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La Maldición del Contrato de Azufre: Los Detectives Steampunk, #1
La Maldición del Contrato de Azufre: Los Detectives Steampunk, #1
La Maldición del Contrato de Azufre: Los Detectives Steampunk, #1
Libro electrónico303 páginas4 horas

La Maldición del Contrato de Azufre: Los Detectives Steampunk, #1

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En un Londres victoriano donde la magia da poder a la tecnología de vapor...

Joan Krieger sueña con revolucionar la moda para este nuevo y modernizado mundo, pero un enemigo oculto acecha el negocio de costura de su familia, convirtiendo su sueño en una pesadilla.

Cuando Joan atestigua que una clienta es asesinada con magia, busca al único hombre que puede ayudarla: Gregor Sherringford, consultor detective. Juntos, serán un equipo formidable, pero su investigación levantará una cortina de tristeza y secretos que amenazan todo en la vida de Joan. Solo arriesgando su propia alma podrá descubrir la verdad, una verdad que Gregor teme que ella no podrá sobrevivir.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 sept 2020
ISBN9781071557822
La Maldición del Contrato de Azufre: Los Detectives Steampunk, #1

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    La Maldición del Contrato de Azufre - Corrina Lawson

    Magia y amor; balanceados en la punta de una aguja...

    Los Detectives Steampunk, Libro 1

    La magia había existido en la periferia hasta que el Príncipe Albert descubrió que era un mago. Ahora él y otros como él están dirigiendo una revolución en la tecnología a vapor que está bajo el control de las clases altas.

    Un hombre de herencia mitad india, rechazado por su familia de alta categoría y dotada de magia, Gregor Sherringford vive en el Londres proletario, investigando casos que involucran magia entre las clases bajas. Pero nunca había conocido a una clienta como la enérgica y obstinada Joan Krieger.

    El sueño de Joan era dirigir una revolución en la moda diseñando ropa de mujer adecuada para las nuevas tecnologías. Pero cuando su clienta más adinerada muere misteriosamente fuera de su tienda, su sueño recibe un golpe mortal.

    Ella espera que el apuesto y enigmático detective pueda demostrar que la muerte fue un asesinato mágico. Ella jamás imaginó que un complot oscuro se entrelazaría justo en el tejido de su familia. O que resolver este caso significaría mezclar dones, mentes —y corazones— con el hombre que podría ser su compañero en todo sentido. Si sobreviven a la liberación de una maldición que vincula sus almas.

    Advertencia: Esta novela contiene a un detective inteligente y reprimido, y a una mujer que no aceptará un no como respuesta, ni cuando lo contrata... ni cuando se enamora de él.

    ––––––––

    La Maldición del Contrato de Azufre

    Corrina Lawson

    Dedicatoria

    Para Arthur Conan Doyle, quien me introdujo por primera vez a las historias de detectives, y para William S. Baring-Gould, que me enseñó todo sobre el canon.

    Contenido

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Doce

    Capítulo Trece

    Capítulo Catorce

    Capítulo Quince

    Capítulo Dieciséis

    Capítulo Diecisiete

    Capítulo Dieciocho

    Capítulo Diecinueve

    Capítulo Veinte

    Capítulo Veintiuno

    Capítulo Veintidos

    Acerca de la Autora

    Busca estos libros por Corrina Lawson

    Capítulo Uno

    A Joan Krieger nunca le había gustado entrar por la puerta lateral. Aunque era necesario, claro. Ciertamente, ninguna simple costurera sería recibida por la entrada principal ni recibiría todas las cortesías debidas a un lord o lady.

    —Levanta la frente y lista para cautivar a la clienta, cariño —dijo su madre. — Mientras más felices estemos sobre cómo se le vea la ropa, más feliz estará ella. Sabes cuánto significa esto para nosotras.

