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El último imperio: El nuevo orden mundial y la falsificación del reino de Dios
El último imperio: El nuevo orden mundial y la falsificación del reino de Dios
El último imperio: El nuevo orden mundial y la falsificación del reino de Dios
Libro electrónico292 páginas7 horas

El último imperio: El nuevo orden mundial y la falsificación del reino de Dios

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La identificación de los Estados Unidos de América como imperio es común en la prensa y en el medio académico de hoy. Sin embargo, ya en el siglo XIX, intérpretes adventistas habían identificado ese potencial y habían relacionado esa nación emergente con las profecías apocalípticas. El objetivo de este libro es mostrar de qué modo el proceso de fundación de ese país provee importantes datos para iluminar la interpretación adventista de Apocalipsis 13. Además de esto, aclara el actual panorama sociopolítico de esa nación y sus perspectivas futuras. Esta lectura ayudará a entender mejor la lógica de las profecías bíblicas como revelaciones por parte del Dios verdadero que conoce y comanda la historia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 ene 2021
ISBN9789877983388
El último imperio: El nuevo orden mundial y la falsificación del reino de Dios

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    El último imperio - Vanderlei Dorneles

    editor.

    Introducción

    El reconocimiento de los Estados Unidos de América como un imperio contemporáneo es común hoy, en la prensa y entre los investigadores de diversas áreas tales como economía, política, sociedad y cultura. Sin embargo, mucho antes de que ese país asumiera su actual condición de imperio, intérpretes adventistas en el siglo XIX ya habían relacionado esa nación emergente con las profecías apocalípticas.

    La interpretación profética que identifica a esa nación con el poder político-militar representado en Apocalipsis 13 es exclusivamente adventista, aunque haya innumerables teorías de la conspiración que también le atribuyen a los Estados Unidos un papel negativo en el escenario del mundo contemporáneo.

    La relación establecida por los adventistas –desde los comienzos de la iglesia– entre los Estados Unidos de América y el símbolo apocalíptico es un elemento importantísimo de toda la escatología adventista del séptimo día. Diversos elementos del escenario profético no tendrían sentido sin la actuación de ese poder descrito en la figura de la bestia con apariencia de cordero y voz de dragón. Los tres mensajes angélicos, el sello de Dios y la señal de la bestia, la gran tribulación y la manifestación final del anticristo en la forma de un falso Mesías tendrían poca importancia sin la interferencia de un poder global intolerante en los últimos días. Frente a esto, la coherencia y la solidez de esta interpretación exclusivamente adventista son altamente necesarias.

    En este contexto geopolítico del siglo XXI, en el que los Estados Unidos han sido confrontados con el crecimiento y el fortalecimiento económico y político de otras naciones, es necesario reexaminar esa interpretación y analizar la solidez de sus bases.

    Este libro pretende responder a diversas cuestiones sobre la coherencia y la lógica de la interpretación adventista de Apocalipsis 13. Para alcanzar este objetivo, esta investigación intenta profundizar en la historia norteamericana desde sus comienzos hasta de la mitad del siglo XIX, cuando el movimiento adventista comenzó a guardar el sábado y a reconocer ese Mandamiento como el eterno sello de Dios con su pueblo. Fue por causa del sábado que los adventistas relacionaron Apocalipsis 13 con los Estados Unidos.

    La lógica de esa interpretación adventista no puede depender solamente de los eventos y los acontecimientos relativos a la nación estadounidense después del siglo XIX. Y este es el argumento principal de este libro: no fue a partir de la interpretación de Apocalipsis 13, realizada por los adventistas, que Estados Unidos de América pasó a ser considerada la nación que podría dar cumplimiento de esta profecía. En realidad, mucho antes del siglo XIX y de la creación de esa república, cuando los revolucionarios juzgaban estar fundando la nueva Jerusalén, ya había una vocación imperial. Incluso antes de la colonización británica –cuando los puritanos creían que estaban sentando las bases del nuevo Israel de Dios; es decir, la América libre y protestante–, ya en la época del descubrimiento de América, en el siglo XV, una identidad mesiánica estaba relacionada con el continente incógnito.

