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Introducción al lenguaje
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Introducción al lenguaje

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Introducción al lenguaje se presenta como libro de divulgación y primer peldaño en el conocimiento y estudio de la facultad expresiva que más claramente diferencia a los humanos de cualesquiera otras especies animales. Esta obra tiene su inicio con una discusión sobre los orígenes del lenguaje, al que sitúa en el marco general de los procesos de comunicación, y pasa a mostrar una visión panorámica de las lenguas del mundo. Otros apasionantes temas de la obra son asimismo motivo de estudio: las variedades lingüísticas (geográficas y de uso), la planificación, el cambio lingüístico y la muerte de las lenguas. La obra se cierra con una visión general sobre la historia de los estudios lingüísticos y ofrece un glosario y una bibliografía comentada. Una introducción especialmente útil para todas las personas que siguen estudios de filología, periodismo, traducción, etc., así como para todo aquel que quiera obtener respuestas a una cuestión primordial: qué es el lenguaje.
IdiomaEspañol
EditorialUOC
Fecha de lanzamiento27 jun 2014
ISBN9788490641422
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    Introducción al lenguaje - Jesús Tusón Valls

    Prólogo

    La Lingüística se define de ordinario, y en pocas palabras, como la ciencia del lenguaje. Pero el lenguaje es un fenómeno humano de una magnitud tan impresionante que esta primera caracterización peca por su propia generalidad. En primer lugar, el lenguaje es el elemento más destacado de nuestra condición humana, la característica que mejor define a la especie Homo sapiens y que no se halla en ninguna otra especie del mundo animal. Por tanto, desde este punto de vista, los humanos podemos ser definidos como los hablantes.

    En segundo lugar, la concreción de esa facultad general en las diversas lenguas del mundo crea los grupos lingüísticos: las comunidades que intercambian fácilmente todo tipo de información porque coinciden en alguna de las, aproximadamente, seis mil lenguas que se estima que existen en nuestro planeta. Esta diversidad se encuentra en el origen mismo de nuestra condición social, que resulta inimaginable sin el fuerte vínculo que se puede establecer gracias a la intercomunicación lingüística.

    En tercer lugar, cada hablante es el propietario inalienable de su lengua. Es evidente que las lenguas no se realizan o concretan en un espacio abstracto, en una especie de almacén aislado, al margen del soporte que es cada persona: sin hablantes concretos no podemos imaginar una lengua, al menos no una lengua viva. Esa tercera característica introduce un punto de vista intrapersonal en el universo del lenguaje. Efectivamente, gracias a una lengua se construye la propia personalidad y es posible el diálogo interior con nosotros mismos.

    Estos factores (dimensión humana general, aspecto social y vertiente individual) contribuyen a concretar la primera definición de nuestra facultad comunicativa. Estas tres características también podrían ser consideradas como los poderes (o virtualidades) del lenguaje, en un sentido muy general. Y estos poderes tienen en su base una arquitectura muy compleja que garantiza la comunicación de cualquier mensaje gracias a unas estructuras fonológicas, morfológicas y sintácticas, en parte propias de todas las lenguas del mundo y, también en parte, características de cada lengua particular.

    Así pues, el desarrollo de esta introducción considerará todo un conjunto de aspectos referentes a las características generales del lenguaje y de las lenguas, sin entrar directamente en territorios más particulares y especializados (fonética, fonología, morfología, sintaxis y semántica).

    En el primer capítulo, Los orígenes del lenguaje, se aborda la cuestión de cómo y por qué surgió esta facultad expresiva en el transcurso de la evolución. Además, se establece una clara distinción entre las características de nuestro sistema de comunicación y cualquiera otra forma de vehicular informaciones propia de los seres vivos no humanos.

    El segundo capítulo, El modelo de la comunicación y los tipos de señales, establece el marco general en el que se puede acomodar el lenguaje como sistema peculiar de comunicación, y estudia todos los factores (emisor, receptor, mensaje, etc.) que son absolutamente necesarios para que el viaje de las señales entre la fuente productora y el punto de destino se cumpla con garantías de éxito. Se prestará especial atención a las señales lingüísticas y a su dimensión predominantemente arbitraria o convencional.

