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Una vida sumergida en el Espíritu / The Spirit Contemporary Life: Desate lo sobrenatural en su mundo diario
Una vida sumergida en el Espíritu / The Spirit Contemporary Life: Desate lo sobrenatural en su mundo diario
Una vida sumergida en el Espíritu / The Spirit Contemporary Life: Desate lo sobrenatural en su mundo diario
Libro electrónico279 páginas5 horas

Una vida sumergida en el Espíritu / The Spirit Contemporary Life: Desate lo sobrenatural en su mundo diario

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Desate lo sobrenatural en su mundo diario.

¿Qué sucedería si lo sobrenatural se convirtiera en algo más natural y normal en su vida?

¿Cómo cambiaría su mundo si usted viera milagros con regularidad? ¿Y, qué tal si esto sucediera en todas partes a donde fuera, de tal manera que atrajera a la gente hacia Jesús? No solamente marcaría la diferencia en su mundo... haría que el mundo fuera diferente.

Puede sonar demasiado bueno para ser verdad... pero eso es Una vida sumergida en el Espíritu.

Cuando trabajaba como paramédico en una ambulancia, Leon Fontaine anhelaba ver el poder de Dios en acción fuera de las cuatro paredes de la iglesia. A través de muchas experiencias que cambian la vida, él aprendió que podemos desatar lo sobrenatural de manera que funcione en todas partes: en el hogar, en el hospital, en el trabajo, ¡con cualquier persona!

Vivir sumergido en el Espíritu implica comunicarse con los demás como lo haría Jesús...usando el lenguaje, las historias y los entornos de ellos.  Leon usa verdades bíblicas e historias personales para revelar la manera en que esta fe dinámica del primer siglo puede ser suya cuando vive en completa sintonía con Dios, quien lo guía de manera tanto naturales como sobrenaturales.

Si esto le parece bueno, espere porque ¡esta será la aventura de su vida! Esta transformación no solamente lo cambiará a usted.  Cambiará al mundo que lo rodea.

What if the Supernatural Became Normal and Natural in Your Life? How would your world change if you regularly experienced the miraculous? And what if this happened everywhere you went—in a way that attracted people to Jesus? It wouldn’t just make a difference in your world...it would make the world different. It might sound too good to be true...but that’s the Spirit Contemporary life. While working as a first responder in an ambulance, Leon Fontaine longed to see God’s power at work outside the four walls of the church. He learned through many life-changing experiences that we can all unlock the miraculous in a way that works anywhere—at home, in a hospital, at work—with anyone! The Spirit Contemporary way of life involves communicating with others as Jesus would...using their language, stories, and settings. Leon draws on biblical truth and personal stories to reveal how this dynamic first-century faith can be yours when you live so in tune with God that you’re guided in ways that are
both natural and supernatural.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ago 2017
ISBN9781629993423
Una vida sumergida en el Espíritu / The Spirit Contemporary Life: Desate lo sobrenatural en su mundo diario

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    Una vida sumergida en el Espíritu / The Spirit Contemporary Life - Leon Fontaine

    ¡Empecemos!

    Parte 1

    EL PROBLEMA

    1 Del altar a la ambulancia

    La ambulancia iba a toda velocidad por la autopista, dos llantas sobre la orilla y dos en la cuneta. El tránsito ya estaba acumulado por varios kilómetros sobre la carretera de doble carril entre la ciudad y la playa. Mi mente de joven de diecinueve años viraba en una docena de direcciones tratando de recordar mi entrenamiento reciente. Evalúe el peligro. Clasifique a las víctimas por gravedad. Maximice sobrevivientes.

    Tenía confianza en mí mismo y en mi entrenamiento, pero mi corazón aún latía rápidamente al pensar en lo que me esperaba. El despachador solo nos había dado información vaga, un accidente serio que involucra varias víctimas, pero las noticias del accidente ya estaban por todas las estaciones de radio local. Este es uno malo, pensé, orando que bajo la presión pudiera recordar mi entrenamiento.

