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La labor del editor: El arte, el oficio y el negocio de la edición
La labor del editor: El arte, el oficio y el negocio de la edición
La labor del editor: El arte, el oficio y el negocio de la edición
Libro electrónico566 páginas9 horas

La labor del editor: El arte, el oficio y el negocio de la edición

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Peter Ginna elabora una guía que sirve para encaminar a todo aquel que busque adentrarse en el incesante mundo editorial. La obra congrega los ensayos de diferentes editores en los que uno a uno acerca al lector al proceso de producción y elaboración del texto, además de incurrir en torno a los distintos géneros literarios y como desempeñar cada uno de ellos desde el ámbito editorial. Como conclusión, nos habla de como se ha modificado el papel del editor en la actualidad con la incursión y adaptación hacia las nuevas condiciones tecnológicas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 oct 2022
ISBN9786071676009
La labor del editor: El arte, el oficio y el negocio de la edición

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    La labor del editor - Peter Ginna

    Agradecimientos

    Los editores son un grupo ocupado. Como tal vez dejarán claro estos ensayos, ser un buen editor suele implicar pasar un largo día en la oficina y luego llevarse manuscritos a casa por las noches y los fines de semana; para los que trabajan por su cuenta, la carga de trabajo suele ser similar, excepto que la casa y la oficina son el mismo lugar. Los escritores de este volumen les arrebataron tiempo a sus calendarios —y probablemente a sus amigos y familia— para asentar sus experiencias y su conocimiento para el beneficio de otros. Lo que hicieron continúa la honorable tradición de los mentores en el mundo editorial. Como se puede imaginar, fue con cierta agitación que emprendí el trabajo de editar a algunos de los mejores editores en el negocio; pero cada uno de ellos respondió concienzudamente y con gentileza a mis sugerencias, lo que volvió mucho más sencillo el trabajo de su editor. Por esto, mi primer y más grande agradecimiento es para mis colaboradores. Gracias a todos.

    En mi carrera he tenido la fortuna de contar con varios mentores generosos. Les debo mucho de lo que he aprendido sobre la edición y el mundo editorial, por lo que me gustaría agradecerles: en Persea Books, Michael Braziller y Karen Braziller, quienes me dieron mi primer trabajo en el negocio de los libros y de quienes aprendí de primera mano cómo la pasión y el compromiso pueden impulsar a una editorial independiente; en Crown Publishers, James O’Shea Wade, quien junto con Betty Prashker me dio la oportunidad de ser editor de adquisiciones y me mostró la importancia de mantener tanto la integridad como el sentido del humor dentro de una editorial conglomerada; en Oxford University Press, Laura Brown, brillante directora de publicaciones cuya visión me permitió pasar de modo poco probable de una editorial sumamente comercial a una académica venerable, y Ellen Chodosh, de quien aprendí qué es la administración compasiva e ilustrada; Laura, Ellen y algunos colegas extraordinarios en Oxford me ayudaron a descubrir cuán poderoso puede ser el trabajo en equipo genuino y la camaradería en el mundo editorial; en Bloomsbury USA, Karen Rinaldi me dio la oportunidad de lanzar mi propio sello, algo que ha sido un desafío emocionante y una experiencia de aprendizaje en más sentidos de los que había previsto.

    Quiero agradecer particularmente a Thomas McCormack, quien me contrató como su asistente en St. Martin’s Press. Más que cualquier otra persona que conozca en el negocio, Tom se dio a la tarea de alimentar con seriedad a un talento joven y se esforzó por educar no sólo a sus asistentes sino a cualquier miembro joven del personal sobre los caminos de la edición. Como resultado de esto, SMP fungió como un campo de entrenamiento para una cantidad sorprendente de figuras destacadas de la industria. Tom me enseñó mucho no sólo al darme consejos sino, más importante aún, al darme suficiente responsabilidad para que pudiera aprender cosas por mi cuenta. Ése es el mejor tipo de mentor.

    Cuando acepté mi primer trabajo, le pregunté a mi nuevo jefe si había algo que debiera hacer para prepararme para mi primer día de trabajo. Me dijo: "Compra un ejemplar del Manual de estilo de Chicago y empieza a leerlo", lo que aún es un consejo excelente para cualquiera que quiera aprender cómo se arman los libros. Por tanto, en cierto sentido, University of Chicago Press comenzó mi educación en el mundo editorial y me siento honrado de compartir catálogo con el mismo Manual. Agradezco a mi editora en esta casa editorial, Mary Laur, y a su directora editorial, Christie Henry, quienes me invitaron a compilar este libro y me apoyaron durante su prolongado periodo de gestación. Mary ha sido inteligente, paciente, animada, sensata y receptiva, todo lo que podría haber pedido de mi primera experiencia en este lado del proceso. Más de una vez nos sentimos mareados al contemplar las complejidades de que los editores que me editaban escribieran sobre editar, y de que ella editara mis ediciones a los editores… pero creo que, con su guía, todo salió bien. Ruth Goring me corrigió con un toque gentil y un cuidado escrupuloso. Gracias también a Cal Morgan, quien además de colaborar en este libro me hizo comentarios invaluables sobre mis capítulos.

