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Los empeños de una casa.: Actores y redes en los inicios de El Colegio de México 1940-1950
Los empeños de una casa.: Actores y redes en los inicios de El Colegio de México 1940-1950
Los empeños de una casa.: Actores y redes en los inicios de El Colegio de México 1940-1950
Libro electrónico773 páginas7 horas

Los empeños de una casa.: Actores y redes en los inicios de El Colegio de México 1940-1950

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Conmemorar 75 años de El Colegio de México no constituye un logro menor, pero esta efeméride no basta para justificar un recuento de los triunfos alcanzados. Lejos de sucumbir a las trampas de la autocomplacencia, en estas páginas se busca establecer un diálogo crítico con su historia, así como aprobar elementos de inteligibilidad que promuevan un
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 jul 2019
Los empeños de una casa.: Actores y redes en los inicios de El Colegio de México 1940-1950

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    Los empeños de una casa. - Aurelia Valero Pie

    Primera edición, 2015

    Primera edición electrónica, 2016

    D. R. © El Colegio de México, A.C.

    Camino al Ajusco 20

    Pedregal de Santa Teresa

    10740 México, D. F.

    www.colmex.mx

    ISBN (versión impresa) 978-607-462-835-7

    ISBN (versión electrónica) 978-607-462-954-5

    Libro electrónico realizado por Pixelee

    ÍNDICE

    PORTADA

    PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL

    INTRODUCCIÓN. Aurelia Valero Pie

    AQUESTA NOCHE HA FIADO DE MÍ

    TODO SU CUIDADO

    ALFONSO REYES Y LA CASA DE ESPAÑA EN MÉXICO. Javier Garciadiego

    Pagar una deuda

    La maraña

    Literatura en medio del gran cúmulo de trabajo

    Cambiar a fondo y persistir

    DON DANIEL, SU MÉXICO Y SU COLEGIO DE MÉXICO. Lorenzo Meyer

    Para saber es necesario herir

    Adquiriendo experiencia, preparando el terreno

    La Coyuntura

    1940 o el Arranque de una nueva etapa y de nuevas empresas

    Conclusión

    CONMUTÉ EL TIEMPO, INDUSTRIOSA,

    A LO INTENSO DEL TRABAJO

    EL TIEMPO ESPAÑOL DE SILVIO ZAVALA: LA VOCACIÓN. NOTAS SOBRE UN DIÁLOGO EPISTOLAR (1934). Andrés Lira

    Advertencia

    Tiempo español: la vocación

    AGUSTÍN MILLARES CARLO Y SUS REGISTROS BIBLIOGRÁFICOS EN ESPAÑA PEREGRINA: MAESTRO EN EL ARTE DE DESCUBRIR INFORMACIÓN SOBRE LOS LIBROS. Alberto Enríquez Perea

    JOSÉ MIRANDA Y SU PASO POR LA HISTORIOGRAFÍA MEXICANA. Bernardo García Martínez

    EL LEGADO DE RAMÓN IGLESIA. Álvaro Matute

    I

    II

    III

    Epílogo

    JOSÉ MARÍA MIQUEL I VERGÉS. Virginia Guedea

    VERÉIS AQUÍ CÓMO ES EL MUNDO

    LOS UNIVERSOS TEXTUALES DE JOSÉ MEDINA ECHAVARRÍA EN MÉXICO: LA COLECCIÓN DE SOCIOLOGÍA DEL FCE Y LA COLECCIÓN JORNADAS. Laura Angélica Moya López

    La Colección de Sociología del Fondo de Cultura Económica, 1939-1946

    La Colección Jornadas del Centro de Estudios Sociales, 1943-1946

    Breve recuento de un debate perdido en Jornadas: Las causas humanas de la guerra de Antonio Caso

    Reflexiones finales

    LUIS RECASÉNS SICHES UN PUENTE ENTRE CULTURAS. Eva Elizabeth Martínez Chávez

    Fuera de España antes del exilio: las estancias en el extranjero

    Recaséns Siches en el exilio

    A propósito de una obra prologada

    AUNQUE ES GRANDE OCIOSIDAD, VIENE A DECIR LA VERDAD

    AMOR Y SENTIDO: JOSÉ GAOS Y UNA TEORÍA DE LOS AFECTOS PARA LA HISTORIA. Luis Arturo Torres

    Exordio

    La circunstancia

    El concepto en la historia

    LA SENDA CLARA DE JOAQUÍN XIRAU. Antolín Sánchez Cuervo

    JOAN ROURA-PARELLA LÓGICA HISTÓRICA DE UNA TRAYECTORIA INTELECTUAL. Alejandro Estrella

    Planteamiento del problema

    Madrid: ethos krausista y pedagogía

    Berlín: filosofía y psicología

    Barcelona: la posición de Roura en las redes intelectuales

    APORTACIÓN HISTORICISTA A LA CULTURA CONTEMPORÁNEA (EUGENIO ÍMAZ). Iñaki Adúriz Oyarbide

    Introducción: rehabilitación de un filósofo

    Su paso por El Colegio

    Un contexto historicista

    Los ecos historicistas de su voz

    Historicismo humanista

    LA IMPORTANCIA DE SER FILÓSOFO: JUAN DAVID GARCÍA BACCA EN EL COLEGIO DE MÉXICO. Aurelia Valero Pie

    LEOPOLDO ZEA: HISTORIA Y MESTIZAJE EN LA FILOSOFÍA DE LO MEXICANO. Ana Santos Ruiz

    JUAN HERNÁNDEZ LUNA. Diana Roselly Pérez Gerardo

    Becario de La Casa de España

    Estudiante, editor y funcionario

    Juan Hernández Luna y la Historia de las ideas

    ¿Por qué abandona Morelia en 1940?

    VERÁS DE SU ETERNO ALCÁZAR FUGITIVAS LAS ESTRELLAS

    LA PLUMA Y EL PLUMERO APUNTES SOBRE LA VIDA DE ADOLFO SALAZAR. Luis de Pablo Hammeken

    JESÚS BAL Y GAY: SUS ACTIVIDADES EN EL COLEGIO DE MÉXICO O LA PÉRDIDA DEL ESPÍRITU DE LA CASA. Carlos Villanueva

    Bal en la lista de Daniel Cosío

    Integración de Bal en La Casa de España

    Trabajos en paralelo

    Polémica del primer libro

    El Cancionero de Uppsala

    JUAN DE LA ENCINA (1883-1963) Y EL COLEGIO DE MÉXICO. Miriam Alzuri

    Esto parece Madrid y el Café Regina

    Primeras actividades y proyectos en México

    Incorporación a la Facultad de Filosofía y Letras

    En la Escuela de Arquitectura de la UNAM

    ENRIQUE DÍEZ-CANEDO EN MÉXICO: DEL ENCUENTRO A LA RENOVACIÓN. María José Ramos de Hoyos

    JOSÉ MORENO VILLA. Rebeca Saavedra Arias

    ARGENTINA-MÉXICO-ESTADOS UNIDOS EL QUINQUENIO DECISIVO DE RAIMUNDO LIDA (1947-1952). Miranda Lida

    Introducción

    Gloria y ocaso del Instituto de Filología de Buenos Aires

    Sevilla 30, Distrito Federal

    Última estación: Harvard, Massachusetts

    LA CAUSA NO INQUIERO DE COSAS QUE NO ME TOCAN

    UNA GENERACIÓN PERDIDA Y UNA OPORTUNIDAD APROVECHADA. ANTONIO MADINAVEITIA Y EL EXILIO CIENTÍFICO REPUBLICANO EN MÉXICO. José María López Sánchez

    La generación perdida

    La oportunidad aprovechada

    Ciencia y política

    JOSÉ GIRAL PEREIRA (1879-1962) Y EL COLEGIO DE MÉXICO. Francisco Javier Puerto Sarmiento

    Giral y La Casa de España

    La llegada a México de la familia Giral

    Giral y el Colegio de México: aspectos contractuales.

