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El Centinela
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Libro electrónico248 páginas3 horas

El Centinela

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Información de este libro electrónico

Celia está siempre alerta.
Alejandro lleva en su mochila los deberes de varios compañeros.
A Martín no paran de agobiarle por WhatsApp…
¿Quién puede ayudar y protegerlos?
Celia, Alejandro, Martín, también Paola y Elías van a un instituto de Gijón donde según el director, Toño, no hay ningún caso de acoso escolar. Pero cuando vuelve de unas jornadas de formación, se da cuenta que ha estado de lo más equivocado.
Por ello, decide que un alumno se encargue de investigar por él y se infiltre para obtener de primera mano información. El joven al que elige está a punto de no aceptar, no es ni quiere ser un chivato. Poco a poco, el Centinela se da cuenta de que su labor va mucho más allá de informar al director.
Y parece que se lo toma demasiado en serio…
Un libro trepidante que se lee como una novela de misterio.
Inspirado en un caso real de acoso escolar.
Opiniones de los lectores:
«Lectura ágil, con un estilo asequible para jóvenes lectores que trata con sensibilidad un tema muy delicado».
«Nos sumerge en el problema del acoso escolar y nos muestra los diferentes puntos de vista de los protagonistas invitando a recapacitar sobre el papel que jugamos cada uno».
«Magnífica la orientación que da a un tema tan delicado. Distinto a lo típico, presentando los diferentes puntos de vista de los implicados, donde no todo es siempre lo que parece, donde muestra las consecuencias del acoso e implica a los propios compañeros en la solución del problema. Engancha desde la primera página. Imprescindible para todos, jóvenes, padres, docentes… Reyes Martínez, ¡genial!».
«Interesante novela, por el tema del acoso escolar, por el modo de abordarlo teniendo en cuenta todos los puntos de vista (el que lo sufre, el que supuestamente lo hace, las familias, los docentes, las autoridades…) y porque resulta muy ágil su lectura».
«Libro imprescindible para la lucha contra el acoso escolar. Debería ser lectura obligatoria en la ESO. Recomendable 100 %».
«Creo que por fin se ha escrito el libro perfecto para hablar sobre el acoso escolar y poder atrapar a los chicos y chicas, […] van a descubrir que hay muchos tipos de acoso, que todos tenemos un papel que desempeñar y que a veces las cosas no son lo que parecen».
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ene 2024
ISBN9788410021617
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    Vista previa del libro

    El Centinela - Reyes Martínez

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por HarperCollins Ibérica, S. A., 2024

    Avenida de Burgos, 8B – Planta 18

    28036 Madrid

    harpercollinsiberica.com

    © del texto: Reyes Martínez

    © 2024, HarperCollins Ibérica, S. A.

    © del diseño de cubierta: CalderónStudio

    © de la imágen de cubierta: Shutterstock

    Adaptación de cubierta: equipo HarperCollins Ibérica

    ISBN: 9788410021617

    Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Citas

    Capítulo 1. El principio

    Capítulo 2. La propuesta

    Capítulo 3. Acepto el reto

    Primera misión

    Capítulo 4. Un sobre rojo

    Capítulo 5. Un zapato en la escalera

    Capítulo 6. Gafas rotas

    Capítulo 7. La respuesta

    Capítulo 8. La fiscalía

    Segunda misión

    Capítulo 9. Vestido de negro

    Capítulo 10. Caricaturas

    Capítulo 11. Necesito más datos

    Capítulo 12. Con mucho arte

    Capítulo 13. Abuso de poder

    Tercera misión

    Capítulo 14. No empieces, abuelo

    Capítulo 15. La Edad Media

    Capítulo 16. Menos mal que te tengo a ti

    Capítulo 17. Una grave acusación

    Capítulo 18. Los goliardos

    Capítulo 19. ¿Tienes cambio?

    Capítulo 20. Tenemos que hablar

    Cuarta misión

    Capítulo 21. ¡Maldito grupo!

