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El rebaño de los dioses
El rebaño de los dioses
El rebaño de los dioses
Libro electrónico330 páginas4 horas

El rebaño de los dioses

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La obra de teatro El rebaño de los dioses nos presenta una caricatura social de la gente “de aquí, de allá y del más allá”, acompañada de las vivencias y convivencias de su autor, de sus sueños, de sus creencias y ambiciones, y de toda esa amplia gama de pensamientos que atormentan su mente. Parodia de la convivencia social, religiosa y política de la humanidad, a través de la mirada crítica de un hombre de pueblo, basada en historias cercanas y argumentos sencillos donde los personajes son los que tienen la palabra, aunque no siempre la explicación de lo que acontece en sus vidas.
IdiomaEspañol
EditorialIncipit
Fecha de lanzamiento6 jul 2020
ISBN9788417528423
El rebaño de los dioses
Autor

Manuel Torres Martí

Manuel Torres Martí nace en Castellón en 1930. Desde su más temprana infancia siente la vocación de escribir y, alentado por su abuelo paterno, a la edad de nueve años crea su primera obra de teatro infantil El pardalet, la cabreta y el llop, y a los dieciséis, Conócete a ti mismo, dentro del mismo campo pero, en esta ocasión, para un público adulto. Su prolífico talento le lleva a alternar el teatro con la poesía y las letras para canciones, a las que pone música y edita Vicente Portolés, e incluso con el cine. Aunque es en el séptimo arte donde consigue multitud de premios y un mayor reconocimiento, su pasión por el teatro le hace finalmente volcar todo su ingenio creativo en este género literario.

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    El rebaño de los dioses - Manuel Torres Martí

    Torres

    Prólogo

    Manuel Torres Martí nace en Castellón el día 30 de julio de 1930 en la calle de La Estrella n.° 30.

    Desde su más temprana infancia siente la vocación de escribir y, alentado por su abuelo paterno, a los nueve años, escribe (ocupando media página de libreta) lo que hoy es su obra para niños El pardalet, la cabreta y el llop.

    En la posguerra, por cuestiones socioeconómicas, su familia se traslada a Villarreal; en donde reside actualmente.

    A la edad de doce años, por voluntad propia, alegando que allí no le enseñan lo que a él le gustaría aprender, deja la escuela y entra a trabajar en un taller de carpintería.

    Y este fue el momento real en el que Torres tomó la decisión de comunicar a sus padres que deseaba ser ''ESCRITOR''.

    Fragmento de la obra La buena samaritana

    Comienza el juego y la lucha, como si fuese casi verdad, hasta que el niño consigue escaparse de la opresión de Carmen, y se refugia junto a su padre, que está sentado ante la mesa leyendo el periódico, y trata de protegerle del acoso de la chica.

    Teresa rompe a reír y se dirige al Niño.

    Teresa —Manolo, venga, ya está bien de juegos y pasa a lavarte las manos que voy a preparar la cena.

    Manuel —Espera un poco que antes de cenar quiero que demos un repasito a los libros porque a este desde que han cerrado la escuela no le he visto con un libro en las manos.

    Niño —(Con firmeza) Ni me verá.

    Manuel —¿Y a qué se debe esa determinación tan firme de no querer coger los libros?

    Niño —A que el próximo curso ya no quiero volver a la escuela.

    Manuel —¿Por qué?

    Teresa y Carmen observan atentas.

    Niño —Porque allí no me enseñan lo que yo quiero aprender.

    Manuel —¿Tú qué quieres que te enseñen en la escuela?

    Niño —Yo que sé... Algo así como a escribir historias.

    Manuel —¿Y saber eso para qué te servirá?

    Niño —(Con firmeza) Para ser escritor.

    Teresa se sorprende

    Manuel —(Sonriendo) De modo que quieres ser escritor.

    Niño —(Con acento firme) Sí.

    Manuel —Pues, para ser escritor te hará falta saber lo que puedan enseñarte en la escuela y muchas cosas más.

    Niño —Pero siempre será lo que los hombres quieran enseñarme.

