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Las aventuras de Tom Sawyer
Las aventuras de Tom Sawyer
Las aventuras de Tom Sawyer
Libro electrónico317 páginas6 horas

Las aventuras de Tom Sawyer

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La presente novela de Mark Twain es considerada, en la actualidad, como obra maestra de la literatura universal. A través de Tom Sawyer, el autor representa la imaginación juvenil y sus ansias de aventuras. Las apasionantes y divertidas peripecias del protagonista corresponden a hechos y personajes reales vistos por el propio autor y propiciados por el terreno fronterizo que suponía el Mississippi, lleno de transeúntes, personajes de todo pelaje y rica orografía en islotes, grutas, pantanos y bosques.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 mar 2023
ISBN9788472547230
Autor

Mark Twain

Mark Twain (1835-1910) was an American humorist, novelist, and lecturer. Born Samuel Langhorne Clemens, he was raised in Hannibal, Missouri, a setting which would serve as inspiration for some of his most famous works. After an apprenticeship at a local printer’s shop, he worked as a typesetter and contributor for a newspaper run by his brother Orion. Before embarking on a career as a professional writer, Twain spent time as a riverboat pilot on the Mississippi and as a miner in Nevada. In 1865, inspired by a story he heard at Angels Camp, California, he published “The Celebrated Jumping Frog of Calaveras County,” earning him international acclaim for his abundant wit and mastery of American English. He spent the next decade publishing works of travel literature, satirical stories and essays, and his first novel, The Gilded Age: A Tale of Today (1873). In 1876, he published The Adventures of Tom Sawyer, a novel about a mischievous young boy growing up on the banks of the Mississippi River. In 1884 he released a direct sequel, The Adventures of Huckleberry Finn, which follows one of Tom’s friends on an epic adventure through the heart of the American South. Addressing themes of race, class, history, and politics, Twain captures the joys and sorrows of boyhood while exposing and condemning American racism. Despite his immense success as a writer and popular lecturer, Twain struggled with debt and bankruptcy toward the end of his life, but managed to repay his creditors in full by the time of his passing at age 74. Curiously, Twain’s birth and death coincided with the appearance of Halley’s Comet, a fitting tribute to a visionary writer whose steady sense of morality survived some of the darkest periods of American history.

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    Las aventuras de Tom Sawyer - Mark Twain

    Las aventuras de Tom Sawyer

    Mark Twain

    Century Carroggio

    Derechos de autor © 2023 Century Publishers s.l.

    Reservados todos los derechos.

