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Cancelado: El nuevo Macartismo
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Cancelado: El nuevo Macartismo
Libro electrónico140 páginas1 hora

Cancelado: El nuevo Macartismo

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Información de este libro electrónico

Cuestionarse el derecho a opinar en pleno siglo XXI y asumir que una parte de la población se crea con derecho de callar a otra es un peligro. El dialogo, incluso entre posiciones opuestas, es la base de cualquier convivencia democrática, algo que parece olvidarse en un entorno socialy cultural en que abundan las verdades absolutas.Se conoce como PENSAMIENTO WOKE  a quienes prohíben y acosan a otros con criterio distinto.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jun 2023
ISBN9788412627251
Cancelado: El nuevo Macartismo

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    Cancelado - Carmen Domingo

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    Título: #Cancelado. El nuevo Macartismo

    De esta edición: © Círculo de Tiza

    © Del texto: Carmen Domingo

    © De la fotogafía: Guillaume Houzeaux

    © De la ilustración: María Torre Sarmiento

    Primera edición: marzo 2023

    Diseño de cubierta: Miguel Sánchez Lindo

    Maquetación: María Torre Sarmiento

    Impreso en España por Imprenta Kadmos, S. C. L.

    ISBN: 978-84-126272-4-4

    E-ISBN: 978-84-126272-5-1

    Depósito legal: M-5979-2023

    Reservados todos los derechos. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra ni su almacenamiento, tratamiento o transmisión de ninguna manera ni por ningún modo, ya sea electrónico, óptico, de grabación o fotocopia sin autorización previa por escrito de la sociedad.

    "Farenheit 451 llegó a un punto muerto. Nadie quería arriesgarse a publicar una novela que tratara de la censura, futura, presente o pasada".

    Ray Bradbury, Farenheit 451

    Una de las persistentes ilusiones de la humanidad es la de que ciertos sectores de la especie humana son moralmente mejores o peores que otros. Esta creencia tiene distintas formas, ninguna de las cuales cuenta con base racional alguna. Es natural tener buena opinión de nosotros mismos, y a partir de ahí —si nuestros procesos mentales son simples­— de nuestro sexo, nuestra clase, nuestra nación y nuestra época.

    Bertrand Russell, Unpopular essays

    Índice

    El comienzo de una idea

    1. El nuevo macartismo: la Cultura de la Cancelación

    2. Quema de brujas en el siglo XXI

    Lo woke

    La cancelación y el poder de las Big Tech

    3. Soy una víctima, luego existo

    La cancelación de la historia y las historias

    El engaño de la identidad

    Lo racializado y otras minorías

    La apropiación cultural 

    De sexo y género

    La neolengua 

    4. A por el fin de la Cultura de la Cancelación

    Apéndice: Diccionario de la Cancelación

    Bibliografía 

    Notas 

    El comienzo de una idea

    La gente teme al aislamiento más que al error.

    Alexis de Tocqueville

    A veces los temas, las ideas, más que buscarlos te llegan. A veces, los temas, las ideas, cuando empiezan a moverse en tu cabeza lo hacen tímidos, sin intención de extenderse demasiado, con la única voluntad de dejarse ver. Otras, esos temas, esas ideas, salen de tu teclado y llegan a las manos, los oídos, los ojos de los demás, y son ellos los que les dan un nuevo impulso en el que ni tú habías pensado. Algo así fue lo sucedido con #Cancelada. Sobre el nuevo Macartismo, un libro en el que hablo del impacto de la Cultura de la Cancelación en Occidente, una actitud cada vez más frecuente que consiste en retirar el apoyo, ya sea moral, económico, digital o social, a aquellas personas u organizaciones que, independientemente de la veracidad de sus argumentos, no cumplen con las expectativas de un sector de la sociedad que, en ese momento, ostenta cierto poder y lo ejerce limitando, con su intento de silenciar al otro, la libertad de expresión. O sea, cancelándolo.

    La idea surgió un día que andaba yo leyendo uno de los artículos que publica semanalmente Ana Iris Simón en El País. Yo suelo leer artículos de opinión de dos tipos de autores: o bien de aquellos con los que, por regla general, coincido, o, justo lo contrario, de aquellos que, de antemano, sé que nada tienen que ver con mi pensamiento, y su punto de partida me sirve para reflexionar acerca de lo leído. Opinar lo mismo que otra persona es, obvio, tranquilizador, pero no da mucho juego intelectual, mientas que las reacciones ante un texto con el que no coincides son variadas y acaban siendo más gratificantes. La reacción más habitual es hacer un razonamiento en contra, lo más habitual, digo, porque poco después comprobé cómo, a raíz del tema que trataba Ana Iris en aquel artículo, a veces constatar que alguien opina lo contrario que tú lejos de desatar razonamientos puede desatar los más bajos instintos. Y así fue, un periodista devenido en opinólogo televisivo a quien no le había gustado su artículo había intentado que la cancelaran, o sea, que dejara de escribir en el medio en el que había publicado. Tan poco le gustó al personaje en cuestión que hablara acerca de la importancia que para ella tenía la familia, tal era el sujeto del artículo en cuestión, que, no contento, pidió su cancelación. El argumento: la interpretación que la manchega hacía de la familia se acercaba a lo que, para él, era doctrina de la derecha del pasado siglo. Cosas veredes, pensé cuando la escuché a ella explicar la anécdota en un podcast en el que la estaban entrevistando. Al fin, sin darle demasiada importancia al artículo, concluyó: no cancela quien quiere, sino quien puede. Cómo era posible, me pregunté ingenua, que en pleno siglo XXI alguien tratara de bloquear una opinión. Más adelante me enteré de que este profesional de los medios que pontifica a diario en periódicos, televisiones y redes sociales, incluso había llegado a ponerse en contacto con la directora del diario en su afán cancelador para que ella dejara de escribir. De nuevo un único argumento: lo que ella opinaba no era de su gusto y, decía el opinólogo, era de extrema derecha. Ni que decir tiene que, doy por sentado, desconocía lo que significaba ese término al utilizarlo, puesto que las técnicas utilizadas por él eran, precisamente, muy típicas de extremada derecha.

