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Universidad de Guadalajara: más de dos siglos de historia
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Universidad de Guadalajara: más de dos siglos de historia

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El presente libro proyecta una visión amplia y documentada de lo que actualmente representa la Universidad de Guadalajara dentro y fuera de la geografía jalisciense. Reúne los aportes de prestigiados académicos y funcionarios de nuestra alma mater, quienes cuentan con una vasta experiencia en las áreas de docencia, investigación y gestión del conocimiento y la cultura.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 oct 2020
ISBN9786074507102
Universidad de Guadalajara: más de dos siglos de historia

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    Universidad de Guadalajara - Gloria Angélica Hernández Robledo

    venir.

    Primera parte. La Universidad de Guadalajara: de fundación real a establecimiento estatal, 1792-1914

    Edificio de Santo Tomás, primera sede de la Universidad de Guadalajara en 1792.

    CAPÍTULO 1.

    La Real Universidad de Guadalajara

    Angélica Peregrina Vázquez y Cristina Cárdenas Castillo

    Creación

    El español en sus conquistas allende el mar llevó consigo su mundo y trató de reproducirlo en las nuevas tierras colonizadas. Así, la religión católica y los establecimientos de enseñanza fueron transvasados a América y produjeron nuevas ramificaciones.

    Es muy significativo el hecho de que apenas 30 años después de la llegada de Cortés se haya fundado la primera universidad mexicana. La Real y Pontificia Universidad de México abrió sus puertas en 1551 y durante 240 años fue la única con privilegios plenos —es decir, facultada para otorgar grados— en el virreinato de la Nueva España.

    Los estudios superiores, tanto en España como en México, abarcaban una facultad menor —la de Artes¹— y tres facultades mayores —Teología, Derecho Civil y Canónico y Medicina. Sin embargo, no todos los estudiantes cursaban los estudios de Artes en la universidad misma: principalmente quienes habitaban fuera de la capital solían hacerlos en los colegios seminarios y al terminarlos debían viajar para presentar su examen en la Facultad de Artes de la Real y Pontificia Universidad de México y para continuar sus estudios.

    Ésta era la práctica más común tanto en la Nueva Galicia como en otros reinos y capitanías del virreinato y constituyó uno de los argumentos más utilizados a lo largo de casi un siglo para solicitar al rey la creación de una universidad en Guadalajara: los jóvenes se veían obligados a viajar a la capital —exponiéndose a numerosos peligros— para postular al grado de bachiller en Artes y para poder cursar estudios en las facultades mayores.

    Desde finales del siglo XVII Guadalajara tuvo dos colegios seminarios, ambos creados en 1696. El Colegio de San Juan Bautista pertenecía a la Compañía de Jesús. la cual también había abierto una escuela de gramática que recibió el nombre de Colegio de Santo Tomás. Ambos conformaban el Colegio de Guadalajara (Castañeda, 1984: 122). El Colegio Seminario Tridentino del Señor San José surgió por iniciativa del obispo Felipe Galindo Chávez en obediencia a los decretos del Concilio de Trento (Castañeda, 1984: 128).

    Como se señaló líneas arriba, las peticiones y los trámites para que se fundara una universidad en Guadalajara se extendieron a lo largo de un siglo. Los obispos, las órdenes religiosas, el virrey de Nueva España, la Audiencia de México, la Audiencia y el Ayuntamiento de Guadalajara y un historiador local, Matías de la Mota Padilla, fueron los demandantes. Los argumentos que se exponían, además de tratar de evitar que los jóvenes salieran de la Nueva Galicia, consistían en subrayar los beneficios que traería la universidad: ilustración, instrucción y sólidos principios de religión y civilidad. La región podría tener a sus propios ministros eclesiásticos, letrados seculares y profesores médicos (Castañeda, 1984: 339-340).

    Los monarcas en turno (Felipe v, Fernando vi, Carlos III) respondieron por lo general a las solicitudes pidiendo más información. Finalmente, Carlos IV accedió a la fundación el 18 de noviembre de 1791 (Castañeda, 1984: 339).

    Así, la Universidad de Guadalajara se convirtió en la número 29² de las fundadas en América Latina de acuerdo con el modelo salmantino.

    Tradicionalmente se distinguen dos grandes modelos de universidad medieval. El parisino, cuya organización se caracterizó desde sus inicios por la preeminencia de los profesores sobre los alumnos y, por lo tanto, por el hecho de que el rector era elegido entre los primeros, y el boloñés, cuya máxima autoridad era igualmente el rector, pero elegido entre y por los estudiantes. Originalmente la Universidad de Salamanca se apegó al modelo boloñés de participación estudiantil directa (Fernández Álvarez, 1989: 103), pero con el paso del tiempo los estudiantes fueron perdiendo protagonismo a la vez que se concentraba el poder en los catedráticos de propiedad (Fernández Álvarez, 1989: 108). Finalmente, como término de múltiples conflictos, en 1770 el Consejo de Castilla decidió que el rector de esa Universidad fuera graduado de doctor o licenciado (Fernández Álvarez, 1989: 155), es decir, la organización de facto se apegó al modelo parisino.

