El legado del monstruo
Por Jesús Diamantino
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El legado del monstruo - Jesús Diamantino
I.S.B.N edición impresa.: 978–956–12–3295-2.
I.S.B.N edición digital.: 978-956-12-3351-5.
1ª edición: noviembre de 2018.
Editora General: Camila Domínguez Ureta.
Editora Asistente: Camila Bralic Muñoz.
Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© 2018 por Jesús Diamantino Valdés.
Inscripción Nº 297.832. Santiago de Chile.
Derechos exclusivos de edición reservados
por Empresa Editora Zig–Zag, S.A.
Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
Teléfono (56-2) 2810 7400.
E-mail: contacto@zigzag.cl / www.zigzag.cl
Santiago de Chile.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.
Prólogo: Pesadillas y monstruos
JESÚS DIAMANTINO VALDÉS
Plan de Navidad
PABLO ILLANES
Agua oscura
DAVID ROAS
Bestiario
JORGE BARADIT
El museo de la luz (fragmentos)
ÁLVARO BISAMA
El sueño
PATRICIA ESTEBAN ERLÉS
El sargento y los frankies
YOSS
Ruido blanco
LAURA PONCE
Monstrum vel prodigium
JULIO GUTIÉRREZ
Manifiesto 1
DIEGO MUÑOZ VALENZUELA
Una ciencia nueva
CAROLINA MELYS
La ladrona de fuego
THOMAS HARRIS
Una exploración monstruosa
FRANCISCO DE LEÓN
El dios de la venganza
ARMANDO ROSSELOT
En el último piso
JAVIER IGNACIO ALARCÓN
La Quimera
JESÚS DIAMANTINO VALDÉS
RESEÑAS BIOGRÁFICAS
Villa Diodati, Ginebra. 1816. La joven Mary, oculta atrás de la puerta de su habitación, escucha con admiración y horror una discusión entre dos hombres. Su esposo, Percy Shelley, y el visionario poeta Lord Byron hablan sobre ciertas doctrinas filosóficas controversiales, blasfemas, como la posibilidad terrible de otorgarle vida a un cuerpo muerto. Un tal Darwin había logrado que unos pequeños gusanos inertes volvieran a moverse por voluntad propia, y de ser así, ¿por qué no un cuerpo humano? Esta posibilidad congela la sangre de la joven. Abrumada por estas revelaciones intenta conciliar el sueño. Un torbellino de imágenes macabras nubla sus pensamientos y cree ver a demonios y brujas danzar alrededor de su cama. Recuerda que debe acabar aquella historia que prometió a su anfitrión. La sombra de la Nada que la había mortificado por días poco a poco desaparece. Entre las tinieblas se abre paso un laboratorio desbordado de artefactos y libros, y ve ahí, como una epifanía, al científico arrodillado ante la Cosa que ha creado; el hombre contempla con espanto a su retoño infernal: un ser negado por la naturaleza, deforme, imposible; marginado desde su nacimiento: es un monstruo… La pesadilla que sufrió Mary Shelley en aquel húmedo verano de 1816 dio origen a la idea primigenia de su obra maestra: Frankenstein o el moderno Prometeo. Un libro blasfemo que emergió en medio de la lluvia y el barro de una tormenta aparentemente interminable.
Más allá de las especulaciones sobre el aparente nacimiento de la ciencia ficción, la novela de Shelley es, ante todo, una obra de terror. La escritora quiso replicar el pavor exquisito de las historias de fantasmas que tanto placer generaron en ella y en el grupo congregado en Villa Diodati gracias al libro Fantasmagoriana; una recopilación de cuentos alemanes que solían leer antes de dormir. Más allá de los artilugios góticos, Shelley consideró necesario materializar a su espectro, librarlo de sus cadenas y otorgarle voluntad propia. Pero al igual que un fantasma, el monstruo se margina del mundo, habita en las tinieblas y aparece intempestivamente para aterrorizar a sus víctimas. En ese sentido, la autora replica el gran tópico que ha definido siempre al género: el miedo a la muerte. La criatura de Frankenstein, al igual que el fantasma, el vampiro e incluso el zombi postmoderno, es una metáfora de la muerte. El monstruo de Shelley, en otras palabras, es una de las tantas manifestaciones del fracaso del ser humano por ahondar y comprender qué hay más allá de las tinieblas. Frankenstein en ningún caso es una apología de la vida, es más bien una trágica fábula sobre la muerte y las consecuencias de desestimar a la naturaleza.
