El lado negro de Suecia
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Incluye un inédito de Stieg Larsson.
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El lado negro de Suecia - John-Henri Holmberg
2013
Reencuentro
por Tove Alsterdal
Antes de publicar su primera novela en 2009, Tove Alsterdal trabajó principalmente como periodista y dramaturga. Al igual que la mayoría de los escritores, sus experiencias son numerosas y variadas. Nació en Malmö, pero ha pasado la mayor parte de su vida en Estocolmo; no obstante, sus orígenes también se remontan al extremo norte de Suecia, en el valle del Torne, área cercana a la frontera con Finlandia y mayormente al norte del Círculo Polar Ártico. En esa zona creció su madre, y allí es donde Tove Alsterdal pasa los veranos. Es también el escenario de su última novela I tystnaden begravd (Enterrado en el silencio), la cual obtuvo en 2012 el segundo lugar en el premio a la Mejor novela del año que otorga la Academia Sueca de Novela Negra. También trabajó paseando caballos en Skansen, un museo al aire libre en Estocolmo; y en el hospital psiquiátrico Beckomberga, donde ejercía como auxiliar en los pabellones de reclusión. Más adelante, se desempeñó como reportera para noticieros de radio y televisión, y escribió guiones para series de televisión dramáticas y para un largometraje, para juegos de PC, teatro y un libreto para ópera. Mantiene una amistad cercana con la escritora de novela policiaca Liza Marklund, a quien le ha editado todas sus novelas de este género, a excepción de la primera.
La obra de Tove Alsterdal muestra una gran intensidad psicológica, y a menudo recrea escenarios que conoce y disfruta de plasmar en sus escritos. Es común encontrar en sus palabras una fuerte vena mística que pareciera inexplicable, y una de sus mayores virtudes es que permite que el lector decida cómo interpretar estos elementos, tal como sucede en este relato sobre unas amigas de adolescencia que se reúnen nuevamente tras varios años.
REENCUENTRO
POR TOVE ALSTERDAL
Desciende del auto y avanza lentamente hacia el lago. Se siente atraída por él. El camino de pavimento desaparece entre dos abedules y se convierte en un sendero. Una sensación vertiginosa de que el tiempo se precipita de regreso a aquella época.
El agua negra.
Es el mismo lago, la misma fecha. Antes del pleno verano, antes de que el calor penetre el suelo; aún la vegetación luce joven y etérea. El agua es igual de oscura y atrayente como en las pesadillas que ha tenido desde entonces. No siempre, si ha de ser justa. Ha habido semanas, incluso años, en los que ha podido dormir en completa tranquilidad, como cuando Lisette era pequeña.
—¡Dios mío, fue hace mucho! ¡Marina! ¡Pia! ¡Agge!
Dos autos subieron hasta el lugar y estacionaron junto al de ella. Las mujeres vociferaron de tal modo que las aves levantaron el vuelo del estero para encontrar refugio en lo más profundo del bosque.
Ella se esforzó en sonreír y fue a su encuentro.
—Jojjo, ¿de verdad eres tú? —Marina sube corriendo los últimos escalones y la abraza. Observa su rostro, le hace a un lado un rizo—. Estás igualita. No has cambiado nada —voltea hacia las otras, que bajan las canastas de la comida de los autos—. ¿Ya vieron quién ya está aquí? ¡Johanna!
Ríen y gritan, y pronto la rodean los brazos de todas; mientras se abrazan, coinciden: están igualitas.
¡Y es grandioso verse de nuevo! ¡Después de treinta años! ¡No te ves mayor de veinticinco! ¡Y tú tampoco! Se ríen de absolutamente todo. Y ella piensa, mientras entran corriendo en la pequeña cabaña del campamento: ¡Qué suerte que acepté venir! Que no cedí ante la sensación de apartarme.
Hay entre ellas un calor que había olvidado. Se conocen desde que eran pequeñas, de modo que esos treinta años se borran en un instante. Así se siente precisamente cuando bromean acerca de a quién le tocó la litera de arriba en ese viaje.
Johanna las observa y se pregunta quién tuvo la idea del reencuentro, ella sospecha de Marina. Sus papás tenían algo que ver con los grupos scouts, los dueños de las cabañas. Marina lleva el cabello totalmente negro (aunque seguramente debe teñírselo) con algunos mechones grises que, paradójicamente, la hacen verse más joven. Casi más hermosa de lo que la recordaba.