    En este libro, se van citando diversos documentos históricos que muestran que una vocación de cumplir un papel profético en el escenario del mundo moderno se reporta a las raíces de esta nación norteamericana. La interpretación adventista, en el siglo XIX, relacionó a los Estados Unidos con Apocalipsis. Sin embargo, desde los siglos XIII y XV, místicos como Joaquín de Fiore y Cristóbal Colón ya relacionaban la nación por venir con las profecías, no como un instrumento del dragón, sino como un instrumento divino en el cumplimiento de la promesa de Apocalipsis 21, del nuevo cielo y de la Tierra Nueva. Como muestra este libro, un sistema de falsificaciones del Reino de Dios estaba siendo preparado mucho tiempo antes de la colonización británica, que trajo el protestantismo y la ideología de la libertad a Norteamérica, y antes de que los padres fundadores trabajaran por el nacimiento de la república.

    A la luz de estos eventos, la interpretación adventista, aunque sea exclusiva de los guardadores del sábado, se reviste de mucha coherencia y solidez.

    La idea de escribir un libro sobre la formación y el nacimiento del poder sociopolítico y militar de los Estados Unidos de América como una nación profética surgió, inicialmente, de la observación de las películas de Hollywood y de algunos discursos de líderes políticos, que proyectan a los Estados Unidos como una nación mesiánica, con una misión divina.

    Algunos de esos discursos son, por ejemplo, el del ex presidente George W. Bush, quien, el 20 de enero de 2001, en la ceremonia de asunción presidencial, declaró: Nosotros tenemos un lugar cautivo en una larga historia [...] la historia de un nuevo mundo que se transformó en un servidor de la libertad. Además, el 25 de enero de 2003, en un discurso dado en el Congreso antes de atacar a Irak, él proclamó que Estados Unidos es una nación fuerte y digna en el uso de su fuerza y que los estadounidenses son un pueblo libre, que sabe que la libertad es un derecho de cada persona y el futuro de toda nación. Entonces, agregó: La libertad que tenemos no es un presente de los Estados Unidos para el mundo, es un regalo de Dios para la humanidad. Más adelante, en el discurso de asunción presidencial de su segundo mandato, el 20 de enero de 2005, Bush reiteró: Con nuestros esfuerzos, nosotros encendemos una llama en la mente de los hombres. Ella calienta a aquellos que sienten su poder, quema a aquellos que combaten su progreso, y un día ese fuego indomable de la libertad va a alcanzar los rincones más oscuros de nuestro mundo.

    Otro ejemplo lo encontramos en el discurso del presidente Barak Obama, proclamado durante la ceremonia de asunción presidencial de su segundo mandato, el 21 de enero de 2013:

    Lo que nos hace excepcionales –lo que nos hace estadounidenses– es nuestra fidelidad a una idea articulada en una declaración realizada hace más de dos siglos: ‘Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por el Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad’. [...] Hoy continuamos la tarea sin fin de superar la brecha entre el significado de estas palabras y la realidad de nuestro tiempo. Pues la historia nos dice que, aunque esas verdades son incuestionables, ellas nunca se hacen efectivas por sí mismas; y aunque la libertad es un don de Dios, esta debe ser garantizada por su pueblo aquí en la Tierra.

    Esos discursos le hacen eco a una creencia enraizada en la identidad estadounidense, que es la que señala a los Estados Unidos de América como la nación elegida, con prerrogativas que van más allá de los límites del bien y del mal, comisionada por Dios para cumplir un papel mesiánico en el mundo.

    El ideólogo estadounidense Robert Kagan, por su parte, cree que esa nación alcanzará un pináculo en la historia de las civilizaciones, que resulta en un impulso por transformar a los otros países. Para él, desde la llegada de los padres peregrinos, los estadounidenses siempre ejercieron un poder expansionista:

    La ambición de desempeñar un papel grandioso en el escenario mundial está profundamente arraigada en el carácter estadounidense. Desde la Declaración de la Independencia, e incluso antes, todos los estadounidenses, aun aquellos que no están de acuerdo en muchos asuntos, siempre compartieron la convicción de que su nación tenía un destino grandioso (Kagan, p. 87).