    Los vaivenes

    La primera etapa de vida de la Universidad fue relativamente corta, abarcó de 1792 a 1826. La guerra de independencia y la elección del sistema republicano implicaron para ella un conflicto de lealtades —de raíces— que no pudo resolver, como veremos más adelante. Por otra parte, la nueva república trajo consigo nuevas concepciones educativas, antagónicas respecto de las tradiciones universitarias. Así, en 1826 el Gobierno del Estado de Jalisco promulgó un Plan General de Instrucción Pública que significó el cierre de la Universidad y la apertura de un establecimiento de educación superior inédito, el Instituto de Ciencias del Estado de Jalisco.

    En 1834, el enfrentamiento entre federalistas y centralistas terminó a favor de los segundos y casi inmediatamente el nuevo gobernador conservador, José Antonio Romero, decretó el cierre del Instituto y la reapertura de la Universidad.

    En esta segunda etapa, la Universidad incorporó elementos importantes de la enseñanza liberal aunque conservando sus Constituciones. En 1835 fue promulgado un nuevo plan de estudios y en 1839 un Reglamento Interno, pero su estructura no sufrió modificaciones.

    En 1847 los liberales regresaron al poder en el estado y acordaron, en razón de las penurias financieras, que coexistieran la Universidad y el Instituto pero apegándose a un nuevo plan de estudios de corte liberal. Este tercer periodo es el más conflictivo en tanto la primera se vio obligada a seguir los lineamientos del gobierno y a impartir materias ajenas a su tradición. En 1853 se decretó el cierre del Instituto, pues éste nunca tuvo fondos propios para su sostenimiento. A pesar de las protestas de estudiantes y padres de familia, la clausura tuvo lugar y así, la Universidad permaneció como el único establecimiento de enseñanza superior. Pero debió seguir obedeciendo las disposiciones gubernamentales y guiándose por el plan de estudios liberal de 1847. Finalmente, en 1860, tocó su turno a la Universidad de ser clausurada y, en contraparte, el Instituto reabrió sus puertas y siguió funcionando hasta 1883.

    Primera etapa (1792-1826)

    La legislación

    Las Constituciones de la Real Universidad de Guadalajara fueron inicialmente, entre 1792 y 1816, las mismas de Salamanca o las de la Real y Pontificia Universidad de México.³ Sabemos que el claustro tapatío elaboró su propio proyecto de Constituciones y lo envió a la metrópoli, pero no ha sido posible encontrar uno de sus ejemplares. Así, no podemos saber si el texto de las Constituciones —que fue aprobado por Fernando vii el 20 de diciembre de 1815 y que llegó a Guadalajara en agosto de 1817— recogió en alguna medida la propuesta original tapatía. Estas Constituciones rigieron la Universidad durante toda su existencia, aunque con cambios principalmente en el plan de estudios.

    Constaban de 27 títulos, que se especifican a continuación:

    1.De los patronos de la Universidad.

    2.Del rector y de su elección.

    3.De los consiliarios.

    4.Del canciller.

    5.De la asistencia y deceso del rector y del canciller.

    6.De los diputados de finanzas.

    7.De los doctores.

    8.De los claustros.

    9.De las cátedras y de las lecturas.

    10.De los grados en general y de los bachilleres en todas las facultades.

    11.Del grado de licenciado y sus actos.

    12.De los grados de doctor y de maestro.

    13.De las incorporaciones.

    14.De los actos de disputa y de las conclusiones.

    15.De los estudiantes.

    16.Del secretario.

    17.Del tesorero.

    18.Del contador.

    19.De las ordenanzas de la administración.

    20.Del maestro de ceremonias.

    21.De la biblioteca.

    22.De las arcas.

    23.De la iglesia y del capellán.

    24.De las fiestas y los días festivos.

    25.De los entierros y honras fúnebres.

    26.De los juramentos.

    27.De la conservación de las Constituciones.

    Salta a la vista que 20 de estos títulos se refieren a la gestión de la institución y sobre todo a aspectos administrativos y jerárquicos, y que sólo siete tienen relación con la enseñanza. Afinando la mirada, sin embargo, es claro que de estos siete títulos la mayoría (cinco) se centran en aspectos ceremoniales y protocolarios y que los específicamente dedicados a los estudios se reducen a dos: De las cátedras y las lecturas y De los actos de disputas y de las conclusiones.

    La explicación a esta desproporción radica en los orígenes de las Constituciones en las primeras universidades europeas.⁵ Habiendo surgido éstas de la asociación espontánea de maestros y alumnos, fueron, de facto, corporaciones y como tales debían tener un reglamento que guiara y normara sus actividades. Desde este punto de vista es comprensible que la organización y el protocolo lleven la delantera a la enseñanza propiamente dicha.

