Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La urbanización del río Tunjuelo: Desigualdad y cambio ambiental en Bogotá a mediados del siglo XX
La urbanización del río Tunjuelo: Desigualdad y cambio ambiental en Bogotá a mediados del siglo XX
La urbanización del río Tunjuelo: Desigualdad y cambio ambiental en Bogotá a mediados del siglo XX
Libro electrónico458 páginas6 horas

La urbanización del río Tunjuelo: Desigualdad y cambio ambiental en Bogotá a mediados del siglo XX

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El presente libro aporta al estudio de las relaciones entre las desigualdades socio-económicas y los cambios ambientales en la urbanización de Bogotá, un tema de indudable trascendencia justo en un contexto mundial actual marcado por el incremento de las desigualdades a nivel urbano y los desafíos ambientales asociados al cambio climático, la contaminación, los desastres, el derecho al agua, y como nos ha enseñado el 2020, los virus y las pandemias que creíamos superados. Es también una ayuda para comprender la urbanización como un proceso ambiental, en el cual están presentes elementos tanto sociales como naturales.
El caso del río Tunjuelo es ilustrativo de la producción de desigualdades ambientales en el proceso de urbanización, se analiza la relación existente entre la intensificación del proceso de urbanización de Bogotá a mediados del siglo XX, la actividad minera en el río y la ocurrencia de inundaciones en los barrios ubicados sus riberas, y se muestra cómo esta interrelación debe ser entendida en el marco de la alta desigualdad socioespacial que caracterizó el proceso de urbanización de la capital.
Además de lo que puede significar para el entorno bogotano, esta información puede servir de comparación o contrastación de situaciones similares en otras ciudades y otros ríos urbanos tanto de Colombia como de América Latina.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UIS
Fecha de lanzamiento29 sept 2021
ISBN9789585188082
La urbanización del río Tunjuelo: Desigualdad y cambio ambiental en Bogotá a mediados del siglo XX

Lee más de Vladimir Sánchez

Relacionado con La urbanización del río Tunjuelo

Libros electrónicos relacionados

Desarrollo de negocios para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La urbanización del río Tunjuelo

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La urbanización del río Tunjuelo - Vladimir Sánchez

    Portada

    La urbanización

    del río Tunjuelo

    Desigualdad y cambio ambiental

    en Bogotá a mediados del siglo XX

    Vladimir Sánchez Calderón

    Escuela de Historia

    Facultad de Ciencias Humanas

    Universidad Industrial de Santander

    Bucaramanga, 2021

    Página legal

    La urbanización del río Tunjuelo

    Desigualdad y cambio ambiental en

    Bogotá a mediados del siglo XX

    Vladimir Sánchez-Calderón

    Profesor, Universidad Industrial de Santander

    © Universidad Industrial de Santander

    Reservados todos los derechos

    ISBN ePub: 978-958-5188-08-2

    Primera edición, septiembre de 2021

    Portada: Sector canteras y barrio Villa Jackie, Ciudad Bolívar.

    Foto de Carolina Mendoza, 2004

    Diseño, diagramación e impresión:

    División de Publicaciones UIS

    Carrera 27 calle 9, ciudad universitaria

    Bucaramanga, Colombia

    Tel.: (7) 6344000, ext. 1602

    ediciones@uis.edu.co

    Prohibida la reproducción parcial o total de esta

    obra, por cualquier medio, sin autorización escrita de la UIS.

    Impreso en Colombia

    Dedicatoria

    A Tomás y Violeta, que son mi motor y mi esperanza.

    A Carol, que es mi certeza, mi compañía y mi cómplice.

    A Flor y Jorge, que son mi ejemplo.

    A Ernesto, Cata e Iván, que son mis amigos.

    A Aurelio, Tulita y Tancho, que son mis raíces.