    Su madre no necesitaba decirlo. Todo recaía en el esfuerzo de hoy; tanto el futuro de su tienda como sus sueños de ir más allá de un pequeño negocio a un nivel mucho más alto.

    —Sí, señora —Joan movió las manos para balancear el tamaño de las cajas que contenían la ropa hecha a la medida. Ropa como nunca se había visto antes, al menos en una mujer. Lady Grey les había dado carta blanca. Su madre seguía preocupada de haber ido demasiado lejos. Joan pensaba que ir así de lejos era el objetivo. Aunque su madre no lo aprobaba, tampoco había interferido con su idea, por lo cual Joan estaba agradecida.

    La puerta de sirvientes se abrió, y una joven las dejó pasar a la casa. La asistente de cocina, recordó Joan, y trató de acordarse de su nombre. Debería; esta era ya su segunda visita. Habían ido a tomar las medidas de Lady Grey en la primera. Pero Joan era mucho mejor recordando lo que la gente vestía que el nombre al que respondían.

    Por suerte, su madre lo recordó y saludó a Sally con el tono correcto. Ni demasiado familiar, ni demasiado fría.

    Salieron de la niebla matutina para entrar a la mansión. Tenía esa calidez que solo se lograba con carbón de hechicero; un calor que llegaba a cada esquina, incluso al área de sirvientes.

    Un calor que Joan solo había experimentado en moradas de la clase alta. El carbón de hechicero era costoso porque aquellos que nacían con el don del mago eran muy escasos. Hasta ahora, el don únicamente aparecía en familias de clase alta. Los lords afirmaban que era una señal divina.

    Los ancestros judíos de Joan tenían una opinión muy diferente sobre la identidad de los Elegidos de Dios. Aunque su fe no era intensa, Joan definitivamente no aceptaba ciegamente las afirmaciones de la clase noble inglesa solo por sí mismas.

    Sally las condujo a una sencilla sala de espera ocupada solamente por una mesa sencilla y múltiples sillas alrededor. Joan pensó en bajar las cajas, pero tenía un agarre muy firme y parecía mejor sostenerlas. No podía arriesgarse a tirar sus contenidos.

    Ella se quedaría parada. El delicioso calor ya ofrecía más que suficiente comodidad.

    Dado que su visión estaba obstruida inicialmente, a Joan le tomó un momento ver a la mujer mayor en la esquina leyendo una carta. La mujer estaba perdida en su propio mundo. Sus labios pronunciaban las palabras de la carta. Después de unos segundos, estrechó el papel contra su pecho y soltó un profundo suspiro de satisfacción.

    Fue hasta ese momento que se dio cuenta de que no estaba sola y se puso de pie.

    —¡Perdonen mis modales! ¿Son las representantes de Krieger & Sims?

    Su madre asintió amablemente, como si eso debiera finalizar la conversación, pero Joan no pudo resistirse a preguntar.

    —¿La carta tenía buenas noticias?

    Su madre le lanzó una mirada asesina, pero era muy amable para expresar su queja. Aún con todos sus intentos, Joan nunca había encontrado la forma de ganar la total aprobación de su madre. Al menos no tenían que disentir frente a extraños.

    La mujer mayor, quien tal vez era la jefa de cocina por su atuendo, sonrió con una alegría que se veía completa.

    —No me molesta decir que fueron muy buenas noticias. Un problema con la posición de mi hija en otra casa se resolvió bien.

    La pérdida de la posición podría significar total miseria. No era de extrañar que la maestra de cocina estuviera aliviada.

    —¿Entonces su hija sigue empleada?

    —¡Sí! Había un posible escándalo con la dama, pero ahora mi hija retendrá su posición, incluso cuando la dama se case el próximo mes.

    —Un final feliz para todos. —Encantador, pensó Joan, porque esos finales eran raros, al parecer. Quizás era un buen presagio para el día.