El carácter monstruoso de su criatura no recae exclusivamente en su desproporción física, sino en el hecho de que aquel ser es un irremediable espejo de la oscuridad humana; un reflejo que creador y criatura contemplan al unísono; espejo en el que nosotros, como lectores, también vemos reflejada nuestra propia decadencia. Es quizás por esa razón que este monstruo, junto a Drácula de Bram Stoker, ha pervivido y se ha instalado en la conciencia colectiva. Tanto la figura del científico como la de su creación se han transformado en arquetipos ampliamente reconocibles: el primero como un loco obsesionado con sus experimentaciones que atropella los valores éticos de la medicina y la ciencia en general; el segundo, como un engendro maldito, abominable físicamente, rechazado por su creador y la humanidad. Sin embargo, podríamos afirmar que la perversidad del monstruo es la respuesta natural ante el odio infundado de los otros; mientras que la perversidad del doctor Frankenstein radica en su obcecación por interrumpir el ciclo natural de la vida. He ahí la fundamentación más interesante para entender la supervivencia del monstruo: la negación de la muerte y el rechazo ante lo desconocido; pilares esenciales que sostienen el terror en la ficción, pero que de cierta forma también definen la sociedad contemporánea.
En esta ocasión, Editorial Zig-Zag ha querido celebrar los doscientos años de la publicación de Frankenstein de Mary Shelley con una antología de cuentos de terror de connotados escritores de habla hispana. Los autores: Pablo Illanes, David Roas, Jorge Baradit, Álvaro Bisama, Patricia Esteban Erlés, Yoss, Laura Ponce, Julio Gutiérrez, Diego Muñoz, Carolina Melys, Thomas Harris, Francisco de León, Armando Rosselot, Javier Ignacio Alarcón y Jesús Diamantino, exploramos de diversas formas la pervivencia del Monstruo. El libro ofrece terroríficas piezas que amplían el mundo imaginario de Frankenstein, desde los supuestos traumas de Mary Shelley hasta impensadas revisiones de la criatura en la actualidad: niños abominables, madres corrompidas, bestiarios imposibles, guerras galácticas, padres perversos, etcétera. El legado del monstruo es, sin lugar a dudas, una bella congregación de visiones en torno al terror y a la imaginación fantástica actual: una Fantasmagoriana del siglo XXI que fascinará a los lectores sedientos de pesadillas.
Jesús Diamantino Valdés
Con los dientes muy apretados, sacó la linterna que tenía bajo el brazo y apuntó hacia el ataúd abierto.
Se apoderó de él un horror profundo, casi paralizante.
La cabeza de Gage había desaparecido.
Stephen King,
CEMENTERIO DE ANIMALES
Lo conozco por casualidad en diciembre del 2010.
–Buenas tardes, señora –me dice una mañana, poco antes de la Navidad–. ¿Le gustaría probar una nueva fragancia?
Llevo seis meses lejos del alcohol.
Él trabaja en la flamante isla de perfumería en una conocida multitienda de la comuna de Providencia.
–Estoy apuradita –le respondo, perdida entre sus ojos y la fina tela de sus pantalones blancos ajustada a los tobillos.
Ha pasado un año desde la tragedia. Llevo ocho meses en terapia intensiva, tres horas a la semana, además de setenta y cinco milígramos de sertralina (Zoloft) combinados con ciento cincuenta de anfebutamona (Bupredol).
Las tardes de compras me dejan aturdida.
–Pero si es un segundo, nada más –insiste él, dulce y hermoso como ningún otro–. Tiene que darse un tiempo para usted también, mi señora. Este es el nuevo perfume de la línea Vintage, de Xeina Xovaxevix. Si me lo permite, con una sola aplicación ya se va a empezar a sentir mejor.
Todavía no termino de arrepentirme de lo que hice.
Me quedo mirándolo. Él aprovecha mi descuido para rociarme la muñeca con el contenido de una botella rosada, con forma de globo.
–Es urbano, femenino, lleno de energía –intenta convencerme– y diseñado para todo tipo de mujer, sin importar la edad.
Desde ese día, el Vintage, de Xeina Xovaxevix, me recuerda a Lucio André.
***
Si la memoria no me falla, me atrevería a asegurar que el encuentro anterior ocurrió un 21 de diciembre.
Lucio André Monsalve Soto aparece en mi vida a las siete de una tarde gris.
Lucio André Monsalve Soto mide un metro ochenta y dos. Once centímetros por sobre el promedio del hombre chileno y seis sobre la media de todo el planeta.
Lucio André Monsalve Soto trabaja en la sección de perfumería de una conocida multitienda de alcance latinoamericano cuyo nombre evitaré mencionar, en la medida de lo posible, con el fin de no involucrar a nadie.
Lucio André Monsalve Soto es moreno, de ojos negros, manos amplias y enormes pestañas más oscuras que sus ojos. Pero ninguna de esas características resalta tanto como sus dientes.
Lucio André Monsalve Soto tiene la sonrisa más linda que he visto en mi vida.
***
En el aire de Providencia hay vientos de lluvia y olor a químicos. Esa tarde las calles están repletas de compradores buscando regalos de último minuto. Cruzo una avenida con la mente en blanco y la garganta apretada por la combinación de fármacos, sumida en un trance al que me he ido acostumbrando, cuando de pronto lo veo, a lo lejos, apoyado con los codos sobre la isla de perfumería junto al enorme globo rosado del perfume de Xeina Xovaxevix. Sus dientes de animal iluminan la multitienda.