    Agradecimientos

    Este libro fue posible por ayuda, colaboración, compromiso, afecto y amistad de muchas personas. En primer lugar, quiero agradecer por todas sus orientaciones, comentarios y sugerencias a Marta Herrera, directora de la tesis de doctorado que compone con modificaciones menores esta publicación. Además, su insistencia por cuestionar afirmaciones que daba por sentado me llevó a hacerme nuevas preguntas y enfrentar nuevos retos. Aunque no los resolví todos, fue un proceso de aprendizaje inmenso, lleno además de respeto y calidez. En ese largo proceso agradezco, en segunda instancia, a mis amigos y amigas del Taller Umbra, quienes leyeron y releyeron versiones preliminares de muchos documentos, algunos de los cuales quedaron por fuera del libro. Sus comentarios, inquietudes y críticas fueron tremendamente valiosos para aprender que no es lo mismo expresar lo que uno quiere decir y poder escribirlo. En especial, recuerdo a Santiago Paredes, Cindia Arango, Bibiana Preciado, Marisol Grisales, Laura Ramírez, María Elisa Balen, Simón Uribe, José David Pinzón, Sergio Barrios, Juan Camilo Niño, Rosa Isabel Zarama, Zamira Namen, Andrea Leiva, Miguel Durango y Carolina Hormaza.

    También agradezco a los profesores Shawn van Ausdal, Lise Sedrez y Germán Mejía, por haber aceptado evaluar el trabajo y por las generosas críticas, algunas de las cuales incorporé en el libro. En la maestría de geografía de la Universidad de los Andes, le agradezco a Claudia Leal por haber confiado en mí para dictar el curso de Geografía Física, que fue la razón de llegar a la universidad y después decidirme a estudiar el doctorado en historia. Pero también le doy gracias por su amistad y su interés en el desarrollo del proyecto, como también lo hicieron Andrés Guhl y Luis Sánchez. En el Departamento de Historia, Mauricio Nieto y Hugo Fazio me convencieron para que entrara al doctorado, y después, en sus cursos, pude comprobar que había sido una decisión adecuada. Además, en diferentes momentos me dieron luces sobre temas e intereses que, aunque no directamente vinculados con el proyecto, me permitieron entender mejor las relaciones entre historia y geografía, tiempo y espacio, naturaleza y sociedad, que constituyen parte de mis intereses académicos. Camilo Quintero, Decsi Arévalo y Catalina Muñoz también me apoyaron en diferentes aspectos, sobre todo en la posibilidad de dictar adecuadamente los cursos de Geografía e Historia de Colombia. Finalmente, Muriel Laurent y Jaime Borja, como profesores y directores de los posgrados, también me alentaron continuamente a terminar el proyecto y me prestaron su colaboración cuando lo necesité.

    El apoyo administrativo y logístico de Elena, Pilar, Aideth y Catalina fue importante para llevar a buen término la tesis. Siempre que necesité una carta de recomendación o de presentación ante alguna entidad o archivo, sacar fotocopias, cancelar o adicionar un curso, estuvieron muy diligentes y colaboradoras. La disponibilidad de un espacio permanente para poder escribir la tesis fue fundamental, pues durante el último año y medio no contaba con otro lugar para trabajar de manera adecuada. La colaboración de Neison, en todo lo que tuvo que ver con la instalación de equipos y programas y su actualización, fue muy valiosa. En general, agradezco a la Universidad de los Andes la oportunidad de conocer otro espacio de formación académica de gran nivel, con una gran infraestructura y un cuerpo profesoral y administrativo envidiables. Fue muy grato conocer allí a grandes personas de muy diversas condiciones culturales, económicas y sociales, que han enriquecido mi noción de país y de sociedad.

    Los compañeros del Doctorado en Historia me enseñaron mucho sobre esta disciplina, que era nueva para mí; además, me dieron ánimo y energía durante el último año, cuando me la pasaba casi todos los días en la oficina de estudiantes de doctorado. Un cariñoso saludo especialmente a Juliana Vasco, María Cristina Pérez, Lina Cuéllar, Leidy Bolaños, Ayder Berrío, Wilson Arias, Fernando Rojas, Carlos Rojas, Jenny Valencia y Oriana Prieto. Sebastián Díaz, Teófilo Vásquez, Marcela Wagner y Germán Quimbayo, quienes, como amigos y estudiantes de la maestría en geografía, también aportaron en mi formación y compartieron su conocimiento. Paola Luna, de la maestría en geografía, me enseñó a hacer mapas en Adobe, y sus consejos fueron muy útiles. En este grupo de amigos y compañeros estudiantes también le agradezco a Yesid Rodríguez, geógrafo de la Universidad Nacional y estudiante del Doctorado en Antropología en Los Andes, donde nos volvimos a ver después de varios años de haber trabajado en el Tunjuelo. Su ánimo y su impulso fueron contagiosos.