    Reinhold Niebuhr, considerado uno de los principales teólogos y filósofos de los Estados Unidos, afirma que los acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX hacen evidente que la historia le otorgó a los Estados Unidos la gran responsabilidad de defender los preciosos valores de la civilización occidental frente a las crisis desencadenadas por los totalitarismos contemporáneos (Niebuhr, pp. 3, 23). Él considera que Estados Unidos fue llamado para liderar a las naciones libres, en función de sus recursos económicos, políticos y militares; y principalmente, por causa de sus valores morales y espirituales (ibíd., p. 23).

    La vocación estadounidense para el cumplimiento de un papel mesiánico en el mundo está presente en discursos presidenciales, en las películas de Hollywood, en libros de importantes pensadores y predicadores estadounidenses, en documentos y símbolos oficiales, y se extiende hasta los sermones de los llamados padres peregrinos. Esa vocación atribuye un sentido sobrehumano a las acciones militares y políticas de los Estados Unidos de América. De esa manera, el poder temporal e histórico de ese país, como un imperio, sea haciendo el bien o el mal, pretende presentarse como el cumplimiento de un proyecto divino, en una extensa obra de falsificación de las acciones divinas previstas en las profecías bíblicas.

    Las películas que promueven los valores y el papel histórico de los estadounidenses también muestran personajes, temas y narrativas de naturaleza religiosa y mitológica, que retoman ciertos arquetipos de la memoria colectiva. Al retratar períodos históricos, reproduciendo personajes y eventos, y al representar el papel que desempeña Estados Unidos en la defensa de la libertad en el mundo, las películas ayudan a solidificar la imagen del país como nación elegida para el establecimiento de un nuevo orden mundial.

    Este libro trata de importantes elementos de la cultura estadounidense, como la religión civil, la identidad nacional y la memoria colectiva. Se parte de la hipótesis de que esa cultura está organizada como un sistema compuesto, entre otras cosas, por un conjunto de discursos, películas, libros y sermones, los que atribuyen a los Estados Unidos de América un papel mesiánico en la construcción de un nuevo mundo. Ese sistema funciona como una ideología y una cosmovisión, de naturaleza religiosa, que busca apoyarse en las propias profecías bíblicas. Siendo una ideología y una cosmovisión, la noción de que Estados Unidos es un instrumento divino para el establecimiento de un régimen de libertad y de derechos humanos en el mundo, no solamente legitima las acciones estadounidenses como orquestadas en el plano divino universal, sino también elimina la posibilidad de criticar ese sistema, como si el bien estuviese exclusivamente vinculado a esa nación y todo lo que se opone a ella fuese la materialización del mal.

    En el proceso de construcción de la ideología estadounidense, las narrativas bíblicas de un paraíso perdido y de una nación elegida, junto con la promesa de restauración de un nuevo cielo y de una Tierra Nueva, fueron usadas de manera no teológica, sino mitológica e ideológica. A través de este largo y fascinante proceso histórico y cultural, una identidad mesiánica fue construida para los Estados Unidos, que se presenta como una nación divinamente comisionada para el establecimiento de una era de libertad y de gloria en el mundo. Vistas, sin embargo, a la luz de la interpretación profética, la cultura y las realizaciones de esa nación se presentan como la propia falsificación del Reino de Dios.

    Frente a esto, el objetivo de este libro es mostrar de qué modo el proceso del nacimiento y de la fundación de los Estados Unidos de América provee importantes datos para una apreciación más amplia de la interpretación adventista de Apocalipsis 13. El libro pretende mostrar cómo estos datos ayudan a profundizar la solidez y la lógica de esta interpretación.