    Actividad investigadora durante su relación con El Colegio de México: los discípulos destacados

    Actividad investigadora durante su relación con El Colegio de México: los temas.

    La despedida

    SIGLAS Y REFERENCIAS

    LOS AUTORES

    COLOFÓN

    CONTRAPORTADA

    INTRODUCCIÓN

    ¿Cuál es el sentido de volver sobre los pasos de una institución, cuyos grandes ejes y numerosos pormenores ya han sido objeto de una cuidadosa e ininterrumpida atención?[1] En un país donde, según Daniel Cosío Villegas, toda empresa cultural o educativa es una aventura,[2] conmemorar los 75 años de El Colegio de México no constituye un logro menor, pero esta efeméride no basta para justificar un recuento de los triunfos alcanzados. Tampoco debe servir como una excusa para reconfortarse en la nostalgia del recuerdo ni, mucho menos, para entregarse a la vana exaltación de un pasado ilustre. Lejos de sucumbir a las trampas de la autocomplacencia, en estas páginas se busca establecer un diálogo crítico con su historia, así como aportar elementos de inteligibilidad que promuevan un mayor conocimiento y un esfuerzo renovado por ampliar sus perspectivas de estudio. No puede ser de otra forma, si se considera que ninguna institución sustantiva es reducible a unas cuantas fechas, personas o lugares; igualmente imprescindibles son las construcciones de sentido que regulan las prácticas en común, imprimen un significado a la acción y ofrecen un marco de continuidad a cierta identidad colectiva. Desde esta óptica, su permanencia en parte depende de la capacidad para actualizar discursos y representaciones, de tal modo que conserven su pertinencia y significatividad ante las exigencias del día. Ello se debe, en palabras de Anthony Giddens, a que la ‘integridad’ de la tradición se deriva no del mero hecho de la persistencia a lo largo del tiempo, sino del ‘trabajo’ continuado de interpretación que se lleva a cabo para identificar los vínculos que unen el presente y el pasado.[3]

    Ahora bien, ¿cómo reexaminar los orígenes de El Colegio de México, sin por ello suscribir la idea de un mito fundacional? ¿Cuál vía elegir para convertir su historia en un tema de análisis y reflexión, una historia capaz de interpelarnos, de hacer significativa la experiencia pretérita e, incluso, de contribuir a proyectarnos al futuro? Sin ser la única al alcance, una manera de contrarrestar las inercias y el anquilosamiento del ayer podría consistir en concebir ese legado, así sea tan sólo desde un punto de vista operativo y conceptual, como un lugar de memoria en la acepción que Pierre Nora prestó a la expresión, esto es, como sitios cerrados sobre sí mismos, concentrados en su propio nombre, pero siempre abiertos al espectro completo de sus posibles significados. Al tomar por objeto de estudio, no un acontecer inerte, sino un pasado todavía presente, los lieux de mémoire permitirían conciliar la exigencia del recuerdo y la razón historiográfica, el imperativo del cambio y la necesidad de permanencia. Más aún, en la medida en que se erigen como centros de confluencia entre diversos discursos, sean éstos conflictivos o no, aquéllos encerrarían, en opinión de Nora, el potencial de transformar el criticismo histórico en historia crítica.[4] Estaríamos de este modo en condiciones de observar, no sólo qué se rememora y por qué motivos; bajo la lente aparecerían también algunas franjas de sombra y los contornos del olvido. Nuevas explicaciones surgirían así en el horizonte.

    En este intento por repensar un relato, quizás no sobre recordar que en el nacimiento de El Colegio de México se encuentra el apremio de reinventarse a sí mismo, es decir, de responder a las olas del cambio y de subsanar un error de diseño institucional. Así lo juzgaba al menos Alfonso Reyes, para quien La Casa de España en México, antecedente inmediato de El Colegio, adolecía de una terrible fragilidad arquitectónica. Ésta radicaba en carecer de recursos propios y, por esa razón, en subsistir por gracia de quien a la sazón ocupara el Poder Ejecutivo nacional. Nada de ello hubiera sucedido, se lamentaba el escritor, de haberse adoptado la propuesta que en 1938 él mismo formuló y que consistía en fundar el centro de investigaciones que entonces proyectaba bajo la figura de un fideicomiso. Los réditos obtenidos a partir de un capital inicial hubieran cubierto los principales gastos de la institución, asegurando tanto la independencia laboral como su viabilidad financiera.[5] Sin embargo, una comisión de 9 meses en Brasil, conducida para romper el embargo petrolero impuesto a nuestro país, dio al traste con la iniciativa, al determinar que el memorándum quedara pendiente, sin llegar, tal como estaba previsto, a manos del presidente Lázaro Cárdenas. Durante esa ausencia, deploraba en retrospectiva aquel inusual gestor, Eduardo Suárez, Ed[uardo] Villaseñor y Daniel Cosío V[illegas] lo echaron a perder y convirtieron en la nebulosa de la Casa de España que yo tuve que venir otra vez a resolver por comienzos de 1939, al fin convirtiéndolo en El Colegio de México.[6]

    Aunque resulta imposible saber si el proyecto de Reyes hubiera prosperado, lo cierto es que muy pronto se hizo evidente la urgencia de emprender un proceso de reforma. El triunfo del ejército franquista, aunado al reciente estallido de la Segunda Guerra Mundial, disipó la esperanza de que no tardaría en restablecerse el orden y la legalidad en España y que, ante la perspectiva de un seguro retorno, el asilo a los republicanos refugiados sería un recurso tan sólo temporal. Ofrecer las condiciones propicias para que el breve tránsito se convirtiera en una estadía prolongada fue, por lo tanto, el propósito que guió aquella refundación, cuyo régimen jurídico quedó registrado en escritura pública el 8 de octubre de 1940. En virtud de sus respectivos méritos, al frente de la flamante asociación civil continuó el propio Reyes y, salvo por alguna intermitencia, a lo largo de la década Cosío Villegas desempeñó el papel de secretario. La experiencia acumulada en años anteriores apareció igualmente reflejada en las nuevas ordenanzas, como al especificar que la transformación de nuestra institución tiene por fin concederle autonomía de acción y vincularla lo más íntimamente a los intereses nacionales dando cabida a elementos de nuestro país.[7] Denominarla en adelante El Colegio de México constituyó un primer paso en este sentido, pero no fue todo. También se amplió su lista de integrantes a profesores y estudiantes oriundos de distintas latitudes, buscando así alcanzar aquella universalidad que es tan característica de toda obra intelectual mexicana.[8]

    No sólo en términos dialécticos lo particular es una condición para alcanzar lo universal; igualmente imperativa fue, en este caso, la coyuntura concreta, misma que exigía una vuelta a los bienes y valores patrios. Así lo habían mostrado las invectivas lanzadas contra La Casa de España, en una furiosa campaña periodística que pretendía denunciar la situación de privilegio que el gobierno cardenista ofrecía, en detrimento de los nuestros, a los visitantes de ultramar.[9] A ello se sumaba ese temible sentido de lo propio que poco a poco se apoderaba de los establecimientos de educación superior y de alta cultura en el país. Tal vez previendo el cúmulo de intelectuales que los enfrentamientos en Europa arrojarían a nuestras costas, desde diciembre de 1938 la Universidad Nacional reservó, en su Estatuto General, el desempeño de todo puesto directivo a los mexicanos por nacimiento.[10] Idéntico criterio reguló, al menos en un inicio, el ingreso al Colegio Nacional, fundado un lustro más tarde.[11] Provisto de un bien calibrado termómetro, Reyes había procurado prevenir riesgos y evitar que el calor nacionalista encendiera la hoguera de la xenofobia. Además de colocar el centro a su cargo bajo el amparo del lábaro patrio, con aquel fin envió una carta al rector Gustavo Baz, solicitando que los miembros de La Casa de España limitaran sus funciones en la UNAM al ejercicio didáctico, siendo indispensable que dichos profesores se abstengan de toda injerencia, así como discusión de asuntos interiores en las juntas universitarias, proposición de [catedráticos], etcétera.[12]