    Excede las posibilidades de este texto analizar en detalle cada uno de los títulos de las Constituciones. Resaltaremos únicamente que el primer título, De los patronos de la Universidad, sintetiza la raigambre medieval, royalista y católica de las universidades medievales que, una vez proclamadas tanto la independencia como las Constituciones políticas nacional y estatal del régimen republicano, sumió a la Universidad de Guadalajara en un profundo conflicto de lealtades. En efecto, la Universidad tuvo dos tipos de patronos: los espirituales eran la santísima Virgen María en la advocación de su Concepción Inmaculada, San Juan Nepomuceno, Santo Tomás de Aquino y San Luis Gonzaga (Iguíniz, 1963: 22-23); en tanto los patronos temporales eran el monarca español y el presidente de la Real Audiencia. Por otra parte, aunque la Universidad de Guadalajara fue real y no pontificia —es decir, en su fundación no intervino el papado (como sí lo hizo en muchas otras universidades)—, los juramentos que debían hacer tanto los elegidos para ocupar un cargo como los graduados implicaban el apego a la Iglesia católica. Reproducimos a continuación la parte inicial del juramento de rectores y consiliarios:

    Yo […] elegido en esta célebre universidad, juro por los Santos Evangelios de Dios, tocados corporalmente por mí, que desde hora en adelante seré fiel y obediente a San Pedro príncipe de los apóstoles y a la Santa y Universal Iglesia Católica y al Santísimo Señor […] Nuestro Pontífice Máximo y a sus sucesores electos canónicamente […[ (Castañeda, 1984: 436-437).

    Los rectores

    De acuerdo con las Constituciones, el rector debía ser elegido por el claustro de consiliarios y por el rector saliente. Sólo el primer nombramiento, en 1792, fue efectuado por el presidente de la Audiencia de Guadalajara.

    El rector se encontraba a la cabeza de la máxima autoridad de la Universidad, el claustro. Había tres tipos de claustros, el de consiliarios, el de hacienda y el pleno. El primero se encargaba de todo lo concerniente a la vida normal de la institución, el segundo de las finanzas y el tercero convocaba a todos los doctores de la propia Universidad y a los incorporados a ella, cuando se presentaban problemas graves. El rector y los consiliarios eran elegidos cada dos años, en tanto el maestre-escuela o cancelario era miembro del cabildo eclesiástico y era nombrado por éste (Castañeda, 1984: 349-351). Otros cargos que garantizaban la buena marcha de la Universidad fueron el de maestro de ceremonias, el de secretario, los de bedeles, el de bibliotecario y el de capellán (Castañeda, 1984: 358-361).

    Plan de estudios

    La organización y el espíritu de la Real Universidad de Guadalajara no sólo tienen raíces en las Constituciones de la Universidad de Salamanca. Precisamente por ser una creación tan tardía, pudo recibir la impronta del esfuerzo más sobresaliente que hizo la Corona española para reformar y modernizar las universidades del reino, el plan de estudios de 1771. En este plan la fina diplomacia de Campomanes —entonces fiscal del Consejo de Castilla— fue un elemento clave de la negociación que fue necesaria para que las universidades —principalmente la de Salamanca— aceptaran modificar concepciones y prácticas arraigadas y ya anacrónicas. Finalmente el pensamiento ilustrado logró abrir brecha: se introdujo el estudio de la física newtoniana, de otras ciencias naturales y nuevos autores. Sobresalen las modificaciones en la Facultad de Medicina, que de hecho en Salamanca había emprendido su propia reforma antes de que fuera solicitada por el Consejo de Castilla: la vieja medicina hipocrática fue sustituida por las nuevas concepciones anatomoclínicas de la escuela holandesa.

    En tanto el plan de estudios de 1771 debía ser aplicado en todas las universidades del reino, cuando Carlos IV accedió por fin a autorizar la creación de la Universidad de Guadalajara, especificó que debería guiarse en la medida de lo posible por este plan (Razo Zaragoza, 1963).

    Así, las Constituciones que recibió la Universidad en 1817 incluyeron ya, en lo relativo al plan de estudios, elementos del plan de 1771. Los aspectos más novedosos —más modernos—, además de los que incumbían a la facultad de Medicina, se habían plasmado en la Facultad de Artes y la Universidad de Guadalajara nació sin ella, en el entendido de que los dos seminarios de la ciudad se encargarían de impartir sus enseñanzas y los alumnos únicamente deberían presentar su examen en la Universidad para obtener su grado de bachiller en Artes (Cárdenas Castillo, 1999: 104-117).

    En síntesis, la Real Universidad de Guadalajara nació con tres facultades: Teología, Derecho en sus ramas Civil y Canónico, y Medicina.

    De manera sintética, sus cátedras durante esta primera etapa fueron 11 en total: cinco de Teología (Prima, Vísperas, Santo Tomás, Lugares Teológicos —igualmente llamada de Melchor Cano a causa de su autor principal— y Sagrada Escritura), una de Derecho Canónico (la de Prima), dos de Derecho Civil (Prima y Vísperas — es decir, Institutas⁸—), dos de Medicina (Prima y Vísperas) y una de Cirugía.

