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Cambio climático sin complejos
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Cambio climático sin complejos

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¿Existe el cambio climático? ¿Hasta qué punto son responsabilidad del Ser Humano las actuales transformaciones ambientales de las que algunos dan testimonio con alarmismo? ¿Ha habido otros cambios climáticos en la Historia de la Tierra en las que no había humanos?
El autor desentraña algunos de los aspectos más polémicos del cambio climático, como la razón por la que se critica la política económica e industrial de los países avanzados pero no la de las potencias emergentes como China o India, las más contaminantes del planeta, o afirmaciones arriesgadas como el mito de la despoblación del ámbito rural, un fenómeno global que afecta a países ricos y pobres sin distinción. ¿Por qué se ataca la energía nuclear cuando es la fuente más limpia?
Éstas y otras preguntas intentan ser respondidas en este interesante libro que nos ofrece un autor muy vinculado a los movimientos asociativos ecologistas y preservacionistas, que apuesta aquí por una revisión crítica y rigurosa a los planteamientos vigentes de la corrección política y mediática actuales.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento23 oct 2020
ISBN9788418414046
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    Cambio climático sin complejos - José Luis Barceló Mezquita

    Introducción

    Al iniciar estas páginas me surge una primera pregunta: ¿a quién me dirijo?, ¿al vegano, contrario por principio a la tauromaquia, que come lechuga y sólo viste con tejidos que no provienen de origen animal?, ¿al ajeno a este debate, que no asiste a los festejos y es indiferente a su celebración?, ¿al aficionado que se ve perseguido, atacado y amenazado por una corriente que no entiende y al que, a veces, le faltan argumentos para defenderla?

    Hace algunas décadas se podía hablar tranquilamente de toros, con la duda de si delante tenías a un taurino, un indiferente o alguien a quien simplemente no le gustaban los festejos y permanecía callado durante la conversación. Hoy en día, tristemente no es así, al emerger un cuarto colectivo contrario, beligerante y que por menos de nada, cuando te manifiestas como «aficionado», te califica de «asesino».

    Se puede charlar de fútbol, de gimnasia rítmica o carreras extremas de larga distancia, aunque en los estadios se vean aficiones encontradas pegándose de palos, en la gimnasia de competición las niñas sean sometidas a dietas tajantes para evitar coger peso o en las maratones los esfuerzos resulten brutales y causantes de lesiones, cuando no de percances coronarios fatales; en la televisión nos bombardean con programas infumables que hacen un daño moral increíble y ofrecen a la juventud un modelo para ganar popularidad y ser admirado, vendiendo las intimidades y discutiendo sobre banalidades, ¡pero cualquiera propone prohibirlos! Estamos en un país libre y el que quiera puede practicar esos deportes, acudir a los estadios de fútbol o ver esas emisiones televisivas poco edificantes. Con los toros parece que no ocurre así.

    Antaño se empeñaban colchones para seguir a la figura de turno, pero hogaño vivimos inmersos en una corriente animalista que tiene diferentes causas, como comentaremos más adelante, movimiento que nos viene de fuera, ajeno a nuestra cultura, y que está cuestionando lo que fue, en palabras de Jesús María García Añoveros, «el hechizo de los españoles». Los festejos, que han estado presentes en cualquier celebración real o fiesta patronal durante siglos, ahora son abominables…

    Se trata de nuestras raíces, nuestras tradiciones, las que nos conformaron como pueblo y han sido devoción de nuestros mayores a las que hay que darles la espalda. No basta con que no te gusten o no vayas, ¡hay que acabar con ellas! Es lo que nos toca vivir…

    Comenzaba estas líneas planteando la duda de a quién me dirijo y no lo tengo claro, mi ánimo es presentar el estado de la cuestión bajo mi punto de vista, no sé si acertado. El lector juzgará y determinará. No pretendo convencer a nadie de nada; hace tiempo escuché una frase que me hizo pensar:

    «No doy explicaciones de por qué me gustan los toros. Mis amigos no las necesitan, mis enemigos no las creen y los tontos no las entienden».

    Perdón por el último calificativo si alguien se siente aludido, pero la frase la escuché tal cual.

    La afirmación anterior está muy en línea con lo que manifestaba en el Senado Isabel Bernardo, escritora y empresaria del mundo rural, en el marco del Simposium Los hombres y los animales: un debate de sociedad y una cuestión de derechos:

    «Que nadie me pida razones para explicar por qué soy taurina. Del mismo modo que yo no pregunto por qué usted es del Atlético y no del Real Madrid. Y yendo un poco más lejos, por qué usted es homosexual y no heterosexual. No, yo no pregunto esas cosas. No conviene hurgar en el mundo emocional donde son tan dispares las respuestas».

    ¿Es eso lo que debemos hacer?, ¿no preguntar, ni defender? No lo sé, quizás habría que seguir las indicaciones del filósofo francés y catedrático de la Universidad de París, Francis Wolff, al que citaremos en varios momentos, cuando afirma:

    «Hay que combatir a los enemigos, comprender a los adversarios e intentar convencer a los indiferentes».