—¿No trajiste tu bolsa de dormir, Jojjo? —pregunta Agge, mientras las otras avientan sus pertenencias para pasar la noche en las literas.
—No, no sé si puedo... —siente las miradas de todas sobre ella. Fue hace mucho tiempo que alguien la llamó Jojjo—. Tengo que levantarme temprano y...
—¿Qué quieres decir? ¿Que no vas a pasar la noche aquí? Pero si de eso se trataba —es la voz sombría de Agge, que siempre sonó contundente. Ha bajado por lo menos treinta kilos, pero sigue siendo imposible contradecirla—. Tengo cobertores en el auto —dice—, todo se arreglará.
Johanna asiente y sonríe. ¿Por qué dijo que sí? Su primera reacción cuando vio la invitación fue un estridente no. Y sin embargo, fue el solo hecho de que alguien la invitara, de que alguien la recordara.
Pia ya puso el café en la cafetera eléctrica. Igual que antes, ella se desliza sin decir mucho, pero aun así termina siendo el centro, la más linda de todas. Se le dibujan unas bonitas arruguitas alrededor de los ojos cuando sonríe.
—¡Qué demonios! —dice Agge—, ¡tomemos un poco de champaña!
Y el corcho rebota en el techo.
El fuego arde, una fogata auténtica. Los rostros resplandecen. El crepúsculo del verano es azul y transparente. Todas extienden las bolsas de dormir a su alrededor. Ella sabe que está bebiendo rápido y mucho.
La idea es de Marina: todas van a celebrar a todas. Brindaron por el nuevo trabajo de Marina como directora de una empresa de reclutamiento de personal y por el nuevo amor de Pia que pidió su mano, ¡por tercera vez! Por Marina, que ha participado en la carrera de 20 kilómetros para damas y Agge, que se ha capacitado para ser jardinera, ¡al fin vive su sueño! ¡Salud por nuestros sueños! Marina ha estado casada 18 años y aún ama a su marido —¡salud!— y Pia se ha puesto tetas nuevas después del embarazo —¡salud por ellas!— y a los niños les va muy bien en la escuela —¡salud! ¡salud! ¡salud!— y especialmente el mayor de Agge, que ha sido elegido para formar parte de la selección nacional júnior de natación.
—¿Qué hay de ti, Jojjo? ¡Venga!
Ella sabe que fue un error viajar aquí. Su vida no es algo que uno quisiera exhibir en reencuentros. Ella propone un brindis por su hija, Lisette, que encontró un trabajo después de la preparatoria y luego se disculpa porque tiene que ir al bosque a dar una vuelta.
Ahora hay baños detrás de las cabañas, pero ella lo hace como en ese entonces. Se pone en cuclillas detrás de un abeto.
Le salpica un poco de orina en un zapato. Entre las ramas, alcanza a ver cómo el fuego se va extinguiendo hasta convertirse en brasas y las siluetas de las mujeres maduras alrededor.
¿Por qué más podría brindar? ¿Por estar separada y no haber conseguido encontrar a alguien más? ¿Por el departamento que está en silencio ahora que Lisette se mudó? Ni siquiera es capaz de buscar pareja por internet porque la hace sentir como si fuera el último pasajero del autobús nocturno de la ciudad, donde todos están desesperados y toman lo que hay. Y sabe que miles de personas encuentran pareja en esas páginas web, así que la del problema es ella. Es como perder el último autobús y quedarse parada afuera, en el frío. ¡Salud por eso! Duerme mal, porque habrá recortes de personal otra vez y nadie sabe a quiénes despedirán. Y por el cuerpo que se arruina mientras el tiempo se acaba, ¡salud!
Mientras se sube los pantalones escucha un ruido. Un crujido de ramas. Proviene de abajo, del lago. Respira en silencio y permanece inmóvil con las manos en el cierre. Le parece ver una sombra entre los abetos, una variación en la luz indefinida.
Una voz. Todo su cuerpo siente un frío glacial.
—¿Me guardaron comida?
Donde terminan los abetos y comienza la ribera hay una figura. Delgada y pequeña. El cabello rubio alborotado y enredado. Su suéter verde.
—¿Qué pasa? —pregunta Lillis, entre risas. Su rostro posee una palidez poco natural. Ya lucía así desde esa época, cuando jugaban con la muerte—. ¿Creíste que no vendría?
Estoy soñando
, pensó Johanna, estoy más borracha de lo que creí. ¡No puede ser el mismo suéter!