    Cuando llegamos a la escena, el conductor apagó la sirena, yo estaba impactado por lo siniestramente silencioso que estaba, no sonaban bocinas ni música estruendosa como uno esperaría en un embotellamiento largo. Luego, a la distancia lo escuché, el débil sonido de un niño llorando.

    Lo ubiqué tan pronto como la ambulancia se detuvo: un niño pequeño de no más de un año de edad, sentado en medio de la autopista, vestido solamente con un pañal, rodeado de vidrios rotos y escombros. Una multitud se habría reunido en la escena, pero nadie se atrevió a acercarse a él, probablemente porque tenían temor de hacer más daño que bien. Las personas solo se quedaron allí mirando al niño indefenso, como si estuvieran paralizadas por la magnitud del daño frente a ellas.

    La camioneta volcada sobre un lado de la autopista fue lo siguiente que llamó mi atención. Ninguno de los pasajeros llevaba puesto el cinturón de seguridad, así que el impacto de sus cuerpos volando había reventado el costado del vehículo. Las víctimas estaban esparcidas de un lado al otro de la autopista como muñecas de trapo tiradas por un niño desconsiderado. Nada de lo que yo hubiera experimentado antes y nada de mi entrenamiento pudo haberme preparado para las imágenes, sonidos y olores que inundaban mis sentidos.

    No lejos del niño, un bebé yacía inmóvil, su cráneo fracturado visiblemente por el impacto. Luego de cubrir rápidamente al bebé, a quien ya no se le podía ayudar, evalué la condición de la mujer quien asumí que era la madre. Ella estaba viva, pero apenas. Dos hombres yacían más allá de ella, uno muerto y el otro apenas aferrándose a la vida.

    En ese momento no sabía cuán profundamente me afectaría esta experiencia. Más tarde, ese día, ambos padres murieron. El niño sobrevivió, pero tanto la madre como el padre le habían sido arrancados en un instante, alterando su mundo para siempre y, hasta cierto grado, el mío. Vea, nada en mi crianza pudo haberme preparado para el dolor y la angustia que empecé a encontrar a diario como socorrista.

    Ambos, mi mamá y mi papá eran pastores y hasta donde puedo recordar, ellos servían hombro a hombro en la misma iglesia. Crecí escuchando sus enseñanzas y tengo un gran respeto por mis padres. En nuestra iglesia, los milagros sucedían con regularidad. Vi tumores desaparecer, oídos restablecidos y personas que caminaban libremente después de años de dolor incapacitante. Como niño pequeño, siempre estaba dispuesto a ir a la iglesia para ver lo que Dios iba a hacer. Era emocionante, poderoso y fascinante, y estoy muy agradecido por la manera en que me criaron. Pero, ahora, me había tocado encontrarme cara a cara con la realidad desgarradora del rescate de emergencia.

    Algunas noches, después de un turno particularmente traumático, no podía borrar de mi mente el olor de la sangre o quitar la imagen de un niño muriendo. Mis experiencias en el rescate de emergencia hicieron surgir preguntas que parecían no tener respuesta. Estaba confiado en el poder milagroso de Espíritu Santo; lo había atestiguado personalmente. Aun así, ahora enfrentaba un mundo dolido, con gente en desesperada necesidad, con sangre y lágrimas, dolor y muerte. Y la iglesia parecía tan irrelevante.

    Cuando orábamos por las personas en la iglesia, siempre era hermoso y estaba perfectamente bajo control. Sin embargo, en las escenas de accidentes y crímenes, no había música de órgano preparando la atmósfera adecuada y no había pastor para orar. Solamente estaban los gemidos de los enfermos y los gritos de los moribundos y los sollozos desgarradores de madres abrazando a sus bebés muertos o padres buscando a sus hijos perdidos. Un día tras otro, esta era mi realidad y yo definitivamente no estaba preparado para ella.

    Clamé a Dios en este momento de mi vida, queriendo desesperadamente que Él me mostrara cómo ministrar a la gente en el mundo real.

