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Vivir, con el miedo o sin él: Historias con un profundo amor por la vida
Vivir, con el miedo o sin él: Historias con un profundo amor por la vida
Vivir, con el miedo o sin él: Historias con un profundo amor por la vida
Libro electrónico229 páginas3 horas

Vivir, con el miedo o sin él: Historias con un profundo amor por la vida

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Información de este libro electrónico

¿Alguna vez has sentido alguna emoción que inmediatamente has rechazado? ¿Alguna vez has sentido miedo, tristeza o rabia y no has querido tenerlas?
A veces, cuando la vida nos duele, nos oponemos a ello porque pensamos que si queremos ser felices no tenemos que sentir dolor. Sin darnos cuenta de que, al rechazar la emoción, nos estamos perdiendo la vida misma.
Este libro es un viaje en el que, a través de diferentes historias, podrás pararte a mirar y mirarte. Podrás atravesar cada una de tus emociones para redescubrirte de nuevo y mejor. Podrás amar lo roto y abrazar lo bueno.
Un viaje que te permitirá adentrarte en las vidas de unas personas que, sin quererlo, te mostrarán lo maravillosa que es la vida, a pesar de todo, y lo importante que es vivir, con miedo o sin él.
Todas las historias que vas a leer son reales.
Abróchate el cinturón porque despegamos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 abr 2024
ISBN9788411819985
Vivir, con el miedo o sin él: Historias con un profundo amor por la vida

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    Vista previa del libro

    Vivir, con el miedo o sin él - Sandra Blázquez

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Sandra Blázquez

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-998-5

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A Liam, que estuviste dentro de mí cuando escribí gran parte de este libro, sé que mucho me lo chivaste tú.

    Prólogo

    … Si tuviera que introduciros con estas palabras en las vivencias que transmite este libro, sería imposible. Cuando las emociones son tantas se devalúan al no poder plasmarlas, y no llegaría jamás a transmitir el nivel de compromiso y amor que Sandra ha vivido.

    Cuando el dolor es tal, parece que solo el amor a raudales lo puede derrotar. No hay miedo en su hacer, sino compromiso y entrega y un infinito respeto y empatía hacia una cultura tan distinta a la nuestra. No hay juicio, pero sí una mirada que sobrevuela una realidad que, desde aquí, ni olemos.

    Gracias, gracias, gracias por no decaer, por seguir tu propósito de vida, que alimenta nuestra alma y esos estómagos dañados y agujereados por el hambre.

    Gracias por mostrarnos el camino desaprendido sin juicio, por enseñarnos qué es el éxito, por recordarnos que para dar hay que tener, por no perder por miedo a perder… Porque el dolor y las cicatrices pueden ser un gran motivo para seguir, para darte la vuelta como un calcetín como hizo Mary con los besos que no le dieron…

    Gracias, Sandra, por hacerme comprender con tu libro que en la acción y en el amor somos infinitos, y que las semillas crecen…

    Porque las palabras más peligrosas son tres: YA LO SÉ, y que el no saber te da un infinito poder.

    El pensamiento es algo tan poderoso que nos lleva a sentir para poder ser. Y no, no estamos locas, soñar nos da la acción para poder materializar y atraer los sueños más insospechados.

    Espero que después de leer este libro, tengáis un feliz despertar, que vuestra mente coja conciencia y le deis la mano a un mundo que, aunque no se parezca al nuestro, os permita entender que no hay nada que perdonar.

    Sentimos la necesidad de abrazar a la niña que aún llevamos dentro y que de múltiples maneras seguimos alimentando, amando lo roto y dedicándole nuestra entrega a construir, a reconstruir un mundo mejor, desde lo más chiquitito… Apadrinar un instante de esos niños y niñas sembrará la semilla que te hará infinito.

    Sandra, María, Mary, Ekai, Peter, Susan y los 276 niños y niñas que estáis en Idea Libre: quiero con vosotros mucho más que pan y cebolla.

    Melani Olivares

    Carta de Nathungura

    Con ocho años todavía no había ido al colegio. Mi tarea diaria era cuidar de mis hermanos pequeños. En aquel momento mi madre tenía siete hijos y se pasaba el día sentada en la puerta de la casa sin hacer nada. Por las tardes me enviaba a cortar leña y cuando volvía tenía que ir a las casas de los vecinos a pedir comida. Muchas noches me iba a dormir sin haber comido nada en todo el día. A veces estaba tan débil que me sentía incapaz de hacer las tareas de la casa.

