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El enemigo de la muerte: Un abecedario de Elias Canetti
El enemigo de la muerte: Un abecedario de Elias Canetti
El enemigo de la muerte: Un abecedario de Elias Canetti
Libro electrónico220 páginas3 horas

El enemigo de la muerte: Un abecedario de Elias Canetti

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Información de este libro electrónico

 Los apuntes de Canetti podrían leerse de diversas maneras. Una de ellas, la que guía este libro, es una lectura que sigue las letras del alfabeto y establece un diálogo directo con los temas esenciales de su escritura.  
 En palabras de Canetti, "La resistencia contra el tiempo necesita sus frases cortantes, de lo contrario permanece obtusa y desvalida. Es difícil guardar para sí las frases que uno mismo ha encontrado y son cortantes. Sin embargo, únicamente los pensamientos sobre los que nadie sabe nada lo mantienen a uno con vida". 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 nov 2021
ISBN9789585010567
El enemigo de la muerte: Un abecedario de Elias Canetti

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    El enemigo de la muerte - Carlos Vásquez

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    El enemigo de la muerte

    Un abecedario de Elias Canetti

    Carlos Vásquez

    Literatura
    Editorial Universidad de Antioquia®

    Colección Literatura

    © Carlos Vásquez

    © Editorial Universidad de Antioquia®

    ISBN: 978-958-501-055-0

    ISBNe: 978-958-501-056-7

    Primera edición: octubre del 2021

    Hecho en Colombia / Made in Colombia

    Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio o con cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad de Antioquia®

    Editorial Universidad de Antioquia®

    (57) 604 219 50 10

    editorial@udea.edu.co

    http://editorial.udea.edu.co

    Apartado 1226. Medellín, Colombia

    Imprenta Universidad de Antioquia

    (57) 604 219 53 30

    imprenta@udea.edu.co

    El enemigo de la muerte no fue escrito y, así, yo no he hecho nada. He merecido con creces la burla que cosecho por sus convicciones. Si estuviera aquí, si existiera físicamente, si de verdad estuviera aquí, nadie sería capaz de burlarse de él

    Elias Canetti

    Presentación

    Se escribe para amansarse y para calmarse

    EC

    "Una frase es siempre Otro en relación a quien la escribe". Eso afirma Elias Canetti en el ensayo Diálogo con el interlocutor cruel (1965), incluido en el libro La conciencia de las palabras (tomo V de su Obra completa en español). Eso pasa sobre todo con los diarios, en los que las frases se alzan como murallas y el que lleva uno va saltando encima de esas frases atreviéndose a ir cada vez más lejos. En ese ensayo, Canetti distingue tres formas de escritura: los apuntes sueltos, las agendas y los diarios. El ensayo es fascinante. Permite definir esas tres modulaciones, descubrir con gratitud y exaltación cómo, más allá de los géneros, la escritura multiplica sus formas para colmar una existencia. Elias Canetti fue maestro de esos tres géneros. Por desgracia, no existe aún la posibilidad de leer sus diarios ni agendas, él supo reservarlas un tiempo para que no causaran daño. Aquel ensayo permite, además, darse cuenta de que cada una de esas escrituras le conviene a ciertas cosas; la maestría está en inventarse una forma apropiada, no repetirse, evitar caer en esquemas. En ese sentido, Canetti es, como pocos escritores, un inventor. Se fue dando las formas que requería. Entre el ensayo, el poema, el drama, la novela, los apuntes, terminó desplegando una poética multiforme.

    Desde muy pronto Elias Canetti descubrió que luchar contra la muerte era su destino. En un momento dado supo que la forma de hacerlo era escribir su libro. Tanto la lucha como el libro iban a ser su fracaso. Ambos, vencer a la muerte y hacerlo en un libro, fueron imposibles. La obra de Elias Canetti es el registro de lo imposible. El libro nunca llegó a ser escrito. Quedan de él tan solo fragmentos. Apuntes, apuntes, apuntes. Pero, ¿no exigía acaso la naturaleza del enemigo una escritura pulverizada, múltiple en sus estrategias, una demolición, más que algo construido? La idea misma de libro hace parte del enemigo a vencer. Sabemos hasta qué punto Canetti comprendió que las formas heredadas de escritura no convenían a su propósito. Que si elegía el terreno de la escritura eso suponía buscar la muerte precisamente allí, en las palabras. Entonces se dedicó a acariciarlas, amarlas, conocerlas y denunciar a la vez su compromiso con su feroz enemiga. ¿Decidió acaso abolirlas? Muy por el contrario, encontró en una escritura plural y discontinua la indestructibilidad de la vida. De ese modo, y quizás paradójicamente, las palabras son del hombre la eternidad.

