Mediaciones ubicuas: Ecosistema móvil, gestión de identidad y nuevo espacio público
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En estas páginas se esboza una teoría social de las mediaciones ubicuas que involucra objetos tecnológicos como el smartphone, las tecnologías vestibles (wearables), el Big data y los algoritmos sociales, pero también procesos como la redefinición del ecosistema mediático, la "emocionalización" de los discursos públicos y la transformación de la privacidad o del trabajo afectivo en mercancía.
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Mediaciones ubicuas - Juan Miguel Aguado
Juan Miguel Aguado
MEDIACIONES UBICUAS
Ecosistema móvil,
gestión de identidad
y nuevo espacio público
MEDIACIONES UBICUAS
Ecosistema móvil,
gestión de identidad
y nuevo espacio público
Juan Miguel Aguado
© Juan Miguel Aguado
© Ilustración de cubierta: Sr. García
Cubierta: Juan Pablo Venditti
Primera edición: septiembre 2020
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Editorial Gedisa, S.A.
Avenida del Tibidabo, 12 (3º)
08022 Barcelona, España
Tel. (+34) 93 253 09 04
gedisa@gedisa.com
www.gedisa.com
Preimpresión: Fotocomposición gama, sl
Este libro y los proyectos de investigación de cuyos resultados es reflejo forma parte de las actividades del Mobile Media Research Lab de la Universidad de Murcia.
ISBN: 978-84-18193-59-0
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.
A mi padre, Juan Aguado.
Un hombre bueno.
Índice
1. Introducción
2. El impacto de las mediaciones ubicuas
2.1. La lógica profunda de la movilidad
2.2. Tecnologías de la relación
2.3. La interfaz ubicua
2.4. La mirada ecológica
2.5. Hacia un nuevo ecosistema
2.6. Los nuevos intermediarios
3. La mecánica de las mediaciones ubicuas
3.1. El contenido en la era de la reproductibilidad ubicua
3.2. De la portabilidad al ambiente
3.3. Entornos ubicuos de contenido
3.4. Ecosistema móvil, contenido cultural e información personal
3.5. Cambios en la cadena de valor del contenido digital
3.6. Aplicaciones y contenido móvil: de la lógica del ver a la lógica del hacer
3.7. Nuevos escenarios de consumo
3.8. Rituales de recomendación y publicación
3.9. Egosferas
3.10. Hacia un modelo funcional de las mediaciones ubicuas
4. La crítica de las mediaciones ubicuas
4.1. De las funciones a los vectores
El algoritmo como actor social
4.2. Epistemología política del dato
4.3. Algoritmos sociales
4.4. Estructuras de datificación
4.5. Ética y mito de la razón algorítmica
Privacidad y trabajo afectivo
4.6. Transformaciones de la privacidad
4.7. Big Brother meets Big Business
4.8. Trabajo afectivo y productividad social
La «emocionalización» del discurso público
4.9. De la esfera pública a la esfera virtual
4.10. Patologías de la conectividad ubicua
5. (In)conclusiones: año cero
Bibliografía
1
Introducción
Uno de los editores del físico Wolfgang Pauli cuenta que un día le enseñó el artículo de un joven estudiante que no parecía muy prometedor, pero que había insistido en que Pauli viera su trabajo. El científico austríaco, después de dedicarle un tiempo, dijo: «Eso no solo no está bien, ni siquiera está mal» (Pauli, 1994). La cita suele utilizarse en referencia a la falsabilidad del conocimiento científico, pero, con cierta licencia interpretativa, puede remitirnos también al sentido de la proyección social de los objetos tecnológicos y a la necesidad de trascender los juicios de valor en beneficio de propuestas conceptuales que contemplen —aun desde la posibilidad de error— su vinculación con las dinámicas sociales de las que forman parte.
