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Plenitud de vivir: Guía para la Meditación Occidental
Plenitud de vivir: Guía para la Meditación Occidental
Plenitud de vivir: Guía para la Meditación Occidental
Libro electrónico461 páginas5 horas

Plenitud de vivir: Guía para la Meditación Occidental

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Información de este libro electrónico

En Plenitud de vivir, Julio Sahagún propone un esquema para lograr la comprensión de la propia mente, poder vivir en el presente, gestionar la auto-imagen, comprender las muertes y las vidas y lograr la libertad interior.
El contenido de este libro contribuirá a que hagamos un viaje a nuestro interior para descubrir nuestra realidad interna y así
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jul 2019
Plenitud de vivir: Guía para la Meditación Occidental
Autor

Julio Sahagún de la Parra

Nació en Cotija de la Paz, Michoacán en 1923. Perteneció a la Compañía de Jesús durante 30 años y en esta institución culminó sus estudios en Letras, Ciencias Sociales y en el conocimiento de la Vida Familiar. Dedicó parte importante de su tiempo en México al Movimiento Familiar Cristiano donde realizó una labor sólida y luminosa otorgando a sacerdotes, religiosos y matrimonios la gran posibilidad de entrar en el conocimiento interno personal. Al retirarse de la Compañía de Jesús, en su vida matrimonial, se dedicó a guiar y asesorar una infinidad de personas. A partir de sus experiencias desarrolló Plenitud de vivir y la metodología que llamó Entrenamiento. Una experiencia interior basada en los temas de su obra.

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    Plenitud de vivir - Julio Sahagún de la Parra

    experiencias.

    1

    La comprensión de mi propia mente

    El desgaste sin sentido.

    Antonio visitó una fábrica de galletas con el fin de recabar datos para su tesis de ingeniero mecánico. Al entrar en la nave se quedó atónito: de las ochenta máquinas instaladas sólo tres estaban produciendo; las otras setenta y siete trabajaban en vacío, sin materia prima, caminando sin sentido todo el día y parte de la noche.

    Se aproximó, con mayor atención, a las máquinas que trabajaban sin producir nada y notó que la mayor parte de ellas, a pesar de los excelentes cuidados del equipo de mantenimiento, estaba ya muy deteriorada.

    Ante un hecho tan desconcertante le preguntó al superintendente la causa de semejante proceder. El superintendente se cruzó de brazos y le dijo: Así es aquí la costumbre.

    Nos sucede lo mismo cuando le damos mil vueltas a los asuntos que no nos conciernen o que, por ahora, no tienen solución.

    Introducción

    En el presente libro la palabra compresión expresa el paso decisivo para salir del aislamiento y entrar en comunión con nosotros mismos, con las demás personas y con todos los seres.

    La comprensión es una forma de percepción que se inicia cuando captamos cualquier ser y tenemos la calma de esperar, en silencio, hasta que nos comunique algo de su esencia; la comprensión es como fuente de paz y alegría que en infinidad de ocasiones hemos experimentado. La comprensión no surge de la simple sensación visual, auditiva o táctil, surge de la unión entre quien comprende y lo que es comprendido.

    La comprensión de uno mismo, de las otras personas y de todos los seres sucede antes del análisis. La comprensión siempre es nueva, fresca, aunque hayamos visto decenas de veces el mismo objeto. A contrapelo del lenguaje habitual afirmamos que la acumulación de datos, y la ciencia misma, hacen que el ser humano sea erudito; en cambio la comprensión hace que sea sabio y tenga alegría de vivir.

    José Saramago alguna vez dijo: El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. Se refería a Jerónimo Melrinho, su abuelo. El término sabio deriva de un verbo latino que significa saborear, gustar internamente. Ignacio de Loyola aseguraba que: No el mucho saber [no los muchos datos] harta y satisface el ánima, sino el gustar de las cosa internamente.

    No gustar seca la vida, el gustar la incrementa.