    De una manera regular, Elias Canetti empezó a llevar apuntes a partir de 1942. No dejó de hacerlo ya nunca. Dice que los apuntes deben ser espontáneos y contradictorios. Brotan de una alta tensión que califica de insoportable. Pero a la vez son livianos, simples, ligeros. Cuenta que un día, ese año, descubrió que la única manera de soportar la escritura de Masa y poder era llevando apuntes. Les dedicaba algunas horas del día, como una válvula de escape. Para escribir la obra de su vida abandonó toda actividad literaria. Dice que un hombre es un ser plural, múltiple y solo puede vivir por cierto tiempo como si no lo fuese. Los apuntes juegan el papel de liberación de esa multiplicidad ante la unidad impuesta de una concentración inaudita y tiránica. De pronto Canetti se vio apuntando lo que se le venía a la cabeza. Lo que anota no tiene ninguna función externa, no viene de ninguna parte ni va a ningún lado. Esos apuntes, en su mayoría, son breves. Ágiles, fulminantes. No contienen nada concluyente. Son pensamientos abiertos. Algo que no se verifica ni se puede dominar. Son como rayos. No tienen el carácter sentencioso de los aforismos. A diferencia de estos, los apuntes son provisionales, desprovistos de cualquier lección o verdad. Tampoco son vanidosos y no tienen ningún objetivo. No predicen. No imponen. No son concluyentes. Quien escribe apuntes es un juguete de su albur y capricho. Él no gobierna nada ni se propone ninguna cosa. Al escribir se sorprende. No sabía nada de eso, no sospechaba que eso existiera. Canetti los llama ocurrencias. A veces se contradicen. No se les puede exigir coherencia. Nada hay en ellos sistemático. No forman un organismo. Son inclasificables. Hay veces que no se ajustan a sus convicciones. Hay momentos en que esa ligereza se aparta y el escritor apunta lo que le es más propio y sincero.

    Para responder a ese carácter, Elias Canetti define una estrategia centrada en el uso de los pronombres. Para los apuntes prefiere el pronombre él. No tanto el ni menos aún el yo. Moverse en la escala de los pronombres le permite dejarse llevar por la plasticidad. Lo importante es la espontaneidad, oxígeno de los apuntes. Los apuntes son el oasis del pensamiento. Hay quienes piensan que en los apuntes está lo esencial de su obra, que sus ideas se avienen a ellos. Algunos de sus maestros más queridos escribieron apuntes: Heráclito y Lichtenberg. Hay una serie de apuntes en que Canetti habla de esa eminencia. Eso conecta al estudioso con el tema central de su método. Si los apuntes pierden esa libertad, dejan de ser lo que son, y es de suponer que Canetti les dedicó cada vez más tiempo para poder respirar como escritor.

    Es de esperar que los apuntes de Canetti puedan leerse de diversas maneras. Acaso la que más les conviene es la lectura al azar. Un apunte lo sorprende a uno, uno se topa con él y se produce el encuentro. Los apuntes se disponen, no se componen. Hablan de inmediato con entera naturalidad. Esa fue la forma en la que él los leyó por primera vez y quedó encantado. No sabe cómo escribir un apunte. Las exigencias estética y moral son inmensas. No cualquier cosa puede llamarse apunte. La respuesta a la pregunta acerca de la naturaleza de los apuntes de Elias Canetti exigiría todo un estudio. Supondría, por ejemplo, ponerlos en contacto con sus ideas. Ellos brotan de ellas. Y ellas de ellos. Si no hubiera sido por los apuntes, Masa y poder sería un libro magnífico, pero solo un libro. Eso se debe a que los apuntes son la raíz de todo el árbol de Canetti. Está también la lectura que se atiene a la cronología. A ella apelan los editores de la obra de Canetti en español. Esa opción es fecunda. No porque muestre un progreso de las ideas, la escritura de apuntes no progresa. Él leyó así los apuntes cuando lo hizo por segunda vez. Y queda la tercera, la que guía este libro, una lectura siguiendo las letras del alfabeto. Para lograrlo, él contó con el aporte extraordinario del Índice de nombres y conceptos llevado a cabo por el señor José Manuel de Prada Samper, incluido en el tomo IV de la edición de Galaxia Gutenberg. Ese índice le permitió entrar en los apuntes de una manera que hubiera disgustado a Canetti, justificada en su caso por el deseo de sintetizar su Canetti. Él espera que la traición sea comprendida por el lector, quien puede, si así lo quiere y con otra ley distinta, inventar su propio Canetti.

