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Desafíos comunes Tomo I: Retrato de la sociedad chilena y sus individuos - Tomo II
Desafíos comunes Tomo I: Retrato de la sociedad chilena y sus individuos - Tomo II
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Libro electrónico511 páginas8 horas

Desafíos comunes Tomo I: Retrato de la sociedad chilena y sus individuos - Tomo II

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¿Por qué se trabaja tanto en Chile? ¿De qué manera el mérito se ha convertido en un problema de justicia? ¿Cómo entender que nadie se sienta seguro en su posición social? ¿A qué se debe que el “chaqueteo” esté tan expandido? ¿Qué explica la desilusión con la política? ¿Por qué se está siempre agobiado por el tiempo? ¿Cómo se vive la resaca del crédito fácil? ¿Qué hace tan difícil ser pareja? Este libro busca entregarle al lector un conjunto de herramientas que le permitan responder a éstas y otras preguntas, y entender mejor la sociedad en la que vive. Basándose en una larga investigación empírica, y en conversación con gran parte de la producción de las ciencias sociales chilenas y extranjeras de las últimas décadas, los autores proponen una visión de conjunto de los grandes desafíos que hombres y mujeres deben afrontar en la sociedad chilena contemporánea. Dividido en dos tomos, el primer volumen restituye las pruebas vinculadas con el neoliberalismo, la democratización y el lazo social. El segundo, aquellas que conciernen al trabajo, las sociabilidades y la familia. Página tras página, se enhebran en un solo tejido las dimensiones societales y experiencias subjetivas, una relación que, abordada a través de muy finos y vívidos análisis, permite a los lectores establecer resonancias entre sus vidas cotidianas y los grandes cambios sociales. La sociología para los individuos practicada en este libro asume como exigencia el diálogo con los auténticamente involucrados y busca responder a la expansión de una nueva sensibilidad social.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
Desafíos comunes Tomo I: Retrato de la sociedad chilena y sus individuos - Tomo II

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    Desafíos comunes Tomo I - Kathya Araujo; Danilo Martuccelli

    Introducción

    EL OBJETIVO DE ESTE LIBRO ES presentar los desafíos comunes que deben enfrentar los individuos en la sociedad chilena contemporánea y situar, simultáneamente, el proceso de individuación –el tipo de individualismo y la modalidad de individuo– que se produce en este enfrentamiento.

    Para ello nos apoyamos en una investigación empírica realizada, durante más de tres años, con un centenar de personas.¹ Un trabajo gracias al cual aprehendemos las estructuras sociales a través de las situaciones individuales, proponiendo un retrato particular de la sociedad chilena y de sus individuos alrededor de nueve grandes pruebas. Definimos las pruebas como desafíos históricos y estructurales, socialmente producidos, culturalmente representados, desigualmente distribuidos, que los individuos están obligados a encarar, pero que no definen de antemano los modos en que serán enfrentadas: el trabajo de los individuos. La pluralidad de posiciones ocupadas, los recursos asequibles, las estrategias desarrolladas, las habilidades desplegadas y las particulares formas de articulación de ideales y experiencias que realiza cada cual dan cuenta de esta variabilidad. Variabilidad que, sin embargo, solo puede cobrar toda su significación de cara a los desafíos comunes respecto de los que se despliega. De este modo, y en un camino de ida y vuelta, el trabajo singular de los individuos conduce hacia las pruebas comunes, y las pruebas dan luz sobre el sentido colectivo del trabajo de los individuos. Por intermediación de las pruebas y su enfrentamiento, la singularidad se constituye en la vía hacia lo común.

    Por razones exclusivamente editoriales, las nueve pruebas han sido presentadas en dos volúmenes. Ambos conforman una unidad, y lo hacen porque la inteligencia global del proceso que estudiamos solo es posible a través de su lectura conjunta. Es ésta la que permite reconstruir el carácter específico de la sociedad chilena en un momento como el actual. Cierto, cada una de las pruebas aborda una faceta distinta, tiene lógicas relativamente autónomas y aporta de manera disímil al proceso de individuación en curso. Cada una de las pruebas apela a una dimensión de nuestras experiencias sociales, resuena y da sentido a un ámbito de nuestra vida social aportando, esperamos, inteligibilidad, por lo que puede perfectamente sostenerse en una lectura independiente del conjunto. No obstante, es solo la mirada acomunada de estas pruebas, nos parece, la que permite alcanzar una imagen de la sociedad a escala de los individuos con el fin de describir las maneras cómo se habita lo social. Hacer esta salvedad es tanto más importante cuanto que el trabajo de edición efectuado puede prestarse a interpretaciones reductoras. Las pruebas presentadas en el tomo 1 no son, bajo ningún aspecto, más estructurales o macro-sociales que las que son analizadas en el tomo 2. Todas las pruebas son estructurales en el sentido que le damos a este término en nuestro trabajo: condicionamientos particularmente activos en los que se enmarcan las experiencias y trayectos sociales.