    Con el andar de los años, querámoslo o no, vamos perdiendo la capacidad de acumular datos y olvidamos muchos de los que aprendimos. Si leemos los signos de nuestro tiempo y recogemos las señales que la vida nos manda, advertiremos que la disminución en la cuantía de lo almacenado en nuestra memoria, en lugar de dolernos como desgracia, nos parecerá un llamado a caminar por los senderos que conducen a la contemplación adquirida. De no hacerlo así corremos el riesgo de quedarnos vacíos y aislados.

    Las facultades de la mente

    Las facultades de la mente son las capacidades que nos hacen posible advertir nuestra presencia y la de todos los seres. Tender hacia lo que requerimos para vivir y, en ocasiones, integrarnos con nosotros mismos y con todo lo que existe, es el acto más bello de que somos capaces. Sin el ejercicio de las facultades de la mente permaneceríamos de tal manera aislados que no podríamos subsistir. Dejaríamos de comportarnos como seres humanos.

    El conocimiento de nuestra propia mente es el principio de la sabiduría. Desde siempre hemos oído que en nuestra mente hay tres facultades: memoria, entendimiento y voluntad. Esta formulación tiene dos inconvenientes:

    Tergiversa el orden de los procesos mentales.

    Deja en la penumbra la percepción.

    Para evitar estos dos tropiezos proponemos un nuevo esquema que desdobla las atribuciones del entendimiento en percepciones y pensamiento; por consiguiente, en nuestra mente hay cuatro facultades que operan en esta secuencia:

    La percepción.

    La memoria.

    El pensamiento.

    La voluntad.

    En este tema nos referiremos a las tres primeras facultades y dejamos para el tema 4 lo que se refiere a la voluntad. Las descripciones del quehacer de la percepción, de la memoria y del pensamiento, no son un minitratado, sino una invitación para que vayamos incrementando la capacidad de emplear correctamente las facultades de nuestra mente; en particular de la percepción en su modalidad de comprensión.

    La percepción es la facultad más descuidada que tenemos; por lo mismo este libro tiene por objeto llenar los huecos de nuestra formación. Vale la pena comentar aquí que este libro inició su marcha llamándose Entrenamiento. Quisiéramos retomar su origen e invitar a los lectores a hacer, con ellos mismos y con el contenido de los temas, una convivencia que propicie un viaje a su interior.

    Valga esta invitación para justificar la falta de lógica cometida al iniciarlo con una modalidad de la percepción, en vez de incluir la comprensión en el lugar que le corresponde como parte del apartado siguiente.

    Primera facultad: la percepción.

    Por medio de la percepción captamos y conocemos las realidades; por lo tanto la percepción es el inicio insustituible de todos los procesos mentales. A partir de ella, la memoria almacena lo percibido y el pensamiento analiza, compara y concluye sobre lo almacenado en la memoria. Con la voluntad tendemos hacia lo que, real o erróneamente, se nos presenta como bueno.

    El diccionario nos dice que percibir es: Captar la realidad, comprender la realidad; agrega también que es: El sentimiento interior que resulta de una impresión de nuestros sentidos. Más adelante veremos que la captación equivocada no es percepción.

    La tradición de la India dice que percibir es: Ver la naturaleza misma de las cosas, su cualidad esencial. En sánscrito la palabra correspondiente a percepción significa llegar a lo esencial, acercarse, cubrir la distancia que nos separa de lo que es. Ambas acepciones coinciden mucho más con la comprensión.

    Si, como ya dijimos, la precepción es el inicio insustituible de todo proceso de acercamiento nuestro a las realidades que hay en nosotros y fuera de nosotros, la consecuencia obvia de percibir poco o de percibir mal será el aislamiento, con el consiguiente desasosiego y rutina de vivir.

    Más de la mitad del contenido del libro está dedicado a la percepción, que por ahora únicamente enunciamos.

    Segunda facultad: la memoria.

    Llamamos memoria al almacén de datos, experiencias, sentimientos y conclusiones que hemos ido registrando a lo largo de nuestra vida. La memoria almacena también la serie inmensa de combinaciones que hacemos de unos datos con otros; aunque no sean propiamente conclusiones.