    Introducción: Juan Leita

    Traducción: Jorge Beltran

    Diseño de portada: Santiago Carroggio

    Contenido

    Página del título

    Derechos de autor

    Introducción AL AUTOR Y SU OBRA

    PREFACIO

    Capítulo primero

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo VIII

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Capítulo XI

    Capítulo XII

    Capítulo XIII

    Capítulo XIV

    Capítulo XV

    Capítulo XVI

    Capítulo XVII

    Capítulo XVIII

    Capítulo XIX

    Capítulo XX

    Capítulo XXI

    Capítulo XXI

    Capítulo XXIII

    Capítulo XXIV

    Capítulo XXV

    Capítulo XXVI

    Capítulo XXVII

    Capítulo XXVIII

    Capítulo XIX

    Capítulo XXX

    Capítulo XXXI

    Capítulo XXXII

    Capítulo XXXIII

    Capítulo XXXIV

    Capítulo XXXV

    Capítulo XXXVI

    Conclusión

    Introducción AL AUTOR Y SU OBRA

    En el agradable marco de la literatura juvenil, el nombre de Mark Twain resuena sin duda alguna como uno de los sonidos más peculiares que consigue atraer y magnetizar inmediatamente la atención. Los personajes y los argumentos que creó se han difundido tanto por todo el mundo, que prácticamente resulta casi imposible no saber algo de Tom Sawyer o de Huckleberry Finn. Quien no ha leído sus obras, ha vivido en el cine sus originales aventuras. ¿Algún muchacho no se ha estremecido ante la amenaza de Joe el Indio, que se cierne sobre Tom y su pequeña novia, Becky Thatcher, en la profundidad de unas grutas sin salida? ¿Hay algún chico que no haya sentido con Tom y Huck la enorme emoción de visitar un cementerio en plena noche, para ser testigos oculares del más innoble asesinato? Ni el cine ni la televisión se cansan de reproducir de tiempo en tiempo las célebres novelas de Mark Twain, porque saben que la atención y el interés del público juvenil están asegurados. Conozcamos, no obstante, antes de empezar la lectura de sus más emocionantes relatos, algo de la vida de un autor tan singular, así como algunos pormenores interesantes que ayudan a captar y a comprender mejor sus obras.

    UNA VIDA AGITADA

    El verdadero nombre del creador de Tom Sawyer y de Huckleberry Finn era Samuel Langhorne Clemens. Nació el 30 de noviembre de 1835 en un pueblo casi olvidado de Norteamérica, llamado Monroy County (Florida, Missouri), aunque muy pronto la familia Clemens se trasladó a Hannibal, población a orillas del río Mississippi, donde en realidad transcurrieron la infancia y la adolescencia del escritor. Así, Hannibal había de constituirse de hecho como la primera patria de Mark Twain. Todavía hoy cines, calles y plazas aparecen bautizados con los nombres de sus héroes e incluso se ven estatuas con las figuras de algunos de ellos. En la misma comarca existen un faro y un enorme puente dedicados a la memoria del famoso autor.

    La vida del joven Samuel Clemens, sin embargo, no fue tan triunfal como puede dar a entender esta explosión de fervor popular por un gran artista. Su padre murió muy pronto y, a los trece años, el muchacho tenía que abandonar ya la escuela y entrar a trabajar como aprendiz en la imprenta de su hermano Orion, a fin de colaborar con su esfuerzo a solventar los problemas y las necesidades de su familia.

    En 1851, no obstante, había de producirse en la vida de aquel muchacho un acontecimiento decisivo que marcaría en varios sentidos la persona y el espíritu del futuro creador literario. Abandonando el oficio de tipógrafo, entró como aprendiz de piloto en los vapores que surcaban por aquella época las aguas del río Mississippi. Aunque su primer trabajo en la imprenta puede considerarse como la forja donde Samuel Clemens entró en contacto con las letras, la nueva experiencia significaría el gran acopio de material para sus mejores libros. La imaginación despierta de aquel joven de dieciséis años iba observando y reteniendo la variada serie de detalles que ofrecía la vida del piloto en aquel amplio horizonte de la naturaleza. El maravilloso paisaje, los extraños nombres de las aldeas que circundaban el río y las costumbres exóticas de sus habitantes se iban grabando profundamente en su ánimo. Estudiaba detenidamente aquellos barcos a vapor, propulsados por ruedas, se fijaba en los diversos y curiosos tipos de gente que se embarcaban en ellos, atendía sin cansarse al grito del hombre que echaba la sonda para comprobar la profundidad de las aguas, anunciando que el fondo quedaba sólo a dos brazas: «Mark twain! (¡Marca dos!)»

    Al estallar la guerra de Secesión, sin embargo, cuando, siendo ya un hombre, había conseguido pilotar uno de los navíos que hacían la travesía ordinaria por el Mississippi, su nueva profesión fue de repente interrumpida. La terrible contienda entre Norte y Sur dejó casi paralizadas las acciones normales que se desarrollaban en la paz. Durante un breve período, militó incluso en el ejército del Sur, comportándose de manera valiente y llena de coraje, aunque en sus escritos nunca quiso hablar seriamente de este episodio de su vida.