    Dormíamos en el suelo, encima de unas bolsas porque no teníamos cama ni colchón. Me ponía mala muchas veces del frío que pasaba sin ni siquiera una manta para taparme.

    Me siento muy triste cuando pienso que la vida en casa sigue igual.

    Por fin mi madre me dejó ir al colegio. Un colegio que estaba a cinco kilómetros de casa, al que tenía que ir andando, descalza, sin haber desayunado, y volver por la tarde sin haber comido. En clase éramos ochenta niños.

    Solo estuve yendo durante un trimestre porque mi madre se enteró de que iban a empezar a dar clases debajo de unos árboles que había cerca de casa. Me llevó para preguntar si me admitían y me admitieron. Fue entonces cuando conocí a Sandra y a María. Estuve estudiando allí cada día hasta que construyeron las dos primeras aulas.

    El colegio ha cambiado mi vida. Estoy aprendido cosas como a vivir en paz y armonía.

    Y estoy estudiando mucho porque quiero ser médico. Sé que lo voy a conseguir.

    Pauline Nathungura. Diecisiete años.

    Nathungura el día que empezó en secundaria.

    .

    Los nombres de los niños y niñas de las historias que vas a leer han sido cambiados para su protección.

    1

    Al mismo tiempo

    —Vamos, despierta, que no haces nada ¡eres una vaga!

    Susan se reclinó, perdiendo el contacto con el suelo, frío y sucio, al que había estado abrazando toda la noche.

    Todavía no había salido el sol, pero para su tía ya era demasiado tarde. Susan tenía que ir a por agua, fregar los cacharros de la cena que el día anterior no le dejaron probar, lavar la ropa del tío y estar pendiente de su hermano.

    —Espero que cuando vuelva esté todo perfecto, si no, me obligarás a pegarte más fuerte que ayer.

    Y la tía de Susan se alejó de la casa, mientras la niña, deseando verla desaparecer, cogió su cuaderno para repasar todo lo que aprendió cuando iba al colegio. Sabía que dejar la escuela con diez años era demasiado pronto, y se negaba a olvidar esas sumas y restas que la hacían soñar con ir a la universidad porque, aunque nunca había conocido a nadie que hubiese ido a la universidad, sabía que lograr eso era algo importante, y ella se merecía cosas importantes, porque antes de que su tía se la llevara lejos de sus padres con la falsa promesa de que iban a ser solo unos días, su mamá le decía que era lo más importante de su vida. Y si era importante para mamá, era importante para el mundo.

    Seis meses habían pasado desde que vio por última vez a su madre, cuando su padre y su tía, que además de hermanos eran muy amigos, hablaron a escondidas y pactaron que Susan dejaría el colegio y se iría con sus tíos a limpiar, cocinar y a hacer todo lo que la tía le pidiera sin rechistar. Ni Susan ni su madre escucharon aquella conversación, y la propuesta fue que la niña se iba unos días de vacaciones a casa de su tía, a lo que Susan accedió encantada, con ganas de conocer aquel lugar llamado Chumvi, un pueblo nuevo al que nunca se había imaginado poder ir, ya que estaba a dos días de viaje y había que ahorrar mucho dinero para pagar el transporte. Cuando la tía cogió de la mano a Susan para irse, Mark empezó a llorar desconsolado: estar lejos de su hermana era lo peor que le podían hacer, decía. Y al oír esto la tía, le cogió de la mano a él también y le montó en el autobús.

    Susan cerró su cuaderno y se sentó cerca de su hermano. Los primeros rayos del sol se colaban entre las ramas que formaban las paredes de la casa y chocaban con él, permitiéndole ver su cuerpecito, dormido entre el polvo, cada día más delgado. Tan delgado ya que pareciera que le estuviera echando un pulso a la vida. Le acarició la cara. Esa cara que hace unos meses la vestía con la sonrisa más bonita que jamás había visto y que no había vuelto a ver.

    Mark abrió los ojos, despacio, y la miró.

    —Tengo hambre, Susan, quiero comer.

    Hacía días que no hablaba, y aunque fuese el hambre lo que le había hecho hablar, a Susan le pareció un mundo de esperanza saber que su hermano, de cuatro años, todavía no se había rendido.

    —Te juro, Mark, que voy a encontrar una solución. Te juro que vamos a volver con mamá. No sé cómo, pero lo vamos a conseguir.