    Mi formación inicial, en geografía y economía, fue en la Universidad Nacional. Por más de una década fue mi espacio de formación. Allí comenzaron mis inquietudes por el espacio, el territorio y la desigualdad social; a mis profesores y compañeros les estaré siempre en deuda, en especial a Antonio Flórez, Nohra León, Joaquín Molano y Bethoven Herrera. Pero durante el doctorado en Historia conocí otro nicho de arraigo en la Nacho. Stefania Gallini y su grupo de historiadores ambientales –HACAL–me recibieron muy cálidamente. A Stefania le agradezco además sus comentarios al proyecto inicial de investigación y su invitación a participar en el proyecto de Semillas de Historia Ambiental y, por encima de todo, su amistad, su generosidad y su buen humor, necesario en la solemnidad académica que suele predominar.

    Sin la existencia del programa de doctorados nacionales de Colciencias hubiese sido imposible dedicarme de manera exclusiva a los estudios, algo necesario para adelantar una investigación de doctorado. El personal de la Dirección de Redes del Conocimiento y el Icetex, entidad encargada de la parte financiera del programa, siempre estuvieron atentos a mis solicitudes y su respuesta siempre fue positiva y oportuna. Andrea Navas, de la Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad de los Andes, por su parte, me brindó su colaboración para todos los trámites ante estas dos instituciones.

    Mauricio Riveros me introdujo en el mundo de los archivos, y me enseñó a moverme en el Archivo de Bogotá. Además, su colaboración en diversas tareas, como la búsqueda de información en ese archivo y en la Biblioteca Luis Ángel Arango y la transcripción de algunas entrevistas, fueron muy importantes, pues la calidad de su trabajo fue excepcional. También fueron clave en la revisión de prensa los apoyos de Stephanie Garcés y Angélica Agredo, integrantes del grupo de Historia Ambiental. Lady Calderón, mi hermana Cata y mi mamá también me colaboraron en la transcripción de entrevistas. De los diferentes archivos en que busqué información primaria, fue en el Archivo de Bogotá donde encontré la mayor amabilidad, colaboración y conocimiento por parte del personal. Los trabajadores de las bibliotecas de las universidades de Los Andes y Nacional fueron muy amables y profesionales. José David Pinzón, compañero de Umbra y docente de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, me facilitó el uso de los mosaicos de fotografías aéreas que utilizo en el trabajo.

    Las treinta y una entrevistas realizadas para la investigación aportaron información fundamental para lograr el nivel de análisis y la identificación de las relaciones entre diferentes actores y eventos; por ello, mi gratitud a todas las personas entrevistadas es inmensa. En especial, agradezco a Juan Pablo Ardila, por haber facilitado el contacto con el personal de Cemex, y Carmen Alicia Hernández, por contactarme con los pobladores de Meissen. De los entrevistados, José Miguel Bautista, María Isabel Castañeda, Jeffer Romero, Omar Blanco, José Manuel Restrepo y José Daniel Boada fueron especialmente generosos en compartir su conocimiento al atenderme en varias ocasiones entre 2012 y 2014. Dentro de los habitantes y amigos del Tunjuelo, Pedro Hernández, Julián Osorio y Javier Bautista compartieron sus experiencias y amistad, incluso desde antes de que empezara esta investigación.

    Durante el primer semestre de 2013, dentro de los beneficios otorgados por el Programa de Doctorados Nacionales de Colciencias, pude hacer una pasantía en la Universidad de Wisconsin – Madison. Fue una de las experiencias más enriquecedoras en términos profesionales y personales. Mi participación en las actividades programadas por el Center for Culture, History and Environment –CHE– y en el Centro de Estudios Latinoamericanos –LACIS– me permitió acercarme a una comunidad interesada también por las relaciones entre historia y ambiente, y pude aprender mucho de otros estudiantes y profesores especializados en la temática. En especial, agradezco a Gregg Mitman, Lynn Keller, Alberto Vargas y William Cronon. Pero, sin duda, estamos –mi familia y yo– especialmente agradecidos con nuestro anfitrión Tom Whitemarsh por su hospitalidad, cariño y amistad brindados durante nuestra estadía.

