Física cuántica y relativista: Más allá de nuestros sentidos
Por Carlos Sabín
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Carlos Sabín
Investigador postdoctoral en el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid dentro del área de tecnologías cuánticas. Es doctor en Física por la Universidad Complutense de Madrid con una tesis sobre información cuántica y ha sido investigador postdoctoral y assistant professor en la Universidad de Nottingham (Reino Unido). Ha recibido una beca Junior Leader de la Obra Social La Caixa y una ayuda Ramón y Cajal del Ministerio de Ciencia e Innovación. Realiza activamente divulgación científica a través de su blog Cuantos completos, perteneciente a la plataforma SciLogs de la revista Investigación y Ciencia. Es autor, en esta misma colección, de Verdades y mentiras de la física cuántica (2020). Ha publicado más de cincuenta artículos en revistas internacionales de alto impacto y ha participado en más de treinta congresos internacionales.
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Física cuántica y relativista - Carlos Sabín
Física cuántica y relativista
Más allá de nuestros sentidos
Carlos Sabín
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© Carlos Sabín, 2022
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Para Mencha.
Para Nicolás.
Índice
INTRODUCCIÓN. ¿Por qué física cuántica y relativista?
CAPÍTULO 1. Teoría de la relatividad: no todo es relativo
CAPÍTULO 2. La física cuántica no viola las leyes de la relatividad
CAPÍTULO 3. Física cuántica + relatividad = teoría cuántica de campos
CAPÍTULO 4. Física cuántica + relatividad general = teoría cuántica de campos en espacio-tiempo curvo
CAPÍTULO 5. Hacia una teoría cuántica de la gravedad
CONCLUSIONES FINALES
GLOSARIO
BIBLIOGRAFÍA
Introducción
¿Por qué física cuántica y relativista?
Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que sueña nuestra filosofía
.
Hamlet, William Shakespeare (1603)
Guárdate de él, guárdate de él como de la peste. Es el sentido común el que con los medios comunes de conocer juzga, de tal modo que en tierra en que un solo mortal conociera el microscopio y el telescopio disputaríanle sus coterráneos por hombre falto de sentido común cuando les comunicase sus observaciones, juzgando ellos a simple vista, que es el instrumento del sentido común
.
Amor y pedagogía, Miguel de Unanumo (1902)
La física de todos los días
, la que estudiamos en el colegio, la de los planos inclinados y las poleas, los objetos que se dejan caer o los trenes que van desde A hasta B a una velocidad X, esa física no es ni cuántica ni relativista. Naturalmente, esto no es un problema ni de la física ni de las teorías cuánticas o relativistas. Sencillamente, para describir lo que sucede en esos problemas con objetos macroscópicos y que se mueven a velocidades relativamente pequeñas, ni la física cuántica ni la teoría de la relatividad nos sirven, en general, para nada. De ahí el absurdo de pretender sacar grandes conclusiones sobre la vida a partir de cosas que se salen de su rango de aplicación: ya saben, la física cuántica demuestra que no existe esto o aquello
, Einstein ya dijo que…
, etc. Todas esas cosas no suelen tener demasiada relación con nuestra vida diaria (salvo que uno sea un electrón o, qué se yo, un agujero negro). Para nuestra vida cotidiana suelen ser más útiles las cosas de las leyes de Newton: que la fuerza es igual a la masa por aceleración, que los objetos caen con la misma aceleración independientemente de su masa, que para cada fuerza que hacemos existe una fuerza de reacción de igual valor y sentido opuesto… Pero supongo que estas verdades que podemos experimentar con facilidad en cualquier momento no nos resultan tan atractivas.
Entonces, ¿para qué queremos la física cuántica y la relatividad? Sencillamente, porque en la naturaleza hay más cosas que las que vemos en nuestra física de todos los días. Por ejemplo, mi masa es aproximadamente 65 kilogramos, pero un electrón tiene una masa de 0,0000000000000000000000000000009 kilogramos. ¿Es razonable esperar que la descripción física de las cosas que me suceden a mí sea la misma que en el caso del electrón, siendo nuestras masas tan diferentes? No es sorprendente entonces que haya que recurrir a nuevas ideas, las de la física cuántica, para explicar la física del electrón.
Usain Bolt alcanzó una velocidad máxima de aproximadamente 12 metros por segundo¹ y un tren español de alta velocidad puede llegar hasta unos 85 metros por segundo. El sonido se desplaza por el aire a unos 340 metros por segundo y este valor nos sirve de referencia para medir las velocidades más alucinantes que nos encontramos en nuestra vida, que son las que alcanzan algunos aviones. Sin embargo, la luz se mueve muchísimo más rápido: a unos 300 millones de metros por segundo. Por eso quizá tampoco es sorprendente que para describir la física de algo que se mueva a velocidades cercanas a la de la luz tenga que recurrir a ideas nuevas: las de la teoría de la relatividad.