    Sin embargo, es necesario subrayar que este entramado fundamental no fue siempre respetado (por ausencia o enfermedad del profesor o porque las cátedras quedaban largo tiempo vacantes, principalmente) y que hubo modificaciones en los planes de estudio a lo largo del tiempo.

    Resalta, en primer lugar, que las Constituciones no fueron respetadas cabalmente en lo concerniente a los concursos y la dotación de cátedras puesto que aparecen maestros en funciones sin que se haya registrado la vacante de la cátedra en cuestión y sin que se haya abierto el concurso correspondiente. Esta anomalía es casi una regla durante el último periodo de existencia de la universidad virreinal.

    En segundo lugar, el movimiento más usual consistía en que, al interior de una misma facultad, un profesor dejaba su cátedra actual para concursar por otra. La razón se encuentra en la distinción entre cátedras de propiedad (vitalicias) y cátedras de sustitución por un periodo determinado. Las primeras, evidentemente, eran las más buscadas.

    En tercer lugar, los encargados de elaborar las actas de las sesiones de consiliarios no fueron suficientemente cuidadosos y con frecuencia omitieron la denominación primigenia de las cátedras (de prima o de vísperas).

    Por último, también es importante señalar que tanto los planes de estudio como las declaraciones oficiales sobre creación de nuevas cátedras pocas veces llegaron a concretarse.

    Anótese que mientras los contenidos de la enseñanza —las cátedras y sus autores— se afilian al plan de estudios de 1771, la organización general de la Real Universidad de Guadalajara sí conservó la estructura y los rituales propios de Salamanca respecto de la elección del rector, los nombramientos de consiliarios, los concursos de cátedras, el calendario escolar y el otorgamiento de grados.

    Profesores y cátedras

    Estudiantes

    Si bien las Constituciones de la Real y Literaria Universidad de Guadalajara prescribían recibir también indios, en realidad se matricularon por lo general españoles. Evidentemente no se admitieron ni negros ni mulatos, debido a que se consideraba a la raza negra como símbolo de esclavitud. Por supuesto se exigía la legitimidad y limpieza de sangre, tamiz por el cual ya habían pasado quienes fueron admitidos en la Universidad, por haber cursado en algún otro colegio los estudios menores.

    A quienes reunían los requisitos de ingreso, esto es, haber ganado —cursado y aprobado— dos cursos de filosofía y otro de retórica, hechos en otras instituciones, se les exigía matricularse dentro de los plazos para ello establecidos, según la facultad elegida. La matrícula era anual, por ella se pagaban cuatro reales de derechos —uno para el arca (tesorería) y tres para el secretario de la Universidad— (Peregrina, 1993: 25).

    No obstante que los estudiantes debían comprobar los estudios previos, eran examinados siempre por el catedrático de Retórica de la Universidad, pagándole un peso por el examen y la certificación.

    Por los estudios no se pagaba colegiatura; lo que sí representaba una fuerte erogación eran los derechos por los grados —llamados propinas—, que se repartían de acuerdo con lo previsto por las Constituciones. Las cantidades fijadas fueron las siguientes:

    Tras haber transcurrido el primer año de su vida —noviembre de 1792 a noviembre de 1793—, la Universidad remitió un informe al intendente Jacobo Ugarte y Loyola, el cual había sido pedido por el virrey Revillagigedo, acerca de las profesiones y Artes que se enseñan, y el número […] de los alumnos o individuos que a ella concurren.¹⁰ El 12 de mayo de 1794, el rector suscribía lo siguiente:

    Se enseñan en ella las Facultades de Sagrada Teología, Sagrados Canones, Leyes y Medicina, bajo la conducta y dirección de cinco catedráticos de la primera; dos de la segunda, los mismos de la tercera y dos de la última. Por la Real Cédula de erección habilita su magestad por ahora los cursos de Filosofía que se ganan en los Colegios. De matrícula corriente frecuentan sus aulas y acuden a las Lecturas:

    Fue sin duda un año muy activo, los 78 bachilleres graduados habían cursado sus estudios en el Colegio de San Juan o en el Seminario de San José y la Universidad cumplía así con el antiguo anhelo de conferir los grados en la propia localidad.

    Ciertamente, los estudiantes pobres sólo tenían oportunidad de obtener el grado de bachilleres, que aun siendo el más bajo les permitía conseguir empleos para los que se exigía obligadamente poseer grados. Las Constituciones ordenaban que de cada 10 grados de bachiller que se confirieran cubriendo sus respectivos derechos, se diera uno de gracia a algún estudiante pobre que eligiera el rector.¹²

    Para optar a cualquiera de los grados, primero el aspirante demostraba su capacidad con los comprobantes de estudio.¹³ Para el grado de licenciado, el cual seguía en sentido ascendente, todos pagaban cuatro pesos por los trámites del grado y 15 pesos por el acto de repetición; y las Constituciones fijaron en 500 pesos los derechos por el examen secreto y definitivo, los cuales al concluir el examen se repartían de la siguiente manera:

    El examinado debía pagar también seis pesos al campanero y los sirvientes que preparaban la sala y cuidaban del claustro la noche del examen, lo mismo que el importe de las velas de cera con que se alumbraba la iglesia y cabildo (Peregrina, 1993: 25-26).