—¿No quieres hablar conmigo? —la figura da unos pasos hacia ella, con la cabeza ladeada—. Creí que éramos amigas.
Johanna retrocede.
—Voy a volver con las demás —dice y se echa a correr por el bosque, una rama le rasguña el rostro.
No voltea hasta que se sienta de nuevo junto a la fogata. Entonces mira hacia el bosque, tanto que las otras también voltean.
—Pero qué diablos —Marina se levanta—. ¡Lilian! Ni siquiera supe que... ¿Quién fue la que contactó a Lillis? ¿Por qué no dijiste nada?
Johanna no se da cuenta de que la pregunta está dirigida a ella. Sólo ve a la mujer acercándose. Una sonrisa se mueve en su rostro. Ahora todas se ponen de pie. Johanna siente que ella también se pone de pie.
El cuerpo de Lillis se siente fresco y delgado entre sus brazos. Un rápido abrazo. Una oscuridad envolvente proviene del lago y se hace de noche.
—Dios, qué gusto verte.
—¿Dónde te metiste? ¿No desapareciste antes de que empezara el último año de la prepa?
Distante, las escucha brindar por Lillis, como desde el interior de un vaso de cristal. Hasta ese momento empieza a ver a las demás como en verdad son. Para nada son iguales a como eran antes y como ellas creen, han envejecido. La piel se les ha aflojado y les cuelga bajo los mentones; los años han trazado surcos incluso en el alguna vez perfecto rostro de Marina. Es evidente que todas se tiñen el cabello. Sólo Lillis aún es joven, completamente lozana e igual de peligrosa y particularmente hermosa, como entonces. Y ese ligero estrabismo.
—Dios mío, ¡no has envejecido un solo día! —grita Agge—. ¡Salud por eso!
Johanna ve sus bocas moverse y reírse. El rostro de Lillis es tan blanco que brilla a pesar de que las brasas se han apagado y todo está frío.
¿No pueden ver que algo está mal?
Lillis, su mejor amiga durante un breve periodo. La inalcanzable, a quien ella —de manera por demás incomprensible— alcanzó, y tuvo la gran fortuna de ser vista y estar con ella. Lillis, la aventurera, el centro, alrededor del cual la Luna, la Tierra y los chicos daban vueltas, mientras Johanna era un planeta sin chiste que orbitaba en uno de los extremos del sistema solar. Vagamente había comprendido que Lillis la necesitaba a ella, a alguien, a quien fuera a su lado. Johana nunca había intentado rivalizar con ella, simplemente la acompañaba. El primer cigarro, la primera borrachera con cerveza y analgésicos, los juegos sexuales en la cabaña, donde Johanna por lo general debía esperar afuera mientras Lillis lo hacía ahí dentro. Después compartía todos sus secretos.
Johanna siente un grito creciendo en su interior, quiere estallar y salir, pero no debe, no puede. El silencio es demasiado largo. Ha durado treinta años.
Quiere decirles a las demás: pero ¿qué no ven?, ¿qué no se dan cuenta?
Se pellizca el brazo, duele. No es ninguna pesadilla, está pasando. Tiene que pensar con claridad, mira al interior de los ojos azul pálido y un poco bizcos de Lillis. Urde unas palabras, silenciosamente, a través del fuego apagado que ahora es ceniza.
Tú no existes. Estás muerta.
Y después ya no puede permanecer sentada, porque los ojos azul pálido la atraen hacia su interior y esto la estremece. Tiene que levantarse e ir hacia el lago.
Hay una historia acerca del lago Översjön. ¿La has oído alguna vez?
Es la voz de Lillis, pero ¿fue antes o es ahora? Han caminado por la orilla, lejos de las demás porque Lillis está harta de que Marina y Pia siempre rivalicen.
Johanna piensa que Lillis también rivaliza, pero nunca dice nada. Tienen dieciséis años y se quedarán a dormir en la cabaña el fin de semana, y mañana vendrán algunos chicos que Marina invitó, habrá fiesta.
Vamos a nadar. ¡Anda! Tenemos que ver si es cierto lo que se dice del lago Översjön. Que en algún lugar bajo la superficie hay un lugar sin fondo. Ahí viven los ahogados. Se dice que si te sumerges lo suficientemente hondo te pueden enredar con su cabello. Ahí abajo están quienes murieron voluntariamente, los suicidas, y todas son mujeres, infelices y confundidas. Los hombres se dan un tiro, las mujeres se tiran al lago, así ha sido siempre. Es su cabello lo que sientes bajo tus pies, si es que te atreves a nadar hasta allá.