    Aunque no exentas de dureza, las medidas apenas parecen excesivas, sobre todo si se considera el acre rechazo del que fueron víctima los recién llegados por parte de una masa de opinión reaccionaria, mucho más virulenta de lo que allá se supone, escribía Alfonso Reyes a un corresponsal en Argentina.[13] Al lado de su procedencia extranjera, contra ellos se hacían pesar ciertos estigmas ideológicos y, más en concreto, la sospecha de una ciega adhesión a los designios soviéticos. De poco ayudaba que se reiterara, una y otra vez, que nada tenemos que ver con la política ni los problemas de los refugiados e inmigrantes,[14] cuando, desde las columnas de la prensa, no cesaba de aludirse a los rojos españoles que desembarcaban con la hoz y el martillo como único equipaje. De ahí que, al acercarse el final de la década, explicó el presidente de la institución,

    parecía lo más recomendable el transformar La Casa, dándole todavía una mayor eficiencia respecto a nuestro país, mayor elasticidad administrativa y posibilidades nuevas de acudir al servicio de los mexicanos, así como de otros extranjeros no españoles que interesaran a nuestros fines. Convenía también darle un nuevo nombre, El Colegio de México, que correspondiera a estos fines y evitara confusiones con el mero refugio político que había sido en sus orígenes.[15]

    Con esos antecedentes a la vista es posible comprender por qué, para su sucesor directo en el entramado institucional, La Casa de España representó a la vez un timbre de orgullo y un obstáculo por superar: mientras que su alta labor científica suministró la principal fuente de legitimidad, la savia histórica inserta en sus raíces debía quedar a varios metros bajo el suelo, al menos en tanto amainaban los vientos.

    Al hacer a un lado las consideraciones relativas a las circunstancias, El Colegio de México se insertaba, por una mezcla de necesidad y virtud, en el proceso de profesionalización educativa que se intensificó en nuestro país a partir de la década de 1940. La reforma a la Ley Orgánica de la UNAM y el establecimiento del profesorado de carrera, aprobado en los últimos meses de 1943, revisado y puesto en vigor dos años después, constituyeron algunos de los pasos más contundentes en esa dirección. Si bien de modo más discreto, La Casa de España brindó en su momento un significativo modelo, al ofrecer a sus miembros la posibilidad de ejercer la investigación y la docencia de manera exclusiva, al tiempo que estableció unas cuantas becas para sus alumnos destacados. En ese sentido, admitió en retrospectiva José Gaos, los afortunados beneficiarios de esas medidas fueron unos privilegiados, debido a que por esas fechas,

    mientras que ni un Don Antonio Caso recibía un sueldo del que pudiera exclusivamente vivir, nosotros recibimos un sueldo con el que pudimos hacerlo; es decir: nosotros fuimos los primeros profesores universitarios de carrera o de tiempo completo, años antes de que se fundara la institución para los mexicanos –y para los españoles, pues desde que se fundó se nos ofrecieron y concedieron las plazas en los mismos términos y números que a los mexicanos.[16]

    A la vez índice y factor de las transformaciones que se asomaban ya en el horizonte, El Colegio de México prestó continuidad a dichas disposiciones, en parte promovidas por la fuerza de una herencia, esto es, compromisos no ya de carácter jurídico sino moral. No obstante, de igual o mayor peso que los valores compartidos fue la conciencia de que, en consonancia con las exigencias científicas propias de los tiempos nuevos, su legitimidad y subsistencia descansaban sobre las posibles contribuciones en el orden del saber. Se entiende así que, al justificar tanto su composición interna como sus prácticas colectivas ante alguna fundación extranjera, las autoridades de aquella institución adujeran que no bastaba la calidad de refugiado político español para pertenecer a ella, sino que era menester, antes que nada, ser un intelectual verdadero y estar dispuesto a consagrarse exclusivamente al trabajo académico.[17]

    Si la progresiva especialización en los diversos campos del conocimiento sugirió los parámetros que regirían este joven centro de estudios, con aquellas medidas también las finanzas alcanzaron cierto punto de equilibrio. Al concluir el régimen cardenista, en efecto, habían igualmente terminado los días en que abundaban las facilidades y en que más de un secretario de Estado se comportaba hecho una miel.[18] Por consiguiente, la estrechez presupuestaria obligó a que las autoridades de El Colegio seleccionaran con cada vez más escrúpulo y rigor su personal, conservando sólo a aquellas personas que, además de ser probadamente eficaces en su trabajo, tienen por única actividad la enseñanza o la investigación científica.[19] En la práctica, ello significó prescindir de algunos miembros de su antiguo personal, se tratara de quienes, como Gonzalo R. Lafora, ofrecían sus servicios profesionales en el sector privado, de políticos y funcionarios incorporados por presiones del gobierno federal, o de quienes no habían cumplido con sus compromisos en la agenda. Entre estos últimos figuraba Juan José Domenchina, cuya temporal agrafia determinó que su contrato no sobreviviera al tránsito entre una y otra entidad educativa. Tres años de guerra desgraciada, de toda clase de desdichas, etc. –escribía en su favor un amigo–, no pueden pasar sin dejar mella en un espíritu sensible. Luego, la salida en malas condiciones, con 6 de familia, y sin un porvenir definido completaron el estrago.[20] En vista de que en meses recientes su ánimo había experimentado una notable mejoría, con los consecuentes y renovados bríos en el trabajo, se solicitaba una segunda oportunidad para que el poeta demostrara la extensión de su valía. Según el tan puntual como inclemente reloj de la economía, ya era, sin embargo, demasiado tarde para recuperar las horas perdidas.

    Aunque por diferentes motivos, otro tanto sucedió con varios miembros de la otrora Casa de España, desvinculados poco a poco de El Colegio a raíz de la mencionada restructuración institucional. Junto con la posibilidad de garantizar un campo de trabajo propio, el régimen de ayuno al que este establecimiento se vio confinado impuso dejar de lado los rubros de índole más científica que promovió en un inicio, se tratara de la física, la histología o la farmacéutica.[21] No sin ciertos forcejeos, suscitados por una insolvencia monetaria análoga, la UNAM terminó por aceptar el sostenimiento por cuenta propia tanto del Laboratorio de Estudios Médicos y Biológicos como del Laboratorio de Química que La Casa de España había puesto a su disposición. Con menor fortuna corrieron las gestiones para que la Universidad sufragara igualmente los honorarios de los profesores que se facilitaban a sus distintas Facultades, tan solicitados que para 1947, estimaba Alfonso Reyes, sólo por el concepto de las cátedras y servicios que le hemos prestado durante varios años nos debería ya más de un millón de pesos. Entre malabarismos contables, fue así –explicó este último por carta al presidente Miguel Alemán– como se había pasado de una etapa en que queríamos abarcarlo todo a una un tanto más modesta, caracterizada por el cultivo preferente de las humanidades, en sus distintas expresiones. Ello había implicado reducir el espectro de disciplinas a las Letras y Artes, Ciencias Sociales, Filosofía e Historia, porque cuestan menos y están más al alcance de nuestros recursos y personales especialidades.[22]