    Capítulo 22. ¿Otro grupo?

    Capítulo 23. El chivatazo

    Capítulo 24. Club de fans

    Quinta misión

    Capítulo 25. Dejadme tranquila

    Capítulo 26. Pareces mi sombra

    Capítulo 27. Olvídate del bocadillo

    Capítulo 28. Averiado

    Capítulo 29. La pizarra

    No hay más misiones

    Capítulo 30. Los padres

    Capítulo 31. No quiero ir más a clase

    Capítulo 32. ¿Se puede saber qué has hecho, Alejandro?

    Capítulo 33. Acción-reacción

    Capítulo 34. Reunión de pastores…

    Capítulo 35. Acusados

    Capítulo 36. ¿De quién es ese maldito teléfono?

    Capítulo 37. ¿Estamos todos?

    Capítulo 38. ¿Cómo sabías…?

    Capítulo 39. Un giro inesperado

    Capítulo 40. El Centinela

    Capítulo 41. ¿Quién si no?

    Epílogo

    Agradecimientos

    Cuaderno de trabajo

    Introducción

    Casos

    Situaciones

    Esta obra de ficción está inspirada en hechos reales. Todos los nombres, los personajes, los hechos, los lugares y demás son fruto de la imaginación e inventiva de la autora, y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

    «Ahí te dejo tres pares de mis zapatos para que elijas cuál te quieres calzar. Y cuando notes que no es tu horma, recuerda que te pareció perfecta cuando juzgabas mi andar».

    FINI GÓMEZ

    «No me gusta ese hombre. Necesito conocerlo mejor».

    ABRAHAM LINCOLN

    Capítulo 1

    El principio

    EL CHICO SUDABA COMO SI HUBIERA CORRIDO CINCO KILÓMETROS. La tensión hacía que se sintiera así. No se atrevía a salir del baño porque aún sonaban algunas voces. El joven se asomó al pasillo, no había nadie. Se acercó con sigilo a la taquilla 117. Intentó no pensar más en ello y metió la llave en la cerradura; no giraba.

    —Lo sabía —murmuró para sí—, sabía que no debía aceptar, esto es una señal. Me van a pillar, tengo que irme de aquí.

    Guardó la llave en el bolsillo y comenzó a caminar hacia las escaleras para bajar al primer piso. Entonces se dio cuenta, dentro del bolsillo había dos llaves, se había confundido con la de su propia taquilla y no había usado la que le encomendó el director. Miró a los lados, volvió sobre sus pasos e introdujo la llave en el candado. Sintió el chasquido antes de oírlo y abrió la puerta donde el número 117 destacaba en negro sobre el fondo gris. Un sobre rojo llamó de inmediato su atención. Oyó murmullos a lo lejos, así que cogió el sobre, cerró la taquilla, puso el candado y se dirigió a las escaleras más lejanas. Se encontró con varias chicas que subían en grupo hacia el aula de Tecnología; pudo distinguir entre ellas a la pequeña Celia, separada de las demás, e instintivamente acarició el sobre en su bolsillo con la yema de los dedos. Esperó hasta estar a salvo en casa para abrirlo y leer su contenido, sentía la sangre palpitar en sus sienes mientras sus dedos se movían con torpeza entre el papel.

    Unos meses antes…

    Toño tomaba notas de forma frenética en unas jornadas sobre acoso escolar patrocinadas por la Consejería de Educación del Principado de Asturias. Ahora se encontraba en Oviedo, sentado en una vieja silla en un aula de la universidad y escribiendo todo lo que le resultaba interesante, que era tanto que no le daba tiempo a reflejarlo en el papel. Según avanzaba el curso y las charlas se sucedían, se daba cuenta de conductas inapropiadas entre los alumnos de su centro. Lo que más le había preocupado siempre, que era vigilar a los que pudieran dar el perfil de acosador, ahora quedaba relegado por algo más importante: detectar a los alumnos que dieran el perfil de «acosados». Nunca se le había ocurrido y, sentado en aquella silla, el pensamiento era tan lógico que le parecía increíble no haber pensado en ello jamás. Quizá no era tan bueno en su trabajo como creía. Mientras anotaba, pensó en varios de sus alumnos más vulnerables.