    En el tomo 1, presentamos ya cuatro pruebas. Las dos primeras delinean lo que caracterizamos como la condición histórica específica a la sociedad chilena. A diferencia de muchos otros trabajos que por lo general acentúan de manera unilateral, y casi exclusiva, la fuerza del neoliberalismo en el país, nuestra investigación, sin desconocer la radicalidad de este proceso, lo matiza en sus alcances y, sobre todo, lo articula con otro proceso igualmente significativo, a saber, una revolución democratizadora que se expresa como exigencia de horizontalidad en todas las relaciones sociales. La tensión que se instala entre ambos procesos se declina, bajo múltiples modalidades, en otros dominios. Es lo que observamos en las dos otras pruebas analizadas en el primer volumen, la prueba de las posiciones sociales y la de las temporalidades vitales, ambas acompañadas por desasosiegos plurales. Una, en términos de una inconsistencia posicional generalizada, la que complejiza todos los lugares sociales haciendo que nadie se sienta definitivamente seguro y al abrigo. La otra, en términos de un desequilibrio temporal estructural que hace que, muchas veces, los individuos se sientan presos y agobiados por el sentimiento de una falta constante de tiempo y, especialmente, por el sentimiento de una pérdida de control de sus capacidades de inversión temporal. Bajo su doble influjo, la vida social les parece a muchos chilenos, como lo vimos, a la vez incierta y amputada.

    EN ESTE SEGUNDO VOLUMEN presentamos otras cinco pruebas. Ellas también revelan la tensión entre una revolución neoliberal incompleta y una revolución democratizadora inacabada, pero al mismo tiempo, y de manera muy importante, ellas muestran cómo los desafíos que estudiamos requieren para su aprehensión ser articulados con otras orientaciones sociales y culturales específicas de cada ámbito.

    Los dos primeros capítulos, presentados en la primera sección, se organizan alrededor de los esfuerzos y las recompensas. Es en estas dos pruebas, el trabajo y el mérito, en las que, tal vez con más fuerza que en otras, es particularmente patente la tensión entre las dos revoluciones. Como en pocos otros ámbitos es visible, en efecto, por un lado, la presencia activa de la lógica neoliberal y la desestabilización que induce a nivel de los individuos (flexibilidad laboral, generalización de la competencia, sinuosidad de las trayectorias, entre otras) y, por el otro, el de una lógica democratizadora que se afirma a través de un anhelo creciente, y particular, de justicia (reconocimiento del mérito, respeto, buen trato).

    En la siguiente sección, estudiamos a través de tres capítulos los desafíos específicos que se observan a nivel de las sociabilidades interpersonales y en las relaciones familiares. En el primer caso, la prueba con los otros se comprende desde el cúmulo de muy diversas e importantes irritaciones interactivas. Luego abordamos lo que es el principal ámbito institucional hoy en Chile: la familia, distinguiendo dentro de ella dos tipos de pruebas. Por un lado, aquella que se produce por el choque entre fuertes modelos estandarizados, y muchas veces jerarquizados, de roles (la Madre, el Padre, el Deber filial...) y un conjunto de anhelos más horizontales y de reconocimiento creciente de la singularidad personal. Por el otro, la prueba específica en la pareja y lo que aparece como el muy difícil espacio de la conyugalidad, un ámbito sometido, como se verá, a agudas tensiones imaginarias y experienciales.

    La conclusión general de este libro, por último, propondrá un análisis unitario y transversal del proceso de individuación y del tipo de individuo que en él se produce, uno en el cual subrayaremos, de manera comparativa y distintiva, y en función de los resultados presentados en cada una de las pruebas abordadas, sus principales rasgos.

    Al final de la travesía, solo nos quedará esperar que el lector comparta con nosotros algunos razonamientos, pero, sobre todo, que hayamos podido contribuir a que se sienta mejor armado para comprender a la sociedad en la que vive. En todo caso, ése ha sido el objetivo último de nuestro ejercicio: la vocación de poner en pie una sociología para los individuos, una sociología que recogiendo las experiencias individuales condujera a una visión de conjunto de la sociedad; que desde una cartografía de los desafíos comunes diera luz a los trayectos individuales; que ofreciera una manera de comprender la trama histórica que da textura a las maneras en que se habita Chile hoy.

    Parte 3

    Esfuerzos y recompensas

    La desmesura laboral

    Sostener que el trabajo es una de las pruebas societales más relevantes es una afirmación que no solo podría con facilidad aplicarse a otros momentos históricos, sino, también, a muchas otras sociedades en la actualidad. Uno de los rasgos mayores de la prueba laboral es su tendencia a presentarse en términos muchas veces comunes en sociedades extremadamente disímiles. El mainstream de la discusión sostiene, así, por ejemplo, que los cambios en el mundo del trabajo pueden asociarse con tres grandes fenómenos: la flexibilización laboral; la incorporación de una filosofía de la competencia vía, particular pero no únicamente, los principios de gestión; y el debilitamiento del trabajo como fuente de sentido tanto personal como colectivo. La flexibilidad y la filosofía de la competencia, como lo han argumentado varios estudios, serían de los principales pilares de la revolución de la gestión en el mundo del trabajo ((Boltanski y Chiapello, 1999; Durand, 2004; Ehrenberg, 1991; Le Goff, 1996). Los cambios en las organizaciones productivas habrían, sobre todo, engendrado nuevos mecanismos de control y dominación que, luego de un largo período de separación entre la ejecución y la concepción del trabajo, habrían dado paso a nuevos mecanismos de control, los que exigirían renovadas formas de implicación subjetiva del trabajador (Womack, Jones y Ross, 1992; Clot, 1995). Algunos, incluso, no han dudado en afirmar que se habrían consolidado formas inéditas de identificación psíquica entre los trabajadores y las empresas, entre el Súper-Yo personal y los ideales organizacionales (Aubert y Gaulejac, 1991). Por lo demás, ha sido puesto en evidencia un notorio debilitamiento de formas de identidad colectivas (retóricas políticas, tasas de sindicalización) o de proyectos colectivos susceptibles de trasmitirle al trabajo una fuerte función en lo que concierne al sentimiento de pertenencia social. Transformaciones que explicarían muchos de los malestares y ansiedades que los asalariados expresan en el ámbito laboral.

