Cielo Nocturno Soñado: Nadando con Fantasmas - Libro 2
Por laurence fisher
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Perdido en la vida e incapaz de encontrar amor honesto y duradero, Harry Fisher conoce a una glamorosa extraña seductora en Londres quien le ayuda a navegar las inciertas aguas del deseo y la pasión. Al embarcarse en un romance con ella lo lleva a lugares que él nunca supo que existía.
Cuando el Blitz tiene lugar en la ciudad, Harry sabe que debe luchar por lo que es correcto defendiendo a su país. En camino a Malta, una peligrosa y bombardeada isla bajo asedio, Harry conoce a una enfermera, Nan, quien le muestra lo que el verdadero amor y la devoción realmente son. Enamorarse prueba ser más peligroso que la guerra que él está batallando. Cuando la tragedia golpea, ¿puede Harry volver a unir las piezas de su vida o pasará el resto de su vida soñando con un amor perdido?
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Cielo Nocturno Soñado - laurence fisher
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CIELO NOCTURNO SOÑADO
Laurence E. Fisher
Para mis padres. Nan. Alison.
Sumerge tu alma en el amor.
T.Yorke
UNO
Ella estaba de pie sola, esperándome. Subí los escalones lentamente, conteniendo el aliento, observando y temeroso de parpadear. Su vestido, del azul pálido de un cielo invernal, estaba ondulando ajustadamente contra ella, cabello oscuro en oleadas hacia adelante. Noté la esbeltez de sus piernas, el grácil arco de su espalda. El trémulo mar, que cautivaba su atención, se balanceaba y curvaba en mis oídos. Habían sido dos días desde que nos encontramos por primera vez, y yo ya la extrañaba terriblemente.
Nan estaba de pie con una pierna detrás de la otra, ambos codos apoyados sobre la superficie suave de la pared. Ella se inclinó hacia adelante. Dos pichones aparecieron súbitamente desde el mar debajo, y ella se enderezó, sorprendida, sus manos deslizándose gentilmente, rítmicamente, sobre el calor de la piedra. A la distancia, el domo de una catedral resplandecía con dorados rayos de sol.
Comencé a cruzar la calle y parecía que Nan sabía exactamente dónde estaba yo. Ella se volteó rápidamente, sosteniendo los brazos separados de su cuerpo, haciendo la sombra de una cruz. Nan sonrió, y fue entonces que lo supe con certeza. Corrí hacia ella, a su abrazo y dentro de nuestra nueva vida.
Es tan bueno verte, Harry. Pensé que podrías haberte perdido.
Ella habló de prisa, ligeramente nerviosa.
No podía alejarme del hospital.
Presioné mi rostro en su cabello, inhalando el tibio perfume almizclado conocido. Sus brazos se apretaron sobre mi espalda. No has estado esperando mucho tiempo, ¿o sí?
Terminé temprano, así que pensé que podría venir de todos modos. El mar es tan maravilloso, podría mirarlo por horas. Pero me alegra que estés aquí ahora.
Ella apretó mis hombros. Vamos, hoy te llevaré a algún lugar diferente.
Nuestras manos se encontraron mutuamente, los dedos entrelazados, como si hubieran estado hacienda esto por años, mientras que Nan me guiaba hacia el viejo fuerte.
¿Entonces qué has estado tramando hoy, Harry?
Sólo lo usual, todavía preparando el hospital para la acción. Si nunca tengo que volver a engrasar otro armazón de cama seré un hombre feliz.
La risa de ella llegó como una explosión de alegría. Sabes cómo es. Y el olor de ácido carbólico. ¡Ugh! Se siente como que está permanentemente grabado en mis fosas nasales, no me puedo deshacer de eso.
Podría ser peor, tú sabes. He estado en cirugía hoy; dos vejigas, un apéndice. Uno de los soldados era realmente joven también, y aterrado. Sentí mucha lástima por él.
Ni lo pienses. Él es afortunado, Nan, de tenerte cuidándolo.
Ella sonrió, sus ojos brillantes, antes de inclinarse más cerca para besar mi mejilla. ¿Te has afeitado?
Recién. Lo prometí, ¿no es así? No puedo hacer un desastre de ti.
