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Fe y sufrimiento: el papel de las creencias en las experiencias dolorosas
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Libro electrónico421 páginas5 horas

Fe y sufrimiento: el papel de las creencias en las experiencias dolorosas

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En este libro se presentan las diferentes formas a través de las cuales creyentes católicos, evangélicos y budistas dan sentido a sus experiencias de sufrimiento (por ejemplo, el duelo, la enfermedad y la pobreza), empleando para ello sus sistemas de creencias y elementos que provienen de otros ámbitos, tales como la familia, los medios de comunica
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 sept 2023
ISBN9786076078310
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    Fe y sufrimiento - Erika Valenzuela Gómez

    Portada_Fe_y_sufrimiento.jpg

    Índice

    Presentación

    Introducción

    Capítulo 1. Discusión epistemológica sobre los fundamentos académicos del doctorado en ciencias y humanidades para el desarrollo interdisciplinario

    Capítulo 2. Las representaciones sociales y otras mediaciones en la construcción de las experiencias de sufrimiento

    Capítulo 3. El proceso de construcción de la investigación

    Capítulo 4. Resultados y hallazgos. Análisis de las experiencias de sufrimiento y formas de acción ante el mismo, en tres sistemas de creencias: católicos, evangélicos y budistas

    Capítulo 5. Conclusiones y nuevas líneas de investigación

    Bibliografía

    Anexo 1. Análisis de dominio

    Presentación

    En este libro se dan a conocer los resultados y hallazgos respecto al papel que cumplen las representaciones sociales de grupos católicos, evangélicos y budistas en la construcción del significado del sufrimiento, así como su intervención en las prácticas que estos creyentes llevan a cabo para enfrentarlo.

    El interés de la investigación está centrado en la dimensión religiosa. No obstante, otras esferas de la sociedad —igual que los sistemas de creencias—proveen recursos materiales y simbólicos que permiten a los creyentes elaborar interpretaciones sobre las causas del sufrimiento y sus tipos, así como implementar acciones que contribuyen a enfrentar experiencias de sufrimiento como el duelo, la enfermedad, la pobreza y la violencia.

    Dado que la religión es un universo simbólico importante en los procesos de estructuración social, resulta relevante investigar la manera en que esta contribuye a orientar las acciones que los sujetos llevan a cabo con la finalidad de lidiar con sus experiencias cotidianas; en este caso, el sufrimiento en sus múltiples formas. Asimismo, es necesario hacer visibles las diversas formas en que los sujetos sufren, puesto que algunas de ellas no son reconocidas por los sistemas de creencias o por otras dimensiones de la sociedad, de modo que los sujetos las viven en forma silenciosa y resignada. El resultado de esto es, generalmente, la reproducción de tales experiencias de sufrimiento y la escasez de orientaciones prácticas más efectivas para hacerles frente.

    Cabe señalar que el posicionamiento epistemológico de este estudio se apoya en los ejes del doctorado en ciencias y humanidades para el desarrollo interdisciplinario: la complejidad, la investigación interdisciplinaria, la cibercultur@ y la epistemología genética. Estos fundamentos enmarcan el objeto de estudio y sirven para discutir algunos de los resultados y hallazgos de este proceso.

    La investigación se llevó a cabo en Tijuana, Baja California, desde 2015 y hasta 2016, cuando concluyó el trabajo de campo. Este último incluyó visitas a lugares donde los creyentes se reúnen para participar en servicios religiosos, centros de rehabilitación y hospitales, y reuniones —celebraciones como Navidad o Día del niño— a las que pueden asistir personas ajenas a los sistemas de creencias, así como sesiones de estudio.

    Los sujetos en los que se centra la investigación son creyentes católicos, evangélicos y budistas, aunque también se trabajó con algunos pertenecientes a la nueva era, a la tradición mexica, a la ciencia cristiana y testigos de Jehová. Se eligieron cinco personas de los sistemas de creencias católico, evangélico y budista para llevar a cabo entrevistas cualitativas.

    El problema de investigación surgió a partir del interés por explorar una condición cotidiana: el sufrimiento. Específicamente, situaciones acerca de cómo se padece una enfermedad, se es víctima de violencia física, sexual y psicológica, se soporta estrechez económica o se enfrenta la muerte de algún ser querido o se tiene otro tipo de duelo, ya que generan dolor físico, mental y emocional en los individuos.