    Manuel —¿Y por la calle qué aprenderás?

    Niño —Lo que Dios cree que debo saber.

    Manuel —(Tras breve meditación) De manera que quieres ser escritor.

    Niño —Sí.

    Manuel —Pues, como para poder comer de lo que uno escribe se tiene que ser un buen escritor y eso aún es muy pronto para poder saber tú a dónde llegarás, tendrás que ponerte a trabajar y aprender un oficio con el que ganes para vivir, porque a mí me sentaría muy mal verte por ahí hecho un mangante, tirando de la chaqueta de unos y otros para poder comer, y al final, acabar escribiendo lo que te dicten aquellos que te van matando el hambre, mientras se quedan en el tintero todas aquellas ideas con las que tú soñabas.

    Niño —Estoy de acuerdo. Iré a trabajar.

    Manuel —¿Y qué te gustaría ser?

    Niño —(Sin vacilar) Carpintero.

    Manuel —Conforme. Yo conozco a uno; ya iré a ver si necesita algún aprendiz y si lo necesita... ya lo sabes.

    Niño —¿Y cuándo me pondré a trabajar?

    Manuel —Tan pronto como el carpintero diga. (Piensa y añade:) Mañana es el 18 de julio, que es fiesta. Después es domingo... Me voy a ver si hablo con él y si todo sale bien podrías comenzar el lunes día 20.

    Teresa —Aún no tendrá doce años.

    Niño —Y eso qué importa.

    Manuel —Sí que importa, pero si tú no quieres volver a la escuela… Yo no estoy dispuesto a que vaya suelto por la calle, como un perro.

    Niño —Pues, hable cuanto antes con ese carpintero.

    Teresa —Bueno, pues ya que esto ha quedado claro, pasa dentro, lávate las manos que la cena está preparada.

    El Niño se va por el lateral de la izquierda.

    Manuel deja de leer y dirigiéndose a Teresa le dice:

    Manuel —Teresa... Es el deseo de nuestro hijo y no quiero oponerme a... a que sea lo que él quiera ser.

    Y, como estaba previsto, el día 20 de julio de 1942 Torres entró a trabajar como aprendiz en un taller de carpintería.

    Y aunque su vocación por la literatura sigue tan firme como siempre, en las horas libres en vez de escribir se dedica a leer y observar el mundo que le rodea.

    Y así está hasta el 7 de enero de 1946 que... (por ser algo transcendental lo detallaré en otra parte) comienza a escribir su primera obra titulada Conócete a ti mismo (sobre este título le habló después su padre). Conserva el original y aún recuerda el veredicto que dio sobre ella don Manuel Canseco: Un buen argumento mal redactado.

    Aquel veredicto, debido a su corta edad, le dolió mucho, pero se repuso pronto y, sin pensarlo dos veces, se puso de nuevo a trabajar, pero ahora, ya orientado por el profesor don Manuel, dedica más tiempo a la lectura y al estudio que a la observación; no obstante, aunque aquello le apasiona, como por aquel entonces Torres aún era joven, toda esa preparación le resulta monótona, por lo cual escribe otra obra que leyó un actor que conoció, el cual le atendió muy bien y entre algunas lecciones le dijo: "Respecto a la obra que he leído, aunque te sepa mal hablaré claro: el árbol parece de calidad, pero la fruta aún está verde (A lo que añadió:), pero ten en cuenta que tú aún eres joven y suelen decir que el tiempo es maestro de la vida".

    Aquello le hizo meditar mucho sobre si valía la pena seguir escribiendo pero… sin darse cuenta, al poco tiempo ya estaba liado de nuevo con ello, pero ahora, buscando distracción, alterna el teatro con la poesía y escribe letras para canciones, a las que pone música y edita Vicente Portolés.

    Pero, no acabando de sentirse satisfecho con eso, al poco tiempo deja la poesía para compartir el teatro con el cine, para lo cual estudia un curso de guionista y se dedica al cine amateur. En donde sus películas y guiones consiguen premios locales, regionales, nacionales e internacionales.