Era una respuesta optimista. Por último, conociendo a Nan, yo estaba comenzando a experimentar esperanza nuevamente.
Kingsway estaba a nuestra derecha, la calle principal, pero ignoramos esto y seguimos caminando, las piedras desparejas del pavimento frecuentemente empujándonos juntos. Pronto pasamos el viejo fuerte gigante, ahora con dotación y armado, más allá de esto una inundación de apartamentos y balcones. El aire polvoriento se sentía calcinado, recocido. Observé mientras unas aves marinas blancas hacían espirales en el cielo.
¿Entonces adónde me estás llevando, Nan?
El Gran Muelle. Es donde tú habrías llegado.
Tuve un escalofrío involuntario ante el recuerdo de aquel viaje. Había habido demasiados momentos de peligro, aventura lo había llamado el Capitán, los cuales estaban demasiado cerca por comodidad. Había sido mi primera muestra real de la guerra, y yo me alegraba de que los deberes de enfermería me mantuvieran ocupado. Era la primera vez que alguien había muerto en mis brazos; nunca lo olvidaría.
¿Sucede algo malo, Harry?
Nan notó mi expresión cambiada.
Sólo recordando el llegar aquí. No fue bueno.
Ella me hizo detener y nos besamos, apropiadamente, mis manos flojas sobre su espalda. Había una obvia bondad en Nan, sensibilidad, revelada en sus ojos. Hoy será mejor, lo prometo,
dijo ella. Estás conmigo ahora.
Minutos más tarde, habíamos descendido escalones de piedra y nos sentamos sobre grandes rocas con vista al muelle.
Me hubiera gustado que vieras esto antes, Harry. Era maravilloso.
El Gran Muelle todavía se veía magnífico. Era enorme, tan impresionante como la ciudad que lo circundaba, sino que ahora notaba los mástiles retorcidos de buques hundidos asomándose desde abajo de la superficie del agua verdosa como el vidrio. No me había percatado de éstos en la agitación de mi arribo. Dondequiera que se dirigían mis ojos, ruinas y destrucción me devolvían la mirada. La entrada del muelle estaba parcialmente bloqueada desde el ataque del torpedero italiano; más allá del agua, Vittoriosa y Senglea parecían estar colapsados. Nos rodeaban cráteres y edificios caídos, junto con vigas de madera rotas sobresaliendo como amputaciones. Los pocos caminos que permanecían transitables estaban severamente dañados, todos los otros obstruidos con inmensas pilas de escombros.
¿Qué pasó?
Era la peor área de impacto que había visto.
"Mucho de esto fue hecho cuando el Illustrious estuvo aquí, Harry. Fue espantoso, y ellos todavía no lograban hundirla. Los ataques parecían continuar por siempre. Podíamos escucharlos todo el tiempo, en el hospital. No pude dormir por días, estuvimos tan ocupados. Pero al menos esto unió a la gente, eso es bueno."
Debió haber sido increíble. Un absoluto infierno.
Yo esperaba que lo peor del bombardeo ya hubiera terminado, a pesar que el Alcalde había sugerido que no era así.
Lo fue. Este es mi hogar, Harry. Odio verlo de esta manera.
Sé a qué te refieres. Londres ha sido arrasado también.
Por supuesto.
Ella me tocó un brazo. Vimos filmaciones de esto. Hablemos de otras cosas, ¿podemos?
Las palabras ahora brotaban de nuestros labios en su apuro por escapar, y aprendí mucho más sobre Nan. Yo tenía prisa por conocer todo tan rápidamente como fuera posible.
Ella fue bautizada como Antoinette, por una de las santas Católicas, pero nadie excepto familiares cercanos la llamaban así. Y sólo cuando ella estaba en problemas. Era nativa de la isla y, como la mayoría de la gente, ferozmente pro-Británica. Ellos temían cómo los tratarían los Alemanes o Italianos.
La familia se quedó en Marsaxlokk, en la costa este, y esta aldea también había estado bajo ataque. Su padre era un pescador, como el padre de éste antes que él. La madre de ella manejaba la casa y cuidaba a todos. Nan me contó que era una cocinera fantástica. Ella tenía una hermana, Theresa, quien tenía catorce años y era una cantante hermosa. Su hermano, Noel, era un ratón de biblioteca y tocaba la trompeta. Su sueño era viajar por el mundo, decía ella.