    Esta obra está dedicada a mis padres. Cuando era pequeño mi padre era guionista y cineasta, y mi primer entendimiento de qué era lo que hacía que funcionaran las historias vino de hablar sobre películas y verlas juntos cuando debía estar en la secundaria. Más tarde se convirtió en un editor de libros y su evidente amor por su trabajo ayudó a que pareciera una carrera que valía la pena seguir. Ahora, con 90 años, sigue leyendo y escribiendo, y sigue siendo una inspiración para mí. Estoy en igual deuda con mi madre, quien es escritora y editora y una de las lectoras más voraces que he conocido. A riesgo de sonar como un cliché, debo terminar por agradecerle a mi esposa, Susan Hewitt, y a nuestros hijos, Henry y Kate Ginna, quienes han tolerado muchos años de manuscritos que invadieron lo que debió ser tiempo dedicado a ellos. Christopher Hitchens dijo alguna vez que un amigo suyo "identificaba la felicidad como escribir o leer con gran intensidad en la tarde, sabiendo que alguien en verdad, en verdad agradable vendría a cenar". Lo único mejor es cuando las personas verdaderamente agradables ya están en tu casa.

    Introducción

    Las tres fases de la edición

    Las personas que no son parte de la industria editorial —e incluso muchas que sí lo son— suelen preguntarse, ¿qué es exactamente lo que hacen los editores? Es una pregunta sencilla con una respuesta complicada. El presente libro busca proporcionar esa respuesta. Está destinado a lectores interesados en volverse editores o que se lanzaron a una carrera en la edición y desean aprender más; a quienes desempeñan otras labores en la industria editorial y quieren entender a sus colegas editores; a los amantes de los libros que sienten curiosidad por saber de dónde salieron los libros que amaron (u odiaron) y, por último, si bien no menos importante, a los escritores que desean saber con exactitud qué ocurre dentro de los muros de una casa editora, o en la mente de un editor. Si quiere descubrir cómo es la labor editorial, para bien o para mal, siga leyendo.

    En la industria editorial actual, el papel del editor abarca una inmensa gama de tareas. Imagine que toda la industria editorial de los Estados Unidos se pudiera encontrar en una sola calle. (Fue así como, en la Nueva York del siglo XIX, la expresión Publishers Row [la calle de los editores] se convirtió en una metonimia para toda la industria editorial, igual que ocurrió con la Avenida Madison y la publicidad. Hoy en día está geográficamente más dispersa que nunca antes, pero supongamos por un momento que ocurre lo contrario.) Si nos asomáramos por las ventanas de las diversas editoriales, éstas serían algunas de las cosas que podríamos ver que sus empleados hacen:

    En un rascacielos, un editor negocia por teléfono el contrato de un nuevo libro con un agente literario.

    En la sala de conferencias de al lado, otro editor se sienta junto a un autor ante una montaña de fotografías para elegir las imágenes de un libro que se irá a producción.

    En el pasillo, un editor senior acorrala al director de ventas para decirle por qué debe leer unas memorias que acaban de llegar.

    En un edificio cubierto de hiedra, un editor universitario hojea una nueva publicación en busca de académicos jóvenes y prometedores.

    Al otro lado de la calle, varios editores, en una reunión de mercadotecnia, discuten la publicidad y los planes de venta para los títulos de la siguiente temporada.

    En un cubículo, un asistente editorial se esfuerza por ajustar el texto para una solapa a las 200 palabras que se le han destinado.

    En otro, un corrector se asegura de que un personaje que tenía ojos verdes en la página 60 del manuscrito no los tuviera azules en la 14.

    En el edificio de la editorial de libros de texto de la esquina, un editor busca profesores que dictaminen una nueva introducción a los estudios ambientales.

    En la casa de piedra rojiza que alberga una editorial independiente, un editor de ficción redacta meticulosamente una carta para pedir a un escritor famoso que escriba un blurb para la primera novela de otro escritor.

    De vuelta en el rascacielos, en la oficina de la esquina, la editora en jefe está… en realidad no está ahí, salió a almorzar, pero ¡esto también es muy importante para su trabajo! En el siguiente capítulo hablaré del porqué.

    Lo que quizá no veamos al asomarnos por las ventanas de estas oficinas es a editores que editen algo; es decir, que lean manuscritos y sugieran cambios y mejoras. Tal vez el caleidoscopio de las tareas que se enlistaron antes sugiera la razón de esto. Esas actividades editoriales esenciales requieren concentración y mucho tiempo para hacerse adecuadamente, algo prácticamente imposible en la ajetreada jornada laboral de las editoriales. Si siguiéramos a estos editores al dejar sus oficinas en la noche, veríamos a casi todos sentarse en el autobús o en el sillón después de cenar, sacar una computadora o una pila de papeles de su bolsa y comenzar a leer. Muchos de ellos quizá sigan leyendo y anotando en los márgenes hasta altas horas de la noche.

