Cartas a Francisco
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Cartas a Francisco - Editorial San Pablo
Índice
Portada
Portadilla
Créditos
Introducción
La hora de la verdad, José Antonio Pagola
Una Iglesia en salida, Isabel Cuenca Anaya
Un discurso fundamentado en la esperanza, Francesc Torralba
Resucitar el Evangelio, Juan Arias
Aire profético, Mari Patxi Ayerra
Dan ganas de volver a creer, Fernando Vidal
Cómplice de nuestras luchas y sueños, Pepa Torres Pérez
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Una Iglesia de los accidentados, Sebastián Mora Rosado
Francisco, Año Cuatro, Carlos Amigo Vallejo
portadilla© SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
Tel. 917 425 113
E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es
Distribución: SAN PABLO. División Comercial
Resina, 1. 28021 Madrid
Tel. 917 987 375
E-mail: ventas@sanpablo.es
ISBN: 9788428561570
Depósito legal: M. 25.421-2017
Composición digital: Newcomlab S.L.L.
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).
Introducción
Acostumbrados como estamos a las legislaturas políticas, cuatro años de pontificado parecen un tiempo apropiado para hacer balance, valorar aciertos y errores o plantear propuestas que aún no se han cumplido. Pero a la pertinencia de ese balance se une en este caso la singular experiencia eclesial que está suponiendo el pastoreo de Francisco. Un papa inesperado, que ha sorprendido, congratulado y exasperado casi por igual. Un pontífice que levanta pasiones en un sentido y en el diametralmente opuesto.
Desde la editorial San Pablo hemos querido preguntar a diversas personalidades del ámbito civil y religioso, vinculadas de un modo u otro a la Iglesia, qué le dirían en estos momentos al papa Francisco a través del clásico género epistolar. Hombres y mujeres, laicos y religiosos, jóvenes y no tan jóvenes, educadores, periodistas, teólogos, responsables de diversas instituciones sociales, culturales o religiosas, desde sus distintas perspectivas y experiencias vitales y profesionales, han escrito al obispo de Roma para expresarle sus motivos de agradecimiento, sus temores, dudas, deseos, esperanzas y sueños. Desde la más absoluta libertad y con una profunda honestidad, cada uno de ellos ha elegido su particular fórmula para dirigirse a Francisco, a veces imaginando que este llegará a leer sus palabras y otras dando por hecho que no lo hará.
No es misión de este breve espacio comentar sus interesantes aportaciones que sirven de magnífico resumen de estos cuatro años de pontificado y permiten entender sus principales claves. Pero sí cabe resaltar cómo muchos de ellos han coincidido en constatar la llegada de un tiempo nuevo; en agradecer los gestos y nuevos estilos de comunicación de Francisco, su sencillez, su ternura y esa cercanía pastoral que sabe a Evangelio. Junto a «gracias», el término más repetido a lo largo de estas páginas, también abunda en ellas la palabra «esperanza». Pero se hacen hueco igualmente en las reflexiones de los autores el miedo, la constatación de las resistencias y las peticiones. Peticiones de tinte ecuménico, en torno a colectivos como las personas mayores o los jóvenes, sobre liturgia o sexualidad... Aunque hay una destaca, por reiterada, entre todas las demás: el protagonismo de la mujer en la Iglesia.
Si el Papa llegará o no a leer tan jugosas misivas, no podemos saberlo todavía. Menos aún si estas peticiones podrán dar algún fruto. Sí confiamos en que Francisco reciba el aliento y apoyo de cuantos han querido expresárselo públicamente en estas páginas. Y de lo que sí estamos seguros es de que cuantos lectores y lectoras se acerquen a este libro, tejido a partir de una pluralidad de hilos, obtendrán una rica visión de los desafíos a los que se enfrenta la Iglesia y de las fortalezas y debilidades con que los afronta, con el Papa a la cabeza. Tocará a cada cual decidir si se suma a la renovación eclesial que el papa Francisco viene animando desde que en 2013 fuera elegido para desempeñar el ministerio petrino.
La hora de la verdad
José Antonio Pagola (teólogo)
Querido hermano Francisco:
Hace tres años colaboré en un pequeño libro de Cartas a Francisco. Te escribí mi carta entusiasmado. No me lo podía creer. Me recordabas día a día a Jesús con tus palabras, tus gestos, tu sencillez y tu cercanía a las gentes, tus abrazos a los niños y tus caricias a los enfermos y desvalidos. En poco tiempo te estabas convirtiendo en un «regalo» para la Iglesia y en una «buena noticia», incluso para un mundo sorprendido de tu llegada a Roma.
Ha ido pasando el tiempo, pero no me has defraudado. Al contrario, va creciendo de día en día mi admiración y mi agradecimiento a tu mensaje y a tu actuación. Has logrado probablemente lo más difícil: lo que no se puede hacer con decretos reformistas ni con planes pastorales elaborados en las curias diocesanas. Has cambiado el clima que se respiraba en no pocas comunidades cristianas. Hoy es más amable, más humano y más esperanzado. Ahora es más posible pensar con realismo en abrir caminos a una verdadera renovación evangélica de la Iglesia.