Por varios meses, Nan había trabajado en las guardias quirúrgicas en Valletta. Ella disfrutaba la enfermería, pero no durante lo peor de los ataques; las heridas recibidas habían sido horribles, sin sentido, desgarradoras. Ella echaba de menos vivir con su familia, una vida pacífica. Nan sonreía a menudo, pasando largos dedos, delicados, por su cabello a la altura de los hombros mientras el viento lo soplaba repetidamente sobre su rostro. Ella no usaba maquillaje, a diferencia de la mayoría de las mujeres que yo había visto en la ciudad. Yo me alegraba por esto; eso no podría haberla hecho más bella.
Nan explicó cómo ella usualmente evitaba el Gut, pero había sido persuadida a aventurarse en la noche del sábado.
Antes de la guerra, yo no salía de noche. No quería hacerlo. Era una vida tranquila, pero yo adoraba eso. ¡Nada como ustedes Inglesitos (Brits), siempre bebiendo como peces!
Ella empujó una mano contra mi pecho, riendo. De veras, yo no quería hacer nada más. Era una buena vida.
¡Bueno me alegro que salieras! Y fue sólo mi segunda vez aquí, tú sabes, pero Dicky dijo que tú me gustarías.
Él dijo lo mismo sobre ti.
El vestido de Nan se había levantado revelando sus rodillas. Cuando le puse una mano sobre la pierna y ella no se apartó, supe que haríamos el amor esa noche. Nos sentamos acurrucados, mirando el brillo y resplandor de las olas. Envolví un brazo sobre sus hombros y nos besamos nuevamente, antes de regresar nuestra atención al mar. No había nadie más alrededor, el único sonido el del agua lamiendo la piedra. Me sentía tan relajado. Ya entonces, estábamos cómodos con el silencio.
Rápido, Harry.
Fue Nan quien se puso en pie de un salto, impulsándome a ponerme de pie. Tenemos que volver a la Calle Fountain.
¿Por qué? ¿Para qué?
El ocaso, por supuesto. No deberías perdértelo.
Mano con mano, corrimos de regreso a nuestro lugar de encuentro mientras la oscuridad azul llegaba temprano. Titilando luces anaranjadas se hicieron visibles dentro de algunos de los apartamentos cerrados, el sol ahora desplegando un cálido fulgor sobre los edificios. Llegamos a la Calle Fountain justo a tiempo para observar el agua marina arrebatar toda la luz diurna restante, convirtiéndose en un ópalo pálido, antes que pareciera quedarse dormido. La sonrisa de Nan refulgía como una estrella en la oscuridad y yo temía hablar, renuente a romper este hechizo.
¿Quieres que vayamos a alguna parte, Harry?
¿Adónde?
Una respuesta era obviamente esperada.
¿Cerca de aquí? ¿Sábado?
¡Sí! El arco.
Fue aquí que habíamos compartido nuestro primer beso justo dos días antes. Un beso que había cambiado todo para mí. Comenzamos a caminar por la Calle St. Sebastien, bordeando la orilla del mar, en dirección a la plaza de armas. Un acogedor calor permanecía en el aire y deambulamos lentamente, sin prisas particulares, mientras que el día pasaba por el portal en la noche súbita.
Esto solía ser diferente también,
Nan apoyaba su cabeza contra mi hombro. Solía haber un faro aquí, mucho mejor. Así es como a mí me gustaba pensar sobre esto.
Giramos en una esquina, los tres arcos apenas visibles en las espesas tinieblas. Debajo de la más alejada, bajo el frío vientre de piedra, nuestras lenguas se encontraron tentativamente, buscando, aprendiendo. Podía sentir el reverso de sus dientes frontales, calientes, los surcos húmedos del paladar. No quería dejarla ir. No quería moverme del lugar.
Tú,
susurró ella. ¿De dónde vienes?
Yo no supe cómo responder.
Nan tenía otro plan para nuestra velada, cuando más tarde visitamos un pequeño café que ella había descubierto en la Calle Merchants.