    Antes de que pudiera hacer más preguntas, como cual escándalo había causado problemas a la dama, una de las doncellas de Lady Grey llegó para acompañarlas al piso de arriba. Subieron por las angostas escaleras traseras, no la amplia escalinata que daba a la entrada de la casa. No por primera vez, Joan se preguntó cómo sería usar la gran escalinata como una verdadera dama. Luego golpeó la esquina de una caja contra el muro y decidió mejor poner atención al aquí y ahora.

    Lady Grey no solo era acaudalada y acomodada en la sociedad también era viuda y, por lo tanto, podía ser poco convencional. El escándalo alrededor de la corbata especialmente diseñada que había llegado de su sastrería había mantenido a algunas de sus clientas regulares alejadas. Si a Lady Grey le gustaba este estilo, su negocio repuntaría.

    Además, su tienda sería el único lugar al que ir para emular la tendencia de Lady Grey. Las clientas harían fila por sus diseños. Lady Grey les había asegurado que no era la única irritada por las restricciones de los estilos actuales.

    —¡Momento de que la ropa avanzara a nuestro valiente nuevo mundo! —declaró.

    Después de un giro más en las sinuosas escaleras, entraron a un corredor superior. La doncella las introdujo a un cuarto grande y abierto, ocupado por múltiples sofás de rico terciopelo triturado. Las ventanas iban desde el suelo hasta el techo por una pared. Otro cambio posible al calentar con carbón de hechicero. El cuarto se mantendría caliente pese a la pérdida de calor a través del cristal.

    Joan finalmente bajó las cajas al momento que Lady Grey entró en la habitación. Una mujer delgada y mayor con una gruesa cabellera blanca que le quedaba bien; Lady Grey hacía lo que quería, cuando quería. Su dinero y su viudez eran garantías de que nadie podía oponerse a sus acciones.

    A Joan le agradaba la mujer, aunque no se suponía que ella tuviera opiniones personales sobre las clientas. Y aunque Lady Grey podía ser terriblemente demandante, Joan deseaba poder ser ella misma así de libre con sus propios deseos.

    —Veamos cómo se ve en conjunto, ¿sí? Este podría ser un día emocionante, señoritas. Joan, me muero por ver que me trajiste. ¡Prometiste que sería único!

    Joan únicamente esperaba que no fuera demasiado único.

    Joan y su madre abrieron cada caja cuidadosamente. La primera contenía una chaqueta de la piel, teñida de un marrón cálido. Estaba cortada para abrir a la cintura y abotonada hasta el cuello. Joan estaba orgullosa del modo en que las mangas ofrecían suficiente espacio para moverse sin exceso de material. Había trabajado como esclava toda la noche en su máquina para obtener el ajuste correcto.

    Lady Grey frunció el ceño.

    —¿Podré moverme con ese cuello?

    ¿Un ceño fruncido? ¿Esa era toda la reacción a su trabajo?

    —Si, por supuesto, milady —dijo Joan, asegurándose de no dejar notar su decepción en sus palabras. —Y espere a sentir las mangas.

    —Guardaré mi juicio hasta habérmelo probado. Empecemos, póngame la cosa completa.

    La cosa. Su confianza se quebró, Joan bajó la mirada. Que cambio tan repentino de emoción a fastidio. Había estado tan, tan segura de este atuendo. Ahora sus mejillas ardían de vergüenza. No podía ver a su madre a los ojos. No quería ver, de nuevo, la desaprobación.

    Junto a la doncella, ayudaron a Lady Grey a desvestirse para el ajuste, dejándola únicamente en su camisón, una blusa externa, un corsé y bragas.

    —¿Se supone que solo usaré esto bajo la ropa?

    Su madre le dio un empujón a Joan en la espalda, fuera de la vista de Lady Grey, una advertencia de que se comportara apropiadamente. No habría expresión de decepción ante la renuencia de la dama.

    Joan asintió.

