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Suharto, brujos, la alquibla y el judío mediático
Suharto, brujos, la alquibla y el judío mediático
Suharto, brujos, la alquibla y el judío mediático
Libro electrónico202 páginas3 horas

Suharto, brujos, la alquibla y el judío mediático

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Ensayo que analiza la violencia a partir del estudio de la cacería de brujas y el antisemitismo en Indonesia durante el período posterior a la caída del régimen de Suharto. El autor combina el análisis de los procesos históricos y políticos con el uso de conceptos psicoanalíticos y la interpretación discursiva, y ahonda acerca de la problemática de identificación de los diferentes grupos que habitan Indonesia a través de una revisión de los cambios históricos en las categorías que definen a sujetos individuales o colectivos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2016
ISBN9786071646156
Suharto, brujos, la alquibla y el judío mediático

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    Suharto, brujos, la alquibla y el judío mediático - James T. Siegel

    ROCKWELL

    1

    Suharto, brujos

    ¹

    … nadie está ya para nadie, y eso es realmente la muerte, ese morir ante el que Blanchot se ha lamentado […] no de que fuese fatal, sino de que resultase imposible.

    JACQUES DERRIDA, Políticas de la amistad

    I

    En Banyuwangi, en la punta oriental de Java, cuando el presidente Suharto dejó el cargo en 1998, en un lapso de tres meses se asesinó a ciento veinte personas tras acusarlas de hechiceras.² Más adelante, en diciembre de 1999, se mató a diez personas por la misma acusación en la cercana zona de Malang Selatan. Hubo casos parecidos en otras zonas de Java. Empecemos con un ejemplo.

    En la noche del 9 de diciembre de 1999, en la aldea de Harjokuncaran, al sur de la ciudad de Malang, se atacó a cuatro miembros de una misma familia, todos acusados de hechicería. Tres murieron y uno escapó. Uno de los hombres detenidos por los asesinatos dijo: Mi padre murió por un hechizo. Él lo sabía porque su padre había orinado sin parar hasta el momento de su muerte. Ésta era una entre varias muertes extrañas. Algunos se hinchaban: el abdomen o un brazo crecían al doble de tamaño hasta que varias personas murieron. Hablando de Muki, el padre de la familia de hechiceros, un hombre dijo: Si quería que le prestaras dinero pero no se lo dabas, se enojaba, con la consecuencia de que uno entonces se enfermaba. Otro hombre, como de veintipocos años, estaba indignado: su hermano estaba detenido en espera de que lo juzgaran. Estaba escandalizado no porque su hermano fuera inocente, sino porque su abogado, designado por la corte, estaba pidiendo dinero para los gastos. Se justificaba plenamente que su hermano hubiera matado a un hechicero, pues se trataba de un asesino. A este joven también le alteraba no haber estado presente la noche de los asesinatos, y en consecuencia no haber podido participar en dar muerte a esos brujos aborrecidos. Su casa estaba a unos kilómetros, y su madre había enfermado a raíz de un hechizo. La distancia entre su casa y la de los brujos era prueba de cuán poderosos eran éstos: podían hacer que su madre se enfermara aunque estuviera muy lejos.

