la aniquilación de la raza humana. Sería un pago justo a nuestras locuras y nuestras crueldades».
Son muchos los factores que concurrieron para dar lugar a la preocupante situación que enfrentan hoy la Tierra, la vida y el futuro de nuestra civilización. El primero corresponde al planeta mismo, sometido al gran proceso universal de la evolución; la Tierra también está desarrollándose y buscando un equilibrio ante el crecimiento de la especie humana y las demandas que esta le plantea en términos de consumo. Otro factor, quizás aún más grave, se debe al ser humano, quien ocupa el 83 % del planeta y lo hace de manera devastadora, por su afán de acumular bienes materiales y desarrollarse sin límites. A este respecto, los principales responsables de las amenazas que pesan sobre la existencia y el equilibrio de la Tierra son las megacorporaciones articuladas a nivel mundial, que no imponen el cuidado necesario en relación con los alcances y los límites del planeta; por el contrario, mantienen su voracidad, acumulando sin medida y de manera individualista o corporativa, excluyendo a gran parte de la humanidad empobrecida y sufriente. La pérdida de la justa medida, que asegura un futuro esperanzador para todos, no es causada, por lo tanto, por las enormes mayorías de pobres.
Este dramático escenario me recuerda una historia que conocí en Alemania, en las postrimerías de la década de 1960, cuando terminaba mis estudios en la Universidad de Múnich, en Baviera. Esta ciudad se caracteriza por contar con muchos y muy variados teatros. Yo solía asistir a uno de ellos, el Münchener Theater für Kinder (Teatro Infantil de Múnich), en la Augustenstrasse, para perfeccionar mi alemán. Allí se presentaban las famosas historias populares de la tradición germana, reunidas por los hermanos Grimm en su monumental obra Cuentos de hadas para el hogar y para los niños.
Fue en aquel teatro infantil en donde presencié la representación de la historia que ahora he titulado El pescador ambicioso y el pez encantado. Muy pronto me di cuenta del alcance de esta obra, pues constituye una metáfora de nuestra situación cultural, marcada por la ambición de tener más y más, crecer ilimitadamente, alimentar la codicia sin un sentido de la medida y la moderación, hasta alcanzar expresiones tan absurdas como el pretender ser una especie de dios en la Tierra.
Sentí curiosidad por saber quién había sido el autor de la historia, y di con el nombre de Philipp Otto Runge (1777-1810), quien además fue un pintor muy apreciado en su época. Por desgracia, contrajo tuberculosis y murió joven, con tan solo treinta y tres años. A Runge le atraían los cuentos de hadas populares y participaba en un grupo de conversación cuyos participantes, reunidos por la noche, narraban cuentos populares tradicionales o redactados por ellos mismos. Fue en una de esas veladas donde el pintor presentó la anécdota que recordamos en este libro; el origen del cuento era popular, pero él le dio una forma más literaria bajo este título: «El pescador y su esposa» (Von dem Fischer un syner Fru), recuperado más tarde por los hermanos Grimm en su famosa obra.
Alrededor del mundo se han hecho muchas ediciones y versiones distintas de este cuento, algunas largas y detalladas, y otras cortas y sucintas. Mi propia versión es más concentrada, pero respetando siempre su sentido original. Partiendo de esta historia, el presente libro se organiza de la siguiente manera.
La Parte I reúne historias que relatan la pérdida de la justa medida por el deseo humano desenfrenado. Estos relatos invitan a una reflexión sobre la condición humana que subyace a la crisis de nuestro mundo.
En la Parte II nos enfrentamos al drama que encamina a la humanidad hacia su autodestrucción y planteamos la urgencia de cambiar el modo de habitar la Tierra, que se ha vuelto más evidente aún con la pandemia del coronavirus. Y examinamos cómo la falta de la justa medida en el capitalismo promueve una guerra contra la Tierra.
La Parte III explora las distintas dimensiones de la existencia en las que vivir la justa medida. Para esa vivencia es clave la conviabilidad, la articulación feliz de esas dimensiones que refuerza el sentido de pertenencia a la única Casa Común desde las diferencias entre personas y culturas.
De realizar la justa medida trata la Parte IV: una realización que empieza consigo mismo, pero que apunta a una «Política» con mayúscula, que significa la búsqueda del bien común atendiendo a los intereses de todos, y al establecimiento de una cultura de la justa medida frente a la cultura del exceso y de la dominación. Se hace ahí la propuesta de una democracia socioecológica.