    Llegó la última charla del congreso. Un joven profesor de Sevilla traía una propuesta. Le había invitado el Principado porque había creado una asociación que luchaba contra el acoso escolar en los colegios y había escrito una especie de manual sobre el tema. En su centro, considerado de alto riesgo por estar en un enclave un tanto marginado de la ciudad andaluza, se daban este tipo de conductas todos los años, y les explicaba que quizá lo más importante era la prevención, detectar lo que va a ocurrir antes de que ocurra. Se aventuraba a explicarles cómo la prevención había sido la clave para reducir considerablemente el acoso desde que su asociación se había puesto en marcha. Para algunos era una afirmación un tanto arriesgada, porque era un dato que no se podía demostrar. Toño no sabía qué pensar, toda su vida había actuado como mediador en las peleas: con sus amigos, con su familia, con sus compañeros del equipo de fútbol… Él era quien los separaba siempre que una pelea comenzaba y, aunque alguna que otra vez se llevó el primer puñetazo, la mayor parte de las ocasiones consiguió que las peleas no llegaran a las manos. El joven sevillano les pedía que se llevaran el dosier a casa con toda la información recibida en el curso y le echaran un vistazo. Al final les proponía un ejercicio: «Explica un caso que creas que merezca mención sobre algún alumno de tu centro y la solución que tú, como director, adoptarías al respecto».

    —No hace falta que sea una solución legal —añadió el hombre ante la perplejidad de los asistentes. Se pudieron escuchar, incluso, algunas risas.

    —¿Quieres decir… —preguntó una mujer de mediana edad a la que Toño reconoció como compañera de colegio de su infancia, aunque no recordaba el nombre— que el fin justifica los medios?

    —No, no, ni mucho menos. Ya sabéis que, por desgracia, ha habido algunos casos muy graves que han llevado al suicidio de algunos menores. Aunque este curso lo imparte la Consejería de Educación del Principado de Asturias, lo hace en colaboración con el Ministerio de Educación. Este ejercicio se propone para intentar buscar soluciones a este tipo de conductas en los centros de educación secundaria. Puede que uno de vosotros encuentre una forma de prevenir estos casos que ninguno hayamos contemplado hasta ahora.

    —Entonces, ¿este ejercicio puede servir para crear una ley contra el acoso escolar? —interrogó una voz muy penetrante desde el fondo de la sala. Pertenecía a un hombre que, con toda seguridad, estaba cerca de la edad de jubilación.

    —Más o menos. Este ejercicio sirve para buscar una solución entre todos. Lo de crear una ley estará ligado a que la solución funcione, me temo. A mí me parece un comienzo.

    El murmullo se extendió como una ola gigante en aquella enorme sala. Todos tenían algo que comentar al compañero de al lado, daba igual si le conocían o no. La mente de Toño le mandaba conceptos que escribía sin levantar la vista del papel, varias frases que le parecían interesantes habían despertado en él una idea que hacía tiempo había pensado y que nunca había necesitado desarrollar. Quizá había llegado el momento.

    Capítulo 2

    La propuesta

    UNOS GOLPES INTERRUMPIERON A TOÑO MIENTRAS REPASABA SUS notas una y otra vez. Según anotaba en el margen con un bolígrafo rojo y subrayaba lo que le parecía más importante, más seguro estaba de que había encontrado la manera de ayudar a sus chicos con aquel montón de basura que era el acoso escolar. El tema parecía estar en boca de todos: una adolescente se había quitado la vida en algún sitio de Andalucía pocos días antes. Él no quería saber ni el nombre de la chica, ni lo que había ocurrido ni de dónde era… Y no porque no le interesara, él se decía a sí mismo que quería actuar sin sentirse condicionado por nada que hubiera oído.