    Ante estas experiencias de sufrimiento, las personas buscan las razones de sus sufrimientos y ejecutan acciones —algunas con matices religiosos, otras orientadas por la ciencia o el sentido común— que tienen como finalidad enfrentar y, en ocasiones, sobrellevar o disminuir el dolor que implican.

    De esta forma, se consideró interesante abordar las diferentes representaciones sociales (Jodelet, 1986; Moscovici, 1979) que los creyentes católicos, evangélicos y budistas emplean para conceptualizar el sufrimiento y para llevar a cabo acciones y prácticas —religiosas y seculares— que les permiten enfrentarlo. El análisis se centró, específicamente, en las aportaciones de los sistemas de creencias a las diferentes formas de entender y actuar ante el sufrimiento de estos grupos de creyentes.

    Dado que se buscaba explorar la vida cotidiana y la subjetividad de los creyentes, la estrategia metodológica fue cualitativa; de manera específica, se emplearon técnicas como la observación participante, la conversación y la entrevista. Por último, se analizaron los datos resultantes de la sistematización del empleo de dichas técnicas mediante la codificación y el análisis de dominio de Spradley (1980).

    Introducción

    Tradicionalmente, la religión es una dimensión importante en la construcción de imaginarios y orientaciones prácticas de la vida social, debido a que regula aspectos culturales tan cotidianos como la alimentación, las conductas sexuales y el arreglo personal, e incluso actividades de alcance colectivo como la elección de gobernantes y la delimitación de barreras geopolíticas.

    Por su intervención constante en la esfera económica, política y cultural de las sociedades, la pregunta sobre su posible persistencia o pérdida de centralidad en el mundo contemporáneo resulta oportuna e indispensable. Lo es aún más cuando asumimos que una de las características del mundo contemporáneo es, justamente, la complejidad de las diversas esferas de la sociedad.

    Por esta razón, la investigación partió de la necesidad de explorar el papel que desempeña la religión en una sociedad caracterizada por las fracturas, los reacomodos y las contradicciones que traen de vuelta viejos problemas y plantean nuevos problemas y desafíos. Debido a que son representativos de una sociedad compleja (heterogénea, dinámica y cambiante), estos retos y dificultades demandan una mirada compleja, anclada en un abordaje interdisciplinario.

    En este sentido, la propuesta epistemológica que se plantea se insertó en un proyecto colectivo, cuyo objetivo fue analizar, desde la mirada interdisciplinaria, algunas de las representaciones sociales que se construyen en el interior del campo de la comunicación, el arte y la religión, a propósito de diversos fenómenos.

    Específicamente, en el grupo 4 del doctorado en ciencias y humanidades para el desarrollo interdisciplinario, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de la Universidad Autónoma de Coahuila (generación 2014-2017), se trabajó en un proyecto colectivo cuyo eje central fue el concepto de las representaciones sociales. De esta forma, uno de los integrantes del grupo reflexionó en torno a las representaciones sociales acerca del turismo religioso en Jalisco; mientras que otro analizó la percepción del arte urbano entre los jóvenes colimenses. La aportación de esta investigación al grupo 4 fue la reflexión en torno al papel mediador de las representaciones sociales —comprendidas como conceptos y guías de acción— en las experiencias de sufrimiento de varios grupos de creyentes (católicos, evangélicos y budistas, principalmente). Se iniciará con el estado del arte para ubicar el contexto en que se inscribe esta investigación.

    Aproximaciones a la naturaleza, los orígenes y las definiciones del sufrimiento

    En este apartado se presenta el estado del arte de la investigación, compuesto por el conjunto de investigaciones sobre el sufrimiento tanto en Latinoamérica como en un contexto internacional más amplio. La finalidad es recuperar en estos hallazgos empíricos algunas pistas para conceptualizar el sufrimiento a través de las aportaciones de diferentes disciplinas; asimismo, identificar las acciones y estrategias que las personas emprenden para aminorar los efectos negativos del sufrimiento, algunas de las cuales son tan sencillas como resignificar la experiencia como una posibilidad de crecimiento, o tan complejas y elaboradas como tejer redes con otras personas que también están sufriendo. De esta manera, el estado del arte permitió ubicar la investigación en el panorama de los estudios sobre el sufrimiento, en el afán de aportar a un espacio de conocimiento insuficientemente abordado, al menos desde ciertas perspectivas.

