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En La Oscuridad
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Libro electrónico128 páginas1 hora

En La Oscuridad

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Cuatro relatos de género negro, libro debut del autor.

Debut literario del autor, compuesto por cuatro relatos de género negro. Un asesor financiero sin escrúpulos, durante uno de sus numerosos viajes de negocios, conoce a un hombre muy peculiar del que querrá conseguir a toda costa una pieza de anticuariado de la que no se separa. En una joyería, la tranquila tarde de dos dependientas se estremece con la entrada de un joven atractivo con modales refinados que quiere comprar una alianza para su novia. Parece el hombre perfecto, pero no siempre el hábito hace al monje. Un hombre se despierta a oscuras, dentro de una caja, sin conseguir recordar nada de sí mismo ni de cómo ha acabado allí dentro. Su carrera contrarreloj para recobrar la memoria y comprender cómo salir de esa situación tendrá un desenlace inesperado. Un guardia de seguridad tiene que hacer un turno de noche dentro del antiguo edificio de la seguridad social cuyo mobiliario va a ser trasladado al día siguiente. Pero la noche acabará siendo mucho más larga de lo previsto.
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento13 abr 2019
ISBN9788893983808
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    Vista previa del libro

    En La Oscuridad - Fabio Venosini

    Introducción

    Un relato es por naturaleza una criatura imperfecta que sientes que nunca está listo para poder enfrentarse al público.

    Puedes leerlo, volverlo a leer y corregirlo mil veces, pero, cada vez que vuelvas a revisarlo, seguirá habiendo algo que no te convenza completamente.

    Numerosos autores, antes que yo, han sentido esa sensación frustrante hablando de sus obras.

    John Dann MacDonald, por ejemplo, escribió una vez: " …mandas tus libros por todo el mundo y en cambio te cuesta muchísimo sacudírtelos del espíritu. Son criaturas torpes, tratando de abrirse camino a pesar de los obstáculos que tú les has impuesto. No sé lo que daría por hacer que regresaran todos a casa y darle un último buen empujón a cada uno de ellos. Página por página. Excavando y aligerando, puliendo y lustrando. Dándole un lavado de cara ".

    Hasta Stephen King, autor sumamente prolífico al que cuesta relacionarlo con este tipo de incertidumbres, se ha pronunciado al respecto en varias ocasiones, como por ejemplo recientemente, en la introducción de su libro El bazar de los malos sueños, en la que ha declarado: " …en el pasado luché con la sensación de inadecuación, con el miedo real de no salvar la brecha entre una idea excelente y la plena consecución de su potencial. En definitiva y en pocas palabras, el problema es que el producto acabado parece siempre menos adecuado que la brillante intuición dictada un día por el subconsciente… ".

    Para mí, que escribir es mi distracción predilecta y que por primera vez someto el resultado de mi trabajo al criterio de los demás, con uno espíritu análogo al del padre que suelta por primera vez la mano de su hijo el primer día de escuela, saber que incluso autores tan importantes y consagrados han vivido y siguen viviendo incluso ahora el debut de sus obras con la misma inquietud, de alguna manera me ha servido de consuelo.

    Y así ha sido como, tras años pasados en hacer y deshacer periódicamente estos relatos como el velo de Penélope, buscando constantemente un resultado final que se pareciera no tanto a la perfección sino más bien a algo aceptable, al final me he resignado a la idea de convivir con esa odiosa sensación de inacabado y dejar que estas historias avancen.

    Espero que sean de vuestro agrado.

    El puzle

    A cada latido sentía pasar la sangre dolorosamente a la altura de las sienes, hasta el punto de notar la sensación de tener la cabeza rodeada por un torniquete.

    Por si fuera poco, se alternaban punzadas irregulares detrás de los globos oculares, como si alguien le estuviera metiendo los pulgares en los ojos, empujando a fondo.

    Daniele necesitaba a toda costa encontrar una farmacia o en todo caso un médico, para que le dieran lo que fuera con tal de ayudarle a aliviar la tortura de la peor migraña de toda su vida. Se había hecho tarde. Lo haría nada más llegar a su destino.

    Pasó su tarjeta de embarque por el lector óptico del acceso B24 y las puertas de plexiglás se abrieron delante de sus piernas, permitiéndole pasar al otro lado.

    En los últimos quince años, su profesión le había llevado a toparse con decenas de puertas como esa, cada semana, en cualquier lugar, en Italia y en Europa.

    Al principio esa vida le resultaba incluso divertida, pero muy pronto se transformó en una aburrida y pesada rutina.

    La gente con la que, esporádicamente, intercambiaba algunas palabras, no dejaba nunca de confesarle, con su habitual aire de ensueño, lo mucho que lo envidiaban por ese trabajo que le permitía viajar por el mundo, y a él cada vez le asombraba más constatar cómo nadie comprendía que no tenía encanto alguno pasar gran parte de sus días vagando de un aeropuerto a otro, como si fuera un nómada.

    Ese día también estaba transcurriendo como cualquier otro, acompañado por una jaqueca que había ido aumentando en intensidad, hasta llegar a ser insoportable.