    El tercer capítulo, Las lenguas del mundo: diversidad y unidad, ha sido concebido como una introducción cultural a la pluralidad lingüística, a los tipos de lenguas, a las familias en que se agrupan y a su localización geográfica. Paralelamente a esta diversidad, se observará que las diferencias son perfectamente compatibles con ciertos aspectos unitarios que hermanan a todas las lenguas del mundo, en la medida en que todas comparten unas características comunes.

    El cuarto, Las variedades lingüísticas y el cambio, describe aspectos más particulares y en concreto trata de establecer delimitaciones conceptuales entre los términos lengua, dialecto e idiolecto (especialmente entre los dos primeros), que a menudo son usados con escasa precisión, pudiendo originar malentendidos. También se discute la cuestión de la evolución de las lenguas y de los factores que intervienen en los procesos de cambio y de sustitución.

    El quinto y último capítulo, Historia de la Lingüística, presenta un breve recorrido a través de las etapas más importantes del pensamiento lingüístico. Hay que decir que todas las ciencias actuales son el fruto de un proceso en ocasiones bimilenario, y que todos los científicos tienen una idea, al menos en síntesis, sobre los orígenes y el desarrollo de su disciplina: éste es un conocimiento necesario que sitúa los avances actuales en el marco de una prolongada historia.

    Jesús Tuson

    Capítulo I. Los orígenes del lenguaje

    La discusión sobre los orígenes del lenguaje es muy antigua y revela una constante preocupación por descubrir los propios fundamentos de la humanidad. El hecho del lenguaje es una característica exclusivamente humana, sorprendente en todo el reino animal, y la búsqueda de sus fuentes es también la investigación más pertinente sobre nosotros mismos y sobre nuestra condición de seres racionales. De hecho, todas las indagaciones sobre el lenguaje son, a la vez, una investigación sobre la estructura de la mente humana.

    Pero en tiempos antiguos el discurso sobre los orígenes del lenguaje se caracterizaba por su subjetivismo y por la ausencia de pruebas empíricas. Sobre todo, con mucha frecuencia se introdujeron en él ideas basadas en mitos o en teorías de índole religiosa que provocaron polémicas absurdas entre los filósofos, por ejemplo, sobre la donación divina del lenguaje.

    Actualmente, el problema de los orígenes se sitúa en el marco de las investigaciones sobre la evolución de los homínidos y en suposiciones razonables sobre las ventajas del sonido como vía óptima de comunicación: el sistema oral-auditivo permite un tipo de intercambio que, en general, es superior a otros sistemas, como el gestual o visual.

    El estudio de la comunicación humana, en contraste con la comunicación de otras especies animales, permite considerar las características específicas o peculiares de nuestro instrumento expresivo. Un instrumento que nos permite hablar del yo y de los otros; referirnos al presente, al pasado y al futuro; crear estructuras condicionales, concesivas y finales; construir definiciones científicas e, incluso, concebir mundos ficticios con los procedimientos propios de la literatura.

    La evolución y el lenguaje

    De los mitos al empirismo

    En tiempos antiguos, gran cantidad de pueblos y culturas consideraban que el lenguaje había sido un don o un regalo otorgado a los humanos por alguna divinidad. Así, los romanos creían que el dios Jano había inventado el lenguaje y se lo había entregado a los mortales. En la Biblia aparece Yahvé dando nombre a las realidades superiores (el cielo, el día, la noche y la tierra), mientras que Adán es el encargado de designar a los animales. Esta lengua única y originaria (durante bastantes siglos fue el hebreo en la mentalidad de muchos) se fragmentó después de Babel, con lo cual se produjo la dispersión de la humanidad.

    Esa concepción divinista sobre los orígenes del lenguaje entró en crisis en el Romanticismo, momento en que ciertos filósofos (especialmente Herder y Rousseau) empezaron a introducir la idea de un origen estrictamente humano, lo cual enfrentó en duras polémicas a los partidarios de ambas tesis. La dureza de los enfrentamientos entre los defensores del origen divino del lenguaje y los partidarios de un origen humano hizo que la Societé Linguistique de París prohibiese expresamente en sus estatutos de 1866 cualquier discusión sobre la cuestión de los orígenes del lenguaje.