    La memoria no almacena los datos objetivos; los guarda conforme los percibió cada uno de nosotros en los momentos en que vio, oyó, sintió, gustó u olió. Pudo suceder que al captarlos estuviéramos bajo el influjo de la tristeza o de la euforia o de otro sentimiento. En cada uno de estos estados de ánimo el mismo hecho lo percibimos de manera un tanto diferente: no es lo mismo percibirlo cuando teníamos diez años a cuando teníamos treinta o más. La memoria está supeditada a la forma de percepción.

    Nuestra memoria es la facultad del pasado porque nos presenta datos, imágenes y sentimientos de lo ya sucedido, de lo que ya vivimos, aunque los hayamos vivido hace una fracción de segundo. Los contenidos de la memoria, al hacerse presentes, constituyen la conciencia actual.

    ¿Para qué nos sirve la memoria?

    Sin el auxilio de la memoria seríamos incapaces de hablar, no identificaríamos a las personas que nos rodean, no podríamos regresar a casa, no sabríamos para qué sirven las cosas, no podríamos prever los peligros, no habría ningún progreso, todo tendría que recomenzar de nuevo.

    La memoria es, pues, absolutamente necesaria. Es la que nos posibilita la continuidad y, en muchos aspectos, el progreso de nuestra vida como individuos y como sociedades.

    Solemos hablar de buena y de mala memoria. Tal vez sería mejor hablar de una memoria adecuada o inadecuada para la vida, las relaciones, los trabajos, los intereses y la edad de cada persona. Las comparaciones entre lo que le sucede en este campo a una persona y a otra pueden ser desorientadoras y hasta dañinas. Cada ser humano tiene su propia y peculiar memoria.

    ¿De qué depende que un dato, un sentimiento, no se grabe o no permanezca operante en nuestra memoria? En cuanto dependa de alguna disfuncionalidad anatómica o fisiológica esta causa caerá completamente fuera del planteamiento anterior.

    Hecha esta salvedad, un dato se graba más o menos según el grado de impresión que genera en mí; a su vez, el grado de impresión dependerá de la intensidad del dato y del grado de atención y cercanía afectiva con el que yo lo reciba. La atención se asemeja a la luz. Es precisamente el grado de atención y cercanía afectiva lo que solemos englobar en la palabra interés, cuando decimos que algo sí nos interesa o no.

    No hay por qué yo deba poner atención a los datos que no tienen relación con mi vida, con mi trabajo, con mi edad, con mis convicciones actuales. En todo caso lo primero será adquirir el interés: éste generará la atención y no al revés. Hay una enorme relación entre tener mi mente ordenada, vacía, y mi buena memoria; lo mismo entre vivir en mi presente y mi buena memoria; es decir, la memoria adecuada a mi edad y a mi tipo de vida actual.

    Un recurso habitual para adquirir buena memoria es la concentración mental obtenida con el esfuerzo. Nos puede suceder que a pesar de nuestras ansiedades, o tal vez debido a ellas, hayamos adquirido una enorme capacidad de concentración en campos precisos y determinados; como el económico, el científico, el de las adquisiciones de prestigio o el de las injurias recibidas, entre otros. La concentración mental voluntariosa restringe el campo de nuestra atención y, por consiguiente, nos aísla y nos fatiga en exceso.

    La atención forzada es un mal recurso porque, además de cansarnos, genera enorme desatención y desinterés por todo lo que no es el campo preciso sobre el que se enfoca. La fatiga, cuando se prolonga, disminuye más la capacidad de atención, por lo tanto, de memoria.

    Las afirmaciones aquí expresadas serán letra muerta mientras no las confirmemos con la experiencia propia. El uso inadecuado de la memoria para nuestras circunstancias actuales hace que perdamos el tiempo; atendamos menos a las personas con quienes convivimos; nos enfademos al no recordar dónde dejamos las cosas y desaprovechemos lo que leemos; en suma, la ausencia de memoria hace que nos resulte casi imposible sentirnos cercanos a nada.