«Has cambiado el clima que se respiraba en no pocas comunidades cristianas».
Nunca te agradeceremos bastante tu exhortación La alegría del Evangelio, llamándonos a «una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría de Jesús». Tú no estás pensando en una etapa triste que nos vemos forzados a recorrer para poder sobrevivir todavía durante algún tiempo, asegurando el funcionamiento de las cosas mientras sea posible. Tú nos estás llamando a impulsar una renovación de nuestras parroquias y comunidades «con generosidad y valentía, sin prohibiciones ni miedos», volviendo a lo esencial del Evangelio que es «lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y lo más necesario».
Hermano Francisco, veo a algunos teólogos preocupados por la resistencia cada vez más firme y atrevida de algunos cardenales y jerarcas a tu mensaje y a tus esfuerzos por renovar la Iglesia de Jesús. Según se dice, están esperando a que se cierre al paréntesis de la «era de Francisco», para volver otra vez a lo de siempre, lo que en otros tiempos nos ha servido para sentirnos fuertes e importantes y para tener más prestigio y más poder mundano. Como dices en La alegría del Evangelio, pretenden «dominar el espacio de la Iglesia» y buscan «el cuidado de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia». Sinceramente te digo que no me preocupan mucho. Vivo convencido de que en los próximos años estos jerarcas irán perdiendo poder de atracción y credibilidad.
Más me apena ver que, en bastantes diócesis y en no pocas parroquias y comunidades cristianas, tus llamadas a impulsar una renovación evangélica no están llegando hasta los fieles del pueblo de Dios. Más aún, veo que bastantes cristianos saben más de ti y de tu actuación por lo que ven y escuchan en los medios de comunicación que por lo que pueden conocer en el seno de sus comunidades. Estamos orgullosos de tener un gran papa, pero, con frecuencia, vivimos tranquilos pensando que es suficiente que transforme las instancias centrales de Roma, sin darnos cuenta de que la Iglesia es mucho más que el Vaticano y que tú, hermano Francisco, no puedes hacer entre nosotros lo que es tarea nuestra. Y así, poco a poco, la fe se va perdiendo en nuestros pueblos y nuestros hogares, en nuestra sociedad y en nuestras conciencias, sin que, al parecer, nadie se sienta responsable.
Querido hermano Francisco, seguramente, nunca leerás esta carta que te estoy escribiendo. A pesar de todo, quiero descubrirte lo que vivo dentro de mi corazón de humilde evangelizador de Jesús: lo que en estos momentos siento que necesita urgentemente la Iglesia y a lo que quiero dedicar los últimos años de mi vida. Eso que llamamos «crisis religiosa» es, al mismo tiempo, el gran signo de nuestro tiempo, aunque todavía no sepamos leerlo con espíritu profético. Dios está llevando a nuestra Iglesia a una situación nueva en contra de nuestra voluntad. Dentro de pocos años, la Iglesia será entre nosotros más pequeña, menos poderosa, más débil. Tendrá que aprender a vivir en minoría. Conocerá en su propia carne lo que significa ser perdedora y vivir marginada por la sociedad. Solo desde esa pobreza aprenderá a dar pasos humildes hacia esa conversión que hoy no somos capaces de impulsar a pesar de tus llamadas. Nuestras comunidades se volverán a Jesús con más verdad y más pasión que nosotros. Buscarán a Dios con más fuerza y, en medio de una sociedad que lo declarará muerto para siempre, ellos lo encontrarán donde ha estado y está siempre: en lo más profundo del ser humano.
Pero ¿qué podemos hacer nosotros ahora mismo? Querido Francisco, tú recordarás tan bien como yo –no te he dicho que tenemos la misma edad– aquellas palabras que escribió, pocos años antes de su muerte, aquel gran teólogo que fue Karl Rahner: «El cristiano del futuro será místico
, es decir, una persona que ha experimentado
algo o no será cristiano; porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en un ambiente religioso generalizado, previo a la experiencia y a la decisión de las personas». Unos años antes, Rahner había escrito un texto considerado por él mismo como su testamento espiritual: «Una cosa sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios. Y vuestra pastoral debería, siempre y en cualquier circunstancia, tener presente esta meta inexorable... Ayudar al hombre a experimentar que siempre ha estado y sigue estando en contacto con Dios es hoy más importante que nunca».
Hermano Francisco, tú sabes mejor que yo cuántas veces se han venido repitiendo las palabras de Rahner estas últimas décadas, y sabes también que su llamada, tan lúcida como audaz, no ha encontrado apenas seguidores. Es cierto que vamos tomando conciencia de la necesidad profunda de espiritualidad, pero estamos muy lejos de impulsar la renovación interior que necesita hoy nuestra fe. Los pronósticos se están cumpliendo. La crisis religiosa es tan profunda que ya no bastarán algunas reformas superficiales. A nuestro cristianismo europeo le está llegando la hora de la verdad. O impulsamos una renovación interior de nuestra fe o correrá el riesgo de irse extinguiendo en las próximas décadas.