    Para una mejor comprensión de este apartado, se dividieron los estudios sobre el sufrimiento en seis ejes, que corresponden a trabajos sobre este tema tanto en Latinoamérica y México, como los que provienen de contextos globales más amplios. El primer eje (a) se concentra en los estudios cuya aportación central es ofrecer una conceptualización acerca del sufrimiento; destacan los trabajos que conciben al sufrimiento como una experiencia más profunda que el dolor físico, abarcando la dimensión mental y espiritual de los individuos.

    El segundo eje (b) corresponde a los trabajos que subrayan la importancia del cuerpo en el estudio del sufrimiento en todas sus dimensiones. Aun cuando alguna de sus raíces sea fundamentalmente física —como en el caso de alguna enfermedad— los efectos del sufrimiento en el cuerpo expresan la carga emotiva y simbólica con que las personas envuelven dicha experiencia. El cuerpo es el lugar de mediación entre el sustrato físico, mental y emocional del sujeto, y el mundo social y cultural donde se desenvuelve; zona liminal donde se tocan lo material y lo simbólico, lo orgánico y lo social. De ahí la relevancia de recuperar las aportaciones de los estudios que han abordado la relación entre el cuerpo y el sufrimiento.

    Además de la naturaleza misma del sufrimiento y de las múltiples formas en que puede manifestarse, sus causas son otra dimensión que ilustra el carácter complejo de su estudio. Es por ello que el tercer eje de estas investigaciones (c) resume las aportaciones de los estudios que identifican las fuentes que originan el sufrimiento: sociales, orgánicas, e incluso espirituales, por nombrar algunas. Asimismo, se citan estudios que permiten construir una tipología del sufrimiento, tomando en cuenta sus causas.

    El cuarto eje (d) corresponde a los estudios en España y América Latina que muestran los distintos recursos —materiales e intangibles, objetivos y simbólicos— que los sujetos emplean para enfrentar el sufrimiento en su vida cotidiana.

    En el quinto eje (e) se incluyen las aportaciones sobre los estudios del sufrimiento en el contexto más global. La última sección (f) sintetiza las aportaciones de los estudios sobre el sufrimiento en México.

    a) Conceptualizaciones del sufrimiento

    Cuando se habla de sufrimiento, hay varios conceptos que suelen traslaparse, especialmente el dolor. Todo sufrimiento implica algún tipo de dolor físico, emocional e incluso espiritual; no obstante, el dolor no se convierte necesariamente en sufrimiento. Por esta razón, se considera indispensable trazar una distinción entre esos términos.

    En este sentido, resultan útiles las aportaciones de varios estudios (Dörr, 2006; Fenili, Takase & Azevedo, 2006; Rojas, Esser & Rojas, 2004; Tinoco, 2012) que, desde la perspectiva médica, han definido el dolor, distinguiéndolo del concepto de sufrimiento. Algunos de estos estudios denuncian el carácter marcadamente positivista de las aproximaciones al dolor, entendiéndolo principalmente desde el filón de la biología. En el campo de la investigación médico-psiquiatra, esta concepción es habitual. De esta manera, es común ver la enfermedad como una experiencia de sufrimiento que tiene origen en el dolor físico, entendido como una sensación desagradable que incluso puede medirse (Rojas, Esser & Rojas, 2004).

    En su trabajo sobre el significado del dolor en el campo de la salud mental, Dörr (2006) comparte la consideración de que es una sensación más bien localizada en el cuerpo, que regularmente posee orígenes biológicos:

    Hay al menos dos tipos de dolores: el dolor-sensación y el dolor-sentimiento (Auersperg). El primero es más localizado, brusco en su aparición y pasa sin dejar huellas. Es el caso del dolor provocado por un pinchazo o una quemadura. El segundo es más difuso y pático, tiene una duración mayor y pasa de forma paulatina. Es el caso de la cefalea, del colon irritable, del dolor de columna, etc. Este tipo de dolor abunda en enfermedades psíquicas, particularmente en la depresión (Dörr, 2006, p. 10).