    Sin embargo, pese a que los premios los consigue con el cine, lo que le atrae verdaderamente es el teatro y lo deja todo para volver de lleno a él.

    Pero el paso del tiempo y la lectura de obras modernas le van haciendo tener otro concepto del teatro y sus obras no acaban de satisfacerle, por lo que busca asesoramiento y lo halla con Josep Lluis Siresa (catedrático de Teatro), quien después de leer algunas de sus obras, le da unas lecciones que le hacen ver el lugar real en el que se encuentra y ello, como es lógico, le obliga a revisar algunas de sus obras.

    A partir de entonces, y ya podríamos decir que construyendo sobre sólidas bases, emprende de nuevo el trabajo y uno de los trabajos es este, en el cual ha querido plasmar las vivencias y convivencias de la gente, tal como él las ha visto y las ha soñado.

    Y en uno de los sueños cierta persona, buscando la inmortalidad, se mete en un escenario en donde fisgoneando por allí, cuando se dio cuenta ya estaba inmersa en una obra en la que, como si fuese un escaparate, le van mostrando diferentes facetas de la convivencia social.

    Algo que, para él, no es más que un conglomerado de ideas que se interponen unas sobre otras y están en continua ebullición.

    Cosa que despierta los sentidos de esas personas sensatas que viendo el rumbo que toma la sociedad se afanan por enderezar el camino, dando rienda suelta a sus principios, pero, al ver que todos sus esfuerzos son en vano, se cansan y acaban dándose cuenta de que esta vida solo tiene sentido en momentos esporádicos, que apenas se perciben, pero, aún así, cuando su consciencia se lo permite, con lágrimas en los ojos, abandona su lucha y busca cómo encontrar ese lugar en donde podrá disfrutar de eso que llamamos VIDA, aun sabiendo que vivir no solo es comer, beber y mirarte a los ojos de esa persona de la que estás enamorado. Vivir también es dar, recibir, soñar y... cuando llega el momento, saber sufrir.

    Celia T. Gimeno

    Prefacio

    El escenario está con el telón cerrado.

    Por delante del telón sale el Autor, que va mirando hacia todas partes, prestando atención a una voz que cree oír, pero al no ver a nadie, dice:

    Autor —¿Dónde estás, abuela, dónde estás? Dime dónde estás, porque te oigo hablar. Dime dónde estás porque debes haber vuelto, ya que hablar así, de mí, solo puede hacerlo mi abuela Rosa, a la que le estoy muy agradecido por sus alabanzas. Pero quiero corregirte, abuela. Quiero corregirte para que en otro momento no te pases, porque no soy tan gran cosa como vas diciendo, ya que tan solo me considero una persona que, como todas, sabe lo que sabe, pero parece más o menos inteligente según dónde y con quién está. Sin embargo, cuando se halla sola y compara su capacidad con la inmensa gama del saber, no deja de pensar que solamente es un paleto. Lo cual le hace suponer que su modo de ver las cosas tal vez sea causa para haber ofendido a alguien. Pues si lo hizo, ruega que le perdonen, porque no lo hizo con malicia, sino más bien por ignorancia. Algo que la gente no sé si va a creer, ni aunque lo defienda hasta las postrimerías de mi vida. (Queda pensativo y añade:) Y… ¿y faltará mucho para ello? (Sigue pensativo).

    Desde arriba va bajando un espejo, lo cual sorprende al Autor, pero al ver que se detiene a la altura de su rostro, lo coge, lo sujeta y mirándose en él, dice:

    Autor —Cómo han pasado los años… Tienes el pelo canoso, y algunas arruguillas ya comienzan a surcar tu rostro, mas, pese a todo esto, ya me daría por satisfecho si esto se parase aquí. Pero no, ¡qué va! El tiempo no hay quien lo detenga e implacable afea nuestra figura, merma nuestras facultades y nos enturbia la mente. Algo que nadie desea, pero no puede evitar. Y cada cual sabe lo que daría para conseguir parar su tiempo en cierto momento de la vida. Algo que solo consiguen los personajes de las historias. (Queda pensativo y de pronto añade:) Sí, solo ellos pueden gozar de la inmortalidad tal y como representan su papel en la obra. (Calla, medita y prosigue:) Una cosa que yo también podría lograr si me introduzco en una obra y me asigno un papel, en el que me bastaría con ser… tal como soy.