    Resultaría imposible sostener que estos procesos no están presentes también en el caso de la sociedad chilena. No es nuestra intención hacerlo. Sin embargo, como nuestro material lo muestra, el carácter y cualidad de los mismos deben ser comprendidos en su singularidad en el encuentro con una realidad como la estudiada por nosotros. Se revela difícil asimilar lo esencial de las experiencias laborales en Chile con la realidad antes descrita. Para empezar, cualquiera que sea la fuerza del proceso de flexibilidad laboral en las últimas décadas, éste se inserta dentro de una realidad social en donde el empleo nunca fue –o solo lo fue para un número reducido de asalariados– un soporte estable. Por supuesto, el trabajo fue un mecanismo de integración social, y muchos de los derechos sociales se distribuyeron desde él, pero el empleo jamás otorgó a muchos asalariados las protecciones estatutarias que tuvieron los trabajadores en sociedades en donde el Estado-benefactor se desarrolló en el marco de verdaderos pactos fordistas, en donde se intercambió la protección del empleo (y un incremento regular de los salarios) contra un trabajo repetitivo y de ejecución. De allí que la flexibilidad laboral haya desestabilizado a los trabajadores de manera distinta a como ha sido el caso en las experiencias europeas o norteamericanas (Castel, 1995; Sennett, 2000). Esta desestabilización, como lo veremos, se insertó dentro de una experiencia histórica diferente.

    Una constatación similar puede efectuarse a propósito de la impronta efectiva de la filosofía de la competencia en el mundo laboral. Sin estar ausente, su presencia no puede, empero, en absoluto ser comparada con lo que se observa en otras realidades nacionales, en donde reina su omnipresencia a nivel de las retóricas del management (Martuccelli, 2006). En Chile, la cultura de la competencia no se inscribe con la misma fuerza sobre las experiencias laborales, en parte a causa de los escasos esfuerzos hechos por muchas empresas para incrementar la productividad o de los magros resultados de estos esfuerzos, pero, también, a causa de muchos estereotipos que aún subsisten en torno a los trabajadores.² La búsqueda de la adhesión de los empleados a la lógica de la firma, sin ser inexistente, no es en absoluto una realidad masiva en el país,³ y muchos asalariados han evocado, por ejemplo, experiencias de subimplicación laboral, tanto en el sector público como en el privado. Por supuesto, el trabajo prescrito no coincide jamás con el trabajo real, como la sociología del trabajo lo muestra por doquier desde hace décadas (una distancia que, digámoslo de paso, es la mejor prueba de la irreductible autonomía presente en toda actividad laboral) (Castoriadis, 1973). Pero, en el marco de nuestras entrevistas, no son solamente los sempiternos límites del control laboral los que se denuncian, sino la existencia de prácticas ordinarias y más o menos consentidas de relajo o de trasgresión normativa en el trabajo,prácticas que desafían la idea de una mano de obra sometida por doquier a una movilización permanente de su implicación subjetiva.

    Finalmente, una interpretación que pone el acento en el debilitamiento de la capacidad del trabajo para dar sentido a las vidas y trayectos, debe ser puesta en cuestión si atendemos a nuestros resultados. Más que un debilitamiento, a lo que se asiste en el caso chileno es a un doble movimiento. Por un lado, el paso desde una producción de sentido heterocentrada hacia una autorreferida, es decir, hacia una presión por la producción de sentidos que, siendo en última instancia colectivos, deben ser tramitados y concebidos como propios. Por el otro, a la pluralización de sentidos sobre el trabajo, sentidos cuyo rasgo principal es su carácter altamente subjetivo, o dicho de manera más clara, que no se producen en referencia a identidades profesionales consolidadas sino en el marco de la relación con uno mismo o en la producción de sí.

    Pero además de la inconveniencia de una aplicación directa de la flexibilidad, la competencia y la producción de sentido tal como han sido interpretadas para otras realidades, es necesario considerar que estas tres dimensiones no pueden por sí solas dar cuenta de la naturaleza específica de esta prueba en el país. Para aprehender esta realidad es preciso articular estos procesos con factores asociados con otras pruebas, como, por ejemplo, la inconsistencia posicional (de la que la flexibilidad laboral no es sino una de las fuentes) o la temporal (motor de la cual es el trabajo-sin-fin, consecuencia, entre otras, de la pregnancia que la lógica de la presencia tiene a nivel de los ambientes de trabajo). Es en esta encrucijada de determinaciones históricas y constelaciones estructurales actuales específicas a la sociedad chilena que esta prueba encuentra sus contornos.