    Durante meses había leído de casos en los que los alumnos eran objetivo de burlas, mofas, vídeos y fotos divulgadas por internet que dañaban su imagen y su reputación, quizá de por vida. Toño pensaba que en la mayoría de los casos los chicos no llegaban a comprender el alcance de sus acciones. Se había propuesto que aquello no ocurriera en el instituto que dirigía.

    Los golpes insistieron y él se apresuró a poner una carpeta encima de los papeles que tenía delante y a conectar el salvapantallas del ordenador.

    —¡Adelante! —exclamó tras echar un rápido vistazo a su despacho en busca de algo que esconder; todo estaba en orden.

    —Buenos días, director.

    —Toño, soy Toño, ya lo sabes —cortó rápidamente al joven que acababa de entrar.

    —¿Quería usted verme? —preguntó el chico un poco abrumado.

    —Sí, quería proponerte algo.

    —¿A mí? —preguntó, perplejo.

    —¿Pensabas que te había hecho venir para llamarte la atención? ¿Tengo motivos?

    —Sí…, digo no… A ver, yo no suelo meterme en líos, la verdad. No sé, no tenía ni idea de lo que podría querer y estaba un poco nervioso.

    —Quería proponerte algo a lo que he dado muchas vueltas.

    —¿De qué se trata?

    —No sé si has oído algo sobre la chica que se ha suicidado en Andalucía.

    —Sí, ha sido en…

    —No, no me lo digas, no he querido saber más. Lo que te propongo tiene que ver con eso… en parte.

    —No le entiendo —confesó el muchacho.

    —Verás…, hace tiempo que observo a los alumnos. Hay chicos y chicas que tienen una actitud un tanto…, ¿cómo la podría describir?

    —¿Amenazadora?

    —No exactamente —respondió el director empezando a arrepentirse de aquel encuentro; era evidente que no se lo había preparado a conciencia—. Verás, nunca me había parecido que hubiera problemas o pudiera haberlos con los alumnos en este instituto, hasta que, a principios de verano, acudí a unas jornadas en las que me di cuenta de que ocurren más cosas de las que me parecían. Y la clave es detectarlas a tiempo.

    —¿Tiene algo que ver con el acoso escolar?

    —Sí, exacto —le agradeció el hombre.

    —¿Y eso qué tiene que ver conmigo? Yo no he acosado a nadie.

    —Precisamente esa es una de las razones por las que quería hablar contigo. Quiero que seas mis ojos y mis oídos en…

    —¡No, no, de ninguna manera! —le cortó—. Yo no soy ningún chivato.

    —No quiero que lo seas —respondió el director a la vez que sacaba un sobre rojo del primer cajón de su escritorio.

    —¿Qué es esto? —preguntó el joven con el sobre en la mano. Lo había cogido sin fuerza, como si quemara.

    —En ese sobre tienes una carta con las instrucciones de lo que quiero de ti. Si estás de acuerdo, lo pondremos en marcha de inmediato. No hay recompensas, no hay castigos, se trata solo de hacer o no lo correcto. ¿Entiendes?

    —No estoy seguro… ¿Puedo negarme?

    —Por supuesto; léete el contenido de la carta y luego decides. Algo me dice que no te vas a negar. Además, no tendrás que volver a hablar conmigo en el despacho. Si entras a formar parte de esto, solo tienes que quemar ese sobre. Si te quedas fuera, debo tener la completa seguridad de que no hablarás con nadie de este encuentro, ni de lo que vas a leer ahí.

    —Y si no tengo que volver a este despacho, ¿cómo le haré saber la decisión que tome?

    —Hay una taquilla en la segunda planta, la taquilla 117, está vacía, no pertenece a ningún alumno.