    Esta obra está dividida en tres partes. La primera abarca los dos primeros capítulos, que se enfocan en el gran conflicto descrito en las visiones de Apocalipsis 12 al 14, y en el desarrollo de la interpretación adventista de esas visiones desde los años 1850, cuando el sábado, como sello de Dios, tuvo un papel estructurante. La segunda parte incluye tres capítulos, que presentan una visión panorámica del nacimiento de la nación con su vocación mesiánica, en tres momentos: el descubrimiento de América, la colonización de Norteamérica y la fundación de los Estados Unidos. Por último, los cuatro capítulos restantes reflexionan sobre el modo en que el poder imperial estadounidense se identifica con la voz del dragón a través de las acciones bélicas y, finalmente, persecutorias de ese imperio.

    En este libro se asume que Estados Unidos llegó, durante el siglo XX, a convertirse en un imperio; tanto desde el punto de vista del poderío económico y militar como de su consecuente modelo de relaciones con las demás naciones, en el sentido de interferir y hasta de organizar el mundo a su propia manera. La misma perspectiva puede ser vista en obras tales como: La fabricación del imperio estadounidense: de la Revolución a Vietnam: Una historia del imperialismo de los Estados Unidos, del historiador Sidney Lens (2003); El imperio estadounidense: hegemonía y supervivencia, del filósofo Noam Chomsky (2004); El imperio estadounidense, del canadiense Claude Julien (1971); Imperio, del filósofo político Michael Hardt y el sociólogo italiano Antonio Negri (2000); y Formación del imperio estadounidense, del brasileño Luiz Alberto Moniz Bandeira (2006).

    El reconocimiento, en este libro, del poder estadounidense como poder imperial no implica, sin embargo, una continuidad indefinida de la historia, con un quinto imperio que sucede a la Roma que, en Daniel 2, estaba representada en las piernas de hierro de la estatua; y en Daniel 7, con el cuarto y último animal. Ese imperio contemporáneo no emerge de una lucha contra el imperio romano o el Papado, ni por haberse impuesto frente a ellos. Ese imperio debe ser visto, en realidad, como una reminiscencia de esos poderes. En Apocalipsis 13:12 se afirma que la segunda bestia ejerce la autoridad de la primera bestia y en su presencia, lo que hace que sea una continuidad de esos poderes finales, representados en la profecía.

    En la expectativa de que este libro sirva como una obra útil para exaltar la veracidad y la lógica de las profecías bíblicas, como revelaciones del futuro por parte del Dios verdadero que conoce y comanda la historia, se espera que sea una lectura instructiva y reveladora.

    Capítulo 1

    EL IMPERIO ESTADOUNIDENSE EN LA PROFECÍA

    Dios es soberano y tiene el control de la historia. Esa es la esencia de las profecías apocalípticas. Por medio de los profetas, él revela los grandes acontecimientos que habrán de suceder antes de que estos tengan lugar. Establece períodos en el tiempo, indica el perfil de los poderes político-militares, y revela entidades que, a lo largo de la historia, se relacionan con el pueblo elegido. Así, los grandes imperios fueron previstos o referidos en las profecías bíblicas; y con el poder estadounidense no es diferente.

    Los imperios en la profecía

    Daniel vio la ascensión del imperio de la Babilonia de Nabucodonosor, de los medos y los persas, del Imperio Griego, y de Roma, algunos de ellos en más de una visión (Dan. 7:1-8; 8:1-12, 20-25). A su vez, el apóstol Juan vio la ascensión del Papado como un imperio religioso (Apoc. 13:1) y, además, vio otro poder, de naturaleza político-religiosa, que ejercería una gran influencia en el mundo de los últimos días (Apoc. 13:11).