    ¿QUÉ ES LA EDICIÓN?

    Resulta irónico que la edición, un negocio cuya esencia se encuentra en las palabras, tenga una de las terminologías más vagas, confusas y contradictorias de todas las industrias que conozco. Por ejemplo, un término muy común, galeras, puede referirse a tres o cuatro cosas diferentes.¹ A su vez, el objeto mismo sobre el que trabajan los editores aún se llama manuscrito, lo que propiamente se refiere a un documento escrito a mano, cuando ya todos los autores entregan su obra por computadora.²

    Como sugiere la lista de actividades previa, el título editor también es engañoso. Lo que la palabra edición sugiere para la mayoría de las personas —corregir y mejorar el texto de un autor— no es más que una parte de lo que hacen los editores de libros. Es una gran rebanada del pastel, pero está lejos de ser todo. El origen latino de editar, edere, que quiere decir sacar o proponer, es útil para ampliar nuestro entendimiento de esa labor. Los editores toman la obra de los autores y la ponen ante los lectores. Otra palabra para esta actividad es por supuesto publicar, y otro ejemplo de nuestro confuso vocabulario profesional es la superposición de editar y publicar. (En algunas lenguas, los términos editor y publisher son la misma palabra.) Todos en una compañía editorial, desde el diseñador del sitio web hasta quien recoge libros en la bodega, son por definición parte de este proceso.

    Sin embargo, los editores tienen una posición especial en su calidad de profesionales que se vinculan de manera más cercana con el libro y su autor. En primer lugar, los editores son responsables de encontrar obras para publicar y de conducir a cada una por el camino serpenteante de la casa editorial hacia el mercado, atendiendo a las necesidades (y a la psique) del autor a lo largo de este camino. Un viejo dicho editorial señala que un editor representa al autor para la editorial y a la editorial para el autor; esto es cierto, pero no del todo. El editor también representa al lector para el autor y viceversa. Para editar con eficacia un manuscrito es necesario ponerse en los zapatos de quien tomará el libro sin conocimiento previo del autor o de la historia del proyecto. Al mismo tiempo hay que entender lo que el autor intenta lograr con un libro; a veces esto es más claro para el editor que para el autor. Y para publicar bien un libro, se debe combinar el entendimiento de la visión del autor con el conocimiento del mercado: de lo que buscan los lectores y cómo lo encuentran.

    El editor, por lo tanto, es un vínculo —un conducto del escritor al lector—, pero también un traductor que mejora la comunicación de uno con el otro. Como revelaron nuestros retratos de Publishers Row, editar implica una gran variedad de actividades. En ocasiones una persona lleva a cabo todas; en otras, se distribuyen entre varios individuos, según el tipo de editorial y su tamaño.

    Nuestra época ha sido testigo de cambios inmensos y aún en proceso en la industria de la publicación de libros: la tecnología se ha revolucionado, se transformó el paisaje de la venta minorista e, incluso a pesar de que las grandes corporaciones dominen la edición comercial, las pequeñas editoriales y las publicaciones de autor tienen presencia en el mercado como nunca antes. Ahora una editorial puede ser una corporación multinacional como Penguin Random House, una pequeña empresa literaria sin fines de lucro o una editorial universitaria, o inclusive un autor que publique sus propios libros electrónicos desde su cocina.

    Hay quienes se preguntan si en este nuevo mundo los editores se volverán obsoletos. Lo dudo, porque, sin importar la forma que adopte la publicación de textos —a menos que la definición se amplíe para abarcar los blogs o la distribución de fotocopias—, las funciones editoriales que se exploran en este libro siempre serán esenciales para ella. El autor que se autopublica no tiene una tarjeta de presentación que diga editor, pero, en el momento en que lee su obra con el fin de dejarla lista para la red o escribe una descripción para su página de Amazon y se pregunta cómo hacerla más atractiva, lo es.

    EL PROPÓSITO DE ESTE LIBRO

    Sin importar todas las transformaciones mencionadas, algunos aspectos de la edición no han cambiado mucho desde el siglo XIX, como la manera en que las personas de la industria aprenden su oficio. Casi ninguna editorial estadunidense tiene un programa formal de instrucción. En la mayoría de los trabajos editoriales, sin duda en aquellos con cargos de edición, la capacitación es en realidad un sistema de aprendizaje en que los jóvenes aprenden su labor al desempeñarse como asistentes de profesionales más experimentados.

    Una cantidad pequeña pero cada vez mayor de universidades ofrece clases de edición para estudiantes de licenciatura y posgrado, o cursos intensivos de verano para aspirantes a editores; los de Columbia, la Universidad de Nueva York y la Universidad de Denver se cuentan entre los más reconocidos.³ Sin embargo, capacitan a un relativo puñado de candidatos. Quizá ésa sea la razón por la que prácticamente no existen libros de texto ni manuales para editores de libros, sin contar los que cubren especialidades como corrección de estilo y lectura de pruebas.