Aunque a posteriori la percibamos como un todo acabado y sólido, la tecnología, como el arte, constituye un proceso de producción de significado social inacabado de forma característica. Más aún, en muchos casos es precisamente esa cualidad de lo incompleto la que le confiere su estatus de obra influyente, en virtud del proceso de apropiación social que constituye, al mismo tiempo, un acto de acabamiento colectivo. Como la Vista del jardín de la Villa Médici en Roma de Velázquez que, sin pretenderlo, anticipó en su incompletitud el tratamiento impresionista de la luz y del momento.
Como ha señalado Benedict Evans (2020), muchas de las tecnologías relevantes del siglo XX —del aeroplano al smartphone— comenzaron como juguetes caros y poco prácticos: «La ingeniería no estaba terminada, los bloques de construcción no encajaban, los volúmenes eran demasiado escasos y el proceso de fabricación era nuevo e imperfecto» (Ibíd.). Sin embargo, al mismo tiempo, algunos objetos tecnológicos tienen la particularidad de proponer una forma nueva de hacer las cosas; a veces, incluso, de proponer algo completamente novedoso e inesperado. Ocurre con frecuencia que el objeto tecnológico inacabado es descartado, denostado o reducido a la categoría de ocurrencia costosa. Así el iPhone era una televisión en miniatura, o el iPad un iPhone supervitaminado.
Pero fijarnos en el objeto tecnológico desde lo confortable de nuestras certezas acerca de los modos de hacer y de las lógicas que lo sustentan supone incurrir en un grave error de perspectiva. La tecnología es un proceso social, del que el objeto tecnológico es un vector que se entrelaza con la dinámica social donde se inscribe. Comprender la interimplicación de los procesos sociales y de los desarrollos tecnológicos supone, cuando menos, poner en juego una teoría (o varias) acerca de esa complicidad. De lo contrario no sólo no estaremos en lo correcto: ni siquiera podremos estar equivocados.
El smartphone y la movilidad, por tanto, no emergen como un objeto cerrado, sino como un proceso en el que se entrelazan las funcionalidades posibles, los usos efectivos, la subjetividad social que busca su expresión efectiva y las rutinas sociales que se transforman con ella. Tampoco constituye un mero producto, una simple herramienta, pues, como había ya advertido Lewis Mumford (1971), las herramientas son tan sólo huellas de la tecnología y ésta no se limita a un modo de hacer, sino más bien a un modo de ser en el mundo. No puede así extrañar que en estas páginas se trace una genealogía clara entre el smartphone y el Big Data, la inteligencia artificial (IA), los algoritmos sociales, la hipervigilancia, la economía de las plataformas y la nueva esfera pública virtual.
Partimos, pues, de la investigación realizada sobre el impacto social de la tecnología móvil para esbozar una mirada sobre la implicación recíproca entre la transformación digital y los procesos sociales de principios del siglo XXI que, en cierto modo, presupone una teoría social de las mediaciones ubicuas, si entendemos por estas últimas, de un modo genérico y provisional, la superposición del resultado de la mediación tecnológica sobre todas las esferas y momentos de la vida cotidiana.
Ese cambio involucra objetos tecnológicos como el smartphone, las tecnologías vestibles (wearables), el Big Data y el internet de las cosas (IOT, por Internet of Things, el salto de la hiperconectividad de los sujetos a la de los objetos), pero también procesos como la redefinición del ecosistema mediático (mediante nuevas formas de intermediación), la consolidación de los nuevos escenarios de consumo (centrados en los juegos de la identidad), la congruencia entre hipervigilancia (de los Estados o las empresas) y la autovigilancia (mediante la monitorización y la exposición constante a los otros), la nueva centralidad de las interacciones sociales (que devienen el centro de las dinámicas de consumo no ya sólo mediático, sino también político), la «emocionalización» de los discursos públicos (que alumbra nuevas-viejas patologías de la comunicación, como los discursos de odio y la desinformación) y la transformación de la privacidad o del trabajo afectivo en mercancía.