    ¿O hacer como decía el tristemente desaparecido Víctor Barrio?:

    «La tauromaquia, más que defenderla, hay que enseñarla».

    De las escasas líneas escritas hasta este momento, el lector habrá podido colegir que el «juntaletras» que está detrás, es aficionado y defensor de la Fiesta, respetuoso con los que no la aprecian, no disfrutan de ella, e incluso también con los que se sitúan delante de los cosos insultando a los que allí acudimos. Respetuoso.

    Hago esta aclaración ya que antes de iniciar la lectura de un libro sobre un tema polémico, tengo la costumbre de identificar el punto de vista del autor. ¿Se trata de una defensa desde una posición preconcebida o se van a analizar los hechos objetivamente? Cualquiera de los enfoques me parece oportuno y ético, pero quedando claro desde un comienzo. Es como en las biografías «noveladas» cuando al llegar a un punto desconocemos si lo escrito realmente aconteció o es pura invención. Considero que se le debe honestidad y claridad al amable lector, de modo que pueda conocer si el autor ya tiene una idea preconcebida, si habla desde la imparcialidad, o es un militante convencido. A partir de ahí que cada uno decida continuar, o no, con la lectura.

    En estas líneas el lector va a encontrar una defensa de la tauromaquia por parte de una persona que ya tiene sus ideas claras, pero que respeta todas las opiniones, aunque sean diferentes. Prefiero decirlo en este preámbulo, soy un aficionado que se ha educado en el amor al toro y a esta Fiesta a la que aprecio y valoro por múltiples razones que desarrollaré a continuación. Si alguien discrepa totalmente de este posicionamiento y decide seguir adelante, le agradezco sinceramente el interés, pero ya está advertido de lo que va a encontrar.

    No quiero caer en el error de insultar ni injuriar a los detractores, como a veces se hace con las personas que acudimos a los festejos, creo que no es el camino. Lo que deseo es presentar con la calma, sosiego y tranquilidad que otorga la escritura, el por qué nos gustan los toros, las razones que nos hacen defenderlos, y los motivos que nos inducen a luchar para que las generaciones futuras de españoles no pierdan este ingente patrimonio cultural, artístico e histórico.

    Si a alguien ya convencido le sirven de argumentos de defensa, pues genial, si la persona indecisa se puede convencer de sus bondades, ¡miel sobre hojuelas! Honestamente dudo que algún antitaurino pertinaz se vaya a caer del caballo tras leer lo aquí expuesto, honestamente lo dudo.

    Con anterioridad me he referido a las generaciones futuras de españoles, si bien debemos tener en cuenta que la corrida de toros es un fenómeno internacional que excede nuestras fronteras y se da en muchos otros territorios que cuentan con muy buenos aficionados, magníficas ferias y plazas de toros, como sucede en Portugal, sur de Francia, Méjico, Colombia, Perú, Venezuela o Ecuador. Dadas las particularidades que concurren en cada zona, el texto está más enfocado a la realidad española, pero no podemos dejar de recordar a esas otras buenas aficiones que también resultan acosadas.

    Respecto a la organización del escrito, el propio título de la colección, «Sin Complejos», es un condicionante ya que, refiriéndose a una actividad concreta, plantea un enfoque carente de prejuicios, es decir, se está preguntando por las razones que nos llevan a querer la tauromaquia, pero, a la vez, se pide exponer los testimonios que permitan defenderla con la cabeza bien alta; ambas líneas de argumentación, el amor y la defensa, aunque complementarias, no tienen por que ser coincidentes.

    Sería un buen ejercicio por parte de los aficionados identificar cuáles son las razones que nos llevan a ir a presenciar un festejo, visitar una plaza, acercarnos a un museo taurino, ver un video de toros o acudir a una conferencia en Las Ventas, ya que de esa reflexión extraeremos los factores que nos impulsan y nos mueven, generando argumentos para su defensa. En cualquier orden de la vida esto no es necesario, pero en este ámbito, que sufre tantos ataques, creo que es recomendable. Por otro lado, además de los motivos que nos animan, también es conveniente contar con alegatos que permitan defendernos contra las acusaciones existentes y las malas caras que percibimos al afirmar ante desconocidos que nos gustan los toros.

    Por ello he dividido el texto en cuatro partes o capítulos. Lamento no haber sido capaz de integrarlo en ese número mágico de tres, ya se sabe, tres tercios de la lidia, tres toreros, tres pares de banderillas, tres terrenos de la plaza… En este caso, y sin que sirva de precedente, tras un pequeño preámbulo, o despeje del ruedo, serán cuatro las secciones.

    Un primer capítulo «Atracción: ¿por qué nos gusta?» expone las razones por las que los aficionados nos acercamos a las plazas para ver lo que allí ocurre. Son los argumentos «de fondo» y los más importantes, lo que nos emociona, nos admira y empuja a pasar por taquilla y adquirir una entrada.

