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Este libro recoge cuatro ensayos sobre la idea de "esencia" en arquitectura, que Juhani Pallasmaa ha ido desarrollando a lo largo de su ya dilatada carrera como arquitecto y pensador. Los textos abarcan la última década de su obra teórica y realizan una aproximación biohistórica y existencial al arte de la arquitectura.
Se trata de una superación de la mirada puramente visual, que Pallasmaa sintetiza con las siguientes palabras: "Creo que las experiencias más conmovedoras en arquitectura nacen de memorias y significados bioculturales secretos y preconscientes, más que de una estética estrictamente visual. Esas cualidades podrían ser calificadas de 'esencias' de la arquitectura".
IdiomaEspañol
EditorialEditorial GG
Fecha de lanzamiento4 may 2018
ISBN9788425231063
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Autor

Juhani Pallasmaa

Juhani Pallasmaa (Hämeenlinna, Finlandia, 1936) es arquitecto y trabaja en Helsinki. Fue profesor de arquitectura en la Universidad de Tecnología de Helsinki, director del Museo de Arquitectura de Finlandia y profesor invitado en diversas escuelas de arquitectura de todo el mundo. Autor de numerosos artículos sobre filosofía, psicología y teoría de la arquitectura y del arte, su obra Los ojos de la piel. La arquitectura y los sentidos (Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2006) se ha convertido en un clásico de la teoría de la arquitectura y es de lectura obligatoria en diferentes escuelas de arquitectura de todo el mundo. Pallasmaa es también autor de The Architecture of Image: Existential Space in Cinema (2001), Encounters. Architectural Essays (2005) y La mano que piensa (Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2012).

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    Esencias - Juhani Pallasmaa

    ESPACIO, LUGAR, MEMORIA E IMAGINACIÓN

    LA DIMENSIÓN TEMPORAL DEL ESPACIO EXISTENCIAL

    2007

    La arquitectura se percibe a menudo en términos futuristas; se supone que los edificios novedosos sondean y proyectan una realidad imprevista, y la calidad arquitectónica se asocia directamente a su grado de novedad y singularidad. La modernidad ha estado en general dominada por este sesgo futurista. Sin embargo, el gusto por la novedad no ha sido probablemente nunca tan obsesivo como en el culto actual por el imaginario arquitectónico espectacular. En este mundo globalizado, la novedad no es solo un valor estético y artístico, sino una necesidad estratégica de la cultura del consumo y, en consecuencia, un ingrediente inseparable de nuestra cultura materialista surrealista.

    Sin embargo, las construcciones humanas tienen también el deber de preservar el pasado y permitirnos así experimentar y comprender la continuidad de la cultura y la tradición. No solo existimos en una realidad espacial y material, sino que habitamos también realidades culturales, mentales y temporales. La realidad existencial en la que vivimos es una condición espesa, estratificada y en constante oscilación. La arquitectura es, ante todo, una forma artística de reconciliación y mediación, y, además de situarnos en un espacio y un lugar, los paisajes y los edificios articulan nuestras experiencias de duración y tiempo entre la polarización del pasado y el futuro. De hecho, conjuntamente con todo el corpus de la literatura y el arte, los paisajes y los edificios constituyen la más importante forma de externalización de la memoria humana. Comprendemos y recordamos quiénes somos a través de nuestras construcciones físicas y mentales. Juzgamos también las otras culturas y las culturas del pasado a través de la evidencia que proporcionan las estructuras arquitectónicas que han producido. Así, los edificios proyectan las épicas narrativas de la cultura y la tradición.

    Además de sus objetivos prácticos, las estructuras arquitectónicas juegan también un significativo papel existencial y mental: domestican el espacio para que el ser humano lo ocupe mediante la transformación de espacios anónimos, uniformes e ilimitados en lugares concretos y significativos para el ser humano. El hecho de que estas estructuras hacen también tolerable el tiempo infinito, al dar una medida humana a la duración, es igual de importante. Como afirma el filósofo Karsten Harries:

    La arquitectura ayuda a sustituir una realidad sin sentido por una realidad teatralmente o, mejor dicho, arquitectónicamente transformada. Esta realidad nos atrapa y, mientras nos rendimos a ella, nos ofrece la ilusión del sentido [...]; no podemos vivir en el caos. El caos debe transformarse en cosmos.1

    Como conclusión, Harries llega a afirmar: La arquitectura no trata solo de la domesticación del espacio, sino que constituye una profunda defensa contra el terror del tiempo.2

    En general, los entornos y los edificios no responden solo a objetivos prácticos y utilitarios, sino que también ayudan a estructurar nuestra comprensión del mundo. La casa es un instrumento para afrontar el cosmos,3 afirma el filósofo Gaston Bachelard. La idea abstracta e indefinible de cosmos está siempre presente y representada en nuestro paisaje más inmediato. Cada paisaje y cada edificio es un mundo condensado y una representación microcósmica de nuestro lugar en el mismo.