Para estructurar el complejo entramado de interrelaciones, hemos organizado el contenido escalonadamente en tres grandes bloques conceptuales. En el primero de ellos —el capítulo 2: El impacto de las mediaciones ubicuas— proponemos trascender el discurso disruptivo en torno a la tecnología móvil para abordar las claves de su lógica profunda: la fusión entre comunicación y representación, la corporeidad (y, por tanto, la superposición con el mundo de la vida) y la inmediatez. A partir de estas premisas, enmarcadas en la condición profundamente relacional de la tecnología móvil, se trazan las coordenadas de las mediaciones ubicuas y su expresión en un nuevo ecosistema de medios del que surgen las plataformas digitales como actores característicos.
En el segundo bloque (capítulo 3) abordamos la mecánica de las mediaciones ubicuas, esto es, la articulación funcional de la tecnología móvil en el nuevo ecosistema digital, y la transformación subsiguiente del contenido hacia formas de actuación social (de la lógica del ver a la lógica del hacer) y hacia una operatividad ambiental (entornos ubicuos de contenido) que lo convierten en instancia de mediación interaccional. Se constituyen así nuevos escenarios de consumo sobre la base de la virtualidad mediadora del contenido digital en los procesos sociales de producción, gestión y presentación de la identidad (egosferas). La importancia de la identidad ofrece, además, una dimensión económica en torno al procesamiento de los datos y perfiles de los usuarios, que amplía la cadena de valor de los servicios y contenidos digitales e introduce de lleno el Big Data y la IA en los procesos y dinámicas sociales de explotación de la actividad digital.
Los dos primeros bloques convergen en un modelo de interdependencias funcionales que sintetiza la red de interacciones entre procesos de cambio en el ecosistema mediático a partir de las tecnologías de la ubicuidad. La ampliación de este modelo desde una aproximación crítico-estructural en torno a tres vectores de cambio social (datificación, explotación del trabajo afectivo y emocionalización del discurso público) permitirá desarrollar el tercer bloque (capítulo 4).
La crítica de las mediaciones ubicuas constituye el apartado más extenso del libro. De acuerdo con la revisión estructural del modelo de interdependencias, este se organiza sobre tres ejes principales: el algoritmo como actor social, privacidad y trabajo afectivo y la emocionalización del discurso público.
La primera sección (el algoritmo como actor social) revisa la lógica profunda de la explotación de datos (epistemología política del dato), así como las implicaciones de la incorporación de la inteligencia artificial como agencia efectiva en los procesos y dinámicas sociales (algoritmos sociales). También aborda el producto de las plataformas digitales como una instancia de transcodificación de los procesos sociales en datos explotables (estructuras de datificación) y las consideraciones éticas y epistemológicas derivadas de ellas (ética y mito de la razón algorítmica).
En la segunda sección (privacidad y trabajo afectivo) tratamos la génesis y redefinición de la privacidad como elemento central en la interimplicación entre tecnología y sociedad a principios del siglo XXI. Una de las expresiones visibles más patentes de esa transformación se explicita, como veremos, en la evolución de las nuevas formas de vigilancia social relacionadas con nuevas modalidades de poder (estatal y corporativo), que incluyen la ludificación y la instrumentalización de los procesos sociales cotidianos. En los nuevos entornos digitales ubicuos, la articulación entre la nueva privacidad —como mercancía— y la hipervigilancia internalizada en autovigilancia se constituye sobre la mercantilización de las dinámicas afectivas como trabajo productivo.
Finalmente, en la tercera sección examinamos el proceso de emocionalización de los discursos públicos como una dinámica complementaria de las anteriores, derivada de la centralidad autoexpresiva de la identidad en las interacciones sociales mediadas. El retorno de lo emocional —que emerge alrededor de la lógica del consumo en la segunda mitad del siglo XX—, se acelera de modo considerable en el entorno egocentrado y al mismo tiempo comunitarista de las interacciones sociales mediadas. Con él se pone en marcha, desde la doble lógica de la emoción como vector de lo público y como fuente de valor económico, una radical transformación de la esfera pública. Entre sus contraproductos visibles identificamos el tejido de lo que —junto con Gregory Bateson (1972) y Heinz von Foerster (1996)— denominaremos como patologías de la conectividad ubicua, que, en torno a prácticas estratégicas como la ingeniería social, aglutinan dinámicas de fractura social y de negación del otro, como los discursos de odio, la desinformación, los linchamientos digitales, el ciberacoso, el trolling o los sesgos algorítmicos.