    Un hombre que había sido vendedor ambulante de sopa de fideos dijo que Bukhori, el hijo de Muki, entró a su casa cuando él había salido a trabajar. Bukhori era pariente de su esposa, pero se fugó con ella. Luego el esposo estaba embrujado: el brazo se le hinchó y tuvo que pasar meses en cama. Fue al doctor, que le dijo que tenía una infección. Sin embargo, dijo, no había herida: una clara prueba (bukti) de hechicería. Bukhori tenía fama de preferir a las esposas de otros hombres, y cada vez que se robaba a una esposa, después el marido quedaba embrujado. Una mujer dijo que al principio estaba agradecida con Pak Muki. Cuando se enfermó, él le daba unas grandes píldoras y mejoraba. Sin embargo, con el paso del tiempo dejó de recuperarse. Además, dijo, muchos otros se enfermaban y no se curaban, y los mataban. Las píldoras que le daba Pak Muki tenían pedazos de arroz en el interior. Cuando estaba enferma sentía que había cosas extrañas en su estómago. Su enfermedad duró dos años y medio. El doctor le dijo que ésta venía de afuera y no era el tipo de enfermedad que él pudiera cuidar, así que ella estaba segura de que le habían hecho un encantamiento. Cuando mataron a Pak Muki, ella mejoró. Todos los que murieron, prosiguió, tenían el abdomen hinchado; todos habían sido embrujados prácticamente sin razón alguna. Por ejemplo, la gente no le prestaba dinero a Muki o, si lo hacía, después no podía pedir que le pagara, y de todas maneras se enfermaba. En este punto de la conversación un hombre interrumpió para decir que si los hechiceros no usaban su conocimiento, éste los atacaba a ellos. Eso pretendía ser una explicación de por qué Muki era tan violento. No era nada más su carácter: era parte de la estructura de la hechicería misma. Uno no podía entender cuánto daño habían hecho Muki y su familia si no se daba cuenta de que estaban obligados a desviar de sí mismos el poder letal de la hechicería y dirigirla a sus vecinos.

    Otro vendedor de sopa de fideos dijo que Muki le debía 70 000 rupias, el precio de aproximadamente veinte tazones de sopa, y que no podía cobrarle el dinero. Si se lo pedía, Muki decía: Claro que sí, te pago después. Le pregunté por qué seguía vendiéndole a Muki, por qué no detenerse, por ejemplo, después del decimoquinto tazón. Respondió que tenía miedo de morir si así lo hacía.

    Un hombre agregó que si hacías lo que él decía, te ayudaba, pero si no, te morías. Muki no hacía amenazas explícitas. En opinión de los demás aldeanos, no necesitaba hacerlo: él los aterraba. Para la mayoría de ellos no era del todo claro que si hacían lo que él decía no se verían afectados. El hermano del mismo Muki, que muchas veces le había prestado ayuda, también estaba embrujado, al igual que los padres de su nuera, que le habían dado unas tierras.

    La madre de la nuera de Muki, una mujer a la que se le calculaban setenta y tantos años, dijo que Muki mandó a un emisario para pedir la mano de su hija. Estábamos obligados [a aceptar]. Yo me iba a enfermar si no lo hacíamos, así que mi hija dijo que sí. Muki no dijo nada amenazante, pero entendieron que si no hacían lo que él quería, sufrirían. De cualquier modo, la mujer se enfermó y su esposo también. Muki dijo: Ni con un búbalo completo se curaría. Es decir, podían gastar el precio de un búbalo en curas, y aun así no mejoraría. ¿La prueba?, preguntó: su abdomen se había hinchado al punto de que ya no podía tumbarse y los muslos se le hinchaban tanto que no podía orinar. Sin embargo, en cuanto mataron a Muki mejoró, y su esposo también. Una y otra vez, la rápida recuperación de los enfermos tras el asesinato de Muki, su esposa y su hijo se tomaba como prueba de que eran una familia de hechiceros.

    De acuerdo con el testimonio de la gente a la que conocimos, toda la población de la aldea sentía estar bajo el encantamiento de los brujos. Eso dio como resultado el fin de la reciprocidad social. Un hombre pide a la hija de una familia. No se da ninguna de las negociaciones habituales en torno al matrimonio, sólo una interpretación tácita del lado de la familia de la muchacha: si la hija no se casa con el hijo del hechicero, que también es brujo, la madre se enfermará y morirá. Un hombre le da a Muki sopa suficiente para un mes; está convencido de que morirá si no lo hace. Muki nunca paga. Así, si alguien está enfermo, con toda seguridad a consecuencia de los empeños de Muki, nunca se recuperaría por mucho que pagara. "Quien tenía algún contacto con Matrawi [el nombre formal de Muki], al poco tiempo adquiría una enfermedad misteriosa [misterius]", según informa el periódico local.³

    A Muki, a su esposa y a su hijo Bukhori los golpearon y los mataron a machetazos; luego los colgaron y expusieron. Se detuvo a diecinueve personas por su participación; a la mayoría la soltaron más adelante. Es probable que en el ataque hubiera muchos más presentes. Toda la gente a la que conocimos en la aldea, hubiera estado presente en los asesinatos o no, se alegraba de las muertes.