    De acuerdo con esta cita, hay distintas formas de experimentar el dolor; sin embargo, siempre está vinculado con las respuestas biológicas y emocionales de las personas. Esto se refiere a que suele estar mediado por las respuestas orgánicas del propio cuerpo.

    Esta perspectiva —enfática, en cuanto al carácter biológico del dolor— debe complementarse con otras que lo conciban como una experiencia fenomenológica, que involucra la dimensión física, psicológica, espiritual, social y cultural de una persona. Así, el dolor pasa de ser una sensación física que se localiza puntualmente en el cuerpo del sujeto, a convertirse en sufrimiento: una experiencia dolorosa que lo afecta a nivel psicológico, mental, espiritual y social. Justamente la psiquiatría, una disciplina dura, ha abonado a esta perspectiva: Los psiquiatras de la escuela fenomenológica coinciden en que el dolor, más que una sensación o una percepción, es un sentimiento cualitativamente displacentero, que da lugar a un sufrimiento, de lo cual deriva la profundidad psicológica con que es vivido por el sujeto adolorido (Rojas, Esser & Rojas, 2004, p. 72)

    Hay, pues, una distinción entre el dolor —más puntual y orientado a lo biológico— y el sufrimiento —más complejo y heterogéneo— que debe tomarse en cuenta. En su estudio sobre los significados del dolor y el sufrimiento que experimentan mujeres que padecen cáncer de seno, Tinoco (2012) vuelve explícita la distinción entre ambos conceptos. Para la autora: Es conveniente diferenciar las nociones de dolor y sufrimiento, la primera se refiere a la sensación de un daño corporal, la segunda a la pérdida o carencia de un bien o un ser querido (Tinoco, 2012, p. 182).

    Aunque estos dos conceptos son indisociables, se aprecia que el dolor involucra al sistema nervioso central y conlleva una respuesta orgánica; mientras que el sufrimiento envuelve el complejo global de la existencia del ser humano: quién es, cuál es su misión, el lugar que ocupa en el mundo, su relación con los demás y el sentido de su existencia. En la siguiente cita se advierte esta distinción:

    El sufrimiento puede ser considerado como una cuestión subjetiva, incluyendo las dimensiones psíquicas, mentales, sociales, espirituales. El dolor, generalmente, está ligado a una percepción de un estímulo doloroso periférico o en el sistema nervioso central, pero está asociado a una respuesta afectiva. Tal vez el sufrimiento pueda ser visto como de mayor amplitud, complejo, global, existencial. Sin embargo, se refuerzan mutuamente, o sea, un dolor insoportable puede influir en las dimensiones del sufrimiento y de la misma manera, una ansiedad puede acentuar el dolor (Fenili, Takase & Azevedo, 2006, p. 2).

    Según se aprecia, los conceptos dolor y sufrimiento se refuerzan mutuamente. Sin embargo, las causas no deben ser limitadas al ámbito biológico; como se explicó, una persona puede experimentar dolor y sufrimiento físico, mental, emocional o incluso social:

    Las personas pasan en el transcurso de sus vidas por uno o más momentos de dolor y sufrimiento. Estos les acompañan, en cierta manera, durante sus vidas, siendo provocados por diversas disfunciones, tales como: físicas, psíquicas, sociales, espirituales o diferentes combinaciones de las mismas. En esta perspectiva, se puede enfocar el dolor físico, el dolor de la indiferencia, el dolor del desprecio, el dolor del abandono, el dolor de la pérdida, el dolor de la inmovilidad y tantos otros dolores que van presentándose (Fenili, Takase & Azevedo, 2006, p. 2).

    Se trata, por lo tanto, de experiencias similares, pero que tienen una distinción. El sufrimiento reviste más bien una dimensión social y cultural, mientras que el dolor es, primordialmente, una experiencia física más o menos concreta. No obstante, los dos conceptos son indisociables, dada la imposibilidad de separar mente y cuerpo, naturaleza y cultura: "A pesar de la conveniencia de precisar las nociones de dolor y sufrimiento, cabe aclarar que ello no significa que se entiendan como experiencias subjetivas ajenas y separadas, porque cuerpo y alma, o mejor aún, cuerpo, alma y espíritu constituyen la integridad humana, a la persona en su situación biográfica y en su contexto cultural" (Tinoco, 2012, p. 182).