    —Usted quería libertad de movimiento, y todas esas capas lo dificultan. Si desea manejar y no sentirse 'atada', como dijo, esto debe hacerse, Lady Grey. Quitarse el corsé ayudaría aún más.

    —Eso efectivamente sería ir muy lejos. No, debo mantener el corsé o me haré flácida. —La boca de Lady Grey se frunció. Joan trató de respirar normal. Apenas podía moverse.

    —¿He dejado entrar a algún radical a mi casa, Joan?

    Eso era un desafío. Joan se enderezó y miro a su clienta a los ojos.

    —Creo que es sentido común tener ropa que no restringe las actividades ordinarias. Esto no es menos de lo que pidió, milady.

    —Puede ser. —Asintió lentamente Lady Grey, alargando el gesto. —Y estoy muy vieja para estar restringida como lo he estado. Bueno, adelante. Veámoslo. —Lady Grey se quedó quieta mientras le ponían la chaqueta.

    —Tantos botones —murmuró.

    —Del más fino marfil —dijo su madre. —Nada más que lo mejor, milady. Estoy segura de que su doncella podrá encargarse.

    —Eso espero.

    Joan y su madre intercambiaron miradas. Joan no le temía a la furia de su madre si esto fallaba. Le temía a su decepción.

    Dejaron la chaqueta sin abotonar mientras ayudaban a Lady Grey a ponerse la falda a juego, que ajustaba sobre sus bragas. La primera capa, de puro algodón, estaba cortada como pantalón. Era fácil de deslizar sobre las bragas. La segunda capa, de la misma piel que la chaqueta, cubrió el algodón primero lo que daba apariencia de una falda completa. Tenía aberturas a los lados para permitir caminar con facilidad.

    O manejar.

    Sin aros, ni otras capas, solo piel sobre algodón sobre bragas.

    —Hmm... —murmuró la clienta. —Podría ponerme esto yo misma —dijo complacida. —Ciertamente podría, milady —dijo su madre.

    —Bueno, eso definitivamente me ahorraría el salario de las sirvientas.

    Joan miró a la silenciosa doncella. La chica miraba al piso. Lady Grey no pareció notar el efecto de sus palabras.

    En su lugar, Lady Grey se estudió en el espejo, su rostro era inexpresivo. Giró en un círculo lentamente, sus labios fruncidos.

    —Vamos a abotonar la chaqueta y ver qué tan difícil es.

    Joan hizo señas para la doncella, y ambas enlazaron los ganchos de tela sobre los botones de marfil. Las manos de su madre eran muy viejas para un trabajo tan fino. Los dedos de Joan temblaron, como lo harían los de su madre, excepto que los dedos temblorosos de Joan se debían a los nervios.

    Lady Grey puso las manos en su cadera y se volvió a estudiar en el espejo. Joan aguantó la respiración. Había ido demasiado lejos con este diseño. No había otra explicación. Para Joan, esto hacía que Lady Grey se viera, bueno, como alguien que iría lejos. Pero si le gustaba, ¿por qué no lo decía?

    —Joan Krieger, definitivamente eres una radical.

    La cara de Joan se puso roja. Aguantó el aliento; ella, que siempre estaba llena de preguntas, tenía miedo de hacerle alguna a su clienta.

    —Le dije a Joan que debería haber más capas en la falda...

    Lady Grey interrumpió a su madre con una risa.

    —Oh no, esto es maravilloso. Me siento más joven de lo que me había sentido en años. Toda esa ropa, todo ese peso, es sofocante para alguien con mi edad y cuerpo.

    —Entonces, ¿le gusta? —se aventuró Joan.

    Lady Grey le guiñó.

    —Creo que quizás ambas seamos radicales.

    Joan le devolvió la sonrisa. En ese momento, todo parecía posible. Los rayos de la mañana hicieron que la habitación—y el mundo—pareciera más brillante.

    —¿Por qué la falda tiene aberturas? —preguntó Lady Grey.