    Una vez culminados mis estudios de doctorado, pude compartir varios de los resultados de la investigación en distintos escenarios académicos, cuyos comentarios me permitieron afinar varias de las afirmaciones planteadas inicialmente. Le doy las gracias a Astrid Ulloa y Carlos Torres de la Universidad Nacional, a Diana Ojeda y Germán Mejía de la Universidad Javeriana, a la Red Colombiana de Historia Urbana, al Coloquio de Estudios Urbanos coordinado por el Cider y el Instituto Pensar, al Coloquio de la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario y al Programa de Estímulos del Jardín Botánico de Bogotá. También agradezco a la Red Waterlat-Gobacit, uno de los principales centros de reflexión sobre el agua en América Latina, por considerar mi trabajo en la versión del premio a Mejores tesis de doctorado, el cual obtuve en la versión de 2018. En particular, estoy en deuda con Esteban Castro, coordinador de la red y quien me alentó a seguir con la publicación.

    En estos años me he acercado a las comunidades de historiadores e historiadoras urbanos y ambientales. En el primer caso, me he encontrado varios escenarios con los y las colegas de la Red Colombiana de Historia Urbana, con quienes he compartido la preocupación por incluir la reflexión sobre el espacio en la disciplina histórica. En el caso de la historia ambiental, he podido participar en varios simposios de la Sociedad Latinoamericana y Caribeña de Historia Ambiental – SOLCHA-, y presentar avances sobre la investigación del río Tunjuelo. Allí, he tenido la fortuna de conocer a otros interesados por las historias de los ríos en nuestro continente, quienes hoy nos agrupamos en el Colectivo de Historia Ambiental de los Ríos de Latinoamérica – CHARLA. Gracias a sus trabajos he podido aprender de situaciones similares a la que analizo y así he complementado mi interpretación. Sobre todo agradezco a Bruno Capilé, Gabriel Pereira y Fabíula Sevilha.

    En esta fase final, que ha significado transformar la tesis en libro, debo agradecer a personas de dos instituciones, principalmente. Por un lado, a la Universidad Industrial de Santander, de la que soy profesor de tiempo completo, por darme tiempo dentro de mi carga académica para adelantar este trabajo, mediante el proyecto de investigación 1533 de la modalidad sin aporte en efectivo, y también al director de la Escuela de Historia, Alfonso Fernández, por permitirme dictar seminarios sobre historia ambiental e historia urbana, que me facilitaron estar al tanto de las discusiones en ambos campos y refrescar las lecturas previas. En tercer lugar, a los estudiantes de la Maestría en Métodos y Técnica de Investigación Social, quienes hicieron una lectura crítica del manuscrito en septiembre de 2020. Finalmente al comité editorial de la División de Publicaciones por la gestión de la edición de la publicación. En este proceso les doy las gracias a los dos jurados anónimos quienes leyeron con sumo cuidado el manuscrito y le hicieron valiosas anotaciones y sugerencias que traté de incorporar en la versión definitiva.

