El oráculo del péndulo: Un verdadero cuento de hadas
Por Gisela Romero
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El oráculo del péndulo - Gisela Romero
El oráculo
del péndulo
un verdadero cuento de hadas
Gisela G. Romero Zapata
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El oráculo del péndulo
un verdadero cuento de hadas
El oráculo del péndulo
un verdadero cuento de hadas
© 2015 Gisela G. Romero Zapata
De esta edición:
© D.R., 2015, Ediciones Felou, S.A. de C.V.
Oaxaca # 72, despachos 201 y 202,
Colonia Roma, Delegación Cuauhtémoc,
C.P. 06700, México, D.F. Tel. 5256 0561
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www.felou.com
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e interiores: Nora Mata
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En memoria de mi gran maestro y querido amigo, Federico Catalano.
Némesis
images/img-9-1.jpgEra una tarde soleada de mayo de mil novecientos noventa y nueve, en la que llamaban la ciudad más grande del mundo. El nombre parecía irónico, pues ella no podía salir de aquel recinto que ahora la albergaba junto a más de sesenta personas de entre quince y noventa años. La mayoría estaba ahí por prescripción médica. Otros, por no encajar en un mundo, tal vez ordinario para muchos pero complicado para aquellos con ideas y frases que venían de una voz que les hablaba.
Todos los días existía la misma rutina: tras un aseo convencional, hacían fila en el vestíbulo para recibir el pequeño vaso de plástico con los dulces
, como ella les llamaba. No era simple dar los buenos días después de tragarlos, pues el enfermero a cargo inspeccionaba cada rincón de la cavidad oral hasta llegar a la garganta, causando náuseas.
A unos pasos del vestíbulo se encontraba un atrio con un gran reloj de péndulo que doblaba su estatura. Nunca le gustó el sonido que producía, así que siempre corría al otro lado, hasta que llegaba al área del comedor, para evitar escucharlo. No había mucho que hacer el resto del tiempo, excepto cada tercer día cuando tenía que asistir a terapia personalizada.
Algunas veces, después de la comida, las enfermeras les permitían salir al área del jardín. Un día, mientras caminaba entre los rincones ajardinados, se topó con una mujer de edad avanzada sentada en una silla de ruedas que trataba de recoger algo del piso sin poder conseguirlo. Ella se acercó y se lo dio en la mano. Se trataba de un papel arrugado y antiguo que parecía una vieja bolsa de pan. La anciana lo besó, lo metió bajo su blusa, la miró y le dijo:
—Gracias, ella está agradecida de haber regresado a su lugar.
Con gesto de confusión, sólo pudo responder:
—De nada, señora…
Es el último recuerdo que tengo de mi madre y lo llevo siempre conmigo, como a ella, cerca de mi corazón.
La anciana comenzó a hacerle plática y ella, conmovida ante el gesto de amor y respeto hacia su madre, no pudo más que sentarse en una barda rota de ladrillo rojo para poder ponerle atención. No había mucho que hacer, así que… ¿por qué no hacerse compañía?
Por la edad de la señora, era lógico que su madre no viviera, así es que no se detuvo a preguntar por ella. La anciana la miró con unos grandes ojos azules, la piel arrugada como la de una pasa; le sonrió y preguntó:
—¿Tú qué haces aquí? ¿Qué es lo que te perturba?
—Apenada ante el cuestionamiento, suspiró y contestó:
—Oigo voces, veo cosas que los demás no ven y cada vez que alguien me dice que eso no existe, tengo cambios de temperamento que me son difíciles de controlar. El doctor me ha dicho que no es grave, pero tiene que tratarlo de manera aislada hasta que sepa qué es exactamente lo que me trastorna.
La vieja soltó una carcajada hasta las lágrimas. Sacó un pañuelo de su bolsillo para secarlas, la miró y le dijo:
—Pues entonces pasarás mucho tiempo aquí, junto a él, tratando de descifrar algo que a todos nos pasa.
—¿A usted también la trajeron aquí por lo mismo?
—No, querida, yo vivo aquí desde hace mucho tiempo. Mi madre y yo viajamos desde una caótica Europa después de la guerra. Mi padre y ella eran científicos en la época, pero él fue capturado por los soldados antes de que llegaran las tropas inglesas de liberación. Poco después aprehendieron a mi madre, pero nadie notó que estaba embarazada hasta que fue inevitable esconder el crecimiento de su vientre. En cuanto dio a luz, nos separaron para llevarme a un área de tratamiento especial
. Aquel lugar era un laboratorio de la S.S. que estaba investigando ciertos códigos en el cerebro humano y decidieron tomar muestras del mío. Mi madre estaba a salvo, pero muy lejos