    —¿Cómo puede ser? ¿En primero hay algunos alumnos sin taquilla y usted tiene una sin dueño y vacía?

    —Sí, no te preocupes por eso, ya he encargado más taquillas, nos llegarán esta semana. Esa taquilla no cubre las necesidades que tenemos y va a ser de gran ayuda en esto.

    —Si usted lo dice… —respondió el chico, extrañado; cada vez entendía menos—. Entonces, si prefiero no formar parte de su «propuesta», ¿qué tengo que hacer?

    —Solo dejarás el sobre dentro de la taquilla, aquí tienes la llave, y jamás hablarás con nadie de todo esto.

    El chico miró el pequeño trozo de metal en su mano y le pareció que pesaba demasiado para ser una simple llave de un candado. Cerró los dedos alrededor de ella apretándola con fuerza. El timbre sonó y los sobresaltó a ambos.

    —Ya puedes ir a clase. Tienes hasta mañana por la mañana; si para entonces no hay nada en la taquilla, asumiré que estás de acuerdo.

    El chico miró al director intentando descubrir qué clase de broma sería aquella o, por el contrario, en qué tipo de problema estaba a punto de meterse. Claro que el director siempre los escuchaba, los trataba con mucho tacto y todos hablaban de él como de un hombre justo, tranquilo y «buen tío». ¿De qué iría aquello? Se levantó para dirigirse a clase y, al asir el pomo de la puerta, se volvió y se enfrentó a la mirada de Toño.

    —¿Director?

    —¿Sí?

    —Me da la sensación de que, sea lo que sea, lo hace porque confía en mí.

    —Es cierto —respondió él.

    —¿Y si al final le digo que no?

    —Algo me dice que no lo harás. Y, por favor, deja abierta la puerta al salir —respondió dando por zanjada la conversación—, me gusta que esté así.

    El chico guardó la carta y la llave en la mochila y se dirigió a su aula con paso veloz. Llegaba tarde y era probable que no le dejaran entrar. No podía dejar de pensar en la escena que acababa de protagonizar. No estaba dispuesto a ser el espía de nadie, eso por descontado, y menos de un profesor o del director. Cuanto más pensaba en ello, menos entendía qué quería Toño de él. Llegó al aula cinco minutos tarde y se asomó. La clase ya había comenzado. Aún no había accedido a aquella locura y ya tenía problemas. Cuando se disponía a marcharse, la puerta se abrió y la profesora de Inglés le invitó a entrar.

    —Ya sé que llego tarde…

    —Entra —dijo ella—. Me han avisado en la secretaría de que tardarías unos minutos.

    —Vengo de hablar con…

    —Entra —insistió ella; al parecer no estaba muy dispuesta a que nadie supiera el porqué de que llegara tarde.

    Si lo pensaba bien, a él tampoco le convenía mucho que le relacionaran con el director, sobre todo si decidía formar parte de lo que fuera que le pedía que hiciera; así que entró, se sentó y procuró no mirar a ninguno de sus compañeros. No fue capaz de concentrarse en toda la hora. En realidad, no se concentró en toda la mañana. Solo pensaba en el sobre rojo y en la pequeña llave. Intentó eliminar aquella sensación, al fin y al cabo, tampoco es que llevase un arma y estuviera a punto de asaltar el instituto, ¿no?

    Capítulo 3

    Acepto el reto

    TOÑO SE DIRIGIÓ AL GIMNASIO, DONDE EL GRUPO DE 3.º C APRENDÍA a jugar al bádminton con un entusiasta profesor que les explicaba las excelencias de aquel divertido deporte. El director los observó unos minutos desde la puerta del vestuario. Contempló a la pequeña Celia, presa fácil de las risas de sus compañeros. No vio necesario intervenir, los profesores estaban al tanto de la situación desde que él les había insistido en que debían prestarle especial atención, y no dejaban que nadie la increpara durante las clases. El problema era al terminar, cuando ningún adulto estaba delante, ahí

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