    No todo fueron limitantes en ese paso a un nuevo sistema de estudio y de enseñanza. La experiencia había mostrado que mantener un grupo restringido de estudiantes, dedicados a la investigación inmediata bajo la estrecha asesoría de un profesional en la materia, contribuía a llenar ese abismo que hay en los hábitos educacionales de nuestros países entre la cultura teórica y la aplicación práctica ulterior.[23] El número y la calidad de los libros publicados en unos cuantos años demostraba el acierto que regía esos preceptos, al igual que también lo hacían las revistas científicas que paulatinamente se habían puesto a circular.[24] Por si fuera poco, la relativa flexibilidad administrativa permitió someter a prueba algunos ejercicios académicos, como aquellos que en enero de 1943 plantearon tres de sus principales miembros. Con esa fecha, Silvio Zavala, José Gaos y José Medina Echavarría sugirieron una serie de mociones concebidas para prestar mayor eficacia a los trabajos, contribuir a la definición interna y exterior de ciertas fases de la institución, vigorizar la presencia del Colegio ante el público general y ensayar ciertas formas de trabajo colectivo.[25] Repartir labores, creando comisiones ex profeso, figura entre sus propuestas centrales, si bien un mayor atractivo encerraba la idea de ofrecer espacios que propiciaran el diálogo entre disciplinas. Síntoma del espíritu de colaboración que se hacía entonces vigente fue la presteza con que se adoptó al menos una parte del proyecto; la evidencia radica en la apertura, seis meses más tarde, de un Seminario sobre la Guerra, a cuyas sesiones acudieron especialistas de distintas áreas del saber. La puntualidad con que, entre otros, sociólogos, historiadores, economistas y filósofos analizaron las consecuencias del conflicto que entonces se libraba en amplias regiones del globo, así como el posible lugar de América en la futura configuración mundial, quedó registrada en las llamadas Jornadas, breves volúmenes que recogieron el núcleo de las sucesivas intervenciones.

    No resulta casual, por lo demás, que Zavala, Gaos y Medina se colocaran al frente de dicha iniciativa, en vista del papel estratégico que desempeñaba cada uno en la lógica académica e institucional. Desde que regresara de los Estados Unidos, donde residió un año merced a los auspicios de la Fundación Guggenheim, el primero tomó las riendas del Centro de Estudios Históricos, inaugurado el 14 de abril de 1941. A partir de entonces y a lo largo de la década contribuyó a que varias generaciones de estudiantes se adiestraran en el manejo de las técnicas archivísticas, el análisis documental y el rigor en el trabajo. De la mano de éste y otros profesores, como Agustín Millares Carlo, Ramón Iglesia, Concepción Muedra y José Miranda, los alumnos emprendieron la tarea de adentrarse en la Historia de América, área del conocimiento privilegiada en este novel taller. José Gaos, por su parte, se hallaba a cargo del Seminario para el estudio del pensamiento en los países de lengua española, espacio donde se fueron develando importantes fragmentos del pasado intelectual en la región. Concebido en un inicio para explorar la idea de América, desde el doble punto de vista histórico y filosófico, el seminario muy pronto se centró en la segunda mitad del período colonial y, más en concreto, en los jesuitas de los siglos XVII y XVIII. Este corte temporal no implicaba, sin embargo, que otras etapas del recorrido nacional se descartaran de antemano, tal como aparece en las dos obras sobre el positivismo que Leopoldo Zea escribió en ese marco. Sin representar los únicos frutos cosechados en aquel particular invernadero, con tanto deleite se recibieron ambos libros que Alfonso Reyes no dudó en calificar al autor como la primera y mejor creación de El Colegio de México.[26]

    No fueron menores los esfuerzos que Medina Echavarría comenzó a invertir en el Centro de Estudios Sociales, a cuya cabeza se encontró desde que abriera sus puertas en los albores de 1943. La necesidad de ofrecer un panorama comprensivo de tan vasto campo disciplinario y de contrarrestar la improvisación y el diletantismo reinantes constituyó el principal incentivo del programa.[27] Éste buscaba integrar un amplio espectro de materias, empezando por la economía, la ciencia política y la sociología, y culminando con las igualmente sustantivas antropología, psicología social e historia de las ideas. En una sólida formación teórica acompañada de una amplia experiencia empírica consistía, por consiguiente, el perfil concebido para sus egresados, tan escasos como destacados en esta temporada inicial de prueba y error. El cuadro de saberes cultivados durante aquellos años se completó en 1947, al fundarse, gracias al apoyo de la Fundación Rockefeller, el Centro de Estudios Filológicos. Se ponía de esta forma en marcha un proyecto acariciado y siempre pospuesto desde los primeros días de El Colegio, a saber, establecer una sección consagrada al estudio de las artes y las letras. La idea apenas sorprenderá a nadie, sobre todo si se presta atención a las inclinaciones que albergaban varias de las personas congregadas. Además del propio Reyes, entre ellas figuraba el crítico literario Enrique Díez-Canedo, así como los comentaristas de arte José Moreno Villa y Juan de la Encina, pseudónimo del escritor Ricardo Gutiérrez Abascal. Los nombres de Adolfo Salazar y Jesús Bal y Gay cerraban el conjunto, si bien es verdad que, tras reacomodarse la vida institucional, únicamente como un lujo pudieron ofrecerse las conferencias que ambos musicólogos dictaban con relativa periodicidad.[28] Pese a tan alta proporción de paletas, partituras y tinteros, hubo que esperar todavía varios años para contar con un gran especialista dispuesto a asumir el peso de las labores académicas, al igual que las bastante más ingratas de índole administrativa. La llegada de Raimundo Lida al país –una bendición del cielo, exclamó Antonio Alatorre en la nostalgia del recuerdo–[29] supuso la oportunidad de satisfacer de un golpe esas tres condiciones, es decir, reunir en un solo individuo el conocimiento, la vocación docente y la habilidad organizativa. Investido con el bastón de mando, no tardó en instituir numerosos cursos y seminarios, unos y otros coronados con el lanzamiento de la Nueva Revista de Filología Hispánica, auténtico punto de honra –juzgó Alfonso Reyes– para la cultura mexicana.[30]

    Provisto de un cuadro bien delimitado de funciones y saberes, El Colegio de México procuró de este modo abrirse un espacio tanto en el imaginario nacional como en el conjunto de organismos de tipo universitario en el país. La tarea no era tan sencilla como a primera vista pudiera suponerse, dado que la novedad del planteamiento conllevó no pocas confusiones y suspicacias. De ahí que no escasearan las aclaraciones sobre la naturaleza de la nueva institución, definida en ocasiones como una microscópica Fundación Rockefeller y otras tantas como una fraternidad de investigadores en ciencias humanísticas, filosóficas y sociales.[31] Igualmente necesario resultó manifestar el espíritu de lealtad que animaba la naciente empresa, deseosa de convertirse en un útil complemento a la oferta educativa entonces disponible. Lejos de representar concurrencia alguna –se repetía en informes y memoranda– sus servicios incluían, desde catalogar archivos y donar instrumental de biblioteca, hasta ofrecer cursos, ora en la capital, ora en la provincia. A cambio de esas ayudas, la UNAM y la ENAH emitían los títulos de sus egresados, listos para integrarse en el mercado laboral merced a una afortunada síntesis de teoría y praxis. El entusiasmo con que se celebraron los frutos surgidos de los distintos seminarios llevó incluso a afirmar, no sin cierta inmodestia, que los verdaderos especialistas de las ramas impartidas sólo pueden crearse en El Colegio de México.[32]

    Las elevadas aspiraciones en el orden del saber no fueron impedimento para que los bajos intereses personales se hicieran igualmente presentes en tan intenso período de profesionalización educativa. Para los promotores de nuevas lógicas en el estudio y la enseñanza, ello significó hallarse sometidos a los imprevisibles giros de la política o, peor aún, a las ambiciones de algún alto funcionario. En sus Memorias Daniel Cosío Villegas cuenta, por ejemplo, que Joaquín Xirau, uno de los profesores a su cargo, le había calentado la cabeza a [Octavio] Véjar [Vázquez] para echarle mano a nuestro Colegio.[33] Sin aludir jamás al filósofo catalán, Alfonso Reyes, por su parte, consignó en su Diario noticias similares. Con fecha del 31 de diciembre de 1941 anotó consternado que la Secretaría de Educación es hostil al Colegio de México y tal vez va a reducirnos el subsidio en términos de imposibilitarnos la vida. El motivo, señaló enseguida, radicaba en que el titular había elegido el afán de subordinar a su voluntad a todo el mundo como criterio para adjudicar los recursos.[34] La amenaza se cumplió y un mes más tarde se notificaba a las autoridades pertinentes que este último plantel se había excluido de las partidas contempladas en el presupuesto federal. Sólo la oportuna intervención de Lázaro Cárdenas logró revertir el rumbo de los acontecimientos, aquel que conducía a anular de un gesto el pasado, el presente y el futuro de la todavía incipiente institución.

