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La parábola del pescador mexicano: Sobre trabajo, necesidades, decrecimiento y felicidad
La parábola del pescador mexicano: Sobre trabajo, necesidades, decrecimiento y felicidad
La parábola del pescador mexicano: Sobre trabajo, necesidades, decrecimiento y felicidad
Libro electrónico134 páginas2 horas

La parábola del pescador mexicano: Sobre trabajo, necesidades, decrecimiento y felicidad

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En un pueblo de la costa mexicana, un paisano se encuentra medio adormilado junto al mar. Un turista norteamericano se le acerca, entablan conversación y en un momento determinado el forastero pregunta: ‘Y usted, ¿en qué trabaja? ¿A qué se dedica?’. ‘Soy pescador’, responde el mexicano. ‘Caramba, un trabajo muy duro’, replica el turista, quien agrega: ‘Supongo que trabajará usted muchas horas cada día, ¿verdad?’. ‘Bastantes, sí’, responde su interlocutor. ‘¿Cuántas horas trabaja como media cada jornada?’. ‘Bueno, yo le dedico a la pesca un par de horitas o tres cada día’, replica el interpelado. ‘¿Dos horas? ¿Y qué hace usted con el resto de su tiempo?’. ‘Bien. Me levanto tarde, pesco un par de horas, juego un rato con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer y, al atardecer, salgo con los amigos a beber unas cervezas y a tocar la guitarra’. ‘Pero ¿cómo es usted así?’, reacciona airado el turista norteamericano. ‘¿Qué quiere decir? No entiendo su pregunta’. ‘Que por qué no trabaja más. Si lo hiciese, en un par de años tendría un barco más grande’. ‘¿Y para qué?’. ‘Más adelante, podría instalar una factoría aquí en el pueblo’. ‘¿Y para qué?’. ‘Con el paso del tiempo montaría una oficina en el distrito federal’. ‘¿Y para qué?’. ‘Años después abriría delegaciones en Estados Unidos y en Europa’. ‘¿Y para qué?’. ‘Las acciones de su empresa, en fin, cotizarían en bolsa y sería usted un hombre inmensamente rico’. ‘¿Y todo eso, para qué?’, inquiere el mexicano. ‘Bueno’, responde el turista, ‘cuando tenga usted, qué sé yo, 65 o 70 años podrá retirarse tranquilamente y venir a vivir aquí a este pueblo, para levantarse tarde, pescar un par de horas, jugar un rato con sus nietos, dormir la siesta con su mujer y salir al atardecer con los amigos a beber unas cervezas y a tocar la guitarra’.
IdiomaEspañol
EditorialLos Libros de la Catarata
Fecha de lanzamiento16 sept 2024
ISBN9788410671300
La parábola del pescador mexicano: Sobre trabajo, necesidades, decrecimiento y felicidad
Autor

Carlos Taibo

Ha sido durante treinta años profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Entre sus libros se cuentan En defensa del decrecimiento (2009), El decrecimiento explicado con sencillez (2011), Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo (2016), Ante el colapso. Por la autogestión y el apoyo mutuo (2019) y Decrecimiento: una propuesta razonada (2021).

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    La parábola del pescador mexicano - Carlos Taibo

    Justificación

    Cuando hablo sobre decrecimiento es muy común que me refiera a lo que llamaré la parábola del pescador. Lo hago, en singular, cuando tengo que dar cuenta de los muchos desafueros que rodean a ese genuino mito contemporáneo que aportan el crecimiento económico y sus presuntas bondades.