    La memoria se vuelve inadecuada cuando se polariza por algún desasosiego o ansiedad, llámese prisa, miedo, resentimiento; también cuando nos hemos habituado a racionalizar, porque olvidamos aquellos datos y compromisos que no nos conviene recordar.

    Disfunciones de la memoria.

    La memoria, como cualquier otra de nuestras facultades mentales, puede estar en actividad continua o en una alternancia de actividad útil con receso. Puede estar bajo tensión voluntariosa o tranquila y lúcida.

    Cuando la memoria está en actividad continua y tensa nos agotamos y, paradójicamente, disminuye mucho nuestra capacidad de recordar. Para comprender mejor la necesidad de alternancia (actividad-receso) de las funciones de la memoria y posteriormente también del pensamiento (voluntad y percepción) es esclarecedor el símil de los dientes y las muelas: tenemos la capacidad de masticar, que nos es indispensable.

    Ese instrumental lo usamos cinco o seis veces al día y el resto del tiempo, ya lavado y limpio, queda en receso, cumpliendo únicamente las funciones estéticas y de comunicación. Sería un verdadero desastre si pasáramos el día y parte de la noche masticando. Si se tratara de comer pollo, ¡serían ochenta kilos!

    En resumen: nos irá muy bien si empleamos la memoria conforme la vayamos necesitando, pero será una lástima si pasamos nuestra vida haciéndola funcionar sin descanso. Siempre que un recuerdo se nos impone con insistencia sentimos ansiedad y desorden en nuestra mente y en nuestra vida; por el contrario, si llamamos un recuerdo porque lo requerimos, hay orden en nuestra mente.

    Si la memoria funciona ininterrumpidamente su actividad se polariza y desordena. En esos casos actualizamos lo que nos lastimó o revivimos determinadas actividades egocéntricas. En pocas palabras: vivimos ajenos a nuestro presente.

    Cuando la memoria gobierna nuestra mente, la anomalía se manifiesta como cansancio excesivo y dolor de cabeza. Hay también una manifestación permanente de ese cansancio: vivir en la apatía y el desgano.

    Como cualquier otra de nuestras facultades, la memoria debe estar regida, encausada y orientada por la inteligencia (según la acepción que expresaremos en el Tema 4). La persona que emplea correctamente su inteligencia acaba por caer en la cuenta de que así como la memoria es indispensable, así también su empleo inadecuado es dañino para la salud, la alegría y la cercanía afectiva con todo lo que existe; concretamente para con nuestra familia.

    Soluciones posibles.

    Si a partir de estos datos, y sobre todo de los observados por cada uno respecto de su propia situación, vamos verificando cómo funciona ahora nuestra memoria, cuánto tiempo está activa, cuáles son sus contenidos y qué tan grande es su desorden ―además si es verificación la hacemos cariñosamente― iremos pasando en este campo concreto del conocimiento teórico del ser humano al conocimiento interno propio.

    Si de verdad lo hacemos cariñosamente; es decir, sin estrujarnos y sin regañarnos, advertiremos que en forma más rápida de lo previsto irán cesando las anomalías. El descanso y la paz nos van a decir que vamos por el buen camino.

    ¿Se puede recuperar la memoria perdida?

    Si quisiéramos recuperar las características de la memoria que teníamos hace algunos años sería un desatino. Sería desadaptarnos, porque ahora ya no tenemos el tipo de necesidades y de intereses que teníamos entonces. Lo que sí podemos recuperar es que la memoria ahora sea congruente con nuestras circunstancias. La recuperaremos en la medida en que:

    Liberemos nuestra mente de las ansiedades y los conflictos permanentes que nos agobian. Las ansiedades atrapan nuestra atención y nos impiden advertir, por ejemplo, dónde dejamos las llaves, qué es lo que estamos leyendo y qué es lo que nos dice una persona o cuándo los animales y los seres inanimados nos hablan.