    Los habitantes de esta aldea están convencidos de que la muerte los ha visitado de maneras que no son naturales. Al padre de uno de los detenidos, a quien ya hemos mencionado, le daban ganas de orinar tan frecuentemente que lo hacía todo el día. Mi padre se secó, dijo el hijo. La muerte ya no es natural, y su falta de naturalidad la vuelve insoportable. Si alguien muere por causas comprensibles, los familiares por lo general no se quedan preocupados por su muerte. Por el otro lado, la extravagancia de una muerte por hechicería vuelve inolvidables a los difuntos y el paso a la muerte. A la muerte ordinaria o natural le siguen una serie de prácticas funerarias. Tras la muerte biológica vienen el lavado del cuerpo, el sepelio, una serie de rituales a intervalos puntuales. Eso busca el mismo efecto que los funerales en todas partes: la separación de los vivos y los muertos, si bien en Java esto se hace de maneras muy diferentes de como lo entendemos en Occidente.

    Las prácticas javanesas en torno a la muerte se caracterizan por ciertas cualidades. Las acciones en memoria de los muertos se reducen al mínimo. La intención del funeral no es asegurarse de que los vivos recuerden al muerto como debería ser recordado. La separación entre los vivos y los muertos no significa que los recuerdos del difunto se pongan en un pasado del que la persona muerta nunca pueda volver: se espera que el muerto pueda reaparecer de manera autónoma, por así decirlo, sin que conscientemente se traiga a la memoria. Los muertos regresan en sueños o incluso en vigilia. La misma población de espíritus —y Java tiene una densa población de fantasmas, espíritus e influencias sobrenaturales— se considera, en términos un poco vagos, que está hecha de los vivos transformados en los muertos. Sus influencias sobrenaturales siempre son asombrosas y por lo general inoportunas. Con todo, son esperables. ¿Te moriste, padre?, preguntó el hijo de un hombre acusado de hechicería al que asesinaron. Sólo me mudé, fue la respuesta. La madre de otro brujo asesinado recibió la visita de su hijo una tarde; iba vestido de azul. Ella le preguntó si estaba bien de salud, pero desapareció sin responder. Estaba sobresaltada, pero también debió de haberse tranquilizado (me dijeron que la vestimenta de su hijo era señal de que él estaba bien).

    Los javaneses consideran esta clase de fenómenos como las intromisiones habituales de los espíritus en el mundo, más que como la reaparición imposible de alguien que está muerto y por lo tanto no puede regresar. Con todo, el espacio que se deja a la memoria y las alucinaciones involuntarias, por dar a sus experiencias nombres que nos permitan comprenderlas, sigue sin dar cabida a la muerte no natural. No sólo cuando una muerte adquiere formas extrañas y cuando parece depender del hechicero no es natural: tampoco es natural cuando es contagiosa. Con eso me refiero a que la muerte no es natural cuando todo mundo parece amenazado por ella y, dado que la condición humana consiste en estar amenazado por la muerte, sin poder dejar de pensar en ella. Esa gente busca una causa de muerte para poner fin al contagio. Incluso cuando descubren que la causa es la hechicería y se han ocupado del hechicero, no están tranquilos porque no les queda clara la naturaleza de la hechicería. Pronto la fuerza del hechicero llegará a mí. De ahí el carácter obsesivo de la hechicería, y con él, la caza de brujas.

    Es importante la idea de que el hechicero debe usar su poder so pena de que se vuelva contra él. Al hechicero se lo acusa de centrar su malevolencia en determinadas personas, pero probablemente todo mundo es una posible víctima. El hechicero no es sino un vehículo de algo que se origina más allá de él. Constantemente debe encontrar nuevos objetivos; en ese sentido, es como el curandero o dukun. El curandero sobrenatural en Indonesia, como en casi todos lados, se enferma. Para curarse, debe permitir que visiten su cuerpo los espíritus que han causado la enfermedad. Suele haber dos conjuntos de espíritus, buenos y malos. El curandero se convierte en su receptáculo y les permite ser empleados para curar. Adquiere de esta manera una doble identidad: en la vida cotidiana ella o él es quien es, y cuando cura es alguien, o algo, completamente distinto. Según esta postura, el hechicero es el curandero invertido. Ambos ofrecen su cuerpo para el uso de los poderes sobrenaturales que los poseen, tanto como ellos poseen a los espíritus.