    Las profecías apocalípticas revelan una lógica por la que los grandes poderes imperiales se relacionan directamente con el pueblo de Dios, muchas veces como perseguidores. En esta relación tensa que se da a lo largo de la historia, los imperios se transformaron, algunas veces, en instrumentos en la gran controversia entre Dios y el diablo, cuyo foco es la lealtad a los mandamientos de Dios, y cuyo centro es la Cruz, donde la obediencia y la sumisión a Dios fueron ejemplificadas en el sacrificio de Cristo. Algunos imperios fueron instrumentos directos del enemigo, como Babilonia y como Roma, que pretendieron cambiar la Ley, y la obediencia y la adoración a Dios, por la sumisión a la voluntad de los hombres o del propio enemigo de Dios. Otros poderes, incluso, hasta fueron utilizados por Dios, como Egipto, que apoyó a los antiguos israelitas en un momento de gran crisis; o Persia, cuyo rey Ciro llegó a ser un tipo del Mesías (Isa. 45:1). El Imperio Persa, también, liberó a Israel del cautiverio babilónico, y decretó la restauración de Jerusalén y del Templo (Esd. 5:13-15; 6:3-5; 7:21-26). De la misma manera, Norteamérica se transformó en refugio para la iglesia de Dios a finales de la Edad Media.

    Esos poderes son revelados en las profecías, en general, por medio de miniaturas o símbolos proféticos, como animales o bestias. Son revelados detalles de dónde y cómo llegaron a representar un papel en los acontecimientos mundiales. Daniel vio a cuatro animales que subían del gran mar, agitado por los vientos (Dan. 7:1-8); y después vio a un macho cabrío y a un carnero (Dan. 8). El apóstol Juan vio subir del mar a la bestia de diez cuernos y siete cabezas (Apoc. 13:1); y también, a la bestia de dos cuernos que subía de la tierra (Apoc. 13:11).

    Del mismo modo, períodos específicos de tiempo son revelados a través del formato de reducción de un año a un día. Daniel vio que el cuarto animal actuaría por un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo (Dan. 7:25), y que el Santuario (celestial) sería purificado después de dos mil y trescientas tardes y mañanas (Dan. 8:14). El apóstol Juan, por su parte, vio que la bestia de diez cuernos perseguiría a los santos por cuarenta y dos meses (Apoc. 13:5; 11:2), el mismo período por el que la mujer pura (la iglesia) sería sustentada en el desierto, o sea mil doscientos sesenta días (Apoc. 12:14). De esta manera, las profecías apocalípticas muestran con claridad la actuación de Dios en el tiempo histórico.

    Siguiendo esa lógica, era de esperar que el imperio estadounidense también fuese citado en las profecías apocalípticas. De hecho, le fue presentado al apóstol Juan con detalles visuales y dinámicos que apuntan a su identidad, sus acciones y, especialmente, su relación con la bestia de diez cuernos y siete cabezas, en su persecución del pueblo de Dios.

    Desde su surgimiento, la nación estadounidense estuvo directamente relacionada con el pueblo de Dios. En el período de la colonización del Nuevo Mundo, muchos de los protestantes perseguidos por la corona británica, en el siglo XVII, buscaron en el recién descubierto continente un lugar en el que pudieran vivir libremente su fe y obedecer a Dios, según sus conciencias. Allí, la Reforma Protestante encontró un terreno más fértil para su florecimiento por medio de diversos reavivamientos impulsados por la libertad para predicar y para publicar las enseñanzas bíblicas. También fue en ese país que Dios suscitó, en el siglo XIX, un movimiento profético para la terminación de su obra en el mundo. Y, en los últimos días, esa nación va a relacionarse directamente con el pueblo de Dios como un poder político-militar perseguidor.

    Según la interpretación adventista del séptimo día, el único texto que hace referencia a ese poder contemporáneo es Apocalipsis 13:11 al 18. Particular de los adventistas, la interpretación de esa profecía comenzó a ser esbozada desde el inicio del movimiento, en la década de 1850, de acuerdo con lo que será visto en el próximo capítulo. Ese texto de Apocalipsis, en el que el poder estadounidense es representado por la figura de la bestia de dos cuernos que habla como dragón, es parte de un contexto más amplio que involucra los capítulos 12 al 14 de ese libro. Un estudio de esa sección ayudará a tener una visión más amplia del contexto profético de la actuación de ese poder.