    Queda de nuevo pensativo y, tras larga meditación, abre el telón y pasa dentro, al escenario.

    Acto I

    Aparece el personaje

    El escenario presenta una vieja estancia que en el fondo de la parte izquierda tiene un escenario tapado con un telón que sube hacia arriba. En el lateral de la parte derecha hay, en primer término, una puerta practicable y a continuación una mesa de escritorio llena de papeles. Detrás de la mesa, pegada en el lateral, hay una estantería repleta de viejos libros y polvorientos cartapacios. Y en el fondo de la parte derecha hay una ventana, frente a ella, está plantado un trípode que sostiene un catalejo.

    Entra el Autor, con expresión meditabunda, y con paso lento se acerca a la ventana, la abre de par en par y se queda mirando el horizonte. A través de la ventana se ve el campo del que destaca un gran árbol y al fondo el globo terráqueo.Tan pronto como el Autor abre la ventana se oye una voz pausada y profunda que dice:

    Voz en off —El hombre abrió los ojos y se sorprendió ante tanta magnificencia. Y cuando, aún ignorándolo todo, supuso que ya conocía aquello que le rodeaba, centró la mirada en el horizonte ansioso por saber qué había más allá, y comenzó a caminar y caminar sin pensar en detenerse para contemplar detenidamente la inmensa y bella obra que era el mundo en el que vivía. Obra imperfecta, pero, aun así, digna de un Dios. Un Dios que dotó a los hombres de sentido común para que pudiésemos distinguir el bien del mal. Pero… ¿qué es el bien y qué es el mal? Desgraciadamente, lo que uno cree le importa tan poco a los demás… (Breve pausa). Sí, lo que uno cree le importa muy poco a los demás, porque no cabe la menor duda de que, para ciertas personas, ese ramaje y brocegal que rodea el árbol tiene un papel importante con su belleza, pero, según se ve, el complemento que rodea las grandes obras hay muy pocos que lo valoran. A nadie importa cuál es su destino por aciago o denigrante que se le presente. Y aunque esa es la realidad, es algo deprimente tener que confirmar esto en nuestro mundo. (Breve pausa y continúa la voz).

    ¡Nuestro mundo! Un planeta fascinante que majestuosamente oscila en el firmamento. Un lugar en donde sin darse nadie cuenta afloró la vida. Un paraíso extraño que tiene sus encantos y en donde la naturaleza nos encubre abruptos y profundos misterios a los que el hombre aún no tiene acceso, pese a que ha sido dotado de eso llamado inteligencia; algo que le da el ser una fuerza capaz de crear y destruir. Pero, llegado el momento, es una fuerza tan sutil que al darnos cuenta de ello nos horrorizamos y asustados lloramos viendo que aun lo que más queremos poco a poco vaya envejeciendo y se vaya transformando hasta que desparezca en la inmensidad del infinito. Ese espejismo que nos deslumbra por su magnificencia e incertidumbre.

    Y con esa incertidumbre en la mente del hombre pasaba el tiempo y aquellos pies seguían caminando, mientras unos ojos de mirada profunda iban observando su entorno, escudriñando hasta los más recónditos lugares, pero un día, en las postrimerías de la tarde, los pies, dando muestras de cansancio, comenzaron a caminar lentamente y acabaron deteniéndose, pero el Hombre, inmóvil, con la mirada perdida en el vacío, seguía absorto en sus preocupaciones.

    El Autor se vuelve, contempla su entorno y va quedando profundamente pensativo hasta que dice:

    Autor —No cabe la menor duda, con el paso del tiempo vemos las cosas de distinto modo, motivo que continuamente nos hace meditar de un modo incoherente, aunque al final, digan lo que digan, todos acabamos admirando lo que por diversas causas nos fascina y lo guardamos grabado en la mente. Lo guardamos grabado y de vez en cuando lo recordamos para volver a darle vida. Vida que unas veces son palabras que se lleva el viento y otras son obras que la materia transforma y perpetúa. Y ese es el momento en que comienza la transformación, es decir, la resurrección de la materia. La metamorfosis le dará nueva forma y hasta distinto nombre, pero le volverá a la vida. Esa vida llena de encantos y desdichas en donde se conjugan tantas cosas que aún no entendemos.