    En 1861, terminada ya la penosa guerra civil que asoló gran parte de Norteamérica, trabajó de nuevo con su hermano Orion que había sido nombrado secretario del Estado de Nevada. Otro tipo de labor, completamente distinta de las anteriores, se sumaba a la gran variedad de actividades que animaron sobre todo su primera época: durante dos años, estuvo empleado como minero en las minas de plata de Humboldt y de Esmeralda. Al mismo tiempo, empezó a colaborar en un periódico de Virginia, llamado Territorial Enterprise. Sus artículos llamaron muy pronto la atención del público. En cierto sentido, la llamaron demasiado, ya que a resultas de un comentario periodístico estuvo a punto de batirse en condiciones muy duras con el director del diario Union. Se difundió, no obstante, la invención de que Samuel Langhorne Clemens era un tirador extraordinario, por lo cual su adversario prefirió presentarle sus excusas. A pesar de todo, aunque el duelo quedó frustrado, aquel lance tuvo consecuencias en la suerte del nuevo periodista dado que, perseguido por la justicia, se vio obligado a emigrar a California, donde se convertiría en el director del Virginia City Enterprise. Allí fue donde decidió utilizar un seudónimo para firmar sus escritos. Su recuerdo lo llevó inmediatamente a la época feliz en que surcaba como piloto las aguas del Mississippi y no encontró mejor nombre que el grito oído tantas veces: «Mark Twain!».

    En 1865 cambió nuevamente de residencia y se trasladó a San Francisco, trabajando durante unos meses en la revista Morning Call. En el mismo año, aprovechando su experiencia como minero, probó fortuna en unas minas de oro situadas en el condado de Calaveras. La empresa, sin embargo, no resultó específicamente fructífera y al año siguiente emprendió un viaje a las islas Hawaii, donde permaneció por un período de seis meses. El reportaje que escribió sobre esta larga estancia lo hizo por primera vez célebre y, a su vuelta a Norteamérica, dio una serie de conferencias muy graciosas en California y Nevada que consolidaron su fama como agudo humorista.

    El gran éxito de este proyecto indujo a la dirección del periódico llamado Alta California a enviarlo a Tierra Santa como corresponsal. De este modo, en 1867 visitó el Mediterráneo, Egipto y Palestina, con un grupo de turistas. Todo ello lo contó luego en el libro titulado The Innocents Abroad (Inocentes en el extranjero),que se convirtió en uno de los primeros best-sellers norteamericanos.

    Al regresar de nuevo a su país, dirigió el Express de Buffalo y contrajo matrimonio con Olivia L. Langdon, de la cual tuvo cuatro hijos. Tras un período de conferencias en Londres, en el año 1872, se inicia la gran producción de Mark Twain como narrador y novelista. Las aventuras de Tom Sawyer es la primera obra que le habrá de dar un renombre universal, aunque su agudo poder satírico se manifiesta con enorme vigor en historias breves como The Stolen White Elefant (El elefante blanco robado),en la que arremete graciosamente contra la policía norteamericana. El príncipe y el mendigo,quizá su más emotiva y poética ficción como creación literaria juvenil, se publica en 1882. Tres años más tarde, sin embargo, aparece su Huckleberry Finn, acerca de la cual toda la crítica está de acuerdo en afirmar que se trata de su obra maestra.

    Entre tanto, una nueva profesión vino a sumarse al variado número de actividades que abordó aquel hombre de cualidades, ciertamente, polifacéticas. Asociándose con Charles L. Webster, Mark Twain dedicó sus esfuerzos al difícil campo editorial, emprendiendo un negocio de vastas y ambiciosas proporciones. Hasta aquel momento, las ganancias conseguidas como escritor y conferenciante lo habían hecho poseedor de una considerable fortuna. La nueva tentativa, no obstante, lo iba a llevar en un período de diez años a la más absoluta ruina. Así, durante 1895 y 1896, se vio obligado a dar un extenso ciclo de conferencias por toda Europa, a fin de poder pagar a los acreedores. El éxito de sus publicaciones, como el de Un yanqui en la corte del rey Arturo, en 1889, era ya lejano e insuficiente para subsanar las cuantiosas deudas contraídas en su trabajo como editor. A pesar de todo, la gran acogida que obtuvo como agudo y divertido conferenciante, así como la notable venta de un nuevo libro titulado Following the Equator (Siguiendo el Ecuador),en donde se narra su vuelta al mundo, lograron rehacer su situación económica y resolver este momento crítico de su vida.