    Aunque la villanía de Véjar no prosperó, o no del todo, las notificaciones de inminente cese al personal, las esperas en antesalas de gobierno y las múltiples gestiones ante personalidades influyentes, quedaron en la memoria de Reyes, en tanto incontrovertible muestra de la fragilidad de su proyecto.[35] La escena se repetiría con periodicidad, en especial al sobrevenir cada nueva sucesión presidencial. Evitar reproducir ad infinitum esos extenuantes pasos perdidos fue el propósito que guió numerosas iniciativas, se tratara de asegurar un patrimonio material por parte del gobierno mexicano, o de solicitar financiamientos ante fundaciones extranjeras. Más allá de informar sobre los logros y tropiezos que caracterizaron la década de 1940, esos documentos nos sitúan en una época de incertidumbre, cuando todo lo que fue pudo no ser o haber sido de otra forma. Su lectura invita, por consiguiente, a disolver el determinismo inherente a la mirada retrospectiva y a reconocer un lugar a la contingencia inscrita en el devenir. También nos enseñan que detrás de los procesos de institucionalización con frecuencia se encuentra, no sólo el genio de unos cuantos, sino los esfuerzos por desbrozar senderos, autorizar ciertas prácticas y cimentar un prestigio.

    Los empeños de una Casa –título que enmarca el presente volumen a partir de la obra de sor Juana Inés de la Cruz– aluden, pues, a un período clave en el desarrollo de El Colegio de México, un período de precariedad extrema, pero también abierto a la vasta suma de sus posibilidades. Apenas admirará descubrir que a esos días se remontan las primeras narraciones escritas sobre su historia y de las cuales este libro, en cierta medida, es heredero. En tanto formas de discurso, en efecto, este tipo de relatos busca infundir un sentido al tiempo que pasa, transmitir una experiencia y establecer vínculos entre generaciones sucesivas.[36] No obstante, la principal diferencia radica en que, si sobrevivir dependía entonces de la capacidad para ordenar y fijar las representaciones del ayer, cuestionarlas y renovarlas constituye hoy la única vía al alcance para dialogar provechosamente con el pasado. A esa labor apuntan los ensayos aquí reunidos, ya sea que procuren entender a los actores en sus propios términos o que subrayen la pertinencia de sus ideas para el ahora. Una a una, algunas de las figuras que dieron sustancia y lustre a aquel escenario conforman el objeto de este conjunto, ideado no como un reducto del saber enciclopédico, sino como una semilla de futuras discusiones. A ello responde que el repertorio elegido no sea exhaustivo y que las ausencias resulten, en ocasiones, casi tan significativas como las presencias. Un ojo atento no dejará de advertir, por ejemplo, la omisión de rostros femeninos entre los retratos que expone esta singular galería. Aunque motivos circunstanciales impidieron contar con un estudio sobre Concepción Muedra, no puede ni debe ocultarse que, en lo relativo a sus escalafones superiores, El Colegio de México era en aquellos años fundamentalmente de signo masculino.

    Al pasar revista a las personalidades que se dieron cita en esas aulas y pasillos –ubicados primero en Pánuco 63, en la colonia Cuauhtémoc, más tarde en Sevilla 30, en la colonia Juárez–, tampoco se ha pretendido resolver la tradicional aporía entre actores y estructuras, polos opuestos entre los que suelen oscilar las explicaciones en torno a un hecho institucional. Sin ambicionar en modo alguno limitar o restringir la pluralidad de enfoques, en estas líneas se ha apostado por hablar de redes en tanto fenómenos capaces de mediar entre lógicas sólo incompatibles en abstracto.[37] La razón es evidente y radica en que únicamente de reconocer el carácter a la vez individual y colectivo de los procesos sociales es posible comprender cómo se articulan, transforman y asientan las normas, los patrones de conducta y los mecanismos impersonales que regulan toda institución. Las de naturaleza educativa no son, desde luego, la excepción; por el contrario, entender cómo se redefinieron poco a poco las distintas disciplinas contempladas, tal como en parte se pretende en este volumen, depende del interés y la pericia para transitar entre lo particular y lo general. Y aunque sólo en contados casos las redes han sido objeto de un análisis y desarrollo explícitos, la suma permite observar la manera en que varias de ellas confluyeron en los cruceros de El Colegio de México.

    En un juego de intertextualidad, pero también como un llamado al diálogo entre campos y saberes, algunos versos de la mencionada obra de sor Juana encabezan las secciones de este libro. Aquesta noche ha fiado de mí todo su cuidado alude a las funciones rectoras que Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas desempeñaron en aquel marco. Del primero se ocupa Javier Garciadiego –instigador y sostén de las páginas que sujeta el lector entre sus manos–, en un ensayo que, además de calibrar con justicia el talento, la bonhomía y la versatilidad del maestro, analiza, al centrarse en La Casa de España, los antecedentes del propio Colegio. A partir de un ceñido seguimiento de su trayectoria, Lorenzo Meyer consigue identificar una unidad de sentido en la pluralidad de empresas que el segundo acometió, en su doble papel como intelectual y como promotor de instituciones. Conmuté el tiempo, industriosa, a lo intenso del trabajo encuadra la segunda sección, en referencia implícita tanto a la materia de estudio –la historia– como al denuedo con que a ella se entregaron sus mayores oficiantes. Andrés Lira, Alberto Enríquez Perea, Bernardo García Martínez, Álvaro Matute y Virginia Guedea aceptaron, generosos, reconstruir esos pasados del presente y con tanto éxito que, por obra de su pluma, aparecen nuevamente como muy vigentes presencias del pasado.

    Veréis aquí cómo es el mundo intenta honrar el alcance que a las ciencias sociales dieron, desde sus particulares disciplinas, José Medina Echavarría y Luis Recaséns Siches. De aquél Laura Moya subraya su participación al momento de ir construyendo un corpus textual que, en su conjunto, se ha dado por llamar sociología, mientras que de éste último Elizabeth Martínez destaca su papel como traductor y como mediador entre saberes. Aunque es grande ociosidad, viene a decir la verdad es la manera, un tanto lúdica, que se ha elegido para remitir a los filósofos y a sus filosofías, tan numerosos en aquellos años que, si algo sorprende, es la ausencia de un Centro de Estudios Filosóficos entre las áreas establecidas en El Colegio de México. Luis Arturo Torres, Antolín Sánchez Cuervo, Alejandro Estrella, Iñaki Adúriz, Ana Santos, Diana Pérez Gerardo y quien esto escribe nos hemos encargado de ofrecer un panorama ajustado de sus respectivos itinerarios y contribuciones a dicha rama del conocimiento.

    Verás de su eterno alcázar fugitivas las estrellas constituye el fragmento poético que introduce a las artes y a las letras, en especial en las versiones más técnicas que hallaron un espacio en la academia: la musicología, la crítica de arte y literaria, y la filología. Examinar a los representantes del primer campo ha sido la tarea que Luis de Pablo Hammeken y Carlos Villanueva desempeñaron con singular acierto y probidad. Por su parte, Miriam Alzuri, María José Ramos y Rebeca Saavedra dirigieron su mirada, a la vez empática y aguda, a los maestros de la estética. Esta sección se completa con el ensayo de Miranda Lida quien logra rastrear, en nuestro beneficio, la ruta de un gran especialista de la lengua. Casi como un acertijo aparece el último subtítulo, aquel en que se lee La causa no inquiero de cosas que no me tocan. Que el verso remite a las ciencias exactas se descubre al advertir los nombres que figuran enseguida: los de Antonio Madinaveitia y José Giral. De su estudio se han encargado, con justicia y a detalle, José María López Sánchez y Javier Puerto.

