Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La dama de picas
La dama de picas
La dama de picas
Libro electrónico40 páginas42 minutos

La dama de picas

Calificación: 4 de 5 estrellas

4/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La dama de picas es uno de los más célebres relatos de Alexander Pushkin, considerado padre del romanticismo ruso e inspirador de muchos de los mejores autores del XIX «el siglo de oro de la literatura rusa». El asunto central del relato es la avaricia, y el avatar del oficial jugador nos atrapa desde el primer momento Misterio, elementos fantásticos, y la enorme calidad narrativa de Pushkin hacen de esta pequeña joya una obra imprescindible de la literatura rusa del XIX.

Aleksandr Pushkin (1799-1837) fue un poeta, dramaturgo y novelista ruso, fundador de la literatura rusa moderna. Su obra se encuadra en el movimiento romántico. Fue pionero en el uso de la lengua vernácula en sus obras y creó un estilo narrativo —mezcla de drama, romance y sátira— que fue desde entonces asociado a la literatura rusa e influyó notablemente en posteriores figuras literarias, como Dostoyevski, Gógol, Tiútchev y Tolstói, así como en los compositores rusos Chaikovski y Músorgski.
 
IdiomaEspañol
EditorialPasserino
Fecha de lanzamiento16 oct 2020
ISBN9791220208307
La dama de picas

Relacionado con La dama de picas

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La dama de picas

Calificación: 4 de 5 estrellas
4/5

1 clasificación0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La dama de picas - Aleksandr Pushkin 

    CONCLUSIÓN

    1

    Una vez se jugó a las cartas en casa de Narúmov, oficial de la guardia montada. La larga noche de invierno transcurrió sin sentir; empezaron a cenar pasadas las cuatro de la mañana. Aquellos que habían ganado comían con gran apetito, los otros permanecían distraídos ante sus platos vacíos. Pero pronto apareció el champagne, la conversación se animó y todos participaron en ella.

    —¿Cómo te ha ido, Surin? —preguntó el dueño de la casa.

    —He perdido, como de costumbre. Debo reconocer que tengo mala suerte: nunca doblo la apuesta, no me acaloro, no hay quien me distraiga, ¡y no hago más que perder!

    —¿Nunca te has sentido tentado? ¿Nunca has jugado routé? Tu firmeza me asombra.

    —¿Y qué me decís de Hermann? —dijo uno de los invitados señalando un joven ingeniero—. En su vida ha tocado una carta, en su vida ha doblado un solo paroli, y se queda con nosotros hasta las cinco de la mañana viéndonos jugar.

    —El juego me interesa mucho —dijo Hermann—, pero no puedo permitirme sacrificar lo esencial con la esperanza de conseguir lo superfluo.

    —Hermann es alemán: es calculador y ése es el secreto —observó Tomsky—. Quien me resulta verdaderamente incomprensible es mi abuela, la condesa Anna Fédorovna.

    —¿Cómo? ¿Qué dices? —exclamaron los invitados.

    —No llego a comprender —continuó Tomsky— por qué no juega mi abuela.

    —¿Qué tiene de extraño que una vieja de ochenta años no juegue a las cartas? —dijo Narúmov.

    —¿Acaso no conocéis su historia?

    —Para nada.

    —Ah, pues os la voy a contar. Tengo que deciros que hace unos sesenta años mi abuela iba mucho a París, donde tenía un gran éxito. La gente la perseguía para ver a la Venus moscovita; Richelieu le hacía la corte, y mi abuela asegura que el hombre estuvo a punto de pegarse un tiro por la crueldad con que ella lo trataba.

    »En aquellos tiempos las damas jugaban al faraón. Una vez, estando en la corte, mi abuela perdió de palabra al duque de Orleans una suma muy considerable. Al llegar a casa, mientras se despegaba los lunares postizos y se quitaba el miriñaque, anunció a mi abuelo su deuda y le ordenó que la pagara.

    »Mi difunto abuelo, según recuerdo, era una especie de mayordomo de mi abuela. La temía como a la peste; sin embargo, al enterarse de la enorme cantidad que había perdido, se enfureció, trajo las cuentas y demostró a mi abuela que en medio año habían gastado medio millón, que cerca de París no tenían sus aldeas de la provincia de Sarátov ni las de Moscú, y se negó rotundamente a pagar. Mi abuela le dio una

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1