    Por su parte, los lingüistas contemporáneos siempre han mostrado gran reticencia a la hora de referirse a este tema y, o bien lo mencionan de pasada diciendo que se trata de una cuestión oscura, o lo ignoran por completo. En general, dejan constancia en sus obras de algunas propuestas que hacen surgir el lenguaje de los gestos y gritos de los humanos primitivos, haciendo referencia a la teoría de la imitación (onomatopeyas) y a la adquisición de una lengua por parte de los niños, aunque no muestran gran convicción en relación con estas teorías.

    De hecho, las imitaciones onomatopéyicas del tipo tic-tac, bub-bub, ding-ding, etc., son escasísimas en las lenguas, y no constituyen, ni de lejos, el capítulo central del léxico, que es absolutamente convencional y no imitativo. Además, las onomatopeyas solamente pueden funcionar si la realidad designada hace algún tipo de ruido, y por esta vía jamás habrían recibido un nombre la inmensa mayoría de los objetos que permanecen en el más absoluto silencio.

    En cuanto a la teoría del desarrollo del lenguaje infantil, tampoco puede ser una propuesta válida aplicable a los orígenes por la sencilla razón de que los niños crecen en un mundo de hablantes, situación que no podría darse en el momento inicial del lenguaje, en el que hay que suponer que no había ningún modelo adulto para imitar.

    Por otra parte, la dificultad de esa investigación (su práctica imposibilidad) venía determinada por el hecho de que las muestras más antiguas de actividad lingüística eran las conservadas por la escritura. Pero los primeros registros escritos datan de poco más de cinco mil años (las escrituras pictográficas y cuneiformes mesopotámicas), mientras que razonablemente cabe suponer que el Homo sapiens ya era un hablante de pleno derecho, lo cual sitúa los orígenes del lenguaje unos cien mil años atrás. Así pues, hubo un hueco de noventa y cinco mil años en el que la actividad del habla no podía ser investigada porque no había dejado restos fósiles ni había sido fijada por la escritura.

    Así pues, las investigaciones dominantes sobre el lenguaje (especialmente a partir del siglo XIX) se orientaron en dos direcciones mucho más concretas: por una parte, en el estudio comparativo e histórico sobre la base de los testimonios escritos más antiguos para reconstruir protolenguas (por ejemplo, la que dio origen a los idiomas indoeuropeos), y por otra, en el estudio de las lenguas vivas consideradas sistemas muy estructurados. Pero como escribió el lingüista británico Robert H. Robins, El origen del lenguaje, a pesar de que siempre ha estado fuera del alcance de una concepción lingüística, no ha dejado de fascinar a las personas con inquietudes lingüísticas y, de un modo u otro, este problema ha sido un centro de interés, según nos consta por la historia. Estas palabras, escritas hace treinta años, pueden recibir una luz nueva si tenemos presentes los descubrimientos actuales sobre la evolución del género Homo.

    La aparición del lenguaje oral

    La cuestión de los orígenes del lenguaje se sitúa, de un modo natural y verosímil, en el marco de la teoría evolutiva de las especies, especialmente en el esquema del desarrollo de los primates más avanzados.

    Este esquema (muy simplificado, porque no hemos incluido en él las especies Homo ergaster, heidelbergensis, neanderthaliensis, etc.) presenta la forma siguiente:

    Este esquema evolutivo indica que la divergencia entre los primates no humanos más avanzados (los chimpancés, separados a su vez de los gorilas y de los orangutanes) y la línea que lleva al Homo sapiens se produjo hace unos seis millones de años. Indica también que la línea de la derecha marca la aparición en el tiempo de especies sucesivas de homínidos (todas extinguidas, salvo la última) que, progresivamente, presentan una morfología cada vez más parecida a la del Homo sapiens.