    Al reunir entre sus cubiertas a autores oriundos de varios países, adscritos a universidades diversas, dedicados al cultivo de disciplinas diferentes y pertenecientes a no menos distintos grupos generacionales, este libro pretende emular, así sea tan sólo como un reflejo lejano, la lógica que ha regido a El Colegio de México desde su creación y hasta la fecha. Esa pluralidad, podría incluso afirmarse, en parte explica su permanencia a lo largo de los años y su progresiva consolidación como una de las instituciones clave en la vida académica y cultural de la región. Igual o más fundamentales han sido, sin embargo, sus aspiraciones de excelencia, transmitida y fomentada en cada nueva ronda de profesores y estudiantes. De ahí que conmemorar estos tres cuartos de siglo no pueda hacerse sino de una única manera, a saber, mediante un mayor conocimiento, a la vez riguroso y comprometido, de un pasado que es todavía presente. A condición de considerarlas como un ideal regulatorio y nunca como un hecho consumado, hagamos nuestras, en tanto votos con miras al futuro, las siguientes palabras de Alfonso Reyes:

    Es pues la ocasión de que el Ángel Protector levante su espada de fuego, ahuyente las tinieblas, y empiece a dar grandes voces: ¡Voz de Oriente, voz de Occidente, voz del Septentrión y voz del Austro! ¿Quién dijo que México no protege a su alta cultura? ¡Ahora lo verán hijos de esto y de lo otro!, etc., etc.

    Y aquí terremotos, truenos, rayos y centellas, de modo que, humeante entre los resplandores del incendio, se vea levantarse hasta el cielo un flamante y robustecido Colegio de México que parezca un castillo de oro.[38]

    Aurelia Valero Pie

    NOTAS AL PIE

    [1] Algunas obras pioneras, de imprescindible lectura para quien desee profundizar en la materia, son aquellas que Clara E. Lida, José Antonio Matesanz y Josefina Z. Vázquez escribieron con motivo del 50 aniversario de esta institución. En el año 2000 ese conjunto se reunió en un solo volumen, publicado con el título La Casa de España y El Colegio de México. Memoria (1938-2000).

    [2] D. Cosío Villegas, Sobre una Casa y un Colegio, AHCM, Daniel Cosío Villegas. Fondo incorporado, c. 4, exp. 47.

    [3] A. Giddens, Vivir en una sociedad postradicional, pp. 85-86.

    [4] P. Nora, Between Memory and History, p. 24. Mi traducción.

    [5] Según consta en diversos documentos, la idea tomaba en cuenta el planteamiento que Ángel Ossorio y Gallardo había expresado por escrito y promovido ante diversas figuras del medio intelectual mexicano. Aquél consistía en fundar una Universidad, Instituto, Academia, o cosa así, donde se cursaran estudios de alta cultura, encomendados a grandes y positivas personalidades científicas españolas. La coyuntura exigía actuar con urgencia, dado que, sostenía el entonces embajador de la Segunda República española en Argentina, sólo uniéndonos todos, españoles y americanos, podríamos hablar con razón de la raza, del pensamiento y de la fuerza de España; porque España somos todos juntos. Cartas de Ángel Ossorio y Gallardo, la primera dirigida a Francisco Madrid y fechada el 1 de marzo de 1937; la segunda destinada a Alfonso Reyes, fechada el 13 de abril de ese mismo año. Ambas se encuentran depositadas, junto con el proyecto y el intercambio epistolar completos, en AHCM, Alfonso Reyes, c. 3, exp. 52.

    [6] AHCM, Alfonso Reyes, c. 1, exp. 42, f. 2.

    [7] "Antecedentes para la transformación de La Casa de España en El Colegio de México", AHCM, Daniel Cosío Villegas. Fondo incorporado, c. 4, exp. 1, f. 4.

    [8] Memorándum. El Colegio de México, AHCM, Daniel Cosío Villegas. Fondo incorporado, c. 4, exp. 30.

    [9] Para conocer los pormenores de esa campaña, véase A. Enríquez Perea (comp.), Alfonso Reyes en la Casa de España, en particular, pp. 30-43.

    [10] Estatuto General de la Universidad Nacional Autónoma de México, 19 de diciembre de 1938, en I. Carrillo Prieto et al., Compilación de Legislación Universitaria, pp. 208-215. El Estatuto anterior, promulgado en 1936, sólo estipulaba ciertos parámetros de edad, así como haber obtenido un grado superior al de bachiller; haberse distinguido en la labor de investigación o divulgación científica y disfrutar del general respeto correspondiente a una reputación de vida personal honesta. Loc. cit., pp. 174-177. El criterio de nacionalidad fue ratificado en 1945, motivo por el cual, comenta Guillermo Sheridan, "los límites a las aspiraciones acadestrativas [sic] de los extranjeros en la UNAM fueron fijados en la Ley Orgánica de 1945, cuyo espíritu en no escasa medida respondía al nerviosismo nacionalista que había suscitado la emigración de intelectuales y científicos españoles en 1939". G. Sheridan, Allá en el campus grande, p. 41. La Secretaría de Educación Pública también se preparó para recibir a quienes expulsaba el terror nacionalista, si bien lo hizo en un sentido a la vez generoso y oportunista: Con el fin de impulsar los trabajos de investigación científica en nuestro país –se anunció– y para aprovechar la circunstancia de que pueden venir actualmente a México sabios extranjeros de primera categoría, principalmente alemanes, austriacos y españoles, el Consejo elaboró un proyecto para que, en el resto del presente año, sean contratados seis investigadores que en períodos de cuatro meses realizarán trabajos de investigación científica, de preferencia sobre asuntos de interés inmediato para el país, y también darán conferencias y cursillos en las escuelas superiores oficiales, tanto de México como de provincia. Memoria de la Secretaría de Educación Pública, septiembre de 1937-agosto de 1938, p. 522.

    [11] En su Diario, Alfonso Reyes incluso registró un pequeño y casi cómico incidente: El Colegio Nacional pide el nombre de Colegio de México. Tenemos que cambiarle el nombre al nuestro ¡por segunda vez!. A. Reyes, Diario V, entrada correspondiente al 15 de noviembre de 1943.

    [12] Carta de Alfonso Reyes a Gustavo Baz, fechada el 13 de junio de 1939, citada en A. Enríquez Perea (comp.), Itinerarios filosóficos, p. 109, n. 85.

    [13] Carta de Alfonso Reyes a José Prieto del Río, fechada el 9 de julio de 1939, AHCM, Alfonso Reyes, c. 3, exp. 64, f. 1.

    [14] Carta de Alfonso Reyes a Rodrigo de Llano, director del periódico Excélsior, fechada el 24 de junio de 1939, AHCM, Alfonso Reyes, c. 3, exp. 16, ff. 1-2.

    [15] Informes sobre La Casa de España, luego Colegio de México, para la Unión Panamericana, marzo de 1941, AHCM, Alfonso Reyes, c. 4, exp. 16, ff. 1-3.

    [16] J. Gaos, Confesiones de transterrado, p. 547.

    [17] Memorándum. El Colegio de México, 1942, AHCM, Daniel Cosío Villegas. Fondo incorporado, c. 4, exp. 30.

    [18] A. Reyes, Diario V, entrada del 20 de marzo de 1939.

    [19] Memorándum. El Colegio de México, 1942, AHCM, Daniel Cosío Villegas. Fondo incorporado, c. 4, exp. 30.