    Una excepción notable aquí es la colección de ensayos Editors on Editing [Los editores hablan de la edición], en que el veterano editor Gerald Gross reunió contribuciones de muchos profesionales destacados que abordan diversos aspectos de su trabajo. Editors on Editing se publicó por primera vez en 1962, aún se reimprime y es un material excelente. Lo leí con avidez cuando entré al mundo editorial en la década de 1980 y aún me parece valioso;⁴ sin embargo, su contenido se enfoca casi por completo en las publicaciones generales, por lo que ofrece poca información práctica para editores en ambientes académicos o en pequeñas editoriales. Asimismo, se actualizó por última vez en 1993, una época en que Amazon no existía, muy pocos estadunidenses tenían internet y la tecnología más novedosa para la publicación era el CD-ROM. La labor del editor busca prestar un servicio similar para la edición en la era de Amazon, los libros electrónicos descargables y las redes sociales.

    La figura del editor se ha idealizado o embellecido (aunque en algunas áreas también se ha satanizado). Otra meta de este libro es desmitificar el trabajo del editor y contextualizarlo en el proceso editorial. Utilicé el subtítulo El arte, el oficio y el negocio de la edición porque creo que todos esos sustantivos van juntos. El arte de la edición reside en ejercer el gusto y formular juicios estéticos, así como en adaptarse, de un modo ligeramente distinto cada vez, a la sensibilidad y psicología de cada autor. El oficio implica aprender las técnicas y prácticas más adecuadas que van de las reglas de la gramática y el estilo que dominan los correctores a las formas diplomáticas de expresar sugerencias que los buenos editores de contenido aprenden con la experiencia. Por último, el editor, incluso en una editorial sin fines de lucro, forma parte de un negocio que vende un producto y debe generar ingresos. Entender el funcionamiento de ese negocio y aprender la forma de conducir los proyectos a través del proceso editorial y hacia el mercado es un requisito previo para atender bien a los autores.

    Como a muchos de mis colegas, al principio me atrajo la edición por su arte: la oportunidad de vivir de la lectura, de ayudar a personas creativas a dar forma a su obra, la esperanza de contribuir a la literatura. Por fortuna, como editor me encontré todo esto, pero también descubrí que gozaba aprender el oficio de la edición. Una parte de este aprendizaje provino de mentores generosos, otra gran parte de mi curiosidad y en ocasiones de experiencias dolorosas, pero, sin importar cuál sea la fuente, mejorar las habilidades siempre resulta satisfactorio y el oficio de la edición es lo bastante difícil y complejo para que el viaje por la curva de aprendizaje dure mucho tiempo. Una vez que avancé lo suficiente, si bien disminuyó el ritmo de aprendizaje de cosas nuevas, me proporcionó satisfacción enseñar el oficio a otros; sin embargo, lo más sorprendente para mí fue descubrir con el tiempo que en realidad amaba el negocio de la edición. Llegué a disfrutar el desafío perpetuo: cuando se empieza con un libro que emociona, ¿cómo dirigir el equipo de la editorial para llevar a cabo la visión del autor de manera tan completa como sea posible y ponerla en manos del mayor número de lectores?

    El presente volumen intenta capturar cada uno de estos aspectos de la edición de libros en ensayos con los que contribuyeron algunos de los profesionales más eficientes y los observadores más perspicaces de la edición que trabajan en la actualidad. Es inevitable que la forma de esta colección refleje mi experiencia: aunque trabajé en una editorial literaria pequeña y en una académica grande, la mayor parte de mi tiempo la he pasado en publicaciones generales, en donde los editores suelen tener las responsabilidades más amplias; por consiguiente, suelo concebir el trabajo en esos términos. Sin embargo, aquellos con funciones más específicas, desde los editores de producción que trabajan en editoriales hasta los editores de desarrollo independientes, son igualmente cruciales para el proceso. Ellos también tienen representación en estos ensayos. Asimismo, como ya mencioné, una parte importante de los títulos en el mercado actual vienen de autores que se publican a sí mismos y, en ocasiones, se vuelven editores de otros escritores afines. Por esta razón se dedica un capítulo a las mejores prácticas editoriales para la autopublicación.

    Abarcar cada variedad de editor y de edición requeriría una enciclopedia de varios volúmenes en vez de un manual, por lo que no fue ésa mi intención aquí. Estos ensayos equivalen a un mosaico que, según espero, proporcionará al lector un entendimiento claro, si no una imagen completa, del lugar del editor en el ecosistema editorial. Tampoco intenté abarcar todos los aspectos de la publicación de libros, una industria vasta y diversa que se extiende a campos como los periódicos, en una dirección, la publicación de bases de datos en otra y los cómics en otra más. Este libro está dedicado sobre todo a áreas esenciales de la edición con que la mayoría de los lectores tendrá al menos cierta familiaridad. Entre éstas se cuentan las siguientes:

    Publicaciones generales (trade publishing). De todos los términos contradictorios en la edición, quizá éste sea el más común; es como si la industria quisiera que los legos se tropezaran en la puerta. Una revista especializada(trade magazine) abarca una industria particular y está destinada a los lectores de esa industria; un libro general (trade book) es lo opuesto: una obra destinada a un público general. El uso surgió porque estos objetos se vendían en el comercio de libros (book trade); es decir, en las librerías.