    No es que la iglesia no sea real y hermosa. Soy pastor, así como también, hijo de pastor y me encanta la iglesia. Oramos por los enfermos en todos nuestros servicios cada semana. Pero gente dolida hay por todas partes: en el trabajo, en la escuela, en la tienda de abarrotes, el gimnasio, en la escena de un accidente. A donde usted vaya, Dios provee oportunidades para demostrarle su amor y poder a las personas dolidas, aun si usted no siempre sabe cómo reaccionar. La iglesia no es, no puede ser, el único lugar donde Dios obra.

    En mi corazón, firmemente creí que Dios quería tocar la vida de toda persona con el mismo poder milagroso que yo veía normalmente en la iglesia, pero estaba enojado y frustrado porque la iglesia parecía ajena a las necesidades afuera de sus cuatro paredes. Y me sentí impotente para hacer algo al respecto. Era maravilloso que todos estuviéramos orando en la iglesia, pero lo hacíamos con música de adoración de fondo, en el altar, acompañados por un lenguaje y comportamiento desconocido para el mundo exterior. Esa aproximación se habría visto muy mal afuera de la iglesia, sin mencionar que, si yo oraba por las personas en esa forma en la ambulancia, me hubieran despedido. ¡Pero necesitaba hacer algo! Por primera vez en mi vida, estaba siendo testigo de la dolorosa realidad que muchas personas que no conocen a Jesús viven a diario: violencia, tragedias, suicidios, abuso sexual y doméstico, y no tenía forma de presentarles a la persona que necesitaban conocer tan desesperadamente. Yo sabía cómo ser un cristiano en la iglesia, donde todos hablaban el mismo lenguaje y actuaban de la misma forma, pero no tenía idea de cómo llevar esa fe a mi mundo del día a día.

    Yo quería el poder de Dios no solo al frente de la iglesia, sino también en la parte de atrás de mi ambulancia.

    La realidad era que yo quería el poder de Dios no solo al frente de la iglesia, sino también en la parte de atrás de mi ambulancia. Mi corazón se rompía. Yo quería alcanzar personas en los hospitales, en las calles y en las cunetas a las tres de la mañana cuando el agua y la sangre me llegaban al tobillo tratando de salvar vidas. Y quería encontrar una manera de trabajar en el poder de Espíritu Santo que no apagara a las personas. Había visto demasiado de eso en mi joven vida, y estaba convencido de que podíamos ser más como Jesús, quien de alguna manera llevó a cabo milagros increíbles y atrajo personas que estaban lejos de Dios. Así que, en ese momento de mi vida, cuando hacía malabares con la realidad brutal de un socorrista y la fe en un Dios que obra milagros, le pedí a Él que me mostrara cómo orar en una manera que obtuviera resultados.

    No lo sabía en aquel entonces, pero lo que anhelaba era una vida sumergida en el Espíritu.

    Quizá usted se identifica con esto. Quizá haya querido compartir su fe o querido alcanzar a la gente en necesidad o ver milagros en la vida de los demás, pero tenía temor de ser marcado como raro o extremista. O quizá usted sí comparte su fe e invita consistentemente a la gente a la iglesia, pero no puede comprender por qué no responde positivamente con más frecuencia.

    Si suena familiar, espere, porque este será el viaje de su vida. Lo invito a acompañarme en Una vida sumergida en el Espíritu.

    Pero antes de empezar . . . ¡un punto importante más!

    Habrá notado que me refiero al Espíritu de Dios como Espíritu Santo y no como el Espíritu Santo. Lo hago así porque Espíritu Santo es una persona, no una fuerza impersonal. En Juan 14:16, Jesús se refiere a Espíritu Santo como otro Consolador. La palabra otro nos dice que Espíritu Santo funciona exactamente de la misma manera que lo hizo Jesús. Jesús no nos dejó con alguien menos maravilloso que Él. Nos dejó con alguien exactamente como Él.