    Arquitectura y memoria

    Las imágenes arquitectónicas fueron, naturalmente, utilizadas como mecanismos mnemotécnicos por los oradores de la Antigüedad. Las estructuras arquitectónicas reales, así como las imágenes y las metáforas arquitectónicas recordadas, se utilizan como recursos para la memoria de tres maneras diferentes: en primer lugar, materializan, conservan y hacen visible el paso del tiempo; en segundo lugar, concretan la rememoración al contener y proyectar los recuerdos; y, por último, estimulan e inspiran tanto nuestra evocación como nuestra imaginación. La memoria y la fantasía, y los recuerdos y la imaginación están relacionados, y estas relaciones siempre tienen un contenido situacional y específico. Quien no puede recordar apenas puede imaginar, pues la memoria es el terreno donde crece la imaginación. La memoria es también el terreno de la identidad: somos lo que recordamos.

    Los edificios son casas de almacenaje, y museos del tiempo y del silencio. Cuando entramos en un monasterio románico podemos todavía experimentar el silencio benevolente del universo. Las estructuras arquitectónicas tienen la capacidad de transformar, acelerar, ralentizar y detener el tiempo. Siguiendo la petición de Søren Kierkegaard, ¡crear silencio!,4 pueden también crear y proteger el silencio. En respuesta a Max Picard, el filósofo del silencio se lamenta: "Nada ha cambiado tanto la naturaleza humana como la pérdida del silencio, [y] el silencio ya no existe como un mundo entero, sino solo en fragmentos, como restos de un mundo";5 la arquitectura tiene que preservar la memoria del mundo del silencio y proteger los fragmentos existentes de este estado ontológico fundamental.

    Algunos tipos de edificios —como los monumentos, las tumbas y los museos— se conciben y construyen deliberadamente con el fin de preservar y evocar recuerdos y emociones específicos. Los edificios pueden sostener sentimientos de dolor y alegría, melancolía y júbilo, así como miedo y esperanza. Todos los edificios mantienen nuestra percepción de la duración y la profundidad del tiempo, y registran y sugieren narrativas culturales y humanas. No podemos concebir o recordar el tiempo como una dimensión meramente física: podemos comprenderlo solo a través de su actualización, a través de rastros, lugares y acontecimientos temporales. Al reflexionar sobre las imágenes compuestas de las ciudades en la memoria, Joseph Brodsky encuentra esas ciudades siempre vacías: [La ciudad de la memoria] está vacía porque resulta más sencillo para la imaginación hacer aparecer la arquitectura que a los seres humanos.6 ¿Es esta la razón intrínseca por la que los arquitectos tendemos a pensar más en la existencia material de la arquitectura que en la vida y las situaciones humanas que tienen lugar en los espacios que proyectamos?

    Las estructuras arquitectónicas favorecen la memoria. Sin duda, nuestra comprensión de la profundidad del tiempo sería mucho más débil, por ejemplo, sin la imagen de las pirámides en nuestras mentes. La simple imagen de una pirámide marca y da concreción al tiempo. Recordamos nuestra infancia, en buena parte, a través de las casas y de los lugares en los que hemos vivido. Hemos proyectado y escondido fragmentos de nuestras vidas en paisajes y casas habitados, del mismo modo que los antiguos oradores situaban los temas de sus discursos en el contexto de edificios imaginarios. La rememoración de lugares y estancias genera el recuerdo de acontecimientos y personas. Yo era el hijo de esa casa, llena del recuerdo de sus aromas, de la frescura de sus vestíbulos y de las voces que la habían amado. Y hasta el croar de las ranas en los pantanos venía a reunírseme,7 rememora Antoine de Saint-Exupéry, el legendario escritor y piloto, después de haber hecho un aterrizaje de emergencia con su avión en el desierto norteafricano.

    El poder mental de los fragmentos

    En su novela Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, Rainer Maria Rilke nos ofrece, de modo parecido y por boca del protagonista, un emotivo registro de una memoria lejana del hogar y de sí mismo surgido de un recuerdo, hecho de fragmentos, de la casa de su abuelo:

    Tal como la encuentro en mi recuerdo infantilmente modificado no es un edificio; está toda ella rota y repartida

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