    Hasta el momento he mencionado a aquellas personas e instituciones que, más desde el ámbito académico y profesional, me colaboraron directa o indirectamente. Pero, sin duda, esta ayuda sería insuficiente si no hubiese contado con el amor, la comprensión y la colaboración irrestricta de toda mi familia. Carol, mi compañera de viaje, me dio su amor, compañía, escucha, ánimo y solidaridad a lo largo de los seis años del doctorado y los casi cuatro que han seguido desde entonces. Ha sido mi cómplice, y se lo agradeceré por siempre; sé que gran parte de mi éxito se debe a su sacrificio profesional. En segundo lugar, mi madre, Flor, quien también me ha brindado todo su apoyo y su amor incondicional siempre; ella es ejemplo de solidaridad, en especial por su familia. En tercer lugar, mi papá, Jorge, por su ejemplo de dedicación al estudio y de sensibilidad por los temas sociales y ambientales. Siempre recuerdo las charlas y las caminatas con él cuando era niño. Don Laureano y doña Marina, padres de Carolina, han sido también unos aliados fundamentales. Su apoyo para el cuidado de nuestros hijos, los quehaceres de la casa, el transporte a sitios varios y muchas otras tareas es inestimable. Enith también nos apoyó con el cuidado de Tomás y Violeta por un año y medio, y su cariño y su dedicación hicieron que pudiera irme con más tranquilidad a la universidad. A mis hermanos y demás familiares también les agradezco su buena energía, su compañía y su ejemplo por construir un mundo mejor, más justo, solidario y bonito; en especial, a Tulita y Tancho, mis abuelitas, modelos de tesón, esfuerzo, superación y alegría. Finalmente, les agradezco a Tomás y Violeta, esas dos hermosas personitas que llegaron a mi vida para alegrarla y llenarla de sentido.

    Al Tunjuelo llegué en el año 2002, y fue mi primer espacio profesional. A él estuve vinculado en varios otros trabajos: Observatorio Ambiental Local, Diagnóstico de Salud, Plan de Ordenamiento (POMCA). Después, se convirtió en el lugar de las salidas de campo cuando empecé a ejercer la docencia. Cuando decidí hacer el doctorado en historia, no dudé en escoger el Tunjuelo como espacio de trabajo. Aunque no lo conozco con la profundidad que se merece, este trabajo me permitió comprender mejor y valorar su participación en la construcción de la ciudad donde he vivido casi toda mi vida. Por eso, mi agradecimiento también va para este río y sus habitantes.

    Prólogo

    Entre mayo y junio de 2002 me encontraba trabajando como contratista en un convenio entre la Alcaldía Local de Tunjuelito, una de las veinte localidades –divisiones político-administrativas en que está dividida Bogotá, y la Universidad Nacional de Colombia, de donde me había graduado como geógrafo el año anterior. El convenio buscaba construir un Observatorio Ambiental Local que pudiera servirle a la administración local para conocer y monitorear el estado del ambiente de la localidad, ubicada al sur de Bogotá y conocida en la ciudad por elementos como las curtiembres de San Benito, el parque El Tunal y el río Tunjuelito, que la atraviesa de sur a norte y le sirve de límite. Era mi primer trabajo como profesional, y estaba encargado de generar la cartografía técnica de los indicadores y elaborar, junto con mi compañera Carolina Mendoza, un estudio sintético de los riesgos ambientales que aquejaban a la localidad de Tunjuelito. Dentro de esos riesgos sobresalían las inundaciones que habían afectado de manera recurrente a algunos de los barrios más emblemáticos de la localidad, como San Benito y Tunjuelito, barrios populares consolidados e integrados en la trama urbana y la vida de la ciudad. Aunque se habían reportado inundaciones relativamente recientes, a mediados de las décadas de los años noventa, la reubicación de varias viviendas y la construcción de varias obras de infraestructura, incluida una estación de bombeo en San Benito, parecían rendir sus frutos al evitar que hubiese nuevos desbordes del río.

    Pero la primera temporada de lluvias en la ciudad de 2002 era particularmente fuerte, y fue así como el río Tunjuelo se desbordó con un caudal calculado en cerca de treinta veces más de su promedio. El desborde del río se dio sobre áreas mineras, donde varias compañías explotaban agregados para la elaboración del concreto reforzado que demandaba la ciudad. Igualmente, se inundaron los barrios Tunjuelito y San Benito, y se vieron afectados directamente más de tres mil habitantes. Este evento causó un conflicto ambiental de tremendas proporciones, que vinculó a las empresas mineras, los habitantes de los barrios —incluyendo la red de Veedurías Ciudadanas— y los organismos de control del Estado, como la Procuraduría, la Contraloría, además de diversas instituciones oficiales encargadas de la gestión y la supervisión del uso de los recursos naturales. La particularidad del acontecimiento y el tipo de proyecto en que estaba trabajando llevaron a que fuese necesario entender mucho mejor el río y sus pobladores. Pudimos conocer a varios de los líderes sociales y ambientales, no solo de la localidad, sino de toda la cuenca, y ratificar la interpretación —que habíamos utilizado en la tesis de grado en Geografía, donde estudiamos desastres por deslizamientos en Yumbo (Valle del Cauca)— de que los desastres no eran naturales, sino producto del proceso de construcción del espacio urbano, en el que se mezclaban tanto elementos sociales como naturales. El evento de 2002 también me permitió entender las permanencias y cambios asociados a situaciones trágicas. La fotografía de la carátula del libro es de 2004, y muestra varios de los sitos de extracción aun inundados, así como el barrio Villa Jackie, sobre la Avenida Boyacá, cuyos habitantes tuvieron que ser reubicados unos años después debido al peligro que entrañaba la inestabilidad del suelo producto de la ocupación prolongada por el agua represada desde 2002.