    Vivamos el presente con atención y cercanía afectiva (Tema 3).

    Vayamos aprendiendo a percibir sin interferencias de recuerdos y estados de ánimo que distorsionen lo que percibimos; sólo así tendremos mayor lucidez (Tema 6).

    Aprendamos a emplear la memoria sin necesidad de concentración voluntariosa.

    La recuperación de nuestra memoria adecuada influirá benéficamente en el trabajo profesional, en las tareas de la casa, en muchas lecturas, conversaciones y diversiones. Recuperar nuestra memoria adecuada es una de las fuentes más importantes de serenidad, de gozo y de alegría de vivir.

    Tercera facultad: el pensamiento.

    Con el pensamiento examinamos, analizamos, comparamos y concluimos sobre los datos almacenados en la memoria; con él podemos esclarecer la percepción que, por alguna anomalía, nos quedó borrosa. Con el pensamiento hacemos abstracciones, deducciones, comparaciones y conclusiones.

    Con el pensamiento organizamos los datos y las palabras para poder hablar y entender lo que otras personas dicen. Él es parte del motor de la investigación, del trabajo científico y del progreso en todos los campos; si el pensamiento trabaja con los datos almacenados en la memoria, es una facultad del pasado, así sea un pasado instantáneo.

    En síntesis, hay un campo muy amplio en el cual el pensamiento es indispensable. Demos a este término todo su valor, de lo contrario muchas de las afirmaciones de este libro parecerán engañosas.

    Posibles disfunciones del pensamiento.

    Como cualquier otra de las facultades mentales, es común emplear el pensamiento para lo que no sirve. En la medida en que, por costumbre, inadvertencia o ligereza empleamos mal el pensamiento, nos dañamos porque disminuimos su efectividad y bloqueamos las otras facultades; es decir, nos aislamos y perdemos la alegría de vivir. Perder la efectividad de nuestro pensamiento es hacernos un mal grave.

    El mal uso del pensamiento nos daña cuando lo empleamos:

    Como análisis sobrexpuesto.

    Como racionalización.

    Como interferencia en la percepción-comprensión.

    Lo trágico en el caso del pensamiento es que, en ocasiones, lo empleamos mucho más tiempo y con mayor intensidad para lo que no sirve, más que dentro de los bellos campos que le son propios y específicos; y que quedaron enumerados al inicio de este tema. Esto nos ha dañado mucho porque bloquea nuestra atención, nos cansa y deteriora el funcionamiento de nuestra mente.

    En la medida en que nos volvamos lúcidos para ir descubriendo lo que realmente sucede en nuestra mente, caeremos en la cuenta de que el abuso que hacemos del pensamiento es una de las mayores anomalías de nuestro vivir. La experiencia nos hará ver que, conforme vayamos logrando que nuestro pensamiento se quede con las actividades que sí le corresponden, funcionará mejor.

    El análisis sobreexpuesto.

    Una fotografía se sobrexpone cuando se le da más tiempo del que requiere. Si el tiempo de exposición es demasiado, la foto se pone negra; se echa a perder.

    La sobreexposición no es señal de cuidado, es señal de descuido, de inadvertencia; es señal de mal uso, de falta de conocimiento y de experiencia. La sobreexposición nunca beneficia, siempre daña.

    Veamos algunos ejemplos:

    En México se venden manzanas importadas. Hace un año lo supe, lo reflexioné y concluí que es un hecho absurdo que no debería de ser. Desde entonces no he tenido nuevos datos que modifiquen mi apreciación; sin embargo, cada mañana, mientras pelo mi manzana, renuevo mi razonamiento sobre el asunto. Debido a que mi esposa ya no quiere oírme hablar al respecto, tengo que reflexionar en silencio, mientras me como la manzana. Obviamente mi raciocinio me cansa y aparta un poco de mi esposa.

    Desde hace tres años caí en la cuenta de que mi nuera es estúpida y poco cariñosa con mi hijo. Al principio esto lo pensaba cada semana, a partir de las reuniones familiares, después lo pensaba diez veces al día; ahora es para mí una obsesión y un dolor de cabeza continuo que me distancia de todo y de todos; también, por supuesto, de mi hijo.