    [20] Carta de Gonzalo R. Lafora a Eduardo Villaseñor, transcrita en la que este último dirigió a Alfonso Reyes, con fecha del 17 de diciembre de 1940, AHCM, Alfonso Reyes, c. 4, exp. 55, ff. 3-4.

    [21] Respectivamente, Memorándum. El Colegio de México, 1942, AHCM, Daniel Cosío Villegas. Fondo incorporado, c. 4, exp. 30; y carta de Alfonso Reyes a Antonio Carrillo Flores, fechada el 9 de diciembre de 1952, AHCM, Alfonso Reyes, c. 1, exp. 45, f. 3.

    [22] Carta de Alfonso Reyes a Miguel Alemán, fechada el 1 de julio de 1947, AHCM, Alfonso Reyes, c. 1, exp. 8, f. 2.

    [23] Carta de Alfonso Reyes a Joaquín García Monge, fechada el 9 de enero de 1943, AHCM, Alfonso Reyes, c. 1, exp. 21, f. 1.

    [24] Según consta en un informe, en abril de 1946 el catálogo de obras editadas se aproximaba ya a ciento cincuenta títulos, divididos en las siguientes secciones: Colecciones de textos clásicos de Filosofía; publicaciones de los Centros y ‘Jornadas’, nacida esta última publicación al calor de un seminario colectivo sobre la Guerra, celebrado en 1943, se convirtió luego en órgano expresivo del Centro de Estudios Sociales, dentro de un criterio algo amplio respecto al contenido y posibles colaboraciones. La acogida que en toda América, la hispana y la sajona, han obtenido las ‘Jornadas’, ha sido tan amplia, que en los 56 números publicados aparecen las firmas de profesores y escritores de diversas naciones, AHCM, Daniel Cosío Villegas. Fondo incorporado, c. 5, exp. 32.

    [25] Sugestiones de algunos miembros de El Colegio de México, 12 de enero de 1943, AHCM, Daniel Cosío Villegas. Fondo incorporado, c. 4, exp. 2, f. 1.

    [26] A. Reyes, Diario V, entrada del 23 de noviembre de 1944.

    [27] El Colegio de México, AHCM, Daniel Cosío Villegas. Fondo incorporado, c. 4, exp. 42 [ca. 1943]. Véase también L. Moya, José Medina Echavarría, en particular, pp. 112-131.

    [28] Carta de Alfonso Reyes a Joseph M. Goodman, fechada el 19 de marzo de 1946, AHCM, Alfonso Reyes, c. 2, exp. 37, f. 1.

    [29] Testimonio de Antonio Alatorre, en C. E. Lida, J. A. Matesanz y J. Z. Vázquez, La Casa de España, p. 255.

    [30] Carta de Alfonso Reyes a Eduardo Villaseñor, fechada el 1 de julio de 1949, AHCM, Alfonso Reyes, c. 4, exp. 55, ff. 7-8.

    [31] Respectivamente, carta de Alfonso Reyes a Miguel Alemán, fechada el 1 de julio de 1947, AHCM, Alfonso Reyes, c. 1, exp. 8, f. 2; y carta de Alfonso Reyes a Joseph M. Goodman, fechada el 19 de marzo de 1946, ibid., c. 2, exp. 37, f. 1.

    [32] Memorándum sobre El Colegio de México, AHCM, Cosío Villegas. Fondo incorporado, c. 4, exp. 43, f. 7.

    [33] D. Cosío Villegas, Memorias, p. 178.

    [34] A. Reyes, Diario V, entrada del 31 de diciembre de 1941. Merced a la buena disposición del gobierno cardenista, hasta ese momento El Colegio de México había sido, después de la Universidad Nacional y junto con la Universidad Obrera, la institución que mayores subsidios recibía por parte de la SEP. Es posible consultar la tabla de subsidios asignados en Memoria de la Secretaría de Educación Pública, septiembre de 1940-agosto de 1941, p. 140.

    [35] A. Reyes, Diario V, entrada correspondiente al 9 de febrero de 1942. El general Cárdenas no logró o no contempló, sin embargo, que se restituyera el subsidio de 350 000 pesos anuales asignados al Colegio en su acta constitutiva, en lugar de los 200 000 adjudicados a partir de 1942.

    [36] Sobre estos temas, véase N. Phillips, Th. Lawrence y C. Hardy, Discourse and Institutions.

    [37] Como bien afirmó Norbert Elias, lo que llamamos ‘sociedad’ no es una abstracción de las peculiaridades de unos individuos sin sociedad, ni un ‘sistema’ o una ‘totalidad’ más allá de los individuos, sino que es, más bien, el mismo entramado de interdependencias constituido por los individuos. N. Elias, El proceso de la civilización, p. 70. Véase también M. Garcelon, The Missing Key.

    [38] Carta de Alfonso Reyes a Antonio Carrillo Flores, fechada el 7 de febrero de 1953, AHCM, Alfonso Reyes, c. 1, exp. 45, f. 8.

    AQUESTA NOCHE HA FIADO DE MÍ TODO SU CUIDADO

    ALFONSO REYES Y LA CASA DE ESPAÑA EN MÉXICO

    [1]

    Javier Garciadiego

    Alfonso Reyes fue nombrado presidente de La Casa de España en México en abril de 1939. Para entonces, ésta llevaba nueve meses de haber sido fundada a partir de una iniciativa de Daniel Cosío Villegas, lanzada como dos años antes y que buscaba acoger a algunos intelectuales republicanos españoles que no pudieran ejercer su labor académica por el estallido de la Guerra Civil. El proyecto consistía en traerlos temporalmente, para beneficio de ellos y para provecho de la educación y la cultura mexicanas, mientras podían regresar a su patria. Por su parte, Reyes, hasta poco antes embajador en Argentina (y antes en España, Francia y Brasil), padecía la amenaza de quedar sin empleo debido a la merma del presupuesto federal por el boicot internacional contra el petróleo mexicano, recién expropiado.[2] Sin embargo, la temporalidad del nombramiento de Reyes era igualmente temporal, a pesar de lo cual era una magnífica manera de volver a México, al cabo de 26 años de ausencia, y de recibir un ingreso decoroso. Así se lo comunicó a su amiga la escritora argentina Victoria Ocampo:[3] un año era lo que restaba al sexenio cardenista. A su vez, lo habían invitado como profesor de literatura española en la Universidad de Texas, en Austin, pero ésa era una opción que no lo atraía: para comenzar, la ciudad era todavía pobre en vida literaria y cultural, sobre todo comparada con Madrid, París o Buenos Aires. Además, Reyes aspiraba a algo superior que a una docencia más bien básica y rutinaria.[4] A su compañero de juventud, Pedro Henríquez Ureña, amigo y casi tutor, confesó que no quería volverse pocho ni dar la espalda a su destino de mexicano.[5] Tuvo también la oportunidad de radicarse en la capital argentina para trabajar en alguna editorial, ya fuera Sur, de Victoria Ocampo, o Losada, de Guillermo de Torre,[6] pero el ambiente político pampero era contrario a las ideas y las simpatías de Reyes, como lo había padecido en su reciente embajada de 1936-1937.[7]

    Daniel Cosío Villegas no sólo diseñó la idea originaria de La Casa de España sino que trabajó en ello los nueve meses anteriores a la llegada de Reyes. En vista de su total conocimiento de la nueva institución, de su gran capacidad laboral y para mitigar cualquier resentimiento de su parte, a Cosío Villegas se le conservó en La Casa en calidad de patrono secretario, por ser quien ha llevado las riendas [...], [por] conocer todos sus antecedentes y haber mantenido el contacto con los profesores. De todos modos, se reconoció que hacía falta contar con alguien de tiempo completo y exclusivo al frente de ella. Y ese alguien era Reyes,[8] pues Cosío Villegas también dirigía el Fondo de Cultura Económica.[9]