    Entonces, ¿cuál es el carácter de la prueba laboral? Para decirlo en breve, en el caso de Chile la prueba laboral se caracteriza por enfrentar a los individuos a una experiencia constante de desmesura. La desmesura laboral refiere al carácter de las demandas estructuralmente determinadas de esta esfera, las que se expresan a nivel de los individuos en una generalizada percepción de sobreexigencia y de presión, aparecen como un incesante empuje a la acción, y son vividas, con mucha frecuencia, como una transgresión a los límites propios. Una sobreexigencia que, más allá de los datos estadísticos, constituye el marco perceptivo principal a partir del cual las personas ordenan sus prioridades, organizan sus juicios, enmarcan sus decisiones… y entienden sus malestares. Las desmesuras de lo laboral aparecen, principalmente, en forma de sobrerrequerimientos temporales, relacionales, de toma de riesgos, de aguante a la inestabilidad y el cambio, y de producción de sentido. En menor medida, son vividas como tales la tolerancia a la frustración salarial así como, presente especialmente, aunque no únicamente, en los sectores populares, las sobredemandas físico-corporales. Más allá de las especificidades de cada una de estas dimensiones, el punto de convergencia de lo que supone la desmesura laboral se cristaliza en la exigencia a la que se ven enfrentados los individuos de producir respuestas altamente singulares a los desafíos comunes que se les presentan. La desmesura de lo laboral es vivida, en términos generales, como una imposición no negociable. Una coerción en el sentido más literal del término. La tarea más básica y primaria: la de ganar el sustento de sí y de la familia.

    En la medida que la desmesura laboral en sus consecuencias para la faz temporal así como los efectos de las sobreexigencias en términos de retos posicionales han sido trabajadas en el tomo 1,nos abocaremos aquí a otras dimensiones. En primer lugar, a los efectos del cambio, riesgo, inestabilidad y frustración salarial en los recorridos laborales, los que aparecen signados por la heterogeneidad diacrónica y sincrónica. En segundo lugar, al desafío relacional que constituyen las culturas laborales y, en particular, los ambientes de trabajo, signados, entre otros, por el conflicto y la irritación. En tercer lugar, a sus consecuencias problemáticas en lo que se refiere a los sentidos y valores que se otorgan al trabajo.

    Antes de empezar el desarrollo argumentativo parece prudente advertir que en este capítulo, tanto o más que en los precedentes, no se tratará en absoluto de hacer un inventario de las diversas experiencias laborales en función de los distintos sectores, calificaciones o status, sino que el objetivo principal es, aquí, perfilar las grandes modalidades comunes que la prueba laboral, y sus consecuencias en la constitución de individuos, toma en la sociedad chilena.

    La centralidad multívoca de la pluriactividad

    La ley del trabajo que rige en Chile desde 1979 institucionalizó una fuerte liberalización de las relaciones de trabajo. Aun cuando desde 1990 varias reformas han sido introducidas en el Código Laboral de 1987, aspectos mayores de la antigua filosofía persisten, comenzando por la posibilidad activa de los empleadores de despedir trabajadores y siguiendo con la limitación de la negociación colectiva al ámbito de la empresa (lo que restringe considerablemente las negociaciones sectoriales en el país, participando, a su vez, en el quiebre de los colectivos de trabajo) (Dirección del Trabajo, 2009). Un proceso acentuado, por lo demás, tanto por el modelo de capitalización individual a nivel de las pensiones como por la capacidad de elección de los individuos respecto de su cobertura de salud. En breve: en el país se ha asistido a una fuerte individualización de las condiciones laborales. Tomás Moulian (1998b: 53) ha dado cuenta de esta tensión de manera certera al oponer la valorización creciente intrínseca del trabajo (la apreciación subjetiva que los trabajadores dan a su labor) contra su desvalorización extrínseca (o sea, la acentuación de fenómenos de flexibilización laboral y de primacía del capital sobre el trabajo). En rigor, puede hablarse de un cortocircuito entre dos secuencias. En el momento mismo en que el trabajo, como lo veremos al final de este capítulo, se dotaba de significaciones cada vez más autorreferidas, el trabajo fue expuesto a una serie de transformaciones legales y organizacionales que disminuyeron su rol en la integración social de los trabajadores.

    Para comprender las consecuencias de estos procesos sobre los trabajadores, es preciso enmarcarlos dentro de las transformaciones más generales que ha conocido el empleo en un país en donde el sector privado ha ganado importancia al mismo tiempo que decreció el empleo en el sector industrial. Un proceso que al terciarizar y desobrerizar el trabajo, ha acelerado el proceso de multiplicación (y de pérdida de organicidad) de los vínculos de dependencia laboral. Sin desaparecer, la relación asalariada que puede llamarse tradicional, aquella basada en un empleador, un vínculo de subordinación y dependencia relativamente estable, y en el marco de un contrato formal, tiende a disminuir en Chile (Wormald y Ruiz Tagle, 1999; Cowan y Micco, 2005), dando paso a formas más individualizadas de contrato laboral. El modelo que se puso en práctica en el país no solo disminuyó las protecciones y reglamentaciones públicas, sino que acentuó la responsabilidad de cada trabajador en lo que respecta a su trayectoria laboral, su fondo de pensión y de salud, y, por supuesto, tendió a individualizar, a nivel de las empresas, los salarios (Ramos, 2009). De ahí la complejidad creciente de la frontera entre sectores o estatus de empleo.Por ejemplo, es difícil asociar muchos de los llamados trabajadores independientes a empresarios, e incluso a pequeños empresarios, puesto que en muchos casos solo se trata de trabajadores más o menos especializados que las firmas se niegan a contratar como asalariados con el fin de no encarecer sus costos.