    El grado más elevado era el de doctor, al que se podía optar cumpliendo los actos académicos, de los que casi se prescindía a cambio de un impresionante ceremonial y elevados derechos que se tenían que pagar. Sobrepasaban los 500 pesos que costaba el de licenciado, porque asistían al acto todos los doctores de todas las facultades, y lo mismo que a los oficiales de la Universidad, se les daban propinas más elevadas. Tras presentar el título de licenciado y una vez conseguida la anuencia ante el cancelario, debían transcurrir nueve días, plazo que se daba por si había alguna reclamación de quien se sintiera con derecho de prioridad en la obtención del grado. Era usual que al doctorando le acompañara un padrino, quien regalaba las insignias doctorales que se le entregaban en la ceremonia de graduación —un anillo y un libro; si era seglar, también espada y espuelas—. La parte final de la ceremonia contemplaba el juramento que, ante el cancelario, de rodillas y con las manos sobre los Evangelios, hacía de la profesión de fe y juraba defender la Concepción Inmaculada de la Virgen María y de que no promovería, enseñaría ni defendería directa ni indirectamente cuestiones que ofendieran a la autoridad civil y regalías de su Majestad; por último se le imponía el bonete (Castañeda, 1984).

    El número total de estudiantes inscritos que tuvo la Universidad de Guadalajara durante su primera época, 1792-1825, fue de 1,051, distribuidos de la siguiente manera:

    Seguramente la baja tasa de graduación frente al número de inscritos y de los que terminaron los estudios —353— obedece a los elevados derechos que era necesario pagar al graduarse.¹⁴ La deserción mayor se dio en las facultades de Cánones y de Leyes; la de ésta última se explica porque estos estudiantes con el primer curso ya podían empezar a desempeñar un modesto trabajo burocrático y formar parte del cuadro de funcionarios administrativos. Por el contrario, el mayor número de graduados en Teología pudo deberse a que era la carrera de más tradición en la Guadalajara de fines del siglo xviii y principios del XIX, y había un gran número de eclesiásticos, canónigos o prebendados que ayudaban a los estudiantes de Teología a graduarse —los padrinos—. Asimismo, porque Teología se podía estudiarla también en el Seminario del Señor San José, pero la graduación era en la Universidad.

    De los 52 estudiantes de Medicina que concluyeron los estudios, sólo se graduaron 10, porque era una profesión que apenas se iniciaba en Guadalajara y los estudiantes no recibían tanta ayuda como los de Teología para alcanzar los grados.

    Con todo, en los 33 años que funcionó la Universidad durante ese periodo, fueron 353 los estudiantes que formó, y según la carrera terminada los índices alcanzados fueron los siguientes: Teología, 40%; Cánones, 32%: Medicina, 50%, y Leyes, 16%. Los graduados fueron 119 estudiantes.

    Financiamiento

    La Real y Literaria Universidad de Guadalajara nació con un patrimonio formado gracias a la aplicación de la casa, obras pías y la iglesia del Colegio de Santo Tomás que habían pertenecido a los jesuitas; aplicación que aprobó el rey a petición del Ayuntamiento de Guadalajara. A esos bienes se sumaron los 60 mil pesos que donó el obispo fray Antonio Alcalde, 10 mil del cabildo eclesiástico, más otros 10 mil con que se había dotado una cátedra en el colegio jesuita; en total sumaron 80 mil pesos, que se consideraron suficientes para su funcionamiento.¹⁵ Sin embargo, no sería sino hasta junio de 1796 cuando se le entregaran, tras la liquidación de los bienes jesuitas, 82,827 pesos, 6 reales y 6 granos, importe de los capitales de obras pías. Lo que sí empezó a recibir fueron otros ingresos por renta de casas y tiendas, por intereses del dinero que prestaba y por los derechos de matrículas y grados (Ayala y Castañeda, 1995: 40).

    No obstante que los patronos de la Real Universidad eran el rey y el presidente de la Audiencia, se mantenía cierta independencia porque quienes en verdad la dirigían eran los integrantes del claustro universitario, formado por los doctores y maestros de todas las facultades, graduados e incorporados, reunidos en cuerpo bajo la presidencia del rector (Iguíniz, 1963: 24). Según lo indicaban las Constituciones, debería haber 12 claustros al año; cada mes se reunían, alternadamente, en claustros de consiliarios y los otros seis de Hacienda, aparte de los extraordinarios o claustros plenos. Allí se decidían los asuntos relacionados con la marcha de la institución (Ayala y Castañeda, 1995: 42).