Nunca he comido allí, pero se ve tan bien cada vez que paso. Nunca he tenido a alguien que me lleve,
explicó ella.
La decorosa quietud de esta calle hacía un cambio positivo a la sofocante muchedumbre de Strait, y el Gut. No pasamos a nadie; nada de aglomeraciones de soldados ebrios, nada de grupos de mujeres pintadas, y dentro del café estaba vacío.
No tenías que reservarnos un restaurant privado,
bromeé, encantado de ver su sonrisa. Ella se veía tan pura, tan adorable, y tan buena para alguien como yo. Yo nunca había conocido a alguien que se comparara con Nan.
Nuestra mesa estaba decorada con un único girasol en un florero azul marino, pinturas brillantes de la isla adornando los muros. Estaba impecablemente limpio, el propietario una orgullosa, bulliciosa mujercita, hábilmente asistida por su joven hija. Había seis mesas dispuestas apretadamente juntas, la cocina oculta al fondo. El aroma de auténtica cocina hogareña era delicioso.
Ordené el pescado del día, el cual resultó ser una generosa porción de atún, y Nan comió ravioles caseros. Mientras yo disfruté una botella de cerveza, ella eligió beber limonada. Yo nunca la había visto tocar una gota de alcohol, lo cual era inusual en la isla. La conversación nunca decayó, y nuestras manos se encontraron sobre la mesa.
Eso fue genial Nan, la mejor comida que he tenido en años.
Mis ojos captaron la delgada cadena de oro en su cuello, la que recordaba tan bien desde el fin de semana. ¿Qué es tu cadenita?
Ella soltó una de mis manos, tocando la cadena, y yo atisbé la marca de nacimiento en su pecho. Mi corazón se saltó un latido, surgiendo con repentino deseo, mientras que Nan sacó una cruz dorada de algún lado cerca de sus pechos.
Soy Católica, Harry. Siempre la llevo.
La noche era perfecta, y fue con cierta renuencia que escolté a Nan de regreso a su alojamiento. Traté de caminar tan lentamente como era posible, eligiendo una ruta que yo sabía que distaba de ser directa. Aún tenía tanto que decirle, el tiempo había pasado tan velozmente. Cuando me agaché para darle el beso de buenas noches, ella puso una mano firmemente sobre mi pecho.
¿No vas a entrar?
¿Estás segura?
Esta vez, mi corazón latía tan veloz como rápidos. Yo sólo había dormido con dos mujeres.
Sí.
Ella tomó firmemente mi mano, empujó la puerta abriéndola, y guio el camino al interior. Quiero que te quedes esta noche, pero sólo espera aquí por un momento.
La puerta fue cerrada suavemente y ella se había ido, dejándome solo en un corredor estrecho, anónimo. Fue una espera incómoda, ansiosa, esperando que nadie más apareciera. ¿Qué podría decir yo para explicar mi presencia? Era inútil – No podía pensar en una excusa creíble. Sólo era capaz de pensar en ella, Nan, y caminé nervioso calladamente arriba y abajo hasta que escuché su suave voz.
Puedes entrar ahora.
Nan ya se había quitado la ropa. Supe esto porque la primera cosa que vi fue su vestido plegado prolijamente sobre el respaldo de una silla. Debajo de este, un asomo de ropa interior blanca.
Ella se sentó erguida en la cama, la cual en realidad comprendía un colchón colocado directamente sobre el suelo. Los brazos abrazando ambas rodillas, sus hombros descubiertos eran visibles sobre una sábana blanca lisa. La fina cruz dorada seguía sobre su cuello, desapareciendo por debajo de lo cubierto. El cuarto era pequeño y despojado, espacio sólo para un diminuto armario y gavetas, y aun así yo no podía imaginar nada más perfecto.
Hola Harry,
Me gustó la manera en que ella dijo mi nombre, como si compartiera un secreto.
Nan había colocado dos velas pequeñas sobre el piso al lado de la cama, y la pálida luz de la luna brillaba débilmente a través de la ventana abierta. El cuarto olía a su perfume. Ella se acostó mientras yo me quitaba mi uniforme caqui, sin sentir nada de los nervios que yo habría esperado. Sin dudar, me subí a la cama en los brazos de Nan.