    El Autor, con aspecto preocupado, queda inmóvil. Al instante, y de un modo inconsciente, se acerca a la mesa, apoya las manos en ella y sigue sumido en ese sopor que le deja ensimismado, pero un momento después dice:

    Autor —Traté de forjar el pensar de mis personajes a semejanza mía, para que transmitiesen al mundo lo que yo temía no saber decir, y he fracasado. ¿Es que la mentalidad no podrá torcer el rumbo que tiene marcado o es que mi capacidad aún no está preparada para efectuar tal función?

    El Autor, tras breve pausa, que aprovecha para meditar, añade:

    Autor —Sé que no tengo derecho a entrometerme en la vida de nadie, pero me gustaría tanto poder transmitir a la gente todo cuanto he aprendido en esta vida. (Pausa y reflexiona). ¿En esta vida? Pero si la vida no sabemos aún lo que es. (Pausa). ¡La vida! ¿Qué es la vida? ¿Luchar por el bien? ¿El bien? ¿Qué es el bien? ¿Es hacer el bien sacrificarse para enseñar a una persona y luego su portentosa capacidad la emplea para el mal? ¡Cuánto hay que hablar y analizar las cosas para saber lo que es el bien y el mal! La vida es un laberinto y he llegado a tal extremo que lo que pudiera enloquecer a otros me afecta. Ya no me ofendo ni me tortura nada y cuando la situación se me hace insoportable os abandono y me traslado a mi mundo, a ese lugar en donde la realidad se confunde con la fantasía y, según como se mire, te ves en un abismo repleto de cosas horrendas, que te hacen estremecer, o te sientes rodeado de un esplendor que te hace sentir tan feliz como un bebé en el regazo de su madre.

    El Autor, preso de una gran preocupación, se sienta, coge unos folios, bosteza, se rasca la cabeza, apoya los codos sobre la mesa y hunde el rostro entre las manos. Al instante, se peina con las manos sus largos cabellos y abre el manuscrito, pero un extraño ruido, producido en el exterior, le hace apartar la vista de él bruscamente. No ha pasado nada y cuando iba a tomar contacto de nuevo con el manuscrito le viene a la memoria algo y sonríe. Pasa un instante, y observando algo raro en su entorno, centra la mirada en los papeles que tiene en la mano y grita:

    Autor —¿Qué pasa, os sorprende verme sonreír? Pues, hablad, hablad y decidme qué deseáis. Vosotros tenéis la palabra.

    Personaje —(Solo voz) Cuán vacías suenan esas palabras cuando van dirigidas a quienes aparentemente tienen figura de algo pero se les ha negado la facultad de pensar y poder hablar. Y ni este, ni aquel, ni el de más allá, ni tantos otros como hay esparcidos por todas partes pueden expresar sus sentimientos ni tomar decisiones por cuenta propia. Aquí todos están condenados a seguir el camino que les ha marcado su creador. Él escoge el material, elige la forma, el linaje y las cualidades, pero como hay tantos que ignoran ese proceso, en muchas ocasiones, hay a quienes se les acusa, injustamente, de algo de lo que no son culpables. Y de nada sirven sus mudas protestas. Se les acusa, se les castiga y se ven obligados a sufrir las adversidades propias de este mundo, sin que tengan a quiénes dirigirse pidiendo luz sobre esa incógnita. Incógnita que tal vez lleguen a esclarecer el día que ya sea tarde.

    Autor —(Mirando asustado en torno suyo) ¿Qué ocurre aquí? ¿Son realmente voces esto que oigo o me habla la conciencia?

    Voz —Son voces, Profesor, son voces. No tema por su salud que aún no le fallan los sentidos. Son voces lo que oye.