    Vaya, me dije, ya estamos con ese uso tan particular de la libertad de expresión que solo vale si el que opina hace, dice, o piensa lo mismo que quien lo está leyendo. Nada nuevo, pensé, y a mi cabeza llegaron algunos ejemplos similares surgidos en medios demócratas estadounidenses que podían ayudarme en mis reflexiones. Sin embargo, lo que más me sorprendió y preocupó fue que la Cultura de la Cancelación estuviera haciendo mella en la izquierda posmoderna de nuestro país, que era donde se ubicaba ideológicamente el cancelador en cuestión y de donde saco la mayoría de ejemplos en los que sustento este texto. Así que, teniendo yo que entregar en esos días también un artículo para el mismo medio, la situación no podía venirme más de cara para reflexionar acerca de esa circunstancia.

    Lo cierto es que el tema, pensé conforme me documentaba para escribir el artículo, no podía ser más delicado y, al menos a mí, me generaba todo tipo de inquietudes por lo que podía suponer el hecho de que alguien tuviera, o creyera tener, el poder de cancelar y… lo ejerciera. No podía quitarme de la cabeza que la cancelación es, principalmente, un intento de limitar la libertad de expresión. ¿Cómo podíamos estar cuestionándonos la libertad de expresión en plenos siglo XXI? Confiada en que sería una moda pasajera —ni que decir tiene que no valgo como pitonisa— concluí mi artículo, el cual titulé: No cancela quien quiere, sino quien puede, y salió publicado el último día de 2021.

    Ese mismo día, la editora que ha acabado acompañándome en esta aventura me mandaba un mensaje interno en Twitter felicitándome por el texto y conminándome a que, quizás, valorara la posibilidad de escribir un ensayo sobre el tema. Y así fue como yo, sin pensármelo dos veces, me puse a ello. Consciente de que para las democracias contemporáneas no había nada peor que el intento de penalización de la libertad de expresión y que eso, al fin, acabaría por pasarnos factura.

    ¿Cómo podía ser que en 2022 una parte de la población se creyera con derecho a pedir que cancelaran a la otra? ¿Quiénes tenían poder, o creían tenerlo, hasta proponer una cancelación? ¿Quién iba a aguantar tal despropósito? ¿Acaso no saldríamos todos a quejarnos ante semejante disparate?

    Pues han pasado las semanas, los meses, y lo que para mí ha quedado claro es que me equivoqué y, aunque no cancela quien quiere, sino quien puede, hay mucha gente que trata de cancelar, y mucha más que se deja cancelar por miedo, antes incluso de ser señalados. Evitan opinar porque creen que al no opinar no molestan, porque piensan que con su silencio un grupo X de personas no se sentirá ofendido y su silencio, si no les beneficia, al menos no les perjudica… Y es así como llegamos al momento actual en el que la cultura de la cancelación no solo ha hecho mella en nuestro país, como lo ha hecho en Estados Unidos y en otros muchos países, sino que se ha hecho fuerte algo que, a mi juicio, juega en contra de la libertad de pensamiento, de nuestras propias libertades individuales. Es así como todo ello ha acabado en una reflexión que dejo en las páginas que siguen, en las que los ejemplos muestran, o demuestran más bien, el porqué de mi preocupación que espero, tras la lectura, también sea la vuestra, porque… ¿acaso no es mejor que todo el mundo opine aunque opine distinto que nosotros? Sin duda, porque una sociedad muestra ser más madura si permite todo tipo de opiniones, por descabelladas que parezcan, eso sin olvidar que históricamente la cancelación fue patrimonio de la derecha (la censora, la inquisidora, la señaladora de pecados) y, ahora, por primera vez, es un signo de identidad de la izquierda. Esto último es, sin duda, la triste gran novedad.

    Solo puedo añadir que todos y cada uno de los ejemplos que doy son ciertos por más que, por momentos, puedan parecer invenciones. La bibliografía y la hemeroteca confirman que la realidad, una vez más, supera con mucho a la ficción.

    1. El nuevo macartismo: la Cultura de la Cancelación

    Vivimos una época en la que lo inverosímil tiene carta de verosimilitud. Algunas de las noticias que leemos en los diarios no las consideraríamos creíbles ni en una película. Es más, nos parecerían dignas

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