    Publicaciones para mercados masivos (libros de bolsillo que se venden en farmacias, puestos de revistas y espacios similares). Si bien ésta fue una categoría independiente, en la actualidad las publicaciones generales las han absorbido al fusionarse con las de mercados masivos, en parte porque los lectores coinciden mucho.

    Publicaciones juveniles es una expresión que suena anticuada para referirse a libros para niños y jóvenes adultos. Si bien se trata de una porción inmensa del mercado, también cabe en las publicaciones generales, pues de igual manera hay libros para niños en librerías no especializadas.

    Publicaciones académicas. Esta categoría incluye tanto editoriales universitarias como comerciales que publican para el mercado académico. Sus libros están destinados a lectores especializados y a las bibliotecas de investigación que los atienden.

    Edición de libros de texto. Los libros de texto se preparan y publican para que los estudiantes los usen en el salón de clases, ya sea en primaria, secundaria o preparatoria, o bien en las universidades.

    Edición de obras de referencia. Las obras de referencia abarcan desde un diccionario de escritorio hasta un inmenso recurso en línea. Ahora muchos títulos de este tipo sólo se publican en línea; no obstante, la mayoría de las editoriales tienen algunos títulos impresos y electrónicos que se pueden clasificar como obras de referencia.

    Ediciones de autor. En conjunto, los avances tecnológicos de la impresión bajo demanda, la publicación de libros electrónicos y la venta de libros en internet permiten que algunos autores publiquen sus obras de manera que compitan con empresas mucho más grandes, aunque pocos se distribuyen en librerías. Los títulos autopublicados ahora se cuentan entre cientos de miles al año. La mayoría de ellos tienen públicos entre pequeños y minúsculos, pero en algunos géneros populares —como la literatura fantástica, las novelas de suspenso o las novelas románticas o de romance— los libros autopublicados se vuelven best sellers de manera cotidiana.

    Las especificidades del trabajo de un editor pueden variar considerablemente de una categoría a otra. Incluso se da el caso de que en la misma categoría no existan dos editoriales con procesos idénticos: un editor de libros para niños en Dell puede hacer su trabajo de modo muy diferente a uno en Scholastic. No obstante, en todas estas categorías, incluso en las publicaciones de autor, perviven algunas características fundamentales del papel del editor.

    LAS TRES FASES DE LA EDICIÓN

    En un día típico en el trabajo, un editor puede tocar cualquier cantidad de títulos entre unos cuantos y un montón de ellos, y —como lo mostró nuestra visita imaginaria a Publishers Row— llevar a cabo docenas de actividades, unas trascendentales y otras insignificantes. Sin embargo, en general, el proceso editorial se compone de tres fases que se superponen y cada tarea editorial cabe en alguna de ellas. Algunos editores, como los correctores o los asesores independientes, llevan a cabo exclusivamente una de esas funciones, pero la mayoría, en especial en publicaciones generales, participa en todas. Este libro comienza por explorar estos tres tipos básicos de trabajo editorial.

    La primera es la adquisición: encontrar nuevas obras para publicar, lo que no sólo implica evaluar propuestas de autores y agentes literarios sino también buscar nuevos escritores prometedores o incluso al autor adecuado para un proyecto que se le haya ocurrido al editor. En libros de texto o de referencia, esta fase suele comenzar cuando el editor identifica una oportunidad en el mercado.

    La adquisición es también un trabajo de ventas: incluye la tarea crucial de convencer a los colegas en la editorial de que inviertan en un nuevo proyecto y también de convencer a un autor de que publique con ellos, pues puede elegir entre varias opciones. Por último, para usar una palabra hoy en boga, la adquisición es el arte de la curaduría. Una manera importante en que un editor contribuye tanto a su negocio como a la cultura es ayudando al público a encontrar libros que valga la pena leer. Los acontecimientos específicos que, según se predijo, volverían obsoletos a los editores —la tecnología que permite a cualquiera publicar un libro con tan sólo unos clics— han creado una explosión de títulos que no ha hecho más que volver más valioso el trabajo del editor en cuanto curador.