    Autor —(Asustado) ¿Voces de quién?

    Voz —Mías, profesor. Soy Gerardo, uno de los personajes de sus obras. ¿No se acuerda? Gerardo, aquel chiquillo que se quedó abandonado allá en las montañas. Sí, hombre, sí. ¿No se acuerda que hace unos años tuve una discusión con usted y preferí volver de nuevo a las tinieblas que verme abandonado en un desierto?

    Autor —(Frunciendo el ceño) ¿Tú otra vez?

    Voz —Señor, no sería justo que protestasen los que están encantados con la vida que les ha dado.

    Autor —¿Es que tú no estás bien tal como te hallas?

    Voz —No sé tampoco si estoy mal, solo veo que donde estoy tengo tan poco que perder…

    Autor —(Enfurecido) Pues, dentro de un instante aún tendrás menos. (Con paso firme se va hacia la estantería donde guarda los libros mientras prosigue:) Ya lo creo que tendrás menos.

    Voz —(Temblorosa por el miedo) ¿Qué pretende?

    Autor —(Con voz aguda, mientras registra entre los libros) Quitarte de en medio de un plumazo.

    Voz —(Implorando) Por favor, Profesor, no haga tal cosa. Recuerde que me ha creado usted.

    Autor —(Sigue registrando) Por eso seré yo también quien te destruya.

    Voz —(Suplicando) Se lo ruego, Profesor, tenga piedad. Si no me hubiese creado, no sería nada y lo ignoraría todo, pero ahora… ahora ya todo es diferente. ¿No comprende que he visto lo que es la vida?

    Autor —(Dejando de registrar dice con tono despectivo) ¡Tú qué tienes que haber visto!

    Voz —Bueno…, tal vez mi modo de expresarme solo era para darle a entender que el poco tiempo que anduve entre ustedes fue suficiente para que me diese cuenta de lo maravillosa que es la vida en ese mundo.

    Autor —No tan maravillosa, que tú no sabes cómo es la gente.

    Voz —¿Qué gente, Profesor?

    Autor —¿Qué gente ha de ser? La gente que te rodea.

    Voz —(Con tono suspicaz) ¿Quiere decir las criaturas que usted ha creado?

    Autor —(Con acritud) Quiero decir las criaturas que pueblan el mundo en el que tú deseas vivir.

    Voz —¡Ah…! Ya comprendo.

    Autor —Ya comprendes… ¿Y qué? ¿Qué quieres ahora?

    Voz —¿Cómo que qué quiero? ¿Es que no lo supone? La otra vez ya se lo dije y cada vez estoy peor. Todos estos papeluchos que me rodean comienzan a oler de un modo que me molesta, y si para usted no fuese mucho trabajo sacarme de estas tinieblas y mostrarme la luz…

    Autor —(Exaltado) ¿La luz de qué?

    Voz —¿De qué ha de ser? La luz de la vida.

    Autor —(Con acento triste) ¿Sacarte a la luz? ¡Qué más quisiera yo!

    Voz —Inténtelo, luche. ¿O es que teme que sus ideas…?

    Autor —No es eso, precisamente, lo que frena el entusiasmo, porque sé que las ideas son buenas o malas según la época en que se revelan. Hay algo más. Son tantas las cosas fundamentales que desconozco… No obstante, hablaría de muchas cosas, pero hay tantas hipótesis y tantos secretos que no sé cómo proceder para no conducirte por un camino equivocado…

    Voz —No importa, me resignaré a lo que haga de mí.

    Autor —Siempre soñé con escribir algún libro y al principio, como la ignorancia es tan atrevida, todo lo que pensaba lo creía acertado; sin embargo, a medida que me voy instruyendo veo los problemas que presenta crear unos personajes.

    Voz —No tema por eso, usted sáqueme de aquí y yo haré que se sienta orgulloso de mí.

    Autor —En otra ocasión ya traté de refugiarme entre esos papeles y de nuestro contacto naciste tú, pero tuve miedo de que con tus insolencias ensombrecieras y mancharas la reputación

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