La sujeté, nuestros cuerpos estirados en pleno contacto, tratando de tocar por todos lados. Calor blanco crepitaba entre nosotros y yo podía sentirla presionando contra mí, su estómago esbelto y tenso. Cuando nos besamos, su lengua exploró mi boca profundamente. Determinado a no dejar ni una parte de Nan sin tocar, comencé a explorar su cuerpo con mis labios.
Besé la tersura de su cuello, la cadenita de oro, tomando el peso de la cruz entre mis dientes. Acariciando mis dedos por su marca de nacimiento rojo sangre, pasé mi lengua por sus continentes y océanos, lamiendo sus costas y montañas. Su propio mapa del mundo. Ella volvió a apoyar la cabeza sobre la almohada, suspirando, y yo continué hacia abajo, tomándome mi tiempo.
Regresando al rostro de Nan y más besos, mi propia lengua ahora profunda y frenética, fui consciente de un calor abrasador cuando finalmente la penetré. Nos amamos por un largo tiempo antes de colapsar, anudados juntos. No podía distinguir donde terminaba un cuerpo y comenzaba el otro, acariciando lo que yo pensaba que era la pierna de Nan.
Harry,
susurró ella, Me dijiste que eras un caballero. ¿Entonces cómo yo estoy sobre mi espalda contigo encima de mí?
Ella me besó en los labios.
Realmente no puedo explicarlo. Me atrapaste allí.
Ustedes hombres, son todos lo mismo.
No lo somos Nan, no lo somos.
Cuando pensé que se había quedado dormida, mi dedo trazó palabras indelebles sobre su espalda. Te amo." Ella presionó hacia atrás, contra mí, y supe que estaba finalmente en el lugar correcto en el mundo. Ciertamente me había tomado bastante para llegar allí. Envolví mis brazos alrededor de ella, acercándola más, determinado a nunca dejarla ir. Cerré los ojos e intenté soñar con nuestro futuro.
Cuando fue hora de irme, me impulsé a mí mismo hacia arriba para besar a Nan en la frente. No había podido dormir, más que contento de yacer en la oscuridad y considerar esta recientemente hallada buena fortuna.
Hola a ti. ¿Nan?
Ella torció su cuerpo, ambas piernas quedando atrapadas en la sábana. Sus pechos estaban descubiertos, húmedos con transpiración, y me inclinó para besarlos uno a uno. Sólo entonces, ella abrió los ojos.
Harry. ¿Estaba dormida?
Cabello oscuro cayó sobre su rostro, dentro de su boca.
Sí. No quería despertarte. Te veías tan relajada, pero mejor me voy ahora. Casi es de mañana.
La besé una vez más, y sentí su mano acercarse para asir la parte de atrás de mi cabeza. Ella no me dejaría ir tan fácilmente.
No quiero que lo hagas, Harry. Quédate.
Yo tampoco, pero tengo que hacerlo.
Ella se levantó a sí misma sobre un codo, para mirarme apropiadamente.
Me siento bien, gracias a ti. Quédate un poco más.
Realmente no puedo, lo siento. Y hay algo que tengo que decirte.
Yo había estado posponiendo este momento, en temor de poner en riesgo todo, pero esto ya no era posible. Mi garganta se sentía tan seca y tragué fuerte antes de continuar hablando. Seré transferido hoy, al hospital en M´tarfa. Te lo habría dicho antes pero...
Nan me detuvo, una mano cálida colocada sobre mi boca.
Harry, esas son noticias geniales. ¡A mí también me envían allá!
¿De veras? ¿Cuándo?
Yo estaba replete con tan tremenda felicidad, y comenzando a ver presagios por todos lados. Lo que es más, todos ellos eran buenos. Eso es brillante.
Todavía no me lo han dicho, pero definitivamente está por suceder. Pronto.
Saliendo del cuarto de Nan, el día ya era uno caluroso. No había ni una nube a la vista en el cielo azul profundo. Caminé de regreso a Sliema con la luz, pasos ligeros de un hombre enamorado.