    —Para permitirle subir a su carruaje por usted misma, Lady Grey —dijo Joan.

    —Ah. —Miró abajo para ver sus pies. —¿Qué tipo de calzado necesitaré?

    —Yo pensaría que cualquier zapato a la altura de tobillo o más arriba sería adecuado —dijo Joan.

    —Pero no un zapato más bajo. ¡Una no debe exponer sus tobillos! —Lady Grey sacudió la cabeza. — Como si necesitara preocuparme por eso a mi edad. —Volteó hacia su doncella. — Trae el par más alto que tengo, niña, y apresúrate.

    Ser una costurera y heredera de una tienda podría no ser tan bueno como ser de la nobleza, pero ahora Joan estaba segura de que era mejor posición que ser doncella de una dama.

    Cuando la doncella se fue, Lady Grey tocó su cuello.

    —Tengo una queja. No me gusta la chaqueta tan ceñida en mi garganta. Muy incómodo.

    —La protegerá del frío, milady —dijo Joan. Había discutido con su madre por esto. El viento golpearía a cualquiera que maneje. Odiaba admitir que su Madre podría haber tenido razón. —No quise que estuviera tan expuesta al mal clima. Pero, por supuesto, podríamos alterarlo si así lo prefiere.

    —Se siente raro, creo. Srita. Krieger, ¿qué es ese material al fondo de la caja, enterrado bajo las envolturas?

    —Oh, eso no debería estar ahí —respondió su madre. — Solo son restos.

    Lady Grey puso las manos en sus caderas. —Sin embargo, si es sobrante, es mío, ¿o no? Déjame verlo.

    La madre de Joan sacó una bufanda hecha de la misma piel que la chaqueta. Joan hubiera hecho lo mismo. No había forma de contradecir ese tono imperioso.

    —¡Magnífica! —dijo Lady Grey. — ¿Por qué no me mostraron esto antes?

    —Creímos que desvirtuaba con el frente de la chaqueta, milady. —Joan no tenía idea de cómo había llegado esa bufanda a la caja. Había intentado deliberadamente dejarla. Ella no podía explicar exactamente por qué -simplemente se veía incorrecto con el resto del atuendo. Y había preparado esas cajas ella misma. Miró a su madre. Su madre sacudió la cabeza un poco, negando responsabilidad.

    —¿Desvirtuar? Tonterías. Se verá encantador con lo demás. Es la primer mala decisión hecha. Por fortuna, es la única. —Lady Grey dio una zancada y les arrebató la bufanda. Estaba tan apresurada que desabotonó los botones de arriba ella misma y envolvió la bufanda en su cuello.

    —Listo —dijo ella. — Eso resuelve el problema. Mi cuello está cubierto y puedo moverme. Ahora solo necesito un par de esos anteojos que protegen la cara mientras manejo. Creo que les llaman googles.

    —Se ve maravillosa, milady —mencionó Joan. Y así era. Para ella, Lady Grey parecía una reina.

    La doncella llegó con las botas prometidas, que eran de un marrón oscuro y resaltaban bien con el color más claro del traje, y se las puso a la dama.

    —¡Probaré cómo se siente en acción ahora mismo! Síganme. —Lady Grey salió del cuarto, con su doncella detrás. Joan y su madre no tenían elección además de seguir como les ordenaron.

    Lady Grey bajó por la escalera frontal como si tuviera una nueva oportunidad de vida. Detrás de ella, Joan alcanzó a ver a la doncella haciendo sonar una campana. Joan supuso que era una señal para alguien en el piso inferior.

    Dejó que Lady Grey se apresurara. Joan se detuvo arriba del balcón. Por fin tenía la vista que había estado deseando desde que llegaron. Redujo la velocidad, disfrutando de los escalones alfombrados de la gran escalinata y admirando el barandal de madera mientras bajaba.

    Algún día, quizás, podría costearse esto.