    Posteriormente, y por casualidad, en varios de los proyectos en que participé en los siguientes años, pude conocer con mayor profundidad el proceso de poblamiento y cambio de la cuenca del río Tunjuelo, sin llegar a ser un experto en el tema, más bien desarrollando una curiosidad creciente por entender cómo es que se había construido esa parte de Bogotá que era el sur, donde yo había vivido siempre, y de la cual el río Tunjuelo hacía parte. Cuando tomé la decisión de seguir la vía académica, vi la oportunidad idónea para resolver esas inquietudes, aprovechando además el énfasis en la comprensión de procesos que tiene el análisis histórico, disciplina en la que realicé mis estudios doctorales. Considero que con el presente libro aporto al estudio de las relaciones entre las desigualdades socioeconómicas y los cambios ambientales en la urbanización de Bogotá, un tema de indudable trascendencia, precisamente en un contexto mundial actual marcado por el incremento de las desigualdades en el ámbito urbano y los desafíos ambientales asociados al cambio climático, la contaminación, los desastres y el derecho al agua. El caso del río Tunjuelo es ilustrativo de la producción de desigualdades ambientales en el proceso de urbanización. Por eso, además de lo que puede significar para el entorno bogotano, puede servir de comparación o contrastación de situaciones similares en otras ciudades y otros ríos urbanos, tanto de Colombia como de América Latina.

    Introducción

    En la noche del jueves 2 de octubre de 1969, la lluvia, que venía cayendo de manera casi continua por varias semanas en el sur de Bogotá, se intensificó, e hizo que la capacidad de transporte del río Tunjuelo se excediera y provocara el desborde de las aguas. La inundación alcanzó los barrios Meissen, Tunjuelito y San Benito (figura 1). Al presentarse en la noche, la cotidianidad de los habitantes se vio más afectada que de costumbre. Muchos niños y ancianos se despertaron sobresaltados por los gritos de sus vecinos y familiares ante el nivel de las aguas, que alcanzó rápidamente más de metro y medio de altura en las partes más bajas. Además de los Bomberos, miembros de la Policía Nacional y la Cruz Roja, así como de la iglesia local, se desplazaron para socorrer a los damnificados desde la medianoche, y luego les ofrecieron bebidas y alimentos en las primeras horas de la mañana¹. La rapidez con que las aguas ocuparon las partes más bajas de los barrios inundando las viviendas hizo que el impacto material de las familias fuese apreciable. Las pérdidas de enseres, ropas y alimentos fueron muy altas para la mayor parte de las, aproximadamente, 1.200 personas que se vieron afectadas directamente por la inundación. De otra parte, la fuerza de la corriente arrastró troncos, piedras y otros materiales que obstaculizaron el paso por el puente sobre el río, por lo que fueron aislados más de diez barrios localizados en la margen izquierda del Tunjuelo².

    A pesar de lo trágico del suceso, este desastre distaba de ser único en la cotidianidad de los barrios afectados. Al menos en otras veintitrés ocasiones anteriores, registradas entre 1955 y 1969, los habitantes de estos barrios ribereños del río Tunjuelo se habían visto afectados por este tipo de situaciones. La mayoría había sido producto del desborde de ese curso de agua, el de mayor longitud en el perímetro urbano de Bogotá.