    Su aporte, si hay alguno, radicará en las palabras que eligió para cada letra. Cada una de ellas exigió dolorosas renuncias. Las omisiones son imperdonables y de su entera responsabilidad. Por lo demás, en este abecedario, todas las ideas son de Elias Canetti.

    Sólo en sus frases dispersas y contradictorias consigue el hombre recogerse, ser un todo sin perder lo más importante, repetirse, respirarse, enterarse de sus gestos, fundamentar su acento, ensayar sus máscaras, temer sus verdades, convertir sus mentiras en vapor de verdades, encolerizarse para la muerte y desaparecer rejuvenecido (1973).*¹

    Introducción

    Ninguna muerte acaba

    EC

    En 1993, un año antes de su muerte, Elias Canetti buscaba una palabra. Una sola para acariciarla, la palabra que queda, la única, la última. ¿Sabe alguien su última palabra? Sería como saber el instante de la muerte y eso es imposible. Es imposible morirse en un instante. No hay instante apropiado para morir. La muerte no es una oportunidad. Por eso no sirve para evadirse, escapar, ausentarse. La presencia y la ausencia quedan eclipsadas en ella, no hay sino el instante anterior. El que sigue no existe, de nada vale insistir. El presentimiento de la muerte, su incertidumbre radical, coinciden con el hallazgo de una palabra. La que le corresponde a uno. La que uno ha buscado toda la vida. Entre la fecha del nacimiento y la de la muerte hay una palabra. El que no sepa eso, el que no le consagre a esa palabra su vida, no sabe lo que es vivir. Un año antes de su muerte, Canetti insiste en eso: no quedan sino las palabras. Es lo único que vale la pena. Lo único que hay, la desnuda realidad. Sorprende que al final la fe en las palabras se mantenga. Eso hace a Canetti incomparable. Hay momentos en los que desfallece, es solo para tomar impulso, virar, entrar en las palabras con una fuerza renovada. La muerte no tendrá señorío mientras alguien encuentre la suya y la retenga y la haga sonar. ¿Es así? ¿Alguien ha hecho la prueba? Detrás de la palabra única se asoma la eternidad. La desnudez de la muerte no se compara con nada. Más fuerte que el despojo es el despojamiento del moribundo. Ante esa desprotección la muerte nada puede. Deja ella de existir, la palabra que calla es la muerte.

    Él ha estado estudiando eso. Ahora que terminó su abecedario vuelve al comienzo, piensa en la forma de acompañar el libro. Debiera ser un epílogo. Es lo que piensa. En sana lógica. ¿Pero puede caber esa lógica aquí? Más bien aprovecha para decir aquello en lo que ha estado pensando. Quiere reducir su vida a un diálogo libre. Si se encontrara con Canetti no sabría qué decirle. Le daría vergüenza. No tiene aquella juventud de un discípulo. Pero no es su contemporáneo tampoco. Ni en saber ni en sabiduría. Guardaría silencio y a lo mejor también él. ¿Y si lo encontrara en la muerte, o más allá? Leyéndolo lo ha intentado. Y no ha encontrado sino palabras. Su palabra, la suya exclusiva, le sigue estando vedada. Cree que Canetti la tiene en la punta de la lengua. Pero Elias, ¿dónde se encuentra? Está en sus libros, desperdigada como un cuerpo en demolición. En sus apuntes, en los que el cuerpo desmembrado del pensamiento sostiene una idea. Una intención más bien: denunciar, desgarrar, desenmascarar a la muerte. Y vencerla, matar a la muerte para agudizar el absurdo. Para estar desnudo debo decirlo. Las palabras son la investidura que desviste. El despojamiento que da aliento al despojo.