    El mayordomo que las dejó entrar se apresuró a la puerta frontal antes que su señora. Mientras llegaba a la puerta, él se enderezó y abrió con una reverencia antes de que Lady Grey perdiera una zancada. Un hombre bien capacitado, pensó Joan.

    El mayordomo levantó una ceja mientras Joan y su madre pasaron a su lado. Un gesto pequeño pero suficiente para mostrar que no aprobaba que comerciantes usaran la puerta frontal.

    El frío la golpeó en el instante en que salieron, pero la niebla se había disipado y el sol brillaba en lo alto. Un lacayo esperaba a Lady Grey para ayudarla a entrar al carruaje. Quizás le habían dicho que llegara con el mismo mensaje silencioso con el que la doncella había alertado al mayordomo. Su señora le hizo señas para que se fuera. En su lugar, le dijo que encendiera el calentador y activara la manivela para poner el vapor en marcha.

    Estos carruajes a vapor habían sido diseñados acorde a los que eran tirados por caballos, pero en más de dos décadas se habían hecho algunas modificaciones, como el volante de dirección. Esto es lo que se conocía como carruaje deportivo, con un pequeño toldo sobre un banquillo simple. Este además tenía puertas y controles dorados. Joan se hubiera conformado con uno que simplemente funcionara.

    Lady Grey tomó asiento frente al volante. Ella se veía, a los ojos de admiración de Joan, absolutamente perfecta.

    Los ojos de su clienta brillaban de emoción, sus manos agarraron el volante mientras ella sonreía. Se quitó la bufanda. Joan frunció el ceño. ¿Por qué el borde de la bufanda había caído por el lado del banquillo de ese modo? No había viento. Se hubiera quedado en el asiento.

    Algo está mal, pensó Joan, y avanzó para recogerla.

    Justo en ese momento, el carro empezó a moverse. Joan intentó agarrar la bufanda, falló y observó con horror como pareció tomar vida propia y se enredó en los ejes de la llanta trasera.

    Joan escuchó un chasquido enfermizo. Lady Grey se sacudió y se desplomó hacía adelante, su cabeza torcida en un ángulo antinatural mientras el carruaje avanzaba hacia un farol.

    Capítulo Dos

    Joan corrió al carruaje estrellado, pero era demasiado tarde. Había visto a su abuela morir tranquilamente en cama. Sabía cómo se veía la muerte. La cabeza de Lady Grey colgaba de lado en un ángulo antinatural, a diferencia de la abuela de Joan. Pero su cuerpo tenía la misma quietud absoluta. Sin aliento, sin vida.

    Tapándose la boca con la mano, deseando poder cerrar los ojos ante ese horror, Joan dio unos pasos hacia atrás mientras el mayordomo corría al lado de ella hacia su ahora fallecida señora.

    Había caos entre los sirvientes, pero el mayordomo principal los organizó mientras enviaba a un lacayo por las autoridades de en Scotland Yard.

    Joan y su madre fueron llevadas al interior de la casa nuevamente—por la puerta de sirvientes, por supuesto—y fueron obligadas a esperar en el mismo cuarto donde habían encontrado a la maestra de cocina solo unos momentos antes. Eran testigos, dijo el mayordomo. Eso tiene sentido, y Joan quería quedarse. Quería entender que es lo que había pasado. El accidente no podría haber ocurrido del modo en que ella pensaba, seguramente. Sus rodillas temblaban, su garganta se cerraba e incluso las paredes a su alrededor parecían irreales.

    Su madre esperaba en el mismo silencio tenso. No por primera vez, Joan deseaba que su madre fuera buena para consolarla, pero eso era una causa perdida. Alguna vez, su padre había sido bueno para eso. Alguna vez. Ya no más.

    La gente iba y venía, con ojos llorosos e intensos. Joan sospechaba que las lágrimas eran por el ahora incierto estado de sus vidas y trabajos, más que de dolor real por Lady Grey,

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