    No sé qué hacer para que mi hija estudie lo suficiente y se porte bien. Ya lo pensé y consulté diez veces. No se me ocurre nada diferente a lo que he dicho; sin embargo, cada vez que la veo analizo de nuevo cómo podré hacer que cambie. Noto que rehúye platicar conmigo.

    Mi hijo se cayó de un árbol. Mi esposo es alcohólico. Mi madre es muy absorbente. Tengo un carácter imposible…

    No tiene caso multiplicar los ejemplos; todos tenemos los propios. En general son problemas no resueltos o que no tienen solución, ya sea porque la solución no depende de mí o porque no puedo o no quiero aceptar que efectivamente depende de mí. Son hechos que se me imponen y que no logro aceptar. Pueden referirse a situaciones laborales o familiares, a comportamientos propios o ajenos, a situaciones políticas o de salud. A cuestiones importantes o nimias.

    El ingrediente común en todos los ejemplos es: tal o cual situación o evento ya lo pensamos una y otra vez; si el asunto lo amerita, ya leímos y hasta consultamos sobre él. A partir de aquí empieza la sobreexposición. Por lo tanto, la sobreexposición consiste en darle vueltas y vueltas, sin fin, a los razonamientos ya hechos y a las conclusiones ya elaboradas, a los enunciados ya vistos y a los hechos ya analizados.

    El pensamiento, bien empleado, sirve para esclarecer, para aportar luz, para aportar soluciones. La sobreexposición ya no aporta ni luz ni soluciones; con ella lo único que logramos es embotarnos, a veces enfermamos y, en resumen, volvernos menos capaces para encontrar la solución verdadera o aceptar el hecho ineludible. Es horrible, pero un día hay que llegar a admitir que esta anomalía es antipensamiento.

    Por falta de información y de autobservación no solemos advertir que, siendo limitada la energía mental de la que disponemos, si la empleamos en recordar y analizar sin fin ya no quedará casi nada para otras operaciones mentales; por lo tanto, no podremos atender cabalmente a las personas ni hacer bien nuestro trabajo profesional ni leer bien ni escribir bien ni cocinar bien ni pensar bien. El pensamiento se dañó a sí mismo.

    Si agotamos nuestra energía mental tendremos que esperar a que se reponga. Esto sucederá en cuanto dejemos de pensar o de soñar, si es que podemos dormir bien. Cuando el desgaste de nuestra energía mental es continuo, llegamos a vivir cansados, con gran desánimo y mal humor.

    Siempre que sobreexponemos lo hacemos sobre un recuerdo. El hecho recordado y los sucesivos e interminables análisis atraen nuestra atención y nos impiden advertir lo que hacemos y los pendientes que tenemos; esta polarización absurda de nuestra atención nos genera mala memoria; y seguirá siendo mala mientras no corrijamos la causa.

    Hay un último dato importante y de experiencia cotidiana: nadie, con ningún argumento, podrá convencernos de que no tenemos razón al pensar una y otra vez en nuestros problemas; porque no hacerlo nos parece desamor, descuido, negligencia. Si alguien nos pide que dejemos de darle vueltas y vueltas al mismo asunto o problema sentimos que nos agrade, o que no nos es posible realizarlo.

    La única manera de ir saliendo de este embrollo es emprender un proceso largo que, por el sistema que se adapte a las circunstancias personales, conduzca a la comprensión de la propia mente.

    El pensamiento como racionalización.

    Aquí y ahora vamos a entender por racionalizar al proceso mental por medio del cual nos engañamos hasta convencernos de que aquello que según nuestra propia ética era indebido, ya no lo es; aquello que nos era dañino ya no lo es. Obviamente el engaño se da cuando lo que racionalizamos sí sigue siendo indebido y dañino para nosotros o para los demás.