    Después de apreciar que estamos ante dos conceptos inseparables pero diferentes, cabe destacar que el sufrimiento sería entonces la valoración de la experiencia del dolor; por lo tanto, involucra la percepción sociocultural que existe acerca del dolor. De esta manera, algunos tipos de dolor no representarían sufrimiento, sino al contrario: resultan, hasta cierto punto, deleitosos para el sujeto. Otros más, serán celebrados y aplaudidos por la sociedad; mientras que algunos se silenciarán o diluirán en la normalidad de la vida cotidiana de las personas.

    La mayor parte de las reflexiones han privilegiado el estudio del dolor físico como fuente del sufrimiento; especialmente las enfermedades y aquellas dolencias que recuerden al sujeto la finitud y los límites de su cuerpo. Por ello, casi siempre desde la medicina, se ha identificado al dolor como malestar biológico que causa sufrimiento; pero se ha ignorado la dimensión compleja de esta experiencia, que abarca integralmente al sujeto y a su cultura. De nuevo, hay que tener presente que dolor y sufrimiento están asociados.

    Si se sintetizara esta idea, podría decirse que el sufrimiento se experimenta cuando los sujetos evalúan, a partir de los recursos que poseen (materiales o intangibles), los alcances de un dolor o una carencia. Tinoco (2012) utiliza la explicación de Gómez y Grau (2006) respecto a este punto:

    Se sufre cuando se experimenta un daño físico o psicosocial que se valora como importante, o se teme el acontecimiento de algo que se percibe como una amenaza para la existencia o integridad psicosocial u orgánica de la persona, y cuando ella cree que carece de recursos para afrontarla […] El sufrimiento se presenta así como una valoración del significado o sentido que posee el dolor u otras experiencias potencialmente amenazadoras, sean del tipo que sean (Tinoco, 2012, p. 182).

    El sufrimiento será entonces el sentido que el sujeto otorga al dolor, recurriendo a los recursos materiales (dinero, medicamentos) y simbólicos (conocimiento, redes de amistad, asimilación de su experiencia) que tenga a su disposición. No es solo la sensación desagradable que supone el dolor, sino la interpretación cultural y social de esta vivencia. La mediación social y cultural es, por lo tanto, inherente a la experiencia de sufrimiento.

    En concreto, si el dolor es una sensación más bien física, el sufrimiento sería comprendido como la interpretación que las personas dan al dolor, misma que adquiere cualidades concretas dependiendo del entorno histórico, social y cultural que la abarca: En el dolor es el cuerpo el que duele. En el sufrimiento, en cambio, lo que duele es el significado de lo que me ocurre (Dörr, 2006, p. 10). Debido a las valoraciones sociales que las personas otorgan a las experiencias dolorosas, el sufrimiento supone, tentativamente, una amenaza a la estructura de la estabilidad de la vida cotidiana, especialmente el duelo y la enfermedad, como pudo advertirse al revisar la literatura del estado del arte.

    Entonces, el sufrimiento es también un estado que se presenta cuando se percibe una situación de destrucción inminente, que socava los fundamentos de la vida cotidiana; especialmente, la rutina. En su estudio sobre la enfermedad crónica como fuente de sufrimiento, Montalvo, Cabrera y Quiñones (2012) plantean: El sufrimiento es definido como un estado que se presenta cuando es percibida una situación de destrucción inminente por la persona (p. 137). El sufrimiento es un malestar generado por una amenaza apremiante, ante la cual el sujeto se siente impotente e incluso, agotado, porque no cuenta con los recursos suficientes o necesarios para afrontarla.

    Como se observa, el sufrimiento compromete la totalidad del sujeto: se vive a través del cuerpo, pero ocasiona malestar físico, mental, emocional y espiritual. Un evento doloroso —la muerte de un ser querido, por ejemplo— puede afectar la salud física del deudo, pero también deteriorar su estado mental y precipitar una depresión; e incluso, debilitar la fe en las creencias que le permitían dar sentido al mundo.

    La complejidad del sufrimiento reside en que involucra distintas dimensiones del ser humano, incluyendo aquellas que corresponden al universo más subjetivo de todos: las emociones y los sentimientos. Aunque se buscara una aproximación objetiva a la percepción del sufrimiento, esta varía porque involucra las emociones y los sentimientos de quienes lo viven. Si acaso, se encontrarían elementos comunes en la experimentación del sufrimiento, que tienen que ver con los marcos referenciales de la cultura que rodea al sujeto que sufre.