    La consecuencia de estos cambios son tanto más importantes cuanto que, en el caso de Chile, la flexibilización en el trabajo no se expresa esencialmente ni por la expansión de un importante sector informal (uno de los más bajos de América Latina),ni por un alto desempleo, sino por un conjunto de diversos procesos de segmentación dentro del mismo sector formal, en el que se consolidan perfiles cada vez más heterogéneos de trabajadores (en términos de condiciones de trabajo y de protección) (Soto, 2008). Una experiencia de flexibilidad que no concierne únicamente a los trabajadores, sino que incluye, también, como lo muestra la prueba de la inconsistencia posicional, a los ejecutivos. Un proceso acentuado por la tendencia a facilitar la precarización del empleo, presente, sobre todo, en las grandes empresas, pero, también, en el sector de la subcontratación, desde los años noventa (Abramo, Montero y Reinecke, 1997). La flexibilidad laboral es, sin duda, uno de los aspectos mayores de la experiencia en el trabajo y se expresa de múltiples maneras: por un descenso tendencial de los trabajadores con contratos indefinidos (que en el 2006 representaban 70% de los trabajadores contra el 81,2% en 1998), por un incremento de la polivalencia en los puestos de trabajo, por una precarización de las condiciones de trabajo en muchos sectores (Soto, 2008: 21). Un contexto en el que solamente 27% de chilenos sentían que gracias al trabajo formaban parte de su sociedad (PNUD, 2002: 96).

    La realidad descrita tiene como efecto que la búsqueda de un trabajo estable y bien remunerado sea una de las principales expectativas declaradas por muchos trabajadores. Una expectativa que también se explica, y en buena medida, por la experiencia de inconsistencia posicional, y su carga de inseguridad e incertidumbre, y por la del trabajo-sin-fin y sus efectos de sobrecarga y conflicto. Las dos condiciones que constituyen el centro de las expectativas, estabilidad y buena remuneración, no obstante, en muchas ocasiones aparecen de forma excluyente y exigen estrategias diversificadas o cambios secuenciales de las prioridades. Las trayectorias adquieren significaciones diversas. Para unos, cuando se transita hacia el trabajo independiente, se busca una alternativa a las condiciones del trabajo asalariado, una mejor armonía entre vida personal y laboral (en particular entre las mujeres) y mejores ingresos. Para otros, cuando se da el regreso al sector asalariado, es la búsqueda de una estabilidad, la que, por relativa que sea, aparece como un contrapunto a un quiebre, a un agotamiento por sobreexceso de trabajo o escasez de ingresos.

    La confluencia entre condiciones estructurales que flexibilizan y precarizan el trabajo, las exigencias de tener que sostener la propia posición social, las consecuencias del afianzamiento del trabajo-sin-fin como coerción admitida por el sentido común y sus efectos en otras esferas de la vida y malestar personal, diseña una particularidad mayor del trabajo en Chile: trayectorias que presentan un desplazamiento permanente. Más allá de su importancia estadística, la significación de estos tránsitos de ida y vuelta de los trabajadores entre empleos dependientes e independientes es una clave de comprensión extremadamente rica. El punto es importante y exige ser comprendido en toda su complejidad. Si muchos asalariados se ven obligados a transitar entre estos dos sectores, muchos otros escogen, como lo muestra el estudio de Eduardo Acuña, y como lo corroboran nuestras entrevistas, pasar de uno a otro (Acuña, 2008). Resultado: la existencia de una fuerte movilidad en el mercado de trabajo que se traduce por una baja proporción de trabajadores que se mantienen en empleos protegidos.¹⁰

    En todo caso, al escuchar a los individuos narrar sus vidas laborales es muy difícil no tener el sentimiento de que muchos de ellos, como lo resume una mujer de sectores populares, han trabajado en todo… En todo. Lo que aparece es, entonces, una evidente heterogeneidad de recorridos laborales en tanto que norma diacrónica. Pero, para comprender este conjunto plural de trayectorias es preciso introducir algunas precisiones.

    PARA DAR CUENTA DE LOS RECORRIDOS laborales es preciso partir, entonces, de la realidad extendida de la pluriactividad. Pero, en este marco se requiere introducir dos grandes distinciones.¹¹ En primer lugar, en estos recorridos se afirma, muy nítidamente, una tendencia, en todos los grupos sociales pero con variantes significativas, hacia una pluriactividad secuencial. Esto es, los individuos ejercen de manera principal un solo empleo pero éste varía de manera sustancial a lo largo de sus vidas profesionales, ya sea que ejerciéndose un mismo oficio se cambie de empleador, ya sea que se cambie de tipo de empleo (con estatus de asalariado o de trabajador independiente). En el primer caso, la diversificación concierne el empleador que se tiene; en el otro, la diversificación se centra en la propia tarea profesional.

    En segundo lugar, muchos trabajadores efectúan al mismo tiempo distintas actividades laborales, ya sea que tengan diferentes empleadores dentro de un mismo oficio o que, y es una figura menos frecuente, posean simultáneamente diferentes empleos (aquí, también, asalariados o trabajo independiente). Una situación en la cual, por momentos, se ejerce un solo tipo de oficio (o que permanece como principal) mientras que en otros el trabajador efectúa, en un mismo período, trabajos diferentes. En el primer subcaso estamos frente a lo que podemos denominar una pluriactividad mono-oficio simultánea, mientras que en el segundo se diseña una pluriactividad multi-oficio simultánea. En los dos casos, la vida laboral de un trabajador se encuentra diseminada en un conjunto heterogéneo de actividades y empleadores.

