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Las cadenas de la subjetividad: un estudio de los dispositivos de control de la vida social
Las cadenas de la subjetividad: un estudio de los dispositivos de control de la vida social
Las cadenas de la subjetividad: un estudio de los dispositivos de control de la vida social
Libro electrónico134 páginas1 hora

Las cadenas de la subjetividad: un estudio de los dispositivos de control de la vida social

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La pertinencia de Las cadenas de la subjetividad de María Rocío Arango reside en reconocer la fuerte presencia de los mecanismos de control que, en contextos como el nuestro, tienen la capacidad de dominar los procesos de creación, consolidación y ocaso de las reglas formales de las organizaciones públicas y privadas pero que también permiten descifrar el encuadre de actores con capacidad de imponer reglas al margen de la institucionalidad, todo lo cual permite conjugar socialmente los verbos incluir y excluir. De allí la importancia de avanzar, por ejemplo, en la comprensión empírica de estos mecanismos de control en las ciencias de la administración y en las ciencias de las políticas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2018
ISBN9789587205091
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    Las cadenas de la subjetividad - María Rocío Arango

    (2012).

    DISPOSITIVO DE LA ALIANZA

    El poder habla a través de la sangre, nos dice Foucault (2007: 178). Como la sangre en el organismo, el poder soberano regula tanto la vida como la muerte. Aunque amenaza con la espada y los suplicios, también organiza las alianzas, otorga privilegios económicos y títulos nobiliarios, excluye a los peligrosos, protege contra los enemigos y mantiene el equilibrio homeostático de un orden a menudo frágil. La etiqueta y el suplicio son sus medios. La primera mantiene y nutre la vida, el segundo administra minuciosamente la muerte. Ambos sostienen un orden social fundado en la magnificencia y grandiosidad del poder soberano.

    La sociedad cortesana, cuyo máximo esplendor se vivió durante el reinado de Luis XIV, puede interpretarse, de la mano de Norbert Elias (2012), como una bisagra entre las sociedades feudales y la naciente sociedad industrial. Esta sociedad exhibía una estructura de poder más estable que sus antecesoras, pero esto no quiere decir que tal poder no fuera denso, enmarañado y conflictivo (Foucault, 2007), y tampoco que fuera un poder sometido a los abusos o al capricho de los soberanos de turno. Más bien quiere decir que respondía a un tipo de racionalidad que orientaba la conducta hacia el cálculo minucioso de las oportunidades para obtener distinción social, acceso a los recursos necesarios para mantener el prestigio y elevar, en la medida de lo posible, el rango o la posición en la corte. Estos tres elementos: prestigio, privilegios y rango proporcionaban una vida libre de las vicisitudes y limitaciones que debían padecer aquellos que no pertenecían a la corte. Por ello, aunque la etiqueta y el ceremonial cortesanos pueden interpretarse como un embrollado sistema de restricciones y coacciones, hay que recordar que su papel era productivo pues los beneficios obtenidos de su práctica superaban con creces sus costos sociales y económicos.

    Según Norbert Elias (2012), las estructuras de poder se determinan por las normas, formales e informales, que rigen y orientan las relaciones de dependencia entre los hombres y entre los distintos estamentos a los que ellos pertenecen. Libre de las coacciones ejercidas por un poder superior, el soberano se encontraba atado de manera inexorable a la estructura social que lo obligaba permanentemente a glorificar su existencia y justificar su valía. En este sentido, sus relaciones con la nobleza cortesana estaban marcadas tanto por la necesidad como por el distanciamiento: aunque pertenecía a ese estamento y dependía de él para afirmar su dominio, el ejercicio del poder le exigía tomar distancia de él y ubicarse en un nivel superior. En esta medida, sus decisiones pivoteaban entre la libertad individual, producto del distanciamiento, y las coacciones a las que debía someterse para conservar la amplitud del ámbito de sus decisiones. A juicio del sociólogo judeo-alemán, la pérdida paulatina de la distancia entre el rey y la corte durante los reinados de Luis XV y Luis XVI fue una de las causas, tal vez la más importante, de la Revolución (Elias, 2012).