Lillis avienta su ropa sobre la hierba crecida de la orilla y se mete al lago. Johana debe hacer lo mismo. Todo lo que comparten entre las dos tiene un propósito, y entre más peligroso sea, más vivo se vuelve, eso le ha enseñado Lillis. Ellas suelen jugar con la muerte, se ahorcan con bufandas hasta que se desmayan. Se ha convertido en adicción para ellas, una obsesión, tienen que hacerlo todos los días. A Johanna le da pánico cuando jala los extremos, pero de todos modos lo hace hasta que el aire le falta, le empiezan a golpear las sienes, siente que se le salen los ojos, ve haces de luz y los sonidos en el exterior desaparecen, y luego todo se oscurece. No pasa nada si no se hace un nudo a la bufanda, ha asegurado Lillis, ésta se afloja al desmayarse. Antes de morirse.
Hay un instante en la vida de cada persona en el que decides si quieres ir con los vivos o con los muertos. Ese tiempo está aquí, antes de que nos pongamos tiesos. Después será demasiado tarde.
Ella ve que Lillis empieza a nadar y se aleja. Se acercan a la mitad del lago. El agua fresca acaricia su piel, tan presente y desnuda. Se le ocurre que algún chico podría estar viéndolas desde algún lugar en la orilla, y eso la excita, y luego le da un poco de vergüenza cuando piensa en Lillis desnuda bajo la superficie del agua unos diez metros más adelante, su brazada es vigorosa, pese a que ella es delgada y linda. No hay nada sexual entre ellas, o eso es lo que constantemente se dice a sí misma, aunque a veces se siente así cuando Lillis se acurruca en sus brazos en el sofá o en cualquier otro lugar. Más o menos como un cachorro. Sólo que Lillis es así, sin límites ante algo que puede ser peligroso.
Y ellas están solas bajo el cielo, en la noche, y les importan un bledo los demás.
Tenemos que saber algo acerca de la muerte para poder elegir, ¿no crees? De otro modo sólo seremos víctimas.
Ella no se da cuenta en qué momento ocurre. De repente ve que la superficie del agua está quieta. Bromeas, piensa Johanna, y nada hacia el lugar donde vio apenas la cabeza rubia de Lillis; nada en círculos, ¿dónde diablos estás? Se sumerge bajo la superficie para buscarla, pero es oscuro e impenetrable. Ella sólo ve agua y pierde la orientación de lo que está arriba o abajo y experimenta pánico. Es entonces que lo siente. Algo se mueve por debajo de sus pies, se enreda entre sus piernas. El terror la invade y tiene que subir a la superficie. Allí en el fondo hay algo de verdad, y en su mente ve las imágenes de los cadáveres y anguilas que salen por las órbitas, y eso que se enreda entre sus pies sigue ahí, la arrastra, y ella patalea salvajemente y agita los brazos, arriba, arriba, y le falta el aire, tiene que alejarse de ahí. No vuelve a respirar hasta que llega a la orilla del lago. No piensa hasta que logra salir. El lago permanece brillante y negro. Ella tiembla tanto que le lleva una eternidad vestirse. Al lado está la ropa de Lillis, regada por toda la hierba.
El tiempo simplemente pasó, o se detuvo. Finalmente, se puso de pie para regresar.
—¿Se metieron a nadar? ¿Dónde está Lillis?
Johanna no sabe de dónde salen las mentiras. Había pensado contarlo tal como fue, que Lillis se metió a nadar y desapareció. Pero entonces hubiera tenido que mentir acerca de lo otro. Que ella también se había metido. Sobre los muertos en el agua y su propio pánico, ¿cómo contar tal cosa? Sobre la sensación en los pies al tocar algo suave que, al mismo tiempo, estaba rígido, y lo que finalmente ni siquiera se atreve a pensar: se trataba del rostro de Lillis. Lillis, que sólo quería asustarla, que todo había sido parte de un plan, sus historias sobre los muertos y su ridículo cabello. Lillis, que siempre practicaba aguantar la respiración bajo el agua en el balneario.
—Ella simplemente se esfumó, no sé. Quizá se enojó por algo.