    ***

    —Y ahora la carne —dijo el camarero. Le pedí que no me la sirviera, estaba llena y no tenía muy claro que fuese a poder comérmela. Acababa de terminarme el pescado que me habían servido hacía quince minutos y que me comí pensando que era lo último. Nos habíamos sentado en la mesa después de estar una hora y media de catering, donde no habían dejado de pasar bandejas llenas de cosas riquísimas a las que no fui capaz de resistirme y había querido probar casi todas.

    —¡¡Vivan los novios!! —gritaron desde una mesa a la que todos respondimos:

    —¡Viva!

    Yo estaba muy contenta, se casaba una persona importante para mí, y estaba feliz por ella, aunque tengo que confesar que un poco descolocada con la fiesta.

    En la sala había unas doscientas personas, todas muy arregladas para la ocasión. La gente bebía y comía sin fin mientras charlaban de cualquier cosa. Se tiraban trozos de pan de una mesa a otra para hacerse reír. Mientras me bebía el sorbete de mandarina que nos acaban de servir, los camareros retiraban los platos para dejar paso al postre. Se acercaban a unas bolsas de basura gigantes y tiraban todo aquello que los comensales, cada vez más llenos y hartos de comer, no habían querido. Kilos y kilos de comida fueron a la basura, filetes de carne enteros sin probar, trozos de queso, lomo y jamón, langostinos, pescado y por supuesto, el famoso pan que había servido de entretenimiento a esos cuatro de la mesa de al lado.

    Llegó el momento del baile y nos llevaron a una sala oscura con luces de colores y una mesa enorme llena de vasos donde el camarero nos servía lo que nos apeteciera beber: barra libre. Esperé media hora para no irme tan pronto y que no pensaran que era la rara, aunque así me sentía, y en cuanto tuve oportunidad me despedí de los novios, me quité los tacones y me fui andando descalza al coche. Quería madrugar al día siguiente para terminar todo lo que había dejado sin hacer por la mañana. Era sábado, y no se me olvidó ni un momento que mis ciento cincuenta niños no habían comido en todo el día y que tampoco lo harían al día siguiente. Me quedaba la esperanza de saber que el lunes sí lo harían, para eso llevábamos cinco años trabajando María y yo.

    En el coche, mientras conducía, de noche, alumbrada por un trozo de la luna, pensaba en cómo nos cambia la perspectiva del mundo según lo que hayamos vivido. Y cómo, lo que para algunas personas es importante, otras ni lo ven. Y al revés. No creo que la vida vaya de discutirla, no creo que vaya de tener razón, de convencerte ni de hacerte cambiar de opinión. Creo que va más de sentirla, con todo. Para mí, aquella boda estaba pasada de rosca. Y para la novia, fue un día perfecto, el más importante de su vida. ¿Quién tiene la razón? Esta pregunta no tiene sentido. Así que me hago las siguientes: ¿qué hemos vivido para defender unas cosas u otras? ¿Cómo hemos interpretado aquello que hemos vivido? Y antes de meterme en la cama, me hice la última pregunta de los millones que me hago cada día: ¿estamos viviendo lo que nos lleva a construir el mundo que queremos o lo que nos lleva a destruirlo?

    Una vez más, vuelvo a sentir la capacidad que tenemos todas y cada una de las personas de este planeta para hacer que la vida sea más bonita y observo a gente que no es consecuente con sus actos, y no porque no quiera, muchas veces es porque no se ha parado a mirarlo. Así de simple y de difícil a la vez. No pararse a mirar… quizás porque la vida no le ha planteado ninguna gran pregunta y la persona no ha sentido la necesidad de tener que hacerlo. O quizás ha mirado y ha decidido vivir con los ojos vendados. Sea como sea, intuyo que tiene que ser así. Y no tiene sentido esperar a que todo cambie. No tiene sentido reprocharte lo que no me gusta de ti. Le veo más sentido a escarbar dentro de uno mismo, de nuestra infinidad… y vivir acorde a lo que encontremos ahí dentro. Y de forma mágica, dejas de ocuparte de lo que tendría que hacer el resto y haces lo que a ti te corresponde.

    Aquella noche mi corazón me enviaba a casa, a descansar para estar bien despierta al día siguiente.

    Miré el teléfono antes de dormir y tenía un whatsapp de Mary de hacía tres horas: «San, ¿has mirado la luna hoy? Dime cómo está para saber si es la misma que yo veo».

    Sabía que no me respondería porque en Kenia eran dos horas más y estaría dormida, aun así, le contesté: «Sí, Mary, la he visto, y te prometo que es la misma que la tuya».