    Las técnicas de adquisición varían de un segmento del mercado a otro, algo que dejan claro los ensayos de la primera parte. En las publicaciones generales, la gran mayoría de proyectos llega a los editores desde su red de agentes, cuyo cultivo es una tarea continua y esencial. En las publicaciones académicas, un editor procura hacerse de una red de académicos en su campo. En las publicaciones de libros de texto y de referencia, los procesos suelen comenzar con el editor que trabaja desde un tema y luego busca autores para él. El título del capítulo de Peter Coveney dedicado a la adquisición de libros de texto, Los amos de las disciplinas, bien podría aplicarse a los editores académicos que se describen en el ensayo de Greg Britton: en ambos mercados es esencial un entendimiento vívido del campo de conocimiento asignado. En cada categoría, el editor de adquisiciones debe defender un nuevo libro con entusiasmo, pero moderarlo con un entendimiento pragmático de las perspectivas del libro en el mercado. La alquimia de las adquisiciones, de Jonathan Karp, ofrece irónicamente algunas guías para hacerlo desde el punto de vista de un editor veterano de publicaciones generales.

    La segunda fase puede llamarse desarrollo de textos; en ocasiones se le llama edición a lápiz, en honor a la herramienta consagrada de trabajo. En esto es en lo que la mayoría de las personas piensa cuando oye la palabra edición: la tarea esencial de trabajar con el autor desde la propuesta o el primer borrador del manuscrito para lograr que quede tan bien como sea posible y listo para su publicación. Hoy en día, por supuesto, una buena parte de la edición a lápiz se hace electrónicamente, lo que permite intercambios más rápidos entre el autor y el editor y una mayor eficiencia en etapas avanzadas. De esta manera, la tecnología ha mejorado un proceso tradicional en vez de amenazarlo. (Como muchos colegas, aún prefiero editar a la antigüita, con lápiz y papel, pero suelo transcribir mis comentarios al manuscrito electrónico de un autor para que sea más fácil y rápido que me responda.)

    El desarrollo del texto ocurre a lo largo de una recta que va del amplio panorama, el nivel conceptual —cuando el editor y el autor discuten detenidamente sobre el esquema de un libro en un almuerzo o una llamada telefónica—, hasta el nivel de las frases, palabras y signos de puntuación. Me refiero a las intervenciones más fundamentales en un nivel macro como edición conceptual; ésta no es una expresión común en la industria, quizá porque una conversación durante el almuerzo no parece edición y, en efecto, quizá no haya ningún lápiz a la vista. No obstante, a veces la contribución más importante que puede hacer un editor es ayudar a un autor a enmarcar de manera atractiva su enfoque de un tema o alejarlo de uno mal elegido. En Avid Reader [Un lector ávido], las memorias de Robert Gottlieb sobre su brillante carrera en Simon & Schuster, Knopf y The New Yorker —una lectura muy recomendable para cualquiera que aspire a ser editor o que ya lo sea—, el autor bromea en torno a que todas las explicaciones que los editores dan de su trabajo toman la forma de entonces le dije, ‘¡León, por qué sólo la guerra si puede ser también la paz!’ Eso es edición conceptual. Por definición, ocurre en una etapa temprana del proceso creativo. Una buena parte de la edición conceptual puede hacerla el agente del autor antes de que los editores siquiera vean una propuesta, como explica la editora convertida en agente Susan Rabiner en su ensayo de la segunda parte.

    Edición de desarrollo es una expresión que suele referirse a contribuciones uno o dos pasos más adelante, por lo regular cuando el autor tiene el borrador completo de un manuscrito o la mayor parte de él. En esta etapa un editor puede, por ejemplo, reordenar capítulos o reestructurarlos, sugerir diferentes aproximaciones a la escritura o reformar una introducción. Este tipo de trabajo se extiende a la edición de contenido, en que el editor trabaja con cada línea de un manuscrito y hace comentarios en torno a cada aspecto del texto, hasta la elección de palabras y la puntuación. La corrección es el último paso y el más refinado del proceso de edición; en ella se peina el manuscrito en busca de cualquier error técnico o falla en la consistencia, se marca con especificaciones designadas y se prepara para que un formador lo diagrame.

    El viaje del libro, de Nancy Miller, que abre la segunda parte, rastrea el camino habitual que recorre un libro desde el momento en que el autor entrega un manuscrito hasta el momento en que una edición impresa deja la bodega de la editorial. Otros capítulos de la segunda parte, escritos por Scott Norton, George Witte y Carol Fisher Saller, nos conducen por cada uno de estos tipos de edición con más detalle. Según señala Miller, se trata de niveles de edición, no necesariamente de etapas independientes por las que pasa un libro en una secuencia, y pueden suceder al mismo tiempo: un editor de desarrollo no dudará en corregir una palabra mal escrita y rara vez un corrector sugerirá una revisión en un nivel capitular.

    En las publicaciones generales, por lo regular el editor de adquisiciones hace todo hasta la edición de contenido, mientras que en las editoriales académicas el simple volumen de títulos que se publica suele implicar que los libros sólo tienen una edición de desarrollo de gran nivel con poco trabajo línea a línea. Sin embargo, ninguna editorial seria, ni siquiera un autor que se publica a sí mismo y se respeta, envía un libro al mercado sin una corrección meticulosa: los errores gramaticales y otras fallas obvias inmediatamente causan el rechazo de los lectores y dañan la credibilidad de un escritor.