    Se encomendó a distintos funcionarios la administración, inversión y préstamo de las rentas de la Universidad. Entre ellos se contaban los diputados de Hacienda, los cuales se elegían en el primer claustro que tenía lugar tras la elección del rector, éstos debían ser catedráticos de propiedad: dos de Teología, uno de Cánones, otro de Leyes y el último de Medicina. Entre 1792 y 1825 hubo 22 diputados de Hacienda, todos doctores, el primero fue José María Ángel de la Sierra (1796-1817) y el último, dentro del periodo de estudio, fray José Nicolás Jiménez (1824).¹⁶ Ningún catedrático podía eludir el encargo de diputado de Hacienda, so pena de multa de 30 pesos, excepto cuando fuese por causa justa y legítima.

    Otro funcionario que intervenía en la administración de los bienes de la Universidad era el tesorero síndico, quien se encargaba de ejecutar los mandatos del rector y diputados de Hacienda inherentes a la recaudación de los recursos económicos de la Universidad, entre ellos réditos, derechos y pensiones activas, lo mismo que el cobro de sus capitales y rentas. También era su responsabilidad pagar los sueldos de los catedráticos y ministros empleados en el servicio de la institución. Para ser tesorero síndico se requería ostentarse como persona lega, de buen linaje, mayor de 21 años, de buena conducta y fama, y además otorgar una fianza (Ayala y Castañeda, 1995: 44). Disfrutaba del salario de 150 pesos anuales, más los emolumentos que tenía asignados por la recaudación.

    Al contador le correspondía llevar en general las cuentas de la Universidad, así como supervisar el pago a catedráticos y ministros. Se nombraba de igual forma que el tesorero síndico y ganaba lo mismo, 150 pesos al año.

    Para defender y representar a la Universidad en negocios y pleitos estaba el catedrático de Leyes, quien también revisaba las escrituras e instrumentos que se otorgaban por la Universidad; sin su visto bueno esos documentos no se expedían.

    Los ingresos que percibía la Universidad se pueden agrupar en tres rubros: réditos o intereses por el préstamo de dinero; rentas de los inmuebles que poseía y los derechos que pagaban los estudiantes por matrículas a cursos y por los grados de bachiller, licenciado y doctor, según fuera el caso. Por cada año de estudios se pagaban cuatro reales: uno para el arca y tres para el secretario de la Universidad, emolumento que recibía además de su sueldo (Castañeda, 1984: 365). Ya se ha mencionado el importe de los derechos cobrados a los bachilleres —de 17 a 21 pesos según la carrera—; por los grados de licenciado y de doctor, 500 pesos cada uno.

    Como la Universidad al nacer recibió donaciones, con ese capital pudo comprar fincas y además disponer de efectivo para invertirlo en otras instituciones, por ejemplo el Real Tribunal de Minería y la Renta Real del Tabaco, y con ello incorporarse al mercado de crédito de la Intendencia de Guadalajara. En las operaciones de crédito la Universidad utilizó para los préstamos, patrones similares a los de otras corporaciones, con garantía hipotecaria en la mayoría de los casos. Los miembros de la elite eran los sujetos más idóneos para obtener los créditos, independientemente de que los mismos doctores del claustro y sus parientes tuvieron acceso a los préstamos del gremio universitario al que pertenecían (Ayala y Castañeda, 1995: 57).

    Gracias al acucioso estudio de María de la Luz Ayala conocemos los ingresos que tuvo la Universidad durante su primera etapa, los cuales se resumen en el cuadro siguiente, cuyas cifras expresan pesos y porcentajes (Ayala y Castañeda, 1995: 46-49):

    Los egresos de la Universidad básicamente se agrupaba en dos rubros: el pago a los catedráticos y funcionarios, por un lado, y por el otro, la atención al culto de la iglesia, la reparación de las fincas y la concesión de borlas de beneficio. El pago de los catedráticos era el gasto mayor de la Universidad, que habría sido imposible sufragarlo con tan sólo los ingresos por matrículas y derechos, por ello fueron muy importantes los ingresos por los réditos de préstamos, los intereses que le redituaban los capitales invertidos, y los alquileres de sus casas y fincas, todo lo cual representaba 79.3% de sus ingresos, su mayor fuente de financiamiento.

    En el informe que rindió la Universidad al intendente Jacobo Ugarte y Loyola, relativo al primer año de su funcionamiento, 1792-1793, se incluye la nómina de la misma, con los salarios que percibían anualmente:

    Desde luego que las finanzas de la Universidad tuvieron altibajos, resintiéndose una merma de sus ingresos en 1810 debido al descenso de la matrícula por la guerra de independencia, año en que también dejó de percibir los intereses por los capitales invertidos en el Real Tribunal de Minería y en la renta del tabaco (Ayala y Castañeda, 1995: 48-49).