Por la mañana volvió al lugar y recogió la ropa de Lillis, la enterró. Lloró y la enterró. Era demasiado tarde para la verdad. Fue en el verano antes de entrar al último año de la preparatoria. Para el otoño, todas tomaron rumbos distintos, los nudos se deshicieron. Marina cursó el año en la ciudad, las demás en colegios diferentes, Johanna dejó la escuela después de medio año y terminó sus estudios en una escuela para adultos en el norte, en Ångermanland. El padre de Lillis era un borracho y jamás hubo una investigación seria. La policía se apareció una vez e hizo preguntas, y Johanna tuvo que describir cómo iba vestida Lillis cuando se esfumó: el suéter de angora verde agua (robado de las tiendas Hennes & Mauritz). Creyeron que se fugó. Probablemente tenía razones de sobra para hacerlo.
El árbol crece solitario a orillas de un bosquecillo. Johanna parece reconocer el lugar y empieza a escarbar con las manos a un costado del tronco frente al lago. ¿Será posible que el tejido y el hilo de angora resistan después de treinta años bajo tierra? ¿O se pudren? ¿Y los tenis? Ella escarba y ahí no encuentra nada. Quizá sea la zona equivocada de la orilla, nuevos árboles que han crecido, ella no tiene la menor idea de cómo un bosque puede transformarse en treinta años. Lillis está a la orilla del bosque y la observa. Johanna no se atreve a voltear, aunque siente su presencia como un objeto frío en la nuca.
Teníamos un pacto. Un pacto acerca de los secretos y de la traición, ¿lo has olvidado, Johanna?
Ella tiene tierra debajo de las uñas, le llega hasta los codos.
Trata de convencerse de que por eso se dirige al agua, se quita los zapatos. Mientras se inclina para enjuagarse y removerse la tierra de encima, alcanza a verse en un rápido reflejo, su yo adulto. Nunca ha dejado de tener dieciséis años, son sólo nuevas edades que se añaden como las capas en un pastel. Luego la luna desaparece detrás de una nube y su reflejo ya no está. No, sí está, ahí está: dentro del lago, en lo hondo. Nada con la ropa puesta, hasta el centro del lago, porque tiene que hacerlo. Cierra los ojos y nada, intenta extraer fuerza de su cuerpo, pero sólo se encuentra con la molestia de la ropa mojada y de la grasa que se le ha formado alrededor del vientre, siente su propio peso. Se detiene a mitad del lago, deambula por el agua, mira alrededor. Fue aquí, exactamente aquí. Y se sumerge, lo más profundo que puede, busca y no ve nada, anda a tientas abajo y agarra algo. Algo suave y enredado, y le parece escuchar cómo musita y canta. Hay un instante... ir con los vivos o con los muertos... Ahora está alrededor de ella, la enreda con sus hilos hasta que la sujeta y la arrastra hacia abajo en la oscuridad susurrante donde no hay luz ni angustia que avivar, sólo una canción tranquila, ¿así es la muerte? Ella se deja hundir. Suéltame, quiere gritar, no quiero morir. ¿Llamas a eso vida, le murmura, crees que eso es vivir? Y ahora que no tiene aire y que percibe haces de luz a su alrededor, ¿lo que ve abajo es el rostro de Lillis? ¿O de alguien más?
No, se ve a sí misma, y es joven de nuevo, y hace lo posible para encajar. No, quiere gritar, NO, YA NO QUIERO MÁS, pero ya no tiene aire y no escucha nada en el agua. Patalea, se zafa de ese cabello que la mantenía sujeta y se enredaba entre sus piernas, se suelta, sube a la superficie, donde hay aire, frío y transparente.
De lo más profundo de sus pulmones extrae vida, energía y sentido de la realidad. ¿Qué diablos hace allí en medio del lago? Nada lo mejor que puede, sin aliento y exhausta rumbo a la orilla. Desenreda sus dedos de algo que lleva en la mano.
Lisette, piensa. Me necesita, aunque no lo admita.
—¿Estás loca? ¿Te metiste a nadar con ropa?
Pia se desmaquilla, untándose cremas caras. Agge ronca desde su litera. Johanna mira por toda la cabañita. Ningún suéter verde agua.
—Pensé en Lillis —dice prudentemente—. Me pareció verla allá afuera.
—Seguramente te emborrachaste. Nadie la ha vuelto a ver desde que se fue de aquí. Además, nunca entendí por qué te juntabas con ella. ¿Quieres té?
Johanna encuentra su bufanda y se seca el pelo con ella, aún chorrea. Se sientan, cada una con su taza de té. Algas, piensa, sólo son algas lo que hay allá u otro tipo de planta acuática. Está muy agradecida porque ya no le da vueltas la cabeza. Se quitó las prendas mojadas y las demás le prestaron