    Hay un punto de intersección, una encrucijada: protegerse de los muertos limitándose o abrirse a ellos. Esas aperturas Canetti las perforó toda su vida. Pasadizos, pasajes en lo pasajero. Líneas de eternidad entre los efímeros. Pasar a través de los muertos para devolverlos. Alentarlos, insuflarles vida. Es asunto de respiración. Eso lo aprendió de su amigo Broch. Cada ser tiene su aliento. Y mientras cada quien no descubra el suyo, no respira. Atravesar. Pasar. Desplazarse. Inventarse metamorfosis. El que gobierna sus metamorfosis no muere. La muerte no cambia de aspecto. Ella bloquea el cambio y por eso es mortífera. La metamorfosis es la pasión de la compasión. Uno es el otro hacia el que uno va. El puente son las palabras. Uno pasa de uno a otros diciendo nombres. Salvando los nombres de su apariencia mortífera. Esa doble naturaleza de los nombres fascinó a Canetti: ellos sirven para hacer vivir o para matar. El paso entre los vivos y los muertos. Hay que vencer las ideas, las creencias, los prejuicios. Es un giro radical y hay que darlo si queremos resucitar a alguien. Pero llevamos, como el nombre, la muerte incrustada en nosotros. Eso lo dice todo el mundo: lo pregonan los filósofos y lo verifican los hombres de ciencia. Pero la muerte es una nada. No significa nada. No existe siquiera. La muerte es una pose, una investidura. La muerte no tiene realidad. Nos asentamos en la realidad / irrealidad de la muerte. Y en ese lugar vivimos una vida falsa y cobarde. Se incrusta, es decir, nos da órdenes. La muerte es un terrible aguijón. Ordena, impone y manda. Hay que liberarse de ella. Arrancar de tajo el terrible aguijón. Pero de otro modo, interrumpiendo la lógica del poder que mata todo. Hay que cortar el circuito de las órdenes. Deshacerse, con ademanes, de las manos y de todo aquello que prolonga el imperio de las órdenes. Mientras más terrible se vuelve ese imperio, más hay que insistir. Pero, ¿cómo?

    Canetti despliega discreción, temeridad, inteligencia, método. Inventa, crea, se recrea. Muestra, por encima de todo, obstinación. Es su teatro de la crueldad. La víctima es él, es capaz de llevar en su cuerpo a todas las víctimas, liberarlas sin intentar redimirlas. El escritor no es un héroe. Sirve una causa, la de todos, la única causa que justifica vivir. ¿Se justificaría llegar a viejo si no fuera por eso? Canetti quiso llegar a los cien. Pensaba en personas de noventa años, personas longevas con ímpetu intacto. Envejecer para no engañarse y no engañar a nadie. Decirlo con palabras cada vez más difíciles y puras. Apuntes pequeños y concisos. Al final Canetti se dio cuenta de que estaba abandonándose. Y se propuso, ya viejo, volver a él. Y, quizás como nunca antes, habló en primera persona. No para defender su persona sino para apersonarse de la protección de muchas personas. La escritura de Canetti toma la vía de la misericordia. Hay que execrar a la muerte diciendo la verdad, restituir en las palabras la pureza moral. El dolor es la llama en la que la virtud abrasa el cuerpo.

    Conocí hombres de noventa y seis y noventa y cuatro y noventa y ocho. Seres íntegros y animados. Seres amantes de la conversación. Inquietos y quietos en el silencio. Seres preparados para decir cosas. Algo, una sola cosa. Seres perfilados cada uno, en su sola palabra. Formando el coro de las múltiples palabras de los inmortales. El propio Canetti ya sabía todo aquello de lo que la muerte es capaz. Y de lo que hace capaz al hombre. Había llevado consigo la terrible inquietud moral de ser un superviviente. La muerte pavorosa de los otros lo había perfilado. Para suspender la peligrosa satisfacción de la supervivencia hizo prevalecer la vergüenza, la culpa de sobrevivir lo llevó a enrostrarle toda su vileza a la muerte. Quizás su abuelo hubiera sobrevivido a la crueldad. Él no hubiera resistido ver arrastrados a sus seres queridos al oprobio y la humillación. Se habría quitado la vida. Solo que la inversión del signo moral de la supervivencia, la más dura de las metamorfosis, le permitió seguir adelante y llegar a viejo en el siglo de las matanzas. No habría resistido que hubieran gaseado a su madre y a su esposa y a su hermano. Se salvó de eso. Otros no lo lograron. Esa diferencia se vuelve un tono. Canetti fue un testigo. Pero no estuvo allí. En los campos. Solo que fue capaz de atravesar el siglo genocida con su clarividencia. Y vencer a la muerte en su elemento, la muerte en

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