    Y al darle a enviar recordé que por muy lejos que estemos, por mucho que algunos se empeñen en llamarlo el tercer mundo siendo el mismo que el nuestro, compartimos mucho más que la luna.

    2

    Cinco años y muchas vidas

    A la semana siguiente de aquella boda, María y yo facturábamos las maletas para volver a Kenia, como hacíamos desde hacía años cada tres meses: un mes en Kenia, tres en España y así sucesivamente. Esta vez María tenía el pie roto y caminaba con la ayuda de unas muletas, algo que sabíamos que no iba a ser fácil en Chumvi… aun así, en ningún momento se planteó dejar de venir.

    El vuelo salía a las ocho de la tarde desde Madrid, ya habíamos pasado los controles del aeropuerto y esperábamos leyendo a que abrieran las puertas de embarque.

    Entramos en el avión mientras hablábamos de Joyce, una de nuestras niñas del colegio, que se había tragado una canica y la habían tenido que llevar en ambulancia desde Chumvi hasta Nairobi (cinco horas de trayecto) para operarla de urgencias y que no se asfixiara. Al menos su padre había ido con ella y no estaba sola, no todos tienen tanta suerte. Nuestra idea era aterrizar por la mañana en Nairobi e ir directamente al hospital para pagar la operación y que le dieran el alta, pues si no pagas, te retienen hasta que pagues, y si no lo haces te vas endeudando y sales del hospital con una deuda que te perseguirá toda la vida: una deuda por seguir vivo.

    Cincuenta minutos después de esperar sentadas en el avión habló un miembro de la tripulación y pidiendo disculpas nos dijo a todos los pasajeros que teníamos que abandonarlo. Ayudé a María a recoger sus muletas y salimos sin saber qué estaba pasando. Nos sentamos cerca de la puerta de embarque, en el suelo, y ocupamos las siguientes dos horas imaginando adónde iba o de dónde venía cada persona que pasaba a nuestro lado, inventando historias, la cual más atractiva, para hacer que el tiempo se pasase lo más entretenido posible. No era la primera vez que nos cancelaban un vuelo y habíamos prometido no estresarnos.

    Dos horas después, volvieron a abrir la puerta de embarque y vimos cómo la gente se colocaba para entrar los primeros, se colaban unos a otros con el afán de llegar antes al avión. Me cuesta mucho comprender este tipo de comportamientos tan habitual adonde vayas… siempre me ha parecido mejor pensar de forma global que de forma individual, si tú pierdes yo también pierdo, esto la mayoría de la gente no quiere verlo. No me sirve de nada pelearme contigo para llegar la primera, si hago eso, ya he perdido, ya me da igual llegar la primera. Si miro por mí, pero también miro por ti, tú ganas y yo gano, y entonces quién llegue primero ya no es tan importante, porque los dos hemos ganado. Cuando ya estábamos todos sentados de nuevo en el avión, volvieron a comunicarnos que teníamos que abandonarlo, parecía una broma…

    Una vez más, salimos a la terminal y a diferencia de la anterior, una azafata nos entregó a la salida un papelito donde nos informaban qué teníamos que hacer para reclamar el dinero del billete: vuelo cancelado.

    Ahora ya sí empezábamos a estresarnos… Le habíamos prometido a Joyce que a la mañana siguiente sobre las diez iríamos a buscarla, habíamos llamado a Steven, nuestro amigo conductor, para que viniera a Nairobi a buscarnos y nos había dicho que ya estaba en Nairobi y que dormiría toda la noche en el coche para esperarnos en el aeropuerto.

    Se formó una cola enorme para pedir explicaciones y poner reclamaciones y sabíamos que si ocupábamos la noche en eso no podríamos seguir avanzando. Tal y como ponía en el papel que nos acababa de dar la azafata enviaríamos a través de la web de la compañía toda la documentación necesaria para que nos devolvieran el dinero, pero mientras tanto, había que buscar la forma de llegar a Nairobi.

    Cuando conseguimos llegar a la zona de los mostradores para comprar un nuevo vuelo ya estaban todos cerrados, así que nos sentamos para relajarnos y pensar qué podíamos hacer. Buscamos en internet y nuestra esperanza por llegar a Nairobi a tiempo se fue apagando… no había ningún vuelo que saliera en las próximas horas con una escala corta que nos permitiera llegar por la mañana. Desde España no hay vuelos directos a Kenia, así que lo siguiente era encontrar la menor escala posible. Parecía que no teníamos que llegar a la hora prevista porque nada estaba a favor: no había forma de encontrar un vuelo con menos

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