    El prestigio de Mark Twain como autor, sin embargo, había llegado a su máximo grado. Su categoría literaria era reconocida internacionalmente. En 1902, la universidad de Yale le concedía el doctorado en letras y en Missouri era nombrado doctor en leyes. En 1907, el rey de Inglaterra lo recibía en el palacio de Windsor y la universidad de Oxford le otorgaba el título de «doctor honoris causa».

    Aquel «típico ciudadano yanqui», tal como lo describe Ramón J. Sender, de «estatura aventajada, cabellera rojiza y revuelta, el bigote caído —se usaba entonces— y una expresión de sorna bondadosa y a veces un poco apoyada y gruesa», supo compaginar de una forma difícil de entender para nosotros las más diversas imágenes sociales de un personaje. Impresor, piloto, soldado, minero, periodista, conferenciante, editor, escritor, hombre de negocios y publicista, poseyó la rara y admirable cualidad de saber relacionarse con todo el mundo de la misma manera simpática, viva y afectuosa. Por esto, a su muerte en Redding (Connecticut) el 21 de abril de 1910, su figura ya era mundialmente admirada, no sólo por su poderoso ingenio literario, sino también por su enorme categoría humana.

    UN RÍO Y DOS MUCHACHOS

    Evidentemente, dos de sus novelas tienen dos protagonistas concretos que la imaginación juvenil y sus ansias de aventura no olvidarán jamás: Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Con todo, es importante observar que existe en el fondo de ambos relatos otro protagonista no menos verdadero, aunque sea solamente un elemento inanimado y pasivo del paisaje y de la naturaleza: el inmenso río Mississippi. Tal como nos anuncia Mark Twain al comienzo de la primera novela, las incidencias apasionantes y divertidas que viven Tom y Huck corresponden a hechos y personajes reales vistos por el propio autor. Lo que no se nos dice, sin embargo, es que la emoción de la aventura y las posibilidades casi ilimitadas de sorprendentes peripecias se deben sobre todo al vastísimo sistema fluvial Mississippi-Missouri que atraviesa todos los Estados Unidos, de Norte a Sur, y que alcanza una longitud de 6.260 kilómetros.

    En efecto, en primer lugar hay que notar la aportación material de un escenario casi insuperable por lo que se refiere a la capacidad de llevar a cabo innumerables hazañas de exploración y atrevidas incursiones. Bosques, pantanos, grutas, lagos, pequeñas islas y brazos muertos, forman la diversa gama de componentes que se extienden a lo largo del Mississippi, con sus múltiples afluentes que acaban por conferir una complicada variedad al enorme cúmulo de posibilidades. No es nada difícil reproducir en este marco la fantasía infantil de la piratería ni planear una prodigiosa escapada aguas abajo.

    En segundo lugar, no obstante, hay que insistir principalmente en la acumulación de los tipos humanos más diferentes que se produce alrededor de aquellas aguas de carácter fronterizo. Ello no era debido únicamente al hecho de que el Mississippi constituía una vía fluvial de primer orden, surcada por barcos que, cargados de cereales, madera y algodón, descendían hasta Nueva Orleáns, sino también al hecho de ser el límite a partir del cual se extendían amplísimos territorios por colonizar. De este modo, negociantes, aventureros, vagabundos, malhechores, indios y buscadores de oro, se mezclaban con la pacífica población dedicada al cultivo, confiriendo a aquellas aldeas y ciudades una naturaleza auténticamente dispar de razas y mentalidades. Los mismos nombres pintorescos de sus poblaciones parecen representar un símbolo de esta característica cosmopolita. La aparición repentina de un San Petersburgo, un Cairo o un Constantinopla, resulta tan sorprendente, que es posible que el lector piense que la acción se ha trasladado sin previo aviso y como por arte de magia a las tierras de Rusia, de Egipto o del Antiguo Oriente.