    Esos tres capítulos (Apoc. 12-14) son considerados como el propio núcleo del libro profético, y tratan de la crisis final de la historia del pecado, con la descripción profético-pictórica del conflicto de una falsa trinidad (el dragón, la bestia y la bestia de dos cuernos) contra la Trinidad divina, formada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En ese conflicto, tanto los ángeles como los seres humanos forman parte de ambos lados. El estudio de esa estructura, como un detalle literario de ese libro del apóstol Juan, muestra la forma en que la inspiración divina organiza el material profético de modo que destaque los puntos esenciales y dirija la atención del estudio hacia el núcleo central de la profecía apocalíptica, que tiene que ver con la obediencia, la salvación y la adoración a Dios, mediante la fe en Cristo y en su sacrificio.

    La estructura del libro de Apocalipsis

    Especialistas en la literatura hebrea observan en Apocalipsis una estructura llamada paralelismo tipo quiasmo, que destaca el tema central del Gran Conflicto, en el que el pueblo remanente de Dios es visto como vencedor por medio de la sangre del Cordero (Apoc. 12:11). La estructura está formada por nueve bloques principales, donde el primero se relaciona con el último; el segundo, con el penúltimo, y así sucesivamente; a su vez, el bloque central es único y no se relaciona directamente con ningún otro. La relación entre los bloques de visiones se hace evidente, entre otros factores, por medio de temas paralelos, expresiones que se repiten, y promesas realizadas en la primera parte y cumplidas en la segunda.

    La estructura puede ser resumida como se observa a continuación:

    A. Prólogo (1:1-8)

    B. La iglesia en la Tierra (1:9-3:22)

    C. Siete sellos (4:1-8:1)

    D. Siete trompetas (8:2-11:18)

    E. Clímax del Gran Conflicto (11:19-15:4) – Centro del libro

    D’. Siete plagas (15:5-18:24)

    C’. Milenio (19:1-20:15)

    B’. La iglesia en el cielo (21:1-22:5)

    A’. Epílogo (22:6-21)

    El investigador adventista Kenneth Strand (1927-1997) fue uno de los primeros estudiosos del libro de Apocalipsis que observó, en el libro, la estructura en paralelismo tipo quiasmo. Él percibió que los capítulos 1 al 5 se referían a eventos de la Era Cristiana, destacando la peregrinación de la iglesia en la Tierra, mientras que los capítulos 19 al 22 apuntaban hacia eventos del tiempo del fin y la Tierra Nueva, mostrando a la iglesia en el cielo. De esa manera, Strand vio la primera parte de la estructura del libro como especialmente histórica; y la segunda, como primariamente escatológica, referida al fin del tiempo (Paulien, The Deep Things of God, p. 124). Esa hipótesis se comprueba, por ejemplo, en el clamor de los mártires cuya vida fue segada por la persecución durante la Edad Media: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? (Apoc. 6:10), y en la respuesta a este clamor, la que expresa alabanza a Dios después del Juicio: porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella (Apoc. 19:2)

    Ekkehardt Müeller, teólogo adventista, reafirma esa metodología en Apocalipsis. El libro de Apocalipsis puede ser dividido en dos grandes partes. La primera (Apoc. 1-14) consiste en varias series históricas de eventos que abarcan desde los tiempos del apóstol Juan hasta la consumación final. La segunda parte (Apoc. 15-22) trabaja solamente con eventos del fin de los tiempos, y ha sido llamada la parte escatológica (p. 3).

    Jon Paulien, también investigador del libro de Apocalipsis, explora diversas expresiones que aparecen en ambos lados del paralelismo en quiasmo. Ellas confirman una intencionalidad en esa estructura del libro. Por ejemplo, el prólogo y el epílogo registran términos paralelos como las cosas que deben suceder pronto[...] (Apoc. 1:1; 22:6), bienaventurados aquellos que [...] guardan las cosas (1:3; 22:7), el tiempo está próximo (1:3; 22:10), las siete iglesias

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