    De ahí que la enunciación del sufrimiento sea también un tema complejo: al ser una experiencia íntima y subjetiva, regularmente involucra algo incomunicable. Para expresar el sufrimiento a los otros, el sujeto se vale de discursos que la sociedad le aporta. En este sentido, la sociedad posibilita la enunciación del sufrimiento, pero también lo restringe: solo existe el sufrimiento que tiene explicación y justificación en las narrativas de campos como la medicina, la teología, la filosofía y el psicoanálisis, por nombrar algunos.

    Por ejemplo, Lorenzetti estudia cómo los wichí de comunidades periurbanas de Tartagal, Argentina, narran sus experiencias de sufrimiento y las entretejen con los saberes de la medicina alópata. De manera puntual, Lorenzetti (2013) explora los modos en que encuentran expresión sus construcciones de salud-enfermedad […] cómo estas son re-creadas en la interacción con los discursos y prácticas médico asistenciales vigentes (p. 131). Aquí se aprecia que la manera de nombrar, comprender y atender una enfermedad suele enmarcarse en el discurso amplio y dominante de la medicina alópata, mediante relaciones que pueden ser de colaboración o competencia.

    De tal manera, la medicina es una de las disciplinas que han aportado marcos interpretativos para el sufrimiento; la contribución más notable es la distinción entre la salud y la enfermedad, entendida esta última como una fuente de sufrimiento. Otra contribución notable proviene de las experiencias de los enfermeros y cuidadores profesionales, quienes, al estar cerca de los enfermos, comprenden el fenómeno del sufrimiento más allá del dolor biológico e identifican su dimensión cultural.

    Al contribuir a la enunciación del cuerpo, la clínica y la medicina moderna sugieren pautas de interpretación acerca de qué es lo patológico y lo sano, quién sufre y quién no, y de qué manera debe valorarse el sufrimiento de los sujetos. De ahí que la medicina sea uno de los marcos interpretativos más socorridos para anclar y dar sentido al sufrimiento. De ello deriva, por supuesto, una consecuencia limitante: hay sufrimientos que no tienen cabida en los discursos de la medicina y, regularmente, se disuelven de manera solapada en la vida diaria del sujeto. Este parece ser el caso del sufrimiento que rebasa la frontera física e irradia hacia la mente o el espíritu del sujeto.

    Es importante señalar, por tanto, que se trata de un verdadero colonialismo científico (Caponi, 2010), que limita las posibilidades de expresión del sufrimiento más allá de las fronteras del discurso médico. Una de las consecuencias más drásticas es la invisibilidad y el ocultamiento de algunas experiencias de sufrimiento, que no son tomadas en cuenta porque escapan de las trincheras de la biología que la medicina establece. Ante este hecho, se vuelve indispensable revisar la intervención del discurso científico en la valoración del sufrimiento:

    Establecer límites a las pretensiones colonialistas del conocimiento científico; evitar que investigaciones en proceso de elaboración, aún poco concluyentes, se transformen, por su reiterada y abusiva repetición, en conquistas científicas definitivas y consolidadas; cuestionar qué debemos entender por aquello que se pretende localizar (sufrimiento, valoración moral, capacidad de invención, etc.); impedir que el espacio de la subjetividad y la construcción reflexiva del yo se reduzca a patrones de patología y salud, son tareas que le caben la filosofía, pero también a la propia ciencia (Caponi, 2010, p. 160).

    En la cita anterior se enfatiza la importancia de rescatar la experiencia individual del sufrimiento y advertir las limitaciones que la propia ciencia puede imponer a lo que socialmente se nombra sufrimiento.

    En este mismo tenor, en su estudio sobre la ambigüedad al establecer los parámetros de la salud mental, Caponi (2010) subraya cómo la medicina ha dedicado poca reflexión en torno al sufrimiento en tanto experiencia individual y subjetiva. Por el contrario, ha dedicado sus esfuerzos a identificar las causas biológicas del sufrimiento, y a establecer puntualmente criterios para mesurarlo: Ante el limitado espacio que ciertos saberes médicos dedican a la comprensión de sufrimientos individuales, crece la preocupación por medir, cuantificar y localizar funciones cerebrales asociadas con desvíos de conducta, estados de angustia, dificultades de aprendizaje o sentimientos de fracaso (Caponi, 2010, p. 149).