    Las aventuras de Tom Sawyer es el primer relato que se desarrolla en ese majestuoso marco americano, punto de confluencia de las costumbres y de los personajes más curiosos. Es cierto que una buena parte de la novela recoge las experiencias personales del autor vividas en la escuela de Hannibal. El mismo Tom es el compuesto de tres muchachos que allí conoció. Sin embargo, la obra no se limita en modo alguno a ser un mero documento de género escolar, sino que hay que calificarla corno un panorama épico y realista de los habitantes de las llanuras del Medio Oeste, extendidas a lo largo del Mississippi.

    El policromo cuadro de individuos y caracteres constituye ya una muestra importante de este hecho: el viejo Muff Potter, Joe el Indio, el negro Jim, el vagabundo Huck y tantos otros, aparecen como fieles reproducciones de aquella concentración de tipos humanos que se daba únicamente en un territorio limítrofe a causa sobre todo de sus condiciones geográficas. En aquel marco se hace perfectamente posible que, al lado de la severa y puritana tía Polly, anden malhechores y pordioseros abandonados a su propia maldad o miseria. Al lado de las costumbres más piadosas y normales, surgen extrañas supersticiones que se relacionan con un gato muerto y ritos insospechados que llevan a derramar la propia sangre de los protagonistas. Si Mark Twain puede describir las características de unos individuos que son temibles y tortuosos, «la figura de su primera novia, inmortalizada con el nombre de Becky Thatcher, es una de las más delicadas del mundo idílico en cualquier cultura y en cualquier tiempo», tal como ha afirmado Ramón J. Sender.

    La poderosa atracción y la misma acción física del Mississippi, no obstante, son elementos que juegan un papel decisivo en este relato, aunque luego han de engrandecerse notablemente en Las aventuras de Huckleberry Finn. Tom se siente irresistiblemente impulsado a lanzarse a la suerte de la piratería, dejando a un lado sus deberes escolares y la atención de los suyos, mientras que el final de la novela, verdaderamente épico, se hace posible por la erosión fluvial que crea el incomparable ámbito de unas grutas inmensas y tenebrosas.

    Las aventuras de Huckleberry Finn representa, en efecto, la sublimación y el engrandecimiento de aquel mundo fronterizo, tan diverso y pintoresco. En realidad, aunque la novela pueda incluirse perfectamente dentro de la literatura juvenil, sus valores artísticos alcanzan una categoría muy superior, hasta el punto de que Ernest Hemingway la reconoció como el libro de donde procede toda la literatura moderna norteamericana.

    Con la escapada de Huck y Jim por el río a fin de liberar a este de su esclavitud, el Mississippi pasa a ser en primerísimo término el amplio horizonte de la naturaleza donde van apareciendo las miserables ciudades esparcidas a lo largo del valle del Missouri y del Ohio, la América de la colonización y de la vida violenta, los más atrevidos aventureros y los más exóticos tipos errantes. No solamente las posibilidades de aventura que ofrece el hecho de convertirse el río en decorado principal se acrecientan hasta el máximo, con emocionantes abordajes a barcos, ocultamientos y persecuciones en islas, sino que la exótica acumulación de personajes producida en aquel territorio limítrofe llega a su punto culminante. El episodio en que aparecen dos raros vagabundos, el Duque y el Rey, es uno de los pasajes más divertidos, frescos y originales de toda la creación literaria de Mark Twain.