    Aquella mañana había salido temprano de Milán con destino a Bruselas donde, nada más aterrizar, como siempre cogió un taxi que desde el aeropuerto le llevó por el trayecto más corto hacia la sede de una multinacional que había solicitado sus servicios de asesoramiento. Nada más finalizar la reunión con los directivos de la empresa, rechazó amablemente su invitación a almorzar para poder volver de nuevo rápidamente en taxi hasta el aeropuerto donde tomó sin demasiadas ganas un café y un pastel, y ahora estaba allí, a punto de volver a embarcar con un vuelo directo a Londres, donde le esperaban a primeras horas de la tarde para un segundo asesoramiento en una empresa británica. Si tenía suerte, llegaría a Milán por la noche, pero de no ser así, tendría que pasar la noche en un hotel, y no sabía cuál de las dos opciones era peor.

    A lo largo de todos esos años había estado en decenas de ciudades o, mejor dicho, en los aeropuertos de decenas de ciudades. Casa, taxi, aeropuerto, vuelo, taxi, reunión, taxi, vuelo, hotel. Era la profesión que había elegido y estaba acostumbrado a trabajar con esos ritmos pero, aun así, a veces se sentía agotado. En algunas ocasiones se despertaba por la mañana totalmente desubicado. Lo cual era alienante.

    Nada más pasar la puerta, recorrió la pasarela de acceso que conducía a la entrada del avión arrastrando la maleta, como si de un perrito perezoso se tratara, mientras por encima de su cabeza oía el diluvio que estaba cayendo fuera, golpeando ruidosamente el techo de plástico de la pasarela de acceso.

    Ese tiempo inclemente no contribuía absolutamente a que mejorase su migraña.

    Le enseñó de nuevo la tarjeta de embarque a la azafata que estaba en la entrada del avión, la cual, dirigiéndole una generosa dosis de sonrisas, le indicó con un gesto la dirección para llegar hasta su asiento de clase ejecutiva.

    Ya había volado con esa compañía y siempre le había gustado, sobre todo por la profesionalidad y la amabilidad que la tripulación mostraba hacia los clientes. Cuando tienes que volar varias veces al mes, esos detalles son los que marcan la diferencia, sobre todo en un día como ese, en el que parecía que en su cráneo hubiera un concierto de Metallica .

    De vez en cuando tenía ese tipo de inconveniente, sobre todo durante los periodos en los que no tenía más remedio que hacer varios viajes muy seguidos a lo largo de la misma semana, pero generalmente eran dolores de intensidad aceptable.

    Llegó hasta su asiento, sacó su tableta de la maleta, la colocó en el compartimento situado en la parte superior de la fila de butacas y se sentó.

    Ya no faltaba mucho para que despegara.

    Aprovechó ese lapso de tiempo que faltaba para echar un vistazo a las noticias. En unos minutos el personal pasaría para invitarle a él y a los demás pasajeros a poner sus dispositivos en modo avión, de acuerdo con lo dispuesto en las normas de seguridad.

    En la página web del Sole 24 Ore había un artículo interesante sobre las especulaciones financieras, que enlazaba con otro artículo de la semana anterior del Financial Times . Leyó también este último, enterándose de cómo en Wall Street, tras los desastres financieros y los escándalos de 2010, muchos especuladores estaban haciendo de nuevo grandes inversiones de alto riesgo en los junk bond , o lo que es lo mismo, en títulos de empresas moribundas. Antes o después la avaricia de esa gente conllevaría una nueva crisis financiera, pensó. En el mundo de las altas finanzas el aporte de la experiencia es nulo. La naturaleza humana se acaba imponiendo siempre.

    Mientras estaba concentrado en la lectura, oyó llegar al pasajero que iba a viajar a su lado.

    Normalmente no le hubiera prestado atención, pero ese hombre desprendía un aroma muy extraño, dulce y agrio al mismo tiempo, que hizo que se materializara en su mente la imagen de una mezcla de romero silvestre, tabaco, mentol y agua marina.

    No era exactamente un mal olor, pero tampoco se podía decir que fuera bueno. Era más bien algo intenso y penetrante que golpeaba el olfato como un puñetazo.

    El impacto con aquella fragancia le obligó a levantar la mirada para ver quién iba a ser su próximo compañero de viaje.

    Era un hombre extranjero muy pulcro, podría tener unos 60 años, pero sin duda alguna muy bien llevados, con una piel cetrina que contrastaba con el cabello y la barba de un blanco inmaculado, ambos bien cortados. Llevaba un traje clásico, de buena calidad.

    Seguramente era un hombre de negocios o el gerente de alguna empresa. Aquel hombre levantó a su vez la mirada hacia él y, solo en ese momento, Daniele se percató con una cierta incomodidad de haberlo mirado fijamente demasiado tiempo.

    Apartó la mirada.

    Ese momento de apuro fue interrumpido por el providencial acercamiento de una de las auxiliares de vuelo, la cual, sonriendo, les pidió a ambos que se abrocharan los cinturones y pusieran sus dispositivos en modo avión por el inminente despegue.

    El ruido de los motores aumentando las revoluciones ocupó la cabina mientras las azafatas, en fila a lo largo del pasillo, realizaban las rutinarias demostraciones de seguridad, haciendo gestos como si se

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