    Estas realidades modifican en profundidad el sentido de lo que habitualmente se denomina la carrera. En verdad, la familiaridad expresiva de este término, sobre todo entre las capas medias, no debe llevar a desconocer un aspecto central de la experiencia laboral, a saber que muchos asalariados no desarrollan –nunca tuvieron–, en el sentido estricto del término, una carrera. En efecto, para que el término tenga sentido es preciso que el individuo tenga el sentimiento sino necesariamente de vivir un proceso activo de movilidad social ascendente, por lo menos de vivir una serie de promociones laborales y salariales continuas. O sea, la carrera es inseparable de la idea de etapas que deben y han sido franqueadas. En este sentido, la noción está vinculada con un modo de individuación que tuvo su principal expresión en lo que, en los años cincuenta, William H. White Jr. (1957) designó como el hombre de la organización. Gracias a su conformismo y a su lealtad con la empresa (privada o pública), el individuo recibía, en contrapartida, estabilidad laboral y progresivamente un conjunto de recompensas. La lealtad y, sobre todo, la justeza en aplicar las reglas (característica primera de la burocracia), eran, así, la mejor garantía de una carrera, y ello tanto más que, salvo para ciertos puestos de responsabilidad, la mayor parte de los asalariados hacían carrera gracias a la antigüedad. El mundo de la mesocracia chilena en el sector público, fue sin lugar a dudas un buen ejemplo de este tipo de carreras (Martínez y Tironi, 1985; Barozet, 2006). Pero si bien no todos los trabajadores tuvieron, necesariamente, acceso a una carrera profesional (en el sentido estricto del término), lo que sí es necesario reconocer es que ésta fue durante décadas la norma ideal en el mundo del trabajo.

    En este sentido, como lo subrayó Enzo Faletto (2007: 62-63), el sector público no solamente ha sufrido cambios importantes, sino que su peso dentro del país se ha transformado en profundidad. Uno de los grandes cambios acontecidos en el país desde 1973 consistió, a sus ojos, en el ocaso del período mesocrático, o sea, el aligeramiento del peso que tuvieron las capas medias en el imaginario social del país en beneficio de grupos sociales altos. Un desplazamiento bien reflejado, si seguimos su interpretación, en el tránsito del imaginario del empleo público y de la carrera funcionaria, en tanto que norma de evaluación profesional, hacia nuevos modelos de referencia, menos dados a la continuidad y forjándose alrededor de empresas privadas que manejan no solamente otros valores sino también otras imágenes de las trayectorias laborales. El análisis es justo. Pero el ocaso del imaginario de la carrera funcionaria es un proceso lento, al punto que aún hoy en día es posible dar con variantes de él incluso en el sector privado, pero bajo otras coordenadas.

    Sin desaparecer del todo, esta lógica de la carrera ha conocido una transformación importante en las últimas décadas. El tránsito es tanto cualitativo como cuantitativo. Contra este modelo se han impuesto otras referencias: la lógica de los proyectos, el autoemprendimiento, la flexibilidad en las trayectorias, la centralidad del discurso de la oportunidad, a la vez como signo de la crisis de la lealtad hacia una sola empresa y manifestación de individuos que han sido responsabilizados de su recorrido profesional (Sisto y Fardella, 2008). Frente a este conjunto de cambios, la antigua lógica lineal de la carrera estalla en una profusión de diversas formas de pluriactividad.

    Lo que nuestro material revela es que a diferencia de lo que es habitual en muchos otras realidades (por ejemplo la europea), en donde la mono-actividad es la norma cultural (Mouriaux, 2006), en Chile, y cualquiera que sea el peso real de las representaciones ideales, lo que prima es una u otra forma de pluriactividad (secuencial o simultánea).¹² Adicionalmente, él revela que esta experiencia está, como era de esperarse, especialmente presente entre los sectores populares. En nuestra muestra, si esta experiencia fue evocada por la totalidad de las mujeres de sectores populares entrevistadas y por casi tres cuartos de hombres del mismo estrato (70%), la experiencia fue solamente evocada por 40% de hombres y mujeres de las capas medias. Sin embargo, y esto resulta esencial, lo que se debe leer de estos resultados es que la experiencia, con rostros distintos, no solo es visible entre los trabajadores poco calificados y de bajos ingresos, sino también entre profesionales exitosos y de altas remuneraciones. La pluriactividad forma parte del horizonte normativo ordinario de los trabajadores. Este horizonte, cuya estela histórica no puede desconocerse, no conduce en Chile, o lo hace solo muy marginalmente, a un nuevo pacto entre empresas y asalariados (dada la escasa disposición a dar seguridad a los trabajadores o a aportar a su empleabilidad futura vía formación permanente). Por el contrario, como lo veremos, el recorrido profesional es sistemáticamente percibido como una responsabilidad individual.