    El pensamiento es una facultad nobilísima que tenemos para reconocer la verdad y ahondar en ella. En este proceso lo inducimos a que nos oculte la verdad que sí está a nuestro alcance; con la que, de hecho, hemos convivido en otras ocasiones y circunstancias.

    En resumen: racionalizar es volver razonable para mí ahora, lo que también para mí era absurdo el día de ayer; al grado de que la misma acción hecha por otro me sigue pareciendo absurda, pero hecha por mí me parece normal, tal vez hasta muestra de amor.

    Veamos algunos ejemplos:

    Me gusta mucho comer y como más de lo que necesito. Racionalizo y me persuado de que comer bien es indispensable para mi salud, por lo que concluyo, además, que lo que como no es mucho. La racionalización me oculta el daño que me estoy haciendo y la cuantía de mi comida.

    Deseo tener un estatus económico alto y hacerme rico a como dé lugar. Para lograrlo trabajo muchas horas diarias y hago cuantos negocios sucios me sea posible sin correr grandes riesgos. Racionalizo y me persuado de que trabajo así por el bien de mi esposa y de mis hijos, a quienes amo mucho. La racionalización me oculta el daño que le estoy haciendo a mi familia, que me estoy haciendo a mí mismo y a las demás personas.

    Pasamos el día y parte de la noche dándole vueltas y más vueltas a los problemas de nuestros hijos. Sentimos que esto nos daña. Racionalizamos y concluimos que así, y sólo así, se expresa el verdadero amor.

    No puedo admitir que necesito seguir ordenándoles a mis hijos y racionalizo hasta que encuentro que lo hago por el gran amor que les tengo. Origino conflictos y concluyo que éstos se deben a que mis hijos están desorientados.

    En síntesis: para ocultar la verdad que no queremos admitir y para realizar la acción que, por nuestra ética no podemos aprobar, racionalizamos hasta que la verdad deje de ser verdad y el mal se convierta en bien.

    En el aspecto que venimos tratando, nuestra cultura nos ha condicionado de tal manera que aceptamos como verdad indubitable que todo lo bueno y noble emana del pensamiento, por eso hemos acuñado frases como éstas:

    Para hacer ver que una persona es buena, decimos que es razonable.

    Para hacer ver que los bienes se emplean de forma correcta, decimos que se racionalizan.

    El contenido real de estas frases, en algunos casos puede ser desastroso; sin duda Hitler y su equipo pensaban que era razonable exterminar a los judíos y a otras minorías étnicas, o sociales como los homosexuales. Hay fábricas y otras empresas en las que se racionalizan los recursos pagándoles a los obreros lo menos posible para que el dueño gane lo más posible.

    Los egoístas sentimos que somos razonables

    en lo que hacemos y omitimos.

    El pensamiento como interferencia en la percepción.

    Por efecto de nuestra cultura tenemos introyectado un enorme catálogo de lo que es bueno y de lo que es malo; de lo que es feo y de lo que es bonito, de lo que es útil, de lo que es inútil, de lo que es mucho y de lo que es poco.

    Este catálogo tiene variantes de consideración en las personas de diferentes razas y estratos sociales; las variantes son detectables incluso entre hombres y mujeres. Se especifica en cada uno. El catálogo introyectado es parte de lo que se conoce como condicionamientos propios. Cada uno tiene los suyos. Es extremadamente difícil caer en la cuenta de esa manera tan nuestra de ver las realidades internas y externas a nosotros.

    Tal vez exagerando podemos decir que hasta ahora la manera habitual, y casi única (en esto consiste la exageración), de aproximarnos a nuestras realidades internas y externas a nosotros ha sido así: un dato, interno o externo, nos impacta y a partir de ese instante, en lugar de dejarlo que repose y nos diga lo que realmente tiene que decirnos, aplicamos sobre él nuestro pensamiento cargado de condicionamientos y lo catalogamos como bueno-malo, feo-bonito, útil-inútil.

