Ficiones detrás del espejo
Por Lilia Hernandez
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Lo que une a este colectivo de cuentos es lo fantástico, lo mítico, el onirismo, otras dimensiones, mundos que al ser mirados tras un espejo parecieran posibles de suceder.
Ahora bien, en prácticamente todas las narraciones, se te encamina, tímido lector, sólo al umbral, tú debes terminar el camino, pues el reflejo de este espejo devolverá tu propia mueca frente al espejo de cristal o tal vez el espejo de agua.
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Ficiones detrás del espejo - Lilia Hernandez
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LILIA HERNÁNDEZ VERGARA
FICCIONES DETRÁS DEL ESPEJO
Ficciones detrás del espejo
© Lilia Hernández Vergara
Todos los derechos reservados.
Prohibida su reproducción.
Registro de Propiedad Intelectual N° 206.449
ISBN: 978-956-8992-63-7
© ebooks del Sur, septiembre, 2012
Fotografía de portada: Amanda Fuentealba
Diagramación y distribución digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
Si miras un hecho de ficción ante un espejo, lo verás con los ojos de la fantasía y si lo miras detrás de un espejo, lo verás como una realidad.
Índice
Síncope
Hacia la Arcadia
Al Alba del Eco
Epílogo
El Vuelo Nupcial
Más Humanas
Estoy aquí
Luces
VIAJE12-03
Detrás del Espejo
La chica de Albardón
La estampita
Te observa
Síncope
Está pálida —pensaba— las luces tenues iluminaban su rostro. —Se ve tan bella aun en el ocaso—, entonces un aroma a flores lo inquietó. Destilaba en la habitación una mezcla entre perfume y aroma de las rosas recién cortadas del jardín, que le impedían inhalar el aire fresco de la tarde. Volvió a mirarla, le parecía que respiraba. Se quedó contemplándola mientras el sol afuera, se apagaba tras unas nubes vestidas del rojo del ocaso y de un gris de alma enlutada.
Ya no lloraba, estaba seco como un viejo árbol de otoño, aunque en su alma quedaba la hojarasca mojada. Todo pasó tan rápido. Se quedó solo, con ella. La observaba. Impávida. La besó y sintió la última humedad que se esfumaba de su cuerpo que ya comenzaba a helarse. Una lágrima rodó por su rostro lívido, sólo él pudo verla, cristalina rodaba y caía. Se acercó, estaba seguro que en su rostro rodaba una lágrima, veía sus ojos cerrados y parecían húmedos. Cuántas veces sintieron el rocío mojando sus rostros en las madrugadas cuando ocultos tras los árboles debían amarse.
Lo miraba, tantas añoranzas la embargaron que no pudo contener una lágrima y sintió un leve calor en su mejilla. Esperó. La lágrima rodó y cayó al suelo pudo oír su caída en la fría baldosa, como aquella noche escarchada en que debían olvidarse en un adiós eterno. —No podemos seguir juntos— le había dicho con los ojos llenos de amor y de olvido — cada día se hace más difícil. Y se alejaba haciendo crujir la escarcha con sus pesadas botas mientras la dejaba sola, y ella ahí parada en el frío se quedo mirándolo. Hoy estaba ahí con ella; pese a ello ¡qué lejano le parecía su rostro!, ¡qué vacío le hacía sentir su mirada!
Su cuerpo velado, cubierto con una sábana. No había nadie en aquella habitación. La atmósfera que producía el humo de los inciensos lo ahogaba y salió; afuera la niebla lo envolvía todo, miró la noche, no conciliaba el sueño y encendió un cigarrillo que le alumbró el rostro descompuesto, pero nadie se fijaba en él, ella sí, lo miraba, al menos eso creía, percibía; los demás estaban adentro, enfrascados en su propio dolor, no sabían; de pronto sintió un roce en su mano, era una brisa fría que le susurraba algo extraño.
Caminaba entre aquella gente como ida de su lázaro cuerpo, de vez en cuando un suspiro —lejano— se le oía. Lo buscó, consideró inconcebible que volviera a dejarla sola, sentía que la oscura noche ya comenzaba a pesarle en el cuerpo. Ahí estaba, fumando un cigarrillo como cada