    Para entender a la nobleza es preciso recurrir a lo que Elias denomina fórmula de necesidad: El tipo y el grado de las interdependencias que, en cada caso, unen a los diversos hombres y grupos de hombres a la corte y los mantienen allí (2012: 200). Las oportunidades que proporcionaba este sistema de dependencias cruzadas justificaba con creces el sometimiento a las distintas coacciones propias de la etiqueta y el ceremonial cortesanos. Si quisiéramos resaltar una característica propia de este estamento, destacaríamos el equilibrio homeostático entre las distintas capas que lo conformaban. Si bien el mantenimiento tanto de la nobleza de espada como del alto clero y de la nobleza de toga requería de un cierto clima de estabilidad, también es cierto que cualquier decisión real o movimiento interno entre las capas sociales afectaba o amenazaba la supervivencia de los individuos que a ellas pertenecían. De ahí que el doble juego de dependencia recíproca y antagonismo, propiciado por el sistema de otorgamiento y negación de los privilegios y la valoración del prestigio, funcionaran como principios rectores del sistema de coacciones característico de la etiqueta cortesana.

    El primer estamento cortesano no puede entenderse, además, sin considerar la emergencia de la nobleza de toga como un factor clave para mantener en vilo el sistema de privilegios que tradicionalmente ostentaban la nobleza de espada y el alto clero. Esta capa social, conformada por burgueses ricos que fueron escalando en la pirámide social gracias a sus aportes económicos, fue poco a poco apropiándose de algunas funciones otrora privativas de la clase aristocrática tradicional, tales como la administración de la judicatura, algunas funciones militares y la gestión de tributos. La emergencia de este grupo obligó a los miembros de la nobleza de espada, acreedores de los altos cargos cortesanos, militares y diplomáticos, no solo a competir entre sí para incrementar o mantener sus privilegios, sino también a protegerse de las acciones reales a favor de las altas capas de la burguesía económica y profesional. Así, este grupo servía de contrapeso a la aristocracia a fin de incrementar, en última instancia, el poder real.

    Al carecer de un sistema de pesos y contrapesos específicos, las capas medias y bajas, más que funcionar como estamentos auténticos, congregaban a una multitud de personas cuyos vínculos se establecían en razón de las profesiones u oficios desempeñados. La privación de los beneficios y privilegios, propios de la coacción cortesana, dejaba a esta capa social a merced de las amenazas constantes a su supervivencia, bien fuese por la continua exposición a los elementos, inviernos devastadores, sequías intensas, enfermedades o desnutrición, o a las alteraciones constantes de su cotidianidad ocasionadas por las decisiones emanadas de las capas superiores.

    Aunque muchos se empeñan en decir, y no sin razón, que el poder soberano es un poder de muerte, también es cierto que es un poder de vida fundado en el distanciamiento y en el esplendor del prestigio (Elias, 2012: 136). Las posibilidades de diferenciación y ascenso en la jerarquía social eran consideradas valores esenciales que justificaban la existencia y la valía individual. De ahí la importancia de la etiqueta como mecanismo de control destacado, pues ella permitía no solo que cada individuo se distanciara de los demás, sino que conformara, con sus iguales, un estamento claramente diferenciado. Al mismo tiempo, las minuciosas reglas del ceremonial cortesano posibilitaban la concentración del poder en la persona del rey y su ideal de magnificencia y perfección. Por tanto, no es cierto que en los intersticios de ese magno poder de muerte, las autoridades monárquicas simplemente dejaban vivir (Sibilia, 2006:206), pues, como se verá más adelante, la etiqueta cortesana se componía de una infinidad de pequeñas y refinadas coacciones que, tomadas en su conjunto, creaban en los súbditos un permanente estado de incertidumbre y fragilidad respecto de su posición social y, por ende, un estado de constante sujeción al poder soberano.

    En cuanto al poder de muerte, Norbert Elias (2012) recuerda que dicha sociedad no era, en modo alguno, pacífica; no en vano la espada era su símbolo más prominente. Fuera cual fuera la situación, la sangre de los súbditos era tomada por el soberano para protegerse de las amenazas externas o como venganza por algún intento de levantamiento o protesta contra él. Este poder que se ocupaba de causar la muerte o permitir la vida se fundaba en el derecho que permitía al soberano apropiarse de los bienes, las cosas, el tiempo, los cuerpos y las vidas de sus súbditos y conformar con ellas un solo cuerpo: el suyo (Foucault, 2007).

    Como el fluido vital que recorre el cuerpo social, el ceremonial cortesano proporcionaba a cada estamento los nutrientes necesarios para mantener el poder que le correspondía, para proteger a sus miembros contra la corrupción o la intrusión de aquellos que podían poner en peligro el delicado equilibrio que caracterizaba esta forma social, y para mantener la fuerza vital que sostenía el absolutismo del poder soberano. Procedamos ahora a describir con más detenimiento las piezas que conforman esos dos mecanismos del dispositivo de la alianza y que le dan consistencia y unidad al poder soberano como poder de vida y de

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