    A pesar de mis comentarios previos en torno a que la edición a lápiz es sólo una parte del trabajo del editor, dar forma al libro de esta manera —trabajar en él prestando gran atención tanto a lo que está en la página como a la visión del autor y volver a unirlos cuando siguen caminos diferentes— sigue siendo la tarea esencial y definitoria de los miembros de nuestra profesión. Después de todo, nos llamamos editores, no adquisidores o escritores de solapas, y un profesional de la edición que sólo se involucre con el texto, como un corrector, sigue siendo un editor; alguien que sólo participa en la mercadotecnia no lo es.

    La editorial en su conjunto debe atender al autor de muchas maneras, pero involucrarse con sus ideas y la expresión de las mismas suele ser el lugar en que los editores personalmente tienen el impacto más directo. Probablemente sea la parte de nuestro trabajo que más valoran los autores y, por esa razón, suele ser la más gratificante. Para el editor, es la parte más estimulante en un sentido creativo y la más íntima; por lo mismo, suele ser la que causa más tensión psicológica. La agente Betsy Lerner, autora dotada por derecho propio, así como ex editora, nos proporciona una visión ilustrativa y honesta de la relación entre editor y autor en el capítulo 6, en la segunda parte.

    La tercera fase del trabajo del editor es lo que suele entenderse por publicación: el esfuerzo complejo y demandante de poner el libro en el mercado y en las manos de los lectores. Esta labor abarca tanto tareas básicas de producción —convertir un manuscrito en un volumen impreso y/o electrónico, o quizá en una aplicación o un audiolibro— como una amplia gama de actividades de ventas, publicidad y mercadotecnia. A diferencia de las adquisiciones y el desarrollo de textos, el editor no suele ser el responsable directo de estas funciones, pero es esencial para ellas. En las editoriales de publicaciones generales, el editor en efecto es el capitán del proyecto en todos estos procesos; en las editoriales pequeñas independientes el editor puede tener asignadas varias de estas tareas; en las editoriales académicas o de referencia el editor puede distanciarse de estas funciones, pero conserva la responsabilidad de hacer que la información clave llegue a todos los participantes y de comunicarse con el autor.

    Esta fase del trabajo de un editor, el mercadeo del producto, a veces se menosprecia como si fuera simple comercio o, peor aún, venta agresiva, pero ningún buen editor se apena de ella. Regresamos a la esencia de lo que hacen los editores: vincular a los escritores con los lectores. ¿Qué servicio es más importante para un autor o para la cultura que hacer que un libro entre en las vidas de tantos lectores como sea posible?

    En la tercera parte de este volumen se aborda la intrincada maquinaria de la edición en el siglo XXI y qué se necesita para que los editores utilicen esa maquinaria en beneficio de sus autores. Para comenzar, Michael Pietsch, quien pasó de editar a algunos de los escritores más aclamados de los Estados Unidos a ser el director ejecutivo de una de las cinco editoriales más grandes, escribe de modo incisivo sobre el editor como gerente, así como de las habilidades de comunicación, organización y trabajo en equipo que hacen eficiente a un editor.

    Es esencial que los editores dominen una forma particular de comunicarse: la persuasión. Decir que un editor debe ser un administrador no significa que sea un funcionario anodino. Los mejores editores se muestran apasionados hacia sus libros y han aprendido a difundir esta pasión a través de la editorial y hacia el mundo exterior. Calvert Morgan explica esta misión, el editor como predicador, en Difundir la buena nueva.

    Pietsch y Morgan escriben desde la perspectiva de las grandes editoriales corporativas que constituyen una gran parte del negocio, pero también hay publicaciones vitales en editoriales independientes de pequeña o mediana escala en todo el país. Libres de las presiones corporativas, en ocasiones explícitamente sin fines de lucro, estas editoriales suelen arriesgarse más y promover obras más osadas e innovadoras. Una de estas editoriales es Graywolf Press, de Minnesota. Jeff Shotts, editor ejecutivo de Graywolf, ofrece un vistazo a la manera en que opera un editor en una casa independiente y defiende con elocuencia lo que éstas ofrecen a los autores: un sentido apasionado de comunidad y el regalo de la paciencia.

    Si bien los principios fundamentales de la publicación y la edición se mantienen en diversos sectores del mercado, desde los textos universitarios hasta las obras de suspenso de bolsillo, cada categoría de contenido también tiene características únicas: los tipos de autores con quienes se trabaja, las habilidades editoriales necesarias y las maneras de llegar al público varían de una a otra. En la cuarta parte, Categorías y estudios de caso, se reúnen ensayos de ocho editores con experiencia en diversos campos: Erika Goldman en el de la ficción literaria (con ecos de Shotts sobre el valor de las editoriales independientes); Diana Gill en el de la ficción de géneros; Matt Weiland en el de la no ficción general (categoría mucho más interesante de lo que su nombre sugiere, como bien observa el autor); Nancy Siscoe en el terreno de los libros para niños y jóvenes adultos; Wendy Wolf en el de las biografías y memorias; Susan Ferber en el de la no ficción académica; Anne Savarese en el de las obras de referencia (las cuales aún prosperan, incluso en la época de Google), y Deb Aaronson en el campo de los libros ilustrados. Todos estos editores abordan uno o más proyectos en los que han trabajado, lo que nos proporciona una imagen vívida de lo que implica editar en la práctica y no sólo en teoría. En conjunto, estos ensayos dejan entrever tanto la amplia variedad de problemas con que los editores deben batallar como las similitudes subyacentes en todo lo que hacen.