    Permítaseme que rescate aquí, someramente, esos desa­­fueros. El primero señala que el crecimiento económico no genera, o no genera necesariamente, cohesión social; aunque China, como es bien sabido, ha crecido notablemente en las dos últimas décadas, no creo que nadie se deje llevar por la tentación de afirmar que, hoy, es un país socialmente más cohesionado de lo que lo era veinte años atrás. En segundo lugar, la relación entre el crecimiento económico y la creación de puestos de trabajo es mucho más nebulosa de lo que una primera lectura invitaría a concluir: las economías capitalistas desarrolladas han crecido notablemente en los tres últimos decenios, una etapa en la cual, de forma llamativa, han procedido a destruir, en términos numéricos objetivos, empleos. En un tercer escalón, el crecimiento económico provoca a menudo agresiones medioambientales que, literalmente irreversibles, configuran un legado dramático en lo que atañe a los derechos de los integrantes de las generaciones venideras. Adelantaré, en un cuarto estadio, que, en paralelo con lo anterior, el crecimiento propicia el agotamiento de recursos básicos —así, las materias primas energéticas— que sabemos que, de nuevo, no van a estar a disposición de esas futuras generaciones que acabo de mencionar. En quinto lugar, obligado estoy a subrayar que el crecimiento de los países ricos se debe, en un grado u otro, al expolio de los recursos humanos y materiales de los países pobres, algo que debería constituir un problema moral elemental para todos nosotros. Me permito agregar, en fin, un sexto, y último, desa­­fuero: el crecimiento económico hace posible el asentamiento de un modo de vida esclavo en virtud del cual tendemos a pensar que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y, sobre todo, más bienes acertemos a consumir.

    Es en el marco general de esa sexta crítica, la relativa al modo de vida esclavo del que a menudo somos víctimas, en donde sitúo la parábola del pescador. La versión de esa parábola a la que yo suelo acogerme dice, mal que bien, lo siguiente: En un pueblo de la costa mexicana, un paisano se encuentra medio adormilado junto al mar. Un turista norteamericano se le acerca, entablan conversación y en un momento determinado el forastero pregunta: ‘Y usted, ¿en qué trabaja? ¿A qué se dedica?’. ‘Soy pescador’, responde el mexicano. ‘Caramba, un trabajo muy duro’, replica el turista, quien agrega: ‘Supon­­go que trabajará usted muchas horas cada día, ¿verdad?’. ‘Bastantes, sí’, responde su interlocutor. ‘¿Cuántas horas trabaja como media cada jornada?’. ‘Bueno, yo le dedico a la pesca un par de horitas o tres cada día’, replica el interpelado. ‘¿Dos horas? ¿Y qué hace usted con el resto de su tiempo?’. ‘Bien. Me levanto tarde, pesco un par de horas, juego un rato con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer y, al atardecer, salgo con los amigos a beber unas cervezas y a tocar la guitarra’. ‘Pero ¿cómo es usted así?’, reacciona airado el turista norteamericano. ‘¿Qué quiere decir? No entiendo su pregunta’. ‘Que por qué no trabaja más. Si lo hiciese, en un par de años tendría un barco más grande’. ‘¿Y para qué?’. ‘Más adelante, podría instalar una factoría aquí en el pueblo’. ‘¿Y para qué?’. ‘Con el paso del tiempo montaría una oficina en el distrito federal’. ‘¿Y para qué?’. ‘Años después abriría delegaciones en Estados Unidos y en Europa’. ‘¿Y para qué?’. ‘Las acciones de su empresa, en fin, cotizarían en bolsa y sería usted un hombre inmensamente rico’. ‘¿Y todo eso, para qué?’, inquiere el mexicano. ‘Bueno’ —responde el turista—, ‘cuando tenga usted, qué se yo, 65 o 70 años, podrá retirarse tranquilamente y venir a vivir aquí a este pueblo, para levantarse tarde, pescar un par de horas, jugar un rato con sus nietos, dormir la siesta con su mujer y salir al atardecer con los amigos a beber unas cervezas y a tocar la guitarra’.

    Dejaré bien claro desde este momento que la parábola en cuestión en modo alguno es de mi autoría. Es importante subrayarlo tanto más cuanto que hay quien parece pensar lo contrario. Aunque los detalles se me escapan, supongo que he ido perfilando ese relato luego de haber escuchado varias versiones, más o menos similares, de la historia y luego de haberle dado algún barniz propio. Recuerdo, en particular, haber oído, bastantes años atrás, una historia similar en labios de un alumno, como recuerdo que José Luis Sampedro me señaló en una ocasión que había un texto de John Dos Passos, el novelista estadounidense, que, ambientado en la Alpujarra granadina, mal que bien recogía un argumento

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