    Alfonso Reyes y Daniel Cosío Villegas hicieron una mancuerna admirable. Tenían, sí, diferencias, pero era más lo que los asemejaba. Cosío Villegas llegó a admirar el estilo de Reyes, que ejercía su autoridad sin coacción alguna y con una gran cordialidad. Reyes aprendió en seguida a aprovechar la eficiencia de Cosío Villegas, al grado de que una vez que éste debió ausentarse por algunos días, Reyes creyó que la institución se desmoronaría. La diferente personalidad de uno y otro hacía que a veces tuvieran roces, pero lo cierto es que se complementaron espléndidamente durante veinte años, hasta el fin de la vida de Reyes, en La Casa de España y en su sucesor, El Colegio de México.[10]

    Sus diferencias eran biográficas: siendo estudiante de la Escuela de Jurisprudencia, Reyes había participado en el intento de renovar la cultura del México porfiriano, al lado de sus compañeros del Ateneo de la Juventud.[11] Al cabo de casi treinta años fuera del país y habiendo ejercido como diplomático en París, luego como escritor independiente en Madrid y de nuevo como diplomático en Madrid, París, Buenos Aires y Río de Janeiro, Reyes no había seguido al detalle la situación que guardaban la educación, la política interna y la vida social mexicanas, pero estaba convencido de lo necesario que era mejorar la cultura nacional y de incorporar en ella los principios intelectuales de Occidente.

    Daniel Cosío Villegas era nueve años menor que Reyes y había permanecido en México durante la etapa violenta de la Revolución y los años intensos de la posrevolución. Sus estudios de economista y científico social, y su talento de profundo observador lo hicieron adquirir un conocimiento cercano y solvente de la realidad nacional.[12] La idea que tenía de la educación era más práctica: había que capacitar a la gente para solucionar los problemas del país, más que crear una cultura humanística, como sostenían los ateneístas. Además, Cosío Villegas estaba familiarizado con la estructura de la educación superior y sus necesidades,[13] y conocía a políticos y funcionarios públicos del medio educativo y financiero; por si fuera poco, tenía una idea cabal de la realidad del país y estaba dotado de un talento especial para la administración. Reyes y Cosío Villegas estaban llamados a combinar sus virtudes.[14]

    PAGAR UNA DEUDA

    Resulta muy revelador que cuando Cosío Villegas dio inicio a las labores de La Casa, en 1938, recibió la recomendación de que aprovechara a Reyes como consejero, visto que pronto quedaría en disponibilidad en el servicio diplomático. Lo cierto es que dos meses después el presidente Cárdenas lo responsabilizó de ella.[15] Reyes tenía una opinión favorable de Cosío Villegas,[16] tanto en vista del trabajo que realizaba como director del Fondo de Cultura Económica como en su calidad de protector de humanistas españoles que eran grandes amigos de Reyes desde su época de joven exiliado en Madrid: Enrique Díez-Canedo, Juan de la Encina, Agustín Millares Carlo, José Moreno Villa y otros más.[17]

    Poco después de que se le ofreciera presidir La Casa, Reyes no acababa de entender sus funciones: La Casa le parecía una invención vaga, una entidad que yo no planeé ni concebí y donde no entendía qué llegaba a hacer.[18] Pero pronto comprendió su objetivo: había conocido en persona y se había hecho amigo de muchos de los intelectuales españoles que estaban llegando a La Casa, cuando por la Primera Guerra Mundial se radicó en España, donde vivió de su pluma, como exiliado, hasta 1920. Ese año el régimen obregonista lo rescató para la diplomacia nacional.[19] Por otro lado, Reyes tenía un renombre indiscutible como escritor, si bien era más conocido fuera de México –por su trabajo diplomático y su vida en el extranjero– que entre sus conciudadanos.

    En su exilio madrileño, inicialmente muy difícil, Reyes recibió ayuda y amistad de los mismos humanistas y científicos que ahora él acogía en La Casa de España en México, responsabilidad que le resultó muy agradable, pues así pagaba una deuda de gratitud y humanidad.[20] De esa labor, que pronto se volvió muy intensa por la llegada de numerosos republicanos españoles después del fin de la Guerra Civil, Reyes dijo que era modesta pero hermosa.[21] Para los españoles exiliados (refugiados se les dijo aquí; transterrados empezaron a llamarse algunos de ellos), el nombramiento de Reyes fue causa inmediata de satisfacción y consuelo. Gaos señaló que era una designación muy adecuada por la fraternidad que Reyes tenía con todos mis compatriotas de esta Casa.[22] Pedro Salinas, el poeta, expresó también que contar con él era la máxima garantía de que La Casa andará cada vez mejor, pues nos conoce en lo más íntimo y sabrá comprender nuestros errores.[23]

    Comprender sus condiciones, contemporizar sus flaquezas, no siempre fue fácil. A Daniel Cosío Villegas, a veces, algunos de los exiliados españoles llegaron a antipatizarle. El indicado para lidiar con ellos era Reyes.[24] Además, éste había apoyado, con total convencimiento, la política exterior cardenista, enemiga de los totalitarismos y favorable de lleno a la Segunda República española.[25] A eso había que añadir que se justificaba el cargo de presidente de La Casa, dado que Reyes tenía el rango de embajador, era un diplomático de experiencia y, por el lado académico, su cultura superaba el cerco del nacionalismo revolucionario y conocía con soltura lo más granado de las literaturas francesa, sudamericana y española, además de la mexicana.[26] Encima, conocía y estaba en los mejores tratos con los escritores de mérito de las naciones en las que había servido como representante mexicano.[27] Aún más, desde su juventud había cultivado las letras clásicas grecolatinas, así fuera en traducciones, todo lo cual lo volvía el escritor mexicano de cultura occidental más completa.

    Desconocer tantas cosas de la realidad educativa, política o social mexicana no lo atemorizó: ya otras veces en su vida se había capacitado con ahínco para superar a tiempo, sobradamente, pruebas arduas. Al lejano pero siempre cercano Pedro Henríquez Ureña, residente en Buenos Aires, le participó el entusiasmo que lo embargaba: haría su mejor esfuerzo para dotar de vida verdadera a La Casa, conservándole –desde luego– su carácter de centro universitario de investigación científica. Además, a diferencia del prurito que siempre dominaba en el medio diplomático, disfrutaba de una gran libertad para decir y hacer. Sin embargo, pronto tuvo que enfrentar también agotadoras rutinas administrativas, fuertes presiones políticas y muy largas sesiones de trabajo.[28] No se arredró; al contrario. Una desventaja era depender directamente del primer mandatario, siempre colmado de variadísimas urgencias y viajando por el país, y carecer de nexos con el sistema de la educación nacional.[29] También fue difícil carecer de un sitio propio: las oficinas realmente parcas que el Fondo de Cultura Económica le facilitó mantenían muy estrecha a La Casa, si bien aquella contigüidad sirvió a los exiliados para emprender en seguida labores editoriales importantes.[30] Desgraciadamente, eran de gran consideración los obstáculos para asignarle presupuesto.

    También había que darle un perfil, su personalidad propia, contra la llegada, por ejemplo, de médicos españoles que, si bien ameritados y excelentes, eran más profesionistas que académicos. Lo mismo sucedía con la incorporación de políticos recomendados por altas personalidades de la República o por la intercesión de Juan Negrín o de Indalecio Prieto, a los que la Presidencia mexicana dio asilo con la mejor voluntad.[31] A todo eso hubo de añadir Reyes la labor de mediador en no pocas desavenencias políticas y personales entre los exilados, debido a su pertenencia a partidos y grupos republicanos hondamente enemistados durante la Guerra Civil, por sostener con pasión tesis y consignas ideológicas contrarias y por culparse unos a otros del desastre, eso que Pedro Salinas pronosticó como nuestros errores.[32] La labor fue a veces muy penosa y hasta exasperante para Reyes, lo que era difícil lograr en alguien tan bien dispuesto, paciente y humano como

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