    Pero la emergencia de ese año apenas estaba comenzando. Desde el jueves 2 hasta el miércoles 15 de octubre de 1969, es decir, por catorce días, los habitantes de los tres barrios experimentaron una sucesión de inundaciones en medio de la segunda temporada invernal de la ciudad. Durante ese tiempo, los bomberos fueron llamados en ocho ocasiones y el alcalde de la ciudad visitó los barrios tres veces, hecho sin precedentes en la historia de esos asentamientos³. La temporada lluviosa de 1969, que también afectó otras zonas de la capital, constituyó un motivo de alarma en la prensa de la ciudad, que registraba cómo los más afectados por la tragedia eran habitantes de menores ingresos:

    La ciudad estuvo alarmada por el azote de un crudo invierno. Fue cuando humildes familias tuvieron que evacuar sus viviendas […] Se estableció la angustia como ave agorera, para quebrantar la tranquilidad de las gentes más desprevenidas⁴.

    Sin embargo, a diferencia de otros años, los reportes sobre inundaciones en la ciudad terminaron antes de lo previsto. Normalmente, las noticias sobre inundaciones se prolongaban hasta finales de noviembre, cuando termina el periodo de lluvias del segundo semestre. En 1969, la última noticia sobre inundaciones en Bogotá fue del 23 de octubre, cuando un fuerte aguacero que había caído en el centro y el norte de la ciudad inundó algunas vías⁵.

    El 24 de noviembre de 1969, un mes después de ese último reporte sobre inundaciones en la ciudad, se inauguró el edificio Avianca, evento central del cincuentenario de la compañía aérea del mismo nombre. Con 37 pisos, fue el edificio de mayor altura para ese entonces en el país. Al evento asistieron cerca de dos mil invitados, entre ellos el presidente de Colombia, Carlos Lleras Restrepo; el alcalde de Bogotá, Emilio Urrea, y el arzobispo Aníbal Muñoz Duque, quien bendijo el rascacielos⁶. El edificio de Avianca fue celebrado no solo por su imponente altura en el centro histórico de la capital, sino, ante todo, por haber sido diseñado y construido por compañías nacionales y por ser fabricado casi enteramente con materiales producidos en el país⁷. Así, en el editorial de El Tiempo, periódico de mayor tiraje en el país, se leía:

    Cuando mañana las puertas del moderno y enorme edificio de Avianca se abran al público es aconsejable para los miles de visitantes fijar sus ojos no en las condiciones arquitectónicas, los grandes espacios, las modernas instalaciones. Recomendamos en forma primordial observar cómo ese colosal conjunto con toda su capacidad material es obra en una parte casi total del esfuerzo colombiano […] Vemos en el edificio de Avianca la combinación de la técnica profesional y la capacidad de producción en una alegre mezcla colombianista. No son ya los tiempos en que para realizar obras de tal categoría y costo se necesitaba en gran parte la asesoría extranjera y la importación de productos foráneos… Lo conseguido por Avianca es un triunfo de la ciencia y la capacidad económica nacionales y esto importa hoy mucho. Más de lo imaginado⁸.

    A primera vista, los dos acontecimientos descritos arriba, las inundaciones por el desborde del río Tunjuelo sobre unos barrios de sus riberas y la inauguración de un rascacielos en el centro de la ciudad, no guardan ninguna relación, más allá de la presencia del alcalde y su ocurrencia a finales de 1969. Es más, cada uno tuvo lugar en una parte diferente de la ciudad. Mientras las inundaciones se dieron en una sección del sur, el edificio de Avianca fue construido en pleno corazón de la capital. Además, mientras que las inundaciones, ocasionadas por el azote del crudo invierno, habían sido motivo de preocupación para la ciudad, el imponente edificio de la principal compañía aérea del país era un motivo de orgullo nacional.