    LA PROFESIÓN EDITORIAL

    Por último, la edición de libros no es sólo un arte, un oficio y un negocio: también es una carrera. La quinta parte explora muchos aspectos de la profesión de editar.

    Cuando hablamos de carreras editoriales, el elefante en el cuarto —y por desgracia se trata de un elefante blanco— es la falta de diversidad en la industria. Para 2017, las encuestas muestran que más o menos 80% de quienes trabajan en editoriales estadunidenses son blancos, y el porcentaje en el personal editorial es aún mayor. Esto es casi 20% más que la proporción de estadunidenses blancos en el censo de 2010. Los afroestadunidenses y los latinos apenas constituyen entre 2 y 4% de los editores —entre un octavo y un cuarto de su proporción respecto de la población general—.

    Personalmente sospecho que esto no es tanto un reflejo de un racismo consciente como del pensamiento tradicionalista de la industria. (Me temo que una tradición es el esnobismo, así como una tendencia instintiva a contratar a estudiantes de escuelas prestigiosas y no buscar más allá.) Sin embargo, eso sólo es otra manera de decir que la edición comparte el racismo estructural de la sociedad estadunidense y, sin duda, no es una excusa para aceptar el statu quo. La increíble blancura del mundo editorial no sólo es una falla de la justicia social cuando se niegan oportunidades a candidatos de minorías: es un problema para la industria, pues las obras que los editores deciden publicar dejan de corresponderse en un sentido demográfico con una base de consumidores cada vez más diversa. Asimismo, es una pérdida para la cultura a la que se supone sirven los editores.

    En su capítulo, Chris Jackson, editor afroestadunidense que ha publicado un catálogo diverso de autores y que en 2017 reinició el sello multicultural One World en Penguin Random House, recuerda su carrera con el fin de sacar algunas lecciones para las editoriales. Su trabajo ofrece inspiración para todo aquel interesado en convertirse en editor, en especial quienes tienen antecedentes no tradicionales. Ofrece además un desafío para que quienes forman parte del negocio y toman decisiones de contratación y ascensos aumenten su campo de visión.

    No obstante, supongamos que usted es un candidato talentoso que obtuvo un cargo como principiante: ¿cómo es esto? Unas cuantas personas adquieren cargos editoriales desde otros departamentos o incluso desde otros medios, como las revistas o la televisión, pero, con el fin de reiterar un punto previo, la mayoría de nosotros se forma en el negocio como aprendiz. Así, el mejor primer paso que se puede dar para convertirse en editor es ser un buen asistente editorial. El aprendiz, de Katie Adams, explica lo que hacen los asistentes editoriales y qué hace que los mejores destaquen.

    Mientras tanto, algunos editores hacen una carrera trabajando por su cuenta, por lo regular, aunque no siempre, después de obtener cierta experiencia laboral en editoriales. La presión cada vez mayor para que las editoriales publiquen más títulos con menos personal y el aumento de las publicaciones de autor crean nuevas oportunidades para los editores independientes. Debido a su naturaleza como trabajo a destajo, las grandes editoriales subcontratan desde hace mucho las correcciones y la lectura de pruebas. Hoy en día, el trabajo de desarrollo y edición de contenido bien puede enviarse también a trabajadores externos. Katharine O’Moore-Klopf, editora independiente durante dos décadas, explica la dinámica de este tipo de trabajo y la manera de proceder para desarrollar una práctica editorial independiente en Editor por contrato. Algunos editores que se autopublican, por supuesto, no quieren pagar los servicios de un editor independiente o no pueden hacerlo. Sin embargo, en cierto nivel, cada autor que se publique a sí mismo debe ser responsable de la calidad editorial de su obra. El capítulo de Arielle Eckstut y David Henry Sterry, La edición de autor como autoedición, es una guía invaluable sobre lo que esto significa.

    El último ensayo de la quinta parte, escrito por la experta en edición y consultora Jane Friedman, retrocede un poco para ofrecer una visión más amplia y sinóptica del cambiante mercado editorial y del lugar del editor en él. Si bien se exagera la amenaza de que los libros electrónicos afecten la edición, muchos acontecimientos relacionados —como la creciente participación en el mercado de Amazon y otros vendedores en línea, la explosión de nuevos títulos editados por autores y, por consiguiente, el problema fundamental de ayudar a los lectores a encontrar libros— ocasionaron que el negocio cambiara más en los últimos 15 años que en los 50 anteriores. Si bien la mayoría de los demás ensayos en esta colección se enfocan en lo

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