    En este mismo sentido hay que hablar del propio protagonista. Si Tom Sawyer es el retrato fidedigno del boy americano, Huckleberry Finn representa la fiel descripción del muchacho abandonado a su propia suerte en medio de la vida dura y difícil de aquella época que le tocó vivir al mismo autor en sus años de juventud. No sólo es el reflejo exacto del chico avispado y lleno de coraje que en un aspecto más realista surcaba las aguas del Mississippi, sino también el portavoz de sus ideas más queridas y humanas. En este apartado, hay que mencionar sobre todo su admirable y sorprendente posición ante el tema de la esclavitud.

    Si tenemos en cuenta que la mentalidad esclavista era lo más normal alrededor de aquel río en cuyas orillas se habían establecido numerosos mercados de esclavos, resulta perfectamente comprensible que Huck tenga graves problemas de conciencia en uno de los capítulos más logrados desde el punto de vista humano y psicológico de la novela. La conducta honrada e incluso piadosa parecía consistir a todas luces en oponerse a la empresa de liberar a un negro. El enorme peso de la sociedad y de la opinión pública recaía avasalladoramente sobre el pobre juicio de un muchacho que no tenía más armas que sus sentimientos y su forma primitiva de proceder. Por esto Huck duda de su actuación y se siente tentado a denunciar a su amigo, escribiendo una carta a la legítima dueña del esclavo a quien él defiende con su atrevida escapatoria: «Miss Watson: su negro fugitivo Jim está aquí a dos millas más abajo de Pikesville y míster Phelps lo tiene preso y lo entregará a cambio de la recompensa, si usted la envía. Huck Finn».Sin embargo, la evocación de la amistad y de la bondad natural lo llevan a rechazar la conducta «honrada y piadosa», para adoptar precisamente la actitud justa y razonable: «Reflexioné un minuto, conteniendo la respiración y entonces me digo a mí mismo: Bueno, pues iré al infierno. Y rompí el papel en pedazos. Temibles pensamientos y temibles palabras, pero ya estaban dichas y así las dejé y nunca más volví a pensar en reformarme. Me quité de la cabeza toda idea al respecto y dije que volvería a dedicarme a la maldad, que era lo mío, ya que en ella me habían criado, mientras que lo otro no lo era. Y, para empezar, iría a sacar de nuevo a Jim de la esclavitud y, si se me ocurría algo peor, lo haría también, ya que, dado que estaba metido en ello, y metido hasta las cejas, debía llegar hasta el límite».

    Por este y por muchos otros conceptos, Las aventuras de Huckleberry Finn ha sido considerado acertadamente como la obra maestra de Mark Twain. Con razón, la crítica más autorizada no ha dudado en afirmar que esta novela constituye una vasta epopeya realista, una visión americana notable tanto por la delicadeza de los detalles como por la grandeza de su conjunto.

    UN REINO Y DOS HISTORIAS FASCINANTES

    El genio literario de Mark Twain no se limitó simplemente al género real y costumbrista, basado ante todo en la propia experiencia personal, sino que su imaginación se desbordó profusamente no sólo fuera de su país y de su tierra natal, sino también fuera del tiempo histórico en que vivió. La prueba más brillante del vigoroso poder de su fantasía se encuentra, de manera evidente, en los otros dos relatos que se incluyen en este volumen.

    Con Un yanqui en la corte del rey Arturo,nos trasladamos de repente y por obra de un extraño fenómeno de la América colonizadora a la Inglaterra de los reyes que se hunden en la leyenda, de la época contemporánea del autor al período que se calcula comprendido entre los cincuenta primeros años del siglo VI. Un yanqui de Connecticut sufre una fuerte conmoción a causa de una pelea y, al despertar de su desmayo, advierte con sorpresa que se halla en los tiempos medievales de los caballeros de la Tabla Redonda y del rey Arturo.