    La presente investigación sostiene, no obstante, que los dos acontecimientos estuvieron entrelazados. Aún más que el triunfo de la ciencia y la capacidad económica nacionales, representado en el rascacielos, incidió en la tragedia de las familias de los barrios. Para demostrarlo, este trabajo indaga en el proceso de urbanización que experimentó la ciudad a mediados del siglo XX, en particular, el río Tunjuelo. Este proceso fue desigual, no solo en términos socioeconómicos, como han demostrado diversas investigaciones, sino también ambientales. Este estudio analiza las inundaciones, la mayoría derivadas del desborde del río Tunjuelo, en los barrios Tunjuelito, Meissen y San Benito, en el periodo comprendido entre mediados de la década de los años cuarenta y finales de la década del sesenta del siglo XX. Se trató de barrios que fueron ocupados por personas de escasos recursos, muchos de ellos migrantes campesinos que llegaron a la ciudad escapando de la violencia que se vivía en los campos. Estas personas, ante las dificultades para encontrar viviendas en otras partes de la ciudad, ocuparon zonas inundables al borde del río, que les fueron vendidas por urbanizadores privados. La ocupación de estas áreas dejaba a los habitantes en una situación vulnerable.

    Figura 1. Ubicación de los barrios inundados por el río Tunjuelo en octubre de 1969

    Fuente: Mapa base: Bogotá, 1958 en La planificación de Bogotá. DAPD [1961:9].

    Pero, además, lo que logra establecer esta investigación es que, durante este periodo, otros actores transformaron la cuenca del río Tunjuelo, con efectos diversos. De una parte, muchas de las construcciones de la ciudad, en particular las modernas, como el edificio de Avianca, fueron construidas en concreto reforzado. Para su fabricación se utilizaron cantos rodados y arenas depositadas por el río —que en términos de la construcción se denominan agregados y cuyo diámetro está entre los 0,06 milímetros y los 15 centímetros⁹—. Estos agregados se extraían de minas localizadas en las márgenes de este curso de agua, actividad que —además de ser económicamente rentable, está relacionado con el auge del sector de la construcción en el periodo— acentuó el fenómeno de las inundaciones sobre los barrios mencionados. De igual forma, la construcción de embalses en la cuenca alta del río Tunjuelo para dotar de agua a las áreas central y norte de la ciudad agudizó y en algunos casos dio lugar a inundaciones en esos barrios.

    Al develar estos aspectos, esta investigación permite establecer que, en la explicación dominante respecto a las inundaciones del Tunjuelo, expuesta en los medios de comunicación y en los informes técnicos de la Empresa de Acueducto de Bogotá, las causas de los desastres en los barrios recaían principalmente en el río y en sus habitantes. Se configuró así una interpretación en la que era el carácter violento e impredecible del río y la ignorancia y terquedad de sus habitantes lo que debía controlarse. En esa interpretación se omitía mencionar los impactos que la explotación minera y el funcionamiento de los embalses habían tenido sobre la dinámica del río. De esta forma, con esta tergiversación, el gobierno distrital y los industriales, con sus ideas de planeación, desarrollo y modernidad, se legitimaban ante toda la ciudad, pero especialmente ante los habitantes de menores ingresos, normalizando la tragedia y posponiendo acciones de fondo para evitar los recurrentes desastres. Esta acción de ciertos grupos de poder era clave sobre una población percibida como potencialmente desestabilizadora del orden social, al tiempo que era necesaria como mano de obra para una ciudad cuya base económica se transformaba.

    En síntesis, esta investigación aborda la cuestión de la desigualdad urbana producto de las condiciones asimétricas de poder en la transformación, el manejo, la apropiación y la representación del entorno. De acuerdo con lo expuesto, esta forma de desigualdad en la ciudad se estudia a partir de la interrelación entre la localización de los impactos negativos de la urbanización de la cuenca, que recayeron especialmente en personas de bajos ingresos y en el río mismo, y la invisibilización selectiva de las causas de los desastres que sufrían esas personas y ese curso de agua, por la cual se omitían los impactos causados por parte de los actores modernizadores (el Estado, por medio de los embalses, y las grandes industrias, por medio de las minas). Sobre esta base, en este trabajo se parte de la idea de que los procesos de cambio urbano no son nunca ambientalmente neutrales¹⁰.

    Las fuentes consultadas no permiten afirmar que esta invisibilización haya sido fruto de una estrategia complotista conscientemente diseñada y dirigida por unas pocas personas interesadas en mantener el statu quo. Se trata más bien de un resultado colectivo similar a lo que Pierre Bourdieu denomina habitus: «Un conjunto de principios generadores y organizadores de prácticas y representaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1