DOS
Era un verano de fuego en el cielo, vino tinto, pero más que nada de amor. Yo supe desde el comienzo que este no era un asunto ordinario – era mucho más grande que eso. Amaba completamente a Nan, con cada tendón, músculo, y nervio, en mi cuerpo. Con cada gota de mi sangre. No tenía opción. Amaba con la seguridad absoluta de que nunca podría terminar; esto no era una relación de la Calle Straight, y yo entendí desde el principio que el amor no tiene que detenerse. Jamás.
Yo estaba apostado en la pequeña isla de Malta, profundo en el corazón del Mediterráneo. Las condiciones no parecían tan malas al comienzo, ya que el racionamiento civil todavía no había entrado en efecto. No había desabastecimientos reales que fueran evidentes. Todavía era posible comprar comida, alcohol, y tabaco, en el pueblo, el vino tinto local era sorprendentemente bueno. Rápidamente desarrollé un gusto por la cerveza Blue Label, no menos para evitar el sabor desagradable de nuestro suministro de agua clorada. Después de llegar, sin embargo, la cosa que más disfrutaba sobre la isla era su capital, Valletta.
Inmediatamente me dio la impresión de una ciudad sudorosa – caliente, sucia, y en un santiamén me hallé a mí mismo encantado con el lugar. Esta estaba construida en una escala imposiblemente grande, comenzando en el muelle, el cual había sido mi primera vista real desde el mar. Este gran armatoste se elevaba fuera del mismo cuerpo de agua, una masa sólida de piedra gris rematada con capiteles elaborados, puestos de ametralladoras y domos. A la distancia, una catedral destellaba dorada en el sol del atardecer. Bandadas de aves blancas surcaban el cielo límpido, el mar verde ya no galopaba en derredor nuestro. Yo nunca había visto nada como eso, y Valletta me entusiasmaba.
Más allá del muelle, rápidamente descubrí la ciudad expandida hacia afuera en un plano de rejilla de calles entrecruzadas. La arteria principal, Kingsway, corría desde un portón imponente en un extremo del pueblo, encadenando su camino imperioso hacia Fort St. Elmo y el mar. Todas las plazas principales y edificios importantes conectados a ésta. Kingsway nunca dejaba de recordarme a un ciempiés gigantesco, con caminos cayendo de ésta como patas.
Paralela y próxima a Kingsway corría Strait, una oscura calle, estrecha, inundada con numerosos bares, clubes, y cafés. Nosotros la llamábamos el Gut, y la vida nocturna para la mayoría de los hombres en servicio estaba centrada aquí. Estaba invariablemente abarrotada con caras caqui y curtidas empujándose, y el transporte estaba siempre establecido hacia y desde las barracas.
Valletta ciertamente estaba bien, pero el viaje a la isla había sido una experiencia del todo diferente. Después que el entrenamiento fue completado en las Barracas Boyce en Hampshire, mi compañía había sido transferida a una base en Escocia. Estábamos apostados en cabañas erigidas dentro de la propiedad del Earl de Dalkeith afuera de Edimburgo, la casa principal ahora convertida en un hospital militar. Los hombres estaban entusiasmados y listos para la acción, pero ni una guardia fue asignada en nuestra dirección. Fue una espera frustrante, la guerra tentadoramente cerca y aun así denegada para nosotros.
Comenzaron a esparcirse historias como enfermedades concernientes a donde nos dirigíamos. Europa era la posibilidad número uno, con África en un cercano segundo lugar. Pronto aprendí que dondequiera que hay un grupo de soldados reunidos, hay al menos igual cantidad de rumores. Al tercer día fuimos provistos con un equipo tropical, así que al menos sabíamos que sería algún lugar cálido. Otros tortuosos nueve días pasaron de este modo.
Finalmente fuimos movilizados en la doceava noche, empacados en camiones a Edimburgo, luego cargados en trenes a Gourock en el Clyde. En esta confusión de hombres, me hallé a mí mismo asignado a un buque Francés, el Louis Pasteur. Fue un jovencito con una cara llena de granos quien me mostró mi camarote.
No es una mala nave esta, señor. Fue convertida bien, mejor que algunas de ellos.
Él hablaba con voz de niño.
"¿Alguna