Por último, la Parte V traza un camino a seguir inspirado por los dos Franciscos: el Poverello de Asís y el papa de Roma, «venido del fin del mundo». Representan el sueño de una fraternidad universal y el cuidado de la Casa Común.
Las cinco partes forman un conjunto, pero al mismo tiempo permiten un acceso relativamente independiente al asunto de la justa medida desde perspectivas complementarias. Se resumen en una ética y una espiritualidad de la justa medida.
Parte I
HISTORIAS DE LA PÉRDIDA DE LA JUSTA MEDIDA
Capítulo 1
El pescador ambicioso y el pez encantado
Tal vez este cuento del pintor Otto Runge logre mostrarnos, mejor que largos discursos, el significado de los excesos y de la ausencia de la justa medida típicos de nuestra cultura. He aquí la historia:
Había una vez un pescador y su esposa que vivían en una choza miserable en la ribera de un lago. Cierto día el pescador, cansado, decidió pedir a su mujer que lo reemplazara en su actividad. Como no era la primera vez que aquello ocurría, la susodicha asintió. Entonces ocurrió que mordió su anzuelo un pez muy extraño que no supo identificar. De pronto, el pez dijo:
«No me mates, porque no soy un pez cualquiera; soy un príncipe, condenado a vivir en este lago. Déjame vivir como un pez encantado». Y la mujer lo dejó vivir.
Al volver a casa, le contó a su marido el peculiar acontecimiento. Este, lleno de anhelos y ambiciones, le sugirió de inmediato:
«Si de verdad se trata de un príncipe convertido en pez por un encantamiento, podría ayudarnos, y mucho. Ve todos los días al lago en mi lugar, puesto que a ti ya te conoce, y pídele que transforme nuestra choza en una bonita casa».
La mujer aceptó. Al día siguiente fue al lago y llamó al pez encantado. Él acudió a su encuentro y ella planteó su solicitud sin tardanza:
«Deseo ardientemente que nuestra choza sea transformada en una bonita casa».
El pez respondió: «Tu deseo será cumplido».
Cuando regresó a su hogar, se encontró con una casa muy bien pintada, con ventanas ribeteadas de rojo, varias habitaciones, cocina, y un jardín con gallinas y árboles frutales. El matrimonio se sentía dichoso. Sin embargo, transcurridos quince días, al codicioso pescador la nueva casita le pareció poca cosa, así que dijo:
«No hay duda de que nuestra casa ahora es muy bonita y confortable. Pero podríamos tener más, ya que el pez encantado es poderoso y generoso. Lo que realmente me gustaría es que nuestro hogar se transforme en un suntuoso castillo».
Aunque de mala gana, la mujer fue a buscar al pez. Lo llamó a grandes voces; él se acercó y dijo:
«¿Ahora qué quieres de mí?». Ella le respondió:
«Es evidente que eres muy poderoso y has sido muy generoso. Mi marido desea además que conviertas nuestra linda casa en un castillo».
«Pues su deseo será atendido», replicó el pez.
Al llegar a su casa, la mujer se topó con un imponente castillo, lleno de torres y jardines. El pescador llevaba vestidos principescos y, con actitud soberbia, recorría de un lado a otro el solemne pórtico del castillo.
Muy poco tiempo después, el pescador, excesivamente ambicioso, señalando la verde campiña y las lejanas montañas le dijo a su mujer: «Quiero más. Todo esto podría ser nuestro. Será nuestro reino. Ve con el príncipe encantado, convertido en pez, y pídele que nos dé un reino».
A la mujer le pareció muy molesto que su marido quisiera más y más, pero siguió sus instrucciones. Una vez en el lago, llamó al pez encantado; él, como siempre, se presentó ante ella.
«¿Qué quieres ahora de mí?», preguntó. Ella respondió:
«A mi marido le gustaría tener más: un reino que incluya todas las tierras y las montañas que nos rodean, hasta donde se pierde vista».
«Que así sea: tu deseo será cumplido», contestó el pez.
Al volver sobre sus pasos, la pescadora se encontró con un suntuoso palacio real. En el interior, su marido se hallaba coronado y vestido de rey; su comportamiento era desmedidamente imponente y estaba rodeado de príncipes, princesas, servidumbre y damas de honor. Ambos quedaron satisfechos por algún tiempo.