    Cuando piensa en Espíritu Santo, no piense en una masa o un vapor. Piense en una persona. Usted nunca diría el Jesús o el Leon porque Jesús y Leon son nombres. Representan personas, no funciones. Referirse a Espíritu Santo sin el artículo definido antes de su nombre es una manera de recordarse a sí mismo que Él es una persona, y Él es alguien que quiere tener una relación fenomenal, más que maravillosa, con usted.

    2 Héroes ordinarios

    Empezó igual que un día como cualquier otro. Estaba ayudando en la sala de urgencias en el hospital donde trabajaba, tal como lo hacía siempre que no estaba fuera con la ambulancia. Unos pocos pacientes habían entrado, así que estaba ocupado iniciando una intravenosa cuando un compañero de trabajo me dijo que una mujer a quien yo conocía había sido admitida por una cadera rota. Después de terminar la intravenosa tan pronto como pude, me dirigí al lugar donde ella estaba esperando tratamiento, para ver cómo estaba.

    Tan pronto como entré a su habitación, mi estómago se hizo un nudo y dio vuelta. La mujer yacía de espaldas sobre la camilla, sus pies colgaban ligeramente en la punta. Mis ojos pasaron de un pie al otro y luego a la cara de la mujer, la cual estaba contorsionada por el dolor. Uno de sus pies apuntaba al techo como normalmente, pero era el otro pie lo que me provocaba náusea. Ese pie apuntaba al suelo, completamente al revés, y la pierna estaba aproximadamente doce centímetros más corta que la otra. Yo había visto muchas cosas terribles, pero esta hizo que me corriera un escalofrío por la espalda.

    Sabiendo que me podrían llamar en cualquier momento, respiré profundo y entré. Ya que yo sabía que esta mujer era creyente, inmediatamente le pregunté si quería que yo orara por ella, a lo que asintió con agradecimiento. Hablo vida y sanidad en la pierna de esta mujer, en el nombre de Jesús, oré rápidamente y tan pronto había terminado la oración, escuché un código de llamada en el sistema de alta voz. Le prometí regresar cuando pudiera y me apresuré a salir.

    Pasaron unos quince o veinte minutos antes de que pudiera apartarme de nuevo para ir a verla. Cuando entré a la habitación esta vez, noté que algo era dramáticamente diferente en su caso. De reojo vi la orilla de su camilla donde dos pares de dedos apuntaban hacia arriba, en una posición normal, con ambas piernas de igual longitud.

    Mi primer pensamiento fue: Los médicos deben haber empezado a colocar el hueso en su lugar. Pero cuando ella empezó a contarme su historia, me di cuenta que ese no era el caso, en lo absoluto.

    Tan pronto como usted se fue, una sensación cálida vino sobre mi pierna. Ella sonrió. Primero empezó a rotar de afuera hacia arriba, así; ella lo describía con sus manos, luego, cuando mis dedos estaban totalmente hacia arriba, empezó a estirarse así. Extendió su mano hacia su pie.

    Tengo que ser sincero. El resultado era tan dramático que me pregunté si había estado viendo cosas. ¿Quizá ella no estaba tan malherida como pensé? Pero, después, cuando escuché al doctor y a la enfermera de piso discutir sobre sus radiografías, supe que no me había vuelto loco.

    ¡Su pierna tiene que estar rota!, insistió la enfermera. Ella había visto el estado de esta mujer cuando ingresó.

    ¡No tiene nada malo!, arremetió del doctor, con la misma firmeza. Sus radiografías están completamente normales. La voy a dar de alta.

    Esta mujer no solamente fue dada de alta del hospital ese día, pero aún más increíble fue que ¡ella salió caminando!

    Fueron experiencias como esta las que me hicieron darme cuenta que algo grande había cambiado en mi vida. Debido a algunas situaciones desgarradoras con las que me había encontrado en el rescate de emergencia, yo estaba desesperado por trabajar con Dios en una manera que les hiciera sentido a los demás. Mi corazón se inclinaba hacia la gente lastimada que encontraba a diario, y a quienes yo anhelaba ayudar. Pero no sabía cómo.