    Dado que la experiencia de sufrimiento va más allá de lo biológico, tiene un carácter profundamente íntimo que toca las dimensiones del sujeto (su cuerpo, mente y espíritu), así que encierra cierto matiz de inefabilidad. Al analizar cómo viven cotidianamente el sufrimiento los pacientes con VIH/Sida, Herrera Gil (2013) destaca que los estudios sobre el sufrimiento, especialmente aquellos que conciernen a la enfermedad, subrayan el dolor y la imposibilidad de abordarlo objetivamente. También concuerda en el hecho de que el sufrimiento encierra un carácter indecible, al ser una experiencia centrada en la subjetividad de un individuo: Así pues, el dolor es un hecho personal, encerrado en el concreto e irrepetible interior del hombre, y el sufrimiento, una experiencia incomunicable (Herrera Gil, 2013, p. 203).

    Hay, pues, algo insondable en la naturaleza liminal del sufrimiento: El problema del sufrimiento no puede tener una respuesta plenamente satisfactoria dada su condición última de misterio insondable en el cual se constata un abismo entre aquello que debiera ser y lo que en realidad está siendo (Pinedo, 2014, p. 140). Al carácter indecible del sufrimiento es necesario agregar la serie de restricciones que, desde la ciencia, la religión y la cultura, limitan su enunciación. Es decir, las disciplinas contienen y restringen las expresiones del sufrimiento; y la sociedad lo construye constriñendo la enunciación y expresión de algunas experiencias de sufrimiento.

    Ante este panorama, algunas disciplinas, desde el filón de las humanidades, ofrecen recursos al sujeto para volver expresable e inteligible la experiencia íntima del sufrimiento. La literatura es una de ellas, específicamente mediante el recurso de la escritura, memoria visible de un sentir profundo y difuso. Cuando Aranguren estudia las condiciones en que se enuncian los testimonios de víctimas de violencia política, el investigador explora las posibilidades de la escritura como expresión del cuerpo sufriente:

    Se consideran así, los límites que traza la (in)decibilidad del sufrimiento; los límites que imponen los marcos sociales de la escucha a ciertas formas de sufrimiento; los límites que imponen los marcos sociales de la escucha a ciertas formas de testimonio; y los límites de una escritura que bordea las fronteras del cuerpo sufriente […] Se analiza cómo ese cuerpo se enuncia en sus imposibilidades y sus límites, en sus memorias y sus olvidos, en sus intimidades y sus secretos y lo que implica su transformación en un texto que se escribe bordeando el sufrimiento, haciendo de la volatilidad e inestabilidad de los recuerdos y la voz una inscripción inamovible (Aranguren, 2010, p. 1).

    Como se observa, debido a que el sufrimiento es una experiencia íntima en el centro del sujeto, tiene algo de incomunicable. Se trata de una vivencia personal que compromete la totalidad del individuo y lo lleva a cuestionar el sentido de su propia existencia, pues lo confronta con un hecho ineludible: su fragilidad y finitud. Por esta razón, el cuerpo es el umbral donde reside y se expresa la complejidad del sufrimiento, su condición múltiple, heterogénea e indecible:

    Los sufrimientos del ser humano son múltiples y de diversa intensidad. Quizá los más conocidos y extremadamente difíciles de afrontar son los provenientes de la finitud y caducidad de nuestro cuerpo. Las enfermedades, antiguas y nuevas, hacen descender al hombre a un nivel supremamente bajo de su ser. La pérdida de la capacidad física, en un principio, se percibe únicamente como un obstáculo para el constante ajetreo de la vida: desplazamientos cotidianos, estudio, trabajo, relaciones sentimentales, etc., pero con el tiempo su agudización se convierte no solo en una dificultad orgánica sino en un problema realmente existencial (Pinedo, 2014, p. 39).

    El sufrimiento se trata, entonces, de una experiencia límite que nos recuerda continuamente un hecho inexorable: la muerte. Es decir, el sufrimiento es anticipación de la muerte: El sufrimiento no es más que una estación, un tránsito, un anticipo de nuestra muerte. La muerte es pues la toma de conciencia completa de los límites de lo humano (Pinedo, 2014,

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