    El balance de los egresos de la Universidad durante su primera época se aprecia en las siguientes cifras (Ayala y Castañeda, 1995: 46-49):

    Al ser clausurada en enero de 1826, sus bienes los administraría en lo sucesivo el Gobierno de Jalisco.

    Segunda etapa (1834-1847)

    Al terminar la primera etapa federal como consecuencia del golpe de Estado del general Santa Anna contra él mismo y su vicepresidente Valentín Gómez Farías, las reformas educativas liberales fueron echadas por tierra. En consonancia, Jalisco entró igualmente en una etapa conservadora. El nuevo gobernador, José Antonio Romero, se apresuró a cerrar el Instituto de Ciencias y a reabrir la Universidad y el Colegio de San Juan. Argumentó a favor de esta medida, que el Instituto representaba una carga para el presupuesto del Estado, mientras que la Universidad y el colegio de San Juan disponían de sus propias rentas.¹⁹ Pero, atrás de esta explicación, aparentemente irrefutable, se encontraba la animadversión hacia la enseñanza liberal, a la que acusaba de haber confundido a los jóvenes jaliscienses infundiéndoles […] los principios más erróneos y contrarios a los de la santa Religión que profesan los mexicanos.²⁰ Por el contrario, en la Universidad y en el colegio de San Juan se impartiría la conveniente instrucción en las ciencias y en la piedad.²¹

    Así, parece verosímil que al reabrir la Universidad, se haya seguido gobernando por sus Constituciones de 1816 y que tanto los santos patronos como los elementos católicos que formaban parte de la vida de la institución originalmente, hayan seguido vigentes. Hasta dónde sabemos, este documento fundamental fue reformulado en acuerdo a las luces del siglo, pero no disponemos de un ejemplar que permita señalar cambios concretos. En contraste, en los vestigios de la realidad es posible detectar diferencias importantes entre la primera y la segunda etapas de vida de la Universidad. En este sentido, la Universidad sobrevivió entre 1824 y 1826 porque sus miembros tuvieron que jurar las Constituciones nacional y estatal, es decir, porque de facto desapareció el juramento de lealtad al rey. De igual manera, se señalaron como días no laborables no únicamente las fiestas religiosas sino también los días de fiesta política nacional o del estado.²² Una muestra contundente de este viraje impuesto por los acontecimientos se encuentra en el cambio de apelativo de la Universidad, que pasó a ser Nacional. Por otra parte, se intensificó lo relativo a la disciplina y a las penalizaciones, tanto para estudiantes como para profesores.²³

    En 1839 se promulgó el Reglamento Provisional para el Gobierno Interior de la Universidad Literaria de Guadalajara.²⁴ Dicho documento, como su nombre lo indica, debía regular el funcionamiento de la Universidad en todos sus aspectos, y marca, de hecho, el término de la vigencia de las Constituciones pues se convierte en fuente única al revocar todas las disposiciones anteriores que entraran en contradicción con él.

    La organización básica de la Universidad no sufrió cambios. El rector siguió siendo la máxima autoridad, los claustros de consiliarios y de Hacienda permanecieron y la actividad seguía girando en torno de facultades y cátedras. Sin embargo, el reglamento especificaba las obligaciones de maestros y estudiantes, las medidas disciplinarias, así como lo relacionado con la enseñanza (cátedras y método de enseñanza).

    Plan de estudios de 1835

    Los ocho años de enseñanza liberal impartida en el Instituto de Ciencias (1827-1834) hicieron mella en la mentalidad conservadora. El tradicional plan de estudios organizado por facultades y por cátedras (de prima y de vísperas) de Teología, Derecho en sus dos ramas, Medicina y Cirugía permaneció, pero se incorporaron disciplinas que nunca habían sido enseñadas en las universidades. El gobernador, José Antonio Romero, alardeaba de que en la Universidad se enseñarían las matemáticas y el dibujo. Su argumento era el siguiente:

    La escuela de dibujo y principios de pintura y escultura que se fundó en el Instituto fue la única que dio buen resultado, y por lo mismo este mismo gobierno resuelve conservarla a sus expensas bajo la dirección y el cuidado de la Universidad.²⁵

    El Colegio de San Juan volvió a impartir las enseñanzas equivalentes a las de las facultades de Artes: Gramática, Retórica, Filosofía y Teología.²⁶ Lógicamente, el Seminario Conciliar, el más precioso e interesante plantel de la juventud de Jalisco, recibiría ayuda, protección y defensa por parte del gobierno.²⁷

    El 30 de abril de 1835 se aprobó el decreto 624,²⁸ que contenía un nuevo plan de estudios para la Universidad. La historiografía local atribuye la autoría de este plan al padre Crisóstomo Nájera,²⁹ de la orden de los Carmelitas, quien se exilió en Estados Unidos durante la primera etapa federal y regresó a México en 1834.³⁰

    El plan de estudios, fundamentado en las Constituciones, como hemos visto, sólo contiene siete títulos y 58 artículos. Enumeramos a continuación los títulos:

    1.De las cátedras.