    La curación mágica es, en efecto, el acto de volver útil y razonable el poder sobrenatural. Cuando el curandero se convierte en el hechicero —y en algunos casos eso es lo que la gente creía que pasaba, aunque la mayor parte de los acusados de brujería no eran curanderos (dukun)—, este poder pierde su razonabilidad, su capacidad de volverse parte del pensamiento ordinario. El curandero da salud, pero el hechicero causa la muerte. Quizá la diferencia esté en el contraste entre los verbos dar o producir y el verbo causar: el hechicero no da ni produce, sino que destruye. Seguramente esta oposición es un elemento útil para explicar el funcionamiento del mundo, pero la hechicería que vino después de que el presidente Suharto dejó el cargo la rebasó. Pocos de los asesinados eran dukun. Cuando la hechicería se dislocó del dukun, se acabó la posibilidad de usar el misticismo javanés para explicar la fortuna y la desgracia o para calmar la ansiedad. La identidad del hechicero y la fuente de su poder se volvieron, pues, confusas. La sola idea de hechicería se convirtió entonces en una manera de imaginar que había aparecido, o aparecería, la muerte no natural.

    En el periodo tras la caída de Suharto el hechicero era —y en el momento en que escribo esto sigue siéndolo— un vecino común y corriente. Algunos acusados de hechicería, como Muki, eran curanderos, pero la mayoría no. El brujo post Suharto es como todos los demás, pero tiene también una segunda identidad, una que, de acuerdo con la teoría javanesa de la brujería que aún estaba vigente, él no eligió. Muchas veces el hecho de que no fuera una decisión del brujo quedaba oculto por la animadversión que le guarda la gente al hechicero; sin embargo, sigue siendo un elemento importante de la hechicería. El hechicero es depositario de una fuerza letal. Esa fuerza letal, que reside en él, afecta —y podría decirse que infecta— a sus víctimas cuando se enferman. La cura, si es que la había, en ocasiones consistía en retirarle a la víctima objetos extraños del estómago o de otras partes del cuerpo; tales objetos contenían o comunicaban la fuerza del hechicero. Normalmente, empero, no había cura. Las víctimas del hechicero están habitadas, al igual que él. La diferencia es que a ellas, por alguna razón, no se les presenta la posibilidad de desviar esa fuerza. En ese periodo, los aldeanos sentían que habían llegado a este mundo, incontrolablemente, fuerzas extrañas —que no podían identificarse con el mundo espiritual conocido— a escala comunitaria. Por el motivo más insignificante, o sin ningún motivo, a uno lo encantaban. Explicaciones que en otros tiempos acompañaban las acusaciones de hechicería, como la envidia o el conflicto de interés, a menudo se dejaban de lado.

    En consecuencia, las motivaciones del brujo muchas veces eran poco claras. Muki, por ejemplo, no era rico, aunque de acuerdo con los aldeanos podría haberlo sido. Si Muki hubiera vendido sus servicios de brujo habría sido muy rico, nos decían. Lo cierto es que Muki actuaba por razones indescifrables. Cuando alguien se enfermaba, eso se convertía en señal de los poderes de Muki, especialmente si la persona había tenido algo que ver con él. Como hemos dicho, si uno hacía, o no hacía, lo que Muki quería, de cualquier forma lo padecía. Los intereses no podían explicar sus acciones. Si uno tenía tratos con él, darle lo que quería no servía de nada. Estar en comunicación con él significaba llamarle la atención y por lo tanto volverse su víctima. Eso pasaba simplemente por su necesidad de ser malévolo.

    Como intermediario entre el mundo espiritual y el humano, el hechicero debería ser una figura. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en Occidente, no existe una imagen del brujo, al menos no del brujo de este periodo de acusaciones masivas. El curandero que hace el mal es una figura: uno puede verlo

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