    En mi búsqueda, me encontré con un mensaje sobre el Día de Pentecostés, y ahora que veo en retrospectiva, puedo ver cómo mi vida cambió. En ese mensaje, el orador compartió la manera en que, en un instante, Espíritu Santo había transformado por completo a ciento veinte hombres y mujeres que estaban reunidos en un salón en Jerusalén. No puedo decirle por qué ese mensaje en particular me tocó de la manera en que lo hizo, considerando que había escuchado muchos otros sermones sobre Pentecostés. Solo puedo decir que escuchar ese mensaje encendió algo dentro de mí, una nueva pasión por más de Espíritu Santo. Mis ojos se abrieron a cuán increíblemente importante es Espíritu Santo para todo creyente y me propuse aprender todo lo que pudiera acerca de Él.

    Algo cambiaba radicalmente en mi vida mientras aprendía a conocer mejor a Espíritu Santo. Empecé a orar por la gente que encontraba en el hospital y, como consecuencia, a ver milagros en su vida. Fui testigo de sanidades milagrosas en casas, en camas del hospital y en mesas de operaciones. Por primera vez en mi vida, estaba viendo el poder de Espíritu Santo en acción fuera de las cuatro paredes de la iglesia.

    Esta confianza recién encontrada en Espíritu Santo cambió todo en mí, aun en mi forma de hablar. Las palabras parecían salir directamente de mi espíritu cuando hablaba de Jesús. Esa habilidad me sorprendió, pero estaba aún más sorprendido por los efectos de esas palabras. Cuando oraba por la gente, sucedían cosas que no podía explicar y sabía que esas experiencias no sucedían porque yo fuera muy especial. Era solamente un joven común y corriente trabajando en un hospital, nada diferente de cualquier otro.

    Estaba descubriendo que, con Espíritu Santo, la gente ordinaria puede hacer cosas extraordinarias. Fue el principio de mi vida sumergida en el Espíritu. Y la verdad es que si un joven promedio, como yo, puede tener algunas de las experiencias que yo tuve, usted también puede.

    LA RESPUESTA

    Antes de empezar el recorrido de mi vida sumergida en el Espíritu, yo era seguidor de Cristo, pero tengo que reconocer que carecía de poder. Le había entregado mi vida a Jesús desde niño, pero no había desarrollado una relación continua con Espíritu Santo. No sabía cómo permitir que Él obrara a través de mí, especialmente en el contexto de mi vida cotidiana.

    Había sido testigo de muchos milagros en los servicios de la iglesia y había visto gente entregando su vida a Cristo los domingos en el altar. También estaba muy consciente de la gran necesidad fuera de la iglesia: gente que necesitaba sanidad o necesitaba desesperadamente conocer a Jesús. Sin embargo, no sabía cómo unir esos dos mundos.

    Sabía que ser raro, insistente, excesivamente religioso o criticón no iba a funcionar. Si mis intentos para orar por las personas o hablarles de Jesús las hacía sentir incómodas, lo único que iba a hacer era alejarlas más de Cristo. La verdad es que muchos métodos de evangelismo son así. Cuando hablamos de Jesús, a los no creyentes podemos parecerles manipuladores, altivos e interesados en nuestro beneficio; y eso es lo último que yo habría querido, tal como sé que también habría sido lo último que usted hubiera querido. Nunca es nuestra intención parecer como que estamos cerrando un trato o de obtener otra condecoración en nuestros cinturones evangélicos.

    Estaba determinado a encontrar una manera efectiva de ayudar a la gente. Mi corazón se dolía por aquellos que padecían a mi alrededor. Usted puede no ser un piloto de ambulancia, pero siempre se encuentra, cara a cara, con personas que padecen. Y a su alrededor hay cientos más que están en necesidad desesperada y que usted todavía no conoce. No lejos de usted vive una mujer que pasa cada día encogiéndose de miedo por el abuso de su pareja. Vive en soledad, convencida de que no es digna de ser amada y que a nadie le importa. Calle abajo, un esposo y esposa, atribulados por la adicción a la heroína de su hija, miran indefensos cómo los sueños que tenían para su pequeña mueren un poco cada día.

