El escritor Michael Ende lo dejó bien claro: «En el mundo hay un gran misterio que además es bastante vulgar. Todos somos parte de él, todos somos conscientes, pero muy pocos piensan en él. La mayoría lo aceptamos y nunca nos lo planteamos. Este secreto es el tiempo». La naturaleza del tiempo lleva dándonos quebraderos de cabeza durante siglos. Ya san Agustín lo dejó meridianamente claro: «Si nadie me pregunta, sé lo que es el tiempo, pero si me preguntan entonces no sé lo que debo decir». Casi 1500 años más tarde, el premio nobel de Física Richard Feynman respondía algo parecido: «Ni me preguntes. Es demasiado duro pensar sobre ello». El imaginativo cosmólogo Lee Smolin tampoco se ha quedado atrás: «He estado estudiando lo que es el tiempo durante la mayor parte de mi vida adulta. Y debo admitir que no estoy más cerca de dar una respuesta que cuando estaba en la escuela».
Aunque pueda parecer mentira, no tenemos instrumentos que midan el paso del tiempo. Usamos el movimiento para medirlo, del mismo modo que medimos la temperatura (otro concepto elusivo) mediante un intermediario: la dilatación de los cuerpos por acción del calor. En definitiva, que no existen los tiempómetros. A pesar de todo, el concepto de tiempo es autoevidente. El tiempo pasa y lo vemos todos los días en nuestro reloj y en las hojas del calendario.era la canciónPero no se puede colocar bajo la lente del microscopio ni hacer experimentos con él. Lo representamos a través del cambio en las cosas y está íntimamente relacionado con otro concepto igualmente esquivo: el espacio.