    ¿De qué manera se rediseñan los recorridos laborales en este contexto? Tres grandes perfiles diacrónicos se diferencian claramente a partir de lo encontrado: (a) la neo-carrera, una adaptación de la trayectoria a los nuevos tiempos en la que se observa una relativamente fuerte articulación entre la identidad y el itinerario aunque la idea de progresión no esté necesariamente presente; (b) el trayecto intencionado, modalidad en que los individuos articulan una importante pluriactividad simultánea con una mantenida identidad laboral, lo que les transmite, si bien a posteriori, un sentimiento de avance o por lo menos de continuidad profesional. Los actores reconocen una orientación definida a pesar de la sinuosidad de sus recorridos laborales; (c) el recorrido inercial, caso en el que la aguda pluriactividad secuencial cuestiona la identidad profesional alterando, por lo general, la idea de progreso o continuidad profesional. Los actores tienen al trabajo per se como una inercia gravitacional en sus vidas más que como una actividad con direcciones definidas. En los casos más extremos, pero no frecuentes, deviene en lo que podría llamarse una deambulación, pues viven su experiencia en el trabajo como un itinerario sin brújula.

    La neo-carrera

    La primera figura concierne a los individuos que, en términos generales, se definen desde una sola gran actividad profesional y que, a pesar de una primera fase de inestabilidad en el momento de ingreso en el mercado de trabajo, han logrado estabilizar sus trayectorias alrededor de un solo empleo. Yo me empleé para hacer artesanía en un Hotel y me mandaron a limpiar la piscina, las tinas de los turistas. Una experiencia corta puesto que en el año dos mil entró a trabajar a un Ministerio, empleo en el que, a pesar de ejercer con un contrato precario, se encontraba en el momento de la entrevista casi diez años después, Loreto (SP).

    Si hemos traído a colación este primer ejemplo es porque se trata de un perfil en parte contra-intuitivo respecto a lo que la carrera en su versión tradicional denota. Lo que nos interesa subrayar es el hecho de que, más allá de los estatus laborales, lo esencial en el momento de caracterizar este tipo de trayectorias profesionales es la articulación principal (o sea, sin menoscabo de la existencia ocasional de otras actividades o empleadores menores) de un oficio y de un empleador principal, y un afianzamiento recíproco de identidad profesional y un itinerario relativamente continuo. Lejos de la carrera tradicional entendida como un proceso activo de promociones laborales y salariales continuas, la neo-carrera se caracteriza porque la percepción de progreso estatutario no necesariamente está presente, aunque pueda estarlo. Sin embargo, aunque no haya promoción, en el sentido estricto del término, la continuidad temporal y el fortalecimiento identitario se unen en la neo-carrera alimentando una conciencia profesional unitaria.

    La historia de Cristóbal (SP) es ejemplar. Empezó desde muy joven a trabajar en una barraca. Luego lo hizo por tres años en un aeropuerto como bodeguero, después de lo cual se desempeñó por un breve período en una fábrica de golosinas. Cuando lo entrevistamos, llevaba trabajando 19 años como estafeta en una universidad, lo que se había convertido en su empleo. Otro caso es el de Myriam (SP), quien primero trabajó en un restaurante, yo hacía de todo, hacía de todo, pero me gustaba más atender las mesas. A los 23 años empieza como aparadora de calzado en donde efectuó lo esencial de sus casi treinta años de vida laboral. La continuidad profesional e identitaria se revela claramente en el hecho de que durante algunos años, por dificultades económicas en su sector, tuvo que dedicarse a otra actividad (y yo me fui a trabajar a hacer aseo) pero teniendo en mente siempre volver al mundo del cuero y los zapatos. Por supuesto, una figura como la de la neo-carrera sigue encontrando en la función pública un terreno privilegiado de desarrollo, puesto que en este sector la permanencia en el empleo es aún de rigor para muchos. Trabajo en labores administrativas y ya llevo 30 años en el mismo trabajo, afirma Cristina (SP), funcionaria que trabaja para un instituto armado. Constataciones similares fueron hechas para el caso de otros profesionales en este sector, sobre todo aquellos que trabajan en la salud (médicos y paramédicos).

    También estas trayectorias son visibles en algunos asalariados de grandes firmas económicas del sector privado. El recorrido profesional está animado por una lógica de etapas y de ubicaciones, lo que lleva en el fondo muchas veces a una pluriactividad secuencial de hecho. Sin embargo, en la medida en que esta pluriactividad es vivida dentro de una misma empresa, por lo general solo es percibida como una evolución de carrera. Es el caso de Alejandro, ingeniero, por ejemplo, quien empezó su vida profesional en obras antes de ir derivando hacia la parte inmobiliaria y comercial, pero siempre en el marco de una misma firma, lo que permite inscribir esta transición dentro de un claro proyecto de carrera profesional.

    Las figuras que hemos evocado son evidentemente muy disímiles entre sí. Algunos han tenido una carrera en el sentido más fuerte y convencional del término, pues en ellas la identidad profesional está íntimamente entrelazada no solamente a un status, sino incluso a un empleador principal y a una progresión profesional. En otros, por el contrario, la carrera se ha desarrollado en un solo sector y, principalmente, con un solo empleador, pero sin conocer ninguna promoción importante –una experiencia frecuente en muchas pequeñas y medianas empresas–. Cierto, los primeros han tenido (o han podido tener) dentro de su empleo promociones (y por ende una verdadera carrera), mientras que los segundos solo han podido conocer, si lo hicieron, revalorizaciones salariales. Sin embargo, desde el punto de vista de la experiencia laboral, algo les es común: junto con trayectorias relativamente continuas poseen –o afirman poseer– una fuerte identidad profesional y un sentimiento más o menos constante de acumulación de experiencias.