    Con ello damos por terminado el proceso cognitivo propiamente dicho y proseguimos con nuestra tarea de razonar, comparar y concluir. Si fuéramos perspicaces advertiríamos que la inmensa mayoría de nuestras conclusiones se asemejan tanto que son casi las mismas: es obvio que si el pensamiento bloquea la percepción, anulará nuestra capacidad de comprensión.

    Caminos de solución para el empleo correcto del pensamiento.

    Dado que la sobreexposición y la racionalización nos obligan a permanecer en el engaño, la manera de salir tiene que ser la verdad, que en este caso es nuestra realidad, lo que somos, lo que nos sucede; así sea o nos parezca desagradable. Lo que realmente somos se hace verdad cuando nos damos cuenta de ello y lo aceptamos.

    La verdad es que tenemos comportamientos habituales que nos gustan y queremos seguir teniéndolos como: comer mucho, dominar a los demás, sobresalir, depender, adquirir dinero, autoridad o prestigio a como dé lugar. Si procedemos de esta manera, la verdad es que estamos fuertemente condicionados y que somos codiciosos (las codicias se tratan en el Tema 7).

    Sin advertirlo, hemos ido tomando como pauta de nuestro vivir, hacer lo que nos causa placer y rehuir lo que nos desagrada e incómoda. Aceptamos las molestias y aun el sufrimiento cuando son condiciones para obtener lo que buscamos codiciosamente, pero dejamos de aceptarlo cuando son consecuencia de circunstancias que se nos imponen o de nuestras limitaciones y de las personas con quienes convivimos.

    El pensamiento no puede ir contra sí mismo, no puede descubrir su propio engaño, por lo tanto necesitamos una vía alterna que sólo es posible en la medida en que logremos no sólo percibir, sino comprender nuestra situación.

    Terminamos con un texto admirable de Tomás de Aquino:

    La comprensión y el raciocinio difieren en el modo de conocer; porque, en efecto, la comprensión conoce penetrando simplemente, en cambio el raciocinio lo hace por deducción: comparando.

    La certeza del raciocinio proviene de la comprensión. El que se requiera el raciocinio es una consecuencia de no emplear bien la comprensión.

    El conocimiento raciocinado se origina en la deficiencia del conocimiento comprensivo. Es patente que el raciocinio es una forma imperfecta de la facultad de penetrar, de comprender.

    Caminos largos para ordenar la mente.

    No es posible que por autodecreto, o porque alguien nos lo aconseja o trata de imponérnoslo, en poco tiempo pasemos de tener la mente desordenada a tenerla ordenada.

    Para llegar a ordenar nuestra mente no hay que poner algo ni adquirir algo: al contrario, hay que ir quitando poco a poco los ruidos de la mente. En concreto: hay que ir quitando la sobreexposición, la racionalización, los condicionamientos con sus consiguientes prejuicios y preconclusiones.

    El deterioro de la mente.

    Solemos ser conscientes de las disfunciones o enfermedades orgánicas y no advertimos, con la misma atención, las anomalías de nuestra mente. En el anhelo innato de vivir en paz y alegres, nuestra mente juega un papel decisivo.

    Entre la mente y el organismo hay interacciones imposibles de separar, pero aquí no tenemos elementos para referirnos a las anomalías que se originan en la mente por problemas genéticos, traumatismos, carencia de sustancias necesarias o atrofias de las arterias, entre otros que pertenecen al campo de la medicina.

    En consecuencia, nos referimos exclusivamente a los problemas que se originan tanto por el abuso en el empleo de las facultades mentales como por el hecho de no ejercitarlas.

    El deterioro de nuestra mente al que nos referimos aquí se manifiesta con estos síntomas:

    Imprecisión y falta de memoria, en especial en los datos recientes.

    Incapacidad para reflexionar, analizar, concluir bien.

    Voluntarismo.

    Dolores de cabeza.

    Fatiga crónica, apatía.

    Falta de sentido en la vida.

    Pesimismo, ansiedad; hipersensibilidad a las contrariedades.

    Muchos miedos.

    Los malestares, concretamente el dolor de cabeza, disminuyen e incluso cesan por completo

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