    Si, por ejemplo, en esa línea evolutiva que lleva a la aparición del Homo sapiens solamente nos fijamos en el volumen del cerebro (figura 1), observaremos que su valor aumenta desde los 400-600 cm3 de las diferentes especies de Australopithecus hasta los 1.400 cm3 de media de Homo sapiens; el género Australopithecus oscila entre los 400 cm3 (en la especie afarensis) hasta los 600 cm3 (en la especie boilsei); Homo habilis llega hasta los 800 y Homo erectus, hasta los 1.000, mientras que Homo sapiens, desde su aparición hasta nuestros días, tiene un volumen cerebral de una media de 1.400 cm3.

    Figura 1. Volumen cerebral de los homínidos del cuaternario inferior.

    Fuente: Joseph H. Reichholf (1994). La aparición del hombre (pág. 82-83). Barcelona: Crítica.

    Paralelamente a estas magnitudes cerebrales, los hallazgos arqueológicos también muestran una creciente complejidad en las técnicas y en lo que respecta al control del medio. Homo habilis realizaba herramientas de piedra y refugios de habitación; Homo erectus construía hachas y llegó a controlar el fuego; Homo sapiens está detrás de las primeras culturas humanas (auriñaciense, solutrense y magdaleniense) y de todos los avances espectaculares que llegan hasta nuestros días. Así pues, es preciso situar en este marco la emergencia del lenguaje entendido como herramienta indispensable de socialización, como instrumento de la autoconciencia y como mecanismo para el control del mundo.

    Los planteamientos iniciales han de tener presente una cuestión básica: los chimpancés tienen a su disposición un centenar de señales vocales para designar cosas diversas como, por ejemplo, diferentes tipos de peligro, deseos, dominio del territorio, etc. En el otro extremo del esquema anterior, los humanos (hay que suponer que ya desde sus orígenes, unos cien mil años atrás) tenemos un sistema lingüístico extraordinariamente complejo que es correlativo con nuestra interacción social, con el refinamiento de nuestras actividades y producciones y con nuestro control del entorno. La adquisición de unas estructuras verbales tan versátiles probablemente se ha tenido que producir de forma escalonada en el transcurso de la evolución hacia Homo sapiens.

    Como argumento fundamental de esta tesis evolucionista cabe presentar también las denominadas marcas endocraneales de los centros del lenguaje (figura 2). Las circunvoluciones del cerebro y todos los pliegues del córtex dejan su impronta, en negativo, en la parte interior del cráneo. Por otro lado, en el cerebro hay dos áreas principalmente responsables del control del lenguaje: el área de Broca y la de Wernicke, ambas en el hemisferio izquierdo del cerebro. Pues bien, las marcas que estos dos centros han dejado en la parte interior del cráneo se manifiestan cada vez más complejas a medida que las especies de homínidos evolucionan. Existe, pues, una correlación entre el aumento del volumen del cerebro y la configuración de las marcas endocraneales responsables del control del habla.

    Además, hay que tener presente que según parece, a lo largo de la evolución, se ha producido una posición diferenciada de la glotis y de las cuerdas vocales: éstas se encuentran en una posición más alta en los primates no humanos. En cambio, nosotros las tenemos en una posición baja: a la altura de la nuez (cartílago tiroides), lo cual permite disponer de un espacio resonador fundamental para la producción de los sonidos del habla. Más adelante veremos cómo este factor determinó un cambio de estrategia en las investigaciones sobre las posibilidades de que los chimpancés desarrollasen habilidades comunicativas humanas.

    Figura 2. Centros cerebrales del lenguaje.

    Fuente: David Lambert (1988). Guía de Cambridge del hombre prehistórico (pág. 117). Madrid: Edaf.

    El cuándo y el cómo de la emergencia del lenguaje son cuestiones difíciles de responder hoy por hoy. Pero existe un acuerdo prácticamente unánime entre los investigadores (tanto lingüistas como paleoantropólogos y neurólogos) en el sentido de que la aparición de la especie Homo sapiens es rigurosamente correlativa con la aparición del lenguaje. Los hallazgos arqueológicos que datan de hace cien mil años nos muestran fósiles con una morfología humana idéntica a la actual, incluyendo la capacidad craneana. Eso forzosamente significa que hace aproximadamente cien mil años las formas de comunicación verbal eran esencialmente como las

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