    El trayecto intencionado

    La figura que ahora abordamos se da, especialmente, entre los miembros de las capas medias. Experiencia ambigua: para algunos ella es un signo indiscutible de éxito social, mientras que en otros, a la inversa, puede estar expresando la necesidad imperiosa de una búsqueda suplementaria de ingresos. En efecto, entre algunos de los profesionales más exitosos que entrevistamos, la vida profesional está marcada por el hecho de desarrollar esencialmente un mismo oficio pero para varios empleadores simultáneos. Una experiencia que, superficialmente, es análoga entre aquellos que tienen varias pegas al mismo tiempo para poder llegar a fin de mes… Sin embargo, obviamente, la línea de separación está trazada (además de por los montos de los ingresos), por la capacidad de control que los unos y otros tienen de sus trayectorias. Vale la pena insistir, esta figura no solo concierne a la experiencia de los profesionales independientes que tienen, por definición, varios clientes, sino que se trata de una experiencia profesional marcada por una consecuente prestación simultánea (que no anula la secuencial) de servicios, desde una sola identidad profesional, a varios empleadores.

    La experiencia es especialmente frecuente entre los profesionales de capas medias que acumulan empleos en un mismo oficio. Es el caso de Constanza, abogada, que trabaja, ya sea como asalariada, ya sea como prestataria de servicios, secuencial o simultáneamente, de procurador de oficinas, en un banco, en una empresa minera, sin descuidar, claro, sus negocios personales. También la de un profesor, Rodolfo, el que, en una modalidad que no es infrecuente en el país, daba clases hasta en tres colegios distintos. Esta es una experiencia que, bajo otro registro, es similar para otra profesora, Carolina, que a sus 21 horas de clases en un colegio le añade un trabajo en una editorial y que incluso se las arregla para enseñar algunas horas en dos universidades. Pero está también el caso de Sergio, psicólogo, quien además de su trabajo de consulta, el cual, manifiesta, tiene un peso decisivo dentro de su identidad profesional, se ve forzado por razones económicas a tener otros dos trabajos, sumando a su actividad el dictado de ciertas horas de clase en una universidad con algunos trabajos más o menos eventuales de consultoría.

    Es necesario subrayar que esta figura no es equivalente a la primera, la neo-carrera. Si desde un punto de vista identitario la semejanza puede ser grande, puesto que tanto unos como otros se perciben realizando o teniendo un oficio sino único por lo menos principal, esta similitud esconde una profunda diferencia. El primer caso reenvía, incluso dentro del marco de una creciente inestabilidad estatutaria, al modelo de un recorrido profesional marcado por una lógica de fortalecimiento recíproco de la identidad profesional y un itinerario más o menos continuo que alimenta un sentimiento particular de progresión. El caso del trayecto intencionado es diferente. Los individuos poseen una imagen intrínsecamente móvil de sus itinerarios profesionales. La identidad profesional, por lo general definida, se articula al itinerario solo retroactivamente. La movilidad no les impide percibirse como los actores de un trayecto con una orientación precisa, pero esta percepción se da solo a posteriori (o mirando hacia atrás). En estos casos, el itinerario se produce dentro de un horizonte en el cual la progresión profesional no está necesariamente ausente, lo que sí se desdibuja es la idea de una carrera lineal, con un solo empleador, y por medio de peldaños claramente establecidos.

    El recorrido inercial

    En esta tercera figura la experiencia de la pluriactividad secuencial no solamente es aguda, sino que, por sobre todo, su realidad termina por conspirar contra la existencia de una identidad profesional en el sentido fuerte del término. Durante su recorrido laboral, el individuo ve disiparse progresivamente la identidad que se asoció, por ejemplo, con su formación universitaria o técnica,¹³ ya sea porque el oficio correspondiente solo es ejercido de manera intermitente o porque su realidad se disuelve en una serie desagregada de actividades laborales heterogéneas.

    Aquí, el individuo es un trabajador puro. Lo que lo constituye es la actividad genérica del trabajo en tanto tal. Hay que trabajar. Una experiencia que sin limitarse a esta figura, se da claramente entre quienes están sometidos, como Portes y Hoffman (2007) lo señalan, al emprendimiento forzado. En algunos, exclusivamente entre los miembros de las sectores populares, esta realidad se descubre desde la infancia: Yo desde muy niña empecé a trabajar en una fábrica, era menor de edad, pero igual tenía que trabajar, mi mamá estaba separada de mi papá y éramos dos hermanos Nora (SP). La realidad del imperativo del trabajo pasa por encima de toda realización identitaria, lo que en el caso de la mujer que venimos de citar marca en profundidad toda su trayectoria laboral. Un testimonio al cual hacen eco muchos otros, de manera masiva entre las mujeres de sectores populares, como el de Bernardita (SP), quien se desempeñó en una fábrica como singerista, pero que luego conoció múltiples empleos: yo trabajé hasta de nana, hice aseo, trabajé en el Persa, en un banco también. En el fondo, la continuidad en el relato está dada por el hecho de estar siempre trabajando.

    Lo que se afirma a través de estos recorridos, y a pesar del desdibujamiento de la identidad profesional, es la voluntad de avanzar, solo que este avanzar significa cómo mejorar sus ingresos económicos y, en algunos, conocer formas posibles de movilidad social.¹⁴

    Fabiola, una

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