La aceleración de la transformación digital a partir de la crisis de la COVID-19 y de los cambios sociales derivados de ella aporta un caudal importante de casos y ejemplos que ilustran aspectos de los procesos estudiados, pero también arroja interrogantes esenciales sobre aspectos decisivos de nuestra socialidad. De ellos, quizá, el más relevante concierne al papel de la autonomía decisional del individuo como eje de articulación entre la producción social de la subjetividad y la operatividad efectiva de las dinámicas sociales. Tal vez la sensación sorda de cambio de época que nos acompañaba ya antes de la pandemia tenga, al fin, que ver con la definición de una forma de comunitarismo individualista en la que la autonomía decisional carece de esa virtualidad socializante que la modernidad le confirió.
2
El impacto de las mediaciones ubicuas
2.1. La lógica profunda de la movilidad
La tecnología móvil encarna la revolución que ha cambiado el mundo de principios del siglo XXI. En apenas una década ha visibilizado profundas transformaciones en nuestra cultura, nuestras sociedades y nuestras economías. Desde los teléfonos móviles antiguos hasta los smartphones, las tabletas y los wearables, los dispositivos móviles y los servicios que éstos ofrecen han dado literalmente un vuelco a nuestras relaciones sociales, a nuestros recuerdos personales, a nuestro desempeño profesional e incluso a nuestra propia comprensión del espacio y el tiempo (Katz, 2006). Ese cambio no tiene únicamente que con ver sus propias características o con su difusión: también actúa como contexto de aparición, como condición de posibilidad o como acelerante de otras tecnologías que profundizan en la senda disruptiva y que responden, como afirma Alessandro Baricco (2019), a una nueva configuración mental. El internet de las cosas, el desarrollo de la IA a partir de algoritmos capaces de aprender (Machine Learning) y la explotación masiva de información personal asociada a sujetos y comportamientos situados son formalmente posibles, en buena medida, por el salto cualitativo de la movilidad.
La aceleración es una de las claves de ese cambio. En términos de evolución de la tecnología, el lapso de una década ha pasado de ser insignificante a un salto más que generacional. Diez años del siglo XX apenas daban para el desarrollo de una innovación disruptiva (por ejemplo, la radio); una década del siglo XXI ha bastado para transformar sectores enteros de la economía y los hábitos de comunicación cotidiana a nivel global. La tecnología móvil es la que ha logrado la más rápida difusión de la historia. Ha pulverizado la tasa de adopción de otras tecnologías anteriores: la radiodifusión tardó 38 años en llegar a 50 millones de usuarios. El teléfono fijo necesitó más de 75 años para reunir esa cantidad de usuarios. La televisión tuvo que esperar más de 13 años para conseguir una audiencia de 50 millones de personas, e incluso la World Wide Web tardó casi cuatro años en alcanzar ese número de usuarios. Apple vendió 50 millones de iPhone 3G en sólo dos años y nueve meses (desde su lanzamiento original el 29 de junio de 2007 hasta el 8 de abril de 2010) (McKinsey Global Institute, 2012). Diez años después se vendían más de dos millones de teléfonos inteligentes cada día y los dispositivos móviles (teléfonos inteligentes y tabletas) constituían desde 2014 la mitad de la industria electrónica de consumo mundial (Evans, 2014). Se trata de una escala y de un alcance sin precedentes, pero también de una aceleración insólita del consumo y la progresión: en menos de una década se pasó de 1.600 millones de personas que renovaban el hardware cada cinco años (entorno PC) a 4.000 millones de usuarios que compraban equipos cada dos años (entorno móvil) (Evans, 2014).
La movilidad es, además, una revolución dentro de la propia revolución digital. Un salto de calidad que lleva internet y la cultura digital más allá de lo que cabía prever en el marco de su primera andadura. En cierto sentido, el móvil es a internet lo que la palabra impresa fue a la escritura y la alfabetización: un factor determinante de expansión y transformación de las posibilidades ya existentes, para hacerlas accesibles y ubicuas.