    En el capítulo siguiente «Valor: ¿por qué mantenerla?» se presentan algunos elementos fundamentales que la dotan de importancia y, que sin ser palancas o factores que nos hacen desplazarnos a las plazas, la confieren un carácter valioso, algo a conservar y mantener.

    En el tercer capítulo «Datos e información (para evitar la confusión)» se muestran algunos aspectos que los aficionados y no aficionados debemos tener en consideración sobre la Fiesta, para evitar ciertas confusiones habituales al hablar de ella y sus circunstancias.

    El cuarto y último capítulo «Defensa (argumentos antiabolicionistas)» presenta alegatos y una apología de defensa de la tauromaquia frente a los ataques que se están vertiendo sobre ella. Resulta triste esta parte del texto, pero deviene necesaria.

    Preámbulo: ¿qué es la corrida de toros?

    Antes de abordar cualquier asunto se dice que lo primero es definirlo, delimitarlo, concretarlo. Así pues, ¿qué es una corrida de toros?

    Si hacemos esta pregunta a las puertas de un coso, en un día de festejo, nos mirarán con extrañeza y posiblemente responderán:

    —¡Pues vaya tontería!, resulta obvio que una corrida de toros es un festejo regulado en el que se lidian y matan normalmente seis toros por tres toreros acompañados de sus cuadrillas de banderilleros y picadores!

    Hasta ahí todos podemos estar más o menos de acuerdo, sin entrar en las excepciones de los «mano a mano» o las llamadas «encerronas en solitario» o los «festejos mixtos». Lo que ocurre es que la definición anterior nos presenta lo que vemos en una tarde de toros, pero la pregunta pretende tener más calado: ¿qué significado tiene el festejo taurino?, ¿qué esperamos encontrar una tarde de toros?

    Hay personas que van a los toros a sorprenderse y ver algo diferente, otras quieren disfrutar con el arte de los toreros «de pellizco», algunas aspiran a ver reses bravas y encastadas, las más conformistas se dan por satisfechas con un buen par de banderillas o una buena vara, otras asisten para ver a una persona exponer su valor delante de una fiera, las hay que van a aprender de las evoluciones de la res y de su comportamiento. Algunos aficionados quieren ver cómo los toreros resuelven los problemas que les plantean los toros y los terrenos que escogen para torearlos, otros van a examinar a los coletas o a los astados y les puntúan y valoran en una libreta secreta, también los hay que acuden al coso «a ver y a que les vean». En muchos lugares se asiste simplemente por costumbre, son las fiestas y se trata de una tradición más, algunos se mueven siguiendo a un torero, otros, una ganadería, e incluso los hay que lo hacen por el gusto de visitar plazas de toros desconocidas; una vez conocí a un aficionado que le apasionaba comparar las diferentes bandas de música.

    Hay espectadores que tienen en el tendido la oportunidad de desfogarse de sus frustraciones y chillan durante toda la tarde, otros van a mostrar sus profundos conocimientos o supuestos saberes taurómacos, en un espacio en el que se les escucha, incluso puedo asegurar que hace años los había que acudían por ser un lugar propicio para poder increpar al comisario de policía que ocupaba la presidencia. En algunas plazas, los toros son una excusa para darse un copioso festín previo y cogerse una curda de campeonato. Muchos son turistas que acuden porque están en España y quieren hacerse la foto de rigor, si estuvieran en Argentina irían a un lugar donde hubiera gauchos y si el viaje fuera a Berlín no se perderían el Check—Point Charlie.

    Podríamos seguir dando razones y justificaciones, cada espectador es un mundo y le guían sus propias motivaciones, todas válidas.

    En definitiva, ¿qué son los toros?: ¿un deporte?, viendo las evoluciones de algún torero y su poderío a la hora de colocar los rehiletes corriendo para atrás es lo que se puede pensar, aunque eso mismo ya sé lo decían en los años cuarenta a Arruza, quien, desde luego, sabía torear.

    ¿Es un espectáculo?, por supuesto que el festejo lo es, los trajes, el colorido, los capotes de paseo, todo hace pensar que estamos en un espectáculo, pero cuidado, uno muy singular, en el que también está presente la vida y la muerte.

    ¿Es arte?, el que haya tenido la oportunidad de ver una buena tarde de Curro o de Morante podrá dar mil razones…

    ¿Es un ejercicio de esperanza?, claro que sí, ya lo dijo Jean Cau:

    «Amar los toros cada tarde es creer en los Reyes Magos e ir a su encuentro».

    ¿Una tradición?, ¿quién puede negar que es una tradición milenaria que empuja a multitud de españoles a llenar las plazas para celebrar las fiestas del patrón o de la Virgen del pueblo correspondiente?

    ¿Es un rito?, sin ninguna duda, el caso es que la corrida de toros constituye «el rito». Hace poco el maestro Esplá lo expresaba perfectamente:

    «La corrida de

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