Pero un día el marido, dominado por una avidez cada vez más grande, tuvo más elevadas ambiciones. Y dijo: «Mujercita mía, podrías pedirle al príncipe encantado que me convierta en papa, con toda la pompa y gran esplendor». La pescadora enfureció:
«¡Eso es absolutamente imposible! En el mundo no hay más que un papa».
Pero el pescador no conocía límites y presionó tanto a su mujer que finalmente cedió y fue a plantear humildemente su petición al príncipe con estas palabras:
«Mi marido quiere que lo hagas papa».
«Muy bien: que su deseo se vea cumplido», replicó él.
Al volver a su hogar, la pescadora vio a su marido vestido solemnemente con la túnica papal, coronado con la tiara pontificia, rodeado de cardenales, obispos y multitudes arrodilladas, recibiendo su bendición. El hombre estaba prácticamente fuera de sí, pues encontraba excesivas la reverencias que recibía.
Pasados algunos meses, el pescador, presa de un deseo ilimitado, le dijo a su mujer:
«Solo me falta una cosa: deseo ardientemente que el príncipe me conceda mi mayor anhelo. Quiero tener la capacidad de hacer que nazcan el sol y la luna, como hace Dios». Espantadísima por tan evidente arrogancia, la mujer replicó, haciendo énfasis en cada una de sus palabras:
«Seguramente el príncipe encantado no tiene la capacidad de lograr eso. Tu deseo es desmesurado; sencillamente no tiene medida».
Aturdida por la fuerte presión que ejercía su marido sobre ella, la pescadora se dirigió al lago. Las piernas le temblaban y casi no podía respirar. Su misión era solicitar el cumplimiento de un anhelo excesivo, que —desde su punto de vista— rebasaba los límites humanos. Llamó al pez; este acudió e inquirió:
«¿Qué quieres esta vez de mí?». La mujer empezó a formular su petición en un susurro:
«Quiero pedir una última cosa, que puede parecer demasiado exorbitante. Sin embargo, es algo que mi marido desea ardientemente. Quiero que él tenga el poder de hacer nacer el sol y la luna. Que sea como Dios». El pez encantado respondió:
«Vuelve a casa y recibirás una sorpresa». Al regresar, la pescadora se encontró a su marido sentado ante la vieja choza, pobre y demudado.
Creo que el pescador y su mujer siguen en aquella casucha hasta el día de hoy, en castigo por su ambición ilimitada, por la hybris que incluso los dioses griegos condenaron; es decir, por la Suprema Realidad.
Como podemos ver, este cuento está lleno de enseñanzas, y nosotros las exploraremos a lo largo de nuestras reflexiones. Ante todo, nos revela al ser humano como un ente caracterizado por el deseo. Este constituye una estructura fundamental de nuestra existencia. Sin el deseo no habría sueños de tener una vida mejor, ni utopías de un mundo más justo y fraterno, y tampoco la promesa de una vida sin fin.
Ya Aristóteles, uno de los fundadores de la filosofía occidental, señalaba que el deseo, en sí mismo, carece de límites. Sigmund Freud, creador del discurso psicoanalítico, hacía hincapié en el hecho de que el ser humano se muestra como un ser de deseo. Un deseo que no conoce límites, que no se contenta con nada; que llega al extremo de aspirar a la vida eterna.
Gran parte de su psicoanálisis se centra en cómo conciliar el principio del deseo ilimitado con el principio de la realidad limitada. Tenemos que aprender a desear dentro de estos dos polos para construirnos como seres humanos, para no aniquilarnos a nosotros mismos y para no dañar nuestro hábitat, que es la Tierra como Casa Común.
En este contexto, vale la pena recordar un mensaje de la antigua sabiduría china, expresado en el Tao Te King: «No hay mayor crimen que el de tener todo lo que se desea; no hay desgracia más grande que no saber conformarnos; no existe peor calamidad que el deseo de acumular. El contento que da estar satisfecho representa la satisfacción eterna».
Capítulo 2
Las representaciones diversas del deseo
El cuento del pintor Otto Runge revela la dinámica del deseo humano: el pescador quiere más y más, y expresa así el carácter ilimitado del deseo. El deseo, un bien de nuestra naturaleza, puede mostrar también un rostro enfermizo: no aprender a ponernos límites nos lleva a enfrentar el riesgo de anhelar cosas imposibles, que rebasan con mucho nuestras posibilidades reales.
El deseo