    2.De los concursos (a cátedras se sobreentiende).

    3.De las lecturas.

    4.De los estudiantes.

    5.De los actos públicos.

    6.De los grados menores.

    7.De los grados mayores.³¹

    Las cátedras de Teología y de Derecho Canónico son las mismas que en 1816. En cambio, en Derecho Civil se introdujo la enseñanza del Derecho Nacional y principios de legislación. En Medicina, además de las cátedras tradicionales, se incluyó el estudio de la Patología Especial y de la Clínica en el bloque de nuevas cátedras que se deseaba crear:

    •Una de disciplina eclesiástica.

    •Una de Patología Especial y de Clínica.

    •Una de Lenguas, Francés e Inglés.

    •Una de Economía Política y Estadística.

    •Una de Historia.³²

    Por otra parte, como hemos visto, se planteaba la enseñanza del Dibujo, la Arquitectura y la Pintura.³³

    En síntesis, el plan expresa, sin duda alguna, la impronta liberal.

    Este plan de 1835 contiene otros elementos nuevos e importantes, principalmente la introducción de los exámenes para corroborar el aprendizaje de los alumnos,³⁴ así como las recompensas para los estudiantes distinguidos por su aplicación.³⁵

    En tanto lo relativo a los actos universitarios, respeta al pie de la letra lo estipulado en las Constituciones. El otorgamiento de los grados menores y mayores sí tuvo modificaciones, principalmente aquéllas vinculadas con los cambios en el plan de estudios y con la nueva realidad política.

    Así, los alumnos que terminaban los estudios de Artes en el Colegio de San Juan y se presentaban en la Universidad como candidatos para obtener el grado de bachiller en Artes, debían elaborar conclusiones no sólo de Lógica, Metafísica, Física y Ética, sino también de Aritmética, Álgebra, Geometría y Geografía³⁶ (es decir, grosso modo —exceptuando el Álgebra y la Geografía— sobre disciplinas del quadrivium tradicional revitalizadas por el empuje liberal).

    Respecto de los grados mayores (licenciado, maestro³⁷ y doctor), se exigía un tiempo de pasantía —práctica— de cuatro años para las tres facultades mayores (Teología, Derecho en sus dos ramas y Medicina). Todos debían presentar un Acto de repetición, un Acto de Quodlibetos y sus Conclusiones.³⁸

    La ceremonia del otorgamiento de grados mayores se siguió apegando a lo estipulado en las Constituciones, salvo en lo concerniente al juramento, el cual fue sustituido por una profesión de fe (católica). En efecto, el catolicismo de la institución fue subrayado no sólo en los ceremoniales, sino también en el conjunto de las actividades docentes al especificar que no debían incluirse doctrinas que contrariaran los sagrados dogmas y la sumisión, obediencia y respeto a la Santa Sede Apostólica.³⁹

    Plan de estudios de 1839

    El plan de estudios incluido en el Reglamento Provisional para el Gobierno Interior de la Universidad Literaria de Guadalajara emitido en 1839 registraba 10 cátedras cuyos profesores recibían remuneración:

    •Prima de Teología.

    •Derecho Canónico.

    •Derecho (Civil).

    •Academia de Práctica.

    •Anatomía Humana y Descriptiva.

    •Fisiología, Higiene y Medicina Legal.

    •Patología General y Materia Médica.

    •Elementos de Botánica, Química y Farmacia.

    •Patología Clínica e Interna.

    •Patología y Clínica Externa.⁴⁰

    Llama la atención que esté ausente la cátedra de Vísperas de Teología sin que el documento dé alguna explicación sobre ello. De igual manera fueron omitidas del listado las otras tres cátedras de esta facultad (Teología Moral, Sagrada Escritura y Concilio de Trento) que, suponemos, debían seguir siendo impartidas gratuitamente por miembros de alguna de las cuatro órdenes religiosas de Guadalajara, tal como se había estipulado desde la creación de la Universidad (Castañeda, 1984: 192).

    El Reglamento provisional… deja constancia, igualmente, de la desaparición —o inexistencia— de la enseñanza de Derecho Nacional y Principios de Legislación en la Facultad de Derecho. Muy probablemente se consideró que este ramo de conocimiento jurídico estaría incluido en el periodo de práctica que aparece bajo la denominación de Academia de Práctica.

    Por otra parte, resalta que la facultad que tiene más cátedras (cinco) es la de Medicina y que el proyecto de 1835 de abrir la cátedra de Patología Especial y Clínica desembocó finalmente en dos cátedras (Patología Clínica e Interna y Patología y Clínica Externa).

    Por último, se observa que los avances de la medicina en íntima relación con la farmacopea orillaron a la inclusión de elementos de botánica, química y farmacia.

    Al cotejar las cátedras que se deseaba crear en 1835 con las cátedras que contempla el reglamento de 1839 se constata que, exceptuando la de Patología que ya analizamos líneas

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