Por tanto, la física cuántica y la relatividad completan la física de Newton de todos los días, ocupándose de aspectos de la naturaleza que no son aquellos para los que esa física fue concebida. A pesar de la gran influencia del libro de Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, con sus cambios de paradigma
, lo cierto es que las teorías físicas no se sustituyen unas a otras mediante revoluciones, sino que las nuevas teorías complementan a las anteriores, extendiendo el rango de validez de nuestro conocimiento. Las teorías físicas aceptadas en un momento dado de la historia han alcanzado ese lugar debido a que han sido comprobadas experimentalmente una y otra vez. En ese sentido, no pueden estar equivocadas y ser sustituidas sin más por otras.
Lo primero que tiene que hacer una aspirante a nueva teoría es explicarnos cómo se relaciona con las teorías anteriores que sabemos verdaderas: si la nueva teoría puede aplicarse a los mismos experimentos que la antigua teoría, tendrá que dar los mismos resultados, ya que la antigua teoría explicaba correctamente esos experimentos. Así, por ejemplo, como veremos con mucho más detalle más adelante en este libro, las fórmulas que expresan las leyes de la relatividad de Einstein son las mismas que las de las leyes de Newton, salvo un factor de corrección que depende de la velocidad de los objetos que estemos considerando. Para las velocidades de nuestra vida diaria (Usain Bolt, el AVE, incluso un avión supersónico), ese factor de corrección es básicamente despreciable. Puedo empeñarme en calcularlo, y es divertido hacerlo alguna vez en la vida, pero el resultado no resulta muy práctico: las diferencias que me daría, por ejemplo, para la medida del tiempo no podrían ser detectadas por ningún reloj en el mercado. Esto no quiere decir, claro, que la teoría de la relatividad esté mal o que no sirva para nada. Cuando consideramos velocidades mucho más grandes y nos acercamos a la velocidad de la luz, el factor de corrección ya no puede despreciarse.
También puede haber situaciones en nuestra vida en las que requiramos una precisión tan grande que no podamos despreciar una corrección relativista, aunque esta sea pequeña. Cada vez que pido un taxi en Madrid usando una aplicación del teléfono móvil, el aparato calcula mi localización gracias a que se comunica mediante ondas electromagnéticas con el sistema de posicionamiento global (GPS, por sus siglas en inglés). Este sistema es un conjunto de satélites orbitando a miles de kilómetros de la Tierra: si conozco mi distancia a tres de estos satélites, puedo saber mi posición en la Tierra. Y esas distancias pueden calcularse si sabemos el tiempo que tarda la señal en ir desde el satélite hasta mí: la distancia será el tiempo por la velocidad de la señal, que como es una onda electromagnética, será la velocidad de la luz.
Ahora bien, la velocidad de la luz es tan enorme que en una millonésima de segundo recorre centenares de metros. Así que, si me equivoco en una millonésima de segundo en la medida del tiempo (un error que un reloj normal ni siquiera detectaría), los errores en la localización serían de centenares de metros, con el consiguiente enfado del taxista. Así que los satélites están dotados de relojes atómicos muy precisos que son capaces de incorporar los factores de corrección por efectos relativistas, de manera que los ocasionales errores de localización se reducen a unos pocos metros. Acuérdese de Einstein cada vez que pida un taxi.
De todo lo anterior tampoco se deduce que la física de Newton esté mal, ni mucho menos. Como todas las teorías físicas, tiene su rango de validez en el que funciona estupendamente. Las leyes de Newton no pretendían usarse para calcular distancias a un sistema de satélites con precisión de metros, así que no es tan sorprendente que fallen ligeramente en ese caso.
La física cuántica y la relatividad son los dos pilares de la física moderna y, por tanto, del pensamiento humano. Extienden nuestro conocimiento de la naturaleza, nuestra capacidad para predecirla y explicarla, y para producir nuevas tecnologías, a terrenos que van más allá de lo que podemos percibir y experimentar con nuestros sentidos. En muchas ocasiones se las presenta como dos edificios teóricos separados e incomunicados entre sí. A menudo, incluso, se las muestra enfrentadas, incompatibles. Para ello, se recurre hasta la saciedad a que Einstein, el padre de la relatividad moderna, nunca aceptó del todo las ideas de la física cuántica (a pesar de haber contribuido decisivamente