    Estas personas están rodeadas de creyentes, como usted y como yo, a quienes realmente nos importa. El problema no es si nos preocupa. El problema es que muchas veces nos sentimos impotentes para marcar la diferencia. Usted podría querer alcanzarlos, pero no sabe por dónde empezar. Quizá usted solo ha visto un alcance hecho en maneras que hacen que estas personas que padecen se sientan peor, o en maneras radicales y extrañas que alejan a la gente. Usted quiere ayudar, pero, ¿cómo?

    La buena noticia es que hay una respuesta, y que es sencilla. La respuesta se encuentra en permitir a Espíritu Santo trabajar a través de usted de una forma contemporánea, en el contexto de su vida diaria. ¡Y puede suceder de manera muy natural!

    NORMAL Y NATURALMENTE

    Cuando recién empecé en este recorrido de trabajar con Espíritu Santo en mi vida diaria, empecé a ver milagros frecuentes a donde quiera que iba en respuesta a la oración. No necesité cambiar mi personalidad para ser alguien que no era, y no fue algo que yo tuviera que desarrollar a través de una experiencia emocional, todo sucedió naturalmente.

    Un ejemplo que me viene a la mente sucedió cuando me reuní con un vendedor de un sistema de alarmas en un café. Él era un gran hombre y muy bueno en su trabajo; de hecho, era tan bueno que ¡me vendió uno de sus sistemas al final de nuestra reunión! Mientras me explicaba las características y beneficios, yo estuve percibiendo que él no estaba bien. Algunas impresiones y pequeñas intervenciones, que se hacían cada vez más fuertes, me dieron indicios de que él estaba lidiando con un problema de salud. Para cuando terminó su presentación, yo estaba seguro de saber qué estaba mal.

    ¿Tiene un problema en su cuello?, pregunté.

    Él lo admitió y estaba un poco sorprendido de que me hubiera dado cuenta. Como él se mostraba dispuesto, continué. ¿Tiene un problema con su espalda baja y sus caderas, también?.

    Parecía que lo había tomado desprevenido. ¿Se nota por la forma en que estoy sentado?.

    Le aseguré que no se miraba extraño, lo cual lo motivó más a querer saber cómo me di cuenta. Mientras sucedía todo esto, yo seguía recibiendo información más específica de Espíritu Santo, lo que me llevó a mi siguiente pregunta: ¿Tiene una protuberancia en su cuello, justo allí?, pregunté, señalando un lugar específico en su cuello.

    No había nada visible, fuera de lo común, en su cuello, así que él estaba impresionado. ¿Cómo lo sabe?, susurró. Su curiosidad había despertado.

    Le expliqué que yo era cristiano y que Dios ama a las personas y quiere ayudarlas. A veces, Él nos ayuda a saber cosas, dije, y presentía algo de usted y pensé que debía atreverme a decírselo.

    Oír que Dios lo amaba lo suficiente como para mostrarme un par de cosas acerca de él era algo que este hombre parecía comprender y empezó a confiar en mí. Me dijo que solía tener una relación con Cristo pero que había dejado de buscarlo. Mientras estábamos en esa cafetería, él volvió a dedicar su vida a Jesús, además pude orar por él pidiendo sanidad.

    Él fue sanado instantáneamente del dolor en su cuello, espalda baja y caderas, y estaba muy sorprendido y agradecido con Dios. Sin embargo, cuando tocó su cuello, pudo darse cuenta que la protuberancia estaba todavía allí. Al ver un poco de desilusión en su rosto, le aseguré: No te preocupes porque no haya desaparecido de inmediato. Sigue dando gracias a Dios y se irá.

    Tres meses después me llamó para decirme que la protuberancia había desaparecido por completo.

    De lo que debe estar consciente cuando ora por la gente es que, cuando Espíritu Santo trabaja, no se trata de usted. No se trata de su capacidad o la

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