La capacidad de relacionarse con Dios está quedando atrofiada en muchas personas que viven instaladas en una vida pragmática, volcada casi totalmente en lo exterior. Poco a poco, Dios se está convirtiendo para bastantes en una palabra sin contenido, una abstracción, tal vez un mal recuerdo a olvidar para siempre. En nuestras parroquias seguimos hablando de Dios, pero son pocos los que buscan al que se esconde tras esas palabras. Incluso se diría que, a veces, «sentirse cristiano» parece que dispensa de la aventura apasionante de buscarlo. En estos tiempos todo es posible: rezar sin comunicarse con Dios, comulgar sin comulgar con nadie, celebrar la liturgia sin celebrar nada, oír el Evangelio sin interiorizar el mensaje de Jesús... Tal vez siempre ha sido así, pero hoy todo favorece más que nunca ese cristianismo sin interioridad que no es sino la «epidermis de la fe».
«Vivo convencido de que sería un regalo para la Iglesia un Sínodo».
Querido Francisco, son muchas las preguntas que me brotan desde dentro. Solo te indico algunas. Dios es hoy para muchos no solo un «Dios escondido» sino un Dios imposible de encontrar. ¿No ha llegado el momento de que la Iglesia, que tiende a presentarse casi siempre como autoridad moral ante la sociedad, aprenda también a presentarse y ofrecerse como invitadora a hacer la experiencia personal de Dios? ¿No hemos de difundir con más fuerza la buena noticia de que todos podemos experimentar en el fondo de nuestro ser el Misterio último de la realidad que los creyentes llamamos Dios? ¿No debería ser hoy nuestra tarea prioritaria en las parroquias ayudar y acompañar a los fieles a vivir su propia experiencia interior de Dios?
En nuestra Iglesia hay un hecho que nos hace sufrir mucho. A pesar de todos los esfuerzos que se hacen, no logramos transmitir la fe a las nuevas generaciones. En la raíz de este hecho subyacen sin duda diversos factores de naturaleza sociocultural, pero ¿no hay sobre todo un dato que hemos de revisar y corregir con urgencia? ¿Podemos continuar hoy tratando de transmitir la fe en Dios siguiendo el modelo de «instrucción», como si creer en Él fuera una doctrina que puede enseñarse con ayuda de métodos didácticos? ¿No hemos de aprender a despertar de modo adecuado la capacidad que hay en todo ser humano de acoger en su interior la presencia del Misterio de Dios?
Por otra parte, estos últimos años hemos hecho esfuerzos notables por reavivar la identidad cristiana impulsando el seguimiento a Jesús. Sin embargo, este seguimiento se entiende y se vive casi siempre acentuando sobre todo la dimensión moral: «imitar a Jesús», «seguir su ejemplo», «defender su causa»... A lo largo de los siglos se ha ido olvidando la dimensión mística de Jesús, es decir, la experiencia de Dios vivida por él. ¿No ha llegado la hora de entender y de vivir el seguimiento a Jesús como camino místico de renovación interior? ¿No hemos de enseñar a los hombres y mujeres de hoy a vivir «con los ojos fijos en Jesús, el que inicia y consuma la fe» (Heb 12,2)?
No me puedo alargar. En mi interior brotan otras muchas preguntas: ¿Cómo ayudar a los cristianos a redescubrir en lo profundo de su ser a Cristo resucitado como principio de renovación interior? ¿Cómo desarrollar una pastoral de interioridad en los diferentes ámbitos de la Iglesia? ¿Cómo introducir silencio y recogimiento interior en nuestras parroquias y comunidades? ¿Cómo celebrar la liturgia sin que nuestro corazón este ausente? ¿Cómo reavivar la experiencia de esa eucaristía dominical que estamos dejando morir por no escuchar a las nuevas generaciones que llevan décadas diciéndonos que se aburren al escuchar un lenguaje que, en buena parte, no se ha modificado desde hace ochocientos años?
Querido hermano Francisco, yo no soy nadie para sugerirle al Papa nada, pero vivo convencido de que sería un regalo para la Iglesia un Sínodo que sacudiera nuestras conciencias y fuera el punto de partida para impulsar en los años venideros una renovación interior de nuestro modo de vivir la fe cristiana.
Francisco eres un regalo de Dios para la Iglesia de Jesús. ¡Gracias por tu vida!
José Antonio Pagola (Añorga, Guipúzcoa, 1937), teólogo, ha dedicado muchos años a investigar en profundidad la figura de Jesús de Nazaret. Fruto de esa investigación son sus libros, sobre todo, Jesús. Aproximación histórica (PPC) y Es bueno creer en Jesús (SAN PABLO). Ha sido también director del Instituto de Teología y Pastoral de San Sebastián, rector del Seminario diocesano y vicario general de la diócesis de San Sebastián.
Una Iglesia en salida
Isabel Cuenca Anaya
(secretaria general nacional de Justicia y Paz)
Querido papa Francisco:
Me han pedido que le escriba una carta. Si me hubiesen pedido un telegrama, lo tendría muy fácil: «GRACIAS», pero una carta debe tener algo más de extensión. Así que voy a desarrollar por