Pero el verdadero carácter transformador de una tecnología no acostumbra a residir en la parte más visible de su uso. Su potencial disruptivo se encuentra más bien en su lógica profunda, que se transfiere como una suerte de sentido común natural a la lógica de las cosas con las que se articula. Esa lógica profunda se inscribe como un orden de posibilidad en la configuración mental en la que adquiere pleno sentido (Baricco, 2019). El carácter disruptivo de la tecnología móvil va así mucho más allá de la aceleración de los tiempos, la conectividad o el consumo ubicuos y la disponibilidad permanente (Aguado y Martínez, 2009). La lógica profunda de la movilidad —lo que la conecta con el cambio de mentalidad en una época— reside en la interrelación singular entre tres aspectos determinantes: la fusión entre representación y comunicación, la vinculación al cuerpo y la confluencia entre ubicuidad e inmediatez.
La comunicación y la representación (o, si se prefiere, la interacción y el contenido) son ámbitos funcionales que han permanecido tradicionalmente separados (aunque, es obvio, interrelacionados) como extremos de la actividad simbólica. Hasta la revolución digital la tecnología exhibía un carácter orientado de forma alterna a uno o a otro (Aguado y Martínez, 2008): de un lado, tecnologías de la representación, dirigidas a la construcción de un significado (narrativo, descriptivo, argumentativo) presentado como algo acabado, a disposición del sujeto en tanto objeto de contemplación (en otras palabras, un texto). El libro o el cinematógrafo constituyen ejemplos paradigmáticos de tecnologías orientadas a la representación. Del otro lado, la comunicación en el sentido de interacción significante, de diálogo mediado por la tecnología. El correo postal o el teléfono se muestran, en este sentido, como ejemplos de tecnología orientada a la interacción comunicativa. Cierto es que ambas producen textos en el sentido de unidades significantes reconocibles, si bien unas son más proclives a la permanencia (relato) y otras están más inclinadas al proceso (discurso). O, como afirmaría Harold Adams Innis (2007), medios orientados al tiempo frente a medios orientados al espacio.
En la cultura digital de finales del siglo XX la fractura representación/interacción sigue presente, aunque sólo sea por imperativo de los límites de la capacidad de computación. Basta recordar el aspecto de los escritorios de nuestros ordenadores en los años noventa y primeros dosmil. De un lado, las aplicaciones y software para la producción y reproducción de contenidos: procesadores de texto, editores gráficos, reproductores multimedia, etcétera. Del otro, herramientas conversacionales para la interacción: clientes de correo, de chat o aplicaciones de mensajería instantánea (Aguado, Martínez y Cañete, 2015). Esa proverbial separación, por supuesto, tenía que ver con un entorno computacional que aún no podía incorporar el peso del contenido en el flujo de datos de las interacciones conversacionales. Pero también se correspondía con unos escenarios de uso localizados (atados a lugares y momentos) y ritualizados: los del contenido presuponían reposo, contemplación y relativa amplitud de tiempo; los de la interacción, disposición activa, implicación e inmediatez.
Por su naturaleza proteica, la tecnología digital se situó pronto en un territorio intermedio entre ambos extremos de la actividad simbólica. De hecho, lo digital ha constituido un vector de convergencia entre representación y comunicación cuyos primeros síntomas se aprecian en la progresión de la instantaneidad, en su alcance global y, sobre todo, en la maleabilidad de la estructura de representación (con su proverbial capacidad de imitar-reconstruir-suplantar) (Aguado y Martínez, 2008). En este sentido, la tecnología móvil ha situado las herramientas simbólicas en un punto cero entre la orientación representacional y la interaccional. Con el dispositivo móvil la indiferenciación entre construcción de objetos significantes e interacción copresente alcanza su punto álgido.