    Resulta difícil averiguar cuál es el verdadero fondo histórico que dio pie a la serie de relatos fantásticos conocidos comúnmente con el nombre de «ciclo artúrico». Según la opinión más generalizada, sin embargo, parece haber existido un fundamento en la persona del prefecto romano Lucius Artorius Castus quien, a principios del siglo ii, ayudó a defenderse a los bretones contra un pueblo invasor, originando una leyenda que aparece ya consignada en documentos del siglo vi.

    Fuera como fuese, no obstante, la versión casi completa y definitiva de esta parte legendaria de la historia de Inglaterra se debió a Godofredo de Monmouth, con su obra publicada en 1136 bajo el título de Historia regum Britanniae (Historia de los reyes de Bretaña).Allí se cuentan por primera vez de una forma ordenada y con pretensiones históricas el nacimiento prodigioso del rey Arturo, gracias a las maravillosas artes del mago Merlín, sus grandes victorias sobre sajones, pictos y escotos, el establecimiento de una corte fastuosa en Camelot, así como su deseo de proclamarse emperador en Roma y la ulterior guerra civil en la que el rey cae gravemente herido, debiendo retirarse a la isla de Avalón. Una traducción francesa de la obra de Godofredo, realizada por Wace en 1155, incluyó el detalle de la Tabla Redonda, la mesa en torno a la cual se colocaban los caballeros de la corte para evitar toda discusión por razones de prioridad o dignidad superior. Las hazañas portentosas de estos caballeros, como Lancelot (Lanzarote) o Perceval, empezaron a ser relatadas por Chrétien de Troyes, ensalzándose así no sólo el amor caballeresco, con la defensa a ultranza de la dama de sus sueños, sino también las virtudes cristianas y místicas, con la búsqueda y posesión del Santo Graal (la copa utilizada por Jesucristo en la Santa Cena).

    Dejando a un lado, sin embargo, cualquier comprobación de tipo histórico, lo que interesa a Mark Twain en su novela es recoger aquel ambiente fantástico para desarrollar un argumento repleto de gracia, humor e ironía. El yanqui de Connecticut pretende reformar con sus conocimientos modernos las instituciones y la vida económica de la Inglaterra del rey Arturo. Pero la empresa es gigantesca y las dificultades se sucederán, a pesar de ser reconocido en la corte como un mago mucho más prodigioso que Merlín, gracias a la ventaja que le proporciona el hecho de estar en posesión de los datos científicos de la astronomía y de la técnica moderna-Ni los poderes feudales ni los intereses de la Iglesia estarán dispuestos a aceptar una reforma tan radical.

    Por lo que se refiere a este punto concreto, hay que hacer una observación importante, a fin de que el lector no se llame a engaño ante los exagerados ataques de Mark Twain al espíritu caballeresco de la Edad Media y a la influencia que ejercía entonces la Iglesia sobre el pueblo. Una posición radicalista, muy propia de la mentalidad ochocentista que impera con gran fuerza en el pensamiento del autor, lo induce a admitir llanamente que todos los males y miserias de la época medieval se debían al afán de dominio y riqueza por parte de caballeros y eclesiásticos. Si su actitud frente al problema esclavista era muy acertada y profunda, tal como hemos visto al comentar Las aventuras de Huckleberry Finn, en Un yanqui en la corte del rey Arturo se peca de superficialidad por lo que respecta al modo de enjuiciar aquel período de la historia. Sin duda, se produjeron desatinos y existieron discriminaciones sociales innegables. Con todo, se deben tener en cuenta también otros aspectos que Mark Twain se calla. El descrédito de la caballería andante no puede llevarse seriamente hasta el extremo, porque la Inglaterra democrática surgió precisamente de los caballeros y no de los yanquis o de cualquier otro proceso histórico. Al mismo tiempo, no puede silenciarse la importante labor de la Iglesia como conservadora y transmisora de la cultura, el

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