Me dedico a observarlo. Primero desde la salida del metro Los Leones, fingiendo que compro galletas de brandy en la esquina o que estoy esperando a alguien en el descanso de las escaleras. No demoro en descubrir el que será mi cuartel general durante los próximos meses: el Orly, un café de colaciones pequeño, aunque luminoso, ubicado estratégicamente frente a la multitienda donde trabaja mi ángel. Si me siento en la primera mesa de la izquierda junto a la entrada, descartando las otras cuatro que conforman la totalidad del comedor del Orly, puedo vigilar el setenta por ciento de los movimientos de Lucio André en su puesto de trabajo.
Pido un té con leche. Lo revuelvo sin quitarle la vista de encima a la isla de perfumería ni a sus dependientes. Pienso en lo feos que se ven los otros comparados con Lucio André. Hay dos que son de bajísima estatura, prácticamente enanos, bien flacuchentos y sin mucha gracia los pobres. Los acompaña un gordito barbón que de lejos se ve más simpático, aunque me da la terrible impresión de desaseo. Además hay una chica colorina de pelo crespo y ojos grandes. Nada de fea, la muchacha.
Necesito otro té con leche. Lo pido esta vez con un ave palta de miga, bastante desabrido para los tres mil nueve noventa que me cobran por él en el Orly. La mesera me muestra la carta y en ese momento me doy cuenta de que el modesto café dispone de un completo bar.
Lucio André se despide de sus compañeros y abre su mochila para sacar unos audífonos blancos. La mesera me pregunta si quiero algo más. Pido la cuenta.
Lo vigilo con máxima discreción. Él camina por la multitienda en un estado de trance, enchufado a su música. Me pregunto qué estará escuchando. Al pasar saluda cortésmente a dos guardias de seguridad que vigilan el acceso. Por un instante siento que los nervios me van a traicionar, pero me controlo. Lucio André se despide de los guardias con un apretón de manos y sale del local. Me asusto a mí misma pensando en los guardias de seguridad y sus manos grandes solo porque me gusta jugar. A la escondida, al pillarse y sobre todo a ser invisible.
Hace un tiempo no quiero que nadie me vea.
Lucio André camina por avenida Providencia hacia el poniente. Ya son pasadas las siete y media, aunque por el calor pareciera que son las tres. Hombres y mujeres se empujan mientras tratan de avanzar por las veredas navideñas. Levanto la cabeza, casi sin fuerzas. Lo pierdo en un mar humano donde solo distingo un gorro de Viejo Pascuero que se hunde entre las cabezas. Arte o magia: Lucio André ya no está.
–No se la puede perder –me advierte a la mañana siguiente–; esta fragancia es para usted.
Le digo que no, que gracias, que no me gustan los perfumes.
–¡¿Cómo es posible, señora?! –me pregunta, como si hubiera visto un genocidio en vivo–. A todo el mundo le gustan los perfumes.
Le explico que a mí no. Que yo soy rara: desde niña nunca usé ni colonias ni perfumes.
–Eso es porque no ha probado el nuevo Vintage, de Xeina Xovaxevix.
Sin quererlo, el ángel me ha hecho daño.
Le confieso que sí, que ya probé el Vintage de Xeina Xovaxevix, porque hace menos de veinticuatro horas él me la roció en la muñeca, prácticamente a la fuerza.
Lucio André se ríe de su mala memoria y entonces sucede lo divino. Por fin puedo admirar su dentadura en su genuina belleza. Cuando el sol brilla en sus incisivos superiores es como si me faltara el aire. Me pide disculpas y después decide que tiene que hacerme un regalo para agasajarme. Le explico que no es necesario. No necesito regalos y menos por un olvido sin importancia. Es lógico que no se acuerde de mí, le explico, yo tampoco me acordaría de mí misma.
Mi sinceridad no alivia su culpa. Juega con su celular en la mano, se arregla el mechón de pelo sobre la frente, da breves pasitos en su sitio.
Nunca había estado tan avergonzado, confiesa, y a mí su inocencia me cautiva y también me enerva. Lo hago sufrir un momento y después le doy la buena noticia: solo por esta vez voy a aceptar sus obsequios.
Vuelvo a mi casa con una bolsa de muestras gratis de perfumes y sintiéndome extremadamente vieja. El tiempo ha pasado sobre mí y no me he dado ni cuenta.
Esa noche, desvelada por el sinnúmero de experiencias límite, miro la soledad y el desorden perpetuo en mi habitación y entonces decido lo que voy a hacer con Lucio André.
Me encantaría saber qué opinas.
***
Al día siguiente me instalo en el Orly antes de que abra la multitienda. Esta vez me arriesgo con un desayuno continental que supuestamente incluye huevos con tocino y «pastelería surtida». Espero mi banquete pensando en lo maravillosa que sería la vida si para acompañar mi desayuno pudiera probar un Bloody Mary, solo uno.
La idea del Bloody Mary me traslada con impresionante velocidad a otras épocas, otros momentos. Antes de ti y del horror.
Vigilo desde mi rincón en el Orly. La mesera ya me reconoce, pero no ha dejado de tratarme con cierta antipatía.