En ese punto cero entre lo representacional y lo interaccional, construir una representación o transformar una ya existente e incorporarla a la conversación es inmediato, no requiere tiempo ni más esfuerzo que el de afirmar o negar algo. La distancia temporal que va de la identificación de la cultura de convergencia (Jenkins, 2008) a los spreadable media (contenidos para ser compartidos) (Jenkins, Ford y Green, 2013) es el trayecto de la progresiva inclusión del contenido como elemento consustancial de las interacciones sociales mediadas por la tecnología móvil (redes sociales ubicuas) (Aguado, Martínez y Cañete, 2017). La conversación digital absorbe al contenido, deviene ubicua con nosotros y se sitúa en el centro de los dos ecosistemas confluyentes a finales del siglo XX: el de la industria digital y el de las industrias creativas. La relación (interacción) toma el lugar del mensaje como medio (Aguado y Martínez, 2014).
El segundo aspecto esencial de la lógica profunda de la tecnología móvil es su corporeidad (Katz, 2017). Si hay un rasgo que define a la tecnología de la era pos-PC (como la bautizó Steve Jobs durante el lanzamiento del iPad en 2010), es precisamente su vinculación al cuerpo. El smartphone deviene, primero, parte de nuestro ajuar cotidiano (como el reloj o las llaves de casa), para enseguida constituir un aspecto de nuestra misma condición física, una extensión de nuestro cuerpo (McLuhan,1964). Scott, Bayer y Ling (2014), por ejemplo, han llamado la atención sobre la semejanza que existe entre la sensación fantasma de las vibraciones cuando no llevamos el móvil con nosotros y los fenómenos del tipo síndrome del miembro fantasma, que designan la permanencia de la sensación física de un órgano aun después de que éste haya sido amputado. Esa condición física remite a la búsqueda de naturalidad de la tecnología, que aspira a ser una segunda piel, algo sentido como propio que, a la postre, se vincula con nuestra identidad y sirve como medio esencial de autoexpresión.
La corporeidad del dispositivo móvil se extiende a otras formas de tecnología, que resultan ya abiertamente vestibles (wearables): el reloj inteligente (smartwatch), las bandas de actividad física, la ropa tecnológica o gafas y lentillas de realidad aumentada (capaces de superponer una pantalla translúcida sobre nuestra percepción de la imagen real). La tecnología vestible extiende al cuerpo la capacidad de computación del smartphone, convirtiéndolo en una capa de sobrerrealidad no ya sólo en el sentido simbólico, sino también en el físico (Walker Rettberg, 2014).
La corporeidad de la tecnología móvil está muy ligada a nuestra identidad, a cómo la percibimos, cómo la construimos y cómo la expresamos (Aguado y Martínez, 2010). Nunca una tecnología digital, en la que contenido y/o comunicación conformaran aspectos esenciales de su funcionalidad, había estado tan ligada a nuestro cuerpo y a nuestra identidad (Katz, 2003). Su polivalencia, junto con la conectividad ubicua, le han permitido enredarse en todos los aspectos de nuestro yo cotidiano: de la memoria a los afectos, de la organización del tiempo productivo a la gestión de las emociones, de los ritos de socialización a las rutinas de automatización de la soledad (tiempos muertos). Todo lo que somos y lo que hacemos tiene, en cierto modo, alguna forma de huella en el entramado computacional y comunicativo de nuestro smartphone (Walker Rettberg, 2014).
Ya hemos anticipado en las líneas precedentes el tercer aspecto de la lógica profunda de la movilidad. La inmediatez contribuye de manera decisiva a otorgar una cualidad diferencial a todo lo anterior. No es, ciertamente, un aspecto novedoso, por cuanto, como ha señalado Paul Virilio, la velocidad forma parte del impulso de la tecnología en su relación con el poder en tanto dominio del espacio y del tiempo (Oittana, 2015). En efecto, la corporeidad y la fusión entre comunicación y representación no tendrían la cualidad transformadora que tienen sin el requisito de la inmediatez, sin el logro de la aceleración (Virilio, 2007). La conquista del «tiempo real» es una condición necesaria de la conquista de la